Cuando hace once años la imagen de la Virgen de la Caridad recorrió gran parte de la Isla con motivo de los cuatro siglos de su hallazgo, Cuba era un país muy diferente. Con esa costumbre tan nuestra de exagerar el pasado, para endulzarlo o acidificarlo, según convenga, mi abuela llama a aquellos días —que son los de antes de la Coyuntura, la pandemia y el Ordenamiento— los «tiempos de la abundancia».
De acuerdo con la austeridad cuasi franciscana a la que está acostumbrado el pueblo del que ella y la mayoría somos parte, esa «abundancia» no es otra cosa que tener electricidad, medicamentos en la farmacia, carne en la mesa alguna vez a la semana, y otros pequeños lujos por el estilo.
En 1914, el sabio español José Ortega y Gasset acuñó en sus Meditaciones del Quijote, una muy debatida frase: «Yo soy yo y mi circunstancia». Según la Real Academia de la Lengua Española, la tercera acepción de la última palabra de esa máxima, asegura que es el «conjunto de lo que está en torno a alguien, el mundo en cuanto mundo de alguien».
Hoy, 8 de septiembre, cuando muchos celebran a la Patrona de Cuba, pienso en cuánto nuestras circunstancias influyen en las lecturas que damos a ese símbolo, puesto que uno de los elementos que históricamente ha contribuido a su arraigo entre los cubanos, poco dados a iglesias y dogmas, es el hecho de que en su imagen se materializan dos ideas acaso confluyentes: la Madre y Cuba como hogar, al cual se pertenece aun más allá de sus fronteras.
Obra Santísima composición con bote #2, de Sergio Lastres.
Bajo la mirada serena con que los artistas han representado a la Virgen de la Caridad, ruegan tres de sus hijos de diferente origen étnico, que se debaten sobre un pequeño bote en medio de un mar permanentemente tormentoso. Es ese relato de padecimiento y salvación, el de un amor mutuo signado por la dificultad, como ha sido gran parte de la historia de Cuba y los cubanos.
Hoy los ruegos no son los de aquellos tres Juanes. Sin embargo, las preguntas que nos atormentan —más allá de los apagones y la falta de alimentos—, son igual de importantes, ya que en la respuesta que les demos y en el modo en que gestionemos sus resultados, va la vida del país.
¿Cómo solucionar el conflicto que enfrenta a compatriotas ubicados en diferentes puntos del espectro político y cuyas posturas se han radicalizado peligrosamente? ¿De qué forma resolver sin violencias, con civismo, el diferendo entre una parte del pueblo y el gobierno —expresado en forma de protestas y actos de sabotaje? ¿Sobre qué principios, legítimos para todos, emprender un proceso de reconciliación nacional que tenga en cuenta a quienes viven dentro y fuera de los límites geográficos del país? ¿Cómo neutralizar a las fuerzas que se oponen a esa reconciliación y que lucran con el conflicto de un lado u otro del tablero político?
¿Cómo desarrollar la economía sin desmantelar o abandonar —como se ha venido haciendo en los últimos años, según puede verse en la estructura de las inversiones— los logros sociales que alguna vez alcanzamos? ¿Qué mecanismos de control, transparencia y rendición de cuentas deberían implementarse para empoderar al pueblo, soberano de la República y víctima tanto de estrategias mal concebidas y chapuceramente implementadas, como de burócratas que mientras alzan las banderas del socialismo se llenan los bolsillos?
¿Qué hacer para detener la sangría migratoria que ha llevado a la frontera sur de Estados Unidos a alrededor de 180 mil cubanos en solo unos meses? ¿Cómo proteger a los ancianos que se han quedado solos de este lado del Estrecho de la Florida? ¿Cuál puede ser la estrategia para, sin prohibiciones ni limitación de derechos, asegurar la permanencia en el país de esa parte de su población calificada y laboralmente activa, que es la que en su mayoría ha emigrado? ¿Se resolverá con medidas económicas la crisis espiritual y de expectativas que sufren muchos jóvenes?
El tema migratorio nos pone ante otras interrogantes también con respuestas complejas: ¿Quiénes están comprando las propiedades que venden los que se van? ¿Qué pretenden hacer con ellas? ¿Cómo gestionará el gobierno los probables intereses económicos y políticos que sobre la Isla puedan tener dentro de algunos años esos cubanos que hoy se han ido? ¿De qué forma influirá en la política exterior de los Estados Unidos una comunidad de cubanos en permanente y considerable aumento? ¿Hasta cuándo se coartarán los derechos políticos de los emigrados? ¿Cuál será su papel en la Cuba del futuro?
Para algunas de las interrogantes que he planteado tengo mis propias respuestas; para otras, solo dudas y miedos, que en este día, como aquellos que luchaban por su vida en la barca batida por las aguas de la bahía de Nipe, pongo a los pies de la Virgen de la Caridad. Lo hago junto con el deseo contenido en las estrofas de uno de sus himnos: «Todos tus hijos a ti clamamos: ¡Virgen mambisa, que seamos hermanos!».
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