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participacion ciudadana

Sujeto

El sujeto que necesitamos

por Manuel García Verdecia 26 abril 2022
escrito por Manuel García Verdecia

El espacio que habitamos ha estado marcado durante más de sesenta años por la impronta de una revolución. Este fenómeno ha permeado todas las esferas de la sociedad, de modo que lo que se espera en un ámbito así es que los individuos actuantes en él sean revolucionarios.

Debido a ello, en el principio se pretendió forjar el «hombre nuevo», un sujeto que acogiera todas las señas de quien construye una sociedad desconocida hasta entonces. Pero esto se asumió desde presupuestos principalmente ideológicos y con una dirección burocrática que muchas veces contravenía lo que se procuraba.

No se realizó desde una generosa y profunda formación humanista de valores que gradualmente se enraizaran como convicciones para la actuación. Antes bien se concibió como un intenso adoctrinamiento despersonalizado y dogmático, donde el discurso importaba más que la acción práctica. Consecuentemente, se premió más la obediencia y disciplina formales que la actitud consciente.

¿Cuántos de nuestros conciudadanos no proclamaron por años el propósito de ser «como el Che» (modelo de alta exigencia ética) y luego enrumbaron por sendas totalmente opuestas y devinieron individuos antisociales que refutaban tal objetivo? La aparición de conductas negativas que se han desarrollado en el país, denunciada por el entonces primer secretario del Partido, Raúl Castro —en su discurso ante la Asamblea Nacional el 7 de julio de 2013—, es muestra fehaciente del fracaso.

Los valores se forman desde la actuación sensible y consciente, así como en el más desprejuiciado y abierto humanismo. La decencia, la honestidad, la honradez, la sinceridad, la sensibilidad, la solidaridad, la participación, la responsabilidad, la productividad, la cooperación, etc. no son de izquierda ni de derecha, sino de lo más enraizadamente humano. No son lemas ideológicos, sino modos de ser debidamente interiorizados.

A pesar de lo dicho, vivimos rodeados de seres que se autoproclaman revolucionarios aun cuando su actuación se aleje notablemente de lo que presupone tal calificativo. Se presume que un revolucionario sea alguien que continua y denodadamente luche por mejorar las condiciones en que vive, por cambiar los nudos que impiden un avance sistémico incesante y, a la vez, por mejorarse a sí mismo a través de su aportación.

Sujeto

(Foto: GTRES)

Muchos de los que se autodenominan así, son personas que básicamente se atienen a cumplir órdenes incondicionalmente, repetir postulados recibidos y mantener una conducta según lo estipulado por quienes marcan la pauta del proceso llamado Revolución.

Por lo general, no estudian la vida, no se inspiran en las vicisitudes de su entorno y de sus conciudadanos para trazarse nuevos propósitos y formas de actuación. Los impulsa su concepto del deber y no el verdadero ser. Es esto lo que conduce a un estatismo frustrante e improductivo. El país está necesitado de sujetos activos, ampliamente informados, atentos al fluir de la vida, con un pensamiento crítico, que sientan la necesidad de transformar el estado de cosas hacia una permanente superación.

El espíritu de transformación —y consecuentemente de auto-transformación— es principal. No se puede ser un mero perceptor o receptor de lo que acontece. Hay que involucrarse generadoramente. No se trata de cambiar solo para dar muestras de que algo se mueve. Se trata de ir a tono con el contexto y las exigencias de los tiempos y los seres humanos que transitan por ellos, para crear las condiciones de existencia donde mayoritariamente estos se puedan desarrollar satisfactoria y armónicamente.

Una sociedad que aspira a un modo de vida altamente cívico y próspero, demanda seres que tengan la voluntad de hacer lo posible para lograrlo, siempre pensando que no se puede postergar la vida. Ella es nuestro patrimonio mayor y es único e irrepetible. Hay que empezar a alcanzar lo ansiado desde hoy. De ahí la constancia indetenible del denuedo exigido.

Por esto es tan necesario el sujeto activo. Según mi parecer, este no debe semejar a un soldado que se limita a cumplir órdenes. Antes bien, debe ser un creador que, a partir de su conocimiento e información, así como de su involucramiento con el medio, comporte una constante intervención que lo lleve a obrar con opiniones y acciones en la evolución de su entorno. Ello implica, principalmente, una vocación humanista, un espíritu crítico, una inclinación meliorativa, en sentimiento cooperativo, una responsabilidad participativa, una postura cívica, así como una voluntad emprendedora.

Es  muy necesario el desarrollo de una conciencia crítica, pues el análisis sensato, la indagación constante y la inconformidad con los postulados osificados, son premisas para cualquier transformación. No obstante, a la vez, es imprescindible una postura activa en la búsqueda de solventar aquello que se critica.

Esto hace necesario que tal sujeto esté sensibilizado con los asuntos de sus conciudadanos y que sienta la responsabilidad de hacer, no solo por él mismo, sino por los otros. Se supone que, si cada cual asume esta actitud, pues la solidaridad y la armonía desplazarían a la indiferencia y el desdén típicos de la mentalidad gregaria que se guía por lo establecido. Al tener esa postura, consciente y activa, este sujeto estará apercibido de que las instituciones que los hombres crean para organizar y orientar a la sociedad solo los representan y a ellos deben responder.

Esto quiere decir que dichos sujetos tendrán una conducta vigilante para evitar que el estado y sus instituciones devoren a sus ciudadanos y lograr que los derechos e intereses de estos prevalezcan. Solo con tal actitud alerta se puede vencer cualquier situación de burocratismo autoritario, castrante e infuncional respecto a lo que necesitan y buscan los individuos.

Sujeto

(Foto: GTRES)

Para que ello se logre, se requiere un alto sentido de responsabilidad ciudadana, así como las condiciones que estimulen la actuación de ese tipo de individuo, antes que frenarlo, en circunstancias que incentiven su iniciativa y actividad transformadora.

Tal sentido de responsabilidad significa que los sujetos deben estar imbuidos de que es necesario que cada cual haga su parte y que ningún logro material o espiritual puede concretarse si no estamos convencidos y decididos a alcanzarlo. La libertad, la prosperidad, la democracia, la urbanidad armónica, solo se alcanzan si primero existen como determinación en nuestro fuero interno, que es quien dirige nuestro proceder.

La indiferencia a tomar partido, el temor a expresar lo que se piensa y la contención a actuar por iniciativa propia, solo derivan de espíritus ignorantes, domesticados y sin altos propósitos en su existencia. Hacen falta individuos atrevidos, que se arriesguen para obtener algo mejor, que quieran hacer su vida y no que esperen porque alguien se la diseñe.

En esto la autoestima es fundamental, pues si los individuos no tienen conciencia de lo que merecen ser, ni actúan a la altura de los tiempos por los que transita la humanidad, nada lograrán. Es necesario que vean su existencia como una creación a partir de sus deseos y aspiraciones, únicamente posible mediante su voluntad y desempeño. Porque la vida humana no es solo una realización biológica sino, sobre todo, una cultural y espiritual, lo que da preeminencia a la disposición del sujeto.

Es imprescindible desterrar el nefasto espíritu de masa, materia informe y manipulable, ente abúlico que solo sigue los impulsos de una fuerza externa superior. Debe sustituirse por el de un sujeto actuante, alguien que dialoga, concierta y actúa con sus semejantes para elevarse sobre las vicisitudes, carencias y limitaciones hacia su realización plena.

Tal vez esto parezca platónico, pero no lo es. Se necesita la voluntad que abra oportunidades y cree el contexto propicio para que germine un sujeto activo. En fin, más que el seguidor entusiasta de una idea que lo lleve a portarla como insignia permanente de identificación («revolucionario»), el país necesita de ciudadanos conscientes, sensibles, activos y escrupulosamente cívicos.

26 abril 2022 20 comentarios 1.589 vistas
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Inxilio (1)

Inxilio ciudadano y diálogo nacional

por Mario Valdés Navia 15 septiembre 2021
escrito por Mario Valdés Navia

Casi la quinta parte de los cubanos y cubanas vive en la emigración. La mayoría de ellos se reconoce como exiliados, tanto por sus motivaciones políticas como por el trato discriminatorio que reciben del gobierno; en particular, la prohibición de participar en la vida económica, social y política de la Isla, lo que desconoce su cualidad de ciudadanos cubanos.

Existe, sin embargo, otra parte sustancial de la población que vive en el archipiélago y tampoco participa cívica y políticamente como quisiera y debiera; muchos ni siquiera lo intentan. A ese sector es al que denomino inxilio ciudadano.

Cuando se levantan voces que claman por un diálogo nacional incluyente, que permita discutir y resolver los acuciantes problemas de la nación, es llamativa la falta de participación de amplios sectores sociales en esta lucha crucial. ¿Será que no existe una voluntad mayoritaria sobre la necesidad de convocarlo y basta con el remedo de diálogo que organiza el gobierno con grupos de sus parciales? ¿O será que para la mayoría apenas comienza el proceso de resurgir del inxilio ciudadano en que vive?

-I-

Aristóteles dejó sentado que «el hombre es un animal político», en alusión a los derechos y deberes de todos los ciudadanos griegos de participar en el gobierno de sus respectivas ciudades-Estado (polis). Este principio ha constituido la quintaesencia de la democracia, en correspondencia con su carácter de clase (esclavista, feudal, burguesa, obrera).

Las revoluciones y las profundas reformas democrático-burguesas que destruyeron el Feudalismo y crearon las modernas naciones capitalistas en Europa, América y Asia; elevaron los derechos políticos de los ciudadanos —de expresión, imprenta, elegir y ser elegidos por el voto individual, etc.— a la categoría de derechos humanos universales.

La lucha incesante de los trabajadores y sectores marginados por hacer realidad estas conquistas ante gobiernos elitistas y soberbios, ha dado lugar a la actual legislación sobre los derechos humanos, enriquecida luego con el añadido de los de segunda (económico-sociales) y tercera generación (diversidad).

Rebeliones, manifestaciones callejeras, huelgas, cartas de demandas, movimientos sociales, partidos políticos, campañas electorales, ascenso y entronización de líderes populares; son vías de participación política utilizadas por sectores populares en el mundo moderno. Nunca el enajenante inxilio en una supuesta zona de confort personal (casa, familia, amigos) y el olvido/rechazo del deber de luchar por sus derechos conculcados, han sido atributos de los ciudadanos que claman por cambios políticos.

Inxilio (2)

Para hacer realidad los principios de «Igualdad, Libertad, Fraternidad» —transformados por la reacción burguesa-terrateniente en libertad de explotar a los trabajadores y el resto del mundo—, surgió y se desarrolló el movimiento socialista. La propia Revolución de Octubre se hizo bajo la consigna: «¡Todo el poder a los soviets!», no al Partido Bolchevique.

La constitución del estado burocrático en la URSS fue un proceso complejo y gradual de sustitución del poder de los órganos de autogobierno de obreros, campesinos y soldados, por burócratas del PCUS y el Estado soviético, quienes lograron neutralizar y aplastar los mecanismos democráticos populares y sustituirlos por sus instrumentos amañados para eternizarse en el poder.  Con cada limitación sobre el control obrero y la crítica revolucionaria, la revolución proletaria fue cediendo paso a la contrarrevolución burocrática.

En el ejercicio del poder burocrático socialista se torna vital la cuestión de quiénes ejercen la participación a plenitud: funcionarios, expertos o ciudadanos. La experiencia histórica del «socialismo real» muestra que, mientras las tesis de los funcionarios de alto rango se transforman en orientaciones para la mayoría; los expertos son convocados únicamente cuando se requieren sus conocimientos, pero, por lo general, sus conclusiones son engavetadas y tenidas en cuenta solo si los cuadros superiores lo estiman conveniente.

Por último, los ciudadanos simples tienen escasas posibilidades reales de participar eficazmente, pues sus opiniones son ignoradas o recogidas para engrosar estadísticas. En el mejor de los casos, son recepcionadas y luego respondidas casi siempre mediante explicaciones que rechazan lo planteado.

La alta burocracia socialista sabe que los enemigos mortales de su hegemonía son la libertad de expresión e información y el control obrero; de ahí que los enfrente resueltamente por métodos cada vez más sofisticados, falaces y truculentos. Para ella, el pueblo existe como mayoría silenciosa/ruidosa, cuyas opiniones pueden ser loables siempre que vengan llenas de agradecimiento y lealtad; de lo contrario, son fastidiosas y solo se canalizan debidamente por las vías establecidas, en el momento y lugar adecuados.

Con el decursar de tal estilo de gobernanza, la ciudadanía es sometida a un proceso de castración de su espíritu cívico-político, carácter crítico y hábito de pensar por sí misma. En tanto, los burócratas hegemonizantes la entretienen, conduciéndola de una tarea en otra, como las hormigas pastoras a las bibijaguas.

En el afán de perpetuar su hegemonía, la burocracia empoderada minimiza el valor de la participación crítica de los trabajadores mediante un discurso híper optimista, que suele ocultar sus yerros con el fin de sostener vivas las expectativas de mejoramiento social a partir de prometer transformaciones que luego no son aplicadas, o se tergiversan durante su puesta en práctica.

Inxilio (3)

El pueblo existe como mayoría silenciosa/ruidosa, cuyas opiniones pueden ser loables siempre que vengan llenas de agradecimiento y lealtad. (Foto: ACN)

-II-

Hace un tiempo apunté que el socialismo cubano:

[…] también requiere socializar los sueños pues los seres humanos se mueven, ante todo, por las expectativas de prosperar y el socialismo necesita, como ningún otro sistema, la participación activa de la mayoría de los ciudadanos en los procesos sociales, económicos y políticos. Los actores principales de la transición son los trabajadores conscientes y sus familias, no los burócratas satisfechos con su alter ego social: la muchedumbre de exiliados internos. Esos que no se quejan de nada porque ya se sienten exiliados de la Revolución desde hace rato y, en el peor de los casos, solo piensan en irse allende los mares.

Ese inxilio cívico-político resulta contraproducente, mucho más en la actualidad, cuando la participación ciudadana como alternativa para superar la obsoleta representación tradicional —asambleas del Poder Popular, elecciones parciales cada cuatro años, convocatorias a debates multitudinarios devenidos catarsis colectivas— se torna un enfrentamiento esencial en la lucha de clases entre los sectores empoderados de la burocracia y el resto del pueblo. 

Para lograr un diálogo nacional es necesario que la ciudadanía exprese sus opiniones políticas con mayor énfasis y eficacia. No basta con la lucha ideológica sostenida en el ciberespacio entre los que pretenden eternizar el actual modelo socialista estatista/burocrático, los que desean reformarlo para hacerlo verdaderamente democrático y participativo, o los que procuran destruirlo hasta que no queden rastros de la Revolución Cubana.

Superar el inxilio ciudadano en pos de transformar para bien de las mayorías el estado de cosas actual, es un imperativo de estos tiempos y del futuro de Cuba. El empoderamiento de los componentes de la sociedad civil es vía ineludible para vislumbrar un diálogo entre compatriotas que piensan diferente, sin compromisos ni ataduras a las exigencias de ninguna potencia extranjera.

Cuando la crisis de los partidos políticos se vuelve un fenómeno generalizado ante actores surgidos y promovidos desde la sociedad civil, es impostergable que los cubanos y cubanas se organicen para defender y conquistar sus derechos. Sin interlocutores reconocibles el gobierno no cederá a la realización de un verdadero diálogo nacional, pero debe admitir el derecho de los actores de la sociedad civil a organizarse libres de ataduras estatistas/burocráticas.

Es imprescindible que los ciudadanos y ciudadanas que permanecen en un inxilio pierdan el miedo a salir del closet político en que se han dejado acorralar, y se arriesguen a expresarse con libertad en los diferentes espacios del país, tanto digitales como físicos: centros de trabajo, organizaciones sociales, calles, plazas, redes sociales…

Superar la postración política en que vive y muere la mayoría de la ciudadanía, no es una tarea para las nuevas generaciones, sino para todas las que convivimos en la Cuba de hoy. Solo con la contribución de todos y todas a un diálogo nacional inclusivo, nuestra niñez y juventud podrán forjar sus proyectos de vida en una patria digna, próspera y sostenible, que sus padres les entregarán de pie.

15 septiembre 2021 22 comentarios 2.004 vistas
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cartas

Tres cartas para servir a Cuba

por Delio Orozco González 25 julio 2020
escrito por Delio Orozco González

El 11 de junio del año en curso, el blog La Joven Cuba publicó el artículo «El Día Cero y una carta al Presidente»; antes, lo había enviado a mis contactos vía correo electrónico.

Más de uno me hizo llegar sus opiniones; empero, ninguno como el compatriota MDE quien haciendo uso de un derecho inalienable no solo se adhirió a las ideas generales del documento; sino, que me llamó la atención sobre el uso incorrecto del verbo “palear” en el sentido que quise darle y, lo más importante, disintió de una afirmación hecha por mi en la misiva a Díaz-Canel. Sus cartas y mi respuesta constituyen el núcleo de este intercambio de ideas.

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Guáimaro, 5 de mayo de 2020

Estimado amigo, Delio Orozco:

Hoy tuve la satisfacción de recibir y leer su mensaje “El Día Cero y una carta al Presidente”, lectura que me dejó la impresión saludable de que hay no pocos buenos cubanos sintiendo, pensando y actuando por el bien de todos; y a uno de ellos he tenido el gusto de conocerlo: usted.

Por mi parte, no he podido acceder al citado video que, versando sobre temas tan calientes y cruciales, usted pudo conocer. Igual, no pude ver otros videos que han sido “dirigidos” a los “cenáculos” privilegiados de los que, usted bien dice: cuando la información y la participación se quedan en ellos como patrimonio exclusivo (deviniendo así mecanismo excluyente), solo resulcae con mucha frecuencia en la cuenta de “tan emanaciones amargas.

No obstante, gracias a su mensaje, me entero –desde aquí, mi Guáimaro, Nación Minúscula y matria entrañable– de esos procesos y de sus sinceras inquietudes al respecto. Le agradezco como cubano, de corazón, su actitud y proactividad martianas.

Los mensajes, muy bien escritos y con la elocuencia que ya usted nos ha probado en su oratoria de manzanillero cabal, punzan y empujan a mover el cerebro y la mano. Apenas si, en la escritura que se deja adivinar febril y urgente, se salta una letra u otro signo, sin que ello baste a manchar ni lastimar la elegancia del texto y, sobre todo, sin demeritar su poder de convocatoria.

Quizá deba revisar un verbo: “palear”, que usted empleó un par de veces, cuando creo que debió escribir “paliar”, cuya entrada en el Diccionario Actual de la Lengua Española acabo de revisar y aquí le copio:

paliar (del lat. palliare, tapar) tr. Encubrir, disimular. || Mitigar, atenuar la violencia de ciertas enfermedades graves.

Pero, a un detalle que mucho importa: sí me pinchó, con savia urticante, una afirmación suya que pudiera (y debiera) impugnarse, y la cito: “… de nada sirve denunciar o alertar si no se ofrecen remedios”… (El subrayado, mío, es la punta de marabú). La frase dice algo que no es verdad, ni a medias.

No lo digo yo, que lo juro; lo han dicho otros más sabios y profundos intelectuales, pensadores, gente poeta como usted mismo. Me lo confirman mis estudios de ciencias, de los que también he sacado algunas verdades: el primer paso para poner remedio a un error, es descubrir (quitar la cubierta, denunciar, alertar) su carácter falso, errático, y sin ese primer paso es casi imposible adelantar hacia el remedio necesario. Claro, lo ideal, lo más completo y útil, es dar alarma y presentar de inmediato el arma de combate.

Pero, aun cuando no se tenga la solución a mano, ¡la denuncia del problema es vital! y no debe nunca desecharse porque no se tenga todo el trabajo hecho de una buena vez. Los grandes problemas, en un mundo como es: más y más complejo a cada instante, casi nunca son formulados junto con las soluciones deseables. Y no por eso deben desestimarse las denuncias, las alertas, sobre dichos problemas.

Y le digo, poniéndome la mano en el corazón: yo he visto, desde muy joven, en ciertas reuniones (“cenáculos”, “conciliábulos”) donde se analizan y debaten problemas de nuestra realidad sociopolítica, emplear ese argumento que usted mismo esgrimió y quien lo ha esgrimido con afilado cinismo, espera y casi siempre consigue vetar las exposiciones críticas, los criterios alarmados, las inquietudes sinceras vertidas antes de la formulación de soluciones, respuestas que, en el mejor de los casos, tarde o temprano sobrevendrán.

Usted disculpe mi crítica al respecto, pero hay líneas deslizadas ya en nuestros mejores discursos, que deben repensarse detenidamente, cuestionarse con honradez, hasta revelar su fondo. Eso también, y sé que usted lo comprende y practica, contribuye a afincar el grano limpio de la idea en el surco patrio. Entonces, con respeto y cariño le enmiendo: “… siempre será útil denunciar o alertar los problemas, mucho mejor aún si con el toque de alarma se ofrecen remedios”.

Le quiere y abraza, por razones de historia, complicidad de matrias y compañerismo de viaje, desde Guáimaro,

MDE.

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Manzanillo de Cuba, 17 de julio del 2020.
«Año de la Covid-19»

Mi querido M:

Burlarse sana y responsablemente de la muerte nos ayuda a vivir; así pues, empieza esta respuesta parodiando un hábito que, felizmente, ha ido perdiendo terreno entre nosotros porque es un absurdo creer que los años han de llamarse por los intentos de proezas o los aniversarios de triunfos; aunque, preciso es reconocerlo, esa costumbre no la inventaron los hombres vinculados a la Revolución del 1ro. de enero en Cuba; resulta herencia de otro cambio violento: la Revolución Francesa.

Agradezco por más de una razón su carta y créame, el aliento poético y la manera cariñosa en que señala los yerros y expone criterios ejerció sobre mi tal efecto apaciguador -las palabras suaves aplacan la ira, dicen los evangelios-, que estuve a punto de no responderle; empero, mi salvaje naturaleza, independiente e indomeñada, me anima a responder sus líneas en idéntica tesitura, como si fuera un hermano que escribe a otro, que aquellos que han peleado en la oscuridad, aunque no se conozcan, son hermanos.

Su misiva alegra, primero, porque confirma que entre los cubanos de hoy existe tropa suficiente para el honor; segundo, porque la prosa del “regaño” demuestra que podemos opinar, discutir e incluso disentir sin injuriar o lastimar; tercero, porque emplearé la carta (sin mencionar el remitente), para exponer en intercambio público que sostengo en la UNEAC, ideas y propuestas públicas que desde hace años blando en nombre del procomún (el espacio se titula «Verbo, letra y más…») y cuarto, porque brinda en bandeja de plata la oportunidad de explicitar, no ripostar ni contradecir, las ideas que me enmiendas en la plana.

M…, del mismo modo que los meteoritos troquelan cráteres en la luna, parece que el equívoco de reemplazar el verbo “paliar” por “palear” está grabado en mi subconsciente, como si no supiera yo que palear es trabajar con una pala; y es que en más de una ocasión he cometido ese gazapo y más de uno lo ha señalado.

Parece que la urgencia por dar clarinada y evitar la implementación de medidas que dañarían a no pocos cubanos puede explicar el equívoco; pero no lo justifica, del mismo modo que no puede disculparse la poesía por ser patriótica; pues, toda vez que es arte, debe ser brillante como el bronce y sonora como la porcelana.

Agradezco entonces tu llamado de atención a ver si de una bendita vez acabo de “palear” tierra sobre el uso incorrecto del verbo “paliar” y entierro el error gramatical que puede servir de excusa a los adversarios porque en verdad, solo escribe claro quien piensa claro.

Toda palabra que se respete ha de tener filo y punta, así corta y penetra. No quise yo que, como el marabú, mi aserto hubiera rasgado tu sensibilidad y si bien es cierto que para curar es preciso conocer y en el caso que nos ocupa criticar, denunciar o alertar, nada más pasivo que dicha postura. El asunto no estriba en interpretar el mundo; sino, en transformarlo y la transformación es acción, no parlamento.

Permíteme una vulgarización para que entiendas el punto de vista al cual me adhiero: de nada sirve que vayas al médico con una dolencia y este diagnostique tu enfermedad para luego retornarte a la casa sin tratamiento alguno, tal proceder no aliviará tus males y estoy seguro preferirás no acierte en el diagnóstico; pero, aunque sea por carambola, indique un medicamento capaz de devolverte la salud. Lo mismo sucede en el cuerpo social, por lo menos así piensan y sienten quienes sufren la historia.

Enrique José Varona, ilustre camagüeyano y mentor de la juventud cubana hacedora de la Revolución de los años 30, mejor poeta, pensador, filósofo y educador que tu y que yo juntos, dijo: “Piensa mal y acertarás”. Esa máxima acompaña mis batallas ciudadanas porque sé cumplidamente que las estructuras de poder, para evitar salirse de su zona de confort, acostumbran tildar al libre pensador, al hombre que vive sin precio, al patriota, de francotirador, de subversivo, de problemático.

Por tanto, para restar fuerza a sus falacias, junto a la denuncia de los males que nos asedian, ofrezco soluciones para intentar quebrarles el hábito de deslegitimar la crítica buscando segundas intenciones, veladas acechanzas o torcidos propósitos en ideas que tienen una sola lectura: servir, que será siempre más hermoso que brillar.

Ese mismo cubano, avezado conocedor de la naturaleza humana, también sentenció: “Todo el mundo anuncia catástrofes, pero nadie ofrece soluciones” Es pues, esta norma del sentido común -lamentablemente el sentido que más comúnmente falta a los hombres-, la que impulsa mi acción ciudadana. Por cierto, la frase aparece en libro «Con el eslabón», publicado por la editorial El Arte de Manzanillo bajo el sello de la Biblioteca Martí.

Y de José Martí, el hombre que más me ha dado después del Cristo y guía de mis obsesiones por Cuba, quien entendió como nadie a los hombres de su tiempo,  he aprendido más de una lección en cosas de gobiernos.

Es cierto, su tiempo no es el nuestro, empero los hombres siguen siendo los mismos, cargados de pasiones, miedos, sueños y ambiciones y se ha de aprender a adivinarles el alma y espolearles la honra para que desempeñen su puesto en el gobierno de la mejor forma posible; además, y no pierdas de vista esto, la respuesta a un problema no es única y si estamos interesados en un tipo de solución específica, debemos hacérsela ver para después evitar las lamentaciones acusándolos de haber implementado la peor solución o una que no satisface nuestras expectativas.

Decía el más querido de los cubanos en el mayo mexicano de 1875: “Si el gobierno yerra, se le advierte, se le indica el error, se le señala el remedio, se le razona y se le explica […]” como puedes ver, son ambas cosas al mismo tiempo, látigo y cascabel, y como si predijera que hablaríamos de esto casi siglo y medio después, explana en junio de ese mismo año: “Cuando el acto de una administración es malo, no ha de corregirse con injuriar al que es responsable de él, sino con señalar sus defectos, y enseñar la manera con que el que lo censura lo corregiría”.

Al poder de tal carga pedagógica solo puede oponérsele la razón de la fuerza y en el caso de los gobernantes cubanos actuales, esa estrategia no le es dable.

Mi caro compatriota, no desestimo para nada tu propuesta; de hecho, la considero óptima, pero como tal situación no deviene regla mas bien excepción, entonces denuncio, porque elaborar una crítica sin ofrecer remedio o denunciar un mal sin proponer cura, viene a ser como mercancía sin realización o acto sexual sin orgasmo; o sea, algo sin o con muy poca utilidad y nosotros, empeñados en el servicio a nuestros semejantes, tenemos la obligación de ofrecer soluciones, no es hora del diagnóstico, es tiempo de la cura, mucho se ha padecido y padece, crueldad sería seguir hablando de la llaga cuando el dolor nos come cual fiera el costado.

Recibe un abrazo en Cuba y el sincero deseo de Paz y Salud para ti y tus seres amados, estén donde estén.

25 julio 2020 8 comentarios 343 vistas
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Pensar un país de trabajadores

por Mario Valdés Navia 18 septiembre 2019
escrito por Mario Valdés Navia

El nacionalismo ha sido la corriente política por excelencia de la burguesía y de la burocracia. Cuando los patriotas cubanos preparaban la lucha por la independencia las pugnas internas entre nacionalistas y socialistas/anarquistas giraban en torno al modelo de país que se construiría. Solo la adopción mayoritaria del programa ideológico martiano hizo que los obreros radicales volvieran a creer en la necesidad de la independencia. Martí les prometió una república ideal, pero digna de luchar por ella, un país con todos y para el bien de todos.

Entonces, ya los aristócratas cubanos habían pensado y repensado a Cuba mucho y bien. Integristas, reformistas, abolicionistas y autonomistas tenían un cuerpo de libros y ensayos sobre los asuntos cubanos sin igual en América. Pero los campesinos, libertos, artesanos, obreros, profesionales, intelectuales y burgueses medianos y pequeños pensaban de otra manera. Querían soberanía e independencia, pero con libertad política y justicia social plenas.

En la República Burguesa estos anhelos no fueron ni olvidados, ni muertos. Siempre hubo movimientos políticos y sociales, grupos de intelectuales y artistas, e individuos preclaros que se esforzaron por hacer realidad los sueños pospuestos del mambisado. A ellos se sumaban las nuevas banderas del siglo XX: igualdad política entre las clases, justicia social mediante un Estado protector y el sentimiento antinjerencista y/o antimperialista, arraigado visceralmente en diferentes sectores de la población.

La Revolución Cubana reunió nuevamente a nacionalistas y socialistas, ahora en el poder, mediante una alianza coyuntural que se hizo perdurable por el liderazgo indiscutido de Fidel, la amenaza permanente de agresión imperial y el sueño de crear una sociedad nueva y superior. Desde un inicio, el guía había proclamado clasistamente: “Compañeros obreros y campesinos, ésta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, por los humildes y para los humildes”,[1] uniendo así los más caros anhelos de luchadores sociales y nacionalistas radicales en un proyecto de socialismo nacional tercermundista.

Con el tiempo la burocracia hegemónica fue consolidando un modelo de país donde los que piensan son los que gestionan los medios de producción, deciden por todo el pueblo y disfrutan como oligarcas del patrimonio colectivo. Es esa visión de país la que ha enajenado a importantes sectores de la población que han acudido a la actividad económica ilícita, los nexos con el exterior y el sálvese quien pueda como válvulas de escape ante el hegemonismo burocrático.

En la difícil coyuntura de estos días, propiciada por las medidas extremas que la soberbia imperial ha aplicado ante su incapacidad para doblegar a Venezuela, Nicaragua y Cuba, se extiende el llamado del presidente a Pensar como país en pos de encontrar las mejores soluciones a las urgencias del momento y vencer en esta batalla. Apoyo y participo activamente de su exhortación, al tiempo que hago dos observaciones.

Primera: el país de los burócratas y el país de los trabajadores no es el mismo. Mientras para unos es la dieta especial, la casa lujosa y los viajes de vacaciones por el mundo, para los otros es la búsqueda del día a día, la escasez sempiterna y el salario que no llega al fin de mes. Es preciso que este espíritu de solidaridad entre todos no se acabe con el retorno a la normalidad, sino que se vuelva el pan nuestro de cada día.

Pensar como país exige mucho más que parar el carro para recoger peatones en las paradas. Es también descentralizar el poder, el plan y los recursos; empoderar a los colectivos obreros; eliminar la censura; publicar todas las estadísticas económicas y sociales; informar del patrimonio de todos los funcionarios y sus familias y liberar las trabas absurdas que sofocan la actividad económica de las empresas estatales, cooperativas y privadas.

Segundo: aquí hay mucha gente que hace tiempo está pensando desde, para y por el país y no son escuchados. Sus ideas y propuestas, que circulan en publicaciones científicas, sitios web, correos electrónicos y redes sociales, son ignoradas olímpicamente. Ni siquiera saben si algún decisor las lee, critica o toma en cuenta. Es preciso un diálogo nacional, abierto y público, donde se excluya solo a los traidores probados y estén todos los demás, para acabar de sacudir la mata y dar respuesta a los problemas enquistados, pero no insolubles, que afectan al país de todos.

Yo siento que pienso y escribo como país. De mis problemas personales jamás digo algo. Se que los que me quieren se pondrían tristes, y los que me odian se pondrían alegres. Muchos hacen lo mismo desde hace tiempo, sin que medien estipendios mercenarios ni pretensiones de trepar en la escala social. Es que pensar como país no debía ser una consigna coyuntural para los obedientes, sino un acicate para los críticos y todos los que bullen de nuevas ideas. Crear es la palabra de orden.

[1] Discurso en el entierro de las victimas de los bombardeos a los aeropuertos. La Habana, 16-4-1961.

18 septiembre 2019 23 comentarios 331 vistas
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