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Cerveza: historia antigua y fermentada

por Alejandro Muñoz Mustelier 14 enero 2021
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Ningún egipcio de la antigüedad hubiera sospechado que la cerveza, una creación de su pueblo más antigua que las pirámides, más etérea que la astronomía y más trapicheada que las momias del Museo de Historia Natural de Londres, realmente se convertiría en medidor de felicidad, en casus belli de un pueblo, en tomografía de una economía lejana en distancia y tiempo, aunque no tanto en centralización.

Si lo hubieran sabido quizás la habrían apreciado todavía más. Quizás le hubieran levantado un templo en piezas de oro libremente convertibles, donde pedirle a la madre cebada que no los obligara a beber agua destilada de papiro o vino de dátiles caliente –bebidas estas que no alivian los rigores del eterno verano del Sahara ni cumplen la tradición de acompañar los chicharrones de hipopótamo–. En Cuba, aunque no hay hipopótamos, el cerdo y la Navidad, la familia y el fin de año, pidieron a gritos el invento egipcio de la cerveza.

Quizás aquí se estila un nuevo tipo de cerveza, hecha de Uranio 235, trufa negra, litio, aceite de diamantes de Sierra Leona y cebada cosechada en el cometa Halley. Si así fuera, al menos se explicaría su precio y la especulación en torno a ella. El tema de la cerveza es sólo un pretexto, una muestra del funcionamiento –o no funcionamiento– de ciertos aspectos de índole económica que rebasan la importancia de una bebida fermentada. Pero es buen pretexto, más si es frío y en botella, más si por las particularidades nuestra idiosincrasia y clima es en un artículo altamente demandado.

A pesar de compartir algún nivel de centralización económica con los creadores de la cerveza, la realidad económica cubana ostenta otras formas de gestión de la economía, a saber, cooperativas y negocios privados. Estos actores económicos, en particular los segundos, han sido culpados por los medios nacionales desde hace más de un año de la desaparición de la cerveza y otros productos en las redes de comercio. Quizás tengan algo de razón, y es que los restaurantes, cafeterías y bares privados tenían que comprar cervezas y refrescos en las redes minoristas, obviamente en cantidades que rebasaban la decena de cajas por comprador. Era su única opción.

Con el invariable resultado de las tiendas desabastecidas todo el tiempo, el consumidor particular tenía que modificar sus planes de una cervecita en casa a una cerveza en un bar, restaurante o café, gravadísima por el concepto de valor agregado que ofrecen este tipo de establecimientos. Por su parte, los bares, restaurantes y cafés, en pos de mantenerse a flote, tenían que realizar complejas operaciones de inteligencia y contrainteligencia para saber con antelación en qué establecimiento de la red minorista expenderían los productos deseados. Conseguida la información, mediante aparatosos ejercicios de psicología aplicada y zonafranquismo inverso, convencían el dependiente para que les vendiera –por la puerta trasera y a sobreprecio– las ingentes cantidades que sus negocios requerían.

En resumen, a excepción del dependiente de la red de comercio minorista, nadie ganaba. La solución sería tan buena y antigua que podía llamarse clásica, incluso obvia. Los negocios privados debían comprar sus productos y materias primas, o al menos los más importantes, en tiendas mayoristas como Dios manda –diría un religioso– o como Marx hubiera querido –diría un marxista o curiosamente también un capitalista de convicción–.

Los propietarios de negocios privados llevaban ya tiempo abogando por esta solución, planteándola en sus reuniones con las autoridades locales y en sus conversaciones de terraza; la gente sin vínculos con los negocios privados también vociferaba que el mercado mayorista era la solución para aliviar las redes de comercio minorista y así poder tomarse la dichosa cerveza y comprar el refresco para la merienda de los niños. Así fue, mejor tarde que nunca. Los negocios privados al fin pudieron acceder a las tiendas mayoristas. El «Mercado Mayorista de Alimentos» constituiría una solución –no mágica ni perfecta–, pero solución.

Las ventajas del mercado mayorista son bien conocidas, por eso es una fórmula global. Entre estas ventajas se encuentra el hecho de que los compradores adquieren los productos a precios muy inferiores que los de mercado. Incluso en las actividades del sector primario –agricultura, pesca y ganadería– los mismos productores pueden ser quienes hacen la función de mayoristas, evitándose cadenas de intermediarios que encarecen el producto, y estimulando a la vez a estos productores.

Además, muchas veces el precio de los productos es inversamente proporcional a la cantidad comprada, he aquí que los usuarios obtengan descuentos de hasta el 50%. Otras de las ventajas son el crédito a clientes, normalización de los productos, almacenaje con altos estándares y transporte, por no hablar de la agilidad y rapidez en los trámites de compra.

Pero hasta ahora la solución nacional del «Mercado Mayorista de Alimentos» ha representado más problemas que ventajas para sus clientes. El descuento en comparación con las tiendas minoristas es sólo del 20%, cuando lo normal sería que oscilara entre el 40% y el 50%, porque los productos siguen siendo gravados por concepto de costo, flete y el valor agregado. Así, el precio final que tiene que pagar el consumidor sigue siendo casi tan alto como si los negocios privados compraran en redes minoristas.

El «Mercado Mayorista de Alimentos» en La Habana sólo recibe a los negocios privados un día a la semana y tiene la capacidad de atender sólo al 10% de ellos. Por eso, resulta casi imposible el acceso periódico a la tienda. De esta forma, un cliente con suerte sólo hará de cuatro a seis horas de cola, mientras que uno desafortunado no logrará acceder a las instalaciones, o peor aún, accederá para darse cuenta de que su negocio tiene productos pre-asignados, o sea, de acuerdo a la naturaleza del negocio será la gama de productos a las que tiene derecho.

Los representantes de bares, por ejemplo, tienen derecho a comprar agua, quizás para que después de seis horas de cola mitiguen la sed. Por supuesto, también tienen derecho a comprar cerveza, siempre y cuando el comprador pague, además de con dinero, con la misma cantidad de botellas vacías que pretende adquirir. Esto ocurre incluso si las cervezas que desea vienen en latas. Aquí se dibuja el surrealismo, o la transubstanciación del metal en vidrio, o la corrupta voluntad de alguien, al inventarse estos absurdos de vender al mejor postor, como si en vez de tratarse de un mercado mayorista se tratara de un puesto de subastas.

Lo cierto es que los procedimientos de compra se llevan a cabo de forma tal que es muy fácil subastar los productos, ya que los operadores son quienes disponen de la información de qué hay en existencia y en qué cantidad. Todo esto lleva a una competencia desleal entre micro y pequeños negocios, negocios medianos, y negocios intocables por la naturaleza de sus representantes –o de la billetera–.

Algunos negocios privados han encontrado en las nuevas tiendas en MLC una solución transitoria, pero no menos amarga. Primero, tienen que enfrentarse a los precios minoristas, a las mismas horas de colas y al racionamiento, puesto que no se puede comprar al por mayor. Aunque la posibilidad de que los negocios privados accedan a una tienda mayorista en MLC está vista y anunciada, igual quedarían los mismos problemas que ya tienen en la mayorista en moneda nacional, y además, el de comprar productos en una moneda sin curso legal en la Isla, con el mismo resultado del encarecimiento final del producto para el consumidor.   

En esencia, nada ha cambiado desde que los negocios privados tenían que recurrir al mercado minorista como principal fuente de productos, y como la historia es cíclica, esta historia antigua se repite. Es por eso que el 26 de este diciembre, tras simples operaciones de multiplicación, la gigantesca cola de la tienda de 26 y 15, en el Vedado, fue testigo de la descarga a los almacenes de dicho establecimiento de trescientas cajas de cerveza para la venta al público. También fue testigo, a los pocos minutos, de cómo uno de los empleados anunció el agotamiento total del producto, cuando era imposible que se hubiera vendido ni la mitad de aquella colosal cantidad recibida. Otra vez, la puerta trasera.

A quien filmó todo el proceso y amenazó con denuncia, los empleados de la tienda le propusieron, sin hacer cola, adquirir cuantas cajas quisiera. Y aunque al final llegó la policía y los empleados fueron puestos bajo custodia, la cerveza nunca apareció. Ni los particulares que querían su cervecita en casa para fin de año, ni los representantes de pequeños negocios privados, pudieron comprar nada en un mercado que ya no es minorista ni es mayorista, sino es un mercado de subasta, como eran los mercados del antiguo Egipto, el mismo pueblo que inventó la cerveza.   

14 enero 2021 10 comentarios 2k vistas
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queso

Del queso y otros demonios

por Joany Rojas Rodríguez 7 septiembre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

Hágase la luz, siempre que sea legal, por supuesto. 

Frase célebre de Palante

Todo no comenzó con el queso sino por los revendedores y acaparadores. Gente que lucraba con productos destinados al consumo de la mayoría, y se llenaba los bolsillos a costa de precios prohibitivos para todo aquel que vive de salarios escasos y pensiones paupérrimas. Sin embargo la cuestión ha tomado ribetes que hacen pensar en los famosos agujeros negros, capaces de tragarse todo tipo de materia, incluso la luz.

Cada noche asistimos a reportajes en el NTV que ponen a prueba nuestra capacidad de asombro e indignación. Y es que la campaña de la supuesta lucha contra la corrupción y las ilegalidades se ha convertido en una verdadera cacería de brujas. Y digo supuesta porque es bien sabido que nuestro país está lleno de delincuentes de cuello blanco. Pero a esos al parecer no les toca salir por el noticiero. Disponen de una franquicia que los hace invulnerables a la vista pública, y en algunos casos a las leyes.

En un país que acaba de anunciar el establecimiento de la pequeña y mediana empresa privada, es un absurdo y un sinsentido que persigan y encarcelen a personas que han llevado a cabo negocios que no son otra cosa que el producto de su esfuerzo, sin robarle a nadie, sin desviar productos sensibles al consumo de la población. Cualquiera puede decir que, en el caso del vendedor de queso, la leche que dejaba de tributar al Estado era la leche del pueblo. ¿En serio?

En mi caso vivo en una provincia históricamente alta productora de leche, y resulta hasta gracioso cómo uno de los establecimientos estatales más conocidos por el pueblo del municipio cabecera, La Casa del Lácteo, ha permanecido, desde su fundación hace ya unos años, con los anaqueles vacíos. ¿La leche de los niños? Aunque el plan de producción se sobrecumpla cien veces por encima, la cantidad a distribuir no aumenta, y los niños siguen dejando de ser niños a los siete años.

Entonces, este campesino que se dedicaba a vender queso por su cuenta, ¿a quién hacía daño? ¿Acaso no son sus vacas? ¿Acaso no es su leche? Ah, se me olvidaba, todo lo que tenga que ver con el ganado mayor y sus derivados es patrimonio exclusivo del Estado. No importa cuánto sacrificio aporte el campesino para cuidar y alimentar sus vacas. No importa que todos los días madrugue como el que más para el ordeño y acopio de la leche.

El Estado, cual gigantesco ente parasitario, succiona la savia del fruto del trabajo de estos hombres, escudado en leyes ridículas y obsoletas que funcionan como muro de contención a cualquier intento de independencia económica que se salga de la narrativa del Estado Socialista como bienhechor absoluto y padre generoso del pueblo humilde y agradecido. Leyes que se intentan justificar con el, a estas alturas ya dudoso, principio de redistribución socialista.

Recuerdo un reporte en el noticiero del mediodía, hace unos tres o cuatro años, sobre la fábrica de queso de aquí de Camagüey, en el que el periodista, con el bombo y platillo acostumbrado, hablaba de la producción de queso con destino a la canasta básica, mientras las imágenes mostraban grandes estantes llenos de suculentos quesos que ni en sueños uno llegaría a probar. La pifia vino cuando, en el mismo reporte, se entrevistó a uno de los funcionarios que dirigían dicha fábrica, y este sin sutileza declaraba ante el micrófono que las producciones estaban destinadas al turismo y las ventas en divisas. Sí señor, el principio de redistribución socialista…

Volviendo a lo anterior, resulta contraproducente que en medio de un pretendido proceso de apertura económica puertas adentro, se siga actuando como si estuviéramos en pleno auge del más fundamentalista y conservador de los periodos por los que ha pasado la  Revolución Cubana. Y no se trata solo del productor-vendedor de queso. Aún está fresco el caso del productor de café, al que le fue confiscada dicha mercancía por venderla “a quien no debía”.

Es terrible que muestren con orgullo cosas como esas en la televisión. Ese es el país que le mostramos al mundo, cerrado a las oportunidades y la prosperidad. Y si alguien, partidario de las “buenas maneras de hacer de nuestro gobierno”, me acusa de hipercrítico y dañino por escribir este texto, entonces le pregunto: ¿quién hace más daño al bienestar de la nación, yo al publicar este texto, o el gobierno incapaz de garantizar una alimentación decente o permitir a los cubanos explotar su potencial productivo? Definitivamente, no acabamos de poner los pies en la tierra.    

7 septiembre 2020 40 comentarios 697 vistas
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