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Relaciones EEUU-Cuba

EE.UU.

Cuba, EE.UU. y anacronismos pos Guerra Fría

por Mabel Torres 1 agosto 2022
escrito por Mabel Torres

El bloqueo de Estados Unidos (EE.UU.) a Cuba emerge como leitmotiv en los 109 mil 884 kilómetros cuadrados de este archipiélago. El tema no escapa a ningún discurso político doméstico: aparece en vallas de las carreteras, en los spots de televisión, en libros escolares, en los titulares de la prensa estatal e independiente… Los cubanos parecemos almorzar y comer bloqueo, vivir y morir bajo su mantra.

Carlos Alzugaray conoce bien los hilos con los que se conduce esta política de uno y otro lado. Como ex diplomático cubano, desde 1961 ha representado al país en Argentina, Bélgica, Etiopía, Bulgaria y Japón. Asimismo, se desempeñó como asesor del canciller entre 1992 y 1994 y embajador de Cuba ante la Unión Europea. Máster en Diplomacia y Doctor en Ciencias Históricas, ha sido investigador invitado en el Programa Cuba de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore; en el Centro David Rockefeller de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Harvard, ambos en EE.UU., y en el Instituto Universitario Europeo de Florencia, Italia.

Avalado como especialista en las relaciones Cuba – EE.UU., es también autor de dos libros sobre esta temática. Aunque se retiró del cuerpo diplomático en 1996, permanece activo en el ámbito académico y editorial. Actualmente imparte conferencias, escribe artículos sobre política internacional y se encuentra en proceso de edición de su obra Diplomacia imperial y Revolución, Premio Ensayo Casa de las Américas en 2013. A sus 79 años apuesta por que una normalización con EE.UU. puede ser posible, así como la construcción de una Cuba más plural y democrática.  

En un artículo publicado en OnCuba, usted plantea que la Isla supuso un tema priorizado en la agenda de política exterior de la Casa Blanca entre 1960 y 1980. ¿Puede decirse que después de la Guerra Fría lo concerniente a Cuba quedó relegado a un asunto de lobby y estrategias electorales?

En la política exterior de EE.UU. influyen muchos factores, pero siempre resultan determinantes las élites del poder. El interés por Cuba en el siglo XIX fue geopolítico, los padres fundadores dijeron: «esto es nuestro». En 1902, EE.UU. logró lo que quería mediante el modelo «plattista» de la República, pero eso acabó con el triunfo de la Revolución. Por ello, no es de extrañar que en el propio 1959 se determinó no negociar con el Gobierno Revolucionario y poner en vigor una serie de medidas para lograr su derrocamiento.

En sus inicios la posición de Cuba se movió a tres niveles. Primero se buscó un acuerdo para que la Casa Blanca aceptara los cambios, lo cual fracasó porque EE.UU. no estaba interesado en negociar. Ahí surgió la idea del «cambio de régimen», que ha prevalecido a lo largo de los años y es la que existe ahora.

Cuba no tuvo otra opción que apelar a la resistencia y, más tarde, al desafío. Sin embargo —aunque no se reconoce explícitamente— este reto frontal al imperialismo, más conocido como la Revolución Tricontinental, fracasó con el asesinato del Che en Bolivia, para re-emerger de otra forma en la década de los setenta cuando Cuba envió tropas a África y apoyó los procesos revolucionarios en América Central.

Después de esa frustración de 1967-1968, Cuba se alió con la Unión Soviética (URSS), pacto muy conveniente para el país, que además coincidió con la ruptura del aislamiento diplomático en América Latina y el Caribe. La membresía y liderazgo de Cuba dentro del Movimiento de Países No Alineados ayudaron a frustrar las políticas de Washington en el plano diplomático.

EE.UU.

Cuba acogió por primera vez la sede una Conferencia Cumbre del MNOAL en 1979. (Foto: Arnaldo Santos/Granma)

Con el fin de la Guerra Fría se resolvieron tres problemas que EE.UU. reclamaba como obstáculos fundamentales para normalizar las relaciones: la alianza con la URSS, la presencia de tropas cubanas en África y el apoyo a movimientos revolucionarios centroamericanos después del triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua. Sin embargo, no se pudo avanzar.

En 1989 Washington vetó toda negociación con La Habana. Sobrevinieron las leyes Torricelli (1992) y Helms-Burton (1996), que codificaron el bloqueo e hicieron imposible su levantamiento por decisión ejecutiva. La política de «cambio de régimen» por medio de «medidas coercitivas unilaterales» quedó consolidada como centro de las acciones de Estados Unidos contra Cuba.

Hoy el panorama con el vecino no ha cambiado porque a nivel simbólico continuamos representando un desafío: el gobierno que no consiguen derrocar. Sin embargo, estoy seguro que los departamentos de Estado y de Defensa concuerdan en que conviene más a los intereses norteamericanos fomentar la cooperación entre gobiernos a través de un proceso de normalización, como acordaron Raúl Castro y Barack Obama en 2014.

Los cambios introducidos por Obama fueron históricos, pero el gobierno cubano los calificó de insuficientes. ¿Cree que se desaprovechó la oportunidad de un mayor acercamiento en ese entonces?

Es cierto que fueron insuficientes, pues las leyes apuntadas impedían ir muy lejos, pero también Cuba desaprovechó las ventajas que significaba la política de Obama porque no hubo consenso al respecto. Un sector dentro del gobierno lo percibió como una amenaza. El dogmatismo ideológico anuló muchas iniciativas que hubieran consolidado la apertura, mientras la burocracia frenaba los cambios aprobados. La excepción fue el MINREX, que viabilizó los avances en materia diplomática y avanzó en los contactos acordados con el Departamento de Estado.

El poco avance en materia económica tuvo su causa también en la ralentización de la reforma aprobada en el VI Congreso del Partido, en 2011. De haberse concretado los cambios que ahí se proponían, la normalización hubiera transitado por caminos más promisorios en lo económico.

Se temía que la atención de EE.UU. al emergente sector privado abriera un espacio de vulnerabilidad. Ya hoy ello se hubiera visto de otra forma, porque cada vez se acepta más al sector privado como lo que son: patriotas que se han quedado a echar para adelante este país. A la mayoría no le interesa el poder político, sino espacios de participación para prosperar en lo personal. Representan un sector al que el gobierno debería escuchar, como al fin parece estar haciendo.

Y no creo que la posición de Obama implicara eso que se ha designado con justeza como «cambio de régimen» que, por ejemplo, ha sido la política de Trump y ahora la de Biden. En su discurso en La Habana, Obama afirmó: «Nosotros no tenemos la capacidad ni la intención de cambiar el régimen en Cuba». Y ello es coherente con su política general de negociar con los adversarios. Esa fue su mayor virtud, aunque aquí haya quien le atribuya los más siniestros motivos.

Las promesas electorales de Joe Biden y su anterior desempeño como vicepresidente de la administración Obama apuntaban a un posible retorno de la normalización de las relaciones. ¿Por qué no ocurrió?

La no aplicación de esa política tiene un nombre y un apellido: el senador demócrata de origen cubano Bob Menéndez, aunque también ha influido el equipo de «guerreros fríos» que está alrededor del presidente. No es una camarilla de modernizadores como fueron los colaboradores más cercanos de Obama.

¿Pueden haber mediado los sucesos del 11 de julio en que este cambio de política no se concretara?

Nadie esperaba las manifestaciones del 11 de julio. Fue un estallido popular dado que el país había tocado fondo. Un año después no tenemos un informe de la Fiscalía General que diga cuántas personas salieron a las calles ese día y cuántas lo hicieron pacíficamente, porque en efecto, el gobierno acepta que hubo manifestantes pacíficos. Ello nos obliga a suspender el juicio sobre si fue «un golpe vandálico estimulado desde el exterior» —como afirma el gobierno ahora— o una manifestación pacífica de descontento popular. Probablemente, la verdad contenga elementos de ambas explicaciones.

A algunos manifestantes pacíficos no se les han seguido procesos judiciales, pero la imagen que queda es la de persecución y posterior acoso —que muchos consideramos arbitrario e ilegal— por parte de órganos designados para proteger la seguridad y mantener el orden. A eso contribuyó el artificio de «Patria y Vida» de Yotuel, invitado a la Cumbre de las Américas. Indudablemente, la imagen que se ha proyectado al exterior ha sido negativa y sirvió de excusa para que Biden mantenga muchas de las medidas dictadas por Trump.

Hay dos conceptos que deberían promoverse en nuestra sociedad: cultura cívica y esfera pública. La protesta pacífica pública debe formar parte de lo lícito y no ser reprimida injustamente. Debemos buscar la igualdad política de todos los ciudadanos y desterrar prácticas como la prisión domiciliaria por cuestiones políticas o los mítines de repudio. Creo en una esfera pública plural en la que los medios de comunicación expongan de manera crítica las problemáticas del país.

¿Cuánto han afectado las sanciones durante la pandemia?

Mucho. Han sido totalmente crueles y punitivas. Han hecho estragos en la actividad financiera y económica del gobierno cubano, con efectos muy negativos para la ciudadanía. Además, golpearon brutalmente al sector emprendedor al limitar la actividad turística.

La política es perversa porque —no nos engañemos— el recrudecimiento de las medidas coercitivas buscaba un estallido como el del 11 de julio, pero a fin de cuentas solo ha servido para que el gobierno cubano se libre de culpas. El gran costo del bloqueo se ubica en el plano político porque estimula la mentalidad de estado de sitio como factor justificante de la represión.

¿Qué implicaciones tiene la exclusión de Cuba una vez más de la última Cumbre de las Américas?

La inclusión de Cuba en las Cumbres de las Américas fue un reclamo desde sus inicios, pero especialmente desde el 2005, en la de Mar del Plata, Argentina. No fue hasta 2015 en Panamá, donde Washington, obligado por el resto de la región, tuvo que aceptar la inclusión de Cuba, que volvió a ser excluida con la llegada de Biden al poder.

La de Los Ángeles este año tenía como temas centrales salud y migraciones. En ambas esferas, todos los países le reconocen a Cuba un papel fundamental. Sin embargo, la administración Biden, que basa su política exterior en una visión global muy similar a la que tenía EE.UU. durante la Guerra Fría, se propuso no invitar a países con modelos políticos diferentes a los cánones de la «democracia liberal».  

Aun cuando la crisis migratoria que enfrentamos está causada por la situación económica del país, no se puede obviar que las facilidades brindadas por EE.UU. para los cubanos estimulan este fenómeno. Debido a que Washington cerró los servicios consulares en La Habana, con la excusa de los oscuros «incidentes acústicos», se puso un alto al mecanismo de emigración legal aprobado por ambos gobiernos desde 1994-1995.

Aunque Cuba siempre ha preferido negociar la solución a los conflictos migratorios con EE.UU. por la vía bilateral, la situación actual lo convertía en un tema regional, que muchos países querían negociar en el marco de la Cumbre.

¿Pudiera interpretarse la exclusión de Cuba y las más recientes medidas de Biden como una especie de contradicción o es parte de la misma política?

La posición de Biden es una vuelta al pasado y, paradójicamente, significa seguir una directriz que se parece más a la de administraciones republicanas. Por añadidura, implica aceptar la cancelación de la política de Obama, de la cual Donald Trump se ufanó cuando firmó su Directiva sobre Cuba en junio del 2017 en Miami.

Mi pronóstico es que en el largo plazo la realidad obligará a Biden o a cualquier presidente demócrata a buscar una postura más cercana a la de Obama, a pesar de la política interna. Por una sencilla razón: no logrará nada de lo que se propone. En el orden interno, Biden tampoco va a perder mucho. Los demócratas ya tienen perdida la Florida y, es un hecho que va más allá del tema Cuba.

Lo que más complejiza el panorama es que la Isla no es una prioridad para EE.UU., salvo por el tema migratorio. Claro, si los republicanos vuelven a controlar la Casa Blanca en el 2024, podemos esperar que busquen aplicar nuevas medidas coercitivas, pero ya quedarían pocas opciones.

EE.UU.

Mi pronóstico es que en el largo plazo la realidad obligará a Biden o a cualquier presidente demócrata a buscar una postura más cercana a la de Obama, a pesar de la política interna. (Foto: Mabel Torres/LJC)

¿Hubiera sido la Cumbre una especie de precedente para sentarnos a hablar de otros asuntos?

A partir de los acuerdos migratorios del 95, se mantuvieron conversaciones sobre el tema cada seis meses. El diálogo en torno a otras cuestiones como la seguridad aérea y la colaboración meteorológica nunca desapareció. En varias ocasiones el gobierno cubano intentó expandir estas conversaciones hacia otras temáticas como el medio ambiente o la lucha contra el terrorismo, pero siempre enfrentó reticencias, hasta que llegó Obama. El interés nacional de EE.UU. no debe ser otro que tener relaciones normales con la Isla. Por el lado cubano, el gobierno pudiera intentar acercar posturas con los emigrados y otorgarles mayores derechos y garantías.

Mucho se habla de los beneficios que recibiría Cuba de no existir un clima hostil con EE.UU., pero, ¿qué ventajas pudieran esperar el gobierno y el pueblo estadounidenses de una normalización con Cuba?

A nivel comercial, nuestra cercanía geográfica supone una gama de beneficios mutuos. Hay tres rubros de exportación cubanos que tendrían mercado en EE.UU.: el níquel, el tabaco y el ron. Los que probablemente más réditos obtengan sean los relacionados con el turismo: compañías aéreas, tour operadores y empresas hoteleras, además de que el ciudadano americano podría visitar Cuba con normalidad. Asimismo, el lobby agrícola o las empresas que manejan remesas se beneficiarían de una relación normal.

La colaboración en la industria disquera, cinematográfica o el deporte tendría un efecto muy positivo en la proyección internacional de nuestros artistas y atletas, quienes podrían firmar contratos sin mediaciones políticas. Esa experiencia puede extenderse al resto de empresas estadounidenses que tengan interés en los recursos humanos con que contamos, por ejemplo, los jóvenes que trabajan en el área de la programación y las ciencias informáticas.

El bloqueo significa el acceso vedado a un mercado muy poderoso, lo que limita las posibilidades de muchos sectores que ni siquiera hemos comenzado a explorar. Hay determinados círculos en EE.UU. que saben esto y quieren un cambio que les permita obtener ganancias.

¿Cómo vislumbra el escenario de las relaciones Cuba-EE.UU. en el futuro?

Las relaciones pueden mejorar de dos formas. La primera —y mi preferida— sería que la situación económica de Cuba alcanzara cierta prosperidad a nivel individual y colectivo a pesar de las sanciones. En ese panorama no deberíamos nada a nadie y nuestra posición a la hora de negociar estaría por encima de cualquier chantaje. Lo que describo me parecía muy posible hace unos años, pero ahora lo veo bastante utópico.

La otra posibilidad sería que en la élite de EE.UU. predominara una corriente racional que no percibiera la relación con el vecino desde el conflicto o la dominación. El escenario ideal incluye ambos factores, desde uno y otro gobierno.

Necesitamos sentar bases de confianza mutua y desterrar los estereotipos en torno a los cuales ha sido construida la relación cubano-americana: como la idea miamense de la venganza contra Cuba. EE.UU., como gran potencia, seguirá estando ahí. El camino para los cubanos será hallar una forma civilizada de convivencia sin hacer concesiones inaceptables para nuestra dignidad y autodeterminación como pueblo.

A corto plazo soy pesimista por primera vez en mucho tiempo, aunque sigo apostando por que una relación de cooperación es posible. Creo en los seres humanos y en la voluntad de lograr consenso. Por eso, a largo plazo soy optimista, aun cuando temo que no lo veré. Lo podemos lograr si Cuba toma el camino de la prosperidad, incluso con el bloqueo en vigor.

1 agosto 2022 61 comentarios 2k vistas
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Principio

Principio y final de una verde mañana

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 13 junio 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Acaba de terminar la IX Cumbre de las Américas, opacada mediáticamente por el divorcio de Shakira y Piqué. Poco pudieron lograr los organizadores utilizando para los discursos el magnífico Centro de Convenciones de Los Ángeles, el mismo que sirve de sede al principal evento de videojuegos del planeta.

Muy cerca de allí, en las colinas, el famoso cartel de Hollywood domina la ciudad. Pudo aprovecharse como decorado ideal para la foto final de los mandatarios, luciendo sus trajes y sonrisas, porque a fin de cuentas la Cumbre es también un show, con todas sus coreografías, sus selectos invitados, prometedoras frases, cenas y pasarelas.   

De este lado también tuvimos espectáculo. El presidente ofreció un discurso ante los representantes de la llamada sociedad civil, esa que según él no fue invitada a la cumbre. Me armé de paciencia y escuché sus palabras porque, gústeme o no su gestión, es el máximo dirigente del país en que vivo. Sé que es difícil mantener la atención pues, como ocurre con otros de su nivel, no sabe improvisar y genera frecuentemente un discurso monótono, reiterativo y poco convincente. Si ellos no parecen creer en lo que dicen, qué podemos esperar de los demás. En cuestión de oratoria la continuidad ha sido un fracaso.

Como se sabe, no fuimos invitados al evento (tampoco Nicaragua y Venezuela) y eso, como es lógico, motivó rechazo y en algunos casos solidaridad entre los países de la región. Hay tanta hipocresía y desprecio acumulados de unos hacia los otros, que realmente no me sorprendió la decisión del mandatario norteamericano, que aplica palos o zanahorias según sea el conejo.

¿Cómo puede hablarse de una comunidad si se parte de exclusiones? ¿Qué sentido tiene «castigar» a los excluidos bajo el argumento de que son «regímenes totalitarios» si los propios organizadores toman una actitud soberbia, de presiones y discriminaciones? Si el respeto a los derechos humanos, las libertades individuales o lo que algunos suelen definir como democracia, fueran realmente cuestiones cardinales a cumplir por los gobiernos asistentes, no se hubiera realizado ni la primera de ellas.  

En lo personal, no creo que este tipo de acontecimientos resuelva ninguno de los agudos problemas que nos acompañan. Alguien decía que para lo único que sirven estas grandes citas o reuniones, era para retardar el exterminio de la humanidad. Algo es mejor que nada.

Frente a las pantallas, los presidentes fruncen el ceño y se ponen serios, ofrecen sus preocupaciones y promesas bajo un estudiado guión. Luego, regresarán a sus naciones y harán lo que quieran o puedan. La mayor parte de ellos solo estará en el poder tres o cuatro años, así que mejor tomarse las cosas con calma porque, probablemente, los compromisos de unos serán anulados por los miembros de los partidos rivales.

Mientras tanto, la dura vida cotidiana de cientos de millones sigue su curso. Dialogar y prometer son cosas buenas, pasos nobles en un camino que no debe despreciarse; pero responder con políticas públicas duraderas, cercanas a las necesidades reales de los pueblos, sería mucho mejor.

La posición de Cuba resultó, como la del propio Biden, bastante ambigua. Sí, pero no. No, pero sí. Primero, protestamos cuando se dijo que no seríamos invitados. Luego, tras la mediación de López Obrador y las presiones de otros mandatarios, Biden titubeo (aún más) pero el presidente cubano expresó que de igual forma no iría aunque se cursara la invitación. Cuando quedó oficializada la absurda negativa del gobierno norteamericano, Díaz Canel y nuestra cancillería emitieron un comunicado que mostraba nuevamente su disconformidad.

Si consideramos que el evento carece de importancia y deviene en plataforma «imperial de dominación», para qué molestarse en ir y armar tanta alharaca si no somos invitados. ¡Olvídalo! Para tus intereses tienes el ALBA, la CELAC, el CARICOM, los NOAL y todas las letras del abecedario para conjugar e inventarte algunos nuevos.

Principio

Jefes de Estado de los países que forman la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), en La Habana, este viernes. (Foto: Palacio de Miraflores)

Mientras ese tira y encoge ocurría, en el tablero de ajedrez político se movían otras piezas. Biden retiraba algunas de las medidas más lacerantes impuestas por Trump contra Cuba. De este lado se aprobaba la primera empresa privada de un ciudadano norteamericano en la Isla, pero, sobre todo, se liberaba a varios de los jóvenes detenidos por manifestarse el 11 de julio. No es gran cosa, pero Despacito es el tema que más se escucha en Washington y en el Comité Central         

En su discurso, Díaz Canel pide respeto hacia las posiciones o tendencias ideológicas de nuestros países como forma de ver al continente en su diversidad, lo que permitiría que cada nación se exprese como mejor entiendan sus ciudadanos. Dice que, aunque existen profundas diferencias ideológicas entre algunos estados, hay que encontrar caminos de interés común para enfrentar las crisis y la desintegración. Desde luego, hay que oponerse a toda homogeneización cultural y generar espacios para el debate y el disenso con soluciones reales, observando cómo, cada día, crecen las desigualdades, miserias y fenómenos migratorios que deben atenderse.

Eso está muy bien, pero presidente, no puede existir una demanda o modo de actuar para el resto del mundo y una deuda siempre pendiente entre nosotros mismos. Candil de la calle y oscuridad de la casa, y es que todas esas acertadas observaciones sobre los otros, pueden aplicarse, letra por letra, al contexto insular.

Hay una cuestión esencial que se llama Ética, pero era verde y se la comieron los chivos. En el discurso habitual de nuestros medios, las frases de los políticos e incluso en la Constitución de la República, se nos habla, una y otra vez, de «principios que no son negociables», una frase que ha sido más horadada aquí que la superficie lunar.

Si resulta inmoral —y así lo expresamos públicamente—, la actitud de un gobierno que tiene un doble rasero para medir sus relaciones o afinidades, no deberíamos nosotros obrar de la misma forma, porque ¿cuál sería el mensaje que estamos ofreciendo? Se dice que los gobiernos no tienen aliados sino intereses. Perfecto, entonces asúmanlo y no me hablen de honestidad, o de valores intocables que la Revolución representa.

En nuestra historia contemporánea existen ejemplos de sobra en que hemos preferido imitar al avestruz, escondiendo la cabeza cuando conviene, y eso no es lealtad sino oportunismo, aunque en ciertos espacios académicos lo llamen geopolítica. Da igual la semántica, los eufemismos o las palabras que se utilicen, a los efectos reales resulta una estrategia igual de sucia y perversa. Con observar la actual posición del país frente a la invasión rusa a Ucrania tenemos un caso.

No resulta posible examinar con rigor y honestidad situación actual de Ucrania, sin valorar detenidamente justos reclamos de Rusia a EEUU y OTAN y factores q han conducido al uso de la fuerza y la no observancia de principios legales y normas intls q #Cuba suscribe y respalda
2/5

— Bruno Rodríguez P (@BrunoRguezP) February 26, 2022

También se dice por ahí, con mucho acierto, que si no superas a tu enemigo te conviertes de alguna forma en su esclavo. Esa es precisamente una de las mayores paradojas de la Revolución cubana: romper a inicios de los sesenta el ciclo de dependencia crónica hacia Estados Unidos heredado del período republicano, para volver a caer, pasados los años, bajo su égida. Es como aquella canción de Agustín Lara:

Piensa en mí cuando sufras, cuando llores también piensa en mí, cuando quieras quitarme la vida, no la quiero para nada, para nada me sirve sin ti.  

Entre Cuba y Estados Unidos se tiende una fuerte historia de amor, pero de esas que necesita de sacrificios y dolor. Eros amordazado, lacerado. ¿Quién se ata a la cama y quién toma la fusta?  En ambos lados del estrecho de la Florida vive una comunidad dividida que no puede existir sin la otra parte. Pendientes de cada gesto, declaración o artimaña política, los cubanos están atrapados desde hace demasiadas décadas en esa telaraña, que desgraciadamente ha acabado con familias enteras, amistades y compromisos.

Se ha impuesto toda una narrativa del odio, descalificación y desmemoria que, en ciertos sectores de las dos orillas, se extremó peligrosamente en los últimos años. Muchos se han empoderado mediática o políticamente con ese drama, utilizando en apariencia el mismo sujeto de preocupación, llamado Pueblo Cubano, y así viven felices de ese cuento.

Por eso, cuando Obama y Raúl decidieron pasar la página de esa retórica de larga e inútil data, saltaron las alarmas en las mansiones de los fundamentalistas de ambos bandos, preocupados por las negociaciones y los acuerdos. Como los extremos terminan por tocarse, sucedió la curiosa situación de que, por primera vez, «los protectores de la fe» unieron sus fuerzas en el mismo bando, porque no hay nada más revolucionario para ellos que mantener el estatus quo. El bloqueo se erige como ficha clave del dominó, que lo mismo sirve para trancar que para ganar. ¡Con la dictadura castrista no se negocia! ¡Con el Imperio que nos oprime, tampoco! Y así, el tiempo pasa y nos vamos poniendo viejos… 

No debemos olvidar en todo esto que la Revolución surgió como proceso emancipatorio que prometía conquistas sociales y transformaciones culturales inéditas en la región. Fue el «faro de libertad» que por años encandiló a millones en todo el mundo, y también a algunos de los nuestros que se quedaron ciegos y no supieron como avivar la llama.

Entonces aparecieron los dogmas, las órdenes, los principios, porque es más fácil reproducir que hacer. Aquella imagen iniciática y rebelde tenía que ser congelada para las postales y los libros de fotos que se ofrecen a los turistas. Todos sus símbolos pasaron a ser codificados, convertidos en trapos, estatuillas, bustos, cuadros en las paredes; encapsulados en filmes, almanaques, carteles o bisutería para los mercados. La Revolución que conquistó las calles ahora solo aparece en un tshirt.

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Todos sus símbolos pasaron a ser codificados, convertidos en trapos, estatuillas, bustos, cuadros en las paredes.

¡Ah!, pero es importante hablar de Martí. Díaz Canel lo sabe y dedica largos minutos de su intervención a recordar las visiones que tenía el héroe sobre las verdaderas intenciones de Estados Unidos hacia América Latina. De nuevo hay que hablar del imperio y su avaricia, viajar siglo y medio atrás para decirnos lo que todos sabemos. Cortina de humo que elude los reales problemas que importan a esa sociedad civil que lo escucha. Como él no convence a nadie, necesita apuntalarse citando a Martí. Cuando no se tiene nada que ofrecer, ofrece al maestro. Es lo que enseñan en la Escuela Superior del Partido «Ñico López».

El presidente habla de luchar contra el pensamiento hegemónico y yo digo, correcto, pero empecemos por casa. ¿O acaso el Partido no impone un pensamiento dogmático y hegemónico sobre nuestros medios? La organización tiene un control total no solo sobre ellos, sino sobre el destino del país. Son jueces y parte que copan prácticamente todos los escaños de la Asamblea Nacional, el poder judicial, el Consejo de ministros, los gobiernos locales y el Tribunal Supremo. Está detrás de cada ley y decreto. Son una ínfima minoría, pero ostentan un poder abrumador. ¡No!, la culpa de nuestros problemas no la tiene el bloqueo, ese nefasto engendro del cual ustedes mismos se sirven.

Algunos de sus cuadros han llegado a decir, sin que les tiemble la voz, que su autoridad es superior a las leyes y a la Constitución. Se muestran desafiantes, se consideran miembros de una organización eterna que vivirá durante milenios, burlándose así de la dialéctica, y de Marx, Engels y Lenin juntos. Y tales disparates debemos escucharlos con frecuencia en los discursos, leerlos en vallas públicas, en nuestras escuelas, en las consignas que se escriben y reproducen por doquier. Pretenden que el pueblo lo acepte y acate sin chistar. Si esa es la Revolución, han engañado a todos los que un día dieron su vida por ella.

¿Qué puede ofrecerle realmente este gobierno al pueblo como alternativa moral, si solo reproduce el mal que dice desterrar? No se puede cuestionar la violencia de otros gobiernos contra sus ciudadanos, si el nuestro también la ejerce contra los suyos. ¿Por qué resultan justas las demandas y marchas por mejoras salariales, laborales, estudiantiles, campesinas o de cualquier naturaleza en Chile, Colombia, México o Brasil, y contrarrevolucionarias o «financiadas por el enemigo» si se producen por similares cuestiones en Cuba? ¿Cuál es el punto de aplaudirlas en unos y rechazarlas en otro?

¿Por qué Estados Unidos (que es «el país donde crece el mal») debería respetar a las naciones y modelos sociales diferentes, si nuestro gobierno («ejemplo imperecedero de humanismo») es incapaz de hacer lo mismo con sus propios ciudadanos, y castiga severamente a todos los que piensan o desean un país diferente?

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¡Es que ni siquiera se acepta ya un debate público sobre el amplio espectro que pudieran cubrir esas diferencias! Las recientes «acciones» operadas contra la plataforma digital de izquierda Alma Mater, son reflejo de los serios problemas que tiene el Partido para procesar las críticas y análisis sobre la realidad cubana, no importa si son generados desde sus propias filas. ¿Se supone que eso sea revolucionario?

Hace rato no somos el país que decimos ser, y cada día estamos más lejos del que quisiéramos. Nuestros científicos fueron capaces de crear tres vacunas en tiempo récord, salvando con ellas miles de vidas en medio de una pandemia universal, lo cual es admirable. Nuestros políticos en cambio, con todo el tiempo y los recursos a su disposición, son incapaces siquiera de gestionar una eficaz cosecha de papas, para no hablar del azúcar, cuya última zafra fue de las peores en más de un siglo.

¿Por qué si tenemos el proyecto «más justo y humano que ha conocido la historia», cien mil de nuestros hijos lo han abandonado en un año? El presidente se refiere a los miles de migrantes que conforman ahora mismo las caravanas que avanzan por toda Centroamérica. Pero obvia el detalle de que entre ellos hay no pocos cubanos, nacidos y crecidos bajo la Revolución. ¿Locos desquiciados? ¿Suicidas? ¿Gente simple que no ve más allá de sus narices?

Ahora los nuestros comparten por un tiempo la misma suerte de hondureños, mexicanos y salvadoreños; que deben enfrentar a coyotes o traficantes, sortear la muerte cruzando ríos o selvas, dormir a la intemperie en tiendas improvisadas, aeropuertos y carreteras o en algún cayo perdido en el medio del mar, muy lejos de su patria y familias. Hay toda una tragedia humana aquí, de la que no somos ajenos pero de la que poco se habla. Ellos han empeñado sus ahorros, vendido sus casas y propiedades, sacrificado todo tipo de cosas, encontrando en la huida su única alternativa de cara al futuro.

En mayo de 1959 Fidel promulgó la Ley de Reforma Agraria, que hacía justicia al entregar la tierra a los campesinos, acabando con latifundios y empresas transnacionales. Fue un gran paso en la Revolución. Luego de seis décadas, esa tierra sigue sin producir ni satisfacer las demandas alimentarias mínimas de la población. Entrampada en su propia y extraordinaria burocracia, somos hoy una nación endeudada, ineficaz y dependiente, secuestrada por las fuerzas más conservadoras de ese Partido único. La Revolución no existe, y no por culpa de Estados Unidos, sino de ustedes que acabaron con ella.

13 junio 2022 51 comentarios 3k vistas
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Cultura política

Cultura política, discriminación y cambio en Cuba

por Ivette García González 10 mayo 2022
escrito por Ivette García González

El incremento de la discriminación política y la represión, así como la tolerancia y participación de una parte de los ciudadanos en esas prácticas, están muy relacionados con la cultura política dominante en Cuba. Una compleja problemática e importante obstáculo para el cambio.

Las personas discriminadas y reprimidas por sus ideas políticas constituyen un sector vulnerable cada vez más amplio, sobre el cual recae todo el peso del Estado. No es un fenómeno nuevo, pero sí más visible durante los últimos años.

A lo largo de décadas, tal fenómeno se fue naturalizando hasta convertirse en una cultura de la discriminación política. Su origen estructural —indica el sociólogo Roberto Gutiérrez—, está en la «asimilación de tradiciones, prejuicios, miedos, manipulaciones ideológicas y esquemas de organización de la vida social» que han sido hegemónicos en el entorno formativo de grupos e individuos.

Tal cualidad supone su conexión directa con la cultura política. A escala de la sociedad, ella constituye una «síntesis heterogénea y en ocasiones contradictoria de valores, creencias, juicios y expectativas que conforman la identidad política de los individuos, los grupos sociales o las organizaciones políticas y la manera de representar, imaginar, legitimar y proyectar a futuro el mundo de la política».

Cultura política

Roberto Javier Gutiérrez López (Foto: Luis Humberto González)

-I-

En la cultura política se manifiestan la relación Estado-Sociedad, las dinámicas estabilidad-cambio y consenso-disenso, y la conexión pasado-presente-futuro. Está muy vinculada a la legitimidad del poder y su capacidad de fomentar obediencia y consensos a través de realizaciones concretas e incentivos.

Desde América Latina ella se entiende a partir de la diversidad y divergencia, y alude a la(s) cultura(s) política(s). Puede ser más o menos rica, diversa y conflictiva según el contexto, el régimen imperante y la libertad de los individuos para formar sus propias valoraciones y traducirlas en comportamientos. Su formación transcurre a través de un proceso de socialización en el que intervienen como actores claves: familia, escuela, grupos generacionales, movimientos, partidos y medios de comunicación. A través de la comunicación política se generan matrices e ideas básicas para la relación entre los individuos y el entorno político.

La crisis sistémica que vive Cuba hace años, la quiebra del consenso, así como la erosión de la institucionalidad y la represión política agotan cada vez más la capacidad de obediencia y legitiman la resistencia. Ello se relaciona con tres dimensiones de la cultura política que se mueven entre lo que existe y lo que se desea que exista: poder político (capacidad de construir un entorno y existencia deseados), sueños políticos (esperanzas de poder construir algo distinto, nuevo y mejor) y desafección política (alejamiento de los ciudadanos respecto al sistema y falta de confianza en la acción colectiva).

-II-

En la formación de la cultura política hegemónica en Cuba han intervenido durante más de medio siglo: el sistema educativo, la demagogia, la propaganda y la reiteración de un discurso tóxico en los medios, así como la justificación de los fracasos gubernamentales y de la falta de incentivos y realizaciones ciudadanas. La intención ha sido reforzar el status quo, justificar el rechazo, la discriminación y represión de los diferentes y ganar apoyos «conscientes» o «disciplinados».

La intolerancia, estigmatización y exclusión de personas y grupos, se fomentan a través del tiempo e impactan en la cultura política. Las instituciones y normas de funcionamiento del sistema dan cabida, e incluso estimulan, esos fenómenos, por eso se ha se ha expandido y arraigado, muchas veces sin que las personas se percaten.

Cultura política

(Foto: Logan Mock-Bunting / GTRES)

Casi todos los actores clave que intervienen en la formación de la cultura política están supeditados en Cuba al Partido/Gobierno/Estado. Por ello, ciertas ideas  y matrices de opinión están incorporadas a la conciencia social en amplios segmentos de la ciudadanía: la Revolución es el Gobierno; revolucionario es quien lo apoya y contrarrevolucionario quien disiente; Patria equivale a Revolución y Socialismo; la entrega al Partido y al líder es incondicional; los críticos son enemigos o sirven al enemigo externo; toda información no conveniente es falsa o está manipulada por el enemigo y sus acólitos; el derecho de la Revolución a existir y defenderse es incontestable y hay que apoyarlo; los problemas de Cuba obedecen a la política del enemigo externo, ante lo cual es imprescindible la unidad en torno al gobierno.  

Otras son la supeditación e incluso la renuncia al ejercicio de derechos individuales y mínimos democráticos en aras de un supuesto bien colectivo y de unidad, y la noción de soberanía restringida frente a los EE.UU.

En la práctica política sobreviven de ese modo, por ejemplo, las «Brigadas de Respuesta Rápida» y los «mítines de repudio», así como el contubernio de los «factores» en las instituciones para violar derechos laborales de quienes disienten. Cuentan también la orfandad cívica de amplios sectores, lo que a veces pareciera Síndrome de Estocolmo en política, la autocensura y hasta la «resignación revolucionaria» ante la represión y violaciones flagrantes de los derechos humanos que se cometen a diario en Cuba.

Es una construcción cultural en la cual el liderazgo de Fidel Castro fue esencial. En su discurso por la constitución del Comité Central del PCC (octubre de 1965) se encuentran ideas claves:

(…) solo hay un tipo de revolucionario, Una nueva época (…), una forma distinta de sociedad, un sistema distinto de gobierno; el gobierno de un partido (…) marcharemos hacia formas administrativas y políticas que implicarán la constante participación (…) a través de los organismos idóneos, a través del Partido, en todos los niveles. E iremos (…) creando la conciencia y los hábitos (…) con un partido que deberá dirigir, que deberá atender todos los frentes (…) Nuestro Partido educará a las masas (…). Entiéndase bien: ¡Nuestro Partido! ¡Ningún otro partido, sino nuestro Partido (…)! Y la prerrogativa de educar y orientar a las masas revolucionarias es una prerrogativa irrenunciable de nuestro Partido, y seremos muy celosos defensores de ese derecho. Y en materia ideológica será el Partido quien diga lo que debe decir. Y todo material de tipo político, excepto que se trate de enemigos, solo podrá llegar al pueblo a través de nuestro Partido en el momento y en la oportunidad en que nuestro Partido lo determine.

-III-

Varias generaciones de cubanos recordamos que aquellos discursos, que fueron cientos, se ponían en cadena por televisión y luego se retransmitían, se publicaban en periódicos y además se orientaban para ser estudiados en barrios, colectivos laborales, núcleos del PCC, la UJC, etc., mientras, no existían otras fuentes de información.

Nunca olvidaré lo dicho por una instructora municipal del PCC a inicios de los noventa en un encuentro de mi zona de residencia para que viéramos un video de Fidel que muchos habíamos visto dos veces: «Ya sabemos que muchos de ustedes han visto este video, eso no importa, recuerden que nuestra ideología tiene un carácter repetitivo». Me sorprendí y recriminé a mí misma por recordar los principios de la propaganda nazi de Goebbels.

En la Cuba de hoy, fenómenos como la indiferencia de tantos ciudadanos hacia lo político, la renuncia al ejercicio de derechos y libertades fundamentales, la tolerancia —cuando no participación— frente a actos represivos y de extremismo político institucional, son evidencias de la cultura política fomentada durante décadas por el Partido/Gobierno/Estado. Sus códigos principales se han inoculado en el tejido social con la intención de mantener el poder y un modelo de sociedad que necesita súbditos, no ciudadanos.  

Sin embargo, vivimos en otro tiempo, la naturaleza diversa y dinámica de la cultura política asociada a las diferencias generacionales, clasistas y existenciales, revelan significativas fisuras en el diseño hegemónico. Dos recientes reportajes de CHV Noticias son ilustrativos al respecto.

Los cubanos convivimos hoy con cuatro realidades que muestran cambios en el escenario y la cultura política: reducción de las bases sociales de apoyo del gobierno frente a nuevas demandas y grupos, cuya actuación política choca con las normas tradicionales; pérdida de legitimidad y capacidad integradora de las instituciones estatales; ensanchamiento de las brechas sociales y, con ello, de los pilares que garantizaban consenso; profundas insatisfacciones respecto a la gestión gubernamental y el discurso oficial, cada vez menos creíble; emergencia de nuevas formas de participación política por grupos sociales emergentes, que no encajan en las estructuras existentes y también socavan el apoyo al gobierno.

A pesar de la falta de realizaciones e incentivos desde hace décadas, el poder se ha sostenido en Cuba gracias a la represión, pero, sobre todo, por la persistencia de una cultura política funcional al totalitarismo en amplios segmentos de la ciudadanía, que se queda a la deriva sin alternativas. Eso ha comenzado a cambiar, pero es un problema mayúsculo, un serio obstáculo para el presente y futuro de la nación. El reto continua siendo cómo encararlo, si desde la desafección y la apatía, o haciendo valer los sueños de un mejor país.

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com 

10 mayo 2022 58 comentarios 3k vistas
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Lingua (1)

Hacia una lingua franca de izquierdas

por James Buckwalter-Arias 30 noviembre 2021
escrito por James Buckwalter-Arias

El 3 de noviembre, anticipando la marcha cívica concertada para el 15 de ese mes en Cuba, el Congreso de Estados Unidos aprobó la resolución H.Res.760 «Expresando solidaridad con los ciudadanos cubanos que se manifiestan pacíficamente por las libertades fundamentales, condenando los actos de represión del régimen cubano y pidiendo la liberación de los ciudadanos cubanos detenidos arbitrariamente».

El documento, de unas cinco o seis páginas, se atiene escrupulosamente a los principios consagrados en la Declaración Universal de Derechos Humanos. No exagera ni falsifica. Describe los hechos ocurridos tras las protestas de julio, cita detenciones, la falta de debido proceso para los acusados, la violencia policial, la interrupción de servicios de internet por parte del gobierno en las horas claves de la protesta. Expresa solidaridad con los reprimidos, condena represores, exhorta al régimen a respetar la libre expresión y el debido proceso de los ciudadanos cubanos en la marcha concertada para el 15 de noviembre. ¿Cómo explicar entonces que cuarenta congresistas Demócratas hayan votado en contra de esta resolución?

La explicación esgrimida por los hardliners y congresistas cubanoamericanos que se aliaron con Trump y apoyaron sus medidas contra Cuba es la que ofrece el Republicano de la Florida, Mario Díaz Balart, al aducir los votos negativos como prueba del extremismo del liderazgo del partido Demócrata: los votos negativos muestran «how extreme the leadership in the Democratic Party is».

Los Demócratas del ala izquierda o «progresista», según la vox populi cubanoamericana, son simpatizantes abiertos o solapados del «régimen castrista». Y para quien lo dude, ahí están las declaraciones que hizo en febrero del 2020 el entonces candidato frontrunner Bernie Sanders elogiando los logros de la Revolución Cubana. Conversando con Anderson Cooper en el programa 60 Minutes, Sanders defendió declaraciones que hiciera en los años ochenta en las que celebró, por ejemplo, la campaña de alfabetización en Cuba a comienzos de los sesenta.

Y ahora, ante las flagrantes violaciones de derechos humanos en Cuba, cuarenta congresistas Demócratas votaron en contra de una resolución que expresa solidaridad con los manifestantes y condena la violencia represiva y los procesos judiciales sumarios, severos y arbitrarios. Para muchos cubanoamericanos la evidencia es irrebatible: esos congresistas «progres» son en realidad simpatizantes del «régimen castrista», izquierdistas nostálgicos tal vez, cuyas visiones románticas de una alternativa al capitalismo salvaje los ciegan a la realidad autoritaria, represiva, violenta, del gobierno cubano.

Sin embargo, la declaración que el congresista Jim McGovern, de Massachussetts, publicó en Twitter para justificar su voto negativo merece nuestra atención por varias razones. Si lo que afirma es una simple coartada de una izquierda nostálgica y cómplice, debe ser posible identificar errores lógicos, ofuscaciones, tergiversaciones y falta de consistencia a la hora de hablar de los derechos humanos. «Expreso mi solidaridad con el pueblo de Cuba y condeno el uso de fuerza excesiva contra manifestantes pacíficos», afirma el congresista, «pero rechazo la falsa elección que presenta H.Res.760 al no reconocer el papel de los E.E.U.U. al contribuir al sufrimiento de los cubanos de a pie».

I stand in solidarity with the people of Cuba & condemn the Cuban government’s excessive use of force against peaceful protesters. But I reject the false choice H. Res. 760 presented by not acknowledging the role the U.S. plays in contributing to the suffering of ordinary Cubans. pic.twitter.com/Ns5BZJw5mJ

— Rep. Jim McGovern (@RepMcGovern) November 3, 2021

Como Bernie Sanders en su entrevista en 60 Minutes, McGovern también condena sin ambages la represión, la fuerza excesiva y la falta de libertades civiles. Afirma, sencillamente, que es una hipocresía —«It is hypocritical»— condenar al gobierno cubano sin reconocer el papel de Estados Unidos y las medidas de Trump, hoy adoptadas por Biden, que existen para agudizar la crisis humanitaria y así desestabilizar el régimen. «Si el Congreso y la administración Biden sinceramente pretenden expresar solidaridad con los ciudadanos cubanos, debemos eliminar las crueles sanciones y regulaciones que han ocasionado dolor y daño para los cubanos de a pie, a sus familias, a las pequeñas empresas independientes» (Traducción del autor).

Las afirmaciones del representante McGovern no son novedosas para los que hemos seguido y participado en los debates formales e informales de las últimas décadas sobre la relación entre Cuba y Estados Unidos. Pero en estas afirmaciones tan familiares, insisto, no resulta fácil identificar errores lógicos, tergiversaciones, ofuscaciones.

Es verdad que los congresistas que promovieron con más fervor la resolución 760 se niegan a reconocer que las sanciones de Estados Unidos hacia Cuba, condenadas por casi el mundo entero año tras año, constituyen a su vez una violación de los derechos humanos de los cubanos. Al defender medidas que agudizan la crisis humanitaria, en realidad estos congresistas defienden tácitamente un crimen de lesa humanidad, según el Estatuto de Roma. El Artículo 7, inciso k de ese documento, identifica como crimen de lesa humanidad: «Otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física».

Pero la importancia de la declaración o speech act del representante McGovern en este clave momento histórico —en el que de hecho la gobernabilidad de ambos países está en juego— no consiste en su condena a ambos gobiernos violadores de los derechos humanos de la población civil cubana, pues las respuestas de estos gobiernos, si se dignasen a responder, son predecibles e insuficientes. La lógica oficialista de ambos polos es casi inamovible; pero nuestra propia respuesta no lo es.

Lingua (2)

McGovern junto a Fidel Castro.

La importancia de la declaración, propongo, consiste en su manera de aludir, de manera intencional o no, a la fisura ideológica entre los que nos consideramos «de izquierda», sobre todo entre los que vivimos en Estados Unidos y damos por sentado que la política hacia Cuba ha sido de corte neocolonial, los que reconocemos que la evidencia histórica muestra que el objetivo de Estados Unidos, por lo menos desde el año 1960, ha sido el cambio de régimen en Cuba.

Igualmente, a los que creemos que este objetivo se ha colocado siempre por encima del bienestar, la salud, y la vida misma de los cubanos de a pie, que la política estadounidense hacia Cuba y América Latina nunca ha sido impulsada por una preocupación, ni por la democracia, ni por los derechos humanos; sino por intereses económicos y geopolíticos, y que en el caso de Cuba esta política ha tenido como objetivo declarado imponer «hambre y desesperación» en una población civil, como propuso Lester Mallory en un memorándum del 1960 hoy desclasificado, para «provocar el derrocamiento del gobierno».

Para expresarlo de otra manera, la encrucijada ideológica de este momento de crisis política y humanitaria en Cuba, y el rechazo de cuarenta congresistas Demócratas a una resolución aparentemente sencilla y noble, no existe para los polos ideológicos de los oficialismos de Washington y La Habana, pero sí existe la encrucijada para los que nos consideramos «de izquierda» y que aún no hemos logrado desarrollar una lingua franca coherente entre nosotros mismos.

No hemos encontrado una manera consistente de emplear términos como solidaridad, derechos humanos o soberanía como monedas aceptadas por las izquierdas críticas de ambos lados del Estrecho de la Florida, o entre los diferentes grupos que en Estados Unidos nos dirigimos hacia nuestro propio gobierno para denunciar su cruel e ilegal política exterior hacia Cuba. No hallamos una manera de denunciar a nuestro propio gobierno y de solidarizarnos, a la misma vez, con la izquierda crítica cubana que se dirige a su gobierno para también denunciar encarcelamientos por motivos políticos, vigilancia, acoso y traumáticos actos de repudio auspiciados por el régimen.

Queriendo o no, el representante McGovern nos recuerda con su declaración nuestro propio proyecto incompleto, nuestro propio discurso inconsistente, nuestra propia incapacidad de emplear términos claves de modo claro y comprensible. Pero reconocer y conversar abiertamente nuestros límites puede constituir una oportunidad.

Si bien el discurso de izquierdas en Estados Unidos no ha logrado hablar de manera lúcida y consistente del proceso político cubano, ni ha conseguido emplear de manera responsable términos como solidaridad o derechos humanos, urge en este momento volver a intentarlo o, cuando menos, identificar un mínimo vocabulario compartido. Es difícil precisar los contornos de la brecha o la incoherencia que, insisto, aqueja a los que rechazamos tanto el totalitarismo como al neoimperio. Esa brecha se abre por nuestra incapacidad de reconciliar dos críticas meridianamente legítimas, que en realidad, lejos de contradecirse, se complementan.

Es como si ante el Escila y el Caribdis del imperio y el totalitarismo —adoptando aquí la metáfora empleada en un reciente artículo por Alina B. López Hernández— creyéramos que nuestra única opción es elegir el enemigo mayor, el más monstruoso, y dedicar todas nuestras energías a esa batalla.

Hemos aceptado que luchar contra dos monstruos simultáneamente es una locura, un sinsentido, que los que mencionamos siquiera las sanciones o las medidas unilaterales coercitivas de Estados Unidos «le hacemos el juego a la dictadura», y que los que nos atrevemos a aludir la represión y la violencia del régimen cubano «le hacemos el juego al imperio». Pero debemos reconocer que al aceptar la dicotomía, y al elegir un monstruo u otro, terminamos contendiendo entre nosotros, debatiendo cuál de los dos es el verdadero, el más peligroso, el más destructivo. Y esto también es una locura, un sinsentido.

El 15 de noviembre anticipado en la resolución de los congresistas estadounidenses pasó de modo anticlimático. No hubo protestas masivas ni choques violentos. Yunior García se fue a España y los voceros oficialistas, en Washington y La Habana, sacaron las conclusiones predecibles. Para los dogmáticos enfrentados solo existe un monstruo, o Escila o Caribdis, o «la dictadura» o «el imperio», de uno u otro lado del Estrecho.

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Yunior García se fue a España y los voceros oficialistas, en Washington y La Habana, sacaron las conclusiones predecibles. (Foto: EFE)

La marcha cívica fracasó, dicen unos, porque fue un espectáculo teatral montado desde lejos por un neo-imperio que sueña no solo con el colapso del gobierno cubano sino también con la descalificación de cualquier proyecto político o ideológico que debilite el Washington consensus y la hegemonía estadounidense.

Del otro lado se afirma que la marcha cívica no pudo realizarse por la campaña de intimidación, la vigilancia organizada, la posibilidad real de violencia física y la inexistencia de un Estado de Derecho capaz de velar por el debido proceso y los derechos humanos.

A mi juicio, la segunda explicación es la más contundente: no salieron manifestantes el 15 de noviembre por el miedo a la violencia y a la cárcel y por la ausencia de un debido proceso y un Estado de Derecho. A pesar de ello, también debemos reconocer que la oposición en Estados Unidos hizo todo lo posible —y siempre lo hará— por instrumentalizar las insatisfacciones y extremar la crisis política en la Isla por vía de financiamientos, asesoría logística, campañas mediáticas, medidas diseñadas para intensificar el hambre y la desesperación. Y también puede ser que el respaldo y el entusiasmo expresados en Washington y Miami hayan servido para deslegitimar la marcha a los ojos de muchos cubanos.

Por supuesto, el régimen cubano adoptó la mentalidad de plaza sitiada, utilizó los medios que monopoliza y propició la organización de actos o mítines de repudio a los que verbalizaron críticas y demandas legítimas y urgentes. Los que promovieron la resolución H.Res.760, especialmente los cubanoamericanos trumpistas, se sentían decepcionados el 15 de noviembre al no ver la confrontación durante tantos años soñada, desatado el caos y la crisis de gobernabilidad —crisis que con el nuevo dirigente del Partido Republicano también se cierne, por cierto, sobre la república estadounidense.

Para Mario Díaz Balart o María Elvira Salazar, por ejemplo, el hambre y la desesperación y la violencia sufridas por el pueblo cubano e intensificadas por las medidas estadounidenses son el precio mínimo a pagar por el triunfo geopolítico y la restauración de un estado cliente o satélite, con gobierno y economía política que asuman como modelo al gobierno y la economía política de Estados Unidos y que supediten la soberanía cubana a los intereses estadounidenses.

No van a evolucionar ni alterarse el discurso y la estrategia de Mario Díaz Balart y María Elvira Salazar, por un lado; ni los de Miguel Díaz Canel y Bruno Rodríguez, por el otro. Pero el discurso y la estrategia de los que creemos en la existencia de dos monstruos a ambos lados del Estrecho sí puede responder de manera creativa a los últimos sucesos, a la coyuntura histórica; buscar nuevas formas de solidaridad, una lingua franca, coherente, que comprenda los derechos humanos como un todo y no cual menú del que eligen los mandatarios según sus objetivos geopolíticos del día.

¿Es posible para la izquierda en Estados Unidos, entonces, la izquierda democrática y anti-imperialista, dirigirse a su propio gobierno para denunciar la política exterior que también denuncia el mundo entero, solidarizándose a la misma vez con la «nueva izquierda crítica» en Cuba que identifica Samuel Farber, y desmarcándose asimismo de «la derecha plattista y revanchista»?

¿Es posible denunciar una política estadounidense que pretende privar a Cuba de «dinero y suministros, para reducirle sus recursos financieros y los salarios reales, provocar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno», como recomendaba Lester Mallory, sin «hacerle el juego al régimen» que también cita incansablemente el memorándum de Mallory?

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Lester D. Mallory

Se trata de una faena política de enorme complejidad, pero la declaración del representante McGovern apuesta a que sí. Es posible. Sin embargo, las declaraciones aisladas son insuficientes, así como lo son estos ensayos especulativos, las exploraciones teóricas y los estudios académicos. La comunidad discursiva posible, que comparta una lingua franca y que la emplee de manera consistente, organizada, masiva, no la desarrollamos ni periodistas ni académicos trabajando solitariamente en nuestras respectivas laptops o compartiendo en las redes sociales.

Disputarle a la derecha neo-imperial que agudiza la crisis humanitaria en Cuba el derecho a emplear el término solidaridad, por ejemplo, o disputarle al régimen el derecho a emplear el término soberanía en un país monopolizado por su partido único y en que el disenso se reprime; sí son proyectos discursivos colectivos que requieren plataformas de comunicación, estrategias compartidas, coordinación, tesón.

Tal vez en Estados Unidos WOLA (Washington Office on Latin America) es la organización que mejor articula la posición doblemente crítica contra totalitarismo y neo-imperio. Su declaración del 4 de noviembre criticando la resolución H.Res.760, Condemning Cuba on Repression Doesn´t Mean being oblivious of What´s Wrong with U.S. Policy, representa probablemente la postura más coherente y contundente.

No obstante, crear una lingua franca de izquierdas, un discurso coherente de derechos humanos que se pueda «hablar» de manera inteligible a ambos lados del Estrecho, que se pueda utilizar para speak the truth to power (decirle la verdad al poder) ante un régimen represivo o ante una superpotencia injerencista, ya no es obra de organizaciones oficiales ni de congresistas, sino una tarea colectiva, horizontal, de base o de grassroots.

No es solamente, o siquiera principalmente, una tarea académica o intelectual, sino social, política: utilizar los medios digitales tan bien manipulados por los gobiernos de Washington y La Habana para elaborar estrategias y apoyo mutuo de base, establecer y desarrollar nuevas coaliciones y llegar a crear una lingua franca de izquierdas, democrática, anti-imperialista y anti-estalinista.

30 noviembre 2021 39 comentarios 2k vistas
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México

¿Qué fue a hacer en México Díaz-Canel?

por Domingo Amuchastegui 20 septiembre 2021
escrito por Domingo Amuchastegui

¿Formalidades protocolares por los aniversarios de la fundación de México y su independencia? ¿Acaso por coincidir con la celebración de la Cumbre de la CELAC? ¡Nada de eso! Esos menesteres protocolares los ha cubierto el canciller Bruno Rodríguez por muchos años. Entonces, es legítimo preguntarse qué fue a hacer el presidente Miguel Díaz-Canel a México, máxime cuando su país atraviesa una situación particularmente crítica. Examinemos tres ángulos que interesan por su trascendencia inmediata:

Relaciones bilaterales

1. ¿Incremento de las relaciones económicas entre México y Cuba? Altamente improbable, sino imposible. En más de seis décadas, ningún gobernante mexicano —de cualesquiera matices políticos— ha dado pasos importantes en esta dirección ni arriesgado las posibles sanciones que EE.UU. impondría.

El único que hizo un intento fue Carlos Salinas de Gortari, alentado por sectores del Grupo Monterrey que veían en la Cuba de los noventa un mercado prometedor (tras el colapso de sus nexos con la desaparecida Unión Soviética). En consonancia con tales intereses, durante su visita a Cuba el presidente mexicano prometió villas y castillos. Se anunciaron importantes acuerdos. México podría ser la tabla de salvación a corto plazo en momentos tan difíciles.

No se hizo esperar la reacción de Washington, que amenazó con toda clase de sanciones, incluyendo la suspensión de visas a empresarios mexicanos. El viento se llevó semejante movida. No es ocioso recordar que desde 1959 ocho presidentes mexicanos han visitado Cuba con idénticos o peores resultados.

2. Hoy, tras la firma del nuevo acuerdo entre México, EEUU y Canadá, en sustitución de NAFTA, el mercado mexicano se ve muy favorecido y, en consecuencia, se hace más improbable aún que AMLO arriesgue una colisión con EE.UU. e ignore el andamiaje de sanciones que pesa sobre Cuba.

Debe recordarse también que en su primer trienio, AMLO no movió una sola ficha a fin incrementar las relaciones económicas con Cuba o los niveles de cooperación bilateral. ¿Lo hará ahora? Es extremo difícil de concebir.

Por otro lado, hay dos sectores de la economía mexicana que han sido y son particularmente hostiles a cualquier operación de rescate que favorezca a Cuba: a) la industria petrolera (PEMEX), que además —según insistentes rumores en La Habana desde hace un par décadas— ha venido perforando pozos no acordados para extraer petróleo en zonas pertenecientes a la Isla; y b) La influyente industria turística mexicana, que ha visto con alarma y rechazo el ascenso de la industria turística cubana previo a la pandemia.

Venezuela

1. Es de suma importancia para la estatura político-diplomática de la gestión negociadora de AMLO como anfitrión de negociaciones entre el Gobierno de Maduro y la coalición de fuerzas opositoras, que estas culminen exitosamente. Sin embargo, en medio de los avances iniciales, Maduro anuncia ahora dos medidas que lesionan directamente el eventual éxito de las negociaciones.

Primero, la designación del colombiano Alex Saab (con rango diplomático venezolano) como integrante de la delegación venezolana. Saab está acusado de lavado de dinero en favor del gobierno de Maduro y es reclamado por la justicia norteamericana (decidida ya su extradición a EE.UU. desde Cabo Verde, donde se encuentra retenido).

México (1)

El empresario colombiano Alex Saab fue detenido este 12 de junio cuando su avión hizo escala para repostar en el Aeropuerto Internacional Amilcar Cabral de Cabo Verde), en respuesta a una petición de Estados Unidos cursada a través de Interpol por supuestos delitos de blanqueo de dinero.

Segundo, una reactivación del proceso judicial contra Juan Guaidó, una de las figuras claves por la oposición venezolana en dicha negociación y que hasta hoy ha burlado todos los intentos por encauzarlo.

Cabe preguntarse: si este es uno de tus interlocutores, ¿cómo a dos meses de las elecciones pactadas se pretende encarcelarlo? ¿Torpeza mayúscula o premeditada maniobra para desarticular el campo opositor, fomentar su mayor división y debilitar sus posibilidades para las elecciones regionales, a dos meses escasos de las mismas? ¿Acaso preocupa a Maduro un desenlace electoral al estilo del reciente desastre del Gobierno Fernández-Kirchner en Argentina?  Así parece, pero son acciones que dañan seriamente el proceso y comprometen, de manera muy negativa, el papel que aspira a desempeñar AMLO.

2. Es lógico suponer que el presidente de México espere lograr una contribución positiva de parte de Cuba y de su máxima autoridad, el presidente Díaz-Canel, en influir o persuadir a Maduro y su equipo de que tales acciones perjudican el proceso y frustran las aspiraciones de AMLO cuando todo parecía bien encaminado.

Desde el gobierno noruego, hasta Trudeau (Primer Ministro de Canadá), Pedro Sánchez (jefe del Gobierno español), Josep Borrell (UE), así como la mayoría de países de América Latina; todos están convencidos de que el gobierno cubano debe y puede hacer una contribución semejante, sin entender bien los límites de las autoridades cubanas en influir hoy sobre las acciones de Maduro, que, debe recordarse, no es ni remotamente Chávez. Para AMLO, esta contribución de Cuba puede ser decisiva en evitar el estancamiento de las negociaciones y conseguir que estas culminen como un importante éxito de su política exterior.

EEUU-Cuba

1. AMLO buscará, con el mayor esfuerzo posible, acercar la actual política del presidente Biden hacia Cuba a planos más conciliatorios, que supongan una contribución ante la situación de aislamiento y sanciones sobre la Isla y de esta manera, compensar los esfuerzos cubanos respecto a las negociaciones del caso Venezuela.

Cuba estaría en la mayor disposición de enrumbar su conflicto con EE.UU. hacia el diálogo y arreglos, aunque estos sean parciales o limitados. No es casual que para el 21 de septiembre, Biden visite México, donde deberá mostrar una posición más constructiva por parte de AMLO y del nuevo consenso que presentará este de parte de la CELAC.

México (3)

AMLO buscará, con el mayor esfuerzo posible, acercar la actual política del presidente Biden hacia Cuba a planos más conciliatorios.

2. Semejante escenario sería el más razonable, pero no el más probable. La administración Biden continúa empeñada en el tema Cuba basada en el instrumental de agresiones heredado de Trump y su total rechazo a cualquier flexibilización que, en alguna medida, ayude al gobierno cubano a sobrevivir.

Los acontecimientos del 11 de julio dieron mayor impulso a semejante opción. La hipótesis de ver colapsar a dicho gobierno es —sin dudas—, uno de los temas que con más fuerza acarician en Washington a fin de reclamar el mérito. Por otra parte, interpretan que esta política les asegurará una victoria segura en la Florida en las próximas elecciones de medio término del 2022.

México se convierte así en una escena de múltiples expectativas político-diplomáticas de suma importancia, aunque sus resultados finales pueden dejar mucho que desear.

20 septiembre 2021 25 comentarios 2k vistas
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Cuba

Reinserción internacional de Cuba ante una nueva Guerra Fría

por Domingo Amuchastegui 13 mayo 2021
escrito por Domingo Amuchastegui

Si duda de la afirmación de que nos enfrentamos a una nueva guerra fría, realice una lectura cuidadosa de los principales medios internacionales y de publicaciones especializadas. Podrá comprobar entonces que —desde diferentes ópticas— dicha hipótesis domina en la actualidad las más variadas interpretaciones.

Esto parece irrefutable cuando se examinan las crecientes tensiones y conflictos que van desde Bruselas a Moscú, del Ártico al Mar Negro, desde el Cáucaso hasta el Medio Oriente, a lo largo y ancho de Asia Meridional y Oriental, bordeando las fronteras terrestres y marítimas de China y sus vecinos. En todos ellos se aprecia la gravitación directa de EEUU desde la OTAN, que hoy toca a las fronteras de Rusia, e incluso, una renovada alianza —al estilo de la fenecida OTASO— que pretende enfrentar los países de la región a las supuestas amenazas chinas.

Hacia dónde y cómo

¿Cómo encaja la minúscula Cuba en este nuevo contexto? Muy lejos estamos de la Crisis de los Cohetes o de la base de submarinos soviéticos en Cienfuegos… ¿Busca acaso el gobierno de La Habana comprometerse en alguno de esos conflictos en alianza con Rusia o China? ¡Ni remotamente!

Los esquemas de estrechas relaciones económicas de La Habana con Moscú —en franca declinación desde hace décadas— y Beijing —con preocupante disminución en los últimos diez años—, nada tienen que ver con las espacios geoestratégicos antes mencionados. Habrán áreas de convergencia político-diplomática en la agenda internacional —la presencia de China y Rusia como miembros permanentes del Consejo de Seguridad constituye un importante capital para la Isla—, pero nada que sirva para imaginar o fabricar «teorías conspirativas» de que Cuba responda a alguna de estas órbitas.

Relaciones Cuba-EEUU desde un nuevo enfoque

La sensible reducción de tales relaciones económicas abarca grandes deudas no resueltas hasta hoy, y consecuentemente, una perceptible disminución en materia de créditos y financiamientos diversos, además de notables recortes en la esfera del comercio bilateral. De la considerable lista de proyectos acordados con ambos países, en los que Cuba cifraba grandes esperanzas, han quedado engavetados o descartados muchos, desde ferrocarriles hasta explotaciones mineras y petroleras, hotelería y otros.

Salvo áreas muy específicas —como la biotecnología en China—, es difícil identificar hoy la materialización de grandes proyectos por parte de Rusia y China en Cuba, o incrementos comerciales de alguna importancia. Cifras recientes indican que apenas diez de los sesenta proyectos acordados con Rusia serán ejecutados, en tanto que el comercio con la nación oriental se ha recortado en un 40%.

De aquí se desprende que la búsqueda de inversiones, tecnologías avanzadas y nexos comerciales, tenga que priorizar a Europa Occidental, donde descansa, además, el grueso de la deuda externa de Cuba con el Club de París. En menor medida, algunos mercados asiáticos como Japón —que a inicios de 1970 llegó a ser el segundo socio comercial de Cuba— y Corea del Sur, pendiente de un reconocimiento diplomático, pueden ofrecer eventualmente oportunidades de importancia.

Paradójicamente, un novedoso espacio de reinserción para Cuba lo es ya el mundo Árabe —no en sus viejas relaciones de colaboración con Argelia, Palestina o Siria en determinadas áreas— y en particular las monarquías de la península Arábiga, con las cuales las relaciones de cooperación se han incrementado como nunca antes. No ha sido ni es así en los países de América Latina y el Caribe, a excepción de la frágil y cambiante relación con Venezuela, o un posible giro político en Brasil.

Cuba no está actualmente en condiciones de sumarse a espacios de conflicto, si exceptuamos el caso de Venezuela. Tampoco es factible algo que la involucre en confrontaciones de mayor envergadura situadas en latitudes distantes. La Isla procurará consolidar y ampliar su activa participación en la agenda y prácticas multilaterales —y la legitimidad que esta le ofrece— que promueve la ONU; continuará fomentado las posibilidades que ofrecen los programas de cooperación y asistencia brindados por diversos países con los cuales tiene relaciones normales, y que bastante le ayudan hasta hoy.

Bloqueo norteamericano y reforma económica en Cuba

Una aproximación similar reforzará en dos direcciones hemisféricas (CELA, CARICOM y Cumbre de las Américas), en especial con los países donde la llamada «oleada rosada» facilita nexos relativamente más estrechos, aunque no en los planos comerciales o de inversión directa, con excepción de Caracas y Brasilia.

Otro espacio geoestratégico que tendrá que explorar en el cercano plazo, son sus controversiales posibilidades en EEUU con Biden —cosa que cada día se presenta más improbable— o con la administración que salga vencedora en el 2024, condicionado a un desmantelamiento previo del diseño de guerra económica aplicado por Trump y hasta ahora mantenido por Biden.

En tal sentido, esto le permitirá aminorar —no suprimir, posibilidad que quedará para un futuro impredecible— el sostenido impacto del pasado embargo y de la actual guerra económica que posibilite en parte una discreta mejoría de los nexos entre ambas economías. Ello incluirá todo el espectro de colaboración y confianza mutua derivado de los acuerdos suscritos al final de la administración Obama.

Nadie venga a argumentar ahora que esto tiene sabor a «claudicación». Cuba no está en las proximidades de Singapur o en los mares de China, tampoco en Gibraltar o los Balcanes. Forma parte integral del hemisferio americano y habitamos a noventa millas de EEUU, donde se encuentran radicados casi un millón de cubanos y sus descendientes, cifra que tiende al aumento.

El más simple ejemplo lo constituyen los costos de transportación desde los puertos chinos o rusos a los de EEUU en el Golfo de México. Podrá parecer muy alejado este escenario, pero el mismo se ve propiciado por muchos de los principales aliados de Washington (Canadá, México y la UE), que en cierta medida pueden contribuir a algún nivel de normalización. Repito lo que he argumentado en otras ocasiones: bien pudiera Washington extraer algunas experiencias positivas del Diálogo Político y de Cooperación entre la Unión Europea y Cuba.

Todo, menos derechos humanos: las sanciones de EEUU contra Cuba

Esta eventual normalización parcial incluirá, inevitablemente, el factor de la población cubano-americana en tres planos diferentes: a) remesas, b) un comercio interfamiliar que propicie alivio significativo y promueva niveles de comercio informal (ineludible en las acondiciones actuales), c) atraer los primeros proyectos de inversión directa de parte de esos cubano-americanos con la debida autorización de EE.UU.

Debería ser en estos espacios, condiciones, límites, potencialidades y agendas diferentes; en las que el gobierno de La Habana se reinserte ante un escenario donde las tendencias dominantes de guerra fría en la escena mundial gravitan considerablemente en cualquier proceso de toma de decisiones. Mucho más perentorio es para un país escaso de recursos, sin una economía de escala ni relaciones económicas balanceadas de su sector externo.

Los dirigentes cubanos han reconocido en años recientes las costosas y fatales experiencias de concentrar la mayor parte de sus relaciones económicas con un solo país. De los errores se aprende, y esto deberá trazar una pauta importante en la reinserción internacional de la Isla.

Limitantes en esta reinserción

Cuatro limitantes sobresalen por su importancia en viabilizar o no este proceso de reinserción:

1. Resulta necesario e impostergable el rediseño integral del probadamente inoperante modelo económico.

2. El discurso oficial en Cuba presenta la actual legislación sobre inversión extranjera (IE), el modelo simbolizado por la Zona Especial de Desarrollo del Mariel (ZEDM) y la Cartera de Inversiones diseñada para potenciales inversionistas, como las mejores credenciales para atraer una IE que ahora acepta como componente estratégico de su desarrollo.

Lo real es que —además de la guerra económica ya mencionada— la legislación actual sigue siendo percibida como muy restrictiva e incompleta; que la ZEDM dista mucho de producir lo que se esperaba y debe: un proyecto de exportación hacia la región y más allá. Si la ZEDM aspira a seguir «el camino de Shenzhen» y la Cartera de Inversiones no cumple sus objetivos por los mismos factores, además de las propuestas de inversiones que en los últimos 25 veinticinco años las autoridades cubanas han rechazado por aferrarse a sus fórmulas monopolizadoras y restrictivas.

3. Después de la exitosa renegociación de su deuda externa y del inicio satisfactorio de sus pagos, La Habana entra en un nuevo proceso de impagos, subsecuentes intereses incrementados, penalidades y pérdida casi total de sus posibilidades de crédito. Esto coloca a las autoridades cubanas en una situación en extremo precaria desde el punto de vista de las finanzas internacionales.

4. Finalmente, y no por ello menos importante, Cuba persiste en su obstinado rechazo a cualquier nivel de colaboración, asociación o membresía con el sistema financiero internacional (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y, a escala regional, con el BID). Dicha situación refuerza y prolonga su singular condición de paria financiero en el mundo real.

La suma de estos factores coloca a Cuba en una situación desventajosa y perjudicial y en un grado extremo de vulnerabilidad, para hacer frente y alcanzar la efectiva reinserción internacional en el complejo marco de una nueva guerra fría.  

13 mayo 2021 27 comentarios 3k vistas
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Kerry se confiesa en La Habana

por Consejo Editorial 17 agosto 2015
escrito por Consejo Editorial

Por: Dayron El Suplente

17 agosto 2015 79 comentarios 368 vistas
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Discurso completo del presidente Barack Obama sobre el Estado de la Unión

por Consejo Editorial 22 enero 2015
escrito por Consejo Editorial

Señor Presidente de la Cámara de Representantes, Señor Vicepresidente, miembros del Congreso y conciudadanos:

“La sombra de la crisis ha pasado y el Estado de la Unión está fuerte”

Han pasado quince años de este nuevo siglo. Quince años que comenzaron con la presencia del terror en nuestras costas; que transcurrieron con una generación en dos guerras largas y costosas; que vieron una recesión brutal que se expandía por nuestra nación y por el mundo. Han sido, y aun son, tiempos difíciles para muchos.

Pero esta noche vamos a dar un giro.

Esta noche, después de un año de logros significativos para Estados Unidos, nuestra economía crece y genera empleos al ritmo más rápido desde 1999. La tasa de desempleo es ahora menor de lo que era antes de la crisis financiera. Más de nuestros hijos se gradúan hoy que antes; más de nuestra población tiene seguro médico hoy que antes; somos más libres de las garras del petróleo extranjero de lo que hemos sido en casi 30 años.

Esta noche, por primera vez desde el 11 de septiembre, ha terminado nuestra misión de combate en Afganistán. Hace seis años, casi 180,000 tropas estadounidenses prestaron servicio en Irak y Afganistán. Hoy quedan menos de 15,000. Y rendimos homenaje al valor y al sacrificio de todos los hombres y mujeres en esta generación del 11 de septiembre que ha prestado servicio para garantizar nuestra seguridad. Nos sentimos agradecidos y honrados por su servicio.

Estados Unidos, por todo lo que hemos sufrido; por toda la determinación y el trabajo duro requeridos para volver; por todo el trabajo que tenemos por delante, es importante saber esto:

La sombra de la crisis ha pasado y el Estado de la Unión está fuerte.

En este momento, con una economía en crecimiento, una disminución de los déficits, una industria desbordante y una producción energética en auge, hemos salido de la recesión con más libertad para escribir nuestro propio futuro que cualquier otra nación en la Tierra. Ahora depende de nosotros elegir quiénes queremos ser en los próximos quince años y en las décadas venideras.

¿Aceptaremos una economía en la que solo algunos de nosotros vivamos espectacularmente bien? ¿O nos comprometeremos a desarrollar una economía que genere sueldos que aumentan y oportunidades para todos aquellos que se esfuercen?

¿Nos enfrentaremos al mundo con miedo y reactivos, arrastrados a conflictos costosos que ejerzan presión en nuestras fuerzas armadas y reduzcan nuestra posición? ¿O nos guiaremos de forma inteligente, usando todos los elementos de nuestro poder para derrotar nuevas amenazas y proteger a nuestro planeta?

¿Vamos a dejar que lleguemos a dividirnos en facciones y nos enfrentemos los unos contra los otros, o podremos recuperar el sentido de propósito común que siempre ha propulsado a Estados Unidos hacia adelante?

En dos semanas, mandaré al Congreso un presupuesto lleno de ideas prácticas, no partidistas. Y en los meses que vienen cruzaré el país para defender mi postura en cuanto a esas ideas.

Por eso, esta noche, quiero centrarme menos en una lista de propuestas y centrarme más en los valores que están en juego a la hora de tomar las decisiones que se nos presentan.

Empieza con nuestra economía.

Hace siete años, Rebekah y Ben Erler de Minneapolis estaban recién casados. Ella era camarera. Él trabajaba en la construcción. Su primer hijo, Jack, estaba en camino.

Eran jóvenes, estaban enamorados en Estados Unidos y había muchas posibilidades de mejorar eso.

“Si tan solo hubiéramos sabido”, me escribió Rebekah en la primavera, “lo que estaba a punto de suceder en el sector inmobiliario y de la construcción”. Con la agudización de la crisis, el negocio de Ben cayó en picada, por lo que él aceptó cualquier trabajo que pudo encontrar, incluso si eso significaba tener que viajar durante largos períodos de tiempo. Rebekah consiguió préstamos de estudiante, se inscribió en un colegio comunitario y tomó la decisión de cambiar de profesión. Se sacrificaron el uno por el otro. Y poco a poco vieron el fruto. Compraron su primera vivienda. Tuvieron su segundo hijo, Henry. Rebekah consiguió un trabajo mejor y luego un aumento de sueldo. Ben ha vuelto a la construcción, y llega a casa para cenar todos los días.

“Es increíble”, escribió Rebekah, “de lo que uno puede recuperarse cuando tiene que hacerlo… somos una familia fuerte y muy unida que ha superado momentos extremadamente difíciles”.

Somos una familia fuerte y muy unida que ha superado momentos extremadamente difíciles.

Estados Unidos, la historia de Rebekah y Ben es nuestra historia. Ellos representan a millones que han trabajado duro y han hecho recortes y sacrificios y cambios. Ustedes son la razón por la que quise asumir este cargo. Ustedes son la gente que tenía en mis pensamientos hace seis años este mismo día, en los meses más difíciles de la crisis, cuando me puse de pie en los escalones de este Capitolio y prometí que reconstruiría la economía sobre una nueva base. Y han sido sus esfuerzos y resistencia los que han hecho posible que nuestro país salga de la crisis más fuerte que antes.

Confiamos en poder detener el flujo de trabajos que se mandan al extranjero y traer trabajos nuevos a nuestras costas. En los últimos cinco años nuestras empresas han creado más de 11 millones de puestos de trabajo nuevos.

Confiamos en nuestra capacidad de reducir nuestra dependencia del petróleo extranjero y proteger nuestro planeta. Y hoy, Estados Unidos es el número uno en petróleo y gas. Estados Unidos es el número uno en energía eólica. Cada tres semanas introducimos en las redes la misma cantidad de energía solar que en todo el año 2008. Y gracias a que ha bajado el precio de la gasolina y han aumentado los estándares de combustible, la familia promedio este año debería ahorrarse $750 en gasolina.

Confiamos en que podemos preparar a nuestros hijos para un mundo más competitivo. Y hoy, nuestros estudiantes más jóvenes han obtenido las notas más altas en matemáticas y lectura de la historia, las cifras de graduación de la escuela secundaria han batido un nuevo récord, y más personas que viven en Estados Unidos terminan la universidad que antes.

Confiamos en que al contar con regulaciones prudentes podríamos prevenir otra crisis, proteger a las familias de la ruina y fomentar la competencia justa. En la actualidad, tenemos nuevas herramientas para acabar con los rescates financieros pagados por los contribuyentes y un nuevo defensor del consumidor que nos proteja de los préstamos y las prácticas crediticias abusivas. Tan solo en el último año, unos diez millones de personas que vivían en Estados Unidos sin seguro médico por fin cuentan con la seguridad de tener cobertura de salud.

A cada paso, nos decían que nuestros objetivos no eran correctos o que eran demasiado ambiciosos; que destruiríamos empleos y aumentaríamos el déficit. En lugar de eso, hemos visto el crecimiento económico más rápido en más de una década, el déficit reducido en dos tercios, un aumento del doble en el mercado bursátil y la inflación en atención médica más baja de los últimos cincuenta años.

Por lo tanto, el veredicto está claro: La economía de la clase media funciona. Expandir las oportunidades funciona. Y estas políticas seguirán funcionando, siempre que la política no se interponga en su camino. No podemos frenar el crecimiento empresarial ni poner en riesgo nuestra economía con cierres de la administración del gobierno ni confrontaciones fiscales. No podemos arriesgar la seguridad de las familias al quitarles el seguro de salud, ni deshacer las nuevas reglas en Wall Street, ni volver a las mismas luchas del pasado sobre inmigración cuando lo que tenemos que hacer es arreglar el sistema. Y si llega a mi despacho un proyecto de ley que pretenda hacer cualquiera de estas cosas, lo vetaré.

Hoy, gracias a una economía en crecimiento, la recuperación está tocando más y más vidas. Los salarios por fin están empezando a aumentar. Sabemos que más pequeños empresarios van a aumentar el sueldo de sus empleados que en cualquier momento desde 2007. Sin embargo, la cuestión es que los que estamos en esta sala esta noche no debemos conformarnos solo con que el gobierno no se convierta en un freno para el progreso que estamos logrando. Debemos hacer más que evitar empeorar. Esta noche, juntos, hagamos más por recuperar la conexión entre el trabajo duro y la creación de oportunidades para todas las personas que viven en Estados Unidos.

Porque las familias como la de Rebekah aún necesitan nuestra ayuda. Ella y Ben trabajan más que nunca, pero tienen que renunciar a las vacaciones y a un automóvil nuevo para poder pagar los préstamos de estudiantes y ahorrar para la jubilación. El cuidado infantil básico para Jack and Henry cuesta más que su hipoteca y casi tanto como un año en la Universidad de Minnesota. Como millones de trabajadores que viven en Estados Unidos, Rebekah no está pidiendo ayuda financiera; pero sí nos pide que busquemos más maneras de ayudar a las familias a salir adelante.

De hecho, siempre que hemos presenciado un cambio económico en nuestra historia, este país ha tomado medidas audaces para adaptarse a nuevas circunstancias y para asegurar que todos tengan una oportunidad justa. Creamos protecciones para los trabajadores, el Seguro Social, Medicare y Medicaid para protegernos de la peor adversidad. Les dimos a nuestros ciudadanos escuelas y universidades, infraestructura e Internet, las herramientas que necesitaban para llegar hasta donde los llevaran sus esfuerzos.

Eso es lo que significa la economía de la clase media: la idea de que este país va mejor cuando todos tienen una oportunidad justa, todos ponen de su parte y todos siguen las mismas reglas. No solo queremos que todos compartan el éxito de Estados Unidos, queremos que todos contribuyan a nuestro éxito.

Entonces, ¿qué necesita la economía de la clase media en nuestros tiempos?

Primero, la economía de la clase media significa ayudar a las familias trabajadoras a sentirse más seguras en un mundo de cambios constantes. Eso significa ayudar a la gente a pagar el cuidado infantil, la universidad, la atención médica, una casa y la jubilación, y mi presupuesto abordará cada uno de estos asuntos, mediante la reducción de impuestos de las familias trabajadoras y la recuperación de miles de dólares en sus bolsillos cada año.

Aquí tienen un ejemplo. Durante la Segunda Guerra Mundial, cuando hombres como mi abuelo se fueron a luchar, era muy importante para la seguridad nacional que las mujeres como mi abuela formaran parte de la fuerza laboral; por eso, el país empezó a ofrecer cuidado infantil universal. En nuestra economía actual, cuando tener a ambos padres en la fuerza laboral es una necesidad económica para muchas familias, hace falta tener cuidado infantil asequible de alta calidad más que nunca. No es algo que sea agradable tener. Es algo que necesitamos tener. Es hora de que dejemos de tratar el cuidado infantil como un tema secundario, o un tema de mujeres y lo tratemos como la prioridad económica nacional que es para todos nosotros. Y es por eso que mi plan hará que el cuidado infantil de alta calidad esté más disponible, y sea más asequible, para todas las familias de clase media y de bajos ingresos con niños pequeños en Estados Unidos; con más cupos y un nuevo recorte de impuestos de $3,000 por niño, por año.

Aquí tienen otro ejemplo. En la actualidad somos el único país avanzado de la Tierra que no garantiza la licencia pagada por enfermedad ni la licencia pagada por maternidad a nuestros trabajadores y trabajadoras. Cuarenta y tres millones de trabajadores no tienen licencia pagada por enfermedad. Cuarenta y tres millones. Piensen sobre eso. Y que eso obliga a demasiados padres a tomar la decisión difícil de elegir entre un sueldo o quedarse en casa con su hijo enfermo. Por eso voy a tomar una nueva medida para ayudar a los estados a crear sus propias leyes de licencia pagada. Y puesto que la licencia pagada por enfermedad ganó donde se sometió a votación el pasado noviembre, sometámosla a aquí mismo en Washington. Mándenme un proyecto de ley que ofrezca a todos los trabajadores de Estados Unidos la oportunidad de recibir siete días de licencia pagada por enfermedad. Es lo correcto.

Por supuesto, nada ayuda más a las familias a llegar a fin de mes que un aumento de sueldo. Por eso este Congreso aún tiene que aprobar una ley que garantice que la mujer reciba el mismo salario que el hombre cuando hace el mismo trabajo. En serio. Es el año 2015. Ya es hora. Todavía necesitamos garantizar que los trabajadores reciban el tiempo extra que se han ganado. Quiero decirles a todos los miembros de este Congreso que todavía se niegan a aumentar el salario mínimo lo siguiente: Si realmente creen que ustedes serían capaces de trabajar a tiempo completo y mantener una familia con un sueldo anual inferior a $15,000, inténtenlo. Si no, voten para darles a millones de las personas más trabajadoras en Estados Unidos un aumento.

Estas ideas no harán que todos sean ricos, ni eliminarán las dificultades para todos. Esa no es la función del gobierno. Para dar a las familias trabajadoras una oportunidad justa, todavía necesitaremos más empresarios que miren más allá de los ingresos del próximo trimestre y que reconozcan que invertir en su fuerza laboral les va a beneficiar a la larga. Todavía necesitamos leyes que refuercen en lugar de debilitar a los sindicatos y que les den voz a los trabajadores en Estados Unidos. Sin embargo, cosas como el cuidado infantil y la licencia por enfermedad pagada y el mismo salario para mujeres y hombres; cosas como primas hipotecarias más bajas y el salario mínimo más alto, estas ideas marcarán una diferencia significativa en las vidas de millones de familias. Eso es un hecho. Y eso es lo que a todos nosotros, republicanos y demócratas por igual, nos han mandado a hacer aquí.

Segundo, para asegurar que la gente siga recibiendo sueldos más altos en el futuro, tenemos que hacer más para ayudar a que las personas que viven en Estados Unidos adquieran nuevas habilidades.

Estados Unidos prosperó en el siglo XX porque hicimos que la escuela secundaria fuera gratuita, mandamos a una generación entera de soldados a la universidad y entrenamos a la fuerza de laboral del mundo. Sin embargo, en la economía del siglo XXI que recompensa el conocimiento más que nunca, tenemos que hacer más.

Cuando termine esta década, dos de cada tres ofertas de empleo requerirán al menos algún nivel de educación superior. Dos de cada tres. Y aún así, vivimos en un país donde hay demasiadas personas inteligentes y que se esfuerzan que no pueden conseguir la educación que necesitan porque no se lo pueden permitir. No es justo para ellos y no es inteligente para nuestro futuro.

Por eso voy a mandarle al Congreso un nuevo y audaz plan para reducir el costo de los colegios comunitarios a cero.

El cuarenta por ciento de nuestros estudiantes universitarios eligen un colegio comunitario. Algunos son jóvenes y acaban de empezar. Otros son mayores y buscan un empleo mejor. Algunos son veteranos y padres solteros que intentan volver al mercado laboral. Quienquiera que sea usted, este plan es su oportunidad para graduarse preparado para la nueva economía, sin una gran deuda a sus espaldas. Tiene que entender que tiene que ganárselo, tendrá que mantener sus notas altas y graduarse a tiempo. Tennessee, un estado con un liderazgo republicano, y Chicago, una ciudad con un liderazgo demócrata, nos enseñan que los colegios comunitarios gratis son posibles. Quiero ver esa idea extenderse en todo Estados Unidos, para que dos años de estudios en colegios comunitarios sean gratuitos y universales en Estados Unidos como la educación secundaria lo es en la actualidad. Y quiero trabajar con este Congreso, para asegurarnos de que aquellos abrumados con la carga de préstamos estudiantes puedan reducir sus pagos mensuales, para que la deuda de estudiante no haga que nadie arruine sus sueños.

Gracias al gran trabajo del Vicepresidente Biden de actualizar nuestro sistema de capacitación laboral, estamos conectando los colegios comunitarios con empresarios locales para adiestrar a trabajadores para ocupar puestos de trabajo altamente remunerados como codificación, enfermería y robótica. Esta noche también les pido a más empresas que sigan el ejemplo de compañías como CVS y UPS, y que ofrezcan más beneficios educativos y prácticas pagadas; oportunidades que permiten a los trabajadores tener acceso a puestos de trabajo mejor pagados incluso si no han cursado una educación superior.

Y ahora que una nueva generación de veteranos vuelve a casa, les debemos todas las oportunidades posibles para vivir el Sueño Americano que ayudaron a defender. Ya hemos conseguido mucho por garantizar que todos los veteranos tengan acceso a los mejores servicios. Estamos reduciendo la lista de casos pendientes que tenía a demasiados veteranos esperando meses, si no años, para recibir los beneficios que necesitan, y estamos haciendo que sea más sencillo para los veteranos convertir su adiestramiento y experiencia en empleos civiles. Joining Forces, la campaña nacional lanzada por Michelle y Jill Biden, por ahora ha ayudado a casi 700,000 veteranos y cónyuges militares a conseguir nuevos trabajos. A cada director general de Estados Unidos, déjenme repetirles: Si quieren contratar a alguien que sin duda haga el trabajo, contraten a un veterano.

Por último, a medida que capacitamos mejor a nuestros trabajadores, también necesitamos que la nueva economía continúe creando puestos de trabajo altamente remunerados para que los ocupen nuestros trabajadores.

Desde el 2010, Estados Unidos ha creado más puestos de trabajo que Europa, Japón y todas las demás economías avanzadas juntas. Nuestros fabricantes han agregado casi 800,000 empleos nuevos. Algunos de nuestros sectores fundamentales, como nuestra industria automotriz, están en auge. Pero también hay millones de personas que viven en Estados Unidos que tienen trabajos que ni siquiera existían hace diez o veinte años: trabajos en empresas como Google, eBay y Tesla.

Por lo que nadie sabe con certeza cuáles serán las industrias que generarán puestos de trabajo en el futuro. Pero sabemos que los queremos aquí en Estados Unidos. Es por ello que la tercera parte del progreso económico de la clase media consiste en crear la economía más competitiva del mundo, el lugar donde las empresas querrán ubicarse y contratar.

Las empresas del siglo XXI necesitan una infraestructura del siglo XXI: puertos modernos, puentes más sólidos, trenes más veloces e Internet más rápido. Los demócratas y los republicanos solían estar de acuerdo en esto. Así que pongamos la mira en algo más ambicioso que un simple oleoducto. Aprobemos un plan de infraestructuras bipartidista que tenga el potencial de multiplicar por más de treinta los puestos de trabajo creados por año y de hacer que este país sea más fuerte durante las décadas venideras.

Las empresas del siglo XXI, incluidas las pequeñas empresas, tienen que vender más productos de Estados Unidos en el extranjero. En la actualidad, nuestras empresas exportan más que nunca y los exportadores tienden a pagar mejores salarios a sus trabajadores. Pero al mismo tiempo, China desea establecer las reglas de la región con el crecimiento más rápido del mundo. Eso pondría a nuestros trabajadores y nuestras empresas en desventaja. ¿Por qué deberíamos dejar que eso ocurra? Somos nosotros quienes deberíamos establecer esas reglas. Somos nosotros quienes deberíamos fijar condiciones equitativas. Por ello, les pido a ambos partidos que me otorguen la autoridad de promoción comercial a fin de proteger a los trabajadores que viven en Estados Unidos y celebrar nuevos tratados comerciales sólidos con países de Asia a Europa que no solo sean de libre comercio sino que también promuevan un comercio justo.

Miren, yo soy el primero en admitir que los tratados comerciales anteriores no han cumplido siempre con las expectativas y por eso hemos ido a por los países que rompen las reglas a nuestra costa. Pero el 95 por ciento de los consumidores del mundo viven fuera de nuestras fronteras y no podemos renunciar a esas oportunidades. Más de la mitad de los ejecutivos del sector manufacturero han expresado que están estudiando de forma activa cómo traer empleos de vuelta desde China. Démosles otra razón más para hacerlo.

Las empresas del siglo XXI dependerán de la ciencia, la tecnología, la investigación y el desarrollo que se realice en Estados Unidos. Quiero que el país que eliminó la poliomielitis y mapeó el genoma humano dé pie a una nueva era en el campo de la medicina: un país que sea capaz de prestar el tratamiento adecuado en el momento correcto. En algunos pacientes con fibrosis quística, este enfoque ha servido para revertir una enfermedad que se creía incontenible. Esta noche, voy a lanzar una Iniciativa de medicina de precisión que nos acercará más a curar enfermedades como el cáncer y la diabetes, y que nos dará a todos acceso a la información personalizada que precisamos para cuidar mejor nuestra salud y la de nuestras familias.

Tengo la intención de proteger un Internet libre y abierto, ampliar su alcance a todas las aulas y a todas las comunidades, y ayudar a los especialistas a construir redes más rápidas, para que la próxima generación de innovadores y emprendedores digitales tengan la plataforma para seguir transformando nuestro mundo.

Quiero que las personas que viven en Estados Unidos ganen la carrera en pos de los descubrimientos que crearán toda una serie de trabajos nuevos: convirtamos la luz solar en combustible líquido, creemos prótesis revolucionarias para que un veterano que dio sus brazos por este país pueda jugar al béisbol otra vez con su hijo, exploremos los confines del sistema solar no simplemente para visitarlos sino para quedarnos. El mes pasado, lanzamos una nueva astronave como parte del flamante programa espacial que va a llevar a astronautas estadounidenses a Marte. Dentro de dos meses, a fin de prepararnos para dichas misiones, Scott Kelly realizará una estancia de un año en el espacio. Buena suerte, Capitán Kelly, y asegúrese de compartir sus aventuras con todos nosotros por Instagram.

Ahora, la verdad es que cuando se trata de temas como la infraestructura y la investigación básica, sé que tenemos el apoyo bipartidista en esta cámara. Me lo han comunicado miembros de ambos partidos. Sin embargo, solemos toparnos demasiado a menudo con dificultades insalvables cuando intentamos decidir cómo pagar esas inversiones. Las personas que vivimos en Estados Unidos no estamos en contra de pagar la parte de los impuestos que nos corresponde siempre que los demás también lo hagan. Pero durante demasiado tiempo, los cabilderos han amañado el código fiscal con lagunas tributarias que permiten que ciertas corporaciones no paguen nada mientras los demás pagan toda la carga. Lo han plagado de concesiones que los superricos no necesitan y han negado un recorte a las familias de clase media que sí lo necesitan.

Este año tenemos una oportunidad de cambiar todo esto. Cerremos las lagunas tributarias para dejar de recompensar a las empresas que mantienen las ganancias en el extranjero y premiar a aquellas que invierten en Estados Unidos. Usemos esos ahorros para reconstruir nuestra infraestructura a fin de atraer a las empresas para que traigan los empleos de vuelta a casa. Simplifiquemos el sistema y dejemos que los propietarios de las pequeñas empresas hagan su declaración con base en sus estados de cuenta bancarios reales, en vez de la cantidad de contadores que se puedan permitir. Y cerremos las lagunas tributarias que fomentan la desigualdad al permitir que el uno por ciento más rico evite pagar impuestos sobre su riqueza acumulada. Podemos usar ese dinero para ayudar a más familias a pagar sus gastos de cuidado infantil y enviar a sus hijos a la universidad. Necesitamos un código fiscal que ayude realmente a los trabajadores que viven en Estados Unidos a progresar en la nueva economía, y podemos lograrlo juntos.

Ayudemos a las familias trabajadoras a llegar a fin de mes sin dificultades. Démosles las herramientas que necesitan para conseguir empleos bien remunerados en esta nueva economía. Mantengamos las condiciones que fomentan el crecimiento y la competitividad. Ese es el rumbo que debe tomar Estados Unidos. Estoy convencido de que es el rumbo que quieren tomar las personas que viven en Estados Unidos. Es el rumbo que hará que nuestra economía sea más fuerte de aquí a un año, dentro de quince años y bien entrado el siglo.

Por supuesto, si hay algo que nos ha enseñado este siglo es que no podemos separar el trabajo que debemos realizar aquí de los desafíos que tenemos más allá de nuestras fronteras.

Mi primer deber como Comandante en Jefe es defender a Estados Unidos de América. En esa capacidad la pregunta no es si Estados Unidos lidera el mundo, sino cómo lo hace. Cuando tomamos decisiones apresuradas y reaccionamos ante los titulares en vez de usar nuestra cabeza, cuando la primera respuesta ante un desafío es enviar a nuestras fuerzas armadas, corremos el riesgo de ser arrastrados a pelear en conflictos innecesarios y le damos la espalda a la estrategia de más amplio prospecto que necesitamos para tener un mundo más seguro y próspero. Eso es lo que nuestros enemigos quieren que hagamos.

Yo creo en un liderazgo estadounidense más inteligente. Lideramos mejor cuando combinamos nuestro dominio militar con una estrategia diplomática sólida, cuando utilizamos nuestro poder para formar alianzas internacionales, cuando no dejamos que nuestros temores nos cieguen y nos impidan ver las oportunidades que nos presenta este nuevo siglo. Esto es exactamente lo que estamos haciendo ahora mismo, y está marcando la diferencia alrededor del mundo.

En primer lugar, nos mantenemos unidos en solidaridad con las personas de todo el mundo que han sido atacadas por los terroristas, desde una escuela en Pakistán hasta las calles de París. Seguiremos persiguiendo y acabando con los terroristas, además de desmantelar sus redes y nos reservamos el derecho de actuar unilateralmente, como hemos hecho sin cesar desde que asumí mi cargo para eliminar a los terroristas que representan una amenaza directa para nosotros y nuestros aliados.

Al mismo tiempo, en los últimos trece años hemos aprendido algunas lecciones costosas.

En lugar de tener patrullas americanas en los valles de Afganistán, hemos entrenado a sus fuerzas de seguridad, que ahora se encuentran a cargo, y hemos honrado el sacrificio de nuestras tropas con el apoyo la primera transición democrática de ese país. En lugar de enviar a un gran número de fuerzas armadas al extranjero, vamos a formar alianzas con países del sur de Asia al norte de África para denegar a los terroristas que amenazan a Estados Unidos un lugar para refugiarse.

En Irak y Siria, el liderazgo estadounidense, que incluye nuestro poder militar, está parando el avance de ISIS. En lugar de vernos arrastrados a otra guerra terrestre en Oriente Medio, estamos liderando una amplia coalición que incluye a las naciones árabes para degradar y, en última instancia, destruir a este grupo terrorista. También estamos apoyando una oposición moderada en Siria que nos pueda ayudar con estos esfuerzos a nivel mundial para asistir a la gente que se alza contra la ideología sin fundamento del extremismo violento. Este esfuerzo va a requerir tiempo. Y va a requerir concentración. Pero triunfaremos. Y esta noche le pido al Congreso que le muestre al mundo que estamos unidos en esta misión y que apruebe una resolución que autorice el uso de la fuerza contra ISIS.

En segundo lugar, estamos demostrando el poder de la diplomacia y la fuerza estadounidenses. Estamos defendiendo el principio de que las naciones grandes no pueden intimidar a las pequeñas: es lo que hemos hecho al oponernos a la agresión rusa, respaldar la democracia en Ucrania y tranquilizar a nuestros aliados de la OTAN. El año pasado, mientras realizábamos el difícil trabajo de imponer sanciones junto con nuestros aliados, algunos sugirieron que la agresión del Sr. Putin era una exhibición magistral de estrategia y fuerza. Bueno, lo cierto es que quien se mantiene hoy fuerte y unida a nuestros aliados es Estados Unidos, mientras que Rusia está aislada y con una economía en ruinas. Es así como Estados Unidos lidera: no con fanfarronadas, sino con determinación persistente y constante.

En Cuba, estamos poniendo fin a una política que debería haber terminado hace tiempo. Cuando uno hace algo que no funciona durante cincuenta años, es hora de probar algo nuevo. Nuestro cambio de política en relación con Cuba tiene el potencial de poner punto final a un legado de falta de confianza en nuestro hemisferio; desmorona una excusa ficticia para imponer restricciones en Cuba; defiende los valores democráticos; y extiende una mano de amistad al pueblo cubano. Y este año, el Congreso debería iniciar el trabajo de poner fin al embargo. Como dijo Su Santidad, el Papa Francisco, la diplomacia es un trabajo de “pequeños pasos”. Y estos pequeños pasos han ido sumándose para dar una nueva esperanza al futuro de Cuba. Después de pasar años en prisión, el hecho de que Alan Gross esté de nuevo entre nosotros nos llena de dicha: bienvenido a casa, Alan.

Nuestra diplomacia está funcionando en Irán, donde por primera vez en una década hemos detenido el progreso de su programa nuclear y reducido sus reservas de materiales nucleares. Entre ahora y esta primavera, tenemos la oportunidad de negociar un acuerdo exhaustivo que servirá para prevenir el surgimiento de un Irán con armas nucleares y garantizar la seguridad de Estados Unidos y sus aliados, entre los que se encuentra Israel, a la vez que evitará otro conflicto armado en Oriente Medio. No hay ninguna garantía de que las negociaciones tendrán éxito, y mantendré todas las opciones sobre la mesa para prevenir que Irán tenga armas nucleares. Sin embargo, si este Congreso aprueba nuevas sanciones en este preciso momento, se producirá ni más ni menos que el fracaso de los esfuerzos diplomáticos: estas medidas distanciarían a Estados Unidos de sus aliados y asegurarían que Irán volviese a iniciar su programa nuclear. No tiene sentido. Por esa razón, vetaré cualquier proyecto de ley que imponga nuevas sanciones y ponga en peligro nuestro progreso. Las personas que viven en Estados Unidos esperan que entremos en guerra solo como recurso de última instancia y tengo la intención de mantenerme fiel a esa sabiduría.

En tercer lugar, para dar forma al nuevo siglo estamos poniendo la mira más allá de los temas que nos han mantenido ocupados en el pasado.

Ningún país extranjero, ningún hacker, debería ser capaz de paralizar nuestras redes, robar nuestros secretos comerciales o invadir la privacidad de las familias estadounidenses, en especial la de nuestros niños. Nos vamos a asegurar de que nuestro gobierno integre los datos de inteligencia para combatir las ciberamenazas al igual que hemos hecho para combatir el terrorismo. Y esta noche exhorto al Congreso a que apruebe finalmente la legislación que necesitamos para hacer frente mejor a las cambiantes amenazas que presentan los ciberataques, combatir el robo de identidad y proteger la seguridad de la información de nuestros niños. Si no actuamos, dejaremos a nuestra nación y a nuestra economía en una situación vulnerable. Si lo hacemos, podremos seguir protegiendo los avances tecnológicos que han creado incontables oportunidades para personas de todo el mundo.

En África Occidental, nuestras tropas, nuestros científicos, nuestros médicos, nuestros enfermeros y profesionales médicos están revirtiendo el ébola, salvando innumerables vidas e impidiendo la propagación de la enfermedad. No podría sentirme más orgulloso de ellos, y le doy las gracias a este Congreso por el respaldo bipartidista otorgado a sus esfuerzos. Pero resta mucho por hacer y el mundo tiene que aprender de esta lección para crear una iniciativa global más eficaz a fin de prevenir la propagación de futuras pandemias, invertir en desarrollo inteligente y erradicar la pobreza extrema.

En la región Asia-Pacífico, estamos modernizando nuestras alianzas mientras nos aseguramos de que las demás naciones cumplan con las reglas al realizar operaciones de comercio internacional, resolver disputas marítimas y participar en desafíos internacionales comunes como la no proliferación y la prestación de ayuda ante desastres naturales. Y no hay ningún desafío, ningún desafío, que presente una amenaza mayor a las generaciones futuras que el cambio climático.

El año 2014 fue el más caluroso que se ha registrado en la historia de nuestro planeta. Y sé que un año no sirve para indicar una tendencia, pero esto sí sirve: 14 de los 15 años más calurosos registrados en la historia se encuentran todos en los primeros 15 años de este siglo.

He oído a gente que intenta evitar las pruebas al decir que no son científicos; que no tenemos suficiente información para actuar. Bueno, yo tampoco soy científico. ¿Pero saben qué? Conozco a muchos científicos fabulosos en la NASA, en la NOAA y en nuestras mejores universidades y todos los mejores científicos del mundo nos están diciendo que si nuestras acciones están cambiando el clima y si no actuamos contundentemente, seguiremos viendo subidas en el nivel de los océanos, olas de calor más largas y calurosas, sequías e inundaciones peligrosas y otras alteraciones masivas del clima que podrán generar más movimiento migratorio, enfrentamientos y hambre alrededor del mundo.

El Pentágono dice que el cambio climático supone riesgos inmediatos a nuestra seguridad nacional. Deberíamos actuar como si así fuera.

Es por eso que en los últimos seis años hemos hecho más que nunca para combatir el cambio climático, desde la forma en la que producimos energía hasta la manera en la que la consumimos. Es por eso que hemos reservado más tierras y aguas de dominio público que en ninguna otra administración de la historia. Y es por eso que no dejaremos que este Congreso ponga en peligro la salud de nuestros niños y nos haga retroceder al revertir nuestros esfuerzos. Estoy decidido a garantizar que el liderazgo estadounidense impulse las acciones a nivel internacional. En Pekín, hicimos un anuncio histórico: Estados Unidos duplicará el ritmo de reducción de nuestra polución de carbono y China se comprometió por primera vez a limitar sus emisiones. Y porque las dos economías más grandes del mundo aunaron esfuerzos, otros países ahora están dando un paso al frente y dan esperanzas de que este año, por fin, las naciones del mundo lleguen a un acuerdo para proteger el único planeta que tenemos.

Hay un último pilar fundamental de nuestro liderazgo: el ejemplo de nuestros valores.

Las personas que vivimos en Estados Unidos respetamos la dignidad humana, incluso cuando nos vemos amenazados; es por eso que he prohibido la tortura y trabajado para garantizar que el uso que hacemos de las nuevas tecnologías, como los drones, se limite debidamente. Es por eso que nos manifestamos en contra del deplorable antisemitismo que ha resurgido en ciertas partes del mundo. Es por eso que continuamos rechazando los estereotipos ofensivos sobre los musulmanes: la mayoría de quienes comparten nuestro compromiso con la paz. Es justamente por eso que defendemos la libertad de expresión y abogamos por la liberación de los presos políticos, condenamos la persecución de las mujeres o de las minorías religiosas, o de las personas que son lesbianas, homosexuales, bisexuales o transexuales. Hacemos todo esto no solamente porque es lo correcto, sino también porque acrecienta nuestra seguridad nacional.

Todas las personas que vivimos en Estados Unidos tenemos un compromiso profundo con la justicia, por lo que no tiene ningún sentido gastar tres millones de dólares por prisionero para mantener abierta una prisión que el mundo condena y los terroristas usan para reclutar. Desde que asumí el cargo de Presidente, hemos trabajado de forma responsable para reducir la población de Guantánamo a la mitad. Y ha llegado la hora de finalizar el trabajo. Estoy determinado y no desistiré hasta que cerremos la prisión. Nosotros no somos así.

Las personas que vivimos en Estados Unidos apreciamos nuestras libertades civiles y debemos mantener ese compromiso si queremos la máxima cooperación de otros países y sectores en nuestra lucha contra las redes terroristas. Así que a pesar de que algunos ya se han distanciado de los debates sobre nuestros programas de vigilancia, yo no lo he hecho. De acuerdo con lo prometido, nuestras agencias de inteligencia han trabajado arduamente para incrementar la transparencia y crear más salvaguardas contra posibles abusos, todo ello teniendo en cuenta las recomendaciones de los defensores de la privacidad. Y el mes que viene publicaremos un informe sobre lo que estamos haciendo para cumplir nuestra promesa de mantener seguro a nuestro país mientras fortalecemos la privacidad.

Estamos mirando al futuro en vez de al pasado. Estamos asegurándonos de que nuestra fuerza tenga un peso equivalente al de nuestra diplomacia, y de que usamos la fuerza inteligentemente. Estamos formando coaliciones para enfrentarnos a nuevos desafíos y oportunidades. Y estamos liderando con el ejemplo de nuestros valores. Siempre. Eso es lo que hace que seamos excepcionales. Es lo que nos mantiene fuertes y esa es la razón por la que siempre tenemos que seguir esforzándonos en comportarnos de acuerdo con los principios más elevados: los nuestros.

Saben, hace poco más de una década, pronuncié un discurso en Boston en el que dije que no éramos los estados liberales de América, ni los estados conservadores de América, ni los estados negros de América, ni los estados blancos de América, sino los Estados Unidos de América. Dije eso porque fue lo que experimenté en mi propia vida, en una nación que le dio a alguien como yo una oportunidad; porque crecí en Hawái, un crisol de razas y tradiciones; porque luego formé mi hogar en Illinois, un estado de pueblos pequeños, tierras ricas para la agricultura y con una de las mejores ciudades del mundo: un microcosmos del país, donde los demócratas, republicanos e independientes, personas decentes de todos los orígenes étnicos y de todas las religiones comparten ciertos valores fundamentales.

En los últimos seis años, los expertos han señalado en más de una ocasión que mi presidencia no ha dado resultados sobre la base de esta visión. Qué irónico, dicen, que nuestra política parezca estar más dividida que nunca. Esto se presenta como prueba no solo de mis propios fallos, de los cuales tengo muchos, sino también como prueba de que la propia visión es errónea e inocente y de que en esta ciudad hay demasiada gente que de hecho se beneficia del partidismo y de la paralización gubernamental para que hagamos nunca nada al respecto.

Sé que este tipo de cinismo es tentador. Pero sigo creyendo que los cínicos están equivocados.

Sigo creyendo que somos un pueblo unido. Sigo creyendo que, juntos, podemos hacer grandes cosas, incluso cuando las probabilidades no juegan a nuestro favor. Creo en ello porque he visto una y otra vez, en mis seis años ocupando mi cargo, la mejor versión de Estados Unidos. He visto las caras llenas de esperanza de jóvenes graduados de Nueva York a California, y nuestros oficiales más nuevos de West Point, Annapolis, Colorado Springs y New London. He estado de luto junto a las familias en duelo de Tucson y Newtown, y en Boston, Texas y West Virginia. He sido testigo de cómo las personas que viven en Estados Unidos se enfrentan a la adversidad, desde el Golfo de México a las Grandes Llanuras, desde las líneas de montaje del Medio Oeste a la costa del Atlántico Medio. He visto cómo el matrimonio entre homosexuales ha pasado de ser un tema polémico que solía usarse para separarnos a una historia de libertad en todo nuestro país, y ahora es un derecho civil en estados donde vive el setenta por ciento de la población estadounidense. Conozco la generosidad, el gran corazón, el optimismo y la bondad de las personas que viven en Estados Unidos que, día tras día, dan vida a la idea de que somos los guardianes de nuestros hermanos y nuestras hermanas. Y sé que esperan que aquellos de nosotros que trabajamos como funcionarios públicos aquí demos un mejor ejemplo.

Así que la pregunta que los aquí presentes esta noche debemos hacernos es qué podemos hacer, todos nosotros, para reflejar mejor las esperanzas de Estados Unidos. He servido en el Congreso con muchos de ustedes. Conozco bien a muchos de los aquí presentes. Hay mucha gente buena aquí, a ambos lados del pasillo. Y muchos de ustedes me han dicho que no vinieron aquí para esto: no vinieron para participar en una procesión de discusiones en programas de televisión por cable, para estar recaudando fondos constantemente, siempre alerta para ver cómo reacciona el Congreso ante cada decisión.

¿Se imaginan si rompiéramos con esos patrones viejos y anticuados? ¿Se imaginan si hiciéramos algo diferente?

Que quede claro: una política mejor no requiere los demócratas abandonen su programa político ni en el que los republicanos simplemente tengan que aceptar mi programa con los brazos abiertos. Una política mejor requiere que apelemos a la decencia básica el uno del otro en vez de apelar a nuestros temores más elementales. Una política mejor requiere que debatamos sin demonizar el uno al otro, que hablemos de temas importantes, de valores y de principios y de hechos, en vez de las metidas de pata insustanciales, errores triviales o falsas controversias que no tienen nada que ver con la vida diaria de las personas. Una política mejor requiere que pasemos menos tiempo sumergidos en dinero turbio para anuncios de campañas sucias y que dediquemos más tiempo a inspirar a los jóvenes, motivándolos, mostrándoles las posibilidades y pidiéndoles que se unan a nosotros en la gran misión de construir Estados Unidos.

Si vamos a tener discusiones, discutamos. Pero hagamos que sean debates que estén a la altura de esta cámara y de este país.

Es posible que todavía no estemos de acuerdo en cuanto al derecho de las mujeres a decidir sobre su maternidad, pero seguramente podemos coincidir en que es bueno que los embarazos de adolescentes y los abortos estén cerca de los niveles históricos más bajos y que cada mujer debería poder tener acceso al tipo de atención médica que necesita.

Sí, el tema de la inmigración todavía levanta pasiones, pero seguramente todos podemos reconocer algo de nosotros mismos en un perseverante estudiante joven y estar de acuerdo en que nadie se beneficia cuando se separa a una madre trabajadora de su hijo, y que es posible mejorar una ley que confirme nuestra tradición como una nación de leyes y una nación de inmigrantes.

Podemos pelear por los votos durante las campañas electorales, pero seguramente podemos ponernos de acuerdo en que el derecho al voto es sagrado y que se le está negando a demasiadas personas; y, además, en el 50. º Aniversario de la gran manifestación desde Selma hasta Montgomery y la aprobación de la Ley de Derecho al Voto, demócratas y republicanos debemos unirnos para hacer que votar sea más fácil para todos los estadounidenses.

Es posible que veamos con ojos distintos los eventos de Ferguson y Nueva York. Pero seguramente podemos entender a un padre que tiene miedo de que su hijo no pueda caminar hasta su propia casa sin ser acosado. Seguramente podemos entender a la mujer que no puede descansar tranquila hasta que el oficial de policía con el que se casó no cruza la puerta de su hogar al final de su turno. Seguramente podemos ponernos de acuerdo en que es bueno que, por primera vez en 40 años, el índice de criminalidad y la tasa de encarcelamiento hayan disminuido a la vez, y podemos usar esto como un punto de partida para que demócratas y republicanos, junto con los líderes comunitarios y los cuerpos de seguridad, reformemos el sistema de justicia penal de Estados Unidos para que nos proteja y nos sirva a todos.

Eso es una política mejor. Así es como comenzamos a recobrar la confianza. Así es como trabajamos para que nuestro país avance. Esto es lo que quieren las personas que viven en Estados Unidos. Esto es lo que merecen.

Ya no tengo que realizar ninguna campaña política. Mi único programa para los próximos dos años es el mismo que he tenido desde el día en que presté juramento en los escalones de este Capitolio: hacer lo que creo que es mejor para Estados Unidos. Si comparten la visión que les he planteado esta noche, únanse a mí para realizar el trabajo necesario. Si están en desacuerdo con parte de lo que he dicho, espero que por lo menos estén dispuestos a trabajar conmigo en los temas en los que concordamos. Y me comprometo con todos los republicanos presentes esta noche a que no solo pediré sus ideas, sino que procuraré trabajar con ustedes para hacer este país más fuerte.

Porque quiero que esta cámara, esta ciudad, reflejen algo que es verdad: que, a pesar de todos nuestros desaciertos y limitaciones, somos personas con la fuerza y la generosidad de espíritu suficiente para tender un puente, unirnos para realizar un esfuerzo colectivo y ayudar a nuestros vecinos, tanto en nuestra misma calle como al otro lado del mundo.

Quiero que nuestras acciones le digan lo siguiente a cada niño en cada vecindario: tu vida es importante, y estamos comprometidos a mejorar tus oportunidades en la vida como lo estamos con nuestros propios hijos.

Quiero que las generaciones futuras sepan que somos personas que ven nuestras diferencias como un gran don, que somos un pueblo que valora la dignidad y la importancia de cada ciudadano: hombres y mujeres, jóvenes y mayores, negros y blancos, latinos y asiáticos, inmigrantes e indios americanos, homosexuales y heterosexuales, personas con enfermedades mentales o discapacidades físicas. Quiero que crezcan en un país que le demuestre al mundo lo que aún sabemos que es verdad: que seguimos siendo más que un conjunto de estados rojos y estados azules; que somos Estados Unidos de América.

Quiero que crezcan en un país donde una joven madre como Rebekah se pueda sentar a escribirle una carta a su Presidente contándole sus vivencias de los últimos seis años:

“Es increíble cómo somos capaces de recuperarnos cuando lo necesitamos… somos una familia fuerte y muy unida que ha superado momentos extremadamente difíciles”.

Conciudadanos, nosotros también somos una familia fuerte y muy unida. También nosotros hemos superado momentos difíciles. Tras quince años del inicio de este nuevo siglo, nos hemos levantado, nos hemos sacudido el polvo de las solapas y hemos comenzado a trabajar otra vez para reconstruir Estados Unidos. Hemos sentado las bases de una nueva era. Crear un futuro más brillante depende de nosotros. Iniciemos este nuevo capítulo juntos, y comencemos a trabajar ahora mismo.

Gracias, que Dios los bendiga y que Dios bendiga a este país que tanto amamos.

22 enero 2015 4 comentarios 472 vistas
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