Hace algunos meses, a mi barrio regresó de visita un joven que actualmente vive en Ecuador. Durante su estancia, incitó a sus amigos cubanos a lanzarse en una compleja y cuasi-aventurera travesía: “Compren pasaporte y pasaje y lleguen a Guyana, ya después la cosa es más fácil, nada más hay que cruzar para Brasil, puede ser por la frontera, y de ahí mismo sale un avión para Chile”; “En Chile la cosa está buena”. Más recientemente me enteré de que el hermano de un amigo había llegado a los Estados Unidos: “atravesó desde Ecuador todos esos países, después tuvo que esperar una pila de meses en la frontera de México, pero ya está en el yuma”, me cuenta alegremente.
Hace poco, me enteré por un artículo de Arturo López-Levy, de que varios congresistas norteamericanos, entre ellos Alexandria Ocasio-Cortez, sacaron a la luz la situación de algunas migrantes cubanas en centros de detención en los Estados Unidos. Se encontraron un grupo de mujeres, que habían sido puestas en una habitación sin agua corriente, donde se les dijo que debían beber agua del inodoro, y que se podrían bañar cada 15 días.
Es un viaje largo, repleto de peligros. Los migrantes cubanos atraviesan selvas y ponen sus vidas en manos de traficantes de personas. Se aventuran a cierres abruptos de las fronteras como el que ocurrió en Nicaragua en 2015. Finalmente, terminan esperando su turno para pedir asilo de este lado, nada menos que en Juárez, durante meses. Ciudad Juárez, una de las veinte ciudades más violentas del mundo, alberga a miles de cubanos, muchos de ellos viven en puentes, son extorsionados, amenazados, secuestrados. Son tantos, que los restaurantes de la zona han añadido el congrí y la chuleta de cerdo a sus menús.
Debería ser un lugar común que una República, mucho más una que pretende ser de los humildes, con los humildes y para los humildes, el preocuparse por el destino de todos los hijos de la nación allí donde se encuentren. Es cierto que venimos de una historia compleja de confrontación, en la que el exceso de pasión llevó a llamar a los que se iban “gusanos”, “escoria”, “contrarrevolucionarios”, entre otros epítetos degradantes. Pero esos tiempos quedaron atrás. Hoy el humanismo revolucionario ha permitido que se rectifique, y que migrar sea considerado un derecho de toda persona: la actitud coherente con esto, es cuidar en lo posible, de la suerte de los migrantes.
Lo ideal sería propiciar que la sociedad cubana estuviera en condiciones de ofrecer oportunidades a todos sus hijos, de tal modo que nadie o muy pocos sintieran la necesidad de migrar. Pero en la medida que eso no es posible, por muchas causas, entre ellas el bloqueo terrible que Estados Unidos impone sobre nuestro país, hay que ayudar a los cubanos que están migrando.
No podemos desentendernos de ellos.
El gobierno de los Estados Unidos muestra en el tema de la migración su habitual perfidia. Los utiliza contra Cuba, con fines políticos. Hace cualquier cosa, menos cumplir con los acuerdos migratorios que se lograron con Clinton. Ellos podrían hacer mucho para garantizar una migración estable y segura, pero no es de su interés. Con Trump les conviene tener esa caravana de cubanos atravesando la insegura Centroamérica; lo que evidencia “el fracaso del comunismo”.
Es la hora para Cuba de mostrar su humanismo en un nivel superior. Significa realmente ir en contra de viejas mentalidades, pero podría manifestar su apoyo por esos migrantes. Utilizar su influencia diplomática sobre los gobiernos de la región para garantizarles a esos cubanos ciertas condiciones o al menos denunciar los maltratos o los atropellos. Tal vez se esté haciendo algo, fuera del dominio público, eso es difícil de saber: pero no es la percepción que se brinda.
La percepción es que los migrantes son dejados a su suerte.
Preocuparse y ocuparse por los migrantes es también pensar como país, pensar como nación. Que la mayoría de los cubanos opten por sostener un proyecto socialista, no significa que los que vayan a buscar otra vida económicamente superior en otras latitudes, en países capitalistas, dejen de ser cubanos. La República es de todos, incluso de los que no están conformes con el proyecto político de la mayoría, o de los sienten que la vida es muy corta, y que les irá mejor viviendo en los Estados Unidos.
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