La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto

ruptura

tercera

La Tercera República

por Consejo Editorial 25 junio 2019
escrito por Consejo Editorial

La tercera república de Cuba ya comenzó. Y si esto parece demasiado categórico, pongámoslo así: es muy probable que la intelectualidad vibrante y reflexiva que formarán nuestros hijos, nietos y biznietos, puesta a sistematizar la historia de Cuba, cierre el período de la Revolución en un punto que quizás acabamos de cruzar.

El momento exacto puede ser el pasado 10 de abril, fecha en que Cuba se declaró estado socialista de derecho a solo un año de la sustitución del último comandante de la Revolución en la máxima jefatura del Estado. Podría escogerse otra fecha, eventualmente una que aún no ha llegado, pero el 10 de abril parece adecuada porque, desestimando la posibilidad de una injerencia violenta que sumerja a Cuba en una guerra de imprevisibles consecuencias, la característica esencial de esta nueva etapa deberá ser justamente la del fortalecimiento del estado de derecho. Un fortalecimiento inevitable, porque no parece ya que en el futuro la legitimidad del Estado y el gobierno nacionales pueda radicar en otro lugar. No en el Partido o en la figura de los líderes.

Anticipar así esta perspectiva es útil por dos razones. Primero, porque pensar a Cuba desde el  futuro de nuestros hijos trasciende los dogmas ideológicos y nos fuerza a considerar un país real, que no aparece en los manuales. Segundo, porque ayuda a comprender el marco en el que nuestros esfuerzos todos se están desarrollando, y por tanto a hacer de ellos una acción efectiva en la construcción de la patria que queremos. A ese nuevo marco que estamos viviendo le llamaremos aquí la Tercera República, y pensarla entre todos es quizás uno de nuestros más impostergables deberes.

A diferencia de las anteriores, la de 1902 y la de 1959, en las que un cambio radical de las instituciones nacionales obligó a reconstruir desde cero las estructuras de poder, la Tercera República emerge ahora de la Revolución disfrazada de total continuidad. Y el disfraz no es torpe, muy al contrario, la nueva República se enraíza en profundas claves de soberanía y justicia social que solo la Revolución logró épicamente recoger de las aspiraciones más avanzadas del pueblo para ponerlas a plena luz en la praxis institucional del Estado. La continuidad es por tanto esencial, no superficial ni aún puramente estructural; pero absolutizarla es un disfraz, es negar una parte importante de lo que la nueva Cuba está siendo.

La Tercera República es, y en mucho, ruptura.

En el mismo establecimiento del estado de derecho radica la ruptura original. Lograrlo implica un proceso gradual que pasa por desarrollar una cultura jurídica olvidada por los ciudadanos y por la mayoría de las instituciones. Esto, que en buena medida debe disminuir el grado de arbitrariedad con el que convivimos a todos los niveles, si lo hacemos bien, cambiará además el tipo de gobierno vertical y unipersonal de la Revolución para dar paso a otro con deliberaciones más horizontales y ricas, impulsoras de un desarrollo económico y social donde el verdadero poder sea ejercido de abajo hacia arriba por medio de las estructuras de participación popular.

Pero para hacerlo bien hay que comprender tempranamente que ese camino depende en lo fundamental de una confrontación constante entre pueblo y gobierno. Una confrontación que en ciertos aspectos recuerda las luchas propias del capitalismo en las repúblicas representativas y que en nuestro contexto geopolítico tiene además una naturaleza muy particular. La historia nos previene duramente contra los gobiernos no confrontados por las clases populares, los cuales, aún en estados de derecho, pueden muy fácilmente generar un sistema horrorosamente desigual.

Poniendo a un lado la pequeña y mediana empresa privada, que se ha ganado el derecho a existir y demostrado con creces su utilidad social, lo primero será interiorizar algo esencial al estado socialista: los cargos del gobierno administran la plusvalía nacional, pero no son sus dueños. Dicho más claramente, la riqueza que generan los medios fundamentales de producción en Cuba pertenece a todo el pueblo y así se expresa en la ley. Y es justo, porque esa riqueza la generamos día a día tú y yo, eventualmente con tanto o más sacrificio que el presidente, los ministros y los gerentes de empresa.

Lo segundo es que, para administrar esa riqueza, usamos una democracia participativa que debemos reconocer como altamente experimental. Responde a nuestras ideas más avanzadas de empoderamiento popular, pero no tiene ningún modelo exitoso que imitar y por tanto es absolutamente fundamental mantenerla en continuo desarrollo. Con ella elegimos de entre nosotros, sin necesidad de programas ni filiaciones preestablecidas, a ciudadanos que estén dispuestos a servirnos. Eso y nada más es el poder popular y eso y nada más es el gobierno: simples ciudadanos elegidos por nosotros, directa o indirectamente, que están obligados a servirnos en nuestros términos, desde el presidente hasta el último subordinado.

De dónde vienen entonces los motivos de confrontación? De muchos lugares. Por ejemplo de la misma imperfección del sistema electoral, de estructuras burocráticas poco flexibles y de que los representantes no tengan un salario suficiente para poder llevar una vida digna haciendo solo su trabajo. Todo esto hace que en la práctica el comportamiento de nuestros representantes y directivos, aún cuando tengan ideas genuinamente progresistas, no se ajuste fácilmente a los intereses de los ciudadanos a los que sirve.

Pero más que nada la confrontación viene de algo que nos enseñó la práctica socialista: incluso solo administrando la plusvalía, los dirigentes forman una clase con intereses propios. Es un fenómeno natural, que se puede estudiar y compensar pero va a existir siempre y sucede a todos los niveles directivos y burocráticos; adicionalmente apoyado en nuestro caso por muchas estructuras y procedimientos heredados de la Revolución que, como la aberración de las comisiones de candidatura, llegan a veces a contradecir la esencia misma de nuestra democracia participativa.

Frente a esta realidad, el recurso fundamental de equilibrio en la Tercera República tiene que ser la confrontación activa, orgánica y sistemática entre el pueblo y el gobierno. No debe temerse la confrontación; ni el término ni el concepto. Al contrario, es solo mediante la consolidación de una heterogénea multiplicidad de canales de presión cívica que se puede lograr un verdadero equilibrio socialista donde la inevitable divergencia de opiniones, visiones y soluciones entre los ciudadanos y aquellos que administran sus riquezas, encuentre una canalización productiva y saludable. Los cánones autoritarios de la etapa revolucionaria que se rompen en la Cuba de hoy rompen con ellos el viejo pacto social tácito que descansaba en la confianza extrema en el líder y en la jefatura del estado.

La confrontación socialista entre pueblo y gobierno está llamada a formar en las nuevas circunstancias el mecanismo esencial de regulación mutua. El nuevo pacto social tendrá además que ser robusto frente a una agresividad imperialista que marca la geopolítica de nuestro contexto, y tendrá el reto mayor de no solo no criminalizar, sino promover y asimilar el disenso social. El mercenarismo deberá entenderse estrictamente sobre la base de sueldo y retribución material que recoge la ley, y el calificativo no podrá ser usado con ligereza e impunidad por parte del gobierno. El disenso y la confrontación convertidos en arma de organización e identificación popular, generarán transparencia y legitimidad, impulsando el desarrollo económico nacional y enfrentando con absoluta limpieza al imperio que amenaza nuestra soberanía.

Asimilar la confrontación será nuestra nueva fortaleza, una mucho más humana, efectiva y revolucionaria que la unanimidad acrítica.

Es hora de entender que en nuestra conciencia colectiva descansa la responsabilidad individual de pensamiento y acción que necesitamos para construir un país donde nuestros hijos envejezcan con dignidad, en el sentido amplio que no sólo es soberanía, salud y educación. La proliferación de vías formales e informales de participación, activismo y rendición de cuentas debe ser un pilar de la república nueva, y debe así blindar el espíritu del nuevo pacto social. Uno donde la persecución de viejos anhelos incumplidos y el rescate de las conquistas laceradas por la crisis de los últimos años conecte armónicamente con las causas sociales de la modernidad. Donde el respeto y la garantía de las libertades individuales, muchas de ellas negadas, racionadas o desconocidas en las repúblicas precedentes, marque el paso de un progreso justo y sostenible.

Debemos preguntarnos cómo influir, cómo presionar, cómo participar con nuestra perspectiva individual en esta transformación que ya está ocurriendo; porque la alternativa es una transformación de arriba hacia abajo, fuera del alcance de un ciudadano desmovilizado, que es obediente por exceso de unidad y desinteresado por falta de protagonismo. Debemos comprender que en este momento el peligro de la apatía, la intolerancia y la obediencia fanática no es simplemente el de retardar el desarrollo económico o la conquista de las libertades individuales, es también posiblemente el de un costoso retroceso de la justicia social cuyo rescate podría tomar generaciones.

De aquella primera vez en que la república no llegó a ser, cuenta Martí que Céspedes, quizá nuestro más sacrificado observador de los marcos de la legalidad constitucional, cuando se le acusaba a menudo de hacer todo lo posible contra muchas leyes de la Cámara respondía así: yo no estoy frente a la Cámara, yo estoy frente a la historia, frente a mi país y frente a mí mismo. No solo Céspedes, todos lo estamos.

25 junio 2019 21 comentarios 608 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
ruptura

Dialéctica de continuidad y ruptura

por Consejo Editorial 1 enero 2019
escrito por Consejo Editorial

El período por todos conocidos como Revolución en el Poder cumple ya 60 años, casi la misma cantidad de tiempo transcurrido desde la intervención norteamericana de 1898 hasta el triunfo revolucionario de 1959. En algunos lugares el acontecimiento es celebrado a contrapelo; pero la mayoría de los cubanos lo reciben con escepticismo político y confusión. Y es que el mundo de la política se le presenta al cubano común como un laberinto, donde todos los caminos llevan a una trampa sin fondo. Por eso, este prefiere perderse en su destino personal, que tampoco lo lleva a ningún lado, pero que al menos es suyo.

El laberinto de la política cubana -sobre el que, a fin de cuentas, alguien debe intentar arrojar luz- parece arrojar solo dos opciones, que como unas Escila y Caribdis postmodernas lanzan sus dentelladas hacia nosotros: la continuidad o la ruptura. Se trata de una de esas encrucijadas ante las que la mayoría de la gente prefiere dar media vuelta y regresar a casa. Muchos nos preguntamos: ¿Por qué tenemos que elegir entre una continuidad y una ruptura cada cual más catastrófica que la otra? ¿Es que no existe el camino de la sensatez?

La mera continuidad del orden vigente, que se hace llamar a sí mismo Revolución, es una opción muy cómoda para muchos, pero suicida a largo plazo para los impulsos emancipatorios de nuestra historia. Por muchas razones, que también tienen que ver con el bloqueo y las agresiones del imperio norteño, en Cuba se instauró un socialismo organizado burocráticamente, un socialismo real en toda regla. Algunos creen que esa es la única forma de socialismo que realistamente puede intentarse en las condiciones de excepción en que vive Cuba. Sin embargo, se daría así la extraña paradoja de que para salvar el socialismo sacrificamos todo, incluyendo el socialismo mismo.

La simple continuidad es el fin de la Revolución Cubana, su sustitución por una ideología del pasado, de los mártires y de las efemérides. Hoy por hoy, el vibrante ideario de la revolución es achatado en la práctica hasta verse en el límite de convertirse en una ideología de clase dominante. No están muy lejos nuestros dirigentes de convertirse en una de esas clases dominantes que, muchas veces a lo largo de la historia, han vivido imbuidas en su propia ideología rosadamente clásica, engañándose a sí mismas sobre su verdadero papel explotador. Para llegar a ese escenario, solo falta que se corten algunas amarras.

Pero la ruptura tampoco nos trae otra cosa que espinas. A ella la presentan de muchas maneras distintas, por la derecha, por el centro socialdemócrata y por la ultra-izquierda, sin que nadie sea capaz de explicar cómo va a hacer esa Cuba rupturista para evitar caer en las garras de los grandes poderes transnacionales y de sus sátrapas miamenses. La historia ha demostrado que la gran burguesía norteamericana sigue siendo imperialista, y que solo renuncia a imponerse allí donde encuentra una resistencia tenaz. Cuba y su revolución han sido para ellos una piedra en el zapato, y no van a perder la oportunidad si un día ven abierto el camino para la venganza. Creer otra cosa es ser un iluso.

Además, ponerse radicalmente del lado de la ruptura implica casi siempre, para el que elige ese camino, perder el contacto con esencias fundamentales de la nacionalidad cubana. Algunos desde el comienzo, al prestarse para ser parte de un cambio de régimen orquestado desde Washington, toman el camino de los que traicionan a su patria. Pero incluso los que beben de las ideas de izquierda, y solo le encuentran defectos al proceso y a la ideología de la Revolución, olvidan que fue en ese crisol en el que se fundió el auténtico nacionalismo revolucionario cubano con las ideas de justicia social que aportó el socialismo. El ideario de la Revolución Cubana es un tesoro de símbolos irrenunciables, que junta en sí las luces de Martí y de Marx, y que se templó en la sangre de los valientes. No se le puede rechazar de un tirón.

Para salir de este laberinto solo parece haber una opción muy difícil: encontrar un equilibrio entre continuidad y ruptura. Los alemanes tienen una palabra, aufheben, que puede servir para explicar lo que habría que hacer. Hegel y Marx la usaron para expresar el proceso dialéctico, y significa algo así como levantar, en el sentido de conservar y superar al mismo tiempo. Aufheben es lo que debemos hacer: superar el orden y los dogmas que se reclaman hijos de la Revolución, conservando al mismo tiempo los horizontes e impulsos emancipatorios de esa Revolución.

La dirigencia cubana hace un tiempo pareció estar consciente de todo esto, y mostró algo de audacia al llevar a cabo un grupo de reformas muy necesarias. En la medida en que todavía pueda ser audaz para “cambiar todo lo que deba ser cambiado”, se puede decir que todavía existe la Revolución que ellos lideran. El problema está en la paranoia que se apodera de algunos sectores, que sienten que la ruptura es demasiada, y entonces la dirección vuelve a poner el acento sobre la continuidad.

Tal vez ha llegado la hora de darnos cuenta del daño que nos ha hecho el paternalismo, y de que una Revolución en la que la vanguardia siempre tiene la última palabra es solo media Revolución. Muchos cubanos tienen la percepción de que este socialismo que se intenta construir es un socialismo que le pertenece a la burocracia, que es de ellos, no de nosotros. Lo que se necesita es algo tal vez demasiado difícil: que por primera vez en mucho tiempo los cubanos decidan apropiarse de su  Revolución y su Socialismo, para hacer de ellos propiedad efectiva del pueblo.

En la medida que la Revolución Cubana pueda dejar de ser lo que ha devenido, siendo a su vez ella misma, podrá seguir rompiendo su victoriosa proa contra las olas de la historia. ¡FELIZ ANIVERSARIO!

1 enero 2019 38 comentarios 884 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Diálogo generacional: necesario pero ¿posible?

por Consejo Editorial 5 marzo 2018
escrito por Consejo Editorial

Las generaciones que han trascendido en la historia literaria o política, son aquellas que se percatan de que sus aspiraciones, intereses y necesidades son diferentes a los de las generaciones precedentes; y actúan en consecuencia. La frase diálogo generacional dibuja a los jóvenes cubanos como pasivos corredores de relevo que reciben, en lugar de un batón, la encomienda de salvaguardar un estado de cosas.

Una generación se visibiliza precisamente cuando transgrede ese estado de cosas; en el momento en que deja de ser convocada para convocar, en que no permite que se le fundamente para ser ella la que logre fundamentar. Cuando Martí se separó del plan Gómez-Maceo y se convirtió en el blanco de tantas críticas, estaba dando la espalda al modo de hacer de dos grandes revolucionarios y estableciendo otro estilo de organizar la guerra, a tono con la generación que había sido testigo del fracaso que costó una década de vidas y esfuerzos.

En el instante en que Rubén Martínez Villena interrumpía un acto oficial para protestar contra la corrupción del gobierno de Zayas nacía otra generación, literaria y política. La Generación del Centenario avizoró una manera muy diferente de recepcionar a Martí y rescatar una república secuestrada por el golpe de estado de Fulgencio Batista. En esos ejemplos primó más la ruptura que el diálogo, eso les confirió un carácter revolucionario.

La frase diálogo generacional dibuja a los jóvenes cubanos como pasivos corredores de relevo que deben salvaguardar un estado de cosas.

Según el viejo diccionario Aristos, diálogo es: “Plática entre dos o más personas, que alternativamente manifiestan sus ideas”. Entonces esa conversación  debería ser en condiciones de igualdad que permitiera a los interlocutores ser capaces de exteriorizar y difundir sus puntos de vista.

Las generaciones que mencionamos tuvieron condiciones para esto: todas fundaron organizaciones, formales o informales; gestaron órganos o medios para propagar sus concepciones; mantuvieron una actitud muy crítica respecto a las generaciones que les antecedieron y encabezaron proyectos de cambio…

De acuerdo a lo anterior, la  última generación visible en Cuba sería la que se nucleó alrededor de la revista Pensamiento Crítico, un grupo de jóvenes revolucionarios que alertaba sobre las vías para encauzar un socialismo diferente al soviético. Su clausura interrumpió por muchos años la expresión de varias generaciones que, llenas de inquietudes, quedaron sin medios viables para demostrarlas. Pero el tiempo ha pasado, y la revolución tecnológica en el ámbito de las comunicaciones modificó muchos factores de la ecuación generacional.

En diversos medios digitales se promueven hoy ideas interesantes y valiosas de jóvenes cubanos sobre nuestra sociedad. Paradójicamente, cualquier intento de exteriorizar una visión crítica y diferente sobre ese tema es descalificado, invisibilizado y catalogado con un amplio menú de etiquetas. ¿Es posible que con tales actitudes convoquemos a un diálogo generacional? ¿O se piensa ingenuamente que la generación joven está formada solamente por los líderes de organizaciones juveniles que se muestran combativos y eufóricos al hablar en nombre todos?

Cualquier intento de exteriorizar una visión crítica y diferente es descalificada, invisibilizada y catalogada con un amplio menú de etiquetas.

Decía Berthold Brecht que la juventud  tiene un ímpetu a prueba de balas, pero un optimismo que no tolera desengaños; y las voces jóvenes de hoy no son las que en los ochenta pedían órdenes y solicitaban que les dijeran qué hacer. Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en medio de un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

No existen generaciones históricas, existen generaciones que hacen historia. El movimiento de una sociedad no está únicamente en las continuidades, también está en los cambios, y las generaciones nuevas son las encargadas de eso. Junto a ellas debemos estar. O mejor, debemos ser parte de ellas.

5 marzo 2018 73 comentarios 627 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto