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MSI

Tortura (1)

Análisis de la represión y la tortura en Cuba a propósito del 15N

por José Otoniel Vázquez Monnar 1 febrero 2022
escrito por José Otoniel Vázquez Monnar

La prohibición de la tortura es una norma que goza de carácter universal y obligatorio en el campo del derecho internacional. Una norma de ius cogens, especie de roca jurídica. Si bien es cierto que cada estado es libre de aplicar las medidas que considere necesarias, el concepto de tortura, en el derecho internacional es altamente condenable.

Su verdadero carácter vinculante es como observación a la conducta dentro de los crímenes internacionales. En el Estatuto de Roma, firmado en 1998, se establecen una serie de procedimientos, condenas y observaciones para evitar estos crímenes contra la humanidad, haciendo especial énfasis en la tortura. Aun así, Cuba no es signataria, y no hay forma de hacer ejecutiva la sanción en caso de ser condenada.

No obstante, en innumerables ocasiones el gobierno cubano ha firmado tratados y declaraciones que prohíben y condenan cualquier forma de tortura, por ende ningún argumento —dígase de «necesidad histórica o política», de costumbres locales, de guerra o de peligro a la estabilidad de un país— puede  amparar tal práctica.

Tortura y represión: percepción difícil

La violencia de estado y la tortura son temas difíciles de aceptar para buena parte de la población cubana. Cuando se le habla a alguien de tortura, puede que la primera reacción sea de incredulidad.  La imagen repetida de un gobierno sin manchas funciona para normalizar, en nombre de ideales políticos, actos de extrema gravedad por parte de órganos estatales.

Probablemente la representación social más común acerca de la tortura sea concebirla únicamente como un acto contra la integridad física de una persona en un contexto de guerra. Sin embargo, su definición reconoce claramente la tortura psicológica, donde el daño se inflige con carácter generalizado o sistemático, no solo sobre el cuerpo sino también sobre la integridad psíquica, la dignidad de la persona o sobre sectores poblacionales.

Tortura (2)

(Imagen: Amnistía Internacional)

Cuando alguien desmiente a una víctima de tortura física o psicológica, está simplemente reinscribiendo la indefensión a la que ha sido sometida. El verdugo se multiplica con cada individuo que refuta la terrible experiencia, es decir, se instaura una re-victimización.

La definición legal se cita del artículo 1 de la Convención de las Naciones Unidas contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes (TCID):

«Para efectos de la presente Convención se entenderá por tortura todo acto realizado intencionalmente por el cual se inflijan  a una persona penas o sufrimientos físicos o mentales, con fines de investigación criminal,  como  medio intimidatorio, como castigo personal, como medida preventiva,  como pena o con cualquier otro fin. Se entenderá también como tortura la aplicación sobre una persona de métodos tendientes a anular la personalidad de la víctima o a disminuir su capacidad física o mental, aunque no causen dolor  físico o angustia psíquica».(1)

La distinción contemporánea entre tortura y TCID puede verse a continuación, tomada de una tabla del texto de Pau Pérez Sales: La Tortura Psicológica, Definición, Evaluación y Medidas. (2)

Trato degradante: Trato que humilla manifiestamente a una persona o la impulsa a actuar en contra de su voluntad o su conciencia.

Trato cruel y/o inhumano: Trato que provoca deliberadamente sufrimiento físico o mental.

Tortura: Trato que provoca deliberadamente un sufrimiento (grave) físico o mental con el propósito de obtener información o confesiones o infligir un castigo o cualquier otra razón basada en la discriminación.

Si observamos la situación histórica de los presos políticos después de 1959 a través de esta definición, es evidente el secreto a voces de la sistemática participación, directa o indirecta, de miembros del MININT, el Departamento de Seguridad del Estado, la Contrainteligencia y sus colaboradores en actos de tortura.

Tortura (3)

Situación alrededor del 15N

En el trabajo de la Comisión de Protección a los Manifestantes del 15N se pudo apreciar el despliegue de una violencia de estado, ella existe hace ya tiempo en Cuba, pero esta vez se visibilizó gracias al Internet y las redes sociales. El artículo de la profesora Ivette González: «El Dilema de Ser y Parecer en Cuba», publicado el 23 de diciembre pasado en LJC, resumió claramente el resultado del monitoreo de la represión en aquel momento.

Debido al uso excesivo de la fuerza, golpizas y vejaciones, amenazas, destierros, arreglos oscuros para sacar del país a personas «indeseadas», aislamiento social, secuestros, actos de repudio, difamación e intimidación con imponer penas severas a los manifestantes del 11J; vale decir que el gobierno cubano ostentó una violencia de estado in crescendo en muy pocas semanas.

Entre octubre y noviembre del año pasado, la dinámica represiva puesta en marcha por el estado resultó similar al tratamiento individual que se da a cualquier preso político desde hace varias décadas en cárceles cubanas.  

Tomando en consideración el informe del Directorio Democrático Cubano en el 2008 y el informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en el periodo 2017-2019, (3)  vemos que el «saber hacer» repetitivo y sistemático por parte de los órganos de la Seguridad del Estado simplemente se amplificó. Es decir, pasó de aplicarse a individuos y pequeños grupos opositores, a la comunidad en general, simpatizante o no con los opositores o activistas de derechos civiles.

La represión alrededor del 15N comenzó con el acoso. Ya esto era visto en las redes sociales en torno al Movimiento San Isidro. Sin embargo, el número de personas acosadas se intensificó. La Policía Nacional Revolucionaria entregaba citaciones sin respetar las convenciones legales. Los activistas y cada firmante de la manifestación del 15 de noviembre fueron interrogados, algunos a repetición y por varias horas.

Tortura (4)

(Foto: ADN Cuba)

Iniciaron así una serie de actos repetidos, con la función de debilitamiento inducido; tanto para los activistas individualmente como para sus familias. Se tuvo la intención de quebrar la integridad subjetiva de la persona utilizando un ritmo recurrente de intimidación, no dejando tiempo a que los acosados crearan defensas psíquicas, y quedaran emocionalmente débiles.

Las amenazas acompañaron muchos de  los interrogatorios. Ellas fueron de dos tipos: explícitas y de orden personal; casi siempre anónimas. Por ejemplo, llamadas telefónicas de contenido ofensivo o con amenazas de muerte hacia la persona o hacia algún miembro de su familia. Y, por otro lado, amenazas veladas o implícitas esgrimiendo el código penal vigente. Acá hablamos del peligro de ser acusado de un delito grave, que podría ser común o político; como la sedición.

Un dato interesante es que las mujeres fueron más acosadas que amenazadas, mientras los hombres fueron amenazados con más frecuencia.

En estos casos la ley fue instrumentalizada en función del control social. Se demostró que ella no sirve a la justicia sino al aparato represor. Tanto las instituciones penales como los cuerpos de seguridad están diseñados para torturar a las personas que son sus objetivos, ya sea con fines de obtener una confesión, castigar, hostigar o reprimir. A la luz de los últimos eventos, se impone un movimiento de educación de la sociedad civil en asuntos jurídicos. Es necesario mostrar las ambigüedades legales de las que se sirve la Seguridad del Estado.

Se ha corroborado la preocupación que varios informes de derechos humanos han expuesto: se están utilizando figuras penales con fines represivos, sea para proteger el honor de funcionarios del gobierno, por lo que se ataca, difama y silencia la crítica escrita o verbal hacia algún funcionario público; o para satanizar cualquier manifestación artística que represente una amenaza al ideal simbólico del estado cubano.

Hemos sido testigos del despido de varios trabajadores y de la presión sobre dueños de alquileres para que echen de ellos a los activistas. O sea, una persona que se opone o disiente a la política oficial en Cuba, es vulnerable al negársele el acceso a necesidades básicas como techo y trabajo.

Aun siendo difícil encontrar una frontera clara entre tortura y TCID, pudimos constatar la preferencia por ciertas técnicas que mellaron la integridad psíquica de los disidentes en Cuba. Los actos represivos indujeron una combinación de miedo e intimidación, vergüenza y culpa. Provocar estos estados afectivos, facilita el control del individuo y su red social. Neutraliza el acceso a la palabra, a la participación social de un individuo y crea un daño perdurable.

Ya instalado el miedo, un sentimiento social como la vergüenza viene a desempeñar su efectividad represiva. Los testimonios hablan de desnudez impuesta y posteriormente de comentarios sexuales y denigrantes que recibieron por parte de la policía. Otros ejemplos al respecto preferimos no mostrarlos en este artículo, para proteger la dignidad e identidad de algunas fuentes.  

Los fusilamientos mediáticos, la difamación, la manipulación de conversaciones grabadas y la exposición torpe de un agente —galeno no muy ético—, intentaron crear estados de opinión negativos sobre el activismo con el fin de justificar los abusos e ilegalidades después de las protestas del 11J y la aparición de la plataforma Archipiélago, con su convocatoria al 15N.

Tortura (5)

Difamar también es una manera de aislar a una persona del resto de la comunidad desde el miedo y la vergüenza. Que alguien sea visto como un enemigo lo vulnerabiliza enormemente. Está expuesto a ser víctima de violencia impune, ya que la imagen de maldad construida facilita ser objeto de violencia justiciera.

Es necesario insistir en que los actos de repudio son también una manera de aislar, atemorizar y avergonzar; no solo al individuo sino a la comunidad. Familias de activistas, donde incluso había niños, fueron víctimas de ellos a medida que se acercaba el 15N. Todos conocemos que esos mítines son denigrantes e injustificables. Inducir desde el poder la violencia entre ciudadanos es repulsivo, pero las personas que aceptan formar parte de tales acciones deben ser conscientes del delito nacional e internacional en que incurren.

Diferenciar represión y tortura requiere de una investigación más profunda, dada la línea sutil que las separa. En un estado totalitario estos actos se normalizan. Es por eso que para comenzar a dilucidar este entramado de violaciones debemos comenzar por reconocerlas y denunciarlas.  

Después del MSI, el 27N, el 11J y el 15N, los cubanos hemos comenzado a adquirir  una consciencia más generalizada sobre la necesidad de un cambio en tal sentido. Tanto los residentes en la Isla, como los de la diáspora, han aumentado las denuncias, sea en instancias legales como en redes sociales.

Impacto de la tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes

Además de los problemas médicos que pueden ocasionar estos actos, por ejemplo, al estar horas en posiciones incómodas, porque se niegue o demore asistencia médica a un detenido o a un recluso, o por el uso de esposas en brazos y piernas, las llamadas Shakiras; aquí enumeramos algunas de las consecuencias psicológicas resultantes de haber experimentado tortura y otros tratos crueles, inhumanos y degradantes para el individuo, la familia y la comunidad.

Como experiencia límite, la tortura implica una cascada de acontecimientos donde el individuo experimenta una desprotección casi absoluta, sin posibilidad de defenderse o de huir. La tortura psicológica tiene la intención de dejar marcas invalidantes en las personas, mucho más duraderas que las que quedarían físicamente en el cuerpo. Uno de sus objetivos es crear la sensación de imposibilidad de escape, de sumisión absoluta al verdugo.

Este tipo de relación, que encontramos multiplicada en cada denuncia, puede provocar angustia, acompañada, como sucede frecuentemente, de ideas suicidas. En casi todas las «intervenciones» de los agentes de Seguridad del Estado, encontramos primero la intención de mostrarle a la persona que no tiene otra opción que hacer y decir lo que el estado exige. Implantar la idea de omnipotencia y omnisciencia del estado, facilita el camino para la vivencia de desprotección absoluta, miedo generalizado paranoico en la subjetividad social de los cubanos.

Una parte importante de los suicidios se produce para defenderse y deshacerse de la angustia que trae vivir una situación sin salida. Suicidio como límite al exceso de violencia o de sufrimiento, o como vía ilusoria de que se tiene control al menos de la propia vida.

Tortura (6)

No puedo dejar de mencionar mi preocupación por el aumento de las huelgas de hambre como forma de lucha política. No logro percibirlas tanto como un acto heroico sino como una salida, producto del trato abusivo por parte de las autoridades, y no creo necesario estimularlas, sino encontrar creativamente otras maneras de denuncia y participación política.  

Por supuesto, la tortura es un evento traumático, incluso para algunos de los que la ocasionan. Los efectos en el individuo implican síntomas de despersonalización, depresión, ansiedad, los llamados flashbacks donde a partir de un estimulo conexo a la experiencia de tortura, la persona vuelve a experimentar todas las sensaciones y peligro a que estaba expuesto. Esto trae dificultades para retomar el estatus y las funciones sociales que tenia antes de los sucesos.

Estas personas pueden portar durante años un daño importante en la percepción de sí mismas; como si quedaran fijadas al abuso. Por tanto, o se esconden por vergüenza o hiper-reaccionan a cualquier tensión o frustración con comportamientos agresivos o ataques de pánico. Hablamos de daños perdurables que pueden aparecer a corto, mediano o largo plazo, donde se experimentan con intensidad afectos como:

– Miedo inespecífico. Una sensación de peligro perenne.

– Certeza de culpabilidad. Un ejemplo lo tenemos en los sentimientos de culpa que experimentan algunos activistas cuando saben o se les amenaza con que la SE puede acosar e intimidar sus familiares.

– Vergüenza. Sentimiento que provoca inhibición social.

Los tres embisten agresivamente una relación sana de las personas consigo mismas, dejándolas a ellas y a sus familias presas en relaciones patológicas. Menos aptas para gozar de su condición social y su participación política.

En la familia, el sufrimiento de uno de sus miembros fragiliza al resto de ella y a los amigos cercanos. El estrés, el miedo y la ansiedad circulan incluso en los niños. Como se conoce, los bebés perciben el sufrimiento de la madre o del que cuida.

La tortura puede cambiar la calidad de los roles dentro de la familia, como la dificultad en la capacidad de proteger a los hijos u otros miembros, la capacidad de amar y sentirse amado. Por otro lado, se pueden crear nuevas alianzas que buscan reorganizar la familia, restablecer el orden que existía, reparar sus relaciones. En esta última ola represiva, las familias cubanas han sufrido mucho. Ha sido una institución vulnerable durante años, por la emigración y la prioridad dada a valores ideológicos y políticos respecto a los familiares.

Como lo nombra el Protocolo de Estambul, cuando se deshumaniza y quiebra la voluntad de una persona, el torturador aterroriza también a cualquiera que se ponga en contacto con la víctima. De esta manera, se puede dañar comunidades enteras. Los actos de repudio son un vergonzoso ejemplo. Los juicios de las últimas semanas también son utilizados como escarmiento a quien en el futuro ose desafiar al gobierno.

Se impone insistir en la importancia de la denuncia, en no callar. El silencio es directamente proporcional a la violencia de estado y su duración. Es de suma importancia reconocer y denunciar estos actos, ya que las consecuencias psicosociales para el país son funestas y ya están entre nosotros. Aceptar con familiaridad acrítica la transmisión de la tortura y de otros tratos crueles, inhumanos y degradantes en una sociedad es abrir el camino a su autodestrucción.

***

1. Cursivas por el autor del artículo.

2. Pau Pérez Sales: Tortura psicológica. Definición, evaluación y medidas, Editorial Desclee de Brouwer S.A. 2016.

3. Comisión Interamericana de Derechos Humanos OEA OEA /Ser.L/V/II. Doc. 2.  3 febrero  2020 Original:  español.

1 febrero 2022 29 comentarios 3,3K vistas
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Ideología y derechos

Ideología y derechos humanos. El caso de Luis Manuel Otero Alcántara

por Alina Bárbara López Hernández 28 mayo 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

-I-

Ideologías, no abismos

Seis días después del asalto al cuartel Moncada, Fidel Castro y siete de sus compañeros fueron capturados en las estribaciones de la Sierra Maestra, por la zona de El Caney. Dormían en una choza cuando los sorprendió una patrulla al mando del teniente Pedro Sarría. «Las ideas no se matan», fue su respuesta ante la insinuación de un subordinado. Este militar mostró indudables valores cívicos y respeto a la ley.

La captura de los fugitivos se produjo en medio de una intensa campaña liderada por monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, cuyo objetivo era que se respetaran sus vidas. Gracias a aquellas gestiones, y a la presión de la opinión pública, pudieron tener un juicio con garantías e, incluso, fueron amnistiados tras cumplir menos de dos años de prisión debido a un movimiento cívico nacional.

Ideología y derechos 2

Monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba

Cuando regresaron a Cuba en el yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, debieron sortear una gran operación de la tiranía encaminada a liquidarlos. Con motivo de aquella ofensiva, que costó la vida a otros opositores en las denominadas Pascuas Sangrientas, Juan Marinello, presidente del Partido Socialista Popular, envió una carta, fechada el 12 de enero de 1957, a varias personalidades hispanoamericanas, en la que señalaba:

«Es obligado que expresemos a usted que el PSP no comparte los métodos de lucha puestos en práctica por el Sr. Castro y su grupo, por entender que no son apropiados y eficaces para dar fin a la tiranía (…) que Cuba padece; pero nuestro partido solicitó y solicita respeto y garantías para la vida de Castro y sus acompañantes (…)».

Tres hombres —un militar, un prelado católico y un alto dirigente comunista— cuyas ideologías no podían ser más diferentes, antitéticas si se quiere, se habían identificado con una causa que tenía como objetivo esencial el respeto a la vida y a la integridad física de personas a las cuales no los unían lazos políticos.

-II-

Abismos, no derechos

En el 2019 se aprobó en Cuba una Constitución que obliga a todos a cumplirla; pero que también protege los derechos declarados de todos. Aun de los que no votaron. O de los que votaron en contra. Aquí no valen excepciones, el respeto a la ley y la protección legal incluyen igualmente al sector denominado oposición, un sector en crecimiento.

El artista Luis Manuel Otero Alcántara ha utilizado la protesta pacífica y la desobediencia civil como medio de disenso. Su situación actual, un raro limbo en el que no está detenido o acusado legalmente pero tampoco es libre para abandonar el hospital Calixto García, debe preocupar a cualquier persona, independientemente de sus criterios políticos. El deterioro físico, y evidentemente psicológico, que reveló el último video circulado de su estancia en una sala de psiquiatría, es demasiado perturbador e inquietante para voltear la mirada.

Ideología y derechos 3

Fragmento del último video de LMOA

Ya sea en un proceso por delitos comunes o de otra índole, todos los ciudadanos debieran estar protegidos por la ley. Debe existir una orden judicial para el arresto, se debe permitir acceso a un abogado y contactos con la familia e incluso, si no es un terrorista o un asesino peligroso, toda persona puede responder al proceso en libertad. 

Aquí no pueden existir relativismos. Lo correcto y lo incorrecto, lo digno y lo indigno, el bien y el mal; son conceptos que no están distanciados por vallas ideológicas. La actual situación de Otero pone en la mira no solo a los órganos de Seguridad del Estado, sino a todas las instancias políticas con nivel de decisión en Cuba, empezando por el Partido Comunista. Igualmente pone a prueba a cada ciudadano que no se indigne, aun en su fuero interno si no se atreve a hacerlo de manera pública. 

Luis Manuel es la cabeza más visible del Movimiento San Isidro, que se hizo notar a raíz de las polémicas suscitadas por el controvertido decreto-ley 349. Tal decreto, en una moratoria debido al rechazo que ocasionó, significaría una restricción a la libertad del arte que se produce fuera de las instituciones culturales del Estado y un aumento de la censura.

En respuesta, algunos artistas e intelectuales discrepantes comenzaron a utilizar mucho más el performance callejero y convocatorias a exposiciones independientes. La represión de los órganos de Seguridad del Estado —excesiva e inconstitucional—, fue desencadenando una escalada de respuestas y más miembros al grupo. De modo tal, se hicieron usuales los actos de repudio organizados por las autoridades, las detenciones y golpizas arbitrarias; todo ello recién aprobada una Constitución que declaraba a Cuba un Estado Socialista de Derecho.

Castigar y proteger

El MSI, algunos de cuyos integrantes han manifestado apoyo al bloqueo norteamericano y simpatías con el anterior presidente Trump, no es representativo de la mayoría de los muchos críticos que tiene la burocracia parto/estatal cubana. Ello, sin embargo, no hace menores mi indignación, mi preocupación y mi vergüenza al ver cómo los han tratado, la forma arbitraria en que los han reprimido.

A LMOA debe reconocérsele el valor personal para luchar abiertamente por sus derechos, y su perseverancia a la hora de defender aquello en lo que cree. Para mí eso es admirable, aunque no coincida con él en otras cosas. Lo creo víctima de intereses extremistas y radicalizados; no obstante, no me parece una persona cuya motivación para oponerse a lo establecido esté determinada por razones económicas. Si fuera así, no viviría en las condiciones de pobreza en que lo hace y que todos hemos visto.

No es un político, pero muchas de sus exigencias son válidas para cualquier ciudadano, es más, la mayoría de ellas: libertades de expresión, movimiento, asociación y manifestación pacífica; están refrendadas por la propia Ley de leyes.

Su desobediencia sostenida frente a un aparato represivo que ha utilizado en su contra métodos ilegales desde mucho antes de que se declarara en huelga de hambre, puede poner en serio peligro su vida. ¿Lo permitiremos?

Algunas veces me han señalado como una historiadora que idealiza el pasado. No lo creo así, pero nadie podrá negar que fue muy superior a la actual aquella educación cívica y los valores humanos que unieron a tres hombres tan discrepantes políticamente como un militar, un prelado católico y un alto dirigente comunista, identificados en la causa común de defender la vida y la integridad física de personas con las cuales no tenían vínculos ideológicos.

28 mayo 2021 100 comentarios 8,K vistas
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Leonardo

Leonardo y yo

por Norma Normand Cabrera 3 mayo 2021
escrito por Norma Normand Cabrera

El 2015 tuvo al concurso televisivo La Neurona Intranquila como denominador común: Leonardo Romero Negrín comenzó a competir en La Liga Juvenil —en un maratón de programas que se extenderían por más de dos años—, y yo participé en la temporada 5 para adultos. Los dos resultamos ganadores en nuestras respectivas competencias. Antes de conocernos personalmente nos seguíamos y admirábamos, pero eso lo supimos después.

Comencé a asistir a las grabaciones de La Liga Juvenil, en parte por apoyar a los muchachos, en parte por mantenerme vinculada a un espacio que tantas satisfacciones me dio. Allí conocí a Aixa, su mamá, profesora de Español y Literatura de un instituto preuniversitario. Desde el inicio me llamó la atención el vínculo tan estrecho de cariño y compenetración que existía entre ellos.

De la mano de su madre, Leo conoció el teatro, el cine, los museos y las galerías de la ciudad. Por ella disfrutó sus primeros libros y se convirtió en un lector feroz. Iban juntos a todas partes, como dos novios. Sin sobreprotegerlo, ella estaba al tanto de sus pasos, de su rendimiento escolar, de sus intereses.

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La autora y Leonardo en el extremo izquierdo, con Baudilio Espinosa y un grupo de amigos «neurófilos» (Foto: Cortesía de la autora)

Vivían en La Habana Vieja, en un apartamento pequeño. Era el último piso de un edificio muy antiguo, de esos a punto de derrumbarse, adonde no llegaba el agua por las cañerías. Para tenerla en la casa, debía cargarla desde abajo, en faenas largas y pesadas. Los dos, madre e hijo, porque eso también lo hacían juntos.

Leonardo fue un niño pobre. Pobre y humilde, términos que suelen confundirse, pero que no son idénticos. Nunca le importó. Fue enseñado a disfrutar lo que tenía y, desde muy pequeño, sus amigos fueron su mayor riqueza: niños pobres como él, después adolescentes pobres como él, más tarde jóvenes pobres como él.

Se iban juntos a la playa, o a algún concierto de esos en una plaza o un parque, y eran felices. Como cuando llegaron muy temprano a la Ciudad Deportiva para ver a los Rolling Stones en su notoria presentación en Cuba. En esa ocasión, tuvo la suerte de que cayeran en sus manos dos de los emblemáticos pullovers que los músicos lanzaron al público. Supieron también sus compañeros del talento y la paciencia que mostraba al repasarles las asignaturas que les ofrecían dificultad. Sin pretextos, sin regaños, sin apuro.

Su pasión primera, sin embargo, era estudiar. Formarse como Físico teórico era su vocación, su sueño. A ello dedicaba sus mayores energías. Varios concursos municipales y provinciales lo vieron participar y ganar. Por eso, obtuvo el derecho a cursar el duodécimo grado en el Colegio San Gerónimo, de la Universidad de La Habana, excluido de realizar las pruebas de ingreso.

Antes, tuvo que cumplir el Servicio Militar Activo en el Combinado del Este, todo el tiempo haciendo guardias de madrugada. Llevaba libros para que lo acompañaran en su vigilia obligada. Me contaba que así se entretenía, que el tiempo pasaba más rápido. Allí padeció de una lesión de rodilla que le costó un ingreso; sin embargo, no causó baja, cumplió hasta el final con su reclutamiento.

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(Foto: Tomada del perfil de Facebook de Leonardo Romero Negrín)

Hallaba gracioso que visitara mi casa y pasara horas conversando conmigo de Historia y de Física con mi esposo. No eran comunes en un joven su amabilidad y paciencia para con las personas mayores. Su interés por el conocimiento era ilimitado. Nunca estaba apurado: afuera lo esperaba su bicicleta, eterna compañera de viajes extraordinarios. Me enseñó a jugar Scrabble, que desde entonces practico. Yo intentaba tener un flan preparado para brindarle cuando venía.

La cuarentena, con su necesidad de inmovilidad y distanciamiento, hizo que el teléfono fuese nuestra única vía de comunicación. No me faltaron sus llamadas, ni su ofrecimiento a hacernos los mandados, o buscarnos algo en algún lugar. En su bicicleta, claro. O hasta caminando, si fuera preciso.

Demoró Leonardo en tener un teléfono móvil. No lo exigió, sabía que lo tendría cuando sus padres pudieran comprárselo. No se quejaba por ello. Tampoco tenía computadora. Cuando fue campeón de la Liga Juvenil de La Neurona se ganó un Tablet. Recuerdo su cara feliz, su sonrisa grande, cuando lo recibió. Se ganó también un fin de semana en Varadero, adonde fue con su mamá. Nunca había salido de La Habana.

He dicho que con Leonardo hablábamos de Historia. Más específicamente de Martí, de quien siempre quería saberlo todo. Éramos entonces dos estudiosos, dos amantes del Apóstol, para los que el tiempo no parecía transcurrir. A veces me llamaba para precisar una fecha, una cita, un personaje. Como todo maestro que se precia de serlo, si en ese momento no podía darle la respuesta, lo llamaba yo después. Con su dulzura y bondad características, esperaba por mí.

En agosto pasé por una situación personal que me sumió en el más atroz de los dolores. Sé que Leo lloró conmigo. Que sufrió, que hubiera dado cualquier cosa por devolverme la sonrisa. Ahora sufro yo por él. Y lloré cuando vi el video donde se observa a Leonardo siendo detenido tras sacar un cartel, un rústico cartel que dice «Socialismo Sí, Represión No».

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(Foto: Tomada de Facebook)

De haberlo enarbolado un estudiante universitario como él, en una manifestación de cualquier lugar del mundo donde Socialismo fuese una mala palabra, hubiera sido señalado como ejemplo, como un joven que quiere lo mejor para su país. Leonardo también quiere lo mejor para su país. Y un país mejor, donde «la ley primera de la República sea el culto a la dignidad plena del hombre».

La mamá de Leo me contó que él nació en medio del ciclón Irene, el 14 de octubre de 1999. Al salir de alta del hospital, con su niño en brazos, el fotógrafo de un medio de prensa le tomó una foto, que salió publicada en primera plana. Era el 20 de octubre, Día de la Cultura Cubana. Ahora se ha desatado también un ciclón alrededor de Leo: un ciclón de amor, de solidaridad, de defensa de la verdad, de voces que se alzan para pedir sensatez acerca de un joven cubano que se atrevió a alzar la suya en un reclamo colectivo: «Socialismo Sí, Represión No».

2 de mayo de 2021

3 mayo 2021 70 comentarios 8,6K vistas
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Palabras 1

Palabras que definen

por Teresa Díaz Canals 15 abril 2021
escrito por Teresa Díaz Canals

Uno de los significados de la palabra melancolía es precisamente «una tendencia a la tristeza por la influencia deprimente de un lugar o de un ambiente».

Alberto Ruy Sánchez (Tristeza de la verdad)

***

¡Aquí hay que decir malas palabras!

Hace unos años, le advertí a algunos estudiantes que comenzaron a utilizar un lenguaje impropio para la academia, que en el aula no permitía que se dijeran «malas palabras». Si me hubiera podido mantener un tiempo más en la docencia, como era mi deseo, mantendría intacta esa postura, dado que para cualquier sociedad es muy importante eso que nuestro poeta José Lezama Lima denominaba «ceremonial».

Existen normas indispensables para establecer relaciones adecuadas entre los seres humanos. El civismo es el arte de la convivencia.

En mis conferencias insistí en transmitir que la ética también es una estética. Poseo el legado de haber tenido unos padres que jamás se manifestaron de manera vulgar, a pesar de que sus vidas transcurrieron en un contexto humilde. Ellos vivieron otra época, donde la decencia se acompañaba de cierta rigidez y, por tanto, de una cuota de violencia.

Recuerdo a mi madre cuando hacíamos una visita, si alguno de sus hijos hablaba en medio de la conversación de los adultos, solo tenía que abrir un poco más los ojos y enseguida entendíamos que debíamos callarnos.

En los años noventa del pasado siglo tuve que trasladarme a vivir a otro barrio del Vedado con mi hijo. Encontré allí un poco de todo: el radio o la televisión con el volumen al máximo, la apuntadora de la bolita, venta de drogas, peleas que a menudo terminaban en la estación de policía.

La sonrisa y las cavernas

Al principio de mudarme, una vecina me recomendó: «¡Aquí hay que decir malas palabras!». Se burlaba de mí cuando, después de regresar de Madrid, me aparecía con un café y le colocaba en la bandeja una servilleta traída del viaje. «¡Qué ridícula eres! Sabes muy bien que cuando pase una semana no vas a tener ningún papelito de esos» –me decía. Y era la pura verdad. Sin embargo, he mantenido esa costumbre hasta hoy.

Recuerdo mucho el consejo de esa vecina, pues en el transcurso de mi vida alguna vez he tenido que hacer uso de él.  Aunque confieso que no soy creíble en ese campo. Me respetan por otras cosas más que por gritar palabrejas.

Palabras y circunstancias

En uno de sus diarios, José Lezama Lima escribió: «Antes de sacarse los versos del alma, hay que sacarse el alma del culo». Y fue uno de los cubanos más cultos que ha engendrado este país.

Es conocida la anécdota de 1943, cuando Lezama se enfrentó –en la entrada de lo que fuera el Lyceum de La Habana, fundado por catorce mujeres en 1929– con ese otro grande de las letras que fue Virgilio Piñera, debido a la crítica que le hiciera este último en su artículo «Terribilia Meditans (II)», aparecido en la revista Poeta.

Se encontraban en los salones de esa institución, en el entreacto de un concierto con el Grupo Renovación Musical, y Lezama le gritó que le prohibía que su nombre apareciera otra vez en su «revista de mierda». Afuera soltaron piñazos, pero fue más un amago que otra cosa, debido a que Piñera esquivaba los golpes mientras algunos espectadores lo animaban: «¡Flaco, dale un ladrillazo!». Años después ambos se rieron del episodio.

Educar no es adoctrinar

Dentro de las hostilidades que por su parte padeció Piñera, está la discriminación contra su persona en la Revista Cubana, en 1959, cuyos redactores le negaron la publicación de un artículo porque reprodujo un fragmento de una obra donde se mencionaba la palabra «culo». Se alarmaron escritores como Cintio Vitier, Graciela Pogolotti, Roberto Fernández Retamar, entre otros. A esto contestó Piñera: «¿Creen que aquí en el sentido cultural se puede ser decente?».

Al lado de mi casa vive un niño de un año. Algunas vecinas vienen casi a diario y le preguntan: «¿Dónde está mi “pichurri”?». Muchas veces, la palabra es dicha no en sentido figurado, sino con todas sus letras. El bebé, ante tanta insistencia, ya aprendió a tocarse los genitales cada vez que le mencionan la palabra y ello provoca la risa de los presentes.

Desde pequeño lo enseñan a naturalizar el vocablo y el gesto. Cuando ese precioso niño crezca y muestre lo que ahora es motivo de risa, otras personas lo rechazarán y comentarán que es un marginal.

Anteriormente expuse en un artículo mi criterio acerca de la publicación en el periódico Juventud Rebelde de una caricatura en primera plana de una mano haciendo la seña del órgano masculino que todos conocemos. «¡Esta es nuestra respuesta al imperialismo!»– decía el texto acompañante. Nadie rebatió esa penosa acción comunicativa, machista, vulgar, bochornosa.

En espera de algo

Ese artículo se presentó para un libro colectivo con algunos de mis colegas y cuando llegó a la editorial de la institución para la cual trabajé buena parte mi vida, fue retirado. Decidieron no incluirlo pese a haber recibido una mención especial del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales en el 2015.

¿Y las malas palabras que se pronuncian hace ya mucho tiempo en las novelas cubanas? El arte no es un reflejo directo y burdo de la realidad. No me he enterado de que algún intelectual nuestro denunciara esas vulgaridades en la televisión cubana. Si lo hicieron, en una de las reuniones convocadas para cualquier cosa, el hecho es que la desfachatez continúa.

¿Y la frase reciente de celebración de una conga oriental que dice: «¡Oʼe policía, pinga!»? Aclararon que no tenía ninguna intención ideológica, por tanto, es políticamente correcta.

Cierta vez, una reconocida especialista en filología explicó en un programa televisivo que los tiempos habían cambiado y que las maneras de hablar también. Es decir, justificó lo que ocurría con el lenguaje. También un grupo de teatro en la pequeña sala El Sótano denunció en ese tiempo tal estado de cosas, pero la obra pudo verla solo un pequeño grupo de espectadores.

La inmensa minoría

El 4 de abril pasado observé en Facebook los sucesos que tuvieron lugar en el barrio de San Isidro y los debates posteriores acerca de las expresiones vulgares de algunos de sus protagonistas. Me llamó mucho la atención la declaración de uno de ellos en una entrevista que resumo: «Sí, soy un marginal. No me crié con mis padres, tengo un cuarto grado». Sus palabras me conmueven todavía.

¿Es que acaso esos muchachos salieron de la nada? ¿No son el resultado de las circunstancias en que vivieron? ¿No pueden aspirar a nada? Aspirar es, en sí mismo, vivir. Entre el lenguaje pedestre, superficial y arrogante de un joven con un mercedes Benz, me sensibilizo más por los seres de un barrio que sufre, ante una Cuba que duele. Los dolores ignorados suelen ser siempre los más terribles.  

15 abril 2021 27 comentarios 4,8K vistas
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San isidro

La hoguera de San Isidro

por José Manuel González Rubines 12 abril 2021
escrito por José Manuel González Rubines

El 4 de abril pasado, día de los Pioneros y la Juventud Comunista, el Movimiento San Isidro (MSI) hizo una prueba de fuerza. Pese a que fueron amenazados varias noches antes en el NTV, mantuvieron la acción planificada. Una vez comprobado que eran capaces de atraer a más personas que las que conformarían uno de los tan mencionados grupúsculos, quisieron saber hasta qué punto la gente los acompañaría. No todos los congregados corearon sus estribillos, pero tampoco se retiraron en masa o se opusieron.

Ese día permitió determinar también cuáles eran los límites que la Policía no estaba dispuesta a rebasar. Maykel Osorbo –uno de sus más intrépidos lugartenientes– sacado de las fauces de una patrulla por vecinos del lugar, y el hecho de no intervenir a pesar de los gritos, canciones y retos de algunos de los congregados, fueron esos límites. La prueba tuvo éxito.

Lo sucedido ese día generó disímiles reacciones, desde la loa cegata al rechazo tajante. Hubo quien trajo del oscuro pasado americano el espectro de la revolución de Haití y de las tropas negras de Dessalines matando blancos a machetazos. Algunas de las ideas asociadas podrían condensarse en una frase: «Son vulgares, no me representan».

Realidades incómodas

Surge pues una interrogante clave: ¿pretende el Movimiento San Isidro «representar» a todos los que desean un cambio en Cuba? En mi opinión no, pero vayamos por partes.

El objetivo de ellos parece ser simple: se oponen al gobierno y, por tanto, quieren derrocarlo. No se quedan en las medias tintas de pedir reformas –seguramente los choques frecuentes con cariñosos agentes de Policía y de la Seguridad del Estado se encargaron de convencerlos–, sino que buscan una transformación radical cuyas bases y características nunca han esbozado, al menos no de manera pública.

Para algunos de sus miembros, como el propio Osorbo, los aires de cambio solo pueden venir de Estados Unidos. Esta es una de las tendencias de pensamiento ideo-político de más larga data en Cuba, que hunde sus raíces en los inicios del siglo XIX y a la cual se adscribió incluso el creador de la bandera nacional: el anexionismo.

Hasta el pasado 27 de noviembre, el MSI carecía de la fuerza mediática suficiente para colocarse en el estrellato de la oposición insular. La protesta de los artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura, si bien no fue de adhesión a ellos y sí de condena al trato que recibían, los colocó en ese firmamento. Pero lo que pasó ese día quedó ahí. Sus repercusiones, más allá de lo simbólico, no se materializaron en ningún proceso exitoso, ni siquiera en el ámbito de lo cultural.

«Yo soy cubano»

Después de eso, la visibilidad ganada en medios oficiales, de donde reciben permanentes ataques, el asedio policial que denuncian casi diariamente en sus redes, así como el agravamiento de las condiciones económicas del país, los han llevado a radicalizar sus estrategias y posturas. En esta acción del 4 de abril se acompañaron de una base social donde tienen todas las de ganar.

Un interesante estudio de la politóloga de Harvard Erica Chenoweth, que tomó como sustento un número considerable de movimientos de protesta desde 1900 hasta 2006 –actualizado en 2020–, fundamenta que, para tener probabilidades de éxito en derrocar a un gobierno, una manifestación debe contar con alrededor del 3.5 por ciento de la población de un país. Para Cuba, esa cantidad serían aproximadamente 395 mil personas, el veinte por ciento de los residentes en La Habana.

Llegados a este punto, no dudo que alguien pueda pensar confiadamente: «Una manifestación tan grande es imposible en Cuba». Tal vez sí, pero es sensato no ser categóricos. La protesta de mayor magnitud registrada en este país desde 1959 hasta la fecha fue el llamado Maleconazo, a principios de agosto de 1994. No existen cifras exactas de las personas que salieron a las calles Prado, Galiano y Malecón, pero se calculan en el orden de miles.

¿Qué relación tienen los manifestantes del Maleconazo con el Movimiento San Isidro? La base de ambos es la misma. En 2021, igual que en 1994, la mayoría de los habitantes de Centro Habana y Habana Vieja se encuentran en situación de vulnerabilidad. Son lo que el Papa Francisco definiría como residentes de las «periferias existenciales», gente que ha tenido una vida dura y que carece de oportunidades en medio de una crisis sistémica tan prolongada.

Desterrada

Aunque por desgracia se mantiene la precariedad económica como condición común, las circunstancias de 1994 tienen diferencias sustanciales con respecto a las de 2021. Identifico las cuatro que siguen, si bien la enumeración podría ser más exhaustiva:

1. Internet nos mantiene conectados y permite que cualquier suceso sea conocido en cuestión de segundos. Eso favorece no solo la difusión, sino también la convocatoria.

2. A diferencia de los manifestantes de 1994, el Movimiento San Isidro está más o menos organizado y cuenta con base de apoyo exterior.

3. No existe ya la política migratoria de Estados Unidos hacia Cuba que propiciaba el éxodo como una válvula de escape en masa. Ahora no hay a donde ir, menos para un grupo en condiciones tan desventajosas.

4. Fidel Castro ya no está. Guste o no, su habilidad de estratega le permitía aplacar cualquier incidente. Los dirigentes actuales no han sido capaces de manejar sin brutalidad la presencia de artistas e intelectuales en una acera del Vedado, no se diga ya marchar en medio de una multitud molesta.

Por tanto, incurrir en la prepotencia de minimizar lo que pueden lograr si consiguen el suficiente liderazgo para canalizar insatisfacciones sociales crecientes; es pecar de subestimación, que en política, como diría José Fouché, «es peor que un crimen, es un error».

El Movimiento San Isidro –compuesto mayoritariamente en su base social por personas humildes, negras y mestizas– se presenta ante la población marginada y vulnerable de los barrios pobres de la vieja ciudad, como la resistencia frente a la dominación de la élite, esencialmente blanca y rolliza, que habita las antiguas mansiones de la burguesía republicana. Maykel Osorbo con unas esposas a medio poner alzadas al viento es el símbolo de eso. Y nadie dude del poder de un símbolo.

San Isidro (MO)

(Captura del video publicado en el perfil de Facebook del MSI)

El Movimiento San Isidro ha puesto sobre la mesa la protesta de los marginados de la ciudad, de quienes tienen pocas opciones y esperanzas. Para los que han visto más allá de las malas palabras, el MSI ha ganado respeto por la imagen de valentía que proyecta. Con un discurso que busque articular consensos, podrían conseguir una ascendencia sobre cada vez más personas.

Poseen el potencial y hasta ahora no han recibido un contragolpe efectivo, más que las habituales acusaciones de mercenarismo hechas por el Premio a la Dignidad, Humberto López. Sin embargo, aun cuando pueden ser ciertas, la reputación del mensajero y sus antecedentes de eludir verdades hacen que el mensaje sea, cuando menos, dudoso. Por otra parte, a fuerza de repetirlas y repartirlas a diestro y siniestro, parecen importarles cada vez a menos gente.

Una solución para disminuir el oxígeno al fuego de San Isidro sería cambiar las condiciones políticas y económicas que le dan origen y sustento. De proyectos y promesas difícilmente se vive. No son comestibles. Pero no solo resolver el problema de la pobreza y la marginalización sería suficiente, pues algunos de los que hoy se congregan en torno a ellos no lo hacen movidos solo por eso, sino también por exigencias políticas que requieren de un proceso de diálogo sobre la base del reconocimiento de las mutuas diferencias.

Los de San Isidro son gente guapa y pobre, no tienen nada que perder. Reprimirlos puede ser una solución a corto plazo –nada republicana, nada cívica, nada martiana–, pero si se llega a la sangre, entonces, más que un símbolo, habrán creado un mártir y contra eso difícilmente podrán revertir las consecuencias. 

12 abril 2021 53 comentarios 7,4K vistas
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envergadura

La envergadura de este otro 27 de noviembre

por Esther Suárez Durán 15 diciembre 2020
escrito por Esther Suárez Durán

El pronunciamiento protagonizado por las personas de buena voluntad que acudieron el día 27 de noviembre pasado al Ministerio de Cultura a dialogar con el ministro no parece que pueda leerse como un suceso aislado. Es una señal de las partes más sensitivas del tejido social, dando cuenta de la necesidad de los hijos de esta tierra de tener la participación merecida y necesaria para construir una nación en la cual podamos reconocernos todos. 

Estaban allí jóvenes artistas, personas relacionados con el arte, también estaban sus padres. La mayoría, de similar procedencia profesional; la mayoría, jóvenes de espíritu; la mayoría, apostando porque se cumpliera el anhelo de sus hijos pues ese sería el signo inequívoco de los nuevos tiempos de crecimiento para la Patria. En el caso que me ocupa –varios de ellos, colegas conocidos, personas muy cercanas, amigos con los cuales me gustaría compartir trinchera, si llegara el caso– tanta fe y confianza tengo en ellos y, más aún, en sus hijos y en todos aquellos jóvenes que con la mejor de las intenciones allí se congregaron, porque –tal y como se esperaba– son mejores que todos nosotros.

La respuesta inmediata y la que apenas días después le siguió demostró que la institucionalidad no estaba a la altura. De haberlo estado, no hubieran dilatado hasta bien entrada la noche la posibilidad real del encuentro y no hubieran protagonizado una jornada tan bochornosa como la que vivimos el viernes, 4 de diciembre, a partir del comunicado del Ministerio de Cultura suspendiendo el diálogo al cual se le habían puesto condiciones. A partir de ahí, se permitió –que es lo imperdonable– el ensañamiento mediático y torpe, mezquino –porque no existía derecho a réplica– que demonizaba a quienes de manera voluntaria habían buscado el encuentro y a los padres y artistas de otras generaciones que les acompañaban en el empeño, incluyendo a un hombre que aportó más luz a aquella noche adonde llevó su honradez, coherencia, sensibilidad y altura como el director y Premio Nacional de Cine, Fernando Pérez, quien se nos hizo aún más admirado y querible.

El largo y triste día del viernes 4 nos sirvió para mejor ver cómo funcionan todavía hoy nuestros medios y, detrás de ellos o a través de ellos, el dispositivo ideológico del Partido. Los periodistas que acríticamente se prestaron a que esa vez se escuchase una sola voz pueden sentirse avergonzados. Fueron repetidores de una misma frase, incapaces de buscar la verdad, incapaces de crear contenidos y de darle paso a las voces diversas que desde el tejido social se alzaban. Poco favor nos hace prensa semejante.

Mientras tanto, un colega joven, creador de varias de las más interesantes y útiles piezas teatrales de los últimos años, quedaba atrapado en su residencia, sin comunicación con el mundo exterior: las vías telefónicas cortadas y una posta a la salida de su casa. Otros, que no conozco como conozco a este, vivieron la misma experiencia. Espero que les sean dadas las disculpas necesarias. Me pregunté mil veces ese día fatídico quién estaba gobernando en Cuba.

Por fortuna, el sábado 5 comenzó a abrirse paso la cordura. Volvimos a funcionar como cubanos: terminaron las ofensas contra los jóvenes artistas y sus acompañantes de otras generaciones, el lenguaje recobró en parte su trato con la verdad;  se inició el encuentro, ahora bajo las condiciones de la institucionalidad que seleccionó unilateralmente a sus interlocutores, pero era mucho pedir que se avanzara más allá en menos de veinticuatro horas en las cuales del negro se había pasado al blanco, por corte –dirían los artistas de la imagen en movimiento–, sin transición expedita.

Las señales han sido claras. La sociedad civil necesita ya mismo su espacio. La gobernanza también necesita —para su bien y eficacia– poder ser emplazada y reemplazada cuando no sea la idónea, cuando no dé la talla. El socialismo burocrático ha de dar paso al socialismo participativo. Las ideas han de andar libres en el aire. Habrá que marchar aprisa porque hemos perdido mucho tiempo, hipotecado vidas enteras que no devolveremos y hecho zarpar a nuestros jóvenes a buscar en tierra ajena lo que, por derecho y lógica, deberían haber hallado naturalmente en la propia. Y esta, acaso sea la mayor y real derrota de la cual procuran redimirnos –¿no lo vemos?– esos muchachos esta nueva noche del 27 de noviembre.

Ha de emplearse la energía consignera en tener, de una vez por todas, una economía decente por las vías que nos indican nuestros mejores economistas, la que nos debemos y podemos alcanzar a pesar, incluso, del bloqueo más criminal de la historia. Vietnam no es solo un país amigo, es, además de una nación entrañable, un referente, un estímulo, un acicate. Ellos, bombardeados y arrasados, han vencido al enemigo en todos los frentes.

¿Nosotros…?  

Ojalá lleguen los tiempos en que los decisores le brinden tanta escucha a las ciencias sociales como la que acertadamente le han brindado a las ciencias bioquímicas, en especial en esta grave circunstancia sanitaria. Los males y las epidemias sociales existen y enferman mortalmente a las sociedades. Las ciencias sociales llevan mucha atención porque distan de ser exactas. El libre arbitrio de los seres humanos constituye un obstáculo maravilloso que evita que el pensamiento se anquilose; están, además, transidas de ideologías y la matriz que nos sirve apenas cuenta con unos breves siglos de ejercicio.

Por su parte, el diálogo honesto e inteligente y la polémica, son formas vivas y productivas de búsqueda de las verdades, de entendimiento y creación en la vida social, de conocimiento y valoración del prójimo, fundación de empatías, desarrollo del pensamiento y del quehacer científico y artístico. Son, en suma, ejercicios de la mejor educación e instantes gozosos donde se barrunta el porvenir. Pero el diálogo tiene que ser perenne, ha de ser más una vocación que una ocasión; no precisa, por lo tanto, de asambleas y rituales ni de espacios predeterminados, ha de ser tan ágil, oportuno y presente como la vida. Tan intenso, raigal y permanente que se torne una manera de vivir y gobernar. Ese es el diálogo que necesitamos.

15 diciembre 2020 54 comentarios 2,7K vistas
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Diálogos, desasosiegos y esperanza

por Arturo López-Levy 14 diciembre 2020
escrito por Arturo López-Levy

El sábado 5 de diciembre tuvo lugar un diálogo entre funcionarios del Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales en Cuba. No se sabía aún el resultado del diálogo y ya chillaban las redes sociales con cubanos molestos que decían no haber sido representados por los reunidos allí, a quienes llamaron traidores y otros epítetos. Un número equivalente asegura que no estuvo representado tampoco por el Movimiento San Isidro ni por los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre, quienes afirman no ser los mismos del 5 de diciembre, ni compartir con estos sus pliegos de demandas.

Totalitarios descontentos con el totalitarismo

Esa coincidente exigencia, con tirios y troyanos pidiendo que alguien represente a todos, es un síntoma de cuán totalitaria es la cultura política cubana. Sorprende el encono con el que, reclamando derecho a la disidencia, se descalifica al que tiene una opinión diferente a favor o en contra del gobierno sin reparar en el principio de que la unidad para ser auténtica viene después de la diversidad. Se reclaman diálogos en abstracto, condenando a los que dialogan en concreto. Se busca la solución total y se descalifica la gradualidad y las curas parciales. Demasiada gente con enojo, insiste en exigirle a los demás que digan lo que ellos quisieran decir.

El pluralismo es lo natural. Los cubanos -de hecho, las personas en general- tienen opiniones diferentes porque miran desde distintas perspectivas y experiencias. «Cuando muchos piensan igual -decía Voltaire- es porque pocos están pensando». La pluralidad en la sociedad civil y en la sociedad política puede ser bien o mal manejada, pero lo que no puede negarse es que es.

En una cultura republicana, nadie tiene la responsabilidad de representar a todos. El derecho a la libre expresión, interpretado como virtud republicana, implica el ejercicio del criterio, con respeto y lealtad al interés público (rēs pūblica), para defender los valores, paradigmas e intereses propios. No los de todos, no los de los demás, los propios. La pugna contra el diálogo del sábado entre el Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales es expresión de totalitarios descontentos con el totalitarismo. A quien se sienta insatisfecho –cuéntese este autor entre ellos– pues busque formas de diálogo efectivo que lo represente. Tanta gente que dice que se debe dialogar con los del MSI, aunque no están de acuerdo con su agenda o sus halagos a Trump, ¿por qué no van y se los dicen?, ¿no sería un diálogo más productivo?

En política no se dialoga ni se negocia como hobby. Tan importante como lo que se discute es aquello que une a los que dialogan. Quién negocia se sienta a la mesa para obtener un mejor resultado que el optimo alternativo a negociar –en teoría de negociación de conflictos se llama BATNA, las siglas de Best Alternative To a Negotiated Agreement–. Es lógico, útil y profesional establecer precondiciones y que el primer diálogo sea sobre cómo dialogar.

La posición de Fernando Rojas de no negociar con quienes reciban dinero de los fondos de cambio de régimen aprobados bajo secciones de la Ley Helms-Burton es lógica para un nacionalista. Un diálogo abierto a todas las fuerzas patrióticas, incluso las que discrepan del paradigma comunista, es una necesidad del país plural, pero también lo es la defensa de la soberanía. De allí hacia atrás, donde comienza la defensa del unipartidismo perpetuo, termina el interés nacional.  Salvo que su objetivo fuese correr el reloj hasta el 20 de enero y poner a dormir a los congregados sin usar la fuerza, ilógico fuera que se dejara negociar en el Ministerio de Cultura a aquellos que celebran sanciones de profundo impacto negativo para la población cubana.

Una postura patriótica y flexible por parte de los interlocutores del viceministro hubiese sido tomarle la palabra, salir del Ministerio de Cultura y pedir ante la prensa concurrente el fin inmediato e incondicional del bloqueo/embargo contra Cuba, proclamando su rechazo a toda intervención o financiamiento a favor de un cambio de régimen impuesto desde fuera. Perdieron la oportunidad, demostrando que, en política, estaban boxeando por encima de su peso.

Uno de los ponentes pontificó lo lamentable de haber tenido que esperar a leer el libro «Tumbas sin sosiego», del historiador Rafael Rojas, para entender la historia de Cuba. Cada uno tiene sus poetas preferidos, pero no se empieza bien si en lugar de defender el pluralismo se viene a imponer preferencias controversiales.

«Tumbas sin sosiego» tiene la misma orientación teleológica que critica. Lo que cambia es el destino. Si para la historia oficial todo parece ser un antecedente de la Revolución, en «Tumbas sin sosiego» toda aspiración a una Cuba moderna termina con el liberalismo occidental. Es su derecho pensar así, como es el nuestro determinar desde una matriz martiana, actualizada por las experiencias socialdemócratas nórdicas y la de estados desarrollistas en el Este de Asia, que hay otras modernidades más allá del liberalismo.

Para Rojas, la prominencia del nacionalismo frente a los designios imperiales en la narrativa histórica dominante en la sociedad política cubana desde la Segunda República –por lo menos desde 1940– es por lo menos lamentable. Nadie tiene la obligación de aceptar ese juicio ni de colaborar a la deconstrucción de una narrativa nacionalista que entendemos justa, correcta y conveniente. Una cosa es pedir diálogo y otra, demandar la rendición de los oponentes en lo que el profesor cubano residente en México pinta como una guerra civil intelectual por la memoria.

Al margen de lo que cada quien piense de las tumbas, para desasosiego de los vivos que no aceptan la posición anti-bloqueo como condición para dialogar, es un hecho que el rechazo a negociar con los cubanos preferidos de la injerencia foránea ha sido bien acogido en la historia de Cuba –rechazo a la Enmienda Platt, la «cuentecita» le llamaba Máximo Gómez; a la mediación de Sumner Welles en 1933 y a la norteamericana en 1959, «Esta vez los mambises entrarán a Santiago», como dijo Fidel Castro a las puertas de la ciudad. El nacionalismo con justicia social es en la política cubana una zona de legitimidad como resultado de haber logrado en la comunidad de naciones, un respeto que nunca lograron sus alternativas.

Por el filtro antibloqueo –es razonable esperarlo– tendrá que pasar quien aspire a entablar un diálogo con el gobierno. El terreno político para una oposición leal desde el patriotismo no se construye desde el anticomunismo, que busca re-litigar la revolución, sino desde una visión posrevolucionaria no comunista que acepta el hecho consumado, pero se propone superarlo. Si Cuba tuvo una revolución sin democracia pluralista, ahora se trata de llegar a esa democracia sin una nueva revolución.

Frente al maximalismo revolucionario y contrarrevolucionario, el proyecto post-revolucionario invoca la aceptación de mínimos y estándares internacionales –debido proceso, soberanía estatal y derechos humanos, Estado de derecho, evolución– que imponen límites a la actuación de todos. Tales límites son un problema para revolucionarios y contrarrevolucionarios, que por identidad invocan la intransigencia como virtud. No entienden de lógicas realistas y quieren la libertad total y el cielo por asalto.

El problema es que, como decía Juan Bautista Alberdi, «los países como los hombres no tienen alas, hacen su jornada a pie, paso a paso».  Para algunos de los congregados frente al Ministerio de Cultura, en particular los del Movimiento San Isidro y la prensa dependiente del financiamiento norteamericano a los programas de cambio de régimen como Diario de Cuba, cualquier limite o precondición que exija el respeto a la soberanía nacional, tal y como la entiende el derecho internacional, es inaceptable. Tampoco entienden de límites y pactos parciales, los revolucionarios para los cuales Cuba es una causa, una gesta ante cuyo altar toda libertad es secundaria. El diálogo es cuando más una tregua o un espacio no para intercambiar o transar, sino para convertir al retrasado.

Frente a esas posturas, con invocaciones incluso al Zanjón y Baraguá, los que acudieron al diálogo del sábado aparecen no solo con principios y apegos al credo nacionalista, sino también más pragmáticos y realistas. No hay que compararlos con dios, sino con lo que han logrado las alternativas intransigentes, es decir, nada.

La moderación es el espíritu de Cuba 

Las personas que leen lo que escribo saben donde me ubico. Explicar de nuevo mis simpatías nacionalistas, republicanas y socialdemócratas seria redundante y descortés. El problema con la Revolución cubana no es su legitimidad histórica o si fue necesaria; el tema es que Cuba no es una causa revolucionaria, es un país soberano, con un Estado que debe respetar los derechos de todos.

La prioridad, por encima de cualquier ideología, debe ser encontrar la mejor forma de dar comida, transporte y casa a la mayoría posible de ciudadanos con la mayor equidad. Está en el interés nacional cubano tanto mantener las conquistas de la Revolución –incluyendo la capacidad de decir «no» a Estados Unidos cuando toque– como desarrollar una vibrante economía mixta y una sociedad política con respeto a la pluralidad ideológica de sus ciudadanos. En otros lugares, he explicado la utilidad del concepto «Casa Cuba», promovido por monseñor Carlos Manuel de Céspedes para pensar un tránsito gradual a una república soberana, con separación de poderes, elecciones democráticas y oposición leal. 

El problema no es manejar la diversidad cultural sino la diversidad política. Dialogar con artistas e intelectuales jóvenes es un complemento, pero nunca un sustituto a la necesidad de pensar la política cubana de modo tal que quepan tantas diferencias como sea posible sin debilitar el interés nacional. Dentro del respeto al interés público y la soberanía del país, el gobierno cubano debe conversar con todos y para el bien de todos. Mientras más cubanos estén dentro de ese espacio de deliberación, supongo que el resultado puede ser potencialmente mejor.

Ningún artista es en virtud de su arte representante de las opiniones políticas de la nación toda. Los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre o los que hablaron después con el Ministro de Cultura son tan representantes del pueblo de Cuba como los primeros cien nombres de la guía telefónica de Santa Clara. Nadie ha votado por ninguno, ni representan a una asociación en la que otros hemos participado, competido o apenas expuesto nuestras opiniones políticas, eligiéndolos nuestros representantes. El hecho de que alguien sea una cantante lírica, o un dramaturgo, o una artista plástica, o un trovador, no le otorga representatividad o conocimiento especializado para resolver los problemas de la economía o la política del país.

A esta hora, cuando la generación histórica que hizo la Revolución sale de la escena, es difícil entender de donde emana la soberbia del Partido Comunista al ubicarse como depositario exclusivo de la soberanía nacional. Primero, porque partido viene de parte. Segundo, porque el estado deplorable de la economía, las cifras de emigrados y deseosos de emigrar, y el nivel de desencanto y crítica a los privilegios inmerecidos y la corrupción, deberían llamar la atención de los que en las élites políticas e intelectuales apuestan por un futuro desde valores patrióticos.

De conjunto con un gobierno que ha manejado la pandemia de Covid-19 con relativa eficiencia y ha apoyado meritoriamente a otros países, se ven en los videos compartidos en las redes sociales y hasta en la Mesa Redonda, a múltiples funcionarios sin capacidad de convencer, con fundamentos de segunda y tercera categoría.

El bloqueo norteamericano es un problema fundamental, pero también lo es la ineficiencia, la corrupción, y la desidia de políticas gubernamentales. Basta ver los casos de profesores declaradamente socialistas, separados de sus aulas por expresar mínimas disidencias, para dudar de la capacidad del sistema político de lidiar con los retos políticos de una reforma económica y una apertura a flujos de información inevitables.

Cada día es más difícil confiar en que el actual sistema pueda sacar a Cuba de la crisis. Por lo menos se necesita una estructura donde lo no comunista quepa, no como ciudadano de segunda, sino con capacidad para ejercer el gobierno, ser voz en el parlamento, administrador en lo municipal y regional. En un sistema que asume la supuesta sabiduría del PCC y su competencia a priori, la doble moral y el conformismo vician inevitablemente el proceso de deliberación, participación y toma de decisiones. Aunque ese Estado/Partido aparezca poderoso, es prisionero de sus propios miedos. Lo que décadas atrás fue una unidad políticamente persuadida o maniobrada, hoy se construye sobre el falso cimiento de imponer coyundas hasta dentro de lo patriótico.

Sin el carisma excepcional y el manejo de crisis de Fidel Castro, con una población de profesionales preparados dentro y fuera del país, la falta de pluralidad política institucionalizada y el miedo a cambios urgentes es –para los intereses nacionales– peligrosa. Río que no encuentra cauce se desborda.

Si el gobierno no tiene compromiso democrático en sus políticas, la oposición no lo tiene ni en el corazón ni en su cabeza. Hasta para discutir derechos humanos, un tema que debía ser no partidista, estas tribus políticas se empeñan en despojarlo de tal carácter. Si en la Mesa Redonda de la TV cubana se habla de los derechos humanos como un derecho a construir el socialismo, en el artículo «¿Cuánto cuesta la desobediencia en Cuba?», publicado en El Toque, se afirma la falsedad de que, «sin importar qué país incluye este tipo de regulaciones sobre los símbolos nacionales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las considera a todas como una vulneración a la libertad de expresión». ¿Cuándo fue eso? ¿Donde tomaron ese curso de derecho internacional?

La oposición declarada, en su construcción actual, incluyendo el MSI, contiene una tendencia plattista dominante. A varios intelectuales jóvenes que protestaron ante el MINCULT les quedó grande el diálogo. Exigiendo homenajes a un grupo de poca monta en la cultura cubana como Paideia, terminaron entre las tenazas binarias del gobierno que los descolocó y la presión maximalista del Movimiento San Isidro.

De un tiempo a esta parte se ha vuelto una «gracia» de algunos opositores tomar los símbolos nacionales para choteo y «performances». Antes de pedir los jóvenes artistas que les enseñen «Paideia» –vaya nombrecito griego para un grupo cultural cubano–, seria bueno que conocieran que en El Jíbaro –narró Orestes Ferrara– por poco se caen a tiros cubanos y estadounidenses en 1898 a propósito de lo que el General José Miguel Gómez consideró un ultraje a la bandera cubana.

Entre los partidarios de esa oposición en el exterior, que han firmado varias cartas, el compromiso con la libertad de expresión es ambiguo. Condenan y alertan contra la violencia «estatal», mientras son incapaces de decir algo como grupo contra los reiterados incidentes de violencia y actos de repudio que la derecha radical ha montado en Miami, o mencionar el bloqueo como lo que la comunidad internacional lo ha calificado desde 1992: «ilegal, inmoral y contraproducente». No hace veinte años, sino apenas una semana atrás, hubo violencia respaldada por el alcalde de Miami contra la libertad de expresión de Edmundo García. No hay acto de repudio gallardo ni amenaza buena de muerte contra la libertad de expresión, ni en Cojímar ni en la Calle 8.

Existe en la Isla y en la emigración, una Cuba para la cual la «moderación», como decía Martí, es su espíritu. Es posible demandar a la vez mayor pluralidad política que la permitida por el monopolio comunista mientras se defiende desde el corazón la bandera de la estrella solitaria y desde el conocimiento el pensamiento independentista y democrático de José Martí, que es «el Delegado» que ya Cuba escogió, para citar a Cintio Vitier en polémica con Rafael Rojas. La disposición de los congregados ante el MINCULT a cantar el Himno de Bayamo es un buen comienzo para pensar un rumbo propio entre la Escila de la soberbia totalitaria y la Caribdis del plattismo sumiso. Allí va la esperanza.

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