En materia de reforma económica, el Gobierno cubano ha decidido tomar —una vez más— la ruta equivocada. En esta ocasión consiste en cometer el craso error representado de optar por los servicios del Instituto de Economía Stolypin, fundado en Rusia en el 2016, para asesorarse en materia de diseñar la configuración de un sector privado para la economía cubana.
¿Qué nos puede ofrecer la experiencia rusa en cuestiones de reforma económica? Siguiendo el diseño propuesto por el Fondo Monetario Internacional (FMI), la reforma económica en Rusia muy pronto se transformó en el asalto a mano armada de la economía soviética, su casi total privatización y la aparición de grandes magnates, conocidos hoy como «oligarcas», protagonistas del singular proceso de acumulación originaria del capitalismo en Rusia.
¿Qué puede aconsejar el Instituto Stolypin para Cuba? Transformar el dominante sector estatal mediante su descomposición en empresas privadas, dominadas por los dirigentes políticos y burócratas que las administraban en el pasado y que ahora buscarán transformarlas en negocios particulares. Así ellos se convertirían —cual cuatreros del siglo XXI y obedientes discípulos de quienes dirigen el Instituto Stolypin— en nuevos oligarcas caribeños que querrán el maridaje indiscriminado y fácil con el capital extranjero.
¿Qué más pueden ofrecer estos nuevos asesores rusos? Si en el pasado soviético Nikolai Baibakov, presidente del GOSPLAN, tuteló por quince años el mejor funcionamiento de la subsidiada economía estatal cubana, ahora la dirigencia cubana parece poner todas sus esperanzas en el patrocinio de otros del tipo Boris Titov y compañía para que traigan una nueva etapa de subsidios como lo fue en el pasado soviético.
Será una manera de continuar siendo tutelados, mostrando así una indigencia de imaginación y creatividad en materia de rediseño integral del modelo cubano.
Sin embargo, desde inicios de los 90 y comienzos de este siglo, la mayor parte de la dirigencia cubana parecía más inclinada a inspirarse en las experiencias de China y Vietnam en materia de reforma económica. Los viajes de los funcionarios al Gigante Asiático producían en estos un enorme impacto. Esa experiencia, simbolizada por la zona económica de Shenzhen, los impactaba notablemente.

Zona económica de Shenzhen. (Foto: Masayuki Terazawa)
En menor escala, el modelo vietnamita, conocido como Doi Moi, ofrecía pautas a seguir no menos estimulantes. La clave no estaba en los medios específicos, sino en el razonamiento estratégico —más allá de cualquier particularidad— de que, llegado a sus niveles extremos de crisis, ambos países habían concluido que sus respectivos modelos económicos tenían que ser rediseñados integralmente.
Especialmente importantes fueron los viajes de altos dirigentes cubanos de la vieja generación y la generación intermedia, desde Ramiro Valdés hasta Felipe Pérez Roque. Este último a su regreso comentaría jocosamente: «Tengo que darme una buena ducha que me quite de arriba toda la influencia china antes de ir a ver a Fidel».
Raúl Castro no se quedó atrás. Profundamente impactado, regresó hablando maravillas, a tal punto que extendió una invitación a uno de los principales asesores económicos del gobierno chino, quien visitaría Cuba para compartir experiencias con autoridades y especialistas cubanos. Todo parecía marchar en una dirección acertada.
Pero —y se trata de un enorme pero— Fidel se mostró absolutamente renuente a sumarse a semejante opción. Siempre argumentó de mil maneras distntas las diferencias entre Cuba y China. Mostró su repudio hacia lo que él caracterizaba como el «rumbo capitalista de los apóstatas chinos» y su cabeza más visible Deng Xiaoping.
Cuando se planteaba la reestructuración del sistema de agricultura con las UBPC, todos los economistas cubanos insistían en entregar en propiedad las tierras a las nuevas cooperativas. China y Vietnam ratificaban lo atinado de semejante paso. Fidel se negó y las UBPC siguen hoy navegando como apéndices del aparato estatal y el mecanismo de Acopio.
Para él, desde temprano en los 90, si de fórmulas capitalistas se trataba lo correcto era tomar las mejores experiencias del capitalismo auténtico, original, y no de copias turbias como la china. Lee Iacocca, Peter Carlson, representantes de los Rockefeller y muchos otros magnates industriales norteamericanos, podían ser fuentes más apropiadas de las cuales aprender.
Expertos de la Fundación Rockefeller viajaban a Cuba e impartían conferencias, así como Iacocca visitó La Habana (1994) y se reunió con Fidel. Todo esto tenía lugar cuando, como nunca antes, China extendía a Cuba niveles de cooperación económica inéditos, considerando además que la isla era el mercado más importante para sus inversiones y comercio en el Caribe insular.

Lee Iacocca (Imagen: Motoryracing)
De esta manera indirecta, los dirigentes chinos procuraban estimular las tendencias en Cuba a favor de una remodelación integral de su sistema económico, pero todo resultó inútil. Medios políticos y académicos en China mostraban su frustración con el caso cubano y una década más tarde los nexos económicos bilaterales comenzaron a declinar. El embullo pro-chino se desvanecía. A pesar del reciente viaje del presidente Miguel Díaz-Canel a ese país para inyectarle nueva vida a las relaciones, la opción rusa parece ponerle fin a semejante tendencia.
Stolypin en la historia rusa tiene en su haber un modesto impulse al capitalismo moderno que se abría paso en Rusia, pero por encima de todo se le recuerda como la bestia represiva más sanguinaria de los tiempos zaristas. Lenin se habrá revolcado en su mausoleo al enterarse de la noticia en La Habana.
Pero dejando a un lado los escrúpulos históricos, tenemos que preguntarnos: ¿es el Instituto Stolypin un dechado de virtudes económicas y éxitos notables en materia de desarrollo económico en la Rusia de hoy? Categóricamente no. El marxismo nos enseña que un principio fundamental es que el criterio valorativo de la verdad es la práctica. Y la práctica económica nos muestra hoy que «la ruta de Shenzhen» (China) o el Doi Moi (Vietnam) y no la de Stolypin, son las experiencias más exitosas. Una vez más, la dirigencia cubana opta por la ruta equivocada.