La mayoría de las fuentes confirman que el 28 de abril de 1986, Mikhail Gorbachev -entonces primer secretario del PCUS-, montó en cólera porque sólo fue informado de la envergadura del accidente en la Central Electronuclear de Chernobyl, cuando ya la radioactividad había afectado a cientos de miles de personas a la redonda que no fueron evacuadas a tiempo. La KGB y los funcionarios partidistas entendieron que era preferible la radioactividad a que los enemigos ideológicos en Occidente se enteraran de lo que ocurría.
Es un hecho que ni la radio, ni la prensa, ni la televisión soviéticas publicaron nada de lo sucedido hasta mucho después. Un fotorreportero logró una imagen del reactor en llamas, fueron amonestados él y el piloto del helicóptero que lo llevó porque “no habían sido autorizados”. Solo mucho tiempo después se publicó esa imagen en Rusia.
Entre la urdimbre de fakes news, propaganda política, falsos positivos, notas de prensa, conatos faranduleros y buen periodismo, presionados por la velocidad en la que se vive en las redes y el mundo real, quizás no nos percatamos de ciertas señales que (vistas con una cuota personal de fatalismo, confieso) pudieran estarnos alertando sobre nuestro propio Chernobyl.
El incendio en un centro tecnológico de ETECSA en Santa Clara retrasó casi un año la introducción de la tecnología 3G en Cuba. El colapso de la pizarra general de distribución eléctrica del hospital clínico quirúrgico de Manzanillo y el simultáneo fallo de sus sistema de alimentación emergente, puso en riesgo la vida de pacientes en las salas de terapia intensiva. Incendios en varios hospitales en La Habana y el derrame de cientos de miles de litros de combustible en la bahía de Matanzas y un central en Calimete. Todos estos hechos sustentan nuestra alerta.
Ninguno de ellos ha sido una catástrofe comparable, por su impacto y trascendencia, con lo ocurrido entre el 26 y el 27 de abril de 1986 en las cercanías de la ciudad ucraniana de Pripyat, pero…
Según informes posteriores publicados por los soviéticos y la Comisión de la Organización Mundial de Energía Atómica que investigó el accidente, Chernobyl fue el fatal resultado de 13 causas entre las que destacan: bajo nivel de cultura sobre seguridad nuclear en la URSS y de una legislación al respecto; atención insuficiente al factor humano, y la aspiración de los ingenieros y expertos involucrados en la prueba que provocó el accidente, de cumplir a toda costa la tarea que les habían encomendado para la noche del 26 de abril.

Foto: HBO
¿Sabemos cuántas y en qué grado esas causas han determinado alguno de los siniestros sucedidos en Cuba en los últimos meses?
Nuestra prensa, como en su tiempo lo hizo la soviética, luego de reportarnos el hecho y las medidas de “contención”, calla. Nunca la responsabilidad tiene nombre y apellidos públicos. Nunca sabemos en detalle qué mecanismos de control administrativo y de seguridad tecnológica fallaron ni, mucho menos, el grado de responsabilidad o no de los gobiernos y las estructuras de control y supervisión estatales en los territorios donde suceden los siniestros.
Mientras tanto, los medios de comunicación y plataformas contrarias a la Revolución, hacen su festín. Aplican el viejo principio goebbelliano de la aguja hipodérmica, nos repiten los hechos una y otra vez. Lo consideran fallas sistémicas del proyecto sociopolítico cubano. Descontextualizan un fenómeno que, en la mayoría de los casos, es resultado de la desidia en determinada estructura empresarial, del incumplimiento humano de normas ya establecidas, o de la falta de gestión de unos cuantos improvisados.
Me atrevo a aventurar que nuestros ideólogos -como los que no informaron a tiempo a Gorbachev con la esperanza de que “el problema no fuera grave”-, insisten en ocultar los detalles para “no darle más argumentos al enemigo”. Mientras, el próximo accidente se va fomentando subrepticiamente porque quienes lo pueden evitar saben que, suceda lo que suceda, mientras no se les compruebe intencionalidad o “problemas de principios”, las consecuencias legales para sí mismos serán mínimas, y no serán públicas.
Y aquellos a los que les parezca más importante indagar sobre la intención de este artículo, que ponerse a reflexionar humilde y autocríticamente sobre su contenido. Les digo que mis intenciones son claras: no deberíamos permitir que jamás, jamás, bajo este gobierno ni cualquier otro, bajo este sistema si fuera eterno ni cualquier otro. No deberíamos permitir un Chernobyl en Cuba, ni el triste y heroico destino de los soldados voluntarios que limpiaron los desechos radioactivos. No deberíamos tener “liquidadores” que mueran limpiando los errores de otros.