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The theory of the last push

por Harold Cardenas Lema 22 febrero 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

One last opportunity, a plan that will solve everything, one last push. The Cuban exiles hold on to the hope that this time they will manage to change the prevailing political system in the island. Meanwhile, the Granma newspaper announces a legislative timetable which excites its readers. On both shores, there’s a long history of exaggerated optimism and promises with an expiration date, infallible thanks to the short-term memory of the people. J. R. R. Tolkien said that false hope is more dangerous than fear, that’s why it’s worth pointing it out.

When you want to believe in something, doing it over and over is easy. The patience of those who watch the NTV and Fox News is infinite. For that reason, they don’t question the promises Trump made in 2017 or that his results with Cuba are nothing more than propaganda aimed at securing votes. In the island, they don’t speak either about the current economic and social guidelines, whose observance should be media priority. Public attention has a teen spirit, always moving to the next topic in vogue.

That a political group creates an optimistic narrative to energize its followers is nothing new, but that its leaders believe it is. The Cuban government structure gets genuinely excited with the campaign of the moment. Meanwhile, exiles continue to build their identity around an anticommunism stuck in the Cold War, with a memory of Cuba frozen in time and frequent lack of empathy for their fellow compatriots.

Batista’s followers left Cuba thinking they’d be back home in a matter of days. They put their faith in Eisenhower’s trade restrictions, in Kennedy’s invasion and embargo, and so on with ten other presidents. When the socialist bloc crumbled, they took out their bags to return to Cuba, until they had to put them back in their closets. When Bush included the island in his axis of evil, they were perhaps more cautious, but the excitement was there. They day that Trump announced the return to a firm-hand policy, there were tears of emotion in Florida. John Bolton found it easy to go to Miami in 2018 and promise Latin American exiles that the troika of Venezuela, Nicaragua and Cuba would soon collapse; the hard part would be delivering. After a year and a half, Maduro’s government has a stronger hold on power and street protests no longer affect Ortega. In Cuba there are shortages, but the people is far from rebelling, and the conservative sectors within the Party and the government are getting increasingly better positioned.

Ever since Cicero, all political discourses ask their followers one of two things: believing in something or doing something. Cuban exiles have tried both once and again, and still today they place their faith in the will of the current American president, instead of having a dialog with Havana. It’s not much different in the island.

The dreams of a prosperous sugar harvest, a poultry industry that never existed, an infallible energy system or a country of matchless culture, largely remained just dreams. The recent faith in a reform process, in the national debate that engendered the guidelines and in the normalization of relations with the empire were not reciprocated either. Some dreams were not fulfilled due to problems related to the country leadership, other because there were no conditions to do so, others because of external obstruction and even some others by chance. However, unthinkable goals such as the biotechnology development area or subsistence during the 90s crisis, became true. Perhaps the best kept promise has been the one of continuity.

There’s a reason why we always find a new plan: to keep the public interest alive in the cause being defended. In order to do that, it is necessary to excite the public with an objective that’s apparently at hand. Regardless of history proving otherwise, emotion is what matters in politics. The theory of the last push in Miami prolongs the conflict between both countries, and in Cuba it obstructs a long-term look at the island’s problems. When pathos replaces reason and false hopes become the currency, we must alert the public opinion. That’s also our last push.

(Translated from the original)

22 febrero 2020 1 comentario 355 vistas
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La teoría del último impulso

por Harold Cardenas Lema 20 febrero 2020
escrito por Harold Cardenas Lema

Una última oportunidad, un plan que solucionará todo, un último impulso. El exilio cubano se aferra a la esperanza de que esta vez logrará cambiar el sistema político imperante en la isla. Mientras, el periódico Granma anuncia un cronograma legislativo que ilusiona a sus lectores. En ambas orillas existe una larga historia de exagerado optimismo y promesas con fecha de expiración, infalibles por la memoria a corto plazo de su pueblo. Decía J. R. R. Tolkien que la falsa esperanza es más peligrosa que el miedo, por eso vale señalarla.

Cuando se quiere creer en algo, es fácil hacerlo una y otra vez. Es infinita la paciencia de los que ven el NTV y Fox News. Por esa razón, no se cuestionan las promesas que hizo Trump en 2017 y que sus resultados con Cuba no vayan más allá de medidas propagandísticas para ganar votos. En la isla tampoco se habla de los lineamientos económicos y sociales vigentes, cuyo cumplimiento debería ser prioridad mediática. La atención pública tiene espíritu adolescente, siempre pasando al tema de moda.

Que un grupo político cree una narrativa optimista para energizar a sus seguidores no es nada nuevo, pero que sus dirigentes lo crean sí lo es. La estructura gubernamental cubana se emociona genuinamente con la campaña de turno. Mientras, el exilio sigue construyendo su identidad alrededor de un anticomunismo atascado en la Guerra Fría, con una memoria de Cuba paralizada en el tiempo y frecuente falta de empatía a sus compatriotas. 

Los batistianos salieron de Cuba pensando que regresarían a casa en cuestión de días. Pusieron su fe en las restricciones comerciales de Eisenhower, en la invasión y el embargo de Kennedy, así hicieron con diez presidentes más. Al derrumbarse el campo socialista sacaron las maletas para regresar a Cuba, hasta que volvieron a guardarlas. Cuando Bush incluyó a la isla en su eje del mal quizás fueron más precavidos, pero no faltó la emoción. El día que Trump anunció el regreso de la mano dura, hubo lágrimas de emoción en la Florida. A John Bolton le resultó fácil ir a Miami en 2018 y prometer a exiliados latinos que la troika de Venezuela, Nicaragua y Cuba se derrumbaría pronto, lo difícil sería lograrlo. Después de año y medio, el gobierno de Maduro está más sólido en el poder y las protestas callejeras ya no afectan a Ortega. En Cuba hay escasez pero el pueblo está lejos de una rebelión y los sectores conservadores dentro del Partido y el gobierno se posicionan cada vez mejor. 

Desde Cicerón, todo discurso político pide a sus seguidores una de dos cosas: creer en algo o hacer algo. El exilio cubano ha intentado ambas una y otra vez, aún hoy sigue depositando su fe en la voluntad del presidente estadounidense de turno en lugar de dialogar con La Habana. En la isla tampoco es muy distinto.

Los sueños de una zafra benefactora, la industria avícola que nunca existió, el sistema eléctrico infalible o un país de cultura inigualable, por lo general quedaron en eso. Tampoco fue reciprocrada la fe reciente en un proceso de reformas, en el debate nacional que dio lugar a los lineamientos y en la normalización de relaciones con el imperio de turno. Algunos sueños no se cumplieron por problemas vinculados al liderazgo del país, otros porque no habían condiciones para hacerlo, otros por zancadillas externas y algunos por azar. Sin embargo, metas impensables como el polo biotecnológico o la subsistencia durante la crisis de los 90, se hicieron realidad. Quizás la promesa mejor cumplida haya sido la de continuidad.

Hay una razón por la que siempre encontramos un plan nuevo: mantener vivo el interés público en función de la causa que se defiende. Para hacerlo es necesario ilusionar a la audiencia con un objetivo aparentemente cercano, no importa que la historia demuestre lo contrario, en política la emoción es lo que impera. La teoría del último impulso en Miami prolonga el conflicto entre ambos países y en Cuba impide una mirada a largo plazo sobre los problemas de la isla. Cuando el pathos sustituye la razón y las falsas esperanzas se vuelven moneda de cambio, debemos alertar a la opinión pública. También en un último impulso.

20 febrero 2020 34 comentarios 380 vistas
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La sustitución de importaciones

por Mario Valdés Navia 31 mayo 2019
escrito por Mario Valdés Navia

La sustitución de importaciones ha vuelto con fuerza a la política económica cubana con el dramatismo de presentarse como una cuestión de seguridad nacional. Con el mismo entusiasmo que los burócratas de los 70 y 80 apoyaron que solo exportáramos cuatro o cinco productos e importáramos miles del campo socialista, los de ahora se comprometen a cumplir con este lineamiento partidista/gubernamental sin chistar.

Lo que pocos se atreven a explicar es cómo van a hacer realidad la palabra empeñada ante el gobierno y el pueblo. El problema es que sustituir importaciones es una consecuencia de un conjunto de medidas económicas que se deben tomar y no una tarea del momento para mantenernos entretenidos hasta que se quite el bloqueo, o lluevan los añorados capitales extranjeros que nos llevarán al desarrollo.

América Latina tiene record mundial en este tipo de políticas que trajeron a la par grandes logros y dificultades, aún en los mejores momentos. En los años 60 pareció que la conjunción de astros le era favorable. Fue cuando la aplicación de la política desarrollista de Raúl Prébisch y otros economistas de la Comisión Económica para América Latina de las Naciones Unidas (CEPAL), coincidió con la decisión del US goverment de invertir cuantiosas sumas en la región para enfrentar la creciente influencia de la Revolución Cubana.

Así se logró un crecimiento sostenido por encima del 5% durante más de una década, la producción se diversificó y se expandió el empleo, las pymes, la clase media y el mercado interno. A su vez, se desató una hiperinflación, crecieron los monopolios estatales y se distorsionaron los indicadores del mercado.

Los principios de la sustitución de importaciones están definidos hace tiempo: subsidios estatales para la producción de sustitutos; aranceles a la importación y tipo de cambio elevado. Ninguno de los tres está presente en Cuba hoy pues el Estado no tiene para elevar la inversión y, en cambio,  le exige a estas empresas sustituidoras ser rentables (¿!), importar sin aranceles y aplicar un tipo de cambio que favorece la importación y no la exportación.

Esto último ha sido uno de los factores principales por lo que los economistas cubanos insisten en la necesidad de terminar con la doble moneda y la multiplicidad de tipos de cambio. En el ínterin, las empresas cubanas no tienen  un referente económico preciso sobre su rentabilidad, lo cual impide que se pueda saber a ciencia cierta  cuáles son realmente las rentables.

La cuestión de fondo es que esta política es muy riesgosa porque niega una ley de la economía internacional: la de las ventajas comparativas y conduce a un proteccionismo que recae sobre los bolsillos de los consumidores. No obstante, ante la necesidad imperiosa que tiene Cuba de equilibrar las balanzas comercial y de pago, el camino de la exportación hay que retomarlo.

De hecho, hoy hasta las grandes economías de menos rentabilidad, como EEUU y Japón han optado por virarse hacia el mercado interno. Incluso China lo ha decidido ante las sanciones y la ralentización del crecimiento en los últimos tiempos. ¿Cómo no hacerlo Cuba que lucha por su supervivencia?

Pero no me queda claro que la política económica cubana actual esté consciente que no es lo mismo aumentar las exportaciones que sustituir importaciones. La experiencia desarrollista latinoamericana mostró que tener que importar los insumos para la industrialización llevó a la quiebra a muchos industriales nacionales.

Lo peor es que el fantasma de la doble moneda crea la impresión subjetiva de que el trabajo de los cubanos no crea valor. Los burócratas pseudo-empresarios y pseudo-economistas que defienden aún este engendro parecen decirle a Marx: “Te equivocaste Moro. En Cuba hemos descubierto que el trabajo que se expresa en CUP no crea valor. Por eso solo nos interesa exportar y sustituir importaciones y al c… el mercado interno.” Ni los mercantilistas del siglo XVI, anteriores a la era industrial, fueron tan confundidos por sus propios mitos.

Para sustituir importaciones habrá que invertir más en la producción nacional, abrir espacios a la inversión nativa y extranjera en las pymes, unificar la moneda para que todos compitan en igualdad de condiciones y la rentabilidad se revele en el mercado, fortalecer el peso como medida de valor y medio de circulación, ampliar las ofertas del mercado interno y gravar las importaciones con fuertes aranceles.

Si la consigna pretende adquirir visos de realidad se necesita un paquete de medidas que incluya, además, ofertas de capital estatal para financiar las mejores propuestas de industrialización sustitutiva, contabilidad rigurosa para saber si realmente es económico fabricar el bien internamente y apertura de la ventajosa y subutilizada Zona Especial del Mariel a los productores nacionales.

A eso se le ha de sumar el apoyo de todos los dioses del panteón cubano y universal y que La Fuerza nos acompañe. Disculpen si parezco un aguafiestas -como Marx- pero es mejor pensar bien primero y hacer después, como nos enseñara Varela. Más cuando se pone en riesgo el empleo del poquito capital público y privado con que contamos y es preciso pisar con pies de plomo para tener un futuro.

31 mayo 2019 17 comentarios 1.048 vistas
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Congreso Cuba

Para qué sirven los congresos

por Giordan Rodríguez Milanés 9 mayo 2019
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

Corría el 2005 cuando Delio Orozco González presentó la enciclopedia digital “Manzanillo”. El producto informático serviría como prototipo para que otros contaran la historia de cada municipio. Con el uso de “Alarife”, un lenguaje de programación desarrollado por el equipo liderado por el actual vice-presidente de la UNEAC en Granma, el contenido de las enciclopedias municipales se puede hospedar en los portales educativos y culturales que el país tiene en Internet. Podría socializarse en cd’s, memorias USB, microsd y discos duros de las PC de cada laboratorio escolar de computación. La programación del software con la historia de las localidades cubanas costaría $10 mil CUP por municipio, o sea, en total se gastaría 1 millón 680 mil pesos.

Han pasado ya 14 años y dos congresos de la UNEAC desde que Delio Orozco hablara por primera vez del tema en una asamblea de intelectuales presidida por políticos y gobernantes. En cada uno de esos congresos, en cada evento pedagógico, de la asociación de informáticos, de la Asociación de Historiadores de Cuba, del CITMA, en los cuales han participado Delio o algunos de sus colaboradores, han lanzado la idea. Una idea que está perfectamente acorde a tres directrices transversales de la gestión gubernamental cubana: la creación de contenidos científicos propios, la generación de productos informáticos propios a partir del software libre y la enseñanza y promoción de la Historia desde nuestras propias plataformas.

El 8 de mayo último se realizó en Bayamo el capítulo granmense del IX Congreso de la UNEAC en el cual Delio, por tercera vez consecutiva en un espacio como tal, ruega a las autoridades de la provincia el financiamiento para “este año, al menos, realizar la enciclopedia de alguna localidad…”

En este comentario he partido de un ejemplo concreto. Estoy seguro de que existen muchos otros. El del ingeniero civil que propone la construcción de casas sólidas con materiales de bajo costo y nadie le hace caso. El innovador y racionalizador cuya solución técnica duerme en la gaveta de un buró mientras él siente que se le agota la vida con una pensión de jubilado de apenas 250 CUP al mes. Aquellos que cuestionaron la decisión de cerrar los centrales azucareros y dejar perder los sembradíos de cañas. Los que plantean que le vendan ómnibus descontinuados o chasis, piezas y agregados de esos ómnibus a los dueños de camiones para humanizar la transportación de pasajeros.

Hace unos días, hubo confesiones de estremecimientos entre no pocos lectores por el contundente artículo Ventrílocuos de Alina B. López, acerca del recién finalizado congreso de la CTC. No voy a repetir las (para mí) irrebatibles conclusiones a las cuales llegó la intelectual. Pero veo claramente que algunos no acaban de entender que es Cuba lo que está en juego. Que Cuba es mucho más que un puesto o la defensa a ultranza de una doctrina ideopolítica. Que la molicie, la desidia, la soberbia, el absurso, la censura, la incoherencia, la inconsecuencia entre la palabra empeñada y el resultado concreto de su gestión, no le hacen daño a nada más que a la propia nación cubana, a la Revolución con la cual pretendemos desarollarla y sustentarla.

Uno se pregunta entonces: ¿para qué sirven los congresos?

¿Cómo se puede amar y defender a Cuba y, a la vez, pagar 10 mil CUP por cuatro actuaciones de una agrupación de reguetoneros en un carnaval, y en 14 años no haber financiado una enciclopedia con la historia de un municipio?

¿Cómo se puede amar y defender a Cuba desconociendo la inteligencia colectiva, desoyendo las propuestas de gente talentosa, sacrificada y laboriosa sólo porque tal propuesta se le ha ocurrido a alguien con un pensamiento crítico acerca de nuestra realidad?

¿Cómo se puede amar y defender a Cuba pretendiendo censurar nuestra capacidad de autoconfigurarnos desde la risa y el choteo -propia de nuestra idiosincracia- tanto como coartando nuestro espíritu creativo individual o grupal sólo porque no se le ocurrió a alguien  de “arriba” o de la llamada generación histórica?

Una cosa sé: de tal modo ni se ama ni se defiende a Cuba.

La inconsecuencia y la incoherencia entre la retórica de los plenos y los planes, y la acción concreta modificadora para bien de nuestra sociedad, no soporta más -ya no un análisis estructuralista-, ni siquiera un acercamiento heurístico basado en el sentido común.

Ya lo dice el refranero: “no hay peor ciego que aquel que no quiere ver”.

9 mayo 2019 13 comentarios 377 vistas
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Economía cubana 2019: más de lo mismo

por Miguel Alejandro Hayes 14 febrero 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

La economía cubana continúa su racha negativa. Este año, transitaremos por los mismos caminos ya recorridos para crecer. Repetir lo que no ha dado resultado, puede ser la señal de que se deba pensar en probar otras opciones.

No desconozco ninguna de las adversidades que hemos vivido y vienen del tan real y dañino bloqueo, pero hay cosas que merecen ser revisadas, repensadas, debatidas, y que no son precisamente exquisiteces teóricas.

Recientemente se pudo apreciar en el discurso del ministro de economía Alejandro Gil, que en el 2019 toma nuevamente como una de las variables de mayor peso para el crecimiento económico, a la inversión extranjera (IE).

Con ello, el desarrollo está atado en buena medida a dicha inversión. El discurso oficial compromete nuestro progreso al desenvolvimiento de factores que no podemos controlar, como –la IE. El  gastar mucho dinero en cuestiones sociales es –loable pero cuando queda poco para invertir, no deja otra opción que depender de la IE.

Lo curioso es cómo una política que hasta ahora no ha dado el resultado esperado, continúa siendo una apuesta para el crecimiento. Es cierto que en Asia ha funcionado, pero luego de varios años de estar nosotros esperando el milagro de la inversión, nada todavía. No dejo de preguntarme por qué la inercia de seguir por el mismo camino.

Como toda práctica responde o lleva implícita una teoría, sabemos que esta forma de mejorar la economía es después de todo, uno de tantos enfoques. Uno que al aplicarlo nos conduce a una pasividad y conformidad con el estado de las cosas, y no deja de ser una lectura parcializada sobre dinámicas internas de la economía –ya que pone como principal variable, una externa.

Pero la inversión no es la única vía para aumentar la absorción interna de una economía, el consumo interno es otro camino que al parecer se olvida

Este estimula también la oferta e incluso atrae la IE -y nacional, por cierto- generando un posible efecto multiplicador, si se maneja bien. Y de la misma teoría burguesa que se cogió la idea de la apuesta por la IE como salida, también se pueden extraer buenas recetas para dicha opción del consumo interno. Más en un país donde el gobierno es propietario de la estructura técnico productiva, controla el marco regulatorio del mercado y la emisión de la moneda.

No se puede obviar que la IE no siempre va precisamente a los sectores que necesita el tejido productivo de un país para su despegue. Téngase en cuenta que esta puede expresarse con rasgos de imperialismo[1] en países subdesarrollados. Asimismo, existen naciones que ofrecen competencia con un mejor marco para ser receptoras de IE, lo que provoca que no le sea fácil a nuestro país posicionarse como destino de esta, de forma que garantice los montos necesarios para el crecimiento/desarrollo que se amerita.

Cierto que es difícil realizar un modelo de desarrollo a partir de factores endógenos, pero fórmulas como el reordenamiento de la matriz productiva, enfocada en fortalecer el poder adquisitivo de la moneda –luego de su ordenamiento cambiario-, no es un imposible. De todos modos, el camino de la inversión tampoco es sencillo, como señala la evidencia empírica. En cambio,  sí que es muy riesgoso por las brechas de equidad y penetración cultural que genera, por solo citar algunas.

Hasta ahora solo hemos intentando transitar mejor este sendero, al que hemos apostado empecinadamente, como si fuera el único

El despegue que soñamos lleva tasas de inversión cercanas al 30% del PIB por varios años, y eso, si depende de la IE,  es tan – o más utópico- como levantar la demanda interna.

Aun así, esta última estará más influenciada por nosotros que por el exterior. Tal vez con ella, se estimule el interés de mirar un poco más hacia nuestra gestión y explicarla desde nuestros errores.

Al igual que aquel viajero brechteano, estamos intentando cambiar la rueda, para seguir por ese camino de la inversión extranjera. Pero si no avanzamos, ante el agotamiento de una fórmula, más que cambiar la rueda, se puede escoger otro camino.

[1]Uno de los rasgos del imperialismo descrito por Lenin es la exportación de capitales. La otra cara, desde el lado del que la recibe, es la inversión extranjera.

14 febrero 2019 20 comentarios 284 vistas
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El plan nacional

por Harold Cardenas Lema 31 marzo 2016
escrito por Harold Cardenas Lema

El tiempo en que el destino de Cuba lo podía decidir un puñado de hombres ya pasó. Vivimos en un país con niveles de instrucción elevados, donde existe una esfera pública que debate constantemente sobre los cambios sociopolíticos, donde los jóvenes están ansiosos por construir su propio legado y rechazan el papel de herederos acríticos que les ha sido asignado. Esta es la isla donde sobra inteligencia colectiva para hacer política y generar consenso. Este es el barco del que muchos se han lanzado al agua por la ausencia de un horizonte, por la incertidumbre sobre el futuro. ¿Existirá una hoja de ruta para salir de nuestra terrible circunstancia? Quizás. ¿Es eso suficiente? No lo creo.

Nuestro país tiene mil y un problemas por resolver, algunos producto del bloqueo y otros muy nuestros. Siempre he escuchado algunos decir que existe un plan para resolverlos, sin saber si son teóricos de la conspiración o personas mejor informadas que yo. Supongo que exista, moverse sin un rumbo definido sería una improvisación voluntarista más que espero hayamos superado. El punto es que este plan no se socializa, no se conoce y lo desconocido no se puede apoyar. Hasta ahora se ha hecho política en nuestro país sobre la base del respaldo alcanzado al triunfo de la Revolución y en condiciones de hostilidad extranjera. En el nuevo contexto y con las contradicciones acumuladas, toca generar nuevos consensos.

La popularidad del proyecto nacional como contraparte y rechazo a los gobiernos anteriores significó un cheque en blanco a la dirección del país que le ha dado margen para su desempeño, incluso para el error. Esto ha permitido la perseverancia y unidad en torno a un objetivo común. Sucede que este consenso se conformó hace más de medio siglo, con una generación que conocía el capitalismo, que vivió la Ley de Reforma Agraria, la Campaña de Alfabetización. Mi generación solo conoce el Período Especial, las vicisitudes y el resquebrajamiento de los valores. ¿Puede funcionar el mismo consenso con nosotros? No creo.

Mientras los decisores titubean en sacar una ley de comunicaciones o se convencen de la necesidad de medios públicos en nuestra prensa, han surgido una docena de medios y revistas alternativas. La realidad no espera que algunos cambien su mentalidad, que otros se jubilen ni que los revolucionarios que saben por dónde van las soluciones para salvar el proyecto socialista cubano, tengan la capacidad de hacerlo. La realidad no espera por nadie.

¿Seguiremos apelando a la hostilidad estadounidense para excluir la inteligencia colectiva de nuestro país de conocer cuál es el plan nacional? Es posible que ganemos algo estratégicamente manteniendo el plan en secreto, pero el precio es demasiado alto, perdemos mucho apoyo popular al hacerlo. Imagino la ironía, la CIA posiblemente sepa al dedillo cuál es el plan y nuestro pueblo no. Ha pasado antes.

Y en un ejercicio de empatía me pongo en los zapatos de quienes deciden la políticas. Criticados por unos, incomprendidos por otros, desconocidos por la mayoría. Debe ser ciertamente difícil dirigir en la Cuba de hoy, incluso con todos los peligros era más fácil en 1959 que se podía dar al pueblo las deudas aplazadas por los gobiernos anteriores. Nuestra incapacidad para generar nuevos logros se paga con la incredulidad política de la gente. Y siguiendo en sus zapatos. Imagino que tengan un plan, que creen puede ser suficiente, que confíen en las capacidades de las instituciones, en la estructura creada para ello y los planes de trabajo.

Pero a veces el mundo de los políticos es una burbuja. Es normal que les cueste medir el alcance real de las decisiones, el pulso social del país. Y que algunos crean que con su estrategia se van a resolver todos los problemas, pero no es suficiente. Ah… ¿cuántas veces hemos creído los cubanos tener la solución definitiva? Y no llega, pero seguimos adelante entre todos por ese pegamento político que es sentirse parte de algo. Ese sentimiento precisamente es lo que está en peligro.

Eso explica las inquietudes ante un Congreso del Partido que comenzó restando participación a los militantes de base, confiando en un grupo de expertos desconocidos que deben trazar el futuro del país. A estas alturas ya deberíamos aprender la lección de ser inclusivos y no excluyentes a la hora de la construcción colectiva. Y es que el Congreso forma una parte importante del plan, de la hoja de ruta. Entonces el Granma publica una nota sin firma al pie, donde no se responden las inquietudes que preocupan a la propia militancia. En cambio apela a la fe, al cheque en blanco una vez más, a la idea de que un grupo de hombre buenos decidirán bien por nosotros. ¿Será que descuidamos la participación de la base encandilados por los éxitos diplomáticos? ¿De verdad alguien cree todavía que las decisiones de unos pocos superan la inteligencia colectiva del país más culto de su región?

Aunque a veces lo olvidemos, somos los que enfrentamos al mayor ejército colonial español y sobrevivimos la Guerra Fría, en base a un consenso sólido. En esta nación se puede hacer política coyunturalmente con el pueblo o contra el pueblo, pero imperecederamente sin el pueblo no es posible. Es por eso que el camino futuro nos pertenece a todos, no se puede escamotear su conocimiento ni con las mejores intenciones. El tiempo en que el destino de Cuba lo decidía un puñado de hombres ya pasó. Es por eso que el plan nacional sin la participación consciente del pueblo, no es suficiente.

31 marzo 2016 162 comentarios 451 vistas
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Teleología del cambio

por Consejo Editorial 27 enero 2014
escrito por Consejo Editorial

cambio-cubaPor: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)

Cuba es ahora el país de lo posible, en los últimos años nos hemos transformado más que en varias décadas de historia, sin embargo las incertidumbres persisten. ¿Cuál es el objetivo final de ese cambio? ¿A dónde vamos? ¿Existe algún plan respecto al futuro del país? ¿Cuál es el papel de los ciudadanos? Estas son algunas de las preguntas que existen en torno a un país que cambia.

Los cubanos nos sentimos mucho más identificados con una nación que cambia que una estática, es por eso que nos interesa tanto conocer cuál es la dirección que tomamos, y cuál es el objetivo final. Si no conocemos esto, ¿cómo podremos medir cuánto hemos avanzado? ¿Cómo puede existir consenso social respecto a un modelo de país al que aspiramos pero todavía sigue siendo vago en detalles? No se trata de encontrar certezas en una obra que se construye paso a paso, pero sí deberíamos buscar garantías de algún tipo.

 Algunos dicen que existe un Plan Maestro, otros creen que en nuestro rumbo predomina la incertidumbre, otros ven en los Lineamientos una dirección definida, el caso es que el asunto no está claro para muchos. Conocer el rumbo es muy importante, la Revolución del 59 triunfó porque existía un plan definido y el Programa del Moncada dejaba claras las metas, los Lineamientos palidecen junto a la obra que escribió Fidel encarcelado y cuyas metas ya están mayormente cumplidas. Leyendo los Lineamientos podemos saber más cuál es el país que no queremos que el que estamos buscando, resulta necesario para corregir el rumbo y salvar las finanzas del país pero el economicismo tecnocrático no aúna voluntades ni nos dice cuál es el puerto al que nos dirigimos.

Por otra parte, el cambio es esperanzador pero este no significa que sea automáticamente para bien porque el rumbo se lo dan los

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27 enero 2014 217 comentarios 245 vistas
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