Jovellanos es un municipio ubicado al centro de la provincia de Matanzas. Fue durante el siglo XIX una zona de alta producción azucarera y grandes dotaciones esclavizadas que explican la prevalencia de población negra, una de las mayores de Cuba. Residí en él desde los cuatro hasta los 28 años. Conservo allí una parte de mi familia, antiguos vecinos y amigos.
El gusto por la lectura y por la historia es una deuda eterna que tengo con personas como María y Muñeca, las bibliotecarias, comprensivas siempre, cómplices ante mis demoras en devolver un libro. O con algunas de mis maestras de los diversos niveles escolares: Isis, Zobeida, Digna Jones, Gladis Bellman, Gladis Rueda, la inolvidable Gilda la China, que me llevó a mis primeros concursos literarios; todas mujeres negras, cultas, que lo mismo te enseñaban a leer que escribían una obra de teatro, la montaban con sus alumnos y la dirigían.
Recuerdo con afecto a los profes de Historia, Julio Páez y Rafael el gordo, que ayudaron con sus excelentes clases a definir mi vocación. A estos sumaría nombres como los de Olga Montenegro, de Geografía; Crespo el matemático; Carlos el de Biología; el profe de Marxismo, bautizado como «el marxista» por los alumnos y del cual no recuerdo el nombre; Carabeo el de Física, ya fallecido, Oribe el de Educación Física, Arguelles, Susarte y otros muchos.
Hacia ese lugar, al que tanto debo, se enfoca una reciente campaña contra La Joven Cuba.
En reunión de hace unas semanas con los militantes del núcleo del Partido del preuniversitario de Jovellanos, se hizo un llamado a los maestros para que no accedieran a los artículos publicados en ese medio pues, según el funcionario, eran «una crítica ácida» y «puro diversionismo ideológico».
En los mismos días, otro funcionario de Matanzas se reunió con los profesores de Historia del municipio e insistió en el peligro que supone leer un medio como LJC. Se refirió igualmente a lo irrespetuoso de tomar el nombre de una organización creada por Guiteras «para fines muy contrarios».
Ese tipo de orientaciones admite un verdadero cambio de época. Cuando era joven recuerdo que en los círculos políticos se instaba a leer los textos considerados portadores de diversionismo ideológico, incluso se dedicaba un espacio a su análisis en cada reunión mensual de la UJC o la FEU.
La consigna de aquellos años era: «La Revolución no te dice cree, te dice lee». Mucha agua ha pasado bajo los puentes. Los funcionarios del aparato ideológico actual no se arriesgan a tanto. Desacertados en su apreciación de la realidad, con una visión deformada por su prepotencia y con escasos argumentos, han comprendido que es difícil ser censores cuando ya no pueden controlar la esfera digital. Apuestan entonces porque las personas se autocensuren. No leer, no conocer, es su consejo. Los prefieren con ojos cerrados a los cambios, calculando tal vez, como dice el viejo refrán, que «en tierra de ciegos el tuerto es rey».
Deberían estudiar mejor la psicología humana.
No hay nada que atraiga más que lo prohibido, sobre todo cuando sospechas que te ocultan verdades. Ahora resulta que, gracias a esos funcionarios, algunos de mis coterráneos descubrieron que existe un medio llamado LJC… y sienten curiosidad. En consecuencia, he debido explicarles a varios de mis amigos cómo suscribirse a LJC, que además cuenta también con diversas plataformas en Facebook, WhatsApp o Telegram.
Es para agradecer la publicidad negativa que nos están ofreciendo los guardianes de la fe, muy efectiva para darnos a conocer y además gratuita. Quizás al abnegado y tozudo empeño del aparato ideológico en la provincia de Matanzas —y posiblemente en otras— se deba el modo sostenido en que estamos aumentando en visitas. En el gráfico siguiente puede apreciarse el resultado de la censura.
Posicionamiento de LJC en el ranking mundial el último mes. Fuente: Alexa
Cuando empecé a escribir en LJC me preocupaba que fuéramos más visibles desde otros países que desde el nuestro. Hoy me satisface constatar que somos ampliamente conocidos dentro de Cuba por compatriotas de diversas generaciones, profesiones y posiciones políticas. Lo que para algunos comenzó como curiosidad se ha convertido en costumbre. La calidad de los debates del foro ha crecido, estos se enfocan en los textos publicados y ya no tanto en discusiones intrascendentes sobre futbol, en bromas personales y ofensas, como ocurría en otros tiempos.
Es la realidad que vivimos y el modo torpe y contradictorio de explicarla por los que dirigen el país lo que crea dudas en las personas. Ahora las opiniones propias se definen y muchas veces se contraponen a las opiniones oficiales. Acusar de «diversionismo ideológico» fue un recurso usual en los setenta. Aquí tienen una imagen que promueve un seminario sobre el tema que tuvo lugar en el año 1974.
Foto: Cuba Material
Se entendía como diversionista cualquier acción o idea que las autoridades consideraran capaces de confundir y que lograra desviar la atención de la masa respecto a los intereses valorados como revolucionarios. En aquella etapa, ser etiquetado como diversionista era muy fácil. Bastaba con llevar el pelo largo, los pantalones ajustados o escuchar música rock, incluso leer determinada literatura.
En la actualidad el término es menos usual entre la gente pero sigue formando parte del argot interno del aparato. Ya no interesa el peinado, la ropa o lo que leas; ahora se presta atención a lo que digas o lo que escribas, especialmente si lo haces en medios periodísticos alternativos o en las redes sociales. Malas noticias para los censores: cada vez crece el número de diversionistas en la Isla; serlo es prácticamente una identidad nacional.
Y respecto a los funcionarios que consideran irrespetuoso el uso del nombre La Joven Cuba, organización creada por Tony Guiteras para organizar la lucha revolucionaria en los años treinta, quisiera recomendarles un estudio más profundo de esa figura y su época. En la entrevista que concedió Juan Marinello, poco antes de su muerte, al periodista Luis Báez, enumera a los jóvenes valiosos que surgieron en las décadas del veinte y treinta del pasado siglo y no menciona al fundador de LJC. A una pregunta del entrevistador sobre tal omisión, responde: «Guiteras fue un gran revolucionario. Nosotros lo respetamos siempre, pero no lo he citado ahora porque me he referido a los que cumplían las orientaciones del Partido Comunista, que no fue su caso». [1]Tampoco es el nuestro, así que el nombre está muy bien elegido.
[1] Luis Báez: Conversaciones con Juan Marinello, Casa Editora abril, 2006.
53 comentarios
Los comentarios están cerrados.
Agregar comentario