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El poder de las ideas hoy en Cuba

por Ivette García González 23 febrero 2021
escrito por Ivette García González

«(…) de los derechos y opiniones de sus hijos todos está hecho un pueblo, y no de los derechos y opiniones de una clase sola de sus hijos».

José Martí (1853-1895)

***

En materia política, las corrientes de pensamiento se identifican por los elementos principales que defienden desde determinados presupuestos ideológicos: ideas —sobre formas de gobierno, democracia, sistema económico—,  fines —cómo la sociedad debería funcionar— y métodos para lograr los propósitos que las animan. También por los referentes —teóricos y prácticos— más reconocidos de sus principios y valores.[i] Dichas corrientes se orientan a la influencia y acción política a través de diversas formas asociativas: movimientos, partidos, asociaciones, etc., y sus tendencias o facciones.

Hace poco, varios intelectuales respondimos preguntas sobre la actualidad cubana a colegas latinoamericanos. Me correspondió explicar esta cuestión de las corrientes políticas y sus presupuestos en torno a la democracia y el socialismo, que son temas recurrentes. Es asunto importante y complejo, máxime cuando estamos en una coyuntura crítica de nuestra historia. Atendiendo a la brevedad del espacio, propongo centrar la atención en los antecedentes, el contexto y la legitimidad de esa diversidad para pensar y hacer por Cuba.

De dónde venimos

El triunfo de la Revolución (1959) fue un hito trascendental en un escenario crítico. Los cubanos venían pensando y luchando por un nuevo proyecto de país desde diversas corrientes de pensamiento. Rápidamente el debate se profundizó y radicalizó. Decantó toda opción del liberalismo y se enfocó en el tipo de socialismo que convenía a Cuba.

Resultado de un conjunto de factores en el que pesó no poco la hostilidad de los EEUU, tuvo lugar un cambio en la correlación de fuerzas internas a favor del Partido Socialista Popular (PSP, comunista) articulado con la URSS. A esto habría que agregar el voluntarismo y la euforia que acompañan a toda revolución y el significado del liderazgo de Fidel Castro. En consecuencia, se asumió el modelo soviético, lo que aseguraba el respaldo económico y la defensa del país en tiempos de Guerra Fría. Su diseño, de inspiración estalinista, se caracterizó por ser estatista, verticalista, burocrático y con una enérgica ideología de Estado; el mismo se institucionalizó desde mediados de los años setenta del siglo pasado.

Durante décadas hubo una convivencia relativamente conflictiva entre heterodoxia y ortodoxia, marchas, contramarchas y crisis económicas recurrentes. Aparecieron intentos reformistas en determinados momentos, pero, como tendencia, el pensamiento crítico y renovador fue asfixiado una y otra vez. Aunque se implementaron determinadas reformas, por lo general económicas, estas se presentaron y manejaron desde arriba como indeseadas, imprescindibles y reversibles, en aras de preservar lo básico.

Esas y otras limitaciones padecieron los países europeos de igual matriz ideológica que colapsaron: el control absoluto de la sociedad y la intolerancia de la diferencia desde el poder. En la variante cubana los ejemplos sobran, aunque fueron parte de los silencios de estas décadas: Congreso Cultural (1968); Congreso de Educación y Cultura (1971); Quinquenio Gris; cierre de la revista Pensamiento Crítico y del Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana; los intentos reformistas de los ochenta, ahogados con el llamado «Proceso de rectificación —de ratificación según algunos críticos— de errores y tendencias negativas» (1986); la depuración del CEA (Centro de Estudios sobre América) en los noventa, entre otros.

El escenario de la polémica hoy

El contexto actual donde tienen lugar las contradicciones y polémicas es más complejo, crítico y diverso. Tres importantes fenómenos se relacionan y/o explican:   

1) El modelo social socialista asumido —que abarca todas las esferas— se agotó hace tiempo. La crisis escaló de lo económico hasta ser estructural y sistémica. Asistimos a la fractura de la hegemonía y el consenso políticos, a la pérdida de confianza en el poder y en las perspectivas de futuro. Se han debilitado el ideal de la Revolución y el Socialismo.

Como en los países que lo inspiraron, la variante cubana de ese modelo foráneo derivó en el ejercicio del poder por una burocracia política devenida en nueva clase, al estilo —salvando las distancias— de la que describiera el comunista yugoslavo Milovan Djilas en su obra  homónima. Tal fenómeno, junto a otros verificados en la URSS y los estados socialistas de Europa Central y Oriental, son examinados por Carlos Taibo en su importante libro Las transiciones en la Europa Central y Oriental, publicado en 1998.

Por su parte, uno de los intelectuales marxistas cubanos más brillantes, Juan Valdés Paz —en La evolución del poder en la Revolución cubana, publicado por la Fundación Rosa Luxemburgo en México, 2018—, identificó y escribió hace unos años sobre las que denominó nuestras «patologías políticas»: unanimismo, autoritarismo, burocratización, amiguismo o sociolismo y corrupción. Como la sociedad es una totalidad, esas fallas la atraviesan y corroen todos los ámbitos.

2) El país atraviesa hoy la peor crisis económica de las últimas décadas, provocada por los recurrentes frenos internos a las reformas, el endurecimiento del bloqueo de los EEUU y la pandemia del Covid-19. Las brechas socioclasistas, la tensión social y la incertidumbre se han multiplicado al calor de la implementación de la estrategia anunciada en julio de 2020, especialmente la apertura de tiendas en MLC incluso para productos de primera necesidad, y el comienzo de las políticas de ajuste, con la llamada «Tarea Ordenamiento» a inicios de este año.  

El discurso oficial sigue siendo triunfalista y desconectado de muchas realidades. Que se realicen rectificaciones a pocos días de iniciado el proceso de «ordenamiento» se presenta como muestra de flexibilidad y capacidad de corrección. Pero tantas rectificaciones en sectores diversos y por reacciones populares a través de las redes sociales, cuestiona la competencia de los diseñadores, la representatividad popular de los diputados y el papel de la prensa oficial.      

3) Ampliación del malestar social y el espectro crítico. En esto último destacan intelectuales y artistas, quienes han logrado más capacidad de socialización a través del correo electrónico primero y de la apertura de internet a datos móviles desde 2018. Todavía  no existe, sin embargo, un proyecto contra-hegemónico articulado.

El Estado, bajo la dirección del Partido Comunista, conserva el monopolio de los medios masivos de comunicación y tiene la capacidad —que ejerce casi sin limitaciones— para restringir el acceso a internet a través del costo elevado, la censura de sitios, medios, personas, páginas disímiles y los apagones digitales en circunstancias incómodas.

Pero a pesar de lo anterior y de las insuficiencias de los espacios de debate, la modificación del espectro comunicacional es una realidad irreversible. Muchos ciudadanos se informan mejor hoy del acontecer nacional e interactúan con ese segmento contestatario que pone sobre la mesa virtual de medios alternativos y redes sociales sus críticas, reflexiones y  aspiraciones para Cuba. Este es el ámbito más sensible para la burocracia política. No es casual que lo ideológico siempre se ratifique desde el poder como la prioridad.

Tampoco es novedad de Cuba. Djilas alertaba hace años de este fenómeno en Europa, pero lamentablemente en la Isla se retiraron sus ideas de la circulación. Dos de sus lecciones y avisos fueron: 1) «(…) la nueva clase se encuentra inevitablemente en guerra  con cuanto no administra o controla y ha de aspirar deliberadamente a vencerlo o destruirlo» y 2) «Lo que más atemoriza a la nueva clase es la crítica que expone y revela la manera cómo gobierna y detenta el poder».

Otra vez sobran los ejemplos del patio. Menciono dos que vienen por vías diferentes pero con el mismo sustento y propósito. 1) La ofensiva criminalizadora a través de los medios masivos de comunicación y la represión de toda voz crítica y 2) El listado de actividades prohibidas para el trabajo independiente, publicado hace poco por Cubadebate. Tan estratégicas para el país parecen ser la defensa como la edición y maquetación de libros, el periodismo, la investigación científica, los clubes deportivos o los servicios funerarios. La lista raya en el absurdo, insulta la inteligencia y viola derechos consagrados por la Constitución. Es otra vuelta de rosca contra los profesionales del pensamiento, la creación, el periodismo, etc.  

Y sin embargo se mueve…

Pero la realidad es terca y el pensamiento atañe a la naturaleza humana. Somos «animales políticos», como decía Aristóteles. Y hoy el debate cuenta con tres ventajas: el alto nivel de instrucción del pueblo, el acceso a información e ideas diversas por vías alternativas, y que esta vez los posicionamientos no se basan solo en teorías y referentes foráneos sino en la experiencia propia.   

La principal desventaja es la ausencia de un ambiente democrático que favorezca la socialización de ideas desde el respeto al «pluralismo político», concepto expuesto en Articulación Plebeya y que disparó alarmas en las instancias partidistas. Sin embargo, se trata de un principio clave para el ejercicio del poder. Implica pluralidad y convivencia con la diferencia, por tanto, participación de varios grupos sociales en la vida democrática. Requiere de pensamiento, expresión y socialización a través de los medios de comunicación. No es algo a lo que se pueda renunciar. La sociedad es, por su naturaleza, heterogénea.

Repasando los últimos sesenta y dos años y viendo la sociedad en su conjunto, parece que estamos en el momento más crítico. Las fórmulas empleadas arriba y abajo son hoy anacrónicas. Einstein aseveró: «No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo». Pero vivir con la crisis puede ser positivo. Este sabio nos recuerda igualmente que «La creatividad nace de la angustia como el día nace de la noche. Es en la crisis donde nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias».

La ausencia de un ambiente democrático para el debate de ideas y la acción cívica es injusto, injustificado y errático. Cuba es un país de pensamiento fértil y un pueblo instruido, con capacidad de comprensión y discernimiento. No ver esas fortalezas es arriesgado para todos. Complica y retrasa el proceso de transición porque radicaliza posiciones y abona el camino a la violencia. El costo que tendrían que pagar la nación y las actuales y futuras generaciones sería alto. Y no nos perdonarán. Eso es tener sentido del momento histórico, e insisto: es lo verdaderamente revolucionario.

[i] Una sistematización del tema ha sido muy bien lograda por la académica argentina Moira Pérez. Ver su texto: “Tres enfoques del pluralismo para la política del siglo XXI”, en http://www.revistas.unal.edu.cu

23 febrero 2021 53 comentarios 6.055 vistas
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Educar no es adoctrinar

por Teresa Díaz Canals 23 enero 2021
escrito por Teresa Díaz Canals

Educar no es adoctrinar

Debe acariciarse la noble vanidad humana: debe educarse el criterio, y dirigir bien el orgullo: dese a cada hombre la estimación de sí mismo, lograble solo con la instrucción, y los crímenes y errores serán menos.

José Martí (La instrucción en Querétaro)

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No hay pensamientos peligrosos; el pensamiento es peligroso…

Hannah Arendt

***

Estudia, luego cree

Cuando niña, mis padres pensaron en internarme en una escuela para sordomudos pues no hablé hasta los cinco años. Después, estuvo el tema de la timidez. Confieso que no creo haber tenido jamás condiciones para la importante función del magisterio. Sin embargo, mis cuarenta años dedicados a un centro de educación superior conformaron de manera sistemática una especie de destino ineluctable.

Por ello, expondré algunas ideas sobre la base de un saber de experiencia y nada más, pero, sobre todo, pienso —como muchas otras personas— en la necesidad de lograr una formación humanista de hecho y no de adoctrinar o solo palabras.

Hace tiempo me enteré —a través de mis lecturas— del espectacular intercambio acaecido en una librería entre José Lezama Lima y el profesor de filosofía Jorge Mañach. Cuando este último lo vio, le comentó irónicamente: «Me dicen que ahora le llaman Maestro», a lo que el poeta respondió: «es mejor ser Maestro en broma que profesor en serio».

Ser profesor(a) en serio puede interpretarse de múltiples maneras. Una de ellas tal vez sea la misma de Lezama, y ocurre cuando los maestros sustentan una visión maniquea, sin una perspectiva realmente dinámica de la sociedad, y se dedican a adoctrinar. Como afirmara el escritor argentino Julio Cortázar:

«Con la seriedad puesta como una peluca no se va demasiado lejos (…) Una revolución que no salve la alegría por debajo o por encima de todos sus valores esenciales, está destinada al fracaso, a la lenta parodia de lo que no llegó a ser; y que no se confunda la frivolidad, que no va más allá de las superficies, con la alegría, esa conciliación y esa armonía del hombre libre con su ámbito, su sociedad, su mundo».

Existe una diferencia entre adoctrinar y educación. Cuando nos referimos al segundo concepto hablamos de la posibilidad de disentir del estudiante. De manera automática y en la vida cotidiana, al utilizar la frase «dar una lección» pensamos en una especie de castigo para la persona que la recibe, pero lección también es inseparable de la palabra lectura.

Para los profesionales que se dedican al mundo de la enseñanza, «dar una lección» es, esencialmente, «dar a leer», «dar la palabra», «dar testimonio”, «transmitir el relato». Se aspira en este proceso a que los discípulos renueven la lectura, que sean capaces de crear a partir —o en contra—, de la palabra del maestro, que no repitan lo mismo y no se conduzcan con sumisión. Todo pensar, como señaló Hannah Arendt, es un repensar.

El sociólogo Pierre Bourdieu apuntó en su libro La Reproducción. Elementos para una Teoría del Sistema de Enseñanza, que aunque aquel que enseña sea incluso joven, hay una tendencia a tratarlo como un padre. Me sucedió una vez en la escuela de Química, impartía en aquel entonces Teoría Política, que cuando culminé la conferencia se me acercó un estudiante.

«Tengo que hablar con usted». «Sí, dime» –pensé que era algo relacionado con la clase–. «Profesora, ¿Ud. ve aquella rubia que está allí?». «Sí, ¿qué pasó?» –le pregunté–. «Estoy totalmente enamorado de ella y no quiere nada conmigo, me trata con desprecio. ¿Qué hago profe? Estoy desesperado». Fue como una especie de consulta a una madre. Me dio pena aquella angustia de mi alumno y le brindé algunos consejos.

Yo firmo

Cuando comenzaba la década de los noventa y todavía almorzaba en el comedor del que fue mi centro de trabajo, me senté con dos profesoras; el día anterior nos habían convocado para darnos algunas orientaciones y una de las colegas me preguntó qué habían dicho en la reunión.

«Era para formar brigadas de “respuesta rápida”, yo no le voy a dar golpes a nadie». Después de decir eso me retiré.  Mientras lo hacía, una de ellas comentó: «No sé por qué protesta, si es una muerta de hambre y todo se lo debe a la Revolución».

Leí una noticia en Facebook: una muchacha, con mucha razón, protestó con energía ante una expresión similar a la que dijeron sobre mí hace treinta años, esta vez refiriéndose a los negros: «Ellos no deberían protestar, son personas gracias a la Revolución».

En los policlínicos y consultorios del médico de la familia aparecieron carteles —no sé si los habrán retirado— donde nos informaban con detalles y cifras cuánto costaban los servicios médicos, es decir, el mensaje era que debíamos agradecer porque supuestamente no pagamos la medicina. Adoctrinar mediante carteles.

Una ética de la libertad implica que hombres y mujeres decidan en cada instante de su vida lo que quieren y pueden hacer consigo mismos. El miedo que cada uno tiene de los demás incomunica a individuos y grupos. La desesperanza induce a una especie de autismo moral y a la retirada en silencio. Respondo a todo lo anterior con una reflexión martiana:

«(…) no consentiré jamás que en el goce altivo de un derecho venga a turbármelo el recuerdo amargo del excesivo acatamiento, de la fidelidad humillante, de la promesa hipócrita, que me hubiesen costado conseguirlo. […] el hombre que clama vale más que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga. Y los derechos se toman, no se piden: se arrancan, no se mendigan».

Félix Varela, el sacerdote que pidió que el primer encargo del cubano fuera pensar, destacó en Máscaras políticas: «debe tenerse presente que los pícaros son los que más pretenden pasar por patriotas». Tal parece que esa frase fuera escrita hoy.

Hace muchos años iba a comenzar una clase. Uno de los estudiantes me interrumpió de este modo: «Profesora, antes de comenzar quiero que me conteste esta pregunta, pero, por favor, diga algo que me convenza: ¿Por qué pusieron a fulano de tal en ese cargo?». El aludido había sido designado para ocupar un puesto de elevada responsabilidad en el gobierno.

A veces la vida nos coloca pruebas difíciles. Hubo unos segundos de silencio, todos esperaban que respondiera. El porqué del estudiante supone pensar la posibilidad de que las cosas puedan ser de otra manera, y eso en el feudo del absolutismo no es posible. Por otra parte, el maestro sabe que la palabra no puede ser clausurada, pues la perenne interpretación es la vida. Mi respuesta en aquel entonces: «Pienso lo mismo, no estoy de acuerdo con ese nombramiento impuesto».

Al final del curso, ese mismo estudiante otorgó el gran premio a mi vida de simple profesora. Experimenté la sensación que habría tenido de haber puesto en mi honor, en el Aula Magna, el himno que se acostumbra escuchar allí. Sistemáticamente, al concluir el período de clases, le pedía a cada grupo que hiciera una evaluación anónima de las conferencias. Esto fue lo que escribió:

«Como ve, he escrito mi nombre bien claro, porque no me importa que sepan mi opinión y, si me importara, entonces este curso no hubiera cumplido su objetivo. Le digo con toda sinceridad, profesora, que me he sentido totalmente con total liberación espiritual, un lugar así donde se comenten y escuchen opiniones es lo que necesitamos nosotros, los jóvenes que por desgracia nos han enseñado otras verdades.

En el aula se pierde el miedo y se habla y eso es lo fundamental. Creo que nunca sentí tanto la interlocución como en estas oportunidades que Usted me ha ofrecido. Pero como todas las cosas, esta tampoco es perfecta y lo será cuando Usted logre que sus alumnos y hasta Usted misma sea oída y comprendida fuera del aula.

Cuando esto ocurra me gustaría de todo corazón estar a su lado, porque sé que esto para Usted es solo el comienzo del fin de la “no libertad de expresión” y de todo lo malo y cruel que ocurre en el socialismo. Por lo demás, solo me queda calificarle el curso con un millón de adjetivos y todos favorables.

Solo me queda un favor que pedirle desde lo hondo de mi alma y es que mantenga esa postura porque cuando Usted y gente como Usted existen, existe también la esperanza a la total espiritualidad».

La poesía no debe ser hecha por uno, sino por todos. Alguien llamó ayer a una de mis amistades: «Teresa está loca, cómo va a escribir lo que piensa, se arriesga demasiado». En medio de una compra a domicilio escribo esto. No he logrado dominar el modo de compra mediante eso que se llama Tuenvío, dicen que ya apenas funciona. Prefiero las maniobras de una colera de mi zona. Escuché un «¡Tereeeeeeee!».

Cada vez que viene algo en los alrededores me da un grito terrible, quedo lívida, todo el barrio se entera que estoy haciendo una transacción comercial. La vendedora trajo dos paquetes de servilletas, ambos abiertos, fueron extraídas unas cuantas. Me hago la tonta de la colina. En definitiva, la culpa, en última instancia, la tiene un sistema que obliga a la gente a robar, a ser deshonesto, a pasarse horas y horas en una absurda fila.

De la Universidad me fui con apenas nada, triste, privada, sancionada, decepcionada, impaciente, desesperada. Solo el recuerdo de mis estudiantes me da fuerzas para decir: «Yo firmo».

23 enero 2021 50 comentarios 5.201 vistas
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La semiótica del Durakito

por Alejandro Muñoz Mustelier 22 agosto 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

El fenómeno del subdesarrollo, más allá de la economía, atraviesa un aspecto mucho más subjetivo e igual de difícil de superar: el pensamiento. El subdesarrollo individual impide el desarrollo económico, y este a la vez lastra de vuelta al desarrollo individual. Esta serpiente que se muerde la cola es el laberinto de los países pobres.

Después del 1959 en Cuba se intentó cortar este círculo vicioso empezando por el individuo, que es lo que había más a mano. La universalización de la educación y los programas culturales dieron sus frutos acaso en la década de los ochenta, coincidiendo, no casualmente, con el período de mayor abundancia y mejor distribución material de la historia de Cuba.

El período especial de los noventa invirtió la realidad económica pero ya había generaciones completas formadas antes de la crisis que sostuvieron, quizás por quince años más, el estandarte de la educación. De esa forma hubo un período de pobreza acentuada en el que de todas formas no nos parecíamos en pensamiento a ningún país de la región. Éramos una nación atípica con economía de subsistencia y conciencia social.

Entre errores internos, políticas extranjeras, meteorología y patógenos la economía cubana ha fluctuado de aquí para allá pero en esencia sigue siendo de subsistencia, sin embargo la conciencia social ya no nos acompaña.

Las generaciones que se formaron en el período especial vivieron otra realidad: las carencias, los apagones de doce horas, el hambre y la supervivencia del menos lastrado por conceptos éticos; los códigos morales aceptaron la corrupción y surgió una ideología informal que justificaba cualquier acción en provecho propio. Pero los protagonistas aquí son los hijos de la generación del 90.

Jóvenes de 13 a 20 años han creado una semiótica tras la cual Cuba vuelve al subdesarrollo más difícil, el del pensamiento.

Este regreso al subdesarollo no va de particularidades lingüísticas -puesto que toda nueva generación deforma el idioma a su gusto- sino de formas de vestir, de la desesperación por romper axiomas. La infancia y la adolescencia son influidos por tres elementos: escuela, familia y sociedad.

Es este triángulo de influencias el que potencia y orienta al individuo; pero es menester que sea un triángulo, y para que sea así debe haber tres ángulos según la geometría básica de la primaria –que todavía recuerdo-. No obstante, la principal influencia en estas generaciones viene de sus coetáneos, de sus socios, de sus amigos, de su grupo.

En Cuba la escuela tiene organizaciones dedicadas a aunar a los jóvenes, entre otras, la FEEM y la FEU. El problema está en que estas no se parecen en nada a los jóvenes que intentan convocar, ellos buscan a sus semejantes en opiniones y gustos estéticos, son sus semejantes quienes los evalúan y regulan, es Vygotskiano y es cierto.

Lamentablemente las organizaciones estudiantiles comparten estéticas que responden a otros momentos históricos del país, y sus esfuerzos con entronizar en el gusto de las nuevas generaciones, a pesar de ser bien intencionados, son estériles y muchas veces burdos.

He aquí que en este triángulo la escuela pierde, porque además, luego del período especial, la enseñanza ha entrado en una crisis de recursos humanos, ha descubierto la corrupción y ha simplificado los programas de estudio ¿El triángulo desaparece? Para nada, es mágico, donde se desdibuja un ángulo aparece otro.

Los jóvenes tienen acceso completo a la multimedia y a los contenidos actuales de las redes sociales, he aquí la “otra escuela”. Consumen estos contenidos sin control y sin orientación. La familia, la generación anterior no puede orientarlos en un espacio que apenas conoce por su novedad tecnológica. Es el espacio mismo quien los orienta o desorienta, quien los informa o desinforma sin criterios éticos o estéticos.

Las consecuencias son jóvenes homologados por el mercado, idénticos en moda, gustos y criterios puesto que consumen los mismos productos audiovisuales. Durakitos. Y he aquí un aspecto de gran peligro ya que estos productos comúnmente muestran ídolos que van desde figuras de la cultura cuyo mayor logro es ostentar bienes materiales hasta narcotraficantes, son casi ausentes los modelos de conducta positivos.

Los jóvenes van creando toda una subcultura alrededor de la violencia y lo material que es parte ya del ideario adolescente de miles y miles de individuos. Aunque todo depende de la situación geográfica, y en el caso de La Habana del municipio o del barrio, actualmente pocos lugares se libran de esta semiótica, llamémosla del mal gusto, aunque gusto es un término relativo, llamémosla entonces del gusto por lo fácil dentro de la música, el cine, los shows de televisión o los canales de YouTube: la semiótica del durakito, así, con k.

Ropa, teléfono, zapatos, bisutería, lugares de moda, migración, he aquí todas y cada una de las aspiraciones, que en principio no están mal, siempre que se tengan otras aspiraciones de fondo, y aquellas no sean las primeras. La nueva semiótica también implica la imposibilidad de crear o entender juicios complejos porque los productos audiovisuales simplifican el mundo, exponen una visión en blanco y negro, en buenos y malos, en tener y no tener.

La sexualización de la mujer es otra de las constantes en esta semiótica.

Muchas de las adolescentes, he aquí lo triste, tienden a sexualizarse porque es lo que la “otra escuela” les ha enseñado y muchas veces carecen de otro punto de vista y de orientación. Así, hay un aumento alarmante de embarazos e ITS en menores de edad y en la población joven en general a pesar de todos los programas nacionales de orientación sexual.

Además hay un altísimo índice de consumo de alcohol en menores de 16 años. Todo esto obedece a que, muchas veces, hay poco control parental y carencia de respeto por las figuras de autoridad, sean cívicas o filiales, he aquí una de las principales enseñanzas de la “otra escuela”.

Estos grupos etarios llegan a ser partícipes activos en la corrupción, por ejemplo, la compra-venta de exámenes en las instituciones educativas, con o sin la complicidad de los padres. Pero todo ello tiene incluso un lado más oscuro, y es la propensión a la violencia, a la violencia más pura, la de hierro y arma blanca. En Cuba desde hace algunos años ha habido un incremento de las organizaciones criminales juveniles: las pandillas, las bandas.

Ya no están caracterizadas por reunir individuos de la misma cuadra y molestar al vecino, quizás abusar de otros jóvenes; ahora tienen nombres, lemas, incipientes códigos de honor, y matan. De más está decir que no existen estadísticas públicas sobre el tema, pero un juicio empírico, y lo pequeño de la ciudad arroja una visión nada positiva sobre el tema.

Nunca es bueno hacer generalizaciones, los adolescentes arrastrados hacia la nueva semiótica no son todos, menos de la mitad quizás, pero son suficientes para desmembrar un país, cambiar el ideario nacional, lograr que el subdesarrollo individual se sume al económico, que la serpiente se muerda la cola otra vez. La solución no está a la vista.

Por lo pronto apuntalar la escuela podría ser un analgésico pero hay que saber qué hacer con el resto de los componentes del triángulo: familia y sociedad, tan dentro del subdesarrollo económico que muchas veces no tienen fuerzas para combatir el de pensamiento, tan arraigado que incluso superando la crisis económica, pudiera demorar décadas en ser erradicado, décadas en el mejor de los casos.

22 agosto 2020 17 comentarios 546 vistas
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Hablemos de Marx

por Yassel Padrón Kunakbaeva 20 mayo 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Todo parece indicar que el interés sobre la figura de Karl Marx está a la orden del día en la escena intelectual cubana. Lo que es perfectamente comprensible, pues los cubanos estamos en un momento de repensarnos a nosotros mismos,  nuestro orden social, y existe una gran disputa entre corrientes por configurar un determinado sentido común. Una de las cosas que están en cuestión es la pertinencia del marxismo, socialismo y comunismo en nuestra sociedad, y eso lleva directamente a Marx.

Todavía recuerdo como hace dos años se proyectó la película El Joven Marx en el cine 23 y 12. No era una proyección normal de temporada sino que tenía cierto matiz conmemorativo y político. No era casualidad que estuviera presente en primera fila el héroe René González y el cine se llenó. Desde ese día me di cuenta de que la disputa alrededor de la figura de Marx se haría cada vez más importante. El tiempo no ha hecho sino darme la razón.

En el artículo Marx vs Marx, publicado en esta misma página, pueden leerse las opiniones de Carlos Abel Olivera sobre el ilustre pensador alemán. Me interesa responderle, pues sus argumentos me parece que ilustran las críticas que se le hacen a la teoría marxista cuando se quiere sustentar ideas conservadoras. Sobre todo, me resulta muy interesante la tendencia a contraponer un Marx a otro, un aspecto de su obra al resto.

Para discutir los argumentos de Olivera decidí separarlos en tres: separación del Marx teórico del revolucionario, ataque a la teoría del valor-trabajo y cuestionamiento del papel central de la lucha de clases.

Separación del Marx teórico del revolucionario, el viejo y el joven

En su texto, Olivera traza una línea clara que separa al Marx de la genialidad teórica, analista de los modos de producción y el Marx de la plusvalía y la revolución comunista. Esto no es nuevo, durante el siglo XX corrieron ríos de tinta intentando fundamentar esa separación. Se quiso, por ejemplo, establecer una distancia radical entre el Marx de los años de juventud, romántico y revolucionario, y el maduro, frío teórico del modo de producción capitalista (división a la que Althusser incluso llamó corte epistemológico). Esta línea de pensamiento responde, por supuesto, a una pulsión ideológica.t

De lo que se trata es de la vieja cuestión que definiera Rosa Luxemburgo: revolución o reforma. Por supuesto, respecto al capitalismo. Los que no pueden concebir la lucha revolucionaria como vía para superar el capitalismo, no pueden conciliar esa idea con la genialidad manifiesta del autor de El Capital en el resto de su obra. Entonces no les queda más remedio que considerarla un añadido extraño, producido por un romanticismo de juventud, las limitaciones de la época, un error teórico, o por deshonestidad intelectual.

Sin embargo, lo cierto es que la vinculación entre teoría y práctica revolucionaria es algo inherente a la producción teórica de Marx. Sugiero leer las Tesis sobre Feuerbach. Marx fue un crítico de toda la teoría tradicional contemplativa, que pretende establecer una relación inmediata con el objeto. Entonces, cuando se le quiere reducir a ser el autor de una explicación sobre los modos de producción, y se le reprocha la referencia a un deber ser extraño, en realidad se le está intentando leer como un teórico tradicional, algo que expresamente él pretendía no ser.

Este error es común entre los economistas que estudian a Marx, incluso entre los que cultivan la economía política marxista. Lo estudian (y enseñan) como si fuera el fundador de una escuela dentro de la ciencia económica. Pero lo cierto es que la obra de Marx es teoría revolucionaria desde el principio al fin. Esto solo se puede entender cabalmente cuando se tiene una comprensión clara de la Filosofía Clásica Alemana, y del lugar que ocupa Marx con respecto a ella.

No se trata, por supuesto, de que Marx subordine la teoría a las necesidades de una ideología vista como algo externo. Desde el punto de vista marxista, lo importante es superar los peores reflejos ideológicos de la modernidad, que son los inconscientes, los que hacen que los paradigmas epistemológicos pretendidamente objetivos de las ciencias tradicionales sean estructuralmente apologéticos de la sociedad burguesa. Esto se logra de la manera más eficaz siendo intelectualmente orgánicos a una práctica anticapitalista.

¿Se puede decir que el Marx de los años de madurez abandonó estas posiciones? ¿Que retrocedió con respecto a su oncena tesis sobre Feuerbach? Yo creo que no.

Puede conducir al error la evidente inclinación de Marx hacia el estudio de lo existente, más que a pensar los escenarios de la revolución, también el pathos teórico que se respira en sus obras y su acercamiento a Hegel. Sin embargo, esto respondía a las circunstancias que le tocaron vivir, donde todo el estudio del modo de producción capitalista estaba por hacer, así como la crítica de la economía política burguesa. Marx era un hombre que amaba pensar, pero demasiado consciente de lo que lo separaba de Hegel y la teoría tradicional para caer en la exaltación de la contemplación y el teoricismo.

Sí, es cierto que se acercó a Hegel, porque las categorías hegelianas son útiles para captar las relaciones dentro de una totalidad orgánica en un momento dado de su desarrollo. Y cuando se dirige la mirada hacia el pasado y el presente es inevitable que aparezca la tentación de la lechuza hegeliana. Sin embargo, en El Capital la crítica teórica se mantiene inextricablemente unida a la crítica ético-práctica y la referencia a la sociedad comunista como solución a los problemas del modo de producción capitalista. La teoría de la plusvalía solo se puede entender a partir de esta referencia implícita a un futuro donde cada cual reciba lo que le toca. No se trata tampoco de una utopía abstracta, es dialéctica enfocada hacia el futuro, previsión a partir de la contradicción inmanente del sistema.

Decir que Marx fue hegeliano es impreciso. El marxismo es un producto de la disolución del hegelianismo, y como tal se encuentra en una posición polémica permanente con la posición contemplativa del hegelianismo. Es necesario estudiar a Hegel para entenderlo, pero sobre todo es necesario entender lo que lo separa de Hegel.

La teoría del valor-trabajo

No es casual que se ataque con virulencia y tan a menudo a la teoría del valor-trabajo. Con el ascenso de la extrema derecha en los últimos tiempos, han surgido en Latinoamérica y el mundo hasta youtubers que le dedican espacio a refutar la teoría del valor-trabajo. No es nuevo. Desde hace más de 100 años los pensadores orgánicos al capitalismo atacan esa teoría, sobre todo muchos economistas. A su vez, han corrido ríos de tinta explicándola y defendiéndola.

No es casual. Sin duda responde a que la teoría del valor-trabajo es la base de la teoría de la plusvalía, la cual es el más profundo fundamento teórico de la lucha política anticapitalista. Todos los escépticos o enemigos de esa lucha la cuestionarán. En el contexto cubano eso adquiere gran importancia, pues de lo que se trata es de si ahora tiene sentido o no ser comunista y antimperialista.

En el artículo mencionado más arriba, Olivera nos dice que la teoría del valor-trabajo no tiene fundamento racional, que quienes la defienden lo hacen por fe, e incluso nos da un veredicto en materia de teoría económica: el valor es subjetivo. Estos son viejos tópicos de la crítica burguesa. No me es posible exponer aquí en su totalidad la teoría del valor-trabajo. Exposición que un economista podrá hacer mejor que yo. Me limitaré a dar algunos elementos.

La mayoría de las incomprensiones con respecto a esta teoría provienen del desconocimiento de la naturaleza del método dialéctico. Un desconocimiento que desgraciadamente han compartido tanto críticos como defensores. Por ejemplo, se acusa a la teoría del valor-trabajo de un objetivismo vulgar, como si esta postulara que basta con poner un reloj en las fábricas para saber el valor de los productos. Bueno, resulta que en efecto la interpretación más popular de la teoría del valor en los manuales dogmáticos de la Unión Soviética era así: groseramente objetivista. No obstante, eso está muy lejos de ser lo que aparece explicado en el primer capítulo de El Capital.

Primero es necesario entender que en el método dialéctico la exposición que explica un sistema siempre comienza por un momento abstracto, que a su vez expresa un aspecto esencial de ese sistema. Lo que Marx explica en el Capítulo I es una sociedad ideal de puros productores de mercancías. Un mercado ideal. Se trata de algo que nunca ha existido, pero que tampoco es una fantasía. Es una abstracción útil al modo en que lo es la teoría del gas ideal en la física termodinámica. Entonces, se puede decir que Marx solo pudo escribir el Capítulo I luego de un gran trabajo de procesamiento de información empírica: no se trata de un punto de partida sino de un punto de llegada.

Marx llega a establecer la relación entre el valor de una mercancía y el tiempo de trabajo socialmente necesario para producirla a través de un complejo rodeo deductivo. Jamás se le habría ocurrido pensar que el valor se pudiera calcular de manera vulgar midiendo tiempo, porque él sabía que en una sociedad mercantil es solo en el intercambio donde se hace efectivo el carácter social de los trabajos privados como eslabones del trabajo colectivo: un carácter social que implica la igualdad de todos los trabajos y el intercambio de cantidades equivalentes de trabajo.

Porque además, Marx sabía que existen trabajos complejos que aparentemente equivalen a una mayor cantidad de trabajo simple de un trabajador manual. Eso que se le llama valor agregado. Solo que aquí de lo que se trata es de que en el trabajo de un artista, por ejemplo, están concentrados años de estudio, preparación y recepción de experiencia acumulada culturalmente. Hay tiempos que equivalen a más tiempo, algo que puede parecer absurdo a mentes positivistas, pero no a Marx, que se había educado en la escuela de la Filosofía Clásica Alemana. Pero hay una forma de evitar esta apariencia de paradoja: Marx siempre habla indistintamente del tiempo de trabajo socialmente necesario como gasto de fuerza de trabajo humana socialmente necesaria, una expresión que hace más simple entender su punto de vista.

Los productores no tienen que medir ese gasto de fuerza de trabajo humana para intercambiar sus mercancías. Es el mercado el que, cuando se estabiliza, expresa en la relación del valor de cambio de las mercancías una proporción tal que permite a los productores intercambiar cantidades equivalentes de trabajo. De ese modo, el cambio, la distribución y el consumo se pueden manifestar como momentos coherentes con la estructura de la producción. Cada productor recibe una parte del producto global acorde a su parte en el gasto global de fuerza de trabajo de la comunidad, y puede actuar como un eslabón de una totalidad orgánica que se reproduce.

De modo que sí, para Marx existe un fundamento objetivo del valor de cambio en la cantidad de fuerza de trabajo gastada durante la producción. Solo que esa correlación nunca se establece de manera directa, sino a través de la mediación que representa la sociedad mercantil.

A esto hay que añadir que en el Capítulo I se refiere solo a esta sociedad mercantil ideal. Todavía no está hablando de las interferencias que introduce la existencia del resto de las categorías de la economía: las diferentes formas de capital, la plusvalía, la oferta y la demanda. Todas esas categorías establecen más y más mediaciones en la formación del precio, hasta llegar a la sociedad capitalista que vemos. Lo que Marx está diciendo es que todo ese castillo se sustenta sobre la célula básica de la mercancía, y que es en ese gasto de fuerza de trabajo humana donde hay que buscar en última instancia el fundamento del valor. Espero haber aportado algo de luz sobre el tema.

La colaboración o la lucha

En el artículo Marx vs Marx, Olivera nos habla acerca de la colaboración entre los seres humanos, lo cual contrapone a la lucha de clases. Pone como ejemplo de colaboración, entre otras cosas, la construcción de las pirámides y antiguos canales. Realmente, me cuesta pensar que la relación que existía entre el faraón y los trabajadores a pie de obra sea un ejemplo modelo de cooperación.

Este es otro de los viejos tópicos antimarxistas, la minimización de la lucha de clases. El cual lleva de nuevo a la exaltación de la reforma por encima de la revolución. Detengámonos a pensar: ¿Es realmente así?

Desde luego que la historia de la humanidad no es solo la lucha de clases. También es cierto que el Manifiesto Comunista no puede ser tomado como una obra de validez universal: su función era inmediatamente política y divulgativa. Sin embargo, la lucha de clases y la confrontación revolucionaria han tenido un papel insustituible en la historia.

Las estructuras económicas que han conocido las sociedades humanas han sido, hasta hoy, estructuras de dominación. Eso significa que han existido intereses objetivamente contrapuestos, irreconciliables en última instancia dentro de esa estructura económica. La coexistencia pacífica entre las clases, la paz social bajo un sistema político, han puesto en un segundo plano esas contradicciones; las políticas reformistas logran que el pacto social se mueva en un sentido o en otro, dándole un respiro a los explotados y alargando la vida del sistema. Pero llega un momento en que el sistema ha agotado sus capacidades para soslayar las contradicciones.

En esa circunstancia, las clases dominantes se aferran a sus intereses y no hay ningún diálogo o reforma que permita cambiar el status quo. No queda más remedio que una salida revolucionaria, donde se puedan construir nuevas relaciones en contra de la voluntad de los viejos poderes.

Tal vez en los países centrales del capitalismo existe aún hoy espacio para encontrar caminos dentro de la política reformista que pueden mejorar la vida de la gente dentro de los marcos del sistema. En los países periféricos esas posibilidades son muy inferiores. La propia estructura económica global, el intercambio desigual, el carácter retrógrado de las oligarquías, reducen hasta lo ínfimo dichas posibilidades. Es por eso que para los países del Sur el camino que queda muchas veces es el revolucionario, lo cual no necesariamente significa un alzamiento armado.

Frente al círculo vicioso del atraso económico y la falta de soberanía política, se abre para los países subdesarrollados la opción de una revolución socialista de liberación nacional.

Quedaría mucho más que decir al respecto. Sobre todo hablar sobre las complejidades del momento actual que vive el mundo bajo el capitalismo, y el estado de la lucha contra ese sistema. También sobre el lugar que ocupa Cuba en ese contexto. Pero la idea central era hablar de Karl Marx y aspectos de su pensamiento que a menudo son cuestionados, malinterpretados o falsificados. Defender el sentido auténtico de las ideas del Viejo es una tarea impostergable.

20 mayo 2020 24 comentarios 487 vistas
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Los intelectuales orgánicos de hoy

por Mario Valdés Navia 28 febrero 2020
escrito por Mario Valdés Navia

Pocos pensadores han insistido tanto en el papel de los intelectuales en la sociedad como el italiano Antonio Gramsci. Su concepto del intelectual orgánico es citado en los debates actuales por tirios y troyanos. Pero en este, como en muchos otros temas, la falta de lecturas del clásico y de sus estudiosos fieles hace que la confusión reine, para beneplácito de los que solo consideran como tales a aquellos que les son fieles, dóciles y confiables.

En síntesis, Gramsci sostenía que todos los seres humanos son intelectuales por tener la capacidad de pensar y crear según su voluntad, solo determinada por las circunstancias de la vida de cada uno. No obstante, precisaba que siempre aparece un sector que, dentro de la división social del trabajo, se especializa solo en labores intelectuales y por eso reciben ese nombre. Por la naturaleza de su labor se tornan una especie de conciencia crítica de la sociedad.

La mayoría lo hace a partir de sus propios intereses, motivaciones, preferencias y talento para la creación artística y científica, y de eso viven con mayor o menor fortuna. A esos los llama intelectuales tradicionales. Mas, hay un pequeño grupo que pone su talento al servicio de determinadas clases y grupos sociales y refleja sus intereses y objetivos en sus obras de manera militante. Esos son los intelectuales orgánicos.

Casi todos ellos son representantes fieles de las clases hegemónicas y, como el buey del conocido poema martiano “Yugo y estrella”, reciben por ello “rica y ancha avena”. Son las migajas que los grupos de poder les dejan caer para que cumplan con el lamentable papel que les han conferido: convencer, una y otra vez, a las masas populares de que viven el mejor de los mundos y que deben obedecer,  adaptarse, e incluso aprender a disfrutar de su situación subordinada y explotada.

Esclavistas, señores feudales, capitalistas y burócratas socialistas han tejido su red de intelectuales orgánicos que les permitan ejercer la violencia simbólica sobre los sectores hegemonizados. Al mismo tiempo, han existido siempre otros intelectuales que han decidido poner su pensamiento y capacidad creadora al servicio de los humildes y acompañarlos en su eterna lucha por la justicia, libertad y fraternidad universales.

En Cuba han sido muchos los que han optado por la “estrella que ilumina y mata” –como diría Martí en el poema citado−. Abogados, periodistas, profesores, médicos, escritores, ingenieros, poetas, filósofos, artistas de todo tipo, han asumido este rol que los ha llevado, en muchas ocasiones, al martirio y la ruina. Son los que nunca han metido la cabeza en la arena ante los problemas sociales, ni han abandonado su función de conciencia crítica por cobardía o ambición.

Martí les enseñó el camino al afirmar: “¿criticar qué es, sino ejercer el criterio?”[1] Y como defendía la necesidad de la crítica social observaba con júbilo: “en los cubanos de todas condiciones y colores, aquella laboriosidad tenaz, aquella crítica vehemente, aquel ejercicio de sí propio, aquel decoro inquieto por donde se preservan y salvan las repúblicas”.[2]

En las condiciones actuales de Cuba, algunos intelectuales limitan su deber crítico  frente a los asuntos cruciales por el temor a perder sus prebendas. Otros se acogen a la autocensura con el pretexto de que sus críticas debilitarían la unidad de la Revolución ante las acechanzas del enemigo imperialista y sus lacayos y se agencian temas insípidos y neutrales que no pican a nadie importante. Son los intelectuales tradicionales de hoy.

Con el tiempo, los intelectuales orgánicos cubanos del presente se van delineando en dos campos encontrados. De un lado están los que defienden cualquier postura, decisión o medida que se tome por la burocracia hegemónica, aun cuando los lleve a defender posiciones que hasta ayer atacaban sin misericordia. Del otro están los que, desde dentro de la Revolución, plantean y argumentan sus ideas públicamente, con total honestidad y transparencia y las someten a la opinión pública, cada vez más inquieta y participativa.

Para  valorar a unos y otros valdría la pena retomar las ideas del Maestro: “Brazos de hermano se ha de tender a los hombres activos y sinceros, que son la única crítica eficaz y la única honrosa en las sociedades que padecen de escasez de verdad y de energía”.[3]

[1] “Estudios críticos, por Rafael Merchán”. OC. T5, p.116.

[2] “Discurso en conmemoración del 10 de Octubre”, Hardman Hall, New York, 10 de octubre de 1891. OC. T4, p.264.

[3] “La Verdad”. OC. T5, p.57.

28 febrero 2020 28 comentarios 643 vistas
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Juventud revolucionaria vs filosofía de la parálisis

por Alina Bárbara López Hernández 18 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

La generación del treinta no lo fue solamente por la diferencia cronológica con sus predecesores. Lo que la convirtió en una generación fue su carácter transgresor, pues, como afirmara con acierto Joel James Figarola era un grupo en proceso de fractura generacional con quienes habían detentado “el monopolio político del mambisado” y sus principios rectores: caudillismo y dependencia: “al desembridarse de la guía de los viejos caudillos, rechazar la instrumentación por la cual esta se realizaba y romper con la ascendencia mágica de unos y otros sobre la política cubana, los hombres del 25 están cometiendo el acto de toma de conciencia, reafirmación propia y definición de posibilidades y deberes más importantes en toda nuestra historia republicana”.[1]

Mucho tuvieron que batallar para rechazar la “ascendencia mágica” de aquellos hombres que, en verdad, fueron los líderes de una revolución independentista, pero que ya, tras años de desgaste, habían envejecido, y con ellos una retórica discursiva inoperante que condujo al país a un callejón sin salida.

La juventud debía romper con el control absoluto del grupo de poder que dirigía la política en Cuba, pero para ello debía despedazar también su discurso monopolizador de la verdad. Lo primero fue lograr medios de expresión propios, que reflejaran sus aspiraciones, promovieran el debate en torno a sus inquietudes —culturales y cívicas— y gestaran aptitudes de pluralidad y contrastación de ideas como vías para encauzar las transformaciones que necesitaba Cuba. Actitudes como la Protesta de los Trece, grupos como el Minorista, publicaciones como Venezuela Libre —después América Libre—, Social, Avance, Política, entre otras, serían las encargadas. Sobre la necesidad de transparencia informativa se pronunciaba en 1928 Revista de Avance: “La conciencia de un pueblo no puede madurar si se le tiene de continuo sujeta a una tutela, ni mejorará su salud porque se le prescriban dietas de información. Tenemos que cultivar nuestra facultad de discriminar, y para ello es menester que se nos permita acceder al mayor volumen posible de elementos de juicio —justos o errados, bien o mal intencionados”.[2]

La segunda barrera a destruir para definirse como generación sería la filosofía epocal. La generación del treinta se había formado bajo la influencia teórica e ideológica del Positivismo, corriente filosófica que desempeñó en nuestro continente una función progresista, dada su confianza en el desarrollo de las ciencias, la cultura y la sociedad; el énfasis en el papel de la educación; y su apego a las concepciones del liberalismo. Sin embargo, había un elemento que la tornaba conservadora; era su concepción del desarrollo, que estuvo signada por la casi reverencial admisión de una especie de fatal e inexorable destino humano hacia el progreso, que hacía innecesaria la ruptura violenta del orden. En momentos de crisis económica, cada vez mayor dependencia al capital norteamericano, y gran corrupción política, el Positivismo había agotado sus propuestas.

No obstante, como veremos, la ruptura no estaría libre de errores. El rechazo a los viejos políticos y a su visión positivista de la sociedad cubana se llevó a extremos, con la manifestación entre los nuevos intelectuales de una respuesta filosófica marcada por el pesimismo y el apoliticismo. Esta emergió, más que como una corriente, cual un conjunto de tendencias y posiciones que tuvieron como característica común el espiritualismo o irracionalismo. Sus propuestas se basaban en la búsqueda de la espiritualidad; en ideas románticas sobre las culturas autóctonas del continente americano; en rescatar la sensibilidad, el misticismo, la belleza y la emotividad. Fue loable su interés en recuperar al hombre como centro de las inquietudes filosóficas, su humanismo, y los aportes que realizaron a la teoría de los valores y a la axiología en general. A estas concepciones se debió el rescate del pensamiento martiano y su verdadera difusión en Cuba.

La Revista de Occidente, dirigida por el filósofo español José Ortega y Gasset, fue responsable de la difusión en Cuba de esas ideas, en gran parte provenientes de Alemania. Particularmente, la influencia de la obra de Hermann Keyserling (Livonia, 1880–Austria, 1946), fue notoria en esta etapa. Ese filósofo y ensayista fue una de las personalidades más distinguidas de la cultura europea de su época. Se interesó en las ciencias naturales y efectuó un periplo alrededor del mundo en 1911, del que resultó su obra más célebre, Diario de viaje de un filósofo (1925), que describía sus visitas por Asia, América y Europa del Sur, y establecía comparaciones entre pueblos, culturas y filosofías. El pensador alemán se había convertido en un crítico del materialismo occidental, al que oponía como disyuntiva más atractiva la búsqueda de la perfección interior, tan propia de las filosofías orientales. El artículo “Hermann Keyserling, universitario”, publicado en Revista de Avance planteaba:

[…] No debemos esperar la reforma de los factores externos. El mal, la decadencia, está en nosotros mismos. La lucha debe entablarse contra nosotros mismos […] La revolución debe operarse en cada uno de nosotros; no en cada grupo, en cada clase […] La perfección interior se traduce mejor en individualidades que en multitudes.

[…] Nosotros no somos agnósticos. Necesitamos un nuevo mito, nuevas creencias. Nuestra fe no se limita a simples afanes científicos. Buscamos algo más hondo, más vital […]  Necesitamos nuevas concepciones religiosas y éticas […] debemos tender a la perfección interior de cada uno de nosotros. Despertemos nuestro yo interior.[3]

El desencanto por la república de generales y doctores, al combinarse con la idea de que lo “lo explicativo va predominando sobre lo agitador”, y de que el progreso debía entenderse como cosa  “hacia dentro” y no como el despliegue de las fuerzas externas —según afirmara Medardo Vitier en una reseña—[4], se convertía de este modo en una filosofía de la parálisis. Ciertamente, no existe nada tan conservador, tan sutilmente desmovilizador para las sociedades en crisis, necesitadas de cambios estructurales y de transformaciones profundas; que la apelación a un cambio de mentalidades, al rescate de valores o a la defensa de mitos y conceptos. Esto sería invertir el axioma materialista de que las personas piensan de acuerdo a como viven, y sugerir que transmutar las formas de pensamiento es suficiente para una evolución de la vida material de las sociedades.

La influencia de esas tesis se descubre en intelectuales progresistas como Waldo Frank, ensayista norteamericano y amigo del pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui, que lo recomendara a la intelectualidad de la Isla durante la visita del primero, a fines de 1929. El norteamericano impartió tres conferencias en la Institución Hispano Cubana de Cultura; entretanto, los avancistas fueron excelentes anfitriones, le dedicaron un almuerzo y publicaron en su revista el mensaje a la juventud cubana:

Aceptad vuestra entera generación como un punto de transición, como una crisis de prueba, como un estado embrionario. […] Vivid hondamente, secreta, voluntariosa, astuta, nutriciamente, como ha de vivir el embrión. Conoceos a vosotros mismos, cultivaos, haceos mejores: preservad la semilla de la acción heroica, que está en vosotros. No la dejéis perecer porque no haya llegado aún su hora de alzarse al sol. Si persistís en vuestra vida embrionaria durante otra generación, Cuba nacerá por vosotros […]. Y, sobre todo, no exijáis resultados. Los resultados están en el mañana. Vosotros sois el hoy […].[5]

Algunos aceptaron esta propuesta. En cambio, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Gabriel Barceló, Raúl Roa, Antonio Guiteras, Juan Marinello, y otros intelectuales revolucionarios decidieron ser el hoy y no el mañana de su tiempo. Porque para convertirse en una generación no se puede esperar al futuro.

[1]Joel James Figarola: Cuba 1900-1928. La República dividida contra sí misma, Arte y Literatura, La Habana, 1976, p. 265.

[2]  “Directrices”, Revista de Avance, no. 24, 15 de julio de 1928, p. 171.

[3] Jorge Núñez Valdivia: “Hermann Keyserling, universitario”, Revista de Avance, no. 13, 15 de octubre de 1927, pp. 12-13 y 25.

[4] Medardo Vitier: “El mundo que nace [de] El conde de Keyserling”, Revista de Avance, no. 19, 15 de febrero de 1927, pp. 57-58.

[5] “A la juventud cubana”, Revista de Avance, no. 42, enero de 1930, pp. 5-6.

18 diciembre 2019 21 comentarios 403 vistas
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La fábula de los tres Manueles

por Giordan Rodríguez Milanés 13 diciembre 2019
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

El canal Cubavisión está transmitiendo la telenovela Entrega. La serie cubana nos enseña a un joven profesor de la asignatura de Historia. Manuel fomenta el debate en el aula, respeta los criterios de sus alumnos, les permite a algunos, incluso, que intenten argumentar la tesis de que hubo, antes de 1959, una Habana mejor que la actual.

Manuel tiene un personaje antagónico en el ámbito escolar: otra profesora que parece encarnar el dogmatismo y la intolerancia pedagógica. También tenemos una especie de árbitro –como en toda estructuración dramática que se respete—; el director de la escuela: un hombre joven, capaz de escuchar a los contendientes, tratar de reconciliar sus posturas y –¡sorpresa!—, asumir riesgos. Si fuera así sería realmente hermoso.

En el contexto de la ficción, contada con habilidad y coherencia según los cánones del género telenovela, Manuel es un personaje simpático para la audiencia. Tan simpático, que nuestros medios le han dedicado titulares como: “Entrega dignifica la enseñanza de la Historia de Cuba” publicado en el Portal de la Televisión Cubana. O loas como las de la reconocida crítica de la televisión Paquita de Armas, quien escribe en Cubadebate: “La telenovela Entrega por su guion creíble y su buena puesta en escena, me gusta”. Es precisamente en lo referido al “guion creíble”, donde tengo ciertas dudas.

Hagamos una digresión necesaria:

El 1ro de Octubre del año en curso, el Consejo de Dirección de la Universidad de Oriente (UO) emite una declaración en la cual, además de aceptar que habían expulsado al Doctor en Ciencias Jurídicas René Fidel González García, y de haberle invalidado la condición de profesor titular, considera como acto impropio del docente cubano sus escritos en sitios de izquierda como Rebelión, La Joven Cuba y otros. Según la declaración, los escritos de René Fidel, cito: “…provocaban que profesores, estudiantes y ciudadanos en general cuestionaran los contenidos o se afiliaran a sus posiciones…”.

O sea, el profesor de la asignatura Historia del Derecho estaría precisamente fomentando el debate democrático entre sus alumnos y colegas y, vuelvo a citar: “sin posteriores explicaciones ni argumentaciones de su parte”, todo lo cual para el Ministerio de Educación Superior sería inaceptable. Que un profesor universitario en Cuba mueva al pensamiento y, de contra, respete las interpretaciones individuales de sus alumnos o colegas, no puede ser tolerado de ningún modo por nuestra burocracia política pedagógica.

Volvamos a la telenovela:

En el inicio, a los alumnos no les interesa la asignatura de Historia.  Gracias a los métodos de Manuel, el profesor que nos muestran como “modelo” –en dramaturgia se le llama “arquetipo”—, los alumnos comienzan a motivarse hasta quién sabe qué final esperanzador nos aguarde. Hay una escena muy interesante en Entrega: los estudiantes, como cumplimiento de una tarea, llevan a la clase fotos de La Habana de antes de 1959 y las comparan con su presente. Ahí hay una representación simbólica del enfrentamiento ideológico entre dos sistemas de valores.

Al televidente, mero espectador, le pasará inadvertida tal representación simbólica y su resolución manipuladora, debido al muy hábil desvío que la puesta y el guion hacen hacia los conflictos interpersonales –el profe y la chica rebelde, la chota del grupo contra los aparentes dislates individuales, etc—, y la determinante  focalización conclusiva en el profesor cuando dice: “Yo no sé ustedes, muchachos, pero yo prefiero quedarme con esta Habana”, y señala las fotos de la actual, y los invita a ¡pensar y reflexionar! Nada más y nada menos que a ¡pensar y reflexionar!

La escena descrita explica por qué la censura, omnipresente en el ICRT, no blandió su cuchilla esta vez, y “deja pasar” a los guionistas un personaje protagónico como Manuel, en oposición a un personaje dogmático como  la profesora de otro grupo, y a  un estudiantado –representado por el grupo de alumnos de Manuel— que se cuestiona su circunstancia de vida.

La censura permite la escena porque les sirve a los ideólogos para dar la impresión de que en nuestras aulas hay democracia. Hay que dar a entender que es una falacia eso de que en el aula cubana hay que pensar como el profesor, de que en las clases de Historia en particular, y en las ciencias sociales, políticas y humanísticas en general, hay que coincidir con el profe y el libro de texto.

“¡Eso no es tan así!”, nos están diciendo los guionistas, el director, los asesores, la jefatura de la redacción de programas dramatizados, la subdirección de programación del canal, el director de la Televisión Cubana, el presidente del ICRT, el funcionario del Departamento Ideológico del CC del PCC que los dirige…

Pero la Declaración del Consejo de Dirección de la UO del 1ro de Octubre de 2019 desmiente la telenovela. Sus antecedentes: la opinión pública de la viceministra del MES, Marta del Carmen Mesa, sobre cómo debe ser un profesor universitario, y aquella intervención del Ministro del MES en la Mesa Redonda sobre el mismo tema, nos están diciendo lo contrario. Que no le permitan impartir las asignaturas de Historia del Derecho y Sociología de la Cultura al doctor Julio Fernández Estrada –además de René Fidel González García— desmiente la telenovela.

De modo que el personaje de Manuel en Entrega, no es más que eso: un personaje de ficción. La recreación imaginada que un escritor concibió y compuso un actor tras observar los jirones de Julio y René en algunas escuelas de La Habana.  Julio y René, en cambio, son reales y han sido excluidos por su diversidad. Son tres los manueles, el Manuel resulta creíble solo en la aspiración de los cubanos que entendemos que un debate democrático y democratizador en nuestras aulas nos hará una nación de mujeres y hombres mejores y, por consiguiente, una mejor nación.

En la vida real –fuera del ámbito dramático—, Manuel estaría también expulsado de la enseñanza universitaria puesto que, como declara el Consejo de Dirección de la UO: “No hemos permitido, ni permitiremos jamás, ningún intento subversivo de socavar nuestra principal misión, que no es otra que formar profesionales competentes con la Cuba que verdaderamente queremos…”

La pregunta es: ¿Qué Dios Omnipotente le ha dado a unos cuantos la potestad de totalizar la Cuba que queremos?

13 diciembre 2019 48 comentarios 509 vistas
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Los narradores de la continuidad

por Alina Bárbara López Hernández 6 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

No es la primera vez que me refiero a la reacción de medios oficiales cubanos respecto a las personas que asumimos una postura crítica sobre determinadas problemáticas de la situación del país. En el artículo «Antiguas costumbres» aludí a la satanización que se hizo de ellas bajo la etiqueta centrismo durante el año 2017, en un período de relativa distensión política bajo el gobierno de Barack Obama.

Argumenté entonces que esa reacción emergía prohijada por el sectarismo de matriz estalinista que portó el Partido Comunista desde su surgimiento. Dicha posición sectaria, como afirmara Fernando Martínez Heredia, «garantiza contra toda contaminación, a costa de hacer estéril la política propia, y trae consigo un pensamiento que solo admite unas pocas certezas establecidas previamente y una necesidad permanente de excluir, junto a los enemigos reales, a los “enemigos”, “renegados”, “desviados”, “embozados”».[1]

Durante el debate del proyecto de Constitución, y ante la visibilidad que este tuvo en medios digitales, salieron a relucir otras etiquetas difamadoras. Esta vez éramos nuevos revolucionarios para algunos o enemigos del pueblo para el resto.

Escribí en aquel momento el artículo «Los otros», en el que expresaba:

Acostumbrados a la pugna contra un enemigo histórico, los representantes de la ideología oficial no han sido capaces de reaccionar a la emergencia de un pensamiento crítico que, desde su propio terreno, reclama como propio un marxismo verdaderamente dialéctico, demanda un socialismo efectivamente participativo y percibe a la burocracia como un peligro más terrible que el bloqueo de EE.UU.

Es ostensible el furor que muestran los hasta hace poco únicos dueños del discurso de la nación. Perciben que su propio análisis, el que utilizaran siempre para examinar de manera crítica los problemas de otros países, también es útil para enjuiciar la realidad insular. A veces no distingo si tanta molestia es síntoma de prepotencia o de agotamiento, pues como bien aseveró Sun Tzu en El arte de la guerra, al referirse a los enviados de un jefe militar: “Si sus emisarios muestran irritación, significa que están cansados”.

Como parte de la usual estrategia descalificadora, se puede ubicar también el artículo «“Progresismo” en Cuba y memorias del subdesarrollo», de Karima Oliva y Vibani B. Jiménez, que hace pocos días fuera publicado por la revista Cuba Socialista. No serán miembros del PCC, como afirmaron en una entrevista a Iroel Sánchez, incluso ambos viven en México y él es natural de aquel país; pero la revista que los acoge es la publicación teórica reconocida del único Partido en Cuba, de ahí que la considere un medio oficial.

En su texto, ellos engloban bajo el término progresismo a cualquier perspectiva que se aparte de lo que denominan «el ejercicio libre del pensamiento crítico desde la revolución».[2] Dan así la espalda a una realidad que es incómoda y que describí en la ponencia «Los intelectuales y sus retos en la época actual»:

La intelectualidad insular estuvo polarizada por mucho tiempo de manera simplista entre los que se oponían a la revolución socialista y los que la defendían incondicionalmente. Tal escenario se ha modificado, y entre esos polos extremos se extienden hoy múltiples corrientes de pensamiento que coinciden en la crítica al modelo socialista burocrático, sin que renuncien a un gobierno de esa tendencia.

Oliva y Jiménez han tomado esas múltiples corrientes para fundirlas en una. Psicólogos de formación, intentan instaurar una especie de modelo único de conciencia política. Algo similar hizo la antropología psicológica cuando afirmaba que existían modelos culturales en base a la personalidad de las culturas, y que cada pueblo tenía un espíritu específico.

Pero esto es otra cosa. A los referidos autores les bastó una palabra, progresismo, para homogenizar a todos los enemigos: reales, potenciales o hipotéticos; amantes de la economía de mercado o del socialismo libertario; anarquistas, socialdemócratas, socialistas, anticomunistas…

Unidad es la palabra de orden, o mejor, enemigos de todas las tendencias: uníos. Partido único vs modelo único de pensamiento adverso. Muy simplificador, muy cómodo, muy oportunista. Sobre todo, muy esclarecedor de la actitud del Partido hacia la crítica. Ciertamente que son continuidad.

La etiqueta, además, es confusa, pues bajo el mismo concepto se refieren los analistas políticos —algunos internos—, a ciertos gobiernos de la región bien vistos por el gobierno cubano, como los de México y el electo en Argentina.

Pedro Monreal se refirió atinadamente al error de método en que incurren Oliva y Jiménez al no aportar evidencia alguna que sostenga su clasificación del progresismo como una corriente de pensamiento. Por ello no es un ensayo y sí un artículo de opinión lo que leemos bajo su firma. Un ensayo requiere contrastación de tesis y aquí, sin haber analizado un nombre, un texto, un enfoque, una fuente; no es posible aceptar, siquiera entender, el punto de vista que ofrecen los articulistas.

Interrogada por Iroel Sánchez sobre por qué se abstuvieron de hacer esas referencias, la respuesta de Karima Oliva nos deja más confundidos aún:

No nos referimos a ninguna persona o medio en específico porque lo significativo que vemos en ellos es precisamente el formar parte de lo que identificamos como una corriente de pensamiento con determinadas características dentro de cierto sector. Fue en la caracterización de esta corriente donde quisimos poner la mirada. No considero serio personalizar un análisis que precisamente adquiere interés para nosotros en la medida en que se va convirtiendo en análisis de una tendencia y no de la obra de algún intelectual en específico…

Vieron el bosque, pero no los árboles; es obvio que no les interesaba hacerlo. Después de valorar a los progresistas como elitistas, acaban por confesarse igual de sectarios y parcializados. Vibani Jiménez afirma: «En realidad el texto no está dedicado a los actores mediáticos que se asumen dentro del progresismo, presentándose constantemente como lo que no son. Va dirigido sobre todo a quienes identificamos como compañeros de una lucha común por el socialismo, incluso más allá de las fronteras, para servir al diálogo honesto y la reflexión seria». En fin, el texto es sobre el progresismo, pero no está dedicado a los progresistas, sino a sus detractores.

Faltan argumentos, eso es indudable, como también lo es que a los autores les sobra presunción. En la mencionada entrevista, Karima Oliva argumenta algo que rompe con cualquier tratado de lógica: «Rápidamente algunos se sintieron aludidos y reaccionaron de forma defensiva ante el texto. Esto, a nuestro entender, pone en evidencia que la tendencia que estamos describiendo existe. Interpretamos la magnitud de su incomodidad con el grado de certeza que tuvimos en describir el fenómeno».

Si tomáramos ese juicio para invertirlo, sería muy relevante el grado de incomodidad de la esfera ideo-política del Partido Comunista y sus diversas dependencias respecto a los críticos de cualquier tendencia, que tendríamos, según el curioso razonamiento de Oliva, toda la certeza en nuestros puntos de vista.

Tres acápites dividen al artículo. Los dos primeros —«Intelectualismo “progresista” y sus referentes», y «“Progresismo”, influencers cubanos y capital intelectual redituable»—  son extensos y pueden despertar el mayor interés, pues en ellos es que se fundamenta la existencia de la fantasmal corriente única. Sin embargo, el tercero: «Pensamiento crítico y socialismo en Cuba», apenas de tres cuartillas, es dónde se logra deducir la intención real del texto.

Leamos con detenimiento tres citas de las que he enfatizado algunas frases:

«En este sentido, es claro el planteamiento del gobierno revolucionario sobre el hecho de que en Cuba sólo puede haber lugar para la continuidad y profundización del socialismo en un proceso de carácter irreversible».

«Es desde la continuidad como se puede profundizar la democracia socialista…».

«Y es precisamente también el ejercicio libre del pensamiento crítico desde la revolución, el que permite reivindicar el socialismo cubano…».[3]

El disfraz utilitario que intenta hacer pasar al gobierno por la revolución, una vez rasgado, nos permite calar bien que este artículo, con apariencias de novedad, es exactamente más de lo mismo. El mensaje es claro: solo los gobernantes y sus ideólogos oficiales saben discernir entre el bien y el mal, solo ellos pueden actuar como guardianes de la doctrina.

El embuste de que la corriente del progresismo, en cohesión unánime, apela a valores propios de la democracia burguesa; intenta ocultar la lucha de  intelectuales y ciudadanos porque se cumplan la democracia y el estado socialista de derecho que fueron aprobados en la constitución cubana.

La libertad de pensamiento, de expresión, de manifestación, de movimiento; la no discriminación por motivos ideológicos, y, no menos importante, la conversión de la propiedad estatalizada en propiedad realmente social con la consiguiente transparencia de la gestión pública, son motivo de tensiones constantes en este país. No son mitos de la democracia burguesa, son deudas pendientes del socialismo burocratizado que tenemos.

Buscando una narrativa común al progresismo, Oliva y Jiménez se convirtieron en los narradores de la continuidad. A mí, en lo personal, me ofende menos la etiqueta de progresista que la de continuista. El continuismo siempre es conservador.

Los progresistas tenemos mejores oportunidades.

[1] Fernando Martínez Heredia: La revolución cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

[2] Op. cit. p. 13

[3] Op. cit., pp. 12 y 13.

6 noviembre 2019 27 comentarios 612 vistas
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