Llevo muchos días intentando sentarme a escribir, mi estado de ánimo no es bueno. Nunca me interesó ser parte integrante de un grupo de manera absoluta, pero el hecho de haber pertenecido a algunas instituciones me otorgó cierto sentido de pertenencia a algo, aunque todo fue, al final, una ilusión. Los intelectuales por lo general cuestionan el mundo, pero pocos analizan al mundo intelectual.
Hace meses me llamaron por teléfono para ser parte de un equipo que acompañará con sus comentarios la exhibición de una miniserie, prevista para estrenar en el período vacacional de verano. Los capítulos tratan acerca del feminismo en EE.UU. durante los años setenta del siglo XX, su nombre: Mrs. América.
En una primera reunión de preparación, me asignaron comentar el 2do y el 7mo episodios del serial televisivo. Para que estuviéramos comunicados, fue conformado ese día un grupo de WhatsApp por donde recibiríamos las informaciones de la Directora, que coordinaría los días en que nos tocaría grabar. Pasó un tiempo y comentan por esa vía que ya las personas implicadas conocían la fecha de su grabación, pues recibieron el cronograma de trabajo.
Resulta que, sin yo saberlo, fui excluida de la futura presentación, cosa que no me molestó, al contrario, significó un alivio. Lo que resulta bochornoso es la manera insultante del procedimiento que se utilizó para cancelar la invitación. Como mismo me molestaron, pues vinieron a mi casa para que revisara el material completo y me hicieron perder una tarde en una reunión de coordinación, pudieron haberme llamado por teléfono y explicarme. Eso se llama respeto, ética profesional, decencia.
Ante la pregunta que le hice a la directora del programa, el pretexto fue que sobraban personas, lo que me pareció una argumentación burda pues por mí pusieron a otra especialista que no había sido invitada inicialmente. ¿Por qué no explicarme la verdadera causa de la exclusión?
Hay algunas cuestiones que me gustaría analizar sobre el tema de la censura. En primer lugar, le diría a la dirección del programa que deberían haber realizado un trabajo previo de invitación selectiva (y de rechazo). Según el sociólogo Pierre Bourdieu, «la peor censura es la ausencia; las palabras de los ausentes se excluyen de manera invisible».
La noche oscura de lo humano
Haber firmado el Manifiesto contra el silencio, por la justicia, con el objetivo de pedir la liberación de presos políticos, y que mi nombre apareciera en una lista por la televisión, no es motivo —o no debiera serlo— para invalidar una participación en un medio de comunicación. Si me lo piden hoy, y aún dentro de diez años si viviera, lo volvería a rubricar. Ignoro si esa fue la razón del descarte, tal vez. También puede que ya no me consideren feminista pues no pertenezco al grupo donde sus integrantes siempre se ven la cara en cada encuentro, quizá por ello aplicaron el desdén de las compuertas.
La mexicana Marta Lamas utiliza la palabra feministómetro para considerar quién es y quién no es feminista, lo cual tiene que ver más que con cuestiones políticas e ideológicas, con cuestiones personales. Es el instrumento ideal para ser parte del «barullo» feminista. Escuché una intervención de esta antropóloga a propósito de su libro Dolor y Política. A ella misma una vez, en un aula de la UNAM, le prohibieron entrar cuando iba a impartir una conferencia, pues la acusaron de ser integrante del neo-patriarcado.
En esta exposición, que podemos encontrar en Youtube, utiliza la frase «razón arrogante» para denominar esas actitudes violentas, que se encuentran muy lejos de la sororidad que propone un pensamiento partidario de la equidad y la justicia. Además, la teórica confirma la propuesta de algunas autoras que hablan de la necesidad de un feminismo crítico en continúo aprendizaje y en estado de alerta.
Me pregunto si todo ese grupo que me excluyó está consciente, no solo en abstracto, de que no existe un solo feminismo, que este, si es coherente con su historia, debe respetar la diferencia y lo político está dentro de esa divergencia. Lo importante es estimular el disenso, el debate, la discrepancia y no practicar, cuando les conviene, la política del silencio.
Cito algunos versos de la escritora española Ángela Figuera Aymerich.
No quiero
que la tierra se parta en porciones,
que en el mar se establezcan dominios,
que en el aire se agiten banderas
que en los trajes se pongan señales.
No quiero
que mi hijo desfile,
que los hijos de madre desfilen
con fusil y con muerte en el hombro;
que jamás se disparen fusiles
que jamás se fabriquen fusiles
No quiero
que me manden Fulano y Mengano,
que me fisgue el vecino de enfrente,
que me pongan carteles y sellos
que decreten lo que es poesía.
No quiero amar en secreto,
llorar en secreto
cantar en secreto
No quiero
que me tapen la boca
cuando digo NO QUIERO
Ángela Figuera Aymerich
Los académicos y académicas se la pasan impartiendo conferencias, hacen intervenciones en múltiples eventos, pero no se exponen mucho. Sin embargo, hay algunos que hacen escandaloso algo que ya sabemos acerca de las cosas de la vida, de la cotidianidad, de la cruda realidad. Cuando a alguien se le ocurre discrepar así, desentonar, se convierte en un sujeto inoportuno y, por ello, se rompe la relación de connivencia.
Una de las frases más tristes de la historia la dijo Baruch de Spinoza: «no hay fuerza intrínseca de la idea verdadera», ello significa que la verdad es muy débil, muy frágil. Los que nos dedicamos a hablar, enseñar, escribir, tenemos una tarea esencial en esos quehaceres: el deber de comunicar la verdad.
Hay un texto que para mí ha resultado de importancia capital, se trata de una biografía de Hannah Arendt. Esta filósofa alemana tenía una noción muy elevada de la amistad, sin embargo, colocaba a un lado a aquellas personas que solo se preocupaban de sí mismas. Durante la etapa de la Segunda Guerra Mundial, en la autora de la obra maestra Los orígenes del totalitarismo se fraguó una fuerte aversión hacia los intelectuales elitistas y oportunistas. Sus amigos eran considerados outsiders, al margen, extraños, a veces por elección y otras por destino. Arendt consideraba que el inconformismo social era condición sine qua non del logro intelectual.
En estos días se presenta una telenovela cubana (Tan lejos y tan cerca) que es digna de ver, pues recrea la primera etapa de la pandemia en el país, entre otras sub-tramas. Solo algo me incomodó en ella, es la parte donde algunos personajes hablan de las colas, incluso colocan a dos parejas escondidas en árboles de madrugada, pues en ese tiempo a quien encontraban en la calle a esa hora era multado por la policía, aunque el motivo fuera adquirir en la mañana algún producto alimenticio. Lo sorprendente es la manera jocosa, cordial, alegre incluso, en que los actores presentan la terrible realidad actual.
Es obvio que si la guionista explicitara tal cual la terrible situación que se vive, la novela no hubiera salido al aire. No se trata de reflejar en la pantalla un realismo chismoso, pero otra cosa es suavizarlo de manera que hacer fila para lo más mínimo, resulte un hecho pintoresco. Claro que el arte no puede, ni debe, reproducir fotográficamente lo cotidiano, eso se sabe; pero el mensaje que llega a los espectadores es la naturalización de algo cruel para una gran parte de la sociedad.
Flor Loynaz desplegó una clase magistral de vínculo entre arte y realidad con sentido crítico cuando escribió estos versos en los que aludía a la escasez: A una hoja de papel que me regaló Dulce María,// regalo inconcebible en estos tiempos.
El 18 de mayo pasado falleció en Medellín, Colombia, el ensayista y profesor cubano Esteban Morales Domínguez. Muchas personas e instituciones en el país reaccionaron a este lamentable hecho por la rica trayectoria del destacado investigador, quien fuera miembro de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), director por muchos años del Centro de Estudios sobre Estados Unidos (CESEU), profesor titular de la Universidad de La Habana, etc.
Esteban Morales Domínguez
No obstante, fui testigo del severo silencio y aislamiento al que fuera sometido durante un tiempo por atreverse a decir lo que pensaba acerca de la corrupción presente a altos niveles en Cuba. Por eso me sorprendió tanto el desbordamiento de pesar ante la muerte del eminente intelectual.
Como he abordado el tema de la muerte, menciono también la del querido investigador Jorge Lozano, especialista en la obra martiana. El día antes de que falleciera, mucha gente lo pudo escuchar en el programa televisivo Mesa Redonda dedicado al Apóstol. Al día siguiente, en camino hacia una cafetería cercana a su casa, sufrió un infarto y cayó fulminado en la calle. Allí permaneció tirado largo rato, hasta que apareció el transporte adecuado para trasladarlo.
En ese lapso, alguien fue a buscar una sábana al policlínico más cercano, ningún muerto merece estar al descubierto como espectáculo público. El centro sanitario se negó a entregarla para cumplir un acto de respeto, pues era «medio básico» de esa instalación. ¡Qué ironía! Esa indiferencia fue una forma, específica y burocrática, de mancillar el cadáver de quien fuera un profundo estudioso de la figura de Martí.
Max Weber, el conocido sociólogo alemán, se irritaba cuando constataba una tendencia en algunos profesores a elegir colegas mediocres para nombramientos académicos. También aborreció el servilismo político y la timidez que obstaculizaban la candidatura de sabios con convicciones socialdemócratas. Por esta razón, apoyó a Robert Michels, quien fuera rechazado por las universidades alemanas y no tuvo más remedio que buscar trabajo en el extranjero. Después, el discípulo de Weber se colocaría al lado del fascismo, pero hay algo digno de atender en su obra: todo partido político se convierte en un fin en sí mismo.
Cuando elogia el cuaderno Metralla, de la escritora holguinera Zulema Gutiérrez, dice el poeta Ghabriel Pérez, también oriundo de esa ciudad, que estamos ante la generación cubana de mayor paz interior, pues ha sido la menos cómplice, la más cívica.
Otro hecho significativo, digno de reflexión, es la palabra gritada al unísono por los espectadores presentes en un concierto celebrado en el Coliseo de la Ciudad Deportiva durante la celebración del Festival Habana World Music: ¡Libertad! Los científicos sociales deben concientizar que esto constituyó un mensaje que, aclamado de manera espontánea, tuvo poder vivificante, porque tan solo su anhelo refresca, sana e ilumina todo. Como dijera José Martí: ¡Libertad, es tu hora de llegada! […] Ese ruido es el del triunfo que descansa. Hay que vivir con los tiempos y no contra ellos.
Un conocido comunicador y abogado exhibió una muestra de cárceles cubanas donde algunos privados de libertad expusieron las maravillosas posibilidades de estos establecimientos. En Cuba se sabe muy bien que esa caracterización del sistema carcelario es en su mayoría falsa. Un ejemplo de tal fingimiento: nada más que trasladar a un presidiario de una provincia a otra del país, es ya un inmenso castigo a él y su familia, por las condiciones deplorables del transporte en Cuba. Todas estas cuestiones deben estar en la agenda de los intelectuales.
En Cuba se sabe muy bien que esa caracterización del sistema carcelario es en su mayoría falsa.
En una ocasión tuve la oportunidad de asistir a una de las reuniones de la UNEAC en la sección de escritores. Quedé sorprendida al escuchar a ese grupo defender con mucha energía sus intereses, como lo poco que se paga por derecho de autor, también criticaron el funcionamiento de la organización; cualquiera expresaba abiertamente el malestar que sentían por situaciones que les preocupaban dentro del ámbito de su sección.
Sin embargo, no me ha llegado que como colectivo asuman un compromiso con la nación (que no sean arengas revolucionarias), así como con la pobreza, las desigualdades, la injusticia. No pido inmolación, pero es una vergüenza la aparente neutralidad hipócrita. Ante este mundo de deshonestos, oportunistas, de los neuróticos del figurar, del pretendido éxito; ante el afán de sentirse ganador, opto por la esperanza.
Hace poco asistí al acto de graduación de los estudiantes que culminaron su carrera en el Instituto de Estudios Eclesiásticos Padre Félix Varela. A mi lado se sentó una muchacha que fue mi alumna, ahora es profesora de la institución en que estudió y hace su doctorado actualmente en Italia. No tuvimos esa cercanía estrecha que a veces se establece entre profesor-alumno. Pero en ese momento fue muy especial conmigo. Le comenté que no sabía si continuaría en la docencia, pues ya me sentía cansada. Con seguridad objetó: Profe, usted nunca se va a ir de aquí. Aunque no imparta más clases, usted siempre va a ser de aquí.
Llegó el momento de la foto conjunta. Ella se levantó para ubicarse donde ya se congregaban los graduados, los profesores y la dirección del Instituto. Quise evadir ese momento, no soy nada fotogénica. «Pues si Ud. no va, yo tampoco me retrato», expresó de manera categórica. Quedé tan sorprendida que acepté. Lo que no sabe la talentosa profesora, es que con su luz, su dulzura, su prudencia, salí con mucha paz de ese recinto.
Sabe muy bien que la grandeza no viene del espectáculo, sino de la profundidad insondable de los vastos pensamientos, y de la levedad inmensa de un gesto. Ya me puedo alejar definitivamente, ese día ha pasado a formar una parte importante del premio mayor que determinadas personas me han otorgado.
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