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Stalin

Rusia

Rusia: el otro imperialismo

por Mauricio De Miranda Parrondo 4 marzo 2022
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

En su milenaria historia, Rusia pasó de un principado que reunió diversas tribus eslavas orientales a fines del siglo IX —que comenzó con la Rus de Kiev—,y después se fragmentó en varios estados que cayeron bajo hegemonía mongola, hasta la conformación de un gran imperio consolidado en torno al principado de Moscovia. Este último fue convertido a su vez en Zarato, durante el gobierno de Ivan IV El Terrible, en 1547, y proclamado imperio por Pedro I El Grande en 1721.

A diferencia de otros imperios, el ruso no fue ultramarino. Unificó primero las tierras rusas y luego conquistó y colonizó territorios de otros pueblos, hasta construir el Estado de mayor extensión territorial no ultramarino desde el siglo XVIII.

La revolución bolchevique y la cuestión nacional

Cuando se produjo la revolución bolchevique, una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la «Declaración de los Derechos de los Pueblos de Rusia», firmada por Lenin el 15 de noviembre de 1917 (según el calendario gregoriano), solo una semana después de asumir el poder. En ella se proclamaron: 1) la igualdad y soberanía para los pueblos de Rusia; 2) el derecho a libre determinación, incluyendo la independencia; 3) la abolición de todos los privilegios y restricciones nacionales y religiosas; y 4) el libre desarrollo de las minorías nacionales y los grupos étnicos que hacían parte del territorio del Imperio.

Este decreto garantizó el apoyo de varias minorías nacionales al bolchevismo en la Guerra Civil, debido a que las fuerzas pro-zaristas y de los llamados «rusos blancos» no apoyaban la autodeterminación de los pueblos no rusos del imperio.

En consecuencia, se produjo la independencia de Finlandia, República Popular de Ucrania (que incluso firmó su propio Tratado de Brest-Litovsk), Moldavia (que se integró a Rumanía), Lituania, Estonia, Letonia, la República Democrática Federal de Transcaucasia (formada por Georgia, Armenia y Azerbaiyán), Polonia y Bielorrusia.

Rusia (2)

(Wikimedia Commons)

Poco después de la toma del poder por los bolcheviques, estallaron la Guerra Civil (1918-1921) y la guerra polaco-soviética (1919-1921). Como resultado de ellas, los bolcheviques retomaron el control de la mayoría de los territorios independizados, con excepción de Finlandia, Polonia, Lituania, Letonia y Estonia.

En particular, como consecuencia de la guerra entre la Rusia Soviética y Polonia, Ucrania fue dividida. En manos polacas quedó su zona occidental, formada por las actuales provincias de Volynia, Leópolis, Ternópil, gran parte de la actual provincia de Ivano-Frankivsk, y casi la mitad de Rivne. El resto del territorio quedó en manos rusas, en él se constituyó la República Socialista Soviética de Ucrania en 1919, después que las fuerzas nacionalistas ucranianas perdieron el apoyo de los imperios centrales derrotados en la Primera Guerra Mundial.

Entre 1920 y 1921, como efecto de la Guerra Civil, se estableció el dominio soviético en los territorios del Cáucaso y se constituyó la República Socialista Soviética Federativa de Transcaucausia, formada por Armenia, Azerbaiyán y Georgia.

En diciembre de 1922, las repúblicas soviéticas de Rusia —que incluía a los territorios del antiguo Turquestán ruso dentro de la Federación—, Ucrania, Bielorrusia y Transcaucasia, formaron la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

A las repúblicas federadas se les otorgó el derecho a la autodeterminación desde el inicio, lo que sería ratificado en las constituciones de 1936 y 1977. Se suponía que ello significaba una unión libre de pueblos, representada en un nuevo tipo de Estado. Desafortunadamente, ese Estado carecía de democracia, lo cual facilitó que primara el «chovinismo gran ruso», como catalogaba Lenin la actitud de los bolcheviques que pretendían restablecer las estructuras de dominación rusa de los tiempos del imperio.

El imperialismo soviético

Para Lenin tenía un inmenso valor el principio de autodeterminación de los pueblos, de forma que no fuera la opresión «gran rusa» la base de su permanencia dentro del Estado socialista. Por eso criticó severamente a Stalin, Dzerzhinski y Orzhonikidze a raíz del «asunto georgiano», y en una nota fechada el 30 de diciembre de 1922 se preguntaba: «¿No será de ese mismo aparato ruso que, como indicaba ya en uno de los anteriores números de mi diario, hemos tomado del zarismo, habiéndonos limitado a ungirlo ligeramente con el óleo soviético?».

Más adelante insiste: «Yo creo que en este asunto han ejercido una influencia fatal las prisas y los afanes administrativos de Stalin, así como su saña contra el decantado “social-nacionalismo”. De ordinario, la saña siempre ejerce en política el peor papel». Y finaliza la nota: «A este respecto se plantea ya un importante problema de principio: cómo comprender el internacionalismo».

Stalin se las agenció para hacerse con el poder en la URSS tras la muerte de Lenin. Después de neutralizar e incluso expulsar a Trotski, fue traicionando a sus sucesivos aliados: Zinóviev, Kámenev, Bujarin, Rykov, hasta conformar una dirigencia plegada sumisamente a sus designios y convertirse, en la práctica, en un nuevo zar. Bajo su gobierno se impulsó la rusificación del país, lo que resulta paradójico dado su origen georgiano.

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Joachim von Ribbentrop (izq.), Stalin y Viacheslav Mólotov (primero a la der.) durante la firma del acuerdo el 23 de agosto de 1939.

Luego del pacto Mólotov-Ribbentrop de 1939, la URSS invadió Polonia dieciséis días después de que Alemania hiciera lo mismo. Ante el Soviet Supremo de la URSS, Mólotov afirmó: «Un golpe corto del Ejército alemán y otro del Ejército Rojo, fueron suficientes para aniquilar esta fea criatura del Tratado de Versalles». (1) En 1940 la URSS, amparada en el referido pacto, invadió Moldavia, Lituania, Letonia, Estonia y Finlandia. De todos estos territorios únicamente no pudo anexarse al último, pero le arrebató parte del istmo de Carelia.

Durante y después de la Segunda Guerra Mundial, en la medida que el Ejército soviético recuperaba territorios, Stalin ordenó la deportación de millones de ciudadanos pertenecientes a diversas etnias, acusados en la mayor parte de los casos de «colaboración con el enemigo». Los alemanes del Volga, calmucos, chechenos, ingushes, tártaros de Crimea, turcos mesjetianos y balakarios; fueron deportados de sus tierras ancestrales y reubicados en territorios de Asia Central y Siberia. Miles perdieron la vida en travesía hacia los destinos impuestos. A la muerte de Stalin se reversó la medida y algunos regresaron a sus regiones de origen.

Concluida la Segunda Guerra Mundial, las fronteras de la URSS como potencia vencedora se establecieron en la mayor parte del territorio que antes constituyera el imperio ruso. Incluso, fueron sumados los llamados Cárpatos Ucranianos (actual provincia de Zakarpatia) arrebatados a Checoslovaquia, y aunque formalmente las repúblicas tenían derecho a separarse de la Unión, se reforzaron los poderes del centro. Adicionalmente, resultado de los Acuerdos de Yalta entre Stalin, Roosevelt y Churchill; la Unión Soviética logró establecer esferas de influencia en Europa Central y Oriental, supuestamente para garantizar su seguridad futura.

Sin embargo, de la garantía de seguridad se pasó a la dominación directa de Alemania Oriental, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Bulgaria y Rumanía. Y esto no incluyó a Yugoslavia porque el presidente Tito se negó a cumplir órdenes de Stalin y el país fue expulsado del Buró de Información de los Partidos Comunistas y Obreros (Kominform).

En los países convertidos en satélites se impuso el sistema político totalitario comunista y el sistema de administración centralizada de la economía, se limitó la soberanía nacional al punto de colocar los intereses políticos y estratégicos de la Unión Soviética —a los que eufemísticamente se denominaba «de la comunidad socialista»— por encima de sus intereses nacionales. Lo que en teoría debió ser la expresión internacionalista de los pueblos de esos países, en realidad fue la confabulación de sus grupos dirigentes al servicio del Kremlin.

Por esas razones, ante la impotencia del resto del mundo, tropas soviéticas intervinieron en Berlín Oriental en 1953 para aplastar con sus tanques las protestas populares en respuesta a las excesivas normas de producción impuestas por los burócratas comunistas de Alemania Oriental, contra la escasez de bienes de consumo y la inflación.

En 1956 invadieron Hungría con el fin de impedir su decisión soberana de proclamar la neutralidad y abandonar el Pacto de Varsovia. En 1968 hicieron lo mismo en Checoslovaquia con el objetivo de imposibilitar las reformas de la dirigencia del Partido Comunista y el gobierno de ese país, orientadas a democratizar la sociedad y construir un «socialismo con rostro humano». En 1980 amenazaron a la dirigencia polaca con la invasión, en medio de las protestas generadas por el sindicato independiente Solidaridad.

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Lech Walesa, cofundador de Solidaridad y exmandatario de Polonia, durante la campaña para las presidenciales en 1989. (Foto: Reuters)

Las libertades establecidas durante la Perestroika y la Glasnost, destaparon varias «Cajas de Pandora». Una de ellas fue la ficción de un país construido sobre la base de la igualdad y la hermandad entre las diversas nacionalidades.

Los pueblos de las repúblicas bálticas clamaron por la independencia que ya habían tenido entre las dos guerras mundiales; reaparecieron las posiciones nacionalistas e independentistas de las naciones no rusas, especialmente los ucranianos, georgianos y armenios; así como de ciertos pueblos incorporados dentro de algunas de las repúblicas: los chechenos y los daguestanos dentro de Rusia, los rusos del Donbás dentro de Ucrania, los osetios del sur y los abjasios dentro de Georgia y los armenios del Alto Karabaj dentro de Azerbaiyán; entre otros.

Aún no había desaparecido la URSS y ya había guerra entre armenios y azeríes por el Alto Karabaj. Luego de la disolución de la Unión estallaron diversos conflictos étnicos, en varios de ellos ha intervenido Rusia para asegurar su posición dominante en la región.

El nuevo imperialismo ruso

Tras la desintegración de la URSS se agudizaron los conflictos entre las nuevas repúblicas soberanas y al interior de algunas de ellas.

El sistema de administración centralizada dio paso a una economía de mercado inspirada en el modelo neoliberal, en el que se produjo una alianza entre antiguos funcionarios y elementos del crimen organizado, que se apropiaron de la mayor parte de las antiguas empresas públicas y construyeron oligarquías. En la mayor parte de las repúblicas los grupos de poder mutaron de comunistas a ultra-nacionalistas, muchos adoptaron las posturas confesionales mayoritarias, reemplazando el poder de convocatoria de la ideología marxista por el de la religión predominante.

A pesar de que, desde el punto de vista internacional Rusia heredó el lugar de la URSS en el sistema de relaciones internacionales, quedó muy debilitada, no solo por la pérdida de poder político y militar, sino también por la debacle económica. Entre 1993 y 1999, el producto interior bruto (PIB) tuvo una contracción promedio anual del 4%, (2) y el PIB per cápita  —a precios constantes de 2015— pasó 6.398 USD en 1992 a 4.855 en 1999. La debacle económica de Rusia y todas las repúblicas exsoviéticas se reflejó en un incremento notable de la pobreza y las desigualdades sociales.

A partir de la renuncia de Yeltsin, el último día de 1999, y el comienzo de la «era Putin», comenzó el proceso para eliminar la escasa democracia alcanzada previamente en aras de «ordenar» el país. Para ello, resultaba imprescindible mejorar la economía y fortalecer el poderío militar de Rusia encaminada a recuperar el lugar perdido como gran potencia militar.

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Los cosacos erigen un busto de Putin como un emperador romano (Foto: Maxim Zmeyev/Reuters)

Putin lleva veintidós años en el poder, dieciocho de ellos como presidente (2000-2008 y a partir de 2012) y cuatro como primer ministro (2008-2012). En ese tiempo ha superado en gran medida la debilidad heredada por la desintegración de la URSS.

El PIB tuvo un crecimiento promedio anual del 5,4% en el período 2000-2009, pero se ralentizó en 2010-2019 a solo 1,9%.(3) En 2020, por los efectos de la pandemia, se contrajo a -3,0%. El PIB per cápita, medido a precios constates de 2015, pasó de 5.362 USD en 2000 a 9.935 en 2019 para caer a 9.633 en 2020.

Las relaciones comerciales se diversificaron desde el punto de vista geográfico, si bien su principal socio comercial es claramente China, que en 2020 representó el 14,5% de las exportaciones y el 23,7% de las importaciones.(4) En cambio, desde el punto de vista de la estructura mercantil las exportaciones se mantienen concentradas en las materias primas, especialmente los combustibles, que representan el 42% del total, las materias no especificadas un 11%, fundición de hierro y acero 4,7%, oro 5,5%, cereales 2,7%, platino 2,3%.

Rusia es un importante actor en las exportaciones mundiales de materias primas, algunas de ellas de importancia estratégica. No obstante, depende considerablemente de las importaciones de maquinarias, equipos y bienes industriales de alta tecnología.

Su poderío militar ha crecido notablemente y ha desarrollado armamentos de nueva generación. Un informe reciente divulgado por CNN, que reúne diversas fuentes —entre ellas Stockholm International Peace Research Institute (SIPIRI), el Banco Mundial, Global Firepower y CIA World Factbook—; muestra que mientras Estados Unidos destina al gasto militar el 3,52% del PIB, Rusia destina el 4,2%.

Rusia supera a Estados Unidos en el total de armas nucleares, pero está por debajo en armas desplegadas; supera a EE.UU. en tanques y en buques de guerra, mientras está por debajo en aviones de combate y en el total de tropas en activo (Padinger, 2022).

El sistema político ruso, que nunca fue plenamente democrático, se ha ido transformando de un régimen autoritario a uno cada vez más autocrático, centrado en el poder personal de Vladimir Putin. Se han introducido modificaciones constitucionales para reforzar los poderes del presidente. Mientras, la oposición es reprimida, tanto usando subterfugios jurídicos como de forma cada vez más evidente y abierta. Varios líderes opositores han sido asesinados o se ha intentado hacerlo, sin que esos crímenes hayan sido resueltos.

Mediante la represión militar se ha puesto fin a los conflictos separatistas dentro de la Federación Rusa. Pero al mismo tiempo, Rusia ha intervenido en conflictos regionales ocurridos en varias de las antiguas repúblicas soviéticas. Intervino militarmente en el conflicto georgiano-abjasio del lado de las fuerzas separatistas abjasias y mantiene tropas de ocupación en la región.

Del mismo modo actuó en el conflicto georgiano-osetio, al lado de las fuerzas separatistas de Osetia del Sur. Como resultado, tropas rusas ocupan ilegalmente parte del territorio de Georgia, que es un Estado independiente y cuyas fronteras nacionales reconocidas son las de la antigua república socialista soviética.

Recientemente sus fuerzas armadas fueron decisivas en la represión de las protestas populares contra el gobierno autoritario de Kazajistán. Asimismo ofreció ayuda militar a su aliado bielorruso Lukashenko que denunció sin pruebas la participación de la OTAN en las protestas populares contra el supuesto fraude electoral que le permitió continuar en el poder.

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Lukashenko y Putin (Foto: CNN)

Sin embargo, ha sido en Ucrania, donde el nuevo imperialismo ruso ha mostrado mayor virulencia. Ha exigido a los diversos gobiernos ucranianos, primero, que el país no ingrese a la Unión Europea, lo que motivó las protestas del llamado Euromaidán a fines de 2013 y principios de 2014.

Ellas condujeron a la renuncia de su aliado Yanukóvich y, al mismo tiempo, a la invasión y posterior anexión de la península de Crimea y a la proclamación de repúblicas separatistas en las provincias de Donetsk y Lugansk, pertenecientes a la región del Donbás, rica en carbón, hierro, lignito, antracita y hulla bituminosa; y más recientemente que el país no ingresara a la OTAN. Ante la negativa de la OTAN de rechazar la solicitud de membresía de Ucrania, Putin ordenó una invasión general al país vecino, iniciando una guerra que ya lleva una semana.

Rusia afirma sentirse amenazada ante la expansión hacia el Este de la alianza militar noratlántica, liderada por Estados Unidos, a partir de la inclusión en dicho bloque militar de las tres repúblicas exsoviéticas del Báltico y de los antiguos países del bloque soviético. Estos países, por su parte, solicitaron su adhesión a la OTAN ante el temor ocasionado por el rearme ruso, además de una historia de conflictos geopolíticos con la gran potencia euroasiática.

Por estas razones resulta imprescindible lograr un alto al fuego que respete la integridad territorial e institucional de Ucrania, así como la convocatoria a una nueva conferencia internacional sobre seguridad en Europa, que establezca las condiciones para evitar el estallido de una nueva guerra.

La lógica imperialista de las esferas de influencia conduce siempre a la guerra, y en las actuales condiciones de un mundo con armas nucleares desplegadas en diversos países, un conflicto armado puede significar la destrucción de la humanidad.

***

(1) Robert Tucker: (1990) Stalin in Power: The Revolution from Above, 1928-1941. New York, W. W. Norton & Company, 1990, p. 612.

(2) Cálculos del autor con base a estadísticas de la UNCTAD (2022).

(3) Cálculos del autor con base a UNCTAD (2022).

(4) Cálculos del autor con base a Trademap (2022).

4 marzo 2022 70 comentarios 4k vistas
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Socialismo (1)

La crisis del socialismo «realmente existente»

por Mauricio De Miranda Parrondo 3 septiembre 2021
escrito por Mauricio De Miranda Parrondo

Hace más de tres décadas ocurrió el derrumbe del «socialismo realmente existente» y en unos meses se cumplirán treinta años de la disolución de la Unión Soviética (URSS) y, en consecuencia, del llamado «sistema socialista de economía mundial». Si nos atenemos a un análisis marxista, es necesario profundizar en las contradicciones internas del sistema y en los factores de crisis que existieron  desde su comienzo y se agravaron en la medida que se volvía inamovible su estructura económica, social y política.

Este análisis resulta especialmente pertinente para el caso de Cuba, enfrascada en una profunda crisis económica de carácter estructural y que, aunque no se quiera reconocer oficialmente, también muestra los primeros signos de una crisis política y social.

El «socialismo realmente existente»

El sistema impuesto en la Rusia Bolchevique, y luego copiado con algunas variantes nacionales en otros países, se diferencia en gran medida del que, en líneas generales, habían esbozado Marx y Engels. Sin embargo, vale la pena mencionar que el socialismo del que hablaron los pensadores alemanes no es necesariamente el único. Desde el siglo XIX el pensamiento socialista se ha desarrollado en diversas vertientes más o menos radicales, entre las que se destacan la comunista, la socialdemócrata e incluso la social-liberal.

El materialismo histórico marxista, si bien con excesivo determinismo, ha sugerido que la mayor parte de los sistemas socio-económicos se han gestado dentro de sistemas precedentes. Sin embargo, de acuerdo con esa teoría, el socialismo no se gestaría en el seno del capitalismo, pero su necesidad resultaba del desarrollo de las contradicciones en ese sistema, especialmente la existente entre el carácter cada vez más social de la producción y el carácter cada vez más privado de la propiedad. De aquí que Marx y Engels suponían que el socialismo se establecería primero en los países capitalistas más avanzados y de manera simultánea. Esto no fue lo que ocurrió.

Socialismo (2)

El «socialismo realmente existente» se ha caracterizado por la persistente insatisfacción de las necesidades materiales de la sociedad. (Foto: David Sholomovich/Sputnik )

Lenin y los bolcheviques forzaron, de forma implacable, el establecimiento del socialismo en Rusia, el «eslabón más débil» del capitalismo, un país económicamente atrasado, con fuertes reminiscencias pre-capitalistas, gran parte de la población dedicada a la actividad agropecuaria y cuyas demandas sociales estaban muy lejos del socialismo. El líder bolchevique interpretó adecuadamente la existencia de una «situación revolucionaria» para provocar el derrocamiento del gobierno provisional y la toma del poder, e imponer la transformación radical de la sociedad rusa y el salto a un sistema socialista sin haber completado el desarrollo del capitalismo.

Bajo el régimen de Stalin se erigió en plenitud el «socialismo realmente existente», para usar el concepto de Rudolf Bahro (1977) que luego fue replicado en Europa Oriental y, en sus rasgos esenciales, en China, Vietnam, Laos, Corea del Norte y Cuba, aunque con determinadas particularidades.

En lo económico, los rasgos fundamentales de este sistema podrían definirse como:

1) Estatización de los medios de producción fundamentales, especialmente la industria, la mayor parte de los servicios y el comercio; 2) administración centralizada de la economía; monopolio de la banca, el comercio exterior y el comercio mayorista y minorista, y control estatal de precios y salarios; 3) estatización y/o colectivización de la agricultura, excepto en Polonia; y 4) desarrollo estratégico enfocado en la industria pesada —incluso en los casos en los que no existía una tradición industrial—, lo cual produjo el subdesarrollo relativo de la industria productora de bienes de consumo y de la agricultura.

Desde el punto de vista político, los rasgos más generales que han definido al sistema han sido:

1) Establecimiento de un sistema totalitario, basado en el monopolio del poder por parte del Partido Comunista o su similar —en varios países denominados de forma diferente—, impuesto en las constituciones respectivas; 2) ausencia de democracia interna en el partido, lo cual favorece el carácter autoritario del grupo de poder o del líder absoluto; 3) exclusión, persecución y represión de la disidencia política, tipificada como delito en todos los casos; y 4) control sobre la vida de la sociedad en su conjunto y de los individuos en particular, ejercido por el partido y por los órganos de la seguridad del Estado.

Así las cosas, el sistema económico establecido no condujo a la socialización de la propiedad, sino a su estatalización. Los supuestos dueños de la «propiedad de todo el pueblo», al carecer de capacidad de control democrático sobre su gestión, se mantienen enajenados de ella, que es gestionada en realidad por el aparato de poder sin rendir cuentas a la sociedad.

La supuesta «dictadura del proletariado», considerada por Marx y Engels como el sistema de dominación de esta clase social sobre la burguesía, debería dar paso a la abolición del Estado. En Antidühring Engels había escrito que: «A medida que desaparece la anarquía de la producción social, va languideciendo también la autoridad política del Estado» y que el nuevo sistema permitiría que «además de satisfacer (…) con mayor holgura sus necesidades materiales, les garantice también el libre y completo desarrollo y ejercicio de sus capacidades físicas y espirituales».

Socialismo (3)

Se consolidó la dictadura de un partido político, y en algunos casos la de un líder único.

Nada de esto ocurrió en la práctica, lo que ha convertido estas formulaciones en utópicas. En lugar de una «dictadura del proletariado» que condujera a la abolición del Estado, se consolidó la dictadura de un partido político, y en algunos casos la de un líder único. Lejos de un incremento incesante de la producción social que satisficiera con holgura las necesidades materiales y permitiera el libre y completo desarrollo de las capacidades físicas y espirituales, el «socialismo realmente existente» se ha caracterizado por la persistente insatisfacción de las necesidades materiales de la sociedad y por las constantes restricciones que la censura impone al ejercicio del pensamiento crítico y la libertad de expresión.

Los factores de crisis del «socialismo realmente existente»

El socialismo que se derrumbó en Europa Oriental y en la URSS fue un sistema económico y político rígido que no resistió una profunda reforma estructural.

En China y en Vietnam se ha producido una reforma económica de gran calado, que permitió un inmenso salto cualitativo en el bienestar material de la sociedad. En ambos países se abandonaron las bases fundamentales del sistema establecido en las décadas siguientes a la toma del poder por los comunistas y se adoptaron reformas económicas que condujeron al establecimiento de economías de mercado, conformando una especie de «capitalismo de Estado». Sin embargo, no se han producido cambios políticos orientados a democratizar las respectivas sociedades.

Uno de los problemas más graves que afectó a los países en que el socialismo se derrumbó, fue el abismo creado entre el discurso oficial y la propaganda política, por una parte, y las realidades de la vida por otra. Tal situación resquebrajó la confianza de la sociedad en el sistema y en su liderazgo, que se hizo evidente en algunos movimientos sociales de protesta, reprimidos con fuerza hasta que, en tiempos de Gorbachov, se abandonaron los métodos represivos y se intentó la más profunda reforma del sistema.

Los sucesos de Berlín en 1953, Hungría en 1956, Checoslovaquia en 1968 y Polonia en 1968 y entre 1980-1990; fueron ejemplos de protestas sociales que estremecieron a los respectivos gobiernos comunistas y erosionaron la credibilidad del sistema y el respaldo popular.

En los años ochenta, se agravaron los factores de crisis que afectaban a los países del «socialismo realmente existente». Desde el punto de vista económico, se ralentizó el crecimiento ante el agotamiento del modelo extensivo, basado en la abundancia relativa de recursos humanos, materias primas y combustibles; a pesar de ello, el mecanismo económico fue incapaz de transitar hacia un uso intensivo y más productivo de los recursos.

El carácter centralizado de las decisiones económicas cercenaba la necesaria autonomía financiera y operativa de las empresas, limitaba el emprendimiento de los gerentes, y generaba la enajenación de los trabajadores respecto a la propiedad, a partir de la inexistencia de vínculos adecuados entre los ingresos y los resultados de la producción. A menudo las empresas producían bienes de escasa calidad e inservibles, debido a que la producción se basaba en indicadores directivos y no en criterios de mercado.

Socialismo (4)

Caída del Muro de Berlín, 1989.

Los países socialistas habían gestado un sistema internacional basado en la autarquía colectiva, relativamente aislado de las condiciones internacionales y, excepto en la producción de armamentos y en la carrera por la conquista del espacio extraterrestre, mostraban un retraso tecnológico considerable respecto a los países capitalistas desarrollados.

Otro factor que aceleró la crisis fue el aumento de la deuda externa de los países socialistas. Desde los años setenta, en la medida que aumentaban las relaciones económicas entre países socialistas y capitalistas como consecuencia de ciertos avances en el intento de una coexistencia pacífica, se profundizaron los déficits comerciales de los primeros con los segundos, los cuales se cubrían con endeudamiento.

Estos déficits eran resultado de la incapacidad de compensar sus necesidades de importación con bienes industriales exportables hacia aquellos mercados. Las opciones de exportación de los países socialistas se concentraban, esencialmente, en materias primas. En consecuencia, se incrementó la deuda con los países capitalistas desarrollados y cuando estalló la crisis de la deuda externa, varias naciones socialistas, incluida Cuba, se vieron expuestas a la cesación de pagos.

La economía soviética, adicionalmente, estaba enfrentando sus propios problemas. La política de Reagan de aumentar el gasto militar como parte de la llamada «Iniciativa de Defensa Estratégica», llevó a la URSS a hacer lo mismo para mantener la paridad militar; no obstante, al ser menor su capacidad productiva, destinar más recursos a la defensa significaba reducirlos de la producción industrial y de la agricultura, es decir, de la producción de bienes que aseguraban las necesidades materiales de la sociedad.

Esto, unido a la aventura soviética en Afganistán y al mantenimiento del apoyo económico a aliados con economías frágiles, creó un panorama muy complicado para el país más importante del sistema socialista mundial. En los años ochenta se produjo la ralentización de la producción industrial de bienes de consumo y la agricultura mostró severos indicios de crisis que llevaron a la dirección soviética a la elaboración de un Programa Alimentario que fracasó rotundamente porque no se orientó a combatir los problemas estructurales del sector agropecuario.

A lo anterior debe añadirse que el sistema político se mantuvo inamovible. En lugar de una mayor democratización, se reforzaron los mecanismos de control político y represión de la disidencia, hasta que los intentos de reforma de Gorbachov condujeron a la lógica necesidad de democratizar la sociedad.

Desde el establecimiento del «socialismo realmente existente» han existido intentos de reforma que, por diversas razones, no tuvieron éxito. El denominador común de esos fracasos ha ido la rigidez del sistema y la prevalencia de dogmas teóricos e intereses de los grupos de poder, sobre las necesidades de cambios conducentes al mejoramiento del bienestar material y espiritual de la sociedad.

Estos intentos de reforma serán analizados en próximos artículos, ya que resulta pertinente tenerlos en cuenta para el caso específico de Cuba, cuyos problemas y contradicciones son cercanos a los del «socialismo realmente existente».

***

Referencias:

Rudolf Bahro: La Alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente, Alianza Materiales, Madrid, España, 1977.

Friedrich Engels: Antidühring, Editorial Pueblo y Educación, La Habana, Cuba, 1975.

Karl Marx y Friedrich Engels: «Manifiesto del Partido Comunista», en Obras Escogidas, t. 1, Editorial Progreso, Moscú, URSS, 1971.

3 septiembre 2021 66 comentarios 6k vistas
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NEP-Lenin

Glosas de lo político en tiempos de la NEP

por Ivette García González 15 marzo 2021
escrito por Ivette García González

La política es la expresión concentrada de la economía, (…) no puede dejar de tener supremacía sobre la economía (…) El socialismo es imposible sin la democracia.

Vladimir Ilich Lenin

***

El centenario de la Nueva Política Económica (NEP) permite valorar la grandeza de la Revolución que la inspiró y comprender por qué y cómo se torció el rumbo al socialismo. Desde diversas corrientes de pensamiento, los comunistas polemizaron en aquellos tiempos fundadores acerca de la nueva estrategia y otros temas medulares inconclusos y vigentes. Se trataba de cómo construir el socialismo y legitimarlo como opción emancipadora frente al capitalismo.  

En poco más de tres años desde el triunfo, Rusia había salido de la guerra imperialista, enfrentado la contrarrevolución, la guerra civil y la intervención de potencias extranjeras. Resistió el bloqueo y aislamiento político al que la sometieron las potencias capitalistas. La economía y la sociedad se centralizaron y militarizaron entre 1918 y 1921 mediante el Comunismo de Guerra, estrategia que permitió resistir y ganar, pero a costa de generar condiciones dramáticas que escalaron a la crisis política.

Las tensiones eran notorias desde fines de 1920 y la esperada «revolución mundial» no se concretaba. En ese contexto, en marzo de 1921 durante el X Congreso del Partido Comunista (bolchevique), se aprobó la NEP. En el centro del cónclave estuvieron la nueva estrategia y se retomaron la democracia, el papel y funciones del Partido Comunista, el Estado y los sindicatos.

NEP-Lenin

Lenin y Trotsky (ambos en el centro de la imagen) entre soldados y delegados
del X Congreso del Partido Bolchevique (1921).

En aquella etapa, los debates desde actitudes que obedecían a corrientes de pensamiento diversas sobre el socialismo, fueron amplios, públicos y fértiles. Los militantes elaboraban ideas y plataformas que se socializaban en espacios como la prensa, circuitos académicos y sociales, reuniones y congresos partidistas anuales.

Sin embargo, ese inédito ejercicio de democracia derivó hacia el autoritarismo y la lucha fraccional, que no obedece a presupuestos ideológicos para influir en política, sino a las pugnas por el poder que se traducen en alianzas efímeras, personalismos, demagogia sin principios, componendas y ajustes de cuentas.   

Polémicas y corrientes durante los años de la NEP

En 1921, cuando se aprueba la NEP, coexistían dentro del Partido cuatro corrientes políticas con influencias, en mayor o menor medida, del marxismo, la socialdemocracia y el populismo ruso.  Dos de ellas fueron protagónicas, en primer lugar frente a la NEP: la promotora, encabezada por Lenin con apoyo de varios sectores bolcheviques y figuras relevantes como N. Bujarin, y la liderada por L. Trotsky, que se le oponía con respaldo de Y. Preobrazhenski y otros bolcheviques.

Las otras dos corrientes opositoras tuvieron más participación y visibilidad en determinados temas, que no eran nuevos sino que el contexto del novel diseño económico hacía más preocupantes. Una era el Grupo del Centralismo Democrático (GCD), conformado desde 1919 con viejos bolcheviques liderados por T. Sapronov y V. Obolenski-Osinski. La otra era la Oposición obrera (OO), vanguardia de los sindicatos, que integraban funcionarios bolcheviques bajo el liderazgo de A. Shiliapnikov.

La NEP implicaba desarrollar una economía mixta que daba espacio a la propiedad privada, estimulaba la cooperativa y reservaba al Estado únicamente los sectores fundamentales. Lenin entendía que con esos cambios económicos, la gradual eficiencia de las formas socialistas y el acompañamiento de la educación de las masas, el socialismo terminaría imponiéndose. Para él, ese era un modo más lento pero seguro de llegar al socialismo si se controlaban los inevitables riesgos.

Lecciones a cien años de la Nueva Política Económica en Rusia

El grupo de Trotsky, que se identificaría luego como «oposición de izquierda», consideraba que tales medidas tendrían consecuencias económicas negativas a largo plazo, que eran concesiones al capitalismo y, por tanto, traición a la Revolución y a los principios comunistas. Además de concepciones diferentes sobre la acumulación, por ejemplo, influía el temor al riesgo, cierto apego a los métodos del Comunismo de Guerra y preferencia por la centralización y planificación estatales. Algunos de los seguidores de esta tendencia matizarán sus posiciones a partir de los argumentos leninistas y las luchas que sobrevinieron.

El tema de la democracia fue trascendental por su transversalidad en los demás tópicos. Los centralistas democráticos y los de la oposición obrera la consideraban lesionada en diversos ámbitos. Los primeros habían sido muy activos en las discusiones sobre la dirección única o colegiada. Criticaban la centralización y la concentración del poder en una minoría del Partido y lo que percibían como distorsión del centralismo democrático, que en su visión era «burocrático» y «autoritario». También rechazaban la burocratización del Partido y la frecuente intolerancia hacia opiniones diferentes.

La excelente obra de A. Kollontái, La oposición obrera, expone los temas de discusión en esos años y las opiniones del núcleo homónimo. Este reclamaba que el Partido y el Estado debían estar separados, incluso en el plano personal, y que todos los cargos dirigentes debían serlo por elección y no por designación, práctica a la que consideraban un «rasgo característico de la burocracia (…), [que] nutre el carrerismo, ofrece terreno favorable al favoritismo y a toda clase de fenómenos perniciosos (…)» y solo tenía un beneficiario: la burocracia misma.

Los partidarios de esta corriente se pronunciaban «por el retorno al espíritu democrático, a la libertad de opinión y de crítica en el seno del Partido» y entre los miembros de los sindicatos. Les preocupaba el distanciamiento de las élites dirigentes partidistas respecto a la militancia y la sociedad. Consideraban que «la condición imprescindible para sanear el Partido y para expulsar el espíritu burocrático» era retornar a la práctica de que todas las cuestiones esenciales de este y el Estado fueran «examinadas por la base antes que la síntesis de este examen fuera considerada por la cumbre».

Lenin entendía que el Partido debía ser una vanguardia muy selectiva en el plano ideológico y cultural, para canalizar los intereses y objetivos de la Revolución y el Socialismo a través de sus militantes. No dijo que debía estar estructuralmente por encima de la sociedad ni que debía ser único. Hablaba de hegemonía, pero su énfasis era en la función dirigente, y ya para entonces se habían prohibido los otros.  

Por otro lado, las discusiones sobre el papel y las tareas de los sindicatos fueron enconadas. Las posturas coincidían en la educación y la propaganda como una de sus funciones, pero la Oposición obrera iba más allá e insistía en que estos, en lugar de ofrecer su «concurso pasivo a las administraciones del Estado» debían «participar» activamente en «la dirección de toda la economía nacional», máxime ante la nueva estrategia económica. Defendían el control obrero, la autonomía, el papel de los sindicatos en la gestión económica y el requisito de su beneplácito para ocupar cargos en las fábricas.  

NEP

Lev Trotsky (Foto: BBC)

La corriente de Trotsky proponía integrarlos a la administración y que participaran en la gestión económica; mientras, la leninista, con la mayoría del Comité Central, se le oponía al acentuar su papel como órgano de defensa de clase.

Finalmente, el Congreso aprobó la resolución «Sobre la desviación sindicalista y anarquista dentro de nuestro Partido», que condenaba a la Oposición Obrera al considerarla una desviación incompatible con la militancia partidista. Dicha resolución, y la titulada «Sobre la unidad del partido», tuvieron consecuencias lamentables. Esta última orientaba la disolución de las facciones opositoras. Ambas trascendieron como coartaciones a la tradición democrática de la organización y sirvieron al autoritarismo y la represión de toda disidencia con Stalin.

Las corrientes opositoras representadas en el GCD y la OO quedaron debilitadas aunque continuaron defendiendo sus ideas. La primera se sumó, dos años después, a Trotsky. La segunda se disolvió en 1922, cuando sus demandas e intento de solucionar el conflicto («Declaración de los 22») fue rechazada en la Comintern y en el XI Congreso del PC. A pesar de ello, sus posiciones se mantuvieron en el Grupo de Trabajo Obrero de la organización.

De las corrientes de pensamiento a las pugnas y el ocaso

Una segunda fase transcurrió entre 1924 y 1927. Tras la muerte de Lenin, en enero de 1924, estuvo marcada por la puja en relación con la NEP, la escalada de Stalin y los cambios de posiciones. Stalin se había mantenido arropado en la mayoría leninista hegemónica, con L. Kámeniev y G. Zinóviev como aliados. Su ascenso a secretario general, en el XI Congreso (1922), se había subestimado por la fuerza del liderazgo de Lenin. Pero tendría fatales consecuencias.[1]

De un lado estaba la Troika, integrada, desde la enfermedad de Lenin, por Stalin, Zinóviev —presidente de la Internacional Comunista— y Kámenev, presidente del Consejo de Trabajo y Defensa. Siguiendo a Stalin se manipulaba el ideario leninista, se torpedeaba la NEP, se estimulaban la burocracia y las prácticas antidemocráticas.

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«¡Recordad a los hambrientos!» (Cartel sobre la hambruna de 1921, por Iván Vasilevich Simakov (1921)

Del otro lado se hallaba la Oposición de Izquierda (s) presidida por Trotsky, que enfrentó una arremetida abierta del poder desde el XIII Congreso, en enero de 1924 y ya sin Lenin. El precedente clave: cartas de Trotsky y de otros cuarenta y seis destacados líderes soviéticos, («Declaración de los 46»), enviadas al Buró Político del Comité Central del PC. En ellas expresaban preocupación por las decisiones arbitrarias y dictatoriales del Buró Político, incluyendo la supresión por la fuerza de movimientos disidentes. Además, solicitaban una reunión urgente del Comité Central para discutir y resolver el dilema.  

Poco después surge la Oposición Unificada, también liderada por Trotsky, a la que se sumaron Kámenev, Zinóviev, el Grupo de los quince —que derivaba del GCD con Saprónov y I. Smirnov— y otros.

En ese contexto, el XV Congreso (1927) del PCUS terminó de allanar el camino para el abandono oficial de la NEP y el avance de la reacción estalinista. Las polémicas ya eran públicas, se limitaban a la cúpula partidaria y los conflictos se agudizaban con las llamadas «medidas extraordinarias». El final fue la expulsión de Trotsky y otros muchos opositores en dicho cónclave.

Se empezaba también a aplicar el famoso —por tenebroso— Artículo 58 del Código Penal, que costaría miles de vidas bajo el cargo de  «sospechoso de actividades contrarrevolucionarias». En consecuencia, proliferaron desde entonces los presos políticos, unificados bajo la etiqueta «enemigos del pueblo».

La última fase de enfrentamientos al interior del Partido ocurrió entre 1928 y 1930. Stalin enarboló el gran salto al socialismo con la industrialización y la implementación del Primer plan quinquenal, que sustituía oficialmente a la NEP. Ya no podían existir legalmente las agrupaciones de oposición, que fueron acusadas de «desviacionismo». Como resultado, se reeditaron «medidas extraordinarias» que agudizaron las diferencias.

Al frente de la fracción estalinista solo quedó, informalmente, la denominada Oposición derechista, liderada por Bujarin, A. Rykov y M. Tomsky. Era el reducto de la «unificada de izquierda» y otros nuevos, entre ellos algunos ex aliados de Stalin. Se consideraban seguidores de la línea de Lenin y por tanto de la NEP. Desconfiaban del éxito de los planes quinquenales. Habían flexibilizado un tanto sus posiciones en medio de la pugna de 1927, pero no coincidían con el gran salto ni con el autoritarismo estalinista. No obstante, casi todos los protagonistas y miembros de los grupos opositores no sobrevivirían a las purgas estalinistas.

NEP

Stalin y Bujarin

En ese tiempo se produjo un mayor acercamiento de los Centralistas Democráticos y los de Oposición Obrera, que intentaron rescatar el ideal de la Revolución de octubre. Estos valoraron incluso la idea de fundar un nuevo Partido Obrero Comunista Ruso y una Federación. Existe un interesante estudio de Michael Oliver sobre la evolución de esas dos corrientes.

De la luz a las tinieblas: lecciones desaprovechadas

Con la NEP, la URSS consiguió la recuperación económica en varios sectores y se reanimó la vida cultural y científica del país. Su impulso favoreció la creación de la URSS, en diciembre de 1922, y la proclamación de la Constitución de 1924. Sin embargo, la apertura propiciada por las reformas no se acompañó en el ámbito de lo político; este, por el contrario, se restringía. Fue precisamente el control férreo del Buró Político, en detrimento de otras opiniones, dentro y fuera del Partido, lo que condujo al boicot de la NEP en el mediano y largo plazos.

Los vicios y deformaciones provenientes de la burocracia y el funcionariado se incrementaron durante el ascenso de Stalin. En su texto «El esplendor que pasmó el mundo», la profesora Dinorah Hernández Sánchez demuestra la importancia creciente de este sector, que sería, a la postre, una de las causas del desplome de fines del pasado siglo. En 1927, el 75% de los delegados al XV Congreso del PCUS eran funcionarios permanentes del Partido, a pesar de la insistencia de Lenin: «¡Un aparato para la política y no una política para el aparato! ¡Una buena burocracia al servicio de la política y no una política al servicio de una (buena) burocracia!»[2].

Cuba: NEP versus Comunismo de Guerra

En el complejo escenario internacional e interno de una Revolución asediada que intentaba transitar al socialismo, el secuestro acelerado de la democracia, la contradicción entre apertura en lo económico y constreñimiento en lo político, así como las pugnas dentro del Partido y la escalada de una personalidad como la de Stalin, terminaron por torcer el rumbo.

La censura a la oposición, la compartimentación de la información y el secretismo, que tuvieron como precedentes lamentables la resolución de 1921, la excesiva discrecionalidad con el testamento político de Lenin —que no fue publicado hasta 1956— y la reducción de los debates en la cúpula del Partido sin participación de las masas, hicieron su parte. Derivaron en prácticas unanimistas, de doble moral y silencio cómplice ante el poder. Fenómenos que hasta hoy acompañan a los socialismos.

El discurso triunfalista de Stalin en el XVI Congreso (julio 1930), fue el colofón de la traición a los ideales de octubre y al aporte de tanto pensamiento fértil que intentaba tributar al socialismo. Con razón la profesora Natacha Gómez afirma que la Revolución Rusa no se perdió en 1991, «se estaba desintegrando desde fines de los años 20».   

***

[1] En los libros Mi vida, Coyoacán, México, 1930, y en el de Isaac Deutscher, Trotsky el profeta desarmado, LOM Ediciones, Santiago, 2015, se describen las vivencias y las concepciones trotskistas, así como los turbios manejos de Stalin desde esa época.

[2] Dinorah Hernández Sánchez: «El esplendor que pasmó al mundo», conferencia magistral por el centenario de la Revolución Rusa en la Universidad de Panamá, noviembre de 2017.

15 marzo 2021 62 comentarios 3k vistas
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Una antigua conversación

por Newton Briones Montoto 4 julio 2020
escrito por Newton Briones Montoto

Conocí a Edith García Buchaca cuando estaba escribiendo “Esperanzas y Desilusiones”, creo, en el año 2004, estaba interesado en saber si Ordoqui había hablado con Machado en los momentos finales del 12 de agosto de 1933. Ella me dijo que estaba preso en ese momento. Le regalé mi libro sobre Guiteras “Aquella Decisión Callada” y eso me abrió las puertas de su confianza. Me dijo algo que recuerdo aún, después de leer el libro: “yo pensaba que todo lo que sucedió en aquella época lo había soñado, ahora sé que no”.

Después me pidió otro libro para enviárselo a España a su hijo Joaquinito. Nuestras conversaciones eran fluidas, con confianza, ¡lo que hace un libro!, pensaba yo. Era alguien que había saludado a Stalin, creo, a Mao y otros. No dejaba yo de pensar que era alguien que había remontado los más altos niveles y que yo estaba por debajo de ella, en conocimientos y experiencias. Hasta que tomé conciencia que ellos no se miraban de manera crítica y por eso lo justificaban casi todo.

(Puede interesarle: Segundas Muertes en Cuba)

En otra ocasión le dije: ¿Cómo es que ustedes no se dieron cuenta que aquello se iba a derrumbar? No fue la única vez, en otra ocasión hablamos del desmerengamiento. Me dio una explicación que no me convenció. Sin embargo, le dije, alguien como el Che habiendo visitado la URSS menos veces que los dirigentes del PSP, Blas, Marinello o Carlos Rafael, lo anticipó en 1963. Este fue otro razonamiento que la dejó fuera de balance. Desde luego debía respetarla por su edad y por su trayectoria, por la posibilidad de que no volviera a hablar conmigo, aunque nunca me rechazó.

En una ocasión ella me preguntó por lo que pensaba sobre el pacto del PSP con Batista, en 1938. Si consideraba era un error o no. Le dije que había sido un error y comenzó a decirme los beneficios que habían obtenido, el reconocimiento del PSP, el periódico Hoy, una estación de radio. Entonces le respondí: “¿y por qué no hicieron eso con Guiteras cuando este les habló para integrar la Marina de Guerra? No me contestó, creo fue una respuesta contundente.

(Puede interesarle: Entrevista de La Joven Cuba a Newton Briones Montoto)

Me prestó las memorias de Ordoqui confeccionadas en Calabazar. De ellas extraje datos importantes, como la organización de la lucha contra Franco, durante la república española. Él habló y autorizó a Pablo de La Torriente, en USA, para ir a España. Esto no es mencionado por otros y por tanto desconocido. Me regaló cartas originales de Chibás y de Orestes Ferrara, demostración de su confianza en utilizar la información para mis libros.

Edith me habló del caso Marquitos, yo no me atrevía a hacerlo para no ofenderla o disgustarla. Entró en detalles y eso me dio la oportunidad de preguntarle con mayor libertad para saber si, como se afirmaba, lo habían protegido. También le pregunté por la visita de Castaño a México y me contestó con amplitud, sin temor a responder. Eso me dio seguridad en afirmar asuntos oscuros, los hechos están en mi libro “Victima” o Culpable.

Un error histórico común es suponer que Aníbal Escalante era el segundo de Blas Roca, y no lo era, sino que era la única persona que sabía dónde se ocultaba Blas. Otro mérito suyo que no se dice y creo le han robado, es que organizó la defensa de la república española por encargo de la URSS. Queda mucho por investigar sobre ellos dos.

Al final la acusación de estar vinculados a la CIA les hizo mucho daño a ambos. En el libro de Phillips Agee, él describe la medalla dada por la CIA al oficial de su caso. Edith me dijo que un nieto de ella, hijo de Teresita Ordoqui, llegó hasta la casa de aquel oficial pero había muerto tres días antes. Sobre Edith, las interpretaciones de su opinión siempre pueden ser variadas.

(Comentario de Newton Briones a propósito del artículo Segundas Muertes en Cuba, de Harold Cárdenas Lema)

4 julio 2020 5 comentarios 1k vistas
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Los sucesos de 1956 en Hungría

por Alina Bárbara López Hernández 8 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El pasado 4 de noviembre se cumplieron sesenta y tres años de la intervención soviética en Hungría. Un testigo excepcional de aquellos hechos, Fernando Barral, vive en Cuba y escribió su testimonio. Hace un año publiqué una reseña sobre su libro en el boletín del Centro Pablo de la Torriente Brau. Aquí la comparto con los lectores de La Joven Cuba.

Leí de una vez Hungría 1956: Historia de una insurrección. Eso siempre ocurre cuando un libro reúne dos condiciones: ser muy interesante y no muy extenso. Además de la redacción amena, el mayor valor del mismo es su carácter testimonial. Aunque ese género ha sido visto con precaución por los historiadores, no caben dudas de que Fernando Barral fue un testigo excepcional que nos ofrece una visión privilegiada, complementada además con otras fuentes.

Su vida parece la trama de una novela de aventuras.

De origen español y residente en Argentina, fue deportado por comunista durante el gobierno de Perón y, ante el peligro de regresar a una España franquista, gestiona su asilo político en Hungría. Aprendió el idioma, estudió medicina y conformó una familia en el país magyar. Así fue que le sorprendieron los hechos que cuenta.

Su militancia constante en la izquierda, su residencia permanente en Cuba desde 1961 a instancias del Che, el hecho de que se jubiló como teniente coronel del Ministerio del Interior, a cargo de las investigaciones sociales; deben ser avales más que suficientes para que no sea catalogado, tan a la ligera como ocurre a veces en nuestro medio, de agente subversivo y provocador. Evidentemente su memoria se mantiene muy lúcida, y parece haber atesorado información con el fin de ofrecernos ese testimonio que agradecemos los lectores. A él y al Centro Pablo, que no cesa en su afán perenne por rescatar memorias olvidadas de personas, hechos y épocas.

Cuando estudiaba para profesora de Historia, en la mitad de los ochenta, recibí una epidérmica información sobre los sucesos del 56. Se limitaba a considerarlo un alzamiento contrarrevolucionario organizado por fuerzas de la iglesia católica y remanentes de la burguesía húngara que, con apoyo de la CIA y otras fuerzas externas contrarias al socialismo, y aprovechando algunos errores del Partido Comunista, lograron atraer a sectores lumpen proletarios y elementos marginales. Se decía que el gobierno había solicitado la intervención soviética, y que las tropas de aquel país contuvieron la embestida de la reacción devolviendo al pueblo húngaro las riendas de su destino.

Al graduarme, en 1989, permanecí en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, y, para mi desconsuelo –pues siempre fui alumna ayudante de Historia de Cuba–, me comunicaron que impartiría Historia Contemporánea de Europa. Los sucesos del 56 volvían a mí, pero ahora en un contexto polémico: me tocaba explicar a los estudiantes esa página confusa de un país socialista interviniendo en otro, en una etapa en que el campo socialista desaparecía tragado por sus enormes errores.

Las publicaciones soviéticas como Tiempos Nuevos y Sputnik, que circularon en Cuba hasta inicios de los noventa, también deconstruían la historia de las relaciones entre los países que conformaron aquel campo geopolítico. Los sucesos del 1956 eran noticia nuevamente.

Dicha situación tornó obsoletos los libros de texto de las carreras de Historia, y me obligaron a localizar otras fuentes de información si pretendía ser creíble. Una de ellas fue meramente casual. El tema de mi tesis había sido un estudio sobre el pensamiento político de Juan Marinello y recordé una epístola suya con el título: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría),[1] escrita en coautoría con Mirta Aguirre y Carlos Rafael Rodríguez. En ella negaban de plano, por injusta y calumniosa, la visión de la prensa burguesa cubana acerca de los hechos de octubre del 56 en Hungría y de la actitud de la URSS, reiteraban el carácter reaccionario y pro burgués de las protestas y rechazaban los enjuiciamientos que se hacían a los soviéticos por violar la soberanía territorial húngara.

Decidí consultar entonces algunas revistas y periódicos de la época, Carteles, Bohemia y Prensa Libre especialmente, para entender el porqué de la carta. Tras la lectura del libro de Fernando Barral, puedo afirmar que no estaban errados los periodistas burgueses en sus opiniones, las que fundamentaban con los testimonios de muchos húngaros que huyeron a raíz de la intervención soviética.

El 56 fue un año complejo para los comunistas cubanos, eternos e incondicionales aliados del movimiento con centro en la URSS. Además del XX Congreso del PCUS y su informe sobre el culto a la personalidad de Stalin, ahora tenían que manejar las incómodas situaciones acaecidas en Polonia[2] y Hungría. Para colmo, lidiar con el hecho de que su propia ilegalización, decidida en 1953 por Batista, mermaba las posibilidades de ofrecer otra imagen de esos temas, dada la clausura de su órgano oficial de prensa, el periódico Noticias de Hoy.

En 1958 continuaba el debate. Sergio Carbó, desde Prensa Libre, publicó el artículo “Bouganvilles Blancas”, que mereció una carta de Marinello en la que respondía a las acusaciones sobre el campo socialista. Respecto a los sucesos de Hungría decía: “lamentamos sincera y hondamente que se derramase sangre sana [pero], seguimos creyendo que fue obligado y justo reprimir el alzamiento reaccionario”.

Al año siguiente triunfará la Revolución en Cuba, que proclamará luego su carácter socialista y paulatinamente se alineará con la URSS y el campo socialista. En consecuencia, la versión que se impondría durante décadas ocultó la verdadera naturaleza de esas insurrecciones. Por eso el libro de Barral viene a llenar un vacío en la historiografía generada en nuestro país, que ha sido verdaderamente reacia al abordaje del asunto.

Tanto el caso de Hungría como el de Polonia, muestran que, tras la muerte de Stalin, el proceso de desestalinización abrió debates sobre cuestiones fundamentales en todo el bloque del Este. El discurso de Nikita Jrushchov acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias tuvo amplia repercusión fuera de la Unión Soviética, e incentivó el debate en torno al derecho a escoger una vía más independiente de “socialismo local, nacional”, en lugar de seguir el modelo soviético hasta el último detalle.

La sublevación de Hungría tuvo raíces históricas. Habría que remontarse para entenderlas a la República Soviética Húngara de 1919, un efímero régimen de dictadura del proletariado instaurado por la unión del Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista en la primavera de 1919, ante la grave crisis interna en el país. Se inició el 21 de marzo y terminó el 1ro. de agosto del mismo año. El nuevo sistema concentró el poder en un Consejo de Gobierno, que lo ejerció de manera autoritaria en nombre de la clase trabajadora.​ Su principal figura fue el comunista Béla Kun. Tras el fracaso del experimento de 1919, Kun se refugió en la URSS y fue funcionario de la Internacional Comunista. Sería denunciado por trotskista en las purgas de los años treinta y finalmente detenido en 1937. Pasó más de dos años en varias cárceles y murió sometido a tortura en la prisión de Butyrka.

Es de suponer entonces que la instauración del socialismo tras la II Guerra Mundial fue vista con desconfianza por los húngaros. En ese país los comunistas no tenían una gran fuerza numérica y fueron impuestos por las tropas soviéticas de ocupación. El partido Socialdemócrata sí tenía muchos partidarios, pero estos se camuflaron de modo oportunista en las filas del Partido Comunista que contaba con la anuencia de los soviéticos.

Es cierto que en la insurrección del 56 hubo manejos conservadores y apoyo de fuerzas externas contrarias al socialismo, pero reducirlo a esa zona política es ocultar la realidad. El malestar ante los graves errores de la dirección política del país había influido en los obreros, intelectuales, estudiantes e incluso soldados. La excesiva burocratización del gobierno, los bajos salarios y condiciones de trabajo, la falta de transparencia y de posibilidades de expresar libremente las opiniones, el intercambio comercial desigual con la URSS y la copia de un modelo extranjero que para la fecha daba indudables muestras de agotamiento; todo ello motivó la sublevación, que tuvo también un carácter popular.

La actitud de los soviéticos ante los sucesos del 56 en Hungría fue contraria a las normas de las relaciones soberanas y de no injerencia en los asuntos internos de otros países, que era uno de los principios de su política exterior.

El texto Hungría 1956: Historia de una insurrección, además de las atinadas y justas valoraciones de Fernando Barral, incluye un testimonio gráfico y una cronología. Recomiendo su lectura a todos los que disfruten conocer sobre la verdadera historia.

[1] Archivo del Instituto de Historia de Cuba: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría), Fondo: Primeros Partidos Políticos, Movimiento 26/ 7 y otros, Legajo: PSP.

[2] Conocidas como sublevación de Poznań, o junio de Poznań, fueron las primeras de varias protestas masivas del pueblo polaco contra el gobierno. Las manifestaciones de obreros que pedían mejores condiciones comenzaron el 28 de junio de 1956 en las fábricas Cegielski de Poznań y debieron hacer frente a una represión violenta. Una multitud de aproximadamente 100 000 personas se reunió en el centro de la ciudad, cerca del edificio de la policía secreta polaca. Cuatrocientos tanques y 10 000 soldados del Ejército Popular polaco y del cuerpo de seguridad interna, bajo las órdenes del general polaco-soviético Stanislav Poplavski, fueron los encargados de sofocar la manifestación y durante dicha contención le dispararon a los manifestantes civiles.

8 noviembre 2019 10 comentarios 1k vistas
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Mejor del 2018: ¿Qué nos dejó la URSS?

por Consejo Editorial 29 diciembre 2018
escrito por Consejo Editorial

(El siguiente texto fue publicado el 12 de Marzo de 2018)

Por: Mario Valdés Navia

Aunque Stalin ha pasado a la historia como una especie de Señor Oscuro del Socialismo, no todos los males del modelo soviético pueden achacársele. Lo cierto es que durante su largo mandato (1924-1953) la URSS vivió el milagro económico más grande que se haya visto jamás, al convertirse de país atrasado y secundario a nivel europeo, en la segunda potencia económica mundial, con independencia de la falta de legitimidad -y humanidad- de muchos de los métodos empleados para lograrlo. Ningún otro gobernante soviético tuvo tales éxitos y, en cambio, ni superaron radicalmente los errores del estalinismo, ni dejaron de añadirle otros nuevos al devenir del llamado Socialismo Real.

Al triunfar la Revolución Cubana, el sucesor de Stalin, Nikita Kruschov, ejecutaba la etapa conocida por El Deshielo (1955-1964), un proceso tímido y parcial de desestalinización de la sociedad soviética y del campo socialista, iniciado con su famoso Informe Especial –realmente nunca fue secreto- al XX Congreso del PCUS (25-2-1956). Su mandato estuvo salpicado por los arranques y timonazos del líder en política interna y externa, que condujeron a su sustitución tras un golpe de estado palaciego mientras se encontraba de vacaciones. De este modo se le abrieron las puertas al poder máximo a Leonid Brezhnev, quien condujo a la URSS durante casi veinte años (1964-1982), época en que se fortaleció la relación cubano-soviética, sobre todo a partir de 1971.

Si los males del estalinismo se asocian a la muerte de millones de personas por asesinatos, hambrunas y trabajos forzados, es imposible identificar a la experiencia de la Revolución Cubana con tales desmanes. Sin embargo, de la era Brehznev es bastante lo que se ha heredado y mantenido hasta los días de hoy. Uno de estos elementos es el de priorizar el desarrollo por métodos extensivos (extensionismo), en detrimento de los intensivos.

Prueba de ello fueron, en los años 70, las campañas masivas de desmonte  para extender las tierras de labranza y pastoreo más allá de las posibilidades reales de las granjas estatales, que trajeron consigo la proliferación del marabú y el aroma en los campos desatendidos. Aún puede apreciarse el afán extensionista en las costosas e interminables inversiones por hacer un trasvase este-oeste en Holguín a fin de hacer fértiles tierras áridas, mientras las mejores del país siguen improductivas o poco explotadas.

En este aspecto quizás lo peor haya sido la adopción extensiva de maquinarias altamente derrochadoras de combustible, pues este llegaba a raudales y barato de la URSS en momentos en que el mundo pasaba a aplicar tecnologías ahorradoras para superar la crisis mundial del petróleo de los 70 que apenas conocimos en Cuba.

Otro aspecto del brezhnevismo que se aplatanó fue el del triunfalismo, que allá alcanzara el cenit con la nueva Constitución de la URSS (1977) donde se decretaba la llegada a la “sociedad socialista desarrollada [como] paso natural, lógico en el camino hacia el comunismo”. Esto se hacía cuando ya era evidente, dentro y fuera del país, el creciente estancamiento de la economía y la sociedad soviéticas. En Cuba, las declaraciones triunfalistas en lo económico se sucedían sin cesar con el expediente de tomar hechos aislados para fundamentar supuestos éxitos que no lo eran.

De la era Brehznev es bastante lo que se ha heredado y mantenido hasta los días de hoy

Así, el esfuerzo por alcanzar una Zafra de Diez Millones de toneladas (1969-1970) se presentaba como la puerta al desarrollo industrial del país; el vuelo de un cosmonauta cubano (1980) en una nave soviética ponía a Cuba como pionera de la investigación espacial en Latinoamérica, mientras que el record Guinness de la vaca Ubre Blanca en la producción de leche (1982) nos hacía ver como una potencia mundial en la ganadería. Todas eran quimeras sin fundamento real.

Pero lo más terrible de la influencia brezhneviana fue la creciente burocratización del país, inspirada en la copia de los sistemas de organización estatal y partidista de la época en la URSS, que llenaron las plantillas de cargos y responsabilidades similares en ambas instituciones, mientras descendían los niveles de personas ocupadas en la esfera productiva, sobre todo en la agricultura. Aún se sienten esas influencias perniciosas que es imprescindible atajar y transformar en pos de un socialismo más moderno y cubano.

Stalin pudo ser el Voldemort del Socialismo en el siglo XX pero no influyó tanto en Cuba como su homólogo Brezhnev. Al final el triunfalismo, la economía extensiva y la burocratización, han perdurado en el tiempo más que la ayuda soviética.

Para contactar al autor: mariojuanvaldes@gmail.com

29 diciembre 2018 3 comentarios 641 vistas
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Los múltiples rostros del estalinismo

por Alina Bárbara López Hernández 12 diciembre 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Polémica con Carlos Luque Zayas Bazán

Para romper armas en defensa de la verdad, cual caballero andante de los medios digitales, no basta poseer apellidos de ilustre resonancia. Si se procura incursionar con seriedad en los terrenos de la polémica, hay que acompañarse también de miradas certeras y muchas lecturas. Vista así la cuestión, solitario marcha al combate Carlos Luque Zayas Bazán. Al menos es lo que se deduce de un breve artículo que publicó en Rebelión donde me acusa de mentir por dos criterios que esgrimí en el post Los otros.

La primera cuestión de la controversia es su aseveración acerca de que “en La Pupila Insomne no se ha declarado «enemigo de la revolución» a cualquiera que explicite inconformidades con la marcha del proceso, la burocracia dirigente y la dirección y velocidad de las transformaciones en la Isla (…) No creo que los colaboradores de La Pupila Insomne hayan demostrado ser tan obtusos como para pretender como válida semejante gratuita generalización (…)”.

Esclarecer este aspecto es muy sencillo. Al parecer, Luque no ha leído todo lo publicado en LPI, de ser así habría topado con un extenso artículo del doctor en Ciencias Históricas Orlando Cruz Capote, colaborador asiduo del blog. Su título es: “El tránsito socialista: rumbo estratégico al comunismo. Unas primeras notas reflexivas inconclusas. (1ra parte)”.

En la nota 24 de ese escrito, el autor se refiere al modo en que se manifiesta “la lucha de ideas alrededor de la Constitución”, y afirma:

Algunos escriben en distintos espacios de internet —Facebook, blogs, páginas web, etc.,— y han ido derivando en opositores, adversarios y enemigos de la Revolución Cubana, como pueden ser: La Joven Cuba, Espacio Laical, Casa Cuba, Cuba Posible, OnCuba, Bloggers Cuba, El Toque, El Toque Cuba, Voces Cubanas, CiberCuba, Diario de Cuba, BBC Mundo, Havana Times, Voces desde Cuba, 14 y medio, La Chiringa de Cuba, Periodismo de Barrio, Salir a la Manigua, Cuba Decide, El Nuevo Herald, Progreso Semanal, Cubanet, Otro 18, etc. (…)

El subrayado es mío, para que Luque constate que sí se ha hecho esa generalización gratuita, o para ser más exactos, esa aseveración tan desacertada. Sin embargo, prefiero pensar que lo desconocía, pues de lo contrario sería él quien estaría faltando a la verdad que defiende con brioso ímpetu.

El segundo tema en controversia ofrece la oportunidad de esclarecer un error común cuando se trata de juzgar al estalinismo. Es costumbre que se conceptualicen bajo ese término los crímenes ordenados por Stalin, que incluyeron eliminación física, torturas y reclusión de personas en gulags o campos de  trabajo. Ellos fueron denunciados en el Informe Secreto al XX Congreso del PCUS, leído por Nikita Khrushchev el  25 de febrero de 1956.

Los efectos de esa criminal política de Estado no se extrapolaron a Cuba, y en eso coincidimos Luque Zayas Bazán y yo. Aun cuando sostengo la opinión de que debimos desmarcarnos absolutamente de los crímenes de Stalin no recibiendo en nuestro país a un hombre como Ramón Mercader, que asesinó a Trotsky por sus órdenes expresas; y más si tenemos en cuenta la imprudente recurrencia que tal decisión evidenciaba, ya que el muralista mexicano David Alfaro Siqueiros, que estuvo vinculado a un anterior intento de asesinato de Trotsky y era buscado por la policía de su país, también recibió una calurosa acogida en Cuba en 1943, en el período en que el Partido Comunista —para la fecha Unión Revolucionaria Comunista (URC)— formaba parte de la coalición gobernante, con Batista como presidente.[1]

Sin embargo, esa política físicamente represiva, que se exhibe como la cara más terrible y notoria del estalinismo, no fue su única característica y, de hecho, se abandonó como práctica sistemática tras la muerte de Stalin en 1953.

El estalinismo dejó asimismo otras huellas, menos sanguinarias pero más duraderas, que se manifestaron en la desviación teórica e ideológica que significó respecto al marxismo y que sí afectaron a Cuba desde mucho antes de su entrada al sistema socialista mundial.

En el propio Informe Secreto se admitía: “(…) nos veremos obligados a examinar críticamente, desde un punto de vista marxista-leninista, muchos de los errores derivados del culto a la personalidad que se hallan presentes en nuestros estudios históricos y filosóficos, en nuestra posición económica y en otras ciencias como también en la literatura y en las bellas artes”.

La ley del reflejo condicional, fundamentada por el fisiólogo ruso Iván Pavlov a partir de sus experimentos en animales de laboratorio, sostenía que los actos de la vida no son más que reflejos. En principio se creó en el orden orgánico, pero más tarde se aplicó también en el orden psicológico. Esta ley fue extrapolada mecánicamente a la teoría del conocimiento, y, como resultado, se le confirió un rol exclusivo, más que decisivo, a la influencia del medio exterior sobre el aprendizaje y la conducta de los seres humanos. Esto despojaría al individuo de aportes debidos a la subjetividad, como la meditación, la reflexión y la abstracción; limitaría la actitud consciente e individual de las personas a respuestas preconcebidas ante una influencia que, con carácter instrumental, actuaba cual un Dios todopoderoso, y restringiría el papel revolucionario del sujeto a responder ante convocatorias de un liderazgo u organización superior.

Cuando Emma Pérez, crítica literaria del diario Noticias de Hoy, recomendaba  a los lectores cubanos el texto Conferencias y discursos de Stalin sobre Lenin—editado en Moscú en 1939 y a la venta en la editorial Páginas, propiedad de Unión Revolucionaria Comunista—decía que contenía “(…) enseñanzas vivas que le roturan a uno la comprensión como un arado surca la tierra”.[2]Esta manera de concebir las influencias, reforzada por el criterio de Stalin de que los artistas eran “ingenieros de almas”, visibiliza el carácter instrumental que se le otorgó al arte, a la educación e incluso a la política. Por cuestiones de espacio, solo me referiré a la influencia del estalinismo en el campo de la política.

La práctica política socialista fue permeada de esta seudofilosofía. Los mensajes seguirían la siguiente dirección: emisor-receptor-respuesta, generando relaciones verticales, de “ordeno y mando”, propias del sistema estalinista en la URSS y luego asimiladas a la experiencia de los partidos comunistas en esa época. La obediencia y aceptación de decisiones superiores caracterizó las relaciones entre militantes comunistas. Y ello se unió a la idea de que mientras más enérgico fuera el mensaje y más explícita la voluntad de los líderes, mejores serían los resultados. Los efectos fueron lógicos: del lado de los dirigentes voluntarismo y prepotencia; del de los dirigidos obediencia y disciplina.

En el Informe Secreto se reconoce el daño que esa errada perspectiva de dirección les ocasionó: “Esto llegó a tal punto que los trabajadores del Partido, aún en las sesiones de mínima importancia, leían sus discursos. Todo esto facilitaba la burocratización y el aniquilamiento del Partido”. Del mismo modo, fue altamente perjudicial para el país. De eso también se habló en el referido documento:

¿La posición adoptada por Stalin descansaba en datos de alguna clase? Claro que no. En tales casos, los números no le interesaban. Si Stalin decía una cosa, tenía que ser así… Al fin y al cabo era un genio y el genio no necesita contar, le basta con mirar e inmediatamente sabe cómo deben hacerse las cosas. Cuando él expresa su opinión, es un deber repetirla y admirar su sabiduría. ¿Pero, cuánta sabiduría encerraba su proposición de aumentar en 40.000 millones de rublos los impuestos de los agricultores? Ninguna, absolutamente ninguna, porque esa proposición no se basaba en un estudio cuidadoso de la situación, sino en las fantasías de una persona que vivía alejada de toda realidad.

Los comunistas cubanos asumieron tempranamente estos hábitos. Para que no crea infundado mi comentario, recomiendo a Luque la lectura del artículo “Malas costumbres que deben ser desterradas de nuestro Partido”, publicado en Noticias de Hoy en 1941 y del que reproduzco algunos fragmentos:

Durante los últimos tiempos ha surgido la idea (…) de que es mejor dirigente (…) aquel que es más exigente y enérgico.

Pero (…) no la exigencia y energía al modo que la interpretan muchos compañeros que creen que exigir quiere decir “gritar”, ponerse “serios” y ser “duros” y cuando alguien da un puñetazo en la mesa se piensa que es muy enérgico.

Esta opinión (…) procede de que en algunos casos, usando una exigencia extrema, se han conseguido algunos éxitos en la realización de tal o cualquier compañero responsable, sin pararse a analizar sus resultados ulteriores.

Este modo de entender la exigencia ha conducido y conduce a que algunos organismos y compañeros para no buscarse la “bronca” prometen cumplir tareas, que a sabiendas están convencidos que no las van a cumplir (…)

Y esto ha engendrado una mala costumbre. Me estoy refiriendo a la costumbre de prometer para no cumplir (…)

Esta costumbre lleva al compañero que la tiene, a, primero, aplicarla en tal o cual tarea y después a todas las demás, convirtiéndose en un charlatán indisciplinado.

Y ahora no es raro que prometan dos para cumplir uno, y lo más peligroso es que ello se hace consciente, aceptando de antemano que si se cumple la mitad es un triunfo y que hay que exigir dos si se quiere que se cumpla uno. ¿Desde cuándo es esta la norma de conducta del Partido? ¿Desde cuándo nos engañamos a nosotros mismos?

No quiero analizar las consecuencias que esta costumbre pueda traer al Partido, pues pienso que todos los compañeros lo comprenden.[3]

Siete años después de la exhortación del articulista, el poeta y militante comunista Manuel Navarro Luna se quejaba de esta forma a Juan Marinello: “Quizás andando el tiempo, puedan muchos de nuestros dirigentes quitarse de encima el engreimiento y el envalentonamiento que tanto daño le han hecho al Partido y a ellos mismos”.[4]

El tiempo pasó. En 1959 triunfó una revolución que derivó hacia el socialismo. En 1965 se refundó el Partido Comunista, pero las secuelas del estalinismo, vivas en las raíces del viejo Partido, serían incorporadas a las prácticas políticas de la nueva organización.

Mantengo esta opinión aunque contraríe a Luque Zayas Bazán. No soy enemiga de la verdad. Tampoco su dueña. Apenas soy alguien que cada día se informa, lee, indaga y, sobre todo, aprecia la sociedad en que vive, pues la verdad histórica está en permanente construcción pero hay que acercarse a ella sin absolutismos, con honestidad y sentido crítico. A ello lo invito.

[1]Debido al intento de asesinar a Trotsky —en la madrugada del 23 al 24 de mayo de 1940—, que se consumó finalmente tres meses después por mano de Ramón Mercader, Siqueiros tuvo que exiliarse a Chile en 1941. Arribó a Cuba a fines de 1943 de paso para Nueva York, pero quedó estancado en la isla por problemas consulares, ya que la orden de captura que había librado contra él su gobierno motivó que se le negara la visa de entrada a EE.UU. Durante su estancia realizó una significativa labor, apoyado en sus relaciones con los comunistas cubanos, e incluso creó tres pinturas murales. (Para profundizar recomiendo mi artículo “Un muralista mexicano visita La Habana”, en la columna Páginas olvidadas de la historia republicana, que sostengo en el boletín del Centro Cultural Pablo de la Torriente. Todos los datos que manejo ahí fueron tomados del diario Noticias de Hoy, órgano oficial del Partido Comunista donde se le dio gran publicidad a la estancia del artista mexicano).

[2]Emma Pérez: “Un precioso libro valioso. Conferencias y discursos de Stalin”, Noticias de Hoy, 1939.

[3]Resultado de la Segunda Asamblea Nacional de URC y publicado bajo la firma de Rubén Calderío el sábado 23 de agosto de 1941.

[4]Carta a Juan Marinello, 7 de noviembre de 1948. Fondo Manuscrito Juan Marinello, no. 623, Sala Cubana, Biblioteca Nacional José Martí.

12 diciembre 2018 38 comentarios 1k vistas
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Cuba: los peligros de la “nueva clase”

por Consejo Editorial 28 julio 2014
escrito por Consejo Editorial
ricos

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Por: Harold Cárdenas Lema (haroldcardenaslema@gmail.com)
¿Cuán diferente es Cuba de los otros proyectos socialistas nacidos en el siglo XX? ¿Sobrevivirá a los errores de los modelos predecesores? ¿Sus dirigentes mostrarán una entereza superior a la de aquellos que en otras experiencias traicionaron la confianza popular, derivaron en personalismos, abusos de poder y corrupción? Estas son algunas de las preguntas que gravitan sobre el presente y futuro de la isla, en un contexto de cambios en el que un paso en falso puede ser el fin, y este puede venir en la forma de una nueva clase.
Más de medio siglo los cubanos contamos con el liderazgo carismático de Fidel Castro hasta que por razones de enfermedad Raúl asumió la presidencia con un método de dirección distinto, basado en la institucionalización del país y aplicando reformas principalmente económicas. Ambos mantienen una notable influencia en el país, legitimada en los años de lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista y su consagración al proyecto nacional, este fue sin dudas uno de los factores que le permitió a la isla sobrevivir el derrumbe del campo socialista. Pero un país no lo sostienen unos pocos sino una estructura compuesta por eslabones civiles y militares, ahí puede surgir el germen de la nueva clase, ha pasado antes y el peligro persiste.
Queda fresco en nuestra memoria lo ocurrido en Europa del Este, cuando la dirección histórica de la URSS cedió el paso a un Stalin que hizo del culto a la personalidad una política de Estado y sembró las semillas de la destrucción. En ese entonces, los que estaban vinculados al poder político construyeron una élite de burócratas que no eran propietarios de los medios de producción pero se aprovechaban de la administración de estos para proporcionarse privilegios y ventajas que eran imposibles para el ciudadano promedio.
Este fenómeno lo describió con mucho detalle el yugoslavo Milovan Djilas, quien fue vicepresidente en su país hasta que comparó la élite burocrática con la antigua aristocracia y describió cómo estos pasaban la influencia adquirida a sus familias y solo establecían relaciones entre sí para garantizar sus privilegios. Como Djilas seguía siendo marxista, denunció el surgimiento así de una “nueva clase” y la traición al proletariado, argumentando cómo los obreros seguían buscando su verdadera liberación mientras estaban bajo la acción de esta.
Por supuesto que estas declaraciones le costaron todo al otrora Presidente de la Asamblea Nacional y luego vicepresidente de Yugoslavia, el luchador antifascista que se veía como sucesor de Tito terminó en la cárcel por su lucha contra la burocracia y excluido de la vida política de su país. Si bien las críticas de Djilas tenían sentido, él que aseguraba haberse equivocado un millón de veces, terminó sirviendo de arma al anticomunismo internacional y murió proscrito en la Yugoslavia del año 1995. Si alguna enseñanza parece dejarnos, es que la lucha contra la burocracia resulta peligrosa para todos y la crítica al extremo termina haciéndole un favor a tus enemigos políticos.
Solo hay algo más peligroso que la hipercrítica y es la ausencia de ella. A pesar de que estos peligros mencionados sean un tema recurrente en sectores que buscan el cambio de sistema en Cuba, renunciar a discutirlos abiertamente sería el peor de los suicidios. Entre muchos de nuestros comunicadores existe la percepción de que asumir un pensamiento crítico respecto a nuestros dirigentes y el Partido podría perjudicar el proyecto social cubano. En lo personal creo que más perjudicial sería establecer un muro entre el pueblo y sus representantes, marginar la crítica en cualquier aspecto o invisibilizar la gestión de nuestros funcionarios públicos, estos fenómenos son muy peligrosos, más en un país que aspira al socialismo.
La Cuba de los últimos tiempos necesita cambiar para sobrevivir y ser aún mejor, pero el cambio también implica desafíos para los que debemos estar preparados. Cuando el 2 de noviembre de 2011 la Gaceta Oficial de la República hizo oficial la compraventa de casas en el país, muchos respiramos aliviados y lo vimos (con razón) como un paso de avance. Se exacerbó entonces la polarización de algunos barrios, principalmente en la capital del país, donde los ingresos son superiores al resto, donde los hospitales y las escuelas ya empiezan a ser diferentes y los códigos sociales cambian. Debe existir un plan para lidiar con esto y mantener nuestras esencias.
Desde que tengo uso de razón en mi país ha existido la diferencia social, unos chicos en la escuela podían darle a la maestra un mejor regalo que yo el Día del Educador, algunas personas con regalos podían acelerar su visita al médico pero al final todos compartíamos escuela y hospital. Los nuevos tiempos amenazan con llevar estas diferencias aún más lejos.
Quizás deberíamos preocuparnos más por aquellos pequeños empresarios que sueñan en convertirse en grandes empresarios y ahora ven su primavera. Quizás deberíamos hacer un ejercicio de empatía y ver también lo difícil que resulta un cargo de dirección en nuestro país. Quizás Cuba no sea tan diferente del resto de los modelos socialistas del siglo XX, pero de seguro tiene unas esencias que vale la pena conservar y luchar por ellas. Estemos alerta para que no surja una nueva clase bajo nuestras narices, ya sea económica o política, ya sea de derecha o con ropas de izquierda.

Publicado en: http://eltoque.com/content/cuba-los-peligros-de-la-nueva-clase

 

28 julio 2014 62 comentarios 403 vistas
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