—Ando por esta pescadería en una visita que pretende «evaluar las potencialidades de los territorios y aprovecharlas en el propósito de lograr un mejor año en todos los ámbitos para la nación». Y a usted, ¿qué le trae?
—Tras la felicidad por el regreso de esas variedades cartilaginosas, ausentes a su puesto laboral desde hace más de un año, me encuentro con que un kilogramo de claria cuesta cuatrocientos pesos. Hablo de una especie cuya cría en estanques, según Ecured, «registra altos volúmenes de captura y bajo costo».
—Cómo le explico: la especie fue introducida en Cuba hace poco más de veinte años, procedente de Tailandia y Malasia. ¿Sabe lo que eso significa? Son miles de millas naúticas en un viaje que, producto del bloqueo norteamericano, muy pocas navieras están dispuestas a realizar.
—Pero hace solo tres años ese recorrido hacía rato se había dado por concluido, y el filete de claria, no el troncho que se vende hoy, tenía un precio trece veces menor. Multiplicado por el Índice Murillo arroja si acaso una cifra de alrededor de ciento cincuenta baros.
—El barómetro de la presión a que es sometida nuestra economía suele registrar límites sorprendentes. De ahí que nos exija ser cada vez más rigurosos con las fichas de costo. Ese pez de cuatro pares de bigotes no deja de ser una de las cien especies más exóticas y dañinas del planeta, y el exotismo se cobra en todas partes. Fíjese que, internacionalmente, su cultivo extensivo no está permitido, debe hacerse en reservorios controlados. Quién iba a sospechar que el azote de huracanes propiciaría su dispersión en los ecosistemas naturales de la Isla.
—Claro, los ciclones son eventos meteorológicos muy raros.
—Aun así, nuestro Gobierno importó su cría intensiva. El factor riesgo, elemento a tener en cuenta para formar precios, no fue óbice para introducir su carne en nuestra dieta.
—A la par que decaía la introducción de billetes en los maltrechos bolsillos, o lo que es igual: se multiplicaba exponencialmente su salida intempestiva hacia las arcas estatales y privadas.
—¡No se prive, hombre! Cada animalito de esos, suelto por ahí en ciénagas, riachuelos y alcantarillas, cuesta al erario público. En sus estómagos se han encontrado jicoteas y hasta pequeños cocodrilos, lo cual incrementa su valor agregado, un aporte para que la economía no se detenga.
—Y vaya «por más».
—¡Eso!, «superarnos a nosotros mismos», que cada uno se pregunte: «qué estoy haciendo para no detenerme».
—O para que no lo detengan.
—Si nuestro principal contrincante (otro de los valores agregados) se saliera con la suya, es decir, se engullera al caimán entero, Cuba desaparecería de la faz de la Tierra y no quedarían ciénagas, riachuelos y alcantarillas para el cultivo de la claria. Así que el precio de ese bicho es lo menos importante. Debemos «evitar que el adversario ideológico erosione el consenso necesario en los asuntos de mayor importancia, diluyéndolos en otros temas de menor alcance o coyunturales».
—¡Usted le sabe!
—Porque soy un empresario revolucionario. Mi deber es «crear una conciencia en todos los cubanos de que, en los temas esenciales legalmente refrendados en la Constitución, no puede haber un paso atrás, y que cualquier decisión concreta es buena en la medida en que no erosione esos principios».
—Vuelvo al principio: ¿cree correcto pagar cuatrocientos pesos, más de tres días de trabajo, por un kilogramo de esa cosa que se mueve hasta dando pasos para atrás?
—¡Por supuesto que sí! Ese dinero circula, ayuda a disminuir el déficit fiscal, y a que el presupuesto estatal cuente con el respaldo monetario para comprar el pienso que alimente a esas criaturas, que luego volverán a las tarimas como tronchos o filetes.
—Me llevo los dos kilogramos, no se discute más.
—¿Discutir dice? Qué va. «Urge escuchar a la gente y beber de la sapiencia popular». «En los debates económicos que ocurren en Cuba, principalmente en las redes, participan personas que, de forma abierta o encubierta, quisieran empujarnos en la dirección que quieren nuestros enemigos reales». Y para reñir con ellos…
—Están las clarias.
—Exacto. «Cuando alguien decide encerrarse en su mundo, pequeño y cómodo, dejando que sus límites no rebasen el bienestar familiar o el éxito propio, está produciendo una pequeña grieta en la solidaridad colectiva, está asumiendo el “a mí qué me importa” como respuesta a las aspiraciones de una sociedad de la cual, gústele o no, ha sido parte y ha recibido la cuota gratuita de beneficios». Que el kilogramo de bigotes baje y no surjan esos desequilibrios económicos «implica trabajar duro, innovar, aplicar la economía circular». «Solo así podremos superar contradicciones, vencer obstáculos y que venga realmente la esperanza».
—¿Esperanza mi vecina?