La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto

nacionalismo

La tuya, guárdatela

por Alfredo Prieto 26 febrero 2018
escrito por Alfredo Prieto

El uso de la palabra “burguesa” con fines sectarios es uno de los lastres que arrastra cierta academia norteamericana. Pero tiene una dimensión todavía más perniciosa: el ahistoricismo. Llevado al terreno de la cultura cubana, ello da pábulo a la idea de que los hombres que auspiciaron/hicieron la independencia eran burgueses, blancos, machistas y paternalistas. No se trata, simplemente, de mencionar un hecho, por lo demás con bastante más determinaciones internas de las que suponen, sino de una crítica de una ceguera descomunal.

Desconocer que, al margen de cualquier limitación que  les veamos, con todo lo que ha llovido desde la segunda mitad del siglo xviii a hoy, sus protagonistas y portavoces nos legaron una cultura y una nación forjadas al cabo de dos guerras de independencia y de un intento fallido por lograrla. La primera frustrada por contradicciones internas en el campo insurrecto; y la segunda por una intervención militar a partir de esos “lazos de singular intimidad” delineados antes y después de que el presidente McKinley pronunciara su mensaje sobre el estado de la Unión (1899).

Sin embargo, este último elemento suele difuminarse en ciertos textos/discursos académicos, siendo –como lo es– una de las fuerzas que componen y profundizan la conciencia nacional a partir de las sucesivas frustraciones del ideal independentista, la enajenación del patrimonio propio durante la era republicana y las políticas implementadas por los poderes establecidos al otro lado del Estrecho.

Lo cierto es que al lanzar la pedrada contra una potencia colonial, todos esos personajes burgueses, blancos, machistas y paternalistas, que no operaron en el vacío, sino en un contexto histórico-cultural especifico, nos legaron la idea de una Cuba libre. Considerar entonces al nacionalismo cubano –ya desde aquel principio– como una fuerza opresiva no constituye sino una expresión de liviandad.

Resultado de la imposición de un marco teórico previo que, al final del día, termina reproduciendo a su manera el clásico etnocentrismo y funcionando como un dogma: ni escucha, ni dialoga, ni en última instancia conoce o se abre para conocer. Con demasiada facilidad los constructos sobre los que se sustentan sus actores –y también sus alumnos, muy bien entrenados para internalizarlos– desdibujan las fronteras entre ciencias sociales e ideología, dos dominios con áreas de tangencia, pero de naturaleza distinta.

Una de las expresiones de este fenómeno consiste en la renuencia a aceptar cualquier factualidad si contraviene de alguna manera lo que dictaminan sus espejuelos, muchas veces conformados por enfoques “liberadores”, pero que reproducen problemas y perspectivas válidos en otros contextos que se tratan de imponer tabula rasa allí donde no necesariamente caben. Al chocar con el proceso de construcción y desarrollo de la nación cubana, hacen eso que los psicólogos llaman una proyección, movida que supone aceptar a priori artefactos no avalados por la evidencia.

Aparecen entonces incorporadas a su discurso ciertas verdades incontestables. Una de ellas, por ejemplo, consiste en decir que en Cuba se prioriza la figura de Antonio Maceo como militar desconociendo o dejando a un lado su pensamiento. Esto, para apuntalar la idea de que todavía acciona el racismo heredado de la Colonia, magnificado por la República y continuado, a pesar de todo, después de 1959. Una verdad de Perogrullo. Sin embargo, no importa que se les diga que hasta el propio periódico Granma enfatice que el General “tenía tanta fuerza en la mente como en el brazo”, tras la conocida sentencia de José Martí.

De manera similar, por ese camino puede llegarse a la idea de que hoy se coloca en un bajo perfil a Nicolás Guillén por su condición racial, olvidando entre otras cosas que su estatus de Poeta Nacional lo obtuvo justamente después de la Revolución.

Desde luego, sigue habiendo sitio para abundantes ideas no sometidas a comprobación previa, pero repetidas y recicladas en clases y actividades docentes. Recuerdo ahora mismo tres: la primera, a diferencia de lo que sostienen ciertos estudios, la palabra “pachanga” no designa ningún movimiento de resistencia racial underground de los tempranos años sesenta, sino una mezcla de son montuno y merengue de la Orquesta Sublime, muy popular en la Cuba de 1959 en los Jardines de La Tropical. Denota fiesta, bulla, alegría, entusiasmo, lo cual dio pie para que Ernesto Che Guevara hablara de un “socialismo con pachanga” y Gabriel García Márquez de “una pachanga fenomenal”.

La segunda: las subidas al Pico Turquino no tenían como propósito “purificar a los jóvenes de su pasado burgués”, sino eran símbolo y homenaje a la Generación del Centenario, que no por gusto colocó un busto de bronce de José Martí en el punto más alto de la geografía nacional en 1953. La tercera: la “Balada de los dos abuelos”, del propio Guillén, no constituye “una apología que oculta a todas las mujeres negras violadas por sus amos blancos”, sino un discurso poético sobre dos componentes centrales de la identidad cubana.

El problema consiste en que cuando llega la hora de posesionarse frente a esas formulaciones, los exponentes de ese discurso echan a volar con bastante facilidad epítetos de “esencialismo”, es decir, acusan a los cubanos de algo que nadie con dos dedos de frente validaría: que somos son los únicos capacitados para entender Cuba y su cultura. Y, por tanto, nos inculpan de erigirnos en monopolizadores de una verdad con mayúsculas.

Pero el solo hecho de afirmarlo supone desconocer los aportes de otro tipo de academia al conocimiento sobre Cuba en los Estados Unidos. Y, sobre todo, perder de vista un punto central: se trata, en esos casos, de estudios serios, razonados, concienzudos, documentados y persuasivos en su argumentación, no de ideologemas que se quieren imponer como un cartabón a la realidad monda y lironda.

Hay viajeros, cualquiera sea su signo, que llegan a la Isla a comprobar lo que ya saben de antemano, y a hacer si viene al caso su propio touchdown a la hora de relacionarse con el Otro. En esos casos, que por fortuna no son todos, valdría la pena acudir a lo que escribió alguna vez Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

26 febrero 2018 20 comentarios 445 vistas
1 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Confundir ser cubano con ser revolucionario

por Miguel Alejandro Hayes 23 febrero 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Hace unos días leí un texto con algo que me llamó la atención: el hecho de considerar al independentismo como lo auténticamente cubano y revolucionario. ¿Ha sido el independentismo realmente esa única postura revolucionaria y cubana? Para ilustrar el punto que intentaré exponer, haré uso de Marx dos veces.

Primero cuando se planteaba que Proudhon era superior a los utópicos como Feuerbach lo era a Hegel: en la línea del tiempo. (1) Con esto, sin abordar mucho la materia, queda claro que la superación en el sentido marxista no se dio entre las filosofías de estos dos pensadores. Segundo, cuando Marx habla de cómo Aristóteles no comprendía las relaciones mercantiles, y explica cómo no podía hacerlo porque el desarrollo de su época no lo permitía. (2)

Ambos recuerdos me conducen a lo que es la superación y la negación en la filosofía marxista ¿Acaso no domina esas dos cosas quién afirmó la idea que cuestiono? La superación (dialéctica), implica tomar lo positivo de lo anterior y dar ciertas salidas a las contradicciones existentes. No es un camino de saltos a partir de polos opuestos, sino una construcción lenta y continua. Solo desde esa lógica puede juzgarse la historia, y en nuestro caso, la de Cuba.

Presiento que el historiador o escritor que utilice la falacia natural del binomio bueno o malo, positivo o negativo, está muy lejos de los recursos del marxismo y de poseer un pensamiento verdaderamente progresista: el que articula los procesos y contextos en que el hombre produce la  realidad y a sí mismo.

¿Realmente podemos no incluir  una serie de hechos y procesos dentro del  pensamiento progresista cubano y revolucionario por no ser independentista?

Imaginemos por un momento que como el mundo es más justo que el feudalismo y el esclavismo, condenemos al calificativo de malos a estos estadios sociales anteriores. ¿Es esto razonable? Hay que recordar, que sin la explotación humana durante esas épocas no hubieran existido las 7 maravillas del mundo antiguo y sería muy difícil el propio desarrollo humano hacia formas superiores de organización social.

¿Acaso rechazamos esas épocas y decimos que eran malos por explotar a los demás? Cada período histórico, impone la estructura social y el pensamiento que sus capacidades le permita. Eso, hay que aceptarlo.

En Cuba ha sido igual. El pensamiento político revolucionario es siempre el resultado de las condiciones de vida de los hombres que lo idearon. Fue así en su tiempo con Hatuey, el padre Varela, Luz, y Céspedes, cada uno adaptado a su contexto. Hay que ver qué papel jugó en cada época un pensamiento determinado y cómo va evolucionando, antes de juzgarlo.

Tuvo que existir un reformismo que fracasara (en su momento revolucionario), para que surgiera el independentismo. Varela tuvo que ir a las cortes españolas y naufragar en sus intentos, para después radicalizarse. Eso es parte de la superación de la que se hablaba.

Sin embargo, ¿no eran revolucionarios esos cubanos que después de los desastres de la Junta de Información querían reformas aún? En realidad podemos considerar que no lo eran respecto a los que se habían radicalizado y querían la lucha contra España. Pero no lo hacían por maldad sino porque consideraban que para sus intereses no era lo mejor revelarse contra España, esa era su postura de clase.

Lo otro, que debe aclararse es que no ser revolucionario no es una ofensa. Lo revolucionario no es un estado moral, sino lo más avanzado que se puede ser respecto a los problemas de la realidad en la que se vive. Por eso, en todo caso, quedarse en un pensamiento atrasado respecto a cómo cambiarse la realidad no es ser mala persona, sino tener hasta cierto punto determinada incomprensión de la realidad.

Lo mismo ocurrió en la época en que se debatía entre el independentismo (Martí) y el autonomismo (Montoro). No he podido evitar indignarme con los moralismos chatos con los que se critica el autonomismo. ¿A qué respondía cada una que hace una mejor que la otra?

Para poder ir a lo esencial de  todas esas cuestiones hay que introducir nuevamente el elemento fundamental: los intereses de clase. El independentismo era la expresión en el 95 de esa masa obrera, campesina, humilde en general. Por otro lado, el autonomismo era la expresión de ciertas burguesías que preferían el protectorado y la seguridad que podría proveer España.

¿Dejaba de ser cubano todo aquel que no se suma a la llamada Paz del Manganeso? ¿No eran revolucionarios por pensar que era mejor seguir trabajando en aquellas nuevas industrias? ¿Qué se les puede achacar a aquellos cubanos?

Lo revolucionario no es un estado moral, sino lo más avanzado que se puede ser respecto a los problemas de la realidad en la que se vive

Más que ser más o menos cubanos o revolucionarios, todo ha sido una lucha por intereses de clase. Decir que no se es revolucionario, solo tiene sentido desde los intereses de una clase. A no ser que alguien pueda demostrar científicamente que el óptimo social para todos es de la postura que se defiende. En ese caso (muy complicado de darse), se puede acusar a quien no se sume de no tener la suficiente comprensión de su propio bienestar (ser revolucionario).

La lucha de clases, ha hecho entre nosotros que se lancen acusaciones y cada una puede intentar usar el nombre de la nación para auto-validarse. Quien “esté fuera”, no es revolucionario, o peor, no es cubano. En este sentido, validar solo una postura política como la revolucionaria y cubana porque trae lo mejor para Cuba (para cierta clase social en Cuba), implica decir que la clase que respalda esa postura política, es la verdaderamente revolucionaria y cubana.

Dicho de otra forma, solo es cubano y revolucionario la clase que toma una postura. ¿Ha sido siempre en la historia lo más conveniente para cada clase el independentismo?

¿No parece esto lo suficientemente escaso de sentido? ¿Acaso alguna clase social es más legítima y cubana que otra? ¿La clase social que sus intereses le llevan a posturas que no son independentistas deben ser condenadas? ¿Quién determina que un interés de clase es más legítimo que otro? Ya hemos cometidos suficientes errores en el pasado reciente de acusar de no ser cubanos a los que no han asumido la postura más revolucionaria (en el sentido expuesto aquí).  Tratemos de que eso no se extienda a la comprensión de toda nuestra historia.

No defiendo ni deslegitimo a nadie pero hay que recordar que nuestra historia, también es la historia de la lucha de clases. Y todas las clases de esa lucha, son cubanas, aunque no sean revolucionarias. Y algunas fueron revolucionarias en su momento, aunque no hayan sido independentistas.

Bibliografía

  1. Marx, Carlos. Sobre Proudhon. Obras Escogidas II. Moscú : Progreso, 1973.
  2. —. El Capital. México : Siglo XXI, 2002.
23 febrero 2018 54 comentarios 469 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Cómo se forma un revolucionario… antimperialista.

por Consejo Editorial 8 octubre 2014
escrito por Consejo Editorial

Un post escrito hace 4 años… pensando en el Che.

8 octubre 2014 33 comentarios 221 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Cómo se forma un revolucionario… antimperialista.

por Consejo Editorial 19 octubre 2010
escrito por Consejo Editorial
Ernesto Che Guevara y Aleida Guevara

Che y su hija Aleida

Por: Guiteras (Harold Cárdenas)

Desde pequeños, los niños cubanos tenemos como paradigma del revolucionario a Ernesto Che Guevara. En las escuelas primarias del país, es común escuchar a los pioneritos  expresar su consigna: “seremos como el Che”. Pero, ¿realmente sabíamos lo que decíamos? ¿Decirlo nos daba conciencia política? ¿Decirlo a coro nos hizo más revolucionarios o nos acercó al Che?
Desde esa edad y durante el resto de los niveles escolares se nos habló sobre los mártires, sobre las guerras de independencia y sobre la Revolución. Voy a hablar ahora de mi caso particular, pero no creo ser la excepción en mi generación, el impacto real de estos intentos por formar una conciencia en mí fue muy pobre. Pasó como pasa actualmente con algunos spots televisivos y el manejo que se hace de estos temas en relación a la juventud, una saturación de mensajes políticos que puede terminar en aversión o apatía, exactamente el objetivo contrario de lo que se busca.

Continuar leyendo

19 octubre 2010 64 comentarios 330 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
 

Cargando comentarios...