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Dos extremos de un mismo odio

por Giordan Rodríguez Milanés 7 mayo 2020
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

Ambos tienen audiencia. Lo mismo quienes siguen a Alexander Otaola que los poquísimos que leen PostCuba. Y los que no estamos en uno ni en otro extremo, también la tenemos. La relación de cada individuo con la mediación que los comunicadores hacen de la realidad, tiene un componente orientado a satisfacer la masa y otro determinado por la individualidad.

Cuando PostCuba arremete contra cualquiera que considere un adversario ideológico y lo hace sin dar un solo argumento, ni mostrar evidencia alguna, a los ojos de su audiencia acrítica y condicionada podrá parecer que defiende la Revolución. Pero la hunde. La hunde tanto como Otaola. La hunde ante la conciencia de quienes, a solas con la almohada, no pueden dejar de ser honrados consigo mismos y reconocer que las razones de los otros, la de los críticos equivocados o no, también son las razones de Cuba. Porque es propio de la condición humana decir hacia adentro lo que para afuera se calla por conveniencia política, oportunismo o lucro.

Los estudiosos de la comunicación social saben que todo mensaje tiene primero un efecto efímero y luego un  efecto de trascendencia. Cuando Otaola publica chats escandalosos de un periodista cubano defensor del gobierno, o llama “agente castrista” al editor de este blog, por ejemplo, está provocando una reacción efímera. Busca intimidar, descalificar, desequilibrar a su víctima. La legión (falsa y verdadera) de sus acólitos que dejan mensajes a sus víctimas con nuevas ofensas, amenazas y conatos de chantaje emocional, forma parte del intento de crear un efecto que trascienda.

Porque Otaola y PostCuba saben que su mensaje inicial es efímero.

Nadie ha sido juzgado en Estados Unidos, en Cuba o alguna parte, por una revelación hecha en su show. Nada o poco será validado en el tiempo por una investigación histórica o criminal de ninguna índole. Tampoco le hace falta. Lo que necesita es un punching bag para mantener en su audiencia el odio y la búsqueda de venganza. Y tengo que decir que lo logra con éxito. Mucho mejor que la pretendida unidad en torno al Partido y la Revolución que preconizan –pero no incentivan- los autores de PostCuba y algunos que pasan por el periódico Granma.

Los textos de la pandilla de PostCuba tienen el mismo objetivo descalificador hacia sus adversarios que el show de Otaola, sólo que más torpes y con menos seguidores. Porque miles de revolucionarios honrados y decentes, aun en desacuerdo con La Joven Cuba, no los siguen. Si fuera por sus escritos, a José Daniel Ferrer, por ejemplo, le hubieran aplicado la cadena perpetua. Sin embargo el tribunal condenó al “sultán de Palmarito” a uno o dos añitos de reclusión domiciliaria. ¿Fue condescendiente el tribunal de Santiago de Cuba con un enemigo de la Revolución?  ¿O es que cuando las acusaciones de PostCuba se someten al escrutinio de un tribunal, no se sostienen por falta de evidencias? No importa la respuesta. El objetivo es político, crear suficiente indignación y repulsa en el cubano de pueblo, y enfocarlo en la victimización del gobierno que, cierta y sostenidamente, es agredido desde los círculos del poder imperialista. Lo que de ningún modo debería dispensarlo de sus torpezas.

Cuando en PostCuba escriben que la doctora Alina B. López Hernández o un servidor somos mercenarios, o respondemos a intereses de medios miamenses, ¿pueden probarlo? No pueden ni podrán. Tampoco les interesa. Saben que en Cuba, con este Estado Socialista de Derecho, es escasa la probabilidad de que un fiscal acepte y tramite una acusación a ellos de cualquiera de sus víctimas por injuria o difamación. Aquí hay una diferencia con la posición de Otaola. Aquel puede ser demandado civilmente por un ciudadano de Estados Unidos ante un juzgado. Probablemente no en Miami Dade pero sí en uno para cuyos magistrados Cuba y los cubanos seamos un país como otro cualquiera. Aquí PostCuba y su pandilla se sienten impunes, y lo son, por obra y gracia de los políticos que rigen los destinos de este país.

Los ataques de Otaola contra PostCuba, y viceversa son escasos. Atacan la moderación, no el extremo.

Uno pudiera pensar que esos respectivos odios se complementan, muestran una simbiosis en función de mantener a la audiencia en los extremos. Con el principio: “o te alineas conmigo o te intento asesinar moralmente”. Esa simbiosis quizás explique que el youtuber Guerrero Cubano denuncie que uno de los patrocinadores de Otaola tiene casas y negocios en Cárdenas y Varadero. Y no vemos a PostCuba cuestionarse cómo es posible que el gobierno permita tales propiedades y negocios en Cuba a un enemigo de la Revolución. ¿Será que los extremos se necesitan? ¿O será que no es cierto?

Ambos fenómenos provocan una fauna depredadora de la decencia. Con una audiencia singularmente ladina, que se les pega tanto a unos como a otros pero es incapaz de ofrecer una alternativa viable a los problemas de la nación. Y si el bando de Otaola no tiene el valor ni la entereza de enfrentarse a verdaderos represores y en cambio se codean con herederos de torturadores, los de PostCuba defienden la Revolución desde la comodidad del patronato y el tráfico de influencias. El problema de los extremos es que en el tiempo se vuelven radioactivos y se destruyen por sí solos. Cuando ocurra, La Joven Cuba y nosotros seguiremos aquí. Sin pertenecer a un extremo. Y sin odio.

7 mayo 2020 41 comentarios 334 vistas
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La fábula de la veleta

por Alina Bárbara López Hernández 26 marzo 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

I

Los dos primeros días de esta semana nos sentimos unidos como pocas veces en ese otro ámbito de la cotidianidad que se denomina redes sociales. El martes fue por la reacción ante la muerte de Juan Padrón, creador de Elpidio Valdés que hizo disfrutar con sus animados a generaciones de compatriotas. Hasta la cuota de dolor que comporta una pérdida fue menguada por la iniciativa de cubanas y cubanos de diversas edades, residentes dentro o fuera de la Isla, de citar las frases más graciosas de sus personajes, cantar sus canciones y ver de nuevo sus películas y cortos.

Otro momento de comunión había ocurrido el lunes y fue motivado por la intervención del primer ministro Manuel Marrero en el programa Mesa Redonda para explicar las medidas del gobierno en respuesta a la pandemia mundial del COVID-19. Sus palabras fueron precisas, sus explicaciones coherentes y logró mantenerse alejado de la retórica discursiva tan del gusto de nuestros dirigentes, que la mayor parte de las veces se limitan a repetir consignas y verdades de Perogrullo y aportan poco al análisis.

Marrero asombró por el dominio del tema y por la empatía conseguida cuando la gente constató que sus reclamos eran atendidos e incluso superados por decisiones que, ¡finalmente!, no solo prohibían la entrada de turistas a Cuba y cerraban las escuelas y centros de enseñanza, sino que también limitaban de manera rigurosa la libertad de movimiento interno, entre otras determinaciones bien concebidas.

Supimos ahí que nuestro gobierno se había tomado al pie de la letra el peligro que significa la pandemia, y fuimos agradablemente sorprendidos al escuchar que se agradecían las sugerencias de la población hechas a través de las redes sociales y que las críticas eran ponderadas como aportadoras por el primer ministro.

Nada mejor que esa intervención para que pudiera comprobarse que entre nosotros es posible cristalizar la máxima que debiera encabezar la gestión de todo servidor público: «mandar obedeciendo». Su actitud fue lo más alejada del «engreimiento y el envalentonamiento» propio de los dirigentes comunistas «que tanto daño le han hecho al Partido y a ellos mismos», como enjuiciara Manuel Navarro Luna en una carta de 1948 a Juan Marinello.

El primer ministro no utilizó palabras como: histeria, campaña de desinformación, mentiras, mercenarios, contrarrevolucionarios, y otras formas peyorativas con las que se etiqueta por lo general a todo el que discrepe abiertamente de las decisiones políticas. Se distanciaba así de ciertos periodistas y medios que, hasta un rato antes de la Mesa Redonda, repetían los susodichos términos con la avenencia de un coro vocal bien engranado.

Ningún dirigente, instancia política, periodista, comunicador social o medio debe creer que la tarea de salvar la nación le corresponde. Ella es patrimonio común de todos los cubanos, nos compete comprometernos, exigir, criticar e incluso ser responsabilizados ante la ley si no lo hiciéramos.

Los asuntos públicos son colectivos, y por eso es capital crear consensos sobre determinados temas. Las redes sociales — aun cuando reconozco que pueden crear alarma o estados de opinión a veces sin el sustento necesario—, son el escenario en que la ciudadanía ha hallado una visibilidad y una capacidad de influencia que le es negada por otras vías en Cuba.

Si dejaran de ser vistas —sin distinguir matiz alguno—, como «aberraciones», como el «obligado enemigo»; y en lugar de ello fueran aprovechadas por los que dirigen para retroalimentarse y conocer directamente los criterios acerca de políticas y fallos, se podrían evitar errores de larga data, improvisaciones, deslices y hasta violaciones de la ley por los que debieran ser sus principales protectores.

Manuel Marrero reconoció que existían diferencias políticas entre nosotros, pero hizo un llamado a la unidad en momentos tan complejos.

II

La armonía fue efímera. Poco después el periódico Granma, órgano oficial de la “fuerza dirigente superior de la sociedad y del Estado”, interrumpía la convocatoria a una unidad sin conflictos al menos durante esta etapa en que ella es, literalmente, cuestión de vida o muerte.

Volvían a cantar loas a la tesis que defendió el poema «La política», de Miguel Barnet, publicado en la edición del 29 de mayo del 2019 del referido periódico. El entonces presidente de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba  decía que La política no es como el beisbol que se puede/ debatir en los parques públicos y en las redes sociales (…). Y nos pedía: Déjenla tranquila que cumpla con su cometido/ en su cuartel general/ No la metan en Facebook ni dejen/ que se contamine con las nuevas tecnologías.

En mi artículo Animales políticos vs Platón discrepé con este punto de vista, que establecía una especie de cuartel general en el que los asuntos morales y políticos tienen que ser cosa de expertos. Allí afirmé: «cuando la política es confinada a cuarteles generales y se torna función de unos pocos elegidos: “los revolucionarios verdaderos”, es cuando las teorías se convierten en dogmas, los principios se truecan en credos, las consignas revolucionarias se vuelven salmos y los héroes degeneran en autócratas».

Nuestros «revolucionarios verdaderos» y sus cantores prefieren encerrarse en lugares asépticos, lejos de impurezas y promiscuidad. Eso no ha cambiado, ahora fue el texto La fábula de la silla voladora, del doctor en Ciencias Físicas Ernesto Estévez Rams, el encargado de retomar aquella infeliz perspectiva.

Estévez se apoya en un relato del folklore soviético, tan consonante a nuestra burocracia ideológica, para desplegar un juicio que Granma presenta así: «Se trata de la responsabilidad en momentos de emergencia, de no contribuir a socavar la confianza en quienes tienen sobre sí la inmensa responsabilidad de gestionar de verdad esta contingencia».

Si las personas clamaban por medidas que el gobierno finalmente implementó, no estaban tan equivocadas. Más allá de las cadenas constantes de mensajes de apoyo y de audios apócrifos, en las redes pueden consultarse igualmente informes de la OMS, textos de científicos reconocidos y datos sobre las experiencias y errores de otros gobiernos en países donde la pandemia ha sido terrible y las pérdidas de vidas enormes.

Estévez considera una exigencia desmedida, casi un pecado, que las personas pidan soluciones cuando:

“No saben cuánto puede sostenerse el país en condiciones de aislamiento, no saben nuestras disponibilidades financieras, energéticas, de insumos, alimentos. No saben datos de las condiciones del país de asimilar un incremento en el transporte de bienes y personas, no saben los datos agrícolas, de servicios comunales, de la capacidad de generación de electricidad. No saben cuántas familias cubanas están en condiciones de tener a sus hijos en casa, cuántas dependen de la merienda escolar, de los almuerzos en los centros de trabajo. No saben cuántas personas dependen de los servicios sociales. No saben cómo se está comportando el mercado internacional de alimento en esta crisis, ni el tema del transporte mercantil a nivel global. No saben la capacidad del país de adquirir lo que se necesita y la necesidad de no parar la producción y los servicios para garantizar la capacidad de realizar esas compras. No saben cuántas personas hoy están hospitalizadas por otras enfermedades, cuál es el estado de otros temas de salud como el dengue, la gripe normal y corriente, las enfermedades crónicas, etc. No saben…”

Interrumpo aquí el extenso listado de lo que no sabemos. Y no me queda más remedio que concordar con el articulista. Ignoramos muchísimo, demasiado, acerca de asuntos que no deberían ser secretos y que en otros países son de dominio público. Pero pregunto a Estévez: ¿quiénes son los culpables de esa falta de conocimientos, de la carencia de glasnost?, vaya para seguir con la cuerda soviética. Es una pregunta retórica, obviamente.

La ciudadanía en cambio, ha encontrado en las ágoras digitales la posibilidad de que puedan debatirse los asuntos de la polis, de los animales políticos que somos todos. No esperaremos ya, nunca más, que Granma, Cubasí, Cubadebate, o hasta el agujero infecto de PostCuba —unidos ahora en su valoración de que solicitar una disminución de los precios de internet en medio de la crisis es hacer contrarrevolución— nos alienten a hacerlo.

Aportaré también mi anécdota soviética, conste que no es del folklore sino absolutamente real. En junio de 1954, una caricatura del periódico satírico y humorístico Krokodil representaba a un escritor instalado sobre una veleta, que se negaba a trabajar mientras no soplara el viento. La caricatura se hacía eco de la llamada zhdanovshchina, política cultural ligada al nombre de Zhdanov, uno de los miembros más destacados del Buró Político del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).

Después de casi un lustro de flexibilidad en materia artística, entre 1942 y 1946, este dirigente materializó desde la segunda mitad de esa década una nueva campaña en favor del Realismo Socialista en el arte. La palabra zhdanovshchina adquirió el significado de aislacionismo cultural y pureza ideológica en el orden interno. El escritor esperaba que la veleta se ubicara para decidir cómo proceder.

Los que dirigen los medios y la esfera ideológica en este país, los que escriben para esos medios, deberían tomar ejemplo del escritor y ubicarse bien en los vientos que corren, no para ser oportunistas como sugería la caricatura, sino para no quedarse solos. El gobierno parece mejor orientado que ellos.

26 marzo 2020 33 comentarios 487 vistas
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Diferentes modos de cabalgar

por Alina Bárbara López Hernández 17 octubre 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Gracias a un forista de LJC descubro un blog denominado PostCuba en el cual me mencionan mucho últimamente. A sus creadores solo puedo decirles esto: necesitan con urgencia un editor.

Marco Velázquez Cristo es el autor de esos textos. De Diego Velázquez asume la prepotencia del colonizador, con una diferencia notable, su meta es más ambiciosa pues no intenta colonizar territorios, sino verdades. Las reminiscencias del segundo apellido distan mucho del amor, el respeto y la armonía a las que invitara el hijo de Dios, y recuerdan más a la agresividad de los cruzados y a la repetición constante de los libros sagrados.

Indagué sobre él, pero me explican algunos amigos que estos nombres son quizás seudónimos de personas cuya función es combatir cualquier idea que se aparte de la norma oficial. Pudieran ser denominados entonces Agentes Cubanos del Ciberespacio (en lo adelante ACCE) y entiendo su anonimato, si yo escribiera de esa forma también ocultaría mi identidad.

En la jerga de Internet, un trol,​ plural troles (del inglés troll), describe a una persona que publica mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema en una comunidad en línea... (Wikipedia)

En la jerga de Internet, un trol (del inglés troll), describe a una persona que publica mensajes provocadores, irrelevantes o fuera de tema en una comunidad en línea (Wikipedia)

Los textos producidos por los ACCE son muy predecibles, casi modélicos, cuando los analizas se revela que todos comparten una estructura que, con pocas diferencias, presenta los siguientes segmentos: 1) Descalificación, 2) Descontextualización, 3) Apelación al principio de autoridad y 4) Falta de calidad escritural. Veamos los escritos de MVC como un estudio de caso.

  • Descalificación: Este no es un aporte del autor y sus orientadores, sino una estrategia muy manida a la que dediqué mi primer post en LJC. Como mismo existe un arte del buen decir también existe un arte del buen insultar; que alguna diferencia debe evidenciarse entre una polémica ideológica y una trifulca de bares y cantinas. Recomiendo a MVC que localice una de las disputas más subidas de tono en la historia de las ideas republicanas, no solo por el vocabulario utilizado sino por la calidad de los argumentos esgrimidos. Los implicados: Raúl Roa y Raúl Maestri. Aprenda de ellos estimado Velázquez, hasta para ofender hay que poseer cultura, y civismo. Manifieste, en estos tiempos de blogosfera, que la Revolución ha favorecido la instrucción y educación formal de los cubanos, y no exteriorice lo bien que le sienta a usted esta crítica de Raúl Castro: “Hemos percibido con dolor, a lo largo de los más de 20 años de período especial, el acrecentado deterioro de valores morales y cívicos, como la honestidad, la decencia, la vergüenza, el decoro, la honradez y la sensibilidad”. (A esto se le llama tomar una taza de su propio chocolate).
  • Descontextualización: MVC hace gala de un acto de escamoteo usual en la prensa cubana: referirse a las opiniones de otras personas empleando citas fuera de contexto para darles un sentido diferente al que pretendieron sus autores, citar incorrectamente para falsear, fragmentar un análisis a conveniencia, etc. Los ACCE deberían ubicarse mejor en que el mundo de internet no es el de nuestra prensa escrita. En el ciberespacio simplemente se establece un vínculo para que quienes visiten su blog accedan a la información completa. Es lo que hago yo con los escritos de MVC, aunque no sé si los lectores de LJC me lo perdonarán. De manera tal, los interesados lograrán construir sus propios criterios. Pero no creo que esa sea la pretensión de MVC, los ACCE nunca confían en la independencia del pensamiento, es un pecado en su mundo.
  • Apelación al principio de autoridad: En el medioevo, ante la disyuntiva entre la fe y la razón se enrumbaba el primero de esos caminos. Cualquier discusión terminaba cuando se apelaba a las santas escrituras o a los escritos de los padres de la iglesia. En el mundo de los ACCE son otros los textos, pero su carácter sagrado parece mantenerse. Vean sino la forma en que son tratados por MVC: “Para acabar de evacuar sus «dudas» doy la palabra a Fidel”,“cedo la palabra al Comandante en Jefe”, “Dejo que Fidel le explique algo a esta docta «intelectual»”, etc. Si algo debieran aprender de Fidel es la vasta cultura que poseía y que siempre se bastó para ofrecer sus opiniones. Además, en buena lid están plagiándolo, hagan su tarea compañeros ACCE, no cedan más la palabra y hablen ustedes, si es que tienen algo que decir que no sea proferir insultos y amenazas.
  • Falta de calidad escritural: En tal sentido los textos de MVC son un paradigma. Se nota su desprecio por todo lo relacionado con el ámbito intelectual y académico, pero… ¿rechazar conocimientos que los escolares deben dominar desde la enseñanza primaria, como las reglas de acentuación y las de puntuación?, ¿crear palabras que no existen? (el mejor ejemplo: erudicialmente por eruditamente), ya esto es exagerado. Hagamos un pacto, les propongo un Curso de gramática, ortografía y redacción para ACCE. Podremos entendernos mejor, sino ideológicamente al menos en la lengua de Cervantes.

Estos aguerridos gladiadores del ciberespacio semejan una banda de galgos tras los talones de aquellos que se atreven a disentir de lo considerado políticamente correcto, de los que plantean ideas porque tienen ideas que plantear. Pero como dijo el Quijote a su escudero, “si ladran Sancho es que cabalgamos”.

Su cabalgadura es más peligrosa. Un proverbio hindú asegura: “el que cabalga un tigre no puede descabalgar”, y se aplica a las personas que persisten en un error o una mentira de tal magnitud y por tanto tiempo que no es posible dejar de actuar sin que sufran las consecuencias de sus acciones. Entonces sigan montados en su tigre de mentiras y medias verdades, recitando sus libros sagrados, con su odio por la cultura y los intelectuales. Veremos quien llega más lejos con esos modos diferentes de cabalgar.

17 octubre 2018 62 comentarios 892 vistas
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