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Nosotros

«Permítanos a nosotros tomar decisión por nuestras propias vidas»

por René Fidel González García 10 octubre 2022
escrito por René Fidel González García

Las protestas de los días 11 y 12 de julio de 2021 fueron un test fiable del estado de las estructuras de oposición al Gobierno, o de su endeblez y nula capacidad política para convocar, o al menos intentar de alguna forma capitalizar un acontecimiento de tal magnitud.

Parece bastante obvio que las referidas protestas eran hijas del demoledor impacto social de las medidas económicas tomadas, las consecuencias económicas de la pandemia, así como del inédito reconocimiento oficial de la existencia de un pensamiento de oposición al Gobierno y al Socialismo que habían gestionado palabra a palabra, frase a frase, los autores y ejecutores de la polarización política.

Para algunos analistas, la parte de la población que no salió a protestar a las calles durante el verano de 2021 es mucho más importante a la hora de hacer un balance de los acontecimientos, o evaluar el posterior desarrollo de la vida política del país. Sin embargo, el hecho mismo de que tampoco saliera, al menos no significativamente, para oponerse a los manifestantes, parecía una compleja incógnita política a despejar en el futuro, más que una garantía de apoyo.

Si los datos empíricos de las jornadas de protestas remiten directamente al perfil sociológico que los inductores y operadores de la polarización política habían ayudado a construir y expandir en sus programas televisivos y artículos: hombres y mujeres jóvenes, estudiantes, intelectuales, negros, mestizos, desempleados y pobres; la imagen de una anciana habanera afirmando en medio de las protestas: «nos quitamos el ropaje de silencio», permite también atisbar la existencia de un ángulo ciego a la hora de entender la formación, movilización y comportamiento de los consensos sociales y políticos en Cuba, sus déficits, fracturas y cursos en el tiempo.

La propia alocución televisiva del Presidente cubano el 11 de julio, y su conocida orden de combate, a pesar de ser considerada por muchos como irresponsable llamado a la guerra civil, era un implícito reconocimiento de que las capacidades de auto-movilización espontánea de las bases políticas del gobierno y de las organizaciones de masas y políticas habían sido comprometidas por la envergadura y volatilidad con que se expandieron las protestas, pero también de la atomización y progresiva disfunción política y social que ellas venían sufriendo, desde incluso antes que las circunstancias de sucesivos aislamientos sanitarios y de reforma económica afectaran su funcionamiento.

De hecho, la represión inicial —prevista en planes de contingencia de acuerdo a los escenarios que avizoraban el impacto que tendría la reforma económica—, recaería fundamentalmente sobre fuerzas policiales convencionales, unidades antidisturbios especializadas, así como reclutas movilizados apresuradamente, y los muchas veces dubitativos integrantes de grupos para-estatales que respondieron al llamado.  

Una hipótesis que compite contra las versiones que sobre los hechos, sus motivaciones y causas dieran las autoridades antes y después de controlar a los manifestantes, es que la represión fuera en realidad el gatillo que desencadenó casos de enfrentamientos entre manifestantes y agentes de la autoridad.

Asimismo, que generara situaciones de agresiones y lesiones a funcionarios públicos (que encuadraban en el delito de atentado), detenciones y/o golpizas, tratos degradantes y abusos, y disparos con armas reglamentarias —causantes de al menos un muerto y un número hasta ahora indeterminado de heridos—, en lo que habían sido hasta el momento de la alocución presidencial, protestas mayormente pacíficas con esporádicos incidentes de saqueos y destrozos de tiendas e instalaciones de comercio y servicios en lugares no protegidos por las autoridades.

Las marchas, casi invariablemente, seguirían el patrón concéntrico inicial que se había apreciado en San Antonio de los Baños, epicentro de las protestas. Empezarían desde las periferias de ciudades y pueblos, nutriéndose desde los barrios más pobres, hasta confluir a sus centros urbanos. Esa ruta es quizás reveladora de algo cuya importancia no se ha valorado lo suficiente: una vez allí, en la mayoría de los casos, los manifestantes se dirigieron a las sedes de los gobiernos municipales, provinciales, o del Partido Comunista. En ningún caso, aun estando débilmente protegidas, se intentó tomar dichas instalaciones por los reclamantes, que superaban en número a los efectivos policiales y trabajadores que las custodiaban.

Las reflexiones que se desprenden, tanto de ese patrón concéntrico como del re-direccionamiento de las marchas hasta los lugares en que física y simbólicamente radicaba el poder, permiten valorar las causas económicas y políticas subyacentes en las protestas e igualmente interpretar sus impactos a más largo plazo.

No todas las inconformidades podrían ser explicadas, ni circunscritas, a las condiciones impuestas por varios ciclos de aislamiento pandémico, sus efectos económicos y psicológicos, o los condicionamientos que imponía a la vida social la política estadounidense contra el Gobierno cubano. Parece más probable la influencia de procesos continuos y prolongados de empobrecimiento y estratificación de segmentos cada vez más numerosos de la sociedad, el deterioro de las infraestructuras públicas que garantizaban los derechos y la seguridad y asistencia social, o su pérdida de alcance y eficacia por recortes presupuestarios y, sobre todo, por una muy baja inversión social en ellas.

Por otra parte, el estado calamitoso e inhabitable del fondo habitacional, la caída en picada de la producción de alimentos, las primeras señales e impactos de una crisis estructural de la producción de energía eléctrica, y la sostenida tendencia al incremento de la desigualdad y diferenciación sociales, también de su percepción social, se unieron de forma catastrófica a los efectos de la reforma económica gubernamental.

Nosotros

El estado calamitoso e inhabitable del fondo habitacional se unió a los efectos de las reformas económicas (Foto: ADN Cuba)

Una serie de procesos desaceleraron, restringieron y acorralaron dramáticamente los proyectos de vida de la población en contextos urbanos, suburbanos y rurales en un tiempo increíblemente corto:

– Acelerada y súbita pérdida de ingresos, poder adquisitivo y acceso a bienes y servicios básicos experimentada por los trabajadores. 

– Dramática devaluación de sus ahorros e imposibilidad de invertirlos de forma legal y segura antes de que ello ocurriera por inexplicables tardanzas en la entrada en vigor de un nuevo marco para la actividad económica privada. 

– Caída del empleo formal e informal, o su precarización, por la paralización de la industria del turismo y de los servicios asociados a ella.

– Exclusión económica estructural de la mayoría de la población que supuso la dolarización de la economía.

– Inflación galopante, promovida por escasas ofertas de bienes y servicios de las empresas estatales y depresión del comercio minorista.

Las historias de vida, a medida que el grado de diferenciación social entre individuos y grupos aumentaba, reflejaban cada vez más las distancias entre triunfadores y perdedores de la reforma económica; pero también entre los políticos, funcionarios, empresarios y los ciudadanos. Se evidenciaba el declive de más de tres décadas de un modelo de justicia social, y la impotencia e imposibilidad de cambiar su destino para miles de personas.

Por otro lado, que en muchos casos los manifestantes improvisaran diálogos, hicieran peticiones e interpelaran a autoridades y funcionarios frente a las sedes de instituciones gubernamentales y políticas, era demostrativo del nivel de obstrucción de los canales de comunicación política y administrativa con la ciudadanía y de su manejo burocrático y formal.

Que esos intercambios ocurrieran en el espacio tenso y potencialmente inestable de las protestas, era también un paradójico dato de que, a pesar del grado de erosión de la confianza política de los ciudadanos en las instituciones y sus dirigentes —y de la escasa preparación, empatía y capacidad exhibida por muchos de estos últimos para discutir, explicar y rendir cuentas de múltiples problemas de la realidad—; los manifestantes reconocieron y buscaron a las autoridades como interlocutores.

Igualmente, que personas sumergidas en muy difíciles condiciones de vida corearan la palabra ¡Libertad! en lugar de demandas más concretas, no puede ser descartado como poderosa expresión de la percepción que miles de ciudadanos tenían de su realidad política y/o económica, pero también como consecuencia de la arrogancia, insensibilidad, pedantería y comportamiento despótico y autoritario que exhibían no pocas veces las autoridades, o sus agentes.    

Lo explicado hasta aquí —obstrucción de los canales de comunicación política y administrativa con la ciudadanía; persistencia, pese a todo, en reconocer a las autoridades como interlocutores; y percepción de miles acerca de los límites que experimentaban sus libertades políticas a medida que se alejaban del ideal de consenso político y social que las autoridades asumían como válido—, tironeaban ya para entonces al sistema político cubano.

Más de un año después de los hechos, un hombre descamisado y sereno, habitante de un asentamiento improvisado en El Cepem, cerca de Playa Baracoa, al oeste de La Habana, le diría a autoridades y altos grados policiales en las postrimerías de un incidente violento entre fuerzas del orden y vecinos que preparaban una salida ilegal del país:

«Somos cubanos como ustedes, que tienen otra posición en este momento, pero alguna vez se les fue la corriente, alguna vez no tuvieron comida como no la tenemos nosotros hoy. Alguna vez no tuvieron nada como no tenemos nosotros. ¿Qué cambiaron de posición? Felicidades. Permítanos a nosotros tomar decisión por nuestras propias vidas».

Aunque el improvisado discurso fue más largo, la frase: «Permítanos a nosotros tomar decisión por nuestras propias vidas», más allá del contexto de pobreza, represión y migración en que se produjo, funcionaba como resumen de una contradicción política que se hacía cada vez más importante en Cuba.

El quiebre

La represión de las protestas fue, por así decirlo, el fin de una difícil luna de miel del Gobierno con la Constitución de 2019. Aunque es imposible saber con certeza la percepción que ellos y los directivos del aparato ideológico del Partido Comunista de Cuba tuvieron del proceso de apropiación de valores y contenidos constitucionales que hicieron muchos ciudadanos; es absurdo desconocer que en su totalidad provenían de una cultura y prácticas de poder ajenas, cuando no hostiles, a los procesos de autonomía y autodeterminación política que experimentaban muchos ciudadanos, también al sometimiento a la Ley.    

No obstante, puede deducirse que las tensiones políticas previas a las manifestaciones, y los intentos de los ciudadanos de usar dichos contenidos como herramientas para transformar la realidad —que iban desde la protección de animales, creación de asociaciones civiles, defensa de derechos y reivindicaciones de grupos, defensa contra distintas formas de discriminación, y ampliación y eficacia de la participación política, entre otras—, debieron inquietarlos lo bastante como para mirar con desconfianza la paulatina aunque creciente y novedosa repolitización de la ciudadanía que los derechos, libertades y garantías reconocidos en la nueva Constitución habían implicado.

De hecho, el mandato constitucional establecido en las disposiciones de la Constitución de 2019 para que se elaborase una normativa que allanara el camino a demandas de protección activa de los derechos humanos ante tribunales por parte de los ciudadanos frente a violaciones de funcionarios públicos; sería obviado por el Gobierno hasta que, después de posponerlo reiteradamente con el pretexto de la situación pandémica, finalmente lo aprobaría dentro del cronograma legislativo del verano de este año.

Las advertencias que algunos intelectuales habían hecho sobre la posibilidad de que el Estado de Derecho que proclamara la Carta Magna acabara siendo un Estado de Derechos del Estado y los funcionarios frente a los derechos de los ciudadanos, se estaba volviendo una muy dura realidad incluso desde antes de las protestas.

Los casos de Luis Robles Elizástigui, joven trabajador por cuenta propia detenido, procesado y condenado a varios años de privación de libertad por exhibir durante escasos minutos en un céntrico paseo habanero un tosco cartón de embalaje en el que aparecía un mensaje de libertad para los presos políticos; el de Karla Pérez González, joven estudiante que había sido privada arbitrariamente del derecho a la educación cuando cursaba su primer año en la Universidad, y a la que años después se impediría entrar al país al concluir su carrera en Costa Rica; y el de Leonardo Romero Negrín, otro estudiante universitario que en medio de una protesta enarbolara un cartel que proclamaba: «Socialismo Sí, Represión No»; ocurridos todos durante la vigencia de la nueva Constitución cubana, eran, sin ser los únicos, suficientemente diferentes entre sí como para identificar la existencia, o si se quiere continuidad, por parte de las autoridades y funcionarios de un patrón de actuación disruptivo de las normas y valores constitucionales.

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Leonardo Romero Negrín

El escaso impacto que tuvo la nueva Constitución en la cultura institucional cubana, la ausencia de esfuerzos y exigencias para adecuar los protocolos de comportamiento y actuación de sus miembros a sus contenidos de derechos y garantías, la promoción sistemática de códigos de cultura política que reñían con su reconocimiento y respeto en las interacciones con los ciudadanos, y el no desmantelamiento de una densa madeja de normas administrativas típicamente inconstitucionales que abarcaban casi todos los aspectos de la realidad; fueron algunos de los factores tenidos en cuenta para pronosticar un escenario en que la eficacia de muchas normas constitucionales se vería sustancialmente afectada, o finalmente cancelada.

Que algunas normas administrativas fueran activadas de forma selectiva y discrecional por funcionarios que no motivaban legalmente su decisión, ni ofrecían posibilidad alguna de recurrirlas —como las que implicaban la prohibición de entrada o salida del país, o de abandonar inmuebles residenciales—, demostraban que, al estilo de las antiguas lettre de cachet, el poder se reservaba interferir en la vida de los ciudadanos de forma particularmente arbitraria e impune.

Para algunos intelectuales, la represión a manifestaciones había sido colofón de un proceso similar a una respuesta biológica autoinmune, pero en este caso contra el cambio de cultura política y jurídica, de creencias, prácticas y ejercicios ciudadanos que había producido la Constitución del 2019. Si fuera posible tal eufemismo, era el inicio de un golpe del Estado contra el nuevo modelo de derechos —y libertades—  políticos que ella reconocía.

Las protestas fueron interpretadas por muchos manifestantes, y por distintos analistas, como ejercicios espontáneos y legítimos de algunos de esos derechos y libertades. No obstante, para el Gobierno —más allá de los desórdenes, saqueos, e incidentes de violencia que se produjeron—, tales ejercicios fueron percibidos como inicio de una intolerable secuencia que era necesario detener y suprimir por todos los medios antes de que se tornara una peligrosa bola de nieve política.

A casi un año de las protestas, el Gobierno pondría a punto dos legislaciones que tenían el rol de antídotos penales y administrativos contra el ejercicio de los derechos y libertades políticas que reconocía la Constitución: el Código Penal y la Ley de Comunicación Social.

Las durísimas penas de privación de libertad impuestas a los manifestantes, habrían servido para disuadir a cualquiera que pretendiera usar los derechos y libertades políticas que reconocía la Constitución de 2019. Era un atajo para recuperar, o consolidar, la iniciativa política interna. Sin embargo, por más efectivo e incluso tranquilizador que pudiera ser tal despliegue de poder, la represión del conflicto era realmente una paradoja en la que la incapacidad política pretendía producir un resultado político.       

Por muchas razones, las protestas fueron extraordinarias en la historia cubana de los últimos sesenta años, pero sería un serio error confundir sus límites temporales con su finitud. En realidad, ellas formaban parte de un proceso político en desarrollo. Pese a la represión, las protestas expandieron increíblemente la apropiación cultural de los derechos y libertades constitucionales; contribuyeron a la consolidación de actitudes, prácticas, experiencias e ideas sobre lo político y lo democrático, que empezarían a mediar de forma cada vez más importante las relaciones e intereses entre la ciudadanía y los funcionarios del Gobierno y el Estado. Y también los sueños y aspiraciones de los cubanos.

Su represión, en cambio, expondría y dejaría irresuelto, pospuesto, el conflicto que aquel hombre, descamisado y sereno, había sintetizado lúcidamente en el litoral habanero como el centro de todas las contradicciones políticas en Cuba.

La celebración a finales de septiembre de 2022 del referéndum para la aprobación del nuevo Código de las Familias, fue, dentro de ese contexto, la oportunidad para muchos de un anhelado ejercicio de tomar decisión sobre sus propias vidas. Para otros, era una elección basada en la afirmación de una cultura política transversalizada por el poder de tomar decisión sobre —y por— otras personas, y no pocas veces excluirlas también, de derechos de los que ellos disfrutaban.

El Gobierno, que monopolizó la campaña por el SÍ, no pudo sin embargo evitar usar dentro de ella un núcleo de nociones y principios que remitían enfáticamente a la legitimidad de la pluralidad, la necesidad de reconocer, proteger y garantizar el respeto a la opción personal, así como proscribir la discriminación y exclusión. El propio Díaz-Canel, en encuentro organizado días previos a la votación, reconocería en la exclusión algo dañino y un factor de atraso para la sociedad cubana. Tal afirmación fue entendida por muchos como acto de hipocresía, que no pasó desapercibido en medio de los enconados debates.

Pero su utilización como argumento, quizás no solo se correspondía a una comprensión personal del terrible drama que había significado —y aún era— para miles de personas que de diversas formas fueron víctimas de discriminación por motivo de identidades y prácticas sexuales. Probablemente su manejo obedecía también a la necesidad de utilizar algunos contenidos fundamentales del paradigma político democrático que manejaban amplios sectores de la población —como parte del cambio político que la Constitución de 2019, las protestas, e incluso la represión, habían acrisolado culturalmente— como punto de apoyo para alcanzar y maximizar consensos sobre una cuestión en concreto.      

Más allá de las repercusiones inmediatas del resultado del referéndum del Código de las Familias —y aunque no fuera prácticamente advertida—, la convocatoria a elecciones municipales hecha a inicios del pasado septiembre, con la que se inicia el ciclo electoral al final del cual podrá ser electo —o re-electo— el Presidente de la República de Cuba, se vislumbraba como una oportunidad mucho más compleja para las expectativas de los cubanos de tomar decisiones políticamente relevantes para sus vidas.

Para el cuarto sistema político vigente en Cuba desde 1959, esta será su primera prueba de funcionamiento electoral. Sin embargo, desde su entrada en vigor en 2019, la respuesta dada a la conflictividad política de la población generó dinámicas y crecientes niveles de exclusión política que podrían influir en la marcha del proceso.

Hay que tener en cuenta que distintas circunstancias internacionales y deformaciones internas de todo tipo, así como los resultados desastrosos de planes y decisiones económicas implementadas por el Gobierno en un corto período de tiempo, han disminuido de forma sensible su capacidad para proponer y articular políticas públicas capaces de lograr la inclusión social y económica de las mayorías.

Esto podría haber comprometido la vitalidad del nuevo sistema político, no solo ya para cumplir su función de soporte eficiente del encauzamiento de consensos, inclusión y participación de los ciudadanos —tal como lograron en buena medida los sistemas anteriores, incluso en momentos de crisis—; sino para renovar formalmente su legitimidad mediante elecciones, o la representación de la diversidad de sectores, clases e intereses de la sociedad.

La acumulación a través de los años de déficits de interrelación y comunicación entre funcionarios electos y ciudadanos, puede haber llegado ya a su punto más alto de rendimiento político. Los ciudadanos cuyas posibilidades reales de comunicarse, ser escuchados, atendidos y representados efectivamente por los diputados nacionales son desnaturalizadas, viciadas, o imposibilitadas; acaban por ser indiferentes, no participar, y desear un modelo diferente al que tienen.  

Para un sistema político que —pese a la preferencia por la elección presidencial directa expresada por miles de ciudadanos en la consulta popular de la Constitución de 2019—, ratificó la elección de segundo grado, será también un enorme desafío que muchas inconformidades, problemas y antipatías de la población hayan sido firmemente dirigidas y personalizadas en el actual Presidente cubano y Primer Secretario del Partido Comunista.

Esta última es, sin dudas, la peor circunstancia que deba enfrentar un político en cualquier tiempo y país. En el caso de Díaz-Canel, puede explicarse por factores diversos, que van desde sus características personales y actitudes, el tratamiento mediático recibido, la vigencia o emergencia de tipos o estructuras de autoridad distintas a la ejercida por él, las percepciones sociales sobre el papel del liderazgo, o su entorno familiar, o imagen y edad; hasta su evaluación a partir de los criterios y expectativas de su cohorte generacional, o de otras generaciones, y la capacidad de lograr una comunicación efectiva y empática a través del discurso e interacciones con los ciudadanos.

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El presidente Díaz-Canel y varios funcionarios cargan una pesada rama durante un trabajo voluntario efectuado el pasado domingo. (Foto: Facebook / Tribuna de La Habana)

No se puede subestimar el papel que desempeña la trasformación de cuestiones claves de la sociología política de la población cubana que tienen que ver con: los paradigmas de confianza política, exigencia de responsabilidad pública, nuevas formas de entender la democracia y lo democrático, igualdad política y uso y límites del poder, así como de distintas representaciones de la política, su institucionalización, finalidades y funcionamiento, adquiridas por nuevas generaciones de ciudadanos.

Una joven cubana recientemente entrevistada afirmó:

«(…) el arribo al poder en Chile de uno de los líderes de protestas estudiantiles de hace una década (aquí serían vándalos o mercenarios), de Petro en Colombia, o la derrota de Donald Trump en elecciones, son una metáfora de nuestras frustraciones y aspiraciones como generación. Uno siente que tampoco vamos a tener nunca un Mujica, que sea Presidente y siga viviendo en su destartalada casa de siempre, y eso duele, la impotencia duele. Ninguno de nosotros somos elegibles por el sistema. De eso se trata».    

Por otro lado, si durante los debates previos al referéndum del Código de las Familias, y en la propia jornada electoral, llamamientos y argumentos a favor de un voto de castigo contra el Gobierno posiblemente fueron motivadores en la opción del NO, la abstención y la anulación consciente de boletas; es evidente que la sostenida tendencia a la abstención y anulación de votos registrada en los últimos procesos electorales, pudiera ser indicador substancial del grado de desgaste, contradicciones e insuficiencias de un modelo político unipartidista, que nació y se legitimó en circunstancias muy concretas, pero que, por eso mismo, no puede funcionar eternamente a contramarcha de la dialéctica de los cambios sociales sin acabar siendo anacrónico.

Probablemente Rubén Remigio Ferro, presidente del Tribunal Supremo Popular, cuando reconoció en una comparecencia ante medios de prensa en días siguientes a las protestas de julio del 2021 que manifestarse era un derecho, condensaría sin intención lo desafiante que resultaba siempre al poder la frase que Giuseppe Tomasi di Lampedusa había acuñado en su célebre novela Il Gattopardo.

Ciertamente, no era tan fácil hacer que todo cambiara y conseguir que todo siguiera igual.

10 octubre 2022 27 comentarios 2k vistas
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humillación

La humillación y el miedo en un paquete solidario

por Julián Pérez Rodríguez 2 agosto 2022
escrito por Julián Pérez Rodríguez

Los memes, herederos del sempiterno choteo criollo, hacen más respirable la atmósfera en esa estrategia de supervivencia que consiste en reírnos de todo cuando todo nos duele. Uno que anda por ahí, casi axiomático, reza que «el capitalismo avanza vencido, mientras el socialismo retrocede victoriosamente». «De victoria en victoria», como dicen nuestros mandantes que vamos, cada capítulo del socialismo insular trae nuevos motivos de burla y desconsuelo, como el de la reciente dádiva generosa de la Capital hacia sus vecinas de infortunio, las provincias del interior.

La nota, bodrio de los habituales, apareció en el órgano oficial del PCC capitalino, Tribuna de La Habana, y anunciaba tiernamente en su titular: «Gesto de solidaridad de La Habana para Cuba». En el arranque del texto se avisaba: «En un gesto de solidaridad con el país, La Habana programará cortes eléctricos de cuatro horas, en el horario diurno (de 10 de la mañana a dos de la tarde), en circuitos de la ciudad, con una frecuencia de cada tres días, se anunció en Plenaria de Economía de La Habana».

El cuarto párrafo, citando a la máxima autoridad del Partido en el territorio, ampliaba la información: «Este es el momento de contribuir para que el resto de Cuba tenga menos sufrimiento por los indeseables apagones…no es que a La Habana le van a tocar apagones porque el país no puede, no, es que La Habana se está planteando que se den esos apagones para ayudar al resto del país, siendo justos, solidarios con nuestros hermanos, hermanas, familias, nuestro pueblo, indicó».

humillación

Alarma, molestia y revuelo fueron un relámpago en las redes. Y antes de que terminara la jornada del viernes 29, ya Tribuna había «maquillado» el ladrillo. El titular se sustituyó por uno aséptico, intemporal y, de paso, antiperiodístico: «Actuar con mayor responsabilidad para contribuir a los esfuerzos del país»; digno ejemplar de las sentencias-bostezo que han servido como encabezados en la prensa cubana durante décadas. No dice nada. No se mete con nadie. No informa. No incomoda. No es periodismo, pero los jefes quedan contentos.

La primera frase del cuerpo de texto, aquella del «gesto solidario», desapareció. Y el cuarto párrafo, íntegramente, fue levantado en peso.

Resulta una obviedad decir que el enfoque según el cual La Habana, como si fuese una aristocrática región independiente de Dinamarca, se solidariza con las paupérrimas zonas a oscuras de la Isla en ruinas, cae en el franco terreno de la humillación. Era de elemental tacto político y sentido periodístico no presentarlo así.

Sin embargo, si le metemos el bisturí a la realidad nacional en los últimos meses, para no ir muy lejos, el bloque PCC/Estado/Gobierno, sin ni siquiera dar la más mínima justificación a su pueblo, ha seguido la regla no escrita: «apaguemos todo el país, pero La Habana ni tocarla». ¿Culpa de los habaneros? En lo absoluto. ¿Reflejo de la discriminación históricamente ejercida hacia las provincias del campo? Totalmente. ¿Solución de algún modo a la crisis profunda del sistema electroenergético nacional —y de todos los órdenes y esferas de la vida— que enfrenta Cuba? Ni por asomo.

Pero además, muchas otras cuestiones quedan «flotando en el aire», como diría el célebre Bob Dylan, en este lamentable episodio.

En una administración que se ha especializado durante décadas en repartir la pobreza más que en generar emprendimientos y prosperidad, ¿qué y quién gana con fomentar envidias, fracturas, odios intestinos, regionalismos? ¿A dónde han ido a parar los dineros del pueblo que pudieron invertirse en fortalecer el sistema electroenergético e incorporar vías alternativas de generación de electricidad?

¿Cómo se dilapidó el bono de tiempo que supuestamente dieron los grupos electrógenos instalados hace varios lustros, para que se reconstruyeran las potentes termoeléctricas y hasta se crearan otros bloques generadores capaces de alimentar la red nacional sin sobresaltos por roturas, fenómenos meteorológicos o cualquier otro imprevisto? ¿En verdad deciden las autoridades capitalinas mantener o retirar el servicio eléctrico al territorio habanero en lo que el resto del país sufre apagones hasta de 12 horas diarias, en un tristísimo remake de los sombríos años 90, lo más crudo del Periodo Especial?

En un déficit tan, pero tan grande, y tan multicausal según nos han asegurado —roturas, accidentes, falta de combustible, mantenimientos retrasados, obsolescencia de maquinarias— ¿cómo se logró que el 26 de Julio último no hubiese apagones en la nación, para que ningún cacerolazo indignado empañara el júbilo de la efeméride patriótica? Por otra parte, ¿cuánto habrá de sentimiento solidario en la decisión de marras y no de debacle generalizada, en la que ya no es posible, ni siquiera fundiendo todos los bombillos de la provincias campestres, mantener encendida la lámpara led de La Habana?

Triste farsa en la que el miedo reinante nos torna, a casi todos, actores trágicos.

El dirigente que casi implora y explica a su cuadros subalternos que tendrán unos apagoncitos pequeños, ordenados, insignificantes, cada cuatro días y solo de cuatro horas, para ayudar a nuestros hermanos; el cuadro intermedio que sabe perfectamente que ese dirigente no decide nada y todo viene prediseñado desde el «Palacio de la Revolución» (como ya alguien dijo, ¡vaya oxímoron!); el periodista que, sin cuestionarse ni una coma, reproduce la muela barata; el televidente que culpa al periodista o, un poquito más allá, al cuadro intermedio, pero no dirige sus diatribas a los que en verdad «cortan el bacalao»;  el observador distante que ni siquiera asume ningún rol, pero es captado por el lente como parte de la infausta escenografía.   

Ah, pero también en las tragedias clásicas, muchas veces, los personajes encontraban su destino huyendo de él. Los omnipotentes que, con el interruptor selectivo de la Unión Eléctrica en una mano y el de ETECSA (Internet) en la otra, piensan que se evitarán imágenes como las de la oleada de pueblo que se agolpó frente al Capitolio y bajó por Prado el 11 de julio de 2021. Recuerden que la sangre, cuando hay venas obstruidas, por alguna arteria se derrama.     

2 agosto 2022 16 comentarios 1k vistas
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Trabaja

Se trabaja

por Jorge Fernández Era 26 junio 2022
escrito por Jorge Fernández Era

―¿Por qué me ha traído aquí, oficial?

―¿Lo preguntas? ¿Te parece el clásico acto de plantear una duda pararse en piyamas en una azotea, en medio de un apagón a las tres de la madrugada, y gritar «Hasta cuándo» con tres signos de admiración?

―Y calor agregado. Imposible dormir. Tendrá que aceptar que en dichas circunstancias la incertidumbre se suda: «Hasta cuándo el bloqueo», por ejemplo.

―O hasta cuándo vas a hacerte el vivo conmigo. Te la pasas sacándole tiras de pellejo a lo que se hace por aminorar la contingencia energética.

―Una cosa es lo que se hace y otra…

―¿No reparas en que hoy es el solsticio de junio, que marca la llegada del verano, y que cuanto se hizo hasta hoy y se hará es para sostenerlo?

―Hablando de reparación: aún Tallapiedra no aporta megawatts. La puesta en marcha se ha extendido veinte meses, cuando un mantenimiento capital debe durar solo siete.

―Ese mantenimiento es en la capital, sí. La unidad generadora tiene medio siglo, está sujeta a averías imprevistas que se resuelven con el ingenio y la industria nacionales, sin ejecutar gastos en divisas.

―¿A quién se le ocurre hacer mantenimientos con moneda devaluada en una termoeléctrica decrépita que arranca, pero no arranca?

―Se trabaja.

―Usted hace su labor.

―La mía es intrascendente al lado de la de mis compatriotas. «Hay mucha gente trabajando en resolver la actual crisis». ¿No accedes a la prensa nuestra?

―Qué esfuerzo por escribir un país, ¿eh?

―Léela. Mira esa refinería de Santiago apostando por la resistencia creativa…

―¿La resistencia creativa es una pieza?

―Creatividad es poner títulos como «Encendiendo soluciones», «El talento sin apagón», «Dignificar la energía del heroísmo»… 

―Cosa linda.

―Eso no es nada. Oye cuánta poesía destila el Granma: «La termoeléctrica Lidio Ramón Pérez, de Felton, es una ciudadela de hierro de matices diversos. Ellos están, lo mismo en el gris azulado de las aspas de la turbina que en la Unidad 2, a punto de ser montada sobre sus pedestales brillantes, luego de un minucioso pulido; en el rojo-marrón originado por la oxidación en enormes segmentos de tubos que serán cubiertos por pinturas protectoras tan pronto se conviertan en largos conductos; en los destellos de las soldaduras mediante las que se unen cientos, miles de elementos; en la plateada envoltura de las láminas empleadas para recubrir las fibras de vidrio que garantizan el aislamiento térmico de extensas y laberínticas tuberías».

―Le ronca la… tubería.

―«Todos son más fuertes que la metálica armazón de la ciudadela a la que dan vida», añade después.

―Yo creía que a las ciudadelas se les estaba dando muerte.

―Deja al periodista que se desarrolle, tiene competencia en el propio periódico: «Darle solución al salidero de un tubo que no deja que la caldera de una termoeléctrica arranque es un aliciente para millones de cubanos que hoy encienden velas, agitan las pencas y esperan, pacientes o no, a que llegue la luz».

―Y se agiten los pencos.

―Échate a Cubadebate: «Como laboriosas hormigas andan los hombres en la planta. Los overoles llenos de grasa, los ojos enrojecidos, el polvillo…».

―No hay azúcar, las hormigas emigran a otros ámbitos.

―Eso se llama periodismo profundo.

―Como el último Havana Club: «Intenso y suave».

―Intenso y suave es el Trabajadores: «El movimiento sindical puede ser determinante para mantener encendida la chispa del ahorro, tema en el que no puede haber apagones».

―Ni con la chispa del ahorro el crudo nacional…

―Existen dos soluciones, siempre que a la población no le dé por ponerse piyamas y subir a las azoteas: una son las fuentes de energía renovables, con proyecciones de una tercera parte para el 2030. Ramiro habla del ciento por ciento.

―Está escapao.

―La otra es el arroz. Ya se emplea en la Empresa Agroindustrial de Granos Los Palacios. Con la adquisición y montaje de una planta gasificadora, se seca el cereal mediante la conversión en energía de la cáscara.

―La solución al problema energético está en las reuniones, en las visitas gubernamentales, en los artículos periodísticos…

―¿Ves? Has entendido que en esos escenarios se decide el presente y el futuro de la nación.

―Ah, no, lo decía por toda la cáscara que se habla.

26 junio 2022 13 comentarios 1k vistas
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estallido

Estallido social en Cuba: las señales ignoradas

por Alina Bárbara López Hernández 15 julio 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Duele ver el estallido social en Cuba; sin embargo, no asombra en lo más mínimo. Las ciencias sociales no serán exactas pero no son ciegas. Si quienes dirigen  cierran los ojos a la realidad, las mujeres y hombres de ciencia no debemos hacerlo. Está en juego nuestra credibilidad y, lo más importante, la vida de muchas personas y el futuro de la Patria.

Las señales

En entrevista para OnCuba hace poco más de un año, Alex Fleites me preguntó si creía que en la Isla se incubaba un nuevo momento histórico y cuáles serían sus señales más visibles. Esta fue mi respuesta:

«Sí, lo creo. Una crisis no es tal hasta que los actores sociales no toman cuenta de ella, ahí es determinante el factor subjetivo. Es una especie de malestar de época, por decirlo de un modo que ciertos críticos hallarán metafórico. Casi siempre se relaciona con el agotamiento de un modelo, fíjate que no digo de un sistema (…)

Para la llegada a ese momento de malestar existen hoy, en mi opinión, dos condicionantes. Por un lado la incapacidad de nuestros gobernantes de encauzar un camino de reformas exitoso. Ya son más de tres décadas del derrumbe del campo socialista y dos períodos de intento de reformas, uno en los noventa y otro a partir del 2010, este último incluso de modo formal y con una gran cantidad de documentación confirmatoria. Por otro lado, existe la capacidad ciudadana de someter a juicio público esa incapacidad, eso es algo novedoso. La ruptura de un canal de información unidireccional permite visibilizar las señales de alarma. Y los que dirigen lo saben bien pero han sido incapaces de responder adecuadamente.

Mi opinión es que presenciamos el agotamiento definitivo de un modelo económico y político, el de socialismo burocrático. Quienes dirigen no logran hacer progresar la nación con los viejos métodos, pero no son capaces de aceptar formas más participativas, con un peso mayor de la ciudadanía en la toma de decisiones».

Estallido (1)

El 27 de noviembre de 2020 tuvo lugar frente al Ministerio de Cultura una protesta de artistas, intelectuales y activistas (Foto: Ismael Francisco/AP)

Doce meses después, publiqué en LJC el artículo «Cuba, los árboles y el bosque», donde afirmé:

«En Cuba están maduras desde hace tiempo las condiciones objetivas para una transformación. Es indudable que la nación dejó de avanzar: la economía no crece desde hace años, la deuda externa aumenta constantemente, igual que los niveles de pobreza, y, a pesar de ello, las reformas han sido demoradas de manera inexplicable. Es evidente que los de arriba no pueden seguir administrando y gobernando como antes. Pero ¿qué ocurre con los de abajo?

Sin la maduración del factor subjetivo esa transformación no era posible. Se requería la voluntad de querer cambiar de las personas, una energía cívica que había sido aplastada por condicionamientos políticos, educativos y mediáticos. La «indefensión aprendida» también existe en un modelo socialista en el que el sistema controla en cierta medida la manera de comportarse de sus ciudadanos.

Faltando el factor subjetivo, las condiciones objetivas por sí solas no determinarían nada. Sin embargo, actualmente existen señales muy claras de su existencia. Tales signos no han sido entendidos por el aparato ideológico, que se equivoca al reducir las manifestaciones de descontento a «un golpe blando», a «una manipulación generalizada», o a la «creación de matrices de opinión negativas sobre el gobierno»; sin que yo niegue de plano que ello también ocurra. La dirección del país no termina de ubicarse en:

– El novedoso entorno que ha creado el acceso masivo a internet y las redes sociales, que los ha privado del monopolio absoluto de la información que tuvieron por décadas y ha democratizado su difusión y generado la posibilidad de campañas y denuncias ante arbitrariedades.

– Un estado de permanente polémica, visible en las redes y fomentado por la propia dirección del país a raíz de la consulta popular para la redacción de la nueva Constitución; quizás pensaron que al concluir la referida consulta y no requerirse más de nuestros puntos de vista cesaríamos de ofrecerlos, ingenuo de su parte, ahora tenemos cómo y no necesitamos de sus convocatorias.

– La declaración de Cuba como un Estado Socialista de Derecho que visibilizó mejor las prerrogativas de cubanas y cubanos y los compulsó a exigir libertades que la propia Constitución garantiza.

– La existencia de generaciones jóvenes, cuestionadoras per se, que han encontrado repercusión en generaciones mayores, ya cansadas de promesas incumplidas y reformas demoradas o interrumpidas.

Esta coexistencia de condiciones objetivas y subjetivas para una trasformación social es totalmente novedosa en el devenir del modelo socialista cubano. La cuestión que está en juego ahora no es si hay que cambiar, sino cómo hacerlo (…)

Llegados al punto en que se encuentra Cuba hoy, los caminos para un cambio social pueden ser dos: pacífico o violento. El primero de ellos, al que me adscribo totalmente, significaría aprovechar los espacios legales —muchos de ellos que habría que crear primero—, para presionar por cambios económicos, políticos y jurídicos dentro de un diálogo nacional en que no haya discriminación por motivo de credos políticos (…)

Alerto que es un momento gravísimo en este país. Se reúne un potencial conflictivo en un escenario que está siendo muy mal analizado, no solo por el gobierno sino también, infelizmente, por intelectuales y científicos sociales a los que su formación teórica y su habilidad para interpretar los hechos sociales debería separarlos de una declaración meramente ideológica (…)

Son nuestras muchachas y muchachos, dialoguemos con ellos y con la sociedad civil cubana que desea caminos de cambio y de paz. Si se escoge por el gobierno la confrontación violenta como respuesta, puede ocurrir, a gran escala, lo que ya vimos en el Vedado: un grupo pacífico de jóvenes rociados con gas pimienta; o lo que ocurrió en el Parque de la Libertad de Matanzas en la noche del sábado: un pequeño grupo que fue golpeado por miembros de la Seguridad del Estado. No importa que impidan el acceso a internet por algunas horas. Todo se conoce, y se enjuicia.

Mi conciencia no me permite callar.

Cuba soberana no acepta injerencias. Algunos se empeñan en protagonizar shows mediáticos contra la Revolución, envenenando y mintiendo en las redes. El pueblo revolucionario cubano dará el combate. #Somos🇨🇺 #SomosContinuidad https://t.co/QDJSfUfCP8 Via @Granma_Digital

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) November 28, 2020

El resultado

Los intelectuales que alertamos durante meses al gobierno sobre la posibilidad de un estallido social de mayor magnitud fuimos denominados mercenarios. El aparato partidista y gubernamental desconoció con negligencia las señales de alarma. Este es el resultado de su actitud.

El domingo 11 de julio, miles de personas se manifestaron en numerosas ciudades y pueblos de la Isla. Junto a los que solicitaban cambios, mejores condiciones de vida y libertades políticas; como es común en todo conflicto de estas dimensiones, también se sumó el que pretendía únicamente delinquir y vandalizar, pero esa fue la excepción, no la regla.

El presidente y primer secretario Miguel Díaz-Canel reaccionó a esos hechos, inéditos en la historia reciente de Cuba, con la siguiente convocatoria: «La orden de combate está dada. A la calle los revolucionarios».

En su primera comparecencia televisiva reconoció que entre los manifestantes había personas revolucionarias y confundidas. En la segunda aparición, el día 12, aseveró que todos eran contrarrevolucionarios y mercenarios y que lo acaecido era resultado de un plan diseñado en el exterior. Esa es la narrativa que se ha sustentado desde entonces. Para él, los miles de manifestantes no son parte del pueblo. Gran error.

Las fuerzas del orden —del Ministerio del Interior, las FAR, Tropas Especiales, los cadetes de las Academias militares y hasta la reserva—, han reprimido con violencia. También algunos grupos de manifestantes han sido violentos.

Se sabe de al menos una persona muerta y otras heridas, golpeadas y detenidas. Una parte de ellas fue liberada al siguiente día. No sucedió así en otros casos, como el de Leonardo Romero, joven estudiante de Física de la Universidad de La Habana que fue preso hace dos meses por alzar un cartel que decía «Socialismo sí, represión no». Transitaba cerca del Capitolio con un alumno suyo de preuniversitario. El muchacho intentó grabar la enorme manifestación que se había congregado allí. Lo agredieron con saña. Era un menor de edad y Leonardo lo defendió. Fueron detenidos ambos.

Estallido (2)

Leonardo Romero fue detenido en las cercanías del Capitolio. Su familia aún desconoce su paradero. (Foto: Yamil Lage/AFP)

Es imposible conocer con exactitud lo ocurrido, porque desde las 3 de la tarde de ese día fue quitado el servicio de internet en Cuba. Somos un pueblo a ciegas, sin derecho a información y sin posibilidad de expresarnos. Los periodistas oficiales demuestran con su actitud que apenas son meros propagandistas del gobierno. Caiga sobre ellos toda la vergüenza del gremio.

Declaraciones justificativas, y en ocasiones incoherentes, han marcado la tónica del gobierno. El Buró Político se reunió hoy con la presencia de Raúl Castro pero nada trascendió de lo tratado. Al parecer, no existe una hoja de ruta diseñada para resolver una situación interna como este estallido, que es presentada ante la opinión pública como una gran conspiración internacional que emergió a partir de la etiqueta SOS Cuba.

Se han limitado a pedir la eliminación del bloqueo norteamericano. Ni una admisión autocrítica acerca de reformas postergadas y transgresiones constitucionales. Ni una invitación al diálogo. Creen, o quieren hacer creer, que los incómodos apagones de las últimas semanas son los responsables de la molestia ciudadana, sin reconocer las inmensas deudas sociales acumuladas que datan de décadas.

Bruno Rodríguez Parrilla, ministro de Exteriores, dijo en una conferencia con la prensa extranjera acreditada que en Cuba «nadie pasa hambre». Esa afirmación es otra evidencia del nivel de desconexión del gobierno con la gente de a pie. Solo es comparable con la crítica que hiciera Raúl en su «Informe Central» al 8vo. Congreso como secretario general saliente, a la «cierta confusión» que tuvieron algunos cuadros de dirección al emprenderla contra la «supuesta desigualdad» que ha creado la comercialización dolarizada en Cuba.

La desesperación de la gente la ha lanzado al estallido, a protestas masivas en medio del peor momento de la pandemia en la Isla. Es previsible esperar un enorme crecimiento de contagios, tanto entre los manifestantes como entre las fuerzas del orden y en los grupos de respuesta rápida convocados en los centros de trabajo para mostrar apoyo al gobierno.

A todo esto se une el oportunismo político de algunas voces en el exilio que piden una solución militar para Cuba. Deben saber que afectar la soberanía nacional con la tesis de una intervención humanitaria es totalmente inaceptable para una enorme mayoría de este pueblo, incluso para muchos de los que se manifiestan hoy contra el gobierno.

Al dirigirse a la prensa extranjera, Rodríguez Parrilla argumentó con ligereza que este no era el peor momento que se ha vivido en Cuba. Es cierto que en los noventa tuvimos una crisis terrible y un maleconazo; no obstante, le recuerdo que en aquella etapa teníamos un líder con visión suficiente para ofrecer cambios a corto plazo y un pueblo con esperanzas de que ante la caída del socialismo real en Europa el gobierno tendría la inteligencia suficiente para encauzar una vía expedita y continua de cambios.

Ninguna de estas cosas existe hoy. Pero pedirle al gobierno cubano que atienda a las señales es, ya lo hemos visto, arar en el mar.

15 julio 2021 60 comentarios 13k vistas
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paz

Paz y gestión política del conflicto

por Ivette García González 14 julio 2021
escrito por Ivette García González

La responsabilidad del Estado con la paz ciudadana y la gestión política de los conflictos son cruciales. Cuando se ocultan, tergiversan o subvaloran los diferendos internos y la capacidad de negociación del gobierno es limitada, la situación sociopolítica tarde o temprano deriva en caos.

Es lo que ocurre hoy en Cuba, expresión de la crisis de gobernabilidad anunciada. En textos anteriores llamé la atención sobre el peligro del extremismo político, la violencia y la urgencia del diálogo nacional.

Las inéditas protestas cívicas del domingo pasado en varias ciudades del país, incluida la capital, eran previsibles. Tuvieron factores detonantes, pero sus causas son profundas. Se sumó la incitación desde el exterior y hubo incluso algunos llamados a fórmulas impensables e inaceptables como una intervención humanitaria o de los EEUU en el país.

La comparecencia del presidente de la República a las 4:00 de la tarde de ese día no pudo ser más errática. Debió llamar a la paz, impedir la represión e informar sobre acciones concretas de solidaridad con Cuba que la mayoría desconoce, pero optó por viejos mecanismos manipuladores y consignas incitando a la violencia. La del lunes fue más sosegada, pero en los mismos términos y justificando la ejercida bajo su amparo.

Protestas que eran pacíficas se complicaron desde la tarde con actos vandálicos, mayor confrontación y arresto violento de muchos ciudadanos. Las consecuencias en detalles se desconocen todavía.

Paz

Autos volcados por manifestantes durante las protestas del pasado domingo (Foto: Yamil Lage/AFP)

Algunos precedentes

La crisis estructural y sistémica se complejizó por el impacto de las sanciones trumpistas, el desabastecimiento y la carencia extrema de productos y servicios básicos. También por la falta de libertades y efectos de medidas impopulares adoptadas desde el año pasado. Todo eso ha provocado agotamiento y tensión social extremos, no gestionados con lente político. Señalo algunos ejemplos en dos ámbitos:

La pandemia:

– Se han incrementado las violaciones de derechos humanos y la represión; los encarcelamientos expandieron el fenómeno y provocaron más traumas a las familias.

– Los medios oficiales replicaron el estilo triunfalista del gobierno y apelaron a la confianza y resistencia del pueblo mientras criminalizaban toda crítica. El día antes de las protestas se registró récord con 6923 nuevos casos y 47 fallecidos; Matanzas como epicentro.

– Hubo dilación excesiva del proceso de inmunización. La producción de una vacuna propia no impedía gestionar donaciones de las ya existentes ni adscribirse al COVAX integrado por 190 países.

La situación económica:

– Las causas internas de la crisis se mantienen y muchas se agravaron en virtud de la lentitud respecto a transformaciones que son urgentes.

– Las inversiones se concentran cada vez más en servicios empresariales, actividad inmobiliaria y de alquiler incluido turismo, en detrimento de sectores prioritarios: agropecuario, salud y asistencia social.

– El país se privó de remesas por vía regular desde la sanción a FINCIMEX -empresa del sector militar sancionada por EEUU-, pero no existe explicación plausible para la negativa gubernamental de designar una entidad civil que la sustituyera para ese fin.

Medidas emergentes para una situación límite

Situaciones de emergencia demandan medidas emergentes y prueban la capacidad de negociación del gobierno. Requiere discernimiento, visión y reconocimiento de la sociedad civil como actor también en las relaciones internacionales. Las victimizaciones y atrincheramientos de gobierno y seguidores no ayudan. Tampoco criminalizar toda crítica, responsabilizar de todo a factores externos o rechazar iniciativas que no estén bajo control absoluto del Estado.

Urge la adopción de medidas tales como:

1. Detener toda forma de represión.

2. Hacer llamados conciliadores desde el gobierno para gestionar la emergencia y la solución del conflicto.

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Manifestantes en las cercanías del Capitolio de La Habana (Foto: Yamil Lage/AFP)

3. Reforzar medidas sanitarias y de atención a sectores vulnerables.

4. Ampliar las formas de gestionar la solidaridad. El día antes de las protestas, Cubadebate ofreció amplia información sobre el volumen de donaciones que se han recibido durante la pandemia, además de 543 ofrecimientos de más de 51 países al cierre de junio. Sin embargo, la realidad indica que no es suficiente.

El gobierno debería rebasar esquemas tradicionales y abrirse a fórmulas más acordes al escenario de emergencia y las potencialidades de la sociedad civil,  aceptar la ayuda de donde venga, no permitir la comercialización de ningún donativo y gestionar el proceso sin monopolizarlo. Dos vías serían fundamentales:

– La estatal, que se canaliza con organismos internacionales y países a través de nuestras embajadas. Entre los días 9 y 11 pasados se publicó el anuncio en 35 de las 123 existentes. Contempla donativos en efectivo y de insumos médicos (jeringuillas, máscaras, guantes, etc.).

– La sociedad civil puede complementar esos canales incluyendo ayudas en alimentos, medicamentos y otros productos básicos para las familias. Solo requerirían coordinación con el gobierno para que -como se expuso en este foro recientemente- flexibilice las medidas aduaneras y permitan los arribos con destino a organizaciones sociales, iglesias, etc. Hace más de una semana se han organizado diversas fórmulas vía Facebook, Twiter y Watsapp, definiendo puentes y redes de apoyo dentro y fuera de Cuba. Entre ellos con el Centro Memorial Martin Luther King, Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo, Gran Logia de Cuba, Grupo #SOSMatanzas, facultades universitarias y también fuera de Cuba, con Caritas además de voluntarios desde México, España, Ecuador y EEUU.

5. Transparentar toda la información en los medios de comunicación incluyendo las redes sociales, contemplando procedimientos para ayudas, prioridades y normas sanitarias para la recepción.

6. Ofrecer un plazo para empezar a negociar con la sociedad civil una hoja de ruta para un diálogo nacional.

El llamado de hoy para todo cubano debe ser «no a la violencia» y por la gestión política del conflicto, que no implica desconocer ni renunciar a derechos fundamentales. El gobierno debe comprender la complejidad del momento y sus causas, los enormes factores de tensión que vive hace tiempo el pueblo, una parte no despreciable del cual tiene importantes demandas que no encuentran una canalización efectiva. Volvamos a José Martí: «La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie».

***

(Conozca la posición del Consejo Editorial de La Joven Cuba sobre los eventos del pasado domingo, 11 de julio)

14 julio 2021 117 comentarios 4k vistas
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Leonardo

Leonardo y yo

por Norma Normand Cabrera 3 mayo 2021
escrito por Norma Normand Cabrera

El 2015 tuvo al concurso televisivo La Neurona Intranquila como denominador común: Leonardo Romero Negrín comenzó a competir en La Liga Juvenil —en un maratón de programas que se extenderían por más de dos años—, y yo participé en la temporada 5 para adultos. Los dos resultamos ganadores en nuestras respectivas competencias. Antes de conocernos personalmente nos seguíamos y admirábamos, pero eso lo supimos después.

Comencé a asistir a las grabaciones de La Liga Juvenil, en parte por apoyar a los muchachos, en parte por mantenerme vinculada a un espacio que tantas satisfacciones me dio. Allí conocí a Aixa, su mamá, profesora de Español y Literatura de un instituto preuniversitario. Desde el inicio me llamó la atención el vínculo tan estrecho de cariño y compenetración que existía entre ellos.

De la mano de su madre, Leo conoció el teatro, el cine, los museos y las galerías de la ciudad. Por ella disfrutó sus primeros libros y se convirtió en un lector feroz. Iban juntos a todas partes, como dos novios. Sin sobreprotegerlo, ella estaba al tanto de sus pasos, de su rendimiento escolar, de sus intereses.

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La autora y Leonardo en el extremo izquierdo, con Baudilio Espinosa y un grupo de amigos «neurófilos» (Foto: Cortesía de la autora)

Vivían en La Habana Vieja, en un apartamento pequeño. Era el último piso de un edificio muy antiguo, de esos a punto de derrumbarse, adonde no llegaba el agua por las cañerías. Para tenerla en la casa, debía cargarla desde abajo, en faenas largas y pesadas. Los dos, madre e hijo, porque eso también lo hacían juntos.

Leonardo fue un niño pobre. Pobre y humilde, términos que suelen confundirse, pero que no son idénticos. Nunca le importó. Fue enseñado a disfrutar lo que tenía y, desde muy pequeño, sus amigos fueron su mayor riqueza: niños pobres como él, después adolescentes pobres como él, más tarde jóvenes pobres como él.

Se iban juntos a la playa, o a algún concierto de esos en una plaza o un parque, y eran felices. Como cuando llegaron muy temprano a la Ciudad Deportiva para ver a los Rolling Stones en su notoria presentación en Cuba. En esa ocasión, tuvo la suerte de que cayeran en sus manos dos de los emblemáticos pullovers que los músicos lanzaron al público. Supieron también sus compañeros del talento y la paciencia que mostraba al repasarles las asignaturas que les ofrecían dificultad. Sin pretextos, sin regaños, sin apuro.

Su pasión primera, sin embargo, era estudiar. Formarse como Físico teórico era su vocación, su sueño. A ello dedicaba sus mayores energías. Varios concursos municipales y provinciales lo vieron participar y ganar. Por eso, obtuvo el derecho a cursar el duodécimo grado en el Colegio San Gerónimo, de la Universidad de La Habana, excluido de realizar las pruebas de ingreso.

Antes, tuvo que cumplir el Servicio Militar Activo en el Combinado del Este, todo el tiempo haciendo guardias de madrugada. Llevaba libros para que lo acompañaran en su vigilia obligada. Me contaba que así se entretenía, que el tiempo pasaba más rápido. Allí padeció de una lesión de rodilla que le costó un ingreso; sin embargo, no causó baja, cumplió hasta el final con su reclutamiento.

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(Foto: Tomada del perfil de Facebook de Leonardo Romero Negrín)

Hallaba gracioso que visitara mi casa y pasara horas conversando conmigo de Historia y de Física con mi esposo. No eran comunes en un joven su amabilidad y paciencia para con las personas mayores. Su interés por el conocimiento era ilimitado. Nunca estaba apurado: afuera lo esperaba su bicicleta, eterna compañera de viajes extraordinarios. Me enseñó a jugar Scrabble, que desde entonces practico. Yo intentaba tener un flan preparado para brindarle cuando venía.

La cuarentena, con su necesidad de inmovilidad y distanciamiento, hizo que el teléfono fuese nuestra única vía de comunicación. No me faltaron sus llamadas, ni su ofrecimiento a hacernos los mandados, o buscarnos algo en algún lugar. En su bicicleta, claro. O hasta caminando, si fuera preciso.

Demoró Leonardo en tener un teléfono móvil. No lo exigió, sabía que lo tendría cuando sus padres pudieran comprárselo. No se quejaba por ello. Tampoco tenía computadora. Cuando fue campeón de la Liga Juvenil de La Neurona se ganó un Tablet. Recuerdo su cara feliz, su sonrisa grande, cuando lo recibió. Se ganó también un fin de semana en Varadero, adonde fue con su mamá. Nunca había salido de La Habana.

He dicho que con Leonardo hablábamos de Historia. Más específicamente de Martí, de quien siempre quería saberlo todo. Éramos entonces dos estudiosos, dos amantes del Apóstol, para los que el tiempo no parecía transcurrir. A veces me llamaba para precisar una fecha, una cita, un personaje. Como todo maestro que se precia de serlo, si en ese momento no podía darle la respuesta, lo llamaba yo después. Con su dulzura y bondad características, esperaba por mí.

En agosto pasé por una situación personal que me sumió en el más atroz de los dolores. Sé que Leo lloró conmigo. Que sufrió, que hubiera dado cualquier cosa por devolverme la sonrisa. Ahora sufro yo por él. Y lloré cuando vi el video donde se observa a Leonardo siendo detenido tras sacar un cartel, un rústico cartel que dice «Socialismo Sí, Represión No».

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(Foto: Tomada de Facebook)

De haberlo enarbolado un estudiante universitario como él, en una manifestación de cualquier lugar del mundo donde Socialismo fuese una mala palabra, hubiera sido señalado como ejemplo, como un joven que quiere lo mejor para su país. Leonardo también quiere lo mejor para su país. Y un país mejor, donde «la ley primera de la República sea el culto a la dignidad plena del hombre».

La mamá de Leo me contó que él nació en medio del ciclón Irene, el 14 de octubre de 1999. Al salir de alta del hospital, con su niño en brazos, el fotógrafo de un medio de prensa le tomó una foto, que salió publicada en primera plana. Era el 20 de octubre, Día de la Cultura Cubana. Ahora se ha desatado también un ciclón alrededor de Leo: un ciclón de amor, de solidaridad, de defensa de la verdad, de voces que se alzan para pedir sensatez acerca de un joven cubano que se atrevió a alzar la suya en un reclamo colectivo: «Socialismo Sí, Represión No».

2 de mayo de 2021

3 mayo 2021 70 comentarios 8k vistas
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Socialismo - represión

Socialismo sí, represión no

por Consejo Editorial 1 mayo 2021
escrito por Consejo Editorial

Desde hace casi una semana, el ciudadano cubano Luis Manuel Otero Alcántara, miembro del Movimiento San Isidro, se ha declarado en huelga de hambre y sed. Como condición para desistir de su protesta, ha formulado al gobierno un grupo de exigencias y utiliza su propia vida como mecanismo de presión.

En estos días varios han sido los reportes sobre su salud. Por ejemplo, en la tarde de ayer, a solicitud del cardenal Juan de la Caridad García, arzobispo de La Habana, el canciller de la arquidiócesis, Mons. Ramón Suárez Polcari, lo visitó para pedirle que desistiera de la huelga, pero no tuvo éxito. Se confirmó que la salud de Alcántara ha sufrido un notable deterioro, que pone en peligro su vida.

El equipo de La Joven Cuba considera imprescindible que se den los pasos necesarios para que esta situación no tenga un desenlace fatal. Debe ser prioridad del gobierno de la República preservar la vida de todos sus ciudadanos, independientemente de cómo piensen o se manifiesten. Evitar un suicidio es en este caso lo más importante.

Igualmente en el día de ayer fueron reprimidos en el habanero boulevard de Obispo un grupo de manifestantes, jóvenes en su mayoría. De los muchos videos que han circulado en las redes, se destaca el que muestra la brutal detención de un muchacho que portaba un cartel con la frase: «Socialismo sí, represión no».

El joven de 22 años, excelente estudiante de la Universidad de La Habana, fue arrastrado hasta la patrulla por policías y agentes de la Seguridad del Estado después de gritar esa consigna. De él seguramente no podrán decir que lo paga la CIA, o que es un marginal, o que tiene cuarto grado. De hecho, ni siquiera podrán decir que es de derechas.

La represión desatada por parte del Estado/Gobierno contra toda forma de disenso político –de izquierda, de derechas o sin signo alguno– es absolutamente incompatible con cualquier pretensión humanista. Asimismo, no encuentra justificación en las arcas de la CIA o de la NED.

No hay mejor camino para acabar con el socialismo en Cuba que el de la represión, la brutalidad y el atrincheramiento. No tienen justificación legal ni moral estos actos que atentan contra la vida y la dignidad de los ciudadanos.

Una República donde la ley se vulnere constantemente está condenada al caos. Es de ilusos no darse cuenta de que con tal grado de violencia y polarización se puede llegar a un punto sin retorno.

1 mayo 2021 73 comentarios 6k vistas
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bienestar

Bienestar animal y ciudadano

por José Manuel González Rubines 22 febrero 2021
escrito por José Manuel González Rubines

El pasado 19 de febrero, un grupo de activistas protectores de los animales se presentó en el Ministerio de Agricultura para protestar ante la morosidad en la aprobación de la ley de bienestar animal. Según contaron en diferentes espacios, fueron recibidos por algunas personas que, de manera espontánea estaban dispuestas a echar mano a los vítores de moda para armar el correspondiente acto de repudio –quizás guateque de repudio por ser de agricultura el ministerio.

Antes de que se enrareciera el ambiente de manera irreversible, y para sorpresa de todos, salieron a atender a los congregados —que vestían de negro en señal de luto—, el viceministro primero, Ydael Pérez Brito, y otros altos funcionarios de la institución. Invitaron a los presentes a entrar y, según reseñaron ambas partes, la reunión fue respetuosa y fructífera.

Los animalistas se retiraron con una respuesta concreta a sus demandas: «antes del 28 de febrero habrá ley de bienestar animal en Cuba». Medios estatales, como la Agencia Cubana de Noticias y el NTV, presentaron sin etiquetas ni excesos las declaraciones de las partes, y no solo de una de ellas —la oficial—, como es la usanza. Finalmente, todos regresaron a casa satisfechos y quienes simpatizamos con la causa, respiramos aliviados y con esperanza.

Como institución pública que es, el Ministerio de Agricultura acogió a ciudadanos que llevaron hasta sus puertas un reclamo. No hizo nada más que lo que es correcto y debe: escuchó, expuso y, esperemos, haya asimilado y actúe en consecuencia. Un ministerio no es ni puede ser un ente inexpugnable ante cuyas puertas choquen reclamos como olas en el Malecón. El MINAGRI dio en una lección a sus iguales.

Más allá de presuponer la bondad tras estos actos positivos, sería ingenuo desconocer dos factores importantes que incidieron en que las cosas fueran de este modo y no de otro: primero, en este caso los manifestantes realmente deseaban un diálogo, dado que después de agotar las vías a su alcance para hacer valer su preocupación ante la inexplicable demora del proceso de aprobación de la ley, resultaba más productivo sentarse a conversar y exponer sus cuestionamientos a las autoridades; segundo, existen precedentes muy cercanos de presiones ciudadanas mal encauzadas por funcionarios públicos, por lo que pudiera suponerse que ya se cuenta con una especie de «protocolo» —quién sabe si lo hay realmente— para atender este tipo de situaciones y que no se salgan de control.

Dicho esto, vale preguntarse: ¿Qué hubiera pasado de haberse impuesto la conducta de los que estaban listos para burdamente repudiar al grupo de animalistas? ¿Cómo se hubieran desarrollado los acontecimientos si lo que fue un diálogo civilizado se tornaba confrontación?

La noticia del repudio se difundiría a través de las redes, replicándose en perfiles, grupos y páginas. Pronto, atraídos por la ofensa a una causa que en Cuba tiene miles de adeptos, comenzarían a congregarse en torno al MINAGRI cada vez más personas. La policía y la Seguridad del Estado impedirían la llegada de los posibles manifestantes, como han hecho en otras ocasiones. Los reclamos continuarían sumando voces y la situación escalaría.

Inmediatamente se sumarían los medios alternativos. Las fotos y videos de manifestantes subidos en guaguas por la fuerza, de policías impidiendo la salida de las viviendas a activistas, de detenciones arbitrarias; colmarían cada portal de noticias. Del otro lado, comenzaría el proceso de descalificación de los manifestantes: que si reciben dinero de Estados Unidos o de Nueva Zelanda, que si se reunieron con uno u otro funcionario, que si una vez tal o cual dio esta o aquella declaración. En la noche, vendría el humbertazo para coronar el suceso y acabar de intoxicar el ambiente.

A corto plazo, el infeliz desenlace de un justo reclamo solo serviría para ideologizar con etiquetas a una de las causas más nobles de cuantas defiende hoy la sociedad civil cubana. Durante días, semanas o meses, aun cuando ya nadie se acordara del evento, seguiría la campaña sostenida de descalificación, que emplearía los más chapuceros argumentos de manipulación y usaría como adalides a los voceros habituales. La incomodidad social y política, agravada por la crisis económica y la pandemia, tendría entonces un nuevo motivo para acentuarse.

Por suerte e inteligencia, nada de eso sucedió. Pero esta actuación, hasta ahora excepcional, debería motivar reflexiones y sentar precedentes.

¿Qué de positivo han traído los atrincheramientos que caracterizan a los que deberían ser espacios de diálogo? ¿Cuán beneficiosas han sido las campañas de descalificación, llevadas a cabo con herramientas y por personajes de ética más que dudosa? ¿En qué ayuda enrarecer el ambiente de este país que atraviesa uno de los momentos más difíciles de su historia reciente con puertas cerradas, calificativos fáciles y ofensivos, espacios pensados para mentir y denigrar, contraviniendo los valores del periodismo cubano y las enseñanzas éticas y profesionales de la academia?

Ojalá lo sucedido este 19 de febrero en el Ministerio de Agricultura —la actuación responsable y coherente de los funcionarios y ciudadanos que allí confluyeron— no sea una excepción digna de resaltar, sino que se convierta en la norma de nuestras instituciones. Ojalá la forma profesional y decente, aun con alguna omisión y edulcorantes como fue abordado el asunto por los medios oficiales, también se imponga y destierre la peligrosa vulgaridad que últimamente se ha vuelto común en espacios de nuestra prensa. Ojalá termine también la tendencia que ha empoderado a personajes nefastos que mienten más que hablan en su afán de dividir a un pueblo en bandos antagónicos.

Si como cada facción declara, el interés es construir un mejor país para todos, la decencia, el diálogo y la coherencia; no la confrontación y la vulgaridad, son el único camino posible. En el MINAGRI no solo ganó un proyecto para el bienestar animal, sino que también se beneficiaron la República y la ciudadanía.

22 febrero 2021 19 comentarios 4k vistas
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