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Reforma

Cuba: reforma económica, derechos, protestas y cambio político

por René Fidel González García 20 septiembre 2022
escrito por René Fidel González García

En 2019, aprobada la Constitución que cambió el régimen económico, político y social del Estado cubano, un nuevo equipo de gobierno dispuso no ya solo de los amplísimos poderes que le otorgó, al menos formalmente, el diseño del poder ejecutivo resultante de la actualización de la antigua matriz de concentración de poder en la última etapa de la transición política generacional ocurrida en Cuba; sino además —sin los límites del antiguo cuerpo constitucional—, de un margen de maniobra para acometer la reforma económica.

Contaba también con un expandido catálogo de derechos y garantías constitucionales a desarrollar normativamente. El mismo no solo tenía numerosos puntos de contacto con los contenidos y demandas del proceso de cambio social que se venía produciendo en el país desde décadas anteriores, sino que había logrado conectar con las expectativas y esperanzas de transformación de la realidad que la socialización del debate y discusión del texto constitucional cubano generaría.

No era precisamente este un punto de partida escuálido, tampoco un capital político propio despreciable para el nuevo gobierno, siempre que avanzara con suficiente coherencia y celeridad.

En los siguientes meses, mientras el gobierno trabajaba en la etapa final de una prolongada sistematización y comparación de alternativas y distintas experiencias que le permitirían finalizar la elaboración y concreción de un plan de reforma económica, y también en el pronóstico y estimación de sus efectos sociales, el manejo de la conflictividad política de la población se estaba volviendo disfuncional y peor aún, contradictorio. Ocurría que desde inicios de la década de los 2000, se habían expandido y fortalecido un enjambre de blogs, publicaciones, el acceso a Internet y el uso de las redes sociales.

Lo que en el pasado había sido una gestión de la opinión pública sin apenas fisuras y capaz de imponer, en ausencia de competidores, una hegemonía mediática indiscutible, era para entonces un campo de batalla. Primero intelectuales, activistas y periodistas, y luego ciudadanos en general, encontraron ahí el dinamismo y la posibilidad de expresión, articulación e incidencia, que los espacios públicos, institucionales y políticos reconocidos legalmente, eran incapaces de proporcionar por su propio diseño, o a medida que perdían importancia y se devaluaban.

Para ese entonces, una estrategia basada en expulsiones de centros de trabajo y estudio, advertencias, multas, procesamientos penales selectivos, campañas contra plataformas digitales, acoso, decomisos de equipos, y otras formas de control político, había agotado sus posibilidades disuasorias hasta llegar a ser una rutina punitiva.

Ciertamente financiamientos provenientes de programas foráneos para el cambio del régimen político en Cuba habían estado en el surgimiento y sostenimiento de muchas de las plataformas que existían; sin embargo, la consolidación de un entorno digital que funcionaba como suerte de ágora tan plural como la sociedad cubana, y su capacidad contestataria, crítica y propositiva, fue visto como desafío insoportable, humillante y extremadamente peligroso tanto para el gobierno, como para un aparato ideológico que, ante el desafío, optó por apostar a la polarización política.                                                                     

Cuando a inicios del 2020 el ejecutivo cubano instrumentó la primera medida del plan de reforma económica, que dio en llamar reordenamiento monetario, la dinámica de polarización inducida creada como respuesta al incremento de conflictividad política era ya, de diversas formas, un fracaso. Este funcionaría en los siguientes meses como uno de los catalizadores para que se produjera en el país la compleja unión de los tiempos, demandas y exigencias, de lo político y lo económico.

Incluso hoy, tomando en cuenta el grado de penetración de la Internet y el aumento del tráfico y tamaño de las redes sociales, es muy difícil creer que, por ejemplo, un pequeño y micro-localizado grupo de artistas, activistas y académicos, opuestos en principio a la entrada en vigor del Decreto-Ley 349 y agrupados bajo el nombre de Movimiento San Isidro (MSI), hubiese llegado a ser conocido nacional e internacionalmente. Ello hubiera sido difícil sin las presiones y acosos que recibieron sus integrantes por parte de los órganos policiales y de Seguridad del Estado, y sobre todo por la inédita sobre-exposición que le dieron medios nacionales de prensa.

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Protesta de miembros del MSI contra el Decreto Ley 349. (Foto: ADN Cuba)

El antecedente más inmediato de la dinámica de polarización política inducida, había sorprendido a los lectores del Granma unos años antes, cuando leyeron atónitos, como si se tratara de una discusión entre terceros a la que eran profundamente ajenos, una serie de artículos dedicados a la existencia de una corriente de pensamiento: el centrismo, y a sus actores, los centristas.  

Aquel esfuerzo, aparentemente solitario, sirvió sobre todo para enrarecer y tensionar el ambiente político en universidades, centros de investigación e instituciones culturales; mientras se atajaba oficialmente la existencia de distintos espacios y proyectos en los que intelectuales y académicos de diferentes orientaciones estaban confluyendo.

Su nivel ideológico más alto conocido, aunque aparentemente circunscrito a una rama estratégica de la reproducción ideológica, había sido un artículo escrito por la —en aquel momento— vice-ministra primera de la Educación Superior; sin embargo, de ahí en adelante crecería en importancia una matriz comunicativa que vertería, a través de medios públicos y estructuras para-estatales con presencia en Internet y las redes sociales, acusaciones de mercenarios, contrarrevolucionarios y agentes de cambio, a cualquiera que criticara al Gobierno.

Dentro de tal matriz, la posterior exposición mediática y el sobredimensionamiento oficial de la importancia del MSI, parecía en realidad el torpe intento de construir el perfil de una oposición que pudiera ser denostado y desacreditado ante un sector de la opinión pública cuyo consumo político estaba mayormente conectado a los medios estatales y su flujo de propaganda e información. Para lograrlo se apeló a estereotipos negativos sobre aspectos raciales, sociales, morales, clasistas y culturales.

Muy poco tiempo después, cuando un grupo de artistas e intelectuales protagonizó una nutrida protesta frente al Ministerio de Cultura, a raíz del allanamiento policial de la casa en la que miembros del MSI se habían enclaustrado ante la persecución y el hostigamiento del que eran objeto, los estrategas de la polarización política redoblarían su apuesta.

Si por un lado se hicieron cotidianos diferentes tipos de presiones a intelectuales y activistas, sus familiares y vecinos; al mismo tiempo se dejaba abierta, y en algunos casos hasta se facilitaba, la migración como especie de exilio exprés no declarado. A la par, el diseño de algunos programas de televisión pretendió detener y re-encauzar la experiencia de socialización y la calidad de un debate político público que, a través de intelectuales, activistas y artistas, amenazaba con salir de los confines digitales.

Rara vez se puede apreciar con tanta nitidez la incapacidad de un adversario que cuando este apela a la vulgarización y simplificación, no solo en tanto medio de expresar o contrarrestar argumentos, sino como método para destruir la posibilidad misma del debate y lograr el empobrecimiento de la política.

El manejo reactivo, sesgado, ilógico, falaz, sarcástico, y no pocas veces banal de los acontecimientos de la realidad cubana que estos programas propusieron, no estaba sin embargo dirigido a aportar argumentos o a convencer a sus públicos potenciales. Su objetivo real pretendía conectar con destinatarios que compartían sus puntos de vista y sistema de valores, y que difícilmente repudiarían, o serían refractarios, a los medios que les eran propuestos para reafirmar sus ideas.

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El manejo reactivo, sesgado, ilógico, falaz, sarcástico, y no pocas veces banal de los acontecimientos de la realidad cubana que estos programas propusieron, no estaba sin embargo dirigido a aportar argumentos o a convencer a sus públicos potenciales. (Foto: Captura del NTV)

Que tales programas y sus presentadores, o articulistas y líderes de medios digitales y de grupos en las redes sociales, funcionaran como una versátil interfaz a través de la cual el Gobierno —y sus agencias—  manejaron frecuentemente temas, situaciones y aspectos de interés gubernamental y social, u ofrecieron informaciones y dirigieron ataques contra individuos y grupos en clave de negación plausible, sería considerado por algunos como una zona crepuscular, en la que resultaba cada vez más difícil advertir la existencia de una única dirección del flujo de influencia política.

Lo que pareció una adecuación del discurso político a los novedosos códigos de comunicación impuestos como válidos y efectivos, o acaso un bizarro trasplante de sus formas y fórmulas más empobrecedoras y básicas, o simplemente una contaminación de la política con los más viejos presupuestos del periodismo amarillista; acabó por ser un perturbador indicador de la forma de hacer política en Cuba, mucho más cuando el liderazgo actual, distaba sobremanera de las posibilidades y dotes comunicativas que caracterizaron su ejercicio durante las primeras décadas.

La antigua formación de intelectuales y pensadores de enorme prestigio nacional e internacional que durante años habían socializado ideas, perspectivas y contenidos éticos particularmente importantes por su diversidad y calado a la reflexión política e ideológica nacional, cederían paso —en un momento de glorificación de la opinión, la adulación y la falta de escrúpulos para mentir, tergiversar y fragmentar los hechos—, a personajes anodinos y desconocidos, que parecían ser, por su retórica y los recursos de que se valían, el reflejo de conocidas contrapartes mediáticas foráneas.

Bien pronto, el frenesí oportunista de extremismo y sospecha política que ellos ayudarían a desatar, estaría alcanzando y emplazando con los mismos métodos a personas que hasta hacía poco eran sus compañeros de viaje.

A no pocos de estos personajes le fueron asignados puestos culturales y académicos, además de salarios y distintos tipos de gratificaciones por su trabajo. No obstante, el saldo de empobrecimiento de la cultura y de los recursos de interacción política de la población, y el para nada despreciable resultado colateral del desarrollo de una tendencia de memeficación de la política oficial y popular, había sido hecho a costa de un dogma de Fidel Castro hasta ese momento inalterable: no reconocer nunca la existencia de la oposición.

A escasos siete meses de aplicado por el Gobierno el primer paquete del plan de reforma económica, en medio de la terrible tensión de la epidemia del Covid-19 y del cómodo realismo político de una nueva administración estadounidense —que esperó recoger sin mayor exposición los frutos de las medidas tomadas por su predecesora a costa del sufrimiento del pueblo cubano—, la población ocupó masivamente durante horas las calles de muchas ciudades y pueblos de la Isla.

Esto lo haría, en realidad, sin convocatoria ni liderazgo político alguno, pero la apuesta a la polarización, y las reacciones y dinámicas que generó, habían sido suficientemente intensas como para proporcionar a miles de personas soportes identitarios, simbólicos, e imaginarios, que supondrían al sistema político insular un serio problema para el futuro.

Un año más tarde, con el país conmovido por una estampida migratoria tan extraordinaria como inédita en la historia nacional, que muchos consideraron también resultado del desquiciante golpe que la represión a las protestas había asestado a las esperanzas de democratización de la sociedad cubana, una de las preguntas que interpelaba a la gobernabilidad y al propio funcionamiento del sistema político, no era ya qué hacer con los excluidos, sino qué harían los excluidos frente a la exclusión.

No era esta una pregunta cualquiera. Después de todo, parafraseando a Eliot Weinberger, una pregunta es siempre un anhelo articulado.

***

Este artículo es un ejercicio de los derechos y libertades reconocidos por la Constitución.

20 septiembre 2022 7 comentarios 1k vistas
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Fuego

Jugando con fuego

por Domingo Amuchastegui 24 junio 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

Nos acercamos al primer aniversario de los acontecimientos del 11 de julio que, sin lugar a dudas, impactaron profundamente a la totalidad de la estructura de poder en Cuba, lo que incluye sus niveles de legitimidad, tanto a lo interno como en el plano internacional. Se ha discutido hasta hoy sobre las causas de estos acontecimientos, con puntos de vista polarizados en torno a dos razonamientos esenciales:

a. Lo ocurrido fue un estallido social espontáneo, derivado de la agudísima crisis económico-social que vive el país y la persistente renuencia por parte de la dirigencia a acometer un profundo e integral replanteo de un sistema inoperante desde hace décadas;

b. Lo ocurrido fue un estallido orquestado y financiado desde EE.UU., «la culpa», como ha sido siempre, «es del imperialismo».

No es poco lo que adeuda EE.UU. en materia de hostilidad, subversión y agresiones. Es una dimensión que no puede ser ignorada, lo confirman sesenta y tres años de semejantes prácticas y es bien conocido. Pero —y este es un gran pero, como acostumbro a decir—, la responsabilidad de lo acaecido el 11 de julio recae, desde hace décadas, en la obstinada política de mantener el sistema tal cual funcionó en los primeros tiempos de la Revolución y sus alianzas internacionales de entonces, máxime cuando tal inmutabilidad se manifiesta en una época en que la dirigencia que reemplazó a Fidel Castro carece del talento, audacia, creatividad, legitimidad y atributos de este.

Si se aceptara que lo ocurrido el 11-J fue obra de la política de EE.UU. y sus replicantes de Miami, le estaríamos haciendo un enorme reconocimiento y favor a estos dos factores luego de sesenta y tres años de sostenidos fracasos. Sería un mérito más que inmerecido.

El pasado 1ro de Mayo pudo el gobierno cubano mostrar todavía un aparente apoyo de masas, cosa que lejos de darle sustento para acometer más profundas transformaciones del fracasado modelo, desató una ola de triunfalismo (algunos lo llaman triunfalismo defensivo) mediático que muy poco o nada tiene que ver con el agravamiento de la crisis económico-social y política que sigue erosionando la hegemonía del sistema.

Una vez más el gobierno echa mano a las respuestas represivas —así lo demuestran el recién aprobado Código Penal y las exageradas sanciones penales a un elevado número de detenidos el 11-J—, como contraparte inoperante para aplacar y superar dicha crisis.

Mientras, un sinnúmero de intelectuales cubanos provenientes de diferentes esferas —unos más viejos y otros más jóvenes pero siempre leales a la Revolución— han venido insistiendo en publicaciones, blogs y entrevistas en dos cuestiones capitales: a. Que la responsabilidad principal por el 11-J recae en la persistente y empecinada posición gubernamental de no emprender las transformaciones indispensables y b. Que de no acometer tales cambios, la experiencia del 11-J puede repetirse en algún momento relativamente cercano.

Fuego

La experiencia del 11-J puede repetirse en algún momento relativamente cercano. (Foto: El Mundo)

Con mucha claridad, Félix Sautié ha advertido recientemente en su blog acerca de los peligros de un nuevo estallido social, pero centrando los problemas en los pésimos niveles de gestión de las autoridades gubernamentales y su burocracia.

De nuevo permítaseme parafrasear dos ideas claves de Fidel Castro: a. El socialismo no sirve ni para nosotros mismos (famoso testimonio a un periodista norteamericano) y b. La situación se caracteriza por una batalla de ideas. Pregunto, primero: si Fidel consideraba al socialismo como era entendido en esos tiempos de fines de los 80 del siglo pasado, como algo superado o desfasado, ¿qué se hizo para superarlo? Muy poco o nada. Y segundo: si Fidel planteó que la batalla de ideas era esencial en la nueva situación, creo que no se refería a echarle mano a un asfixiante Código Penal, acciones policiales y sanciones aparentemente legales y reservadas solo para crímenes mayores, que no es el caso con el estallido, ¿qué tiene que ver esto con la confrontación de ideas? Nada; simplemente todo lo contrario.

La canción Patria y Vida, que nació entre los integrantes del Movimiento San Isidro, pese a su relativo impacto mediático en las redes sociales y a que fuera premiada con un Grammy; en poco tiempo agotó su posible potencial movilizador. Hoy nos enfrentamos a experiencias muy diferentes. Por ejemplo, Amelia Calzadilla, una mujer joven, madre de tres hijos e hija de revolucionarios, que con enorme fuerza y energía, salida de la nada, ha logrado producir un impacto sin precedentes, nacional y en medios internacionales, mediante un uso inteligente de las redes sociales.

Ella grabó y difundió una enérgica, breve, concisa y demoledora presentación de la situación actual en que vive la mayor parte de los cubanos en la Isla. Parecerá a algunos algo poco trascedente, mientras que los medios oficiales en Cuba procuran restarle importancia, denigrándola. Ambos se equivocan.

Su repercusión ha sido enorme, incalculable. Nadie en la disidencia financiada por EE.UU. —como destaco siempre—, ha tenido el impacto, resonancia y apoyo que tan breve declaración ha conseguido en el escenario político de Cuba. La razón es una: interpretó correctamente las agonías diarias de la gran mayoría, de sus reclamos elementales; en tanto su índice acusador no se dirige a dirigentes subalternos, sino a las más altas instancias.

Supo desatar una oleada de simpatía y apoyo. ¿Podrá traducirse en algo más orgánico y movilizador? Probablemente no, pero ello no debe en lo absoluto restarle importancia. ¿Influirá más directamente sobre los diseños de reforma del gobierno? No puede pasarse por alto ni subestimarlo.

Suenan ya las alarmas como nunca tras el estallido del 11-J. Bien pudiera ser un simple chispazo, pero no olvidemos aquello de que «una chispa puede encender la pradera» (para no olvidar una famosa frase) y cabe agregar: mucho más cuando pronósticos muy serios apuntan a una posible repetición o algo similar a lo del 11-J. ¡No se puede jugar con fuego!

24 junio 2022 13 comentarios 2k vistas
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Ideología y derechos

Ideología y derechos humanos. El caso de Luis Manuel Otero Alcántara

por Alina Bárbara López Hernández 28 mayo 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

-I-

Ideologías, no abismos

Seis días después del asalto al cuartel Moncada, Fidel Castro y siete de sus compañeros fueron capturados en las estribaciones de la Sierra Maestra, por la zona de El Caney. Dormían en una choza cuando los sorprendió una patrulla al mando del teniente Pedro Sarría. «Las ideas no se matan», fue su respuesta ante la insinuación de un subordinado. Este militar mostró indudables valores cívicos y respeto a la ley.

La captura de los fugitivos se produjo en medio de una intensa campaña liderada por monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba, cuyo objetivo era que se respetaran sus vidas. Gracias a aquellas gestiones, y a la presión de la opinión pública, pudieron tener un juicio con garantías e, incluso, fueron amnistiados tras cumplir menos de dos años de prisión debido a un movimiento cívico nacional.

Ideología y derechos 2

Monseñor Enrique Pérez Serantes, arzobispo de Santiago de Cuba

Cuando regresaron a Cuba en el yate Granma, el 2 de diciembre de 1956, debieron sortear una gran operación de la tiranía encaminada a liquidarlos. Con motivo de aquella ofensiva, que costó la vida a otros opositores en las denominadas Pascuas Sangrientas, Juan Marinello, presidente del Partido Socialista Popular, envió una carta, fechada el 12 de enero de 1957, a varias personalidades hispanoamericanas, en la que señalaba:

«Es obligado que expresemos a usted que el PSP no comparte los métodos de lucha puestos en práctica por el Sr. Castro y su grupo, por entender que no son apropiados y eficaces para dar fin a la tiranía (…) que Cuba padece; pero nuestro partido solicitó y solicita respeto y garantías para la vida de Castro y sus acompañantes (…)».

Tres hombres —un militar, un prelado católico y un alto dirigente comunista— cuyas ideologías no podían ser más diferentes, antitéticas si se quiere, se habían identificado con una causa que tenía como objetivo esencial el respeto a la vida y a la integridad física de personas a las cuales no los unían lazos políticos.

-II-

Abismos, no derechos

En el 2019 se aprobó en Cuba una Constitución que obliga a todos a cumplirla; pero que también protege los derechos declarados de todos. Aun de los que no votaron. O de los que votaron en contra. Aquí no valen excepciones, el respeto a la ley y la protección legal incluyen igualmente al sector denominado oposición, un sector en crecimiento.

El artista Luis Manuel Otero Alcántara ha utilizado la protesta pacífica y la desobediencia civil como medio de disenso. Su situación actual, un raro limbo en el que no está detenido o acusado legalmente pero tampoco es libre para abandonar el hospital Calixto García, debe preocupar a cualquier persona, independientemente de sus criterios políticos. El deterioro físico, y evidentemente psicológico, que reveló el último video circulado de su estancia en una sala de psiquiatría, es demasiado perturbador e inquietante para voltear la mirada.

Ideología y derechos 3

Fragmento del último video de LMOA

Ya sea en un proceso por delitos comunes o de otra índole, todos los ciudadanos debieran estar protegidos por la ley. Debe existir una orden judicial para el arresto, se debe permitir acceso a un abogado y contactos con la familia e incluso, si no es un terrorista o un asesino peligroso, toda persona puede responder al proceso en libertad. 

Aquí no pueden existir relativismos. Lo correcto y lo incorrecto, lo digno y lo indigno, el bien y el mal; son conceptos que no están distanciados por vallas ideológicas. La actual situación de Otero pone en la mira no solo a los órganos de Seguridad del Estado, sino a todas las instancias políticas con nivel de decisión en Cuba, empezando por el Partido Comunista. Igualmente pone a prueba a cada ciudadano que no se indigne, aun en su fuero interno si no se atreve a hacerlo de manera pública. 

Luis Manuel es la cabeza más visible del Movimiento San Isidro, que se hizo notar a raíz de las polémicas suscitadas por el controvertido decreto-ley 349. Tal decreto, en una moratoria debido al rechazo que ocasionó, significaría una restricción a la libertad del arte que se produce fuera de las instituciones culturales del Estado y un aumento de la censura.

En respuesta, algunos artistas e intelectuales discrepantes comenzaron a utilizar mucho más el performance callejero y convocatorias a exposiciones independientes. La represión de los órganos de Seguridad del Estado —excesiva e inconstitucional—, fue desencadenando una escalada de respuestas y más miembros al grupo. De modo tal, se hicieron usuales los actos de repudio organizados por las autoridades, las detenciones y golpizas arbitrarias; todo ello recién aprobada una Constitución que declaraba a Cuba un Estado Socialista de Derecho.

Castigar y proteger

El MSI, algunos de cuyos integrantes han manifestado apoyo al bloqueo norteamericano y simpatías con el anterior presidente Trump, no es representativo de la mayoría de los muchos críticos que tiene la burocracia parto/estatal cubana. Ello, sin embargo, no hace menores mi indignación, mi preocupación y mi vergüenza al ver cómo los han tratado, la forma arbitraria en que los han reprimido.

A LMOA debe reconocérsele el valor personal para luchar abiertamente por sus derechos, y su perseverancia a la hora de defender aquello en lo que cree. Para mí eso es admirable, aunque no coincida con él en otras cosas. Lo creo víctima de intereses extremistas y radicalizados; no obstante, no me parece una persona cuya motivación para oponerse a lo establecido esté determinada por razones económicas. Si fuera así, no viviría en las condiciones de pobreza en que lo hace y que todos hemos visto.

No es un político, pero muchas de sus exigencias son válidas para cualquier ciudadano, es más, la mayoría de ellas: libertades de expresión, movimiento, asociación y manifestación pacífica; están refrendadas por la propia Ley de leyes.

Su desobediencia sostenida frente a un aparato represivo que ha utilizado en su contra métodos ilegales desde mucho antes de que se declarara en huelga de hambre, puede poner en serio peligro su vida. ¿Lo permitiremos?

Algunas veces me han señalado como una historiadora que idealiza el pasado. No lo creo así, pero nadie podrá negar que fue muy superior a la actual aquella educación cívica y los valores humanos que unieron a tres hombres tan discrepantes políticamente como un militar, un prelado católico y un alto dirigente comunista, identificados en la causa común de defender la vida y la integridad física de personas con las cuales no tenían vínculos ideológicos.

28 mayo 2021 100 comentarios 7k vistas
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Socialismo - represión

Socialismo sí, represión no

por Consejo Editorial 1 mayo 2021
escrito por Consejo Editorial

Desde hace casi una semana, el ciudadano cubano Luis Manuel Otero Alcántara, miembro del Movimiento San Isidro, se ha declarado en huelga de hambre y sed. Como condición para desistir de su protesta, ha formulado al gobierno un grupo de exigencias y utiliza su propia vida como mecanismo de presión.

En estos días varios han sido los reportes sobre su salud. Por ejemplo, en la tarde de ayer, a solicitud del cardenal Juan de la Caridad García, arzobispo de La Habana, el canciller de la arquidiócesis, Mons. Ramón Suárez Polcari, lo visitó para pedirle que desistiera de la huelga, pero no tuvo éxito. Se confirmó que la salud de Alcántara ha sufrido un notable deterioro, que pone en peligro su vida.

El equipo de La Joven Cuba considera imprescindible que se den los pasos necesarios para que esta situación no tenga un desenlace fatal. Debe ser prioridad del gobierno de la República preservar la vida de todos sus ciudadanos, independientemente de cómo piensen o se manifiesten. Evitar un suicidio es en este caso lo más importante.

Igualmente en el día de ayer fueron reprimidos en el habanero boulevard de Obispo un grupo de manifestantes, jóvenes en su mayoría. De los muchos videos que han circulado en las redes, se destaca el que muestra la brutal detención de un muchacho que portaba un cartel con la frase: «Socialismo sí, represión no».

El joven de 22 años, excelente estudiante de la Universidad de La Habana, fue arrastrado hasta la patrulla por policías y agentes de la Seguridad del Estado después de gritar esa consigna. De él seguramente no podrán decir que lo paga la CIA, o que es un marginal, o que tiene cuarto grado. De hecho, ni siquiera podrán decir que es de derechas.

La represión desatada por parte del Estado/Gobierno contra toda forma de disenso político –de izquierda, de derechas o sin signo alguno– es absolutamente incompatible con cualquier pretensión humanista. Asimismo, no encuentra justificación en las arcas de la CIA o de la NED.

No hay mejor camino para acabar con el socialismo en Cuba que el de la represión, la brutalidad y el atrincheramiento. No tienen justificación legal ni moral estos actos que atentan contra la vida y la dignidad de los ciudadanos.

Una República donde la ley se vulnere constantemente está condenada al caos. Es de ilusos no darse cuenta de que con tal grado de violencia y polarización se puede llegar a un punto sin retorno.

1 mayo 2021 73 comentarios 6k vistas
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Palabras 1

Palabras que definen

por Teresa Díaz Canals 15 abril 2021
escrito por Teresa Díaz Canals

Uno de los significados de la palabra melancolía es precisamente «una tendencia a la tristeza por la influencia deprimente de un lugar o de un ambiente».

Alberto Ruy Sánchez (Tristeza de la verdad)

***

¡Aquí hay que decir malas palabras!

Hace unos años, le advertí a algunos estudiantes que comenzaron a utilizar un lenguaje impropio para la academia, que en el aula no permitía que se dijeran «malas palabras». Si me hubiera podido mantener un tiempo más en la docencia, como era mi deseo, mantendría intacta esa postura, dado que para cualquier sociedad es muy importante eso que nuestro poeta José Lezama Lima denominaba «ceremonial».

Existen normas indispensables para establecer relaciones adecuadas entre los seres humanos. El civismo es el arte de la convivencia.

En mis conferencias insistí en transmitir que la ética también es una estética. Poseo el legado de haber tenido unos padres que jamás se manifestaron de manera vulgar, a pesar de que sus vidas transcurrieron en un contexto humilde. Ellos vivieron otra época, donde la decencia se acompañaba de cierta rigidez y, por tanto, de una cuota de violencia.

Recuerdo a mi madre cuando hacíamos una visita, si alguno de sus hijos hablaba en medio de la conversación de los adultos, solo tenía que abrir un poco más los ojos y enseguida entendíamos que debíamos callarnos.

En los años noventa del pasado siglo tuve que trasladarme a vivir a otro barrio del Vedado con mi hijo. Encontré allí un poco de todo: el radio o la televisión con el volumen al máximo, la apuntadora de la bolita, venta de drogas, peleas que a menudo terminaban en la estación de policía.

La sonrisa y las cavernas

Al principio de mudarme, una vecina me recomendó: «¡Aquí hay que decir malas palabras!». Se burlaba de mí cuando, después de regresar de Madrid, me aparecía con un café y le colocaba en la bandeja una servilleta traída del viaje. «¡Qué ridícula eres! Sabes muy bien que cuando pase una semana no vas a tener ningún papelito de esos» –me decía. Y era la pura verdad. Sin embargo, he mantenido esa costumbre hasta hoy.

Recuerdo mucho el consejo de esa vecina, pues en el transcurso de mi vida alguna vez he tenido que hacer uso de él.  Aunque confieso que no soy creíble en ese campo. Me respetan por otras cosas más que por gritar palabrejas.

Palabras y circunstancias

En uno de sus diarios, José Lezama Lima escribió: «Antes de sacarse los versos del alma, hay que sacarse el alma del culo». Y fue uno de los cubanos más cultos que ha engendrado este país.

Es conocida la anécdota de 1943, cuando Lezama se enfrentó –en la entrada de lo que fuera el Lyceum de La Habana, fundado por catorce mujeres en 1929– con ese otro grande de las letras que fue Virgilio Piñera, debido a la crítica que le hiciera este último en su artículo «Terribilia Meditans (II)», aparecido en la revista Poeta.

Se encontraban en los salones de esa institución, en el entreacto de un concierto con el Grupo Renovación Musical, y Lezama le gritó que le prohibía que su nombre apareciera otra vez en su «revista de mierda». Afuera soltaron piñazos, pero fue más un amago que otra cosa, debido a que Piñera esquivaba los golpes mientras algunos espectadores lo animaban: «¡Flaco, dale un ladrillazo!». Años después ambos se rieron del episodio.

Educar no es adoctrinar

Dentro de las hostilidades que por su parte padeció Piñera, está la discriminación contra su persona en la Revista Cubana, en 1959, cuyos redactores le negaron la publicación de un artículo porque reprodujo un fragmento de una obra donde se mencionaba la palabra «culo». Se alarmaron escritores como Cintio Vitier, Graciela Pogolotti, Roberto Fernández Retamar, entre otros. A esto contestó Piñera: «¿Creen que aquí en el sentido cultural se puede ser decente?».

Al lado de mi casa vive un niño de un año. Algunas vecinas vienen casi a diario y le preguntan: «¿Dónde está mi “pichurri”?». Muchas veces, la palabra es dicha no en sentido figurado, sino con todas sus letras. El bebé, ante tanta insistencia, ya aprendió a tocarse los genitales cada vez que le mencionan la palabra y ello provoca la risa de los presentes.

Desde pequeño lo enseñan a naturalizar el vocablo y el gesto. Cuando ese precioso niño crezca y muestre lo que ahora es motivo de risa, otras personas lo rechazarán y comentarán que es un marginal.

Anteriormente expuse en un artículo mi criterio acerca de la publicación en el periódico Juventud Rebelde de una caricatura en primera plana de una mano haciendo la seña del órgano masculino que todos conocemos. «¡Esta es nuestra respuesta al imperialismo!»– decía el texto acompañante. Nadie rebatió esa penosa acción comunicativa, machista, vulgar, bochornosa.

En espera de algo

Ese artículo se presentó para un libro colectivo con algunos de mis colegas y cuando llegó a la editorial de la institución para la cual trabajé buena parte mi vida, fue retirado. Decidieron no incluirlo pese a haber recibido una mención especial del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales en el 2015.

¿Y las malas palabras que se pronuncian hace ya mucho tiempo en las novelas cubanas? El arte no es un reflejo directo y burdo de la realidad. No me he enterado de que algún intelectual nuestro denunciara esas vulgaridades en la televisión cubana. Si lo hicieron, en una de las reuniones convocadas para cualquier cosa, el hecho es que la desfachatez continúa.

¿Y la frase reciente de celebración de una conga oriental que dice: «¡Oʼe policía, pinga!»? Aclararon que no tenía ninguna intención ideológica, por tanto, es políticamente correcta.

Cierta vez, una reconocida especialista en filología explicó en un programa televisivo que los tiempos habían cambiado y que las maneras de hablar también. Es decir, justificó lo que ocurría con el lenguaje. También un grupo de teatro en la pequeña sala El Sótano denunció en ese tiempo tal estado de cosas, pero la obra pudo verla solo un pequeño grupo de espectadores.

La inmensa minoría

El 4 de abril pasado observé en Facebook los sucesos que tuvieron lugar en el barrio de San Isidro y los debates posteriores acerca de las expresiones vulgares de algunos de sus protagonistas. Me llamó mucho la atención la declaración de uno de ellos en una entrevista que resumo: «Sí, soy un marginal. No me crié con mis padres, tengo un cuarto grado». Sus palabras me conmueven todavía.

¿Es que acaso esos muchachos salieron de la nada? ¿No son el resultado de las circunstancias en que vivieron? ¿No pueden aspirar a nada? Aspirar es, en sí mismo, vivir. Entre el lenguaje pedestre, superficial y arrogante de un joven con un mercedes Benz, me sensibilizo más por los seres de un barrio que sufre, ante una Cuba que duele. Los dolores ignorados suelen ser siempre los más terribles.  

15 abril 2021 27 comentarios 4k vistas
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San isidro

La hoguera de San Isidro

por José Manuel González Rubines 12 abril 2021
escrito por José Manuel González Rubines

El 4 de abril pasado, día de los Pioneros y la Juventud Comunista, el Movimiento San Isidro (MSI) hizo una prueba de fuerza. Pese a que fueron amenazados varias noches antes en el NTV, mantuvieron la acción planificada. Una vez comprobado que eran capaces de atraer a más personas que las que conformarían uno de los tan mencionados grupúsculos, quisieron saber hasta qué punto la gente los acompañaría. No todos los congregados corearon sus estribillos, pero tampoco se retiraron en masa o se opusieron.

Ese día permitió determinar también cuáles eran los límites que la Policía no estaba dispuesta a rebasar. Maykel Osorbo –uno de sus más intrépidos lugartenientes– sacado de las fauces de una patrulla por vecinos del lugar, y el hecho de no intervenir a pesar de los gritos, canciones y retos de algunos de los congregados, fueron esos límites. La prueba tuvo éxito.

Lo sucedido ese día generó disímiles reacciones, desde la loa cegata al rechazo tajante. Hubo quien trajo del oscuro pasado americano el espectro de la revolución de Haití y de las tropas negras de Dessalines matando blancos a machetazos. Algunas de las ideas asociadas podrían condensarse en una frase: «Son vulgares, no me representan».

Realidades incómodas

Surge pues una interrogante clave: ¿pretende el Movimiento San Isidro «representar» a todos los que desean un cambio en Cuba? En mi opinión no, pero vayamos por partes.

El objetivo de ellos parece ser simple: se oponen al gobierno y, por tanto, quieren derrocarlo. No se quedan en las medias tintas de pedir reformas –seguramente los choques frecuentes con cariñosos agentes de Policía y de la Seguridad del Estado se encargaron de convencerlos–, sino que buscan una transformación radical cuyas bases y características nunca han esbozado, al menos no de manera pública.

Para algunos de sus miembros, como el propio Osorbo, los aires de cambio solo pueden venir de Estados Unidos. Esta es una de las tendencias de pensamiento ideo-político de más larga data en Cuba, que hunde sus raíces en los inicios del siglo XIX y a la cual se adscribió incluso el creador de la bandera nacional: el anexionismo.

Hasta el pasado 27 de noviembre, el MSI carecía de la fuerza mediática suficiente para colocarse en el estrellato de la oposición insular. La protesta de los artistas e intelectuales frente al Ministerio de Cultura, si bien no fue de adhesión a ellos y sí de condena al trato que recibían, los colocó en ese firmamento. Pero lo que pasó ese día quedó ahí. Sus repercusiones, más allá de lo simbólico, no se materializaron en ningún proceso exitoso, ni siquiera en el ámbito de lo cultural.

«Yo soy cubano»

Después de eso, la visibilidad ganada en medios oficiales, de donde reciben permanentes ataques, el asedio policial que denuncian casi diariamente en sus redes, así como el agravamiento de las condiciones económicas del país, los han llevado a radicalizar sus estrategias y posturas. En esta acción del 4 de abril se acompañaron de una base social donde tienen todas las de ganar.

Un interesante estudio de la politóloga de Harvard Erica Chenoweth, que tomó como sustento un número considerable de movimientos de protesta desde 1900 hasta 2006 –actualizado en 2020–, fundamenta que, para tener probabilidades de éxito en derrocar a un gobierno, una manifestación debe contar con alrededor del 3.5 por ciento de la población de un país. Para Cuba, esa cantidad serían aproximadamente 395 mil personas, el veinte por ciento de los residentes en La Habana.

Llegados a este punto, no dudo que alguien pueda pensar confiadamente: «Una manifestación tan grande es imposible en Cuba». Tal vez sí, pero es sensato no ser categóricos. La protesta de mayor magnitud registrada en este país desde 1959 hasta la fecha fue el llamado Maleconazo, a principios de agosto de 1994. No existen cifras exactas de las personas que salieron a las calles Prado, Galiano y Malecón, pero se calculan en el orden de miles.

¿Qué relación tienen los manifestantes del Maleconazo con el Movimiento San Isidro? La base de ambos es la misma. En 2021, igual que en 1994, la mayoría de los habitantes de Centro Habana y Habana Vieja se encuentran en situación de vulnerabilidad. Son lo que el Papa Francisco definiría como residentes de las «periferias existenciales», gente que ha tenido una vida dura y que carece de oportunidades en medio de una crisis sistémica tan prolongada.

Desterrada

Aunque por desgracia se mantiene la precariedad económica como condición común, las circunstancias de 1994 tienen diferencias sustanciales con respecto a las de 2021. Identifico las cuatro que siguen, si bien la enumeración podría ser más exhaustiva:

1. Internet nos mantiene conectados y permite que cualquier suceso sea conocido en cuestión de segundos. Eso favorece no solo la difusión, sino también la convocatoria.

2. A diferencia de los manifestantes de 1994, el Movimiento San Isidro está más o menos organizado y cuenta con base de apoyo exterior.

3. No existe ya la política migratoria de Estados Unidos hacia Cuba que propiciaba el éxodo como una válvula de escape en masa. Ahora no hay a donde ir, menos para un grupo en condiciones tan desventajosas.

4. Fidel Castro ya no está. Guste o no, su habilidad de estratega le permitía aplacar cualquier incidente. Los dirigentes actuales no han sido capaces de manejar sin brutalidad la presencia de artistas e intelectuales en una acera del Vedado, no se diga ya marchar en medio de una multitud molesta.

Por tanto, incurrir en la prepotencia de minimizar lo que pueden lograr si consiguen el suficiente liderazgo para canalizar insatisfacciones sociales crecientes; es pecar de subestimación, que en política, como diría José Fouché, «es peor que un crimen, es un error».

El Movimiento San Isidro –compuesto mayoritariamente en su base social por personas humildes, negras y mestizas– se presenta ante la población marginada y vulnerable de los barrios pobres de la vieja ciudad, como la resistencia frente a la dominación de la élite, esencialmente blanca y rolliza, que habita las antiguas mansiones de la burguesía republicana. Maykel Osorbo con unas esposas a medio poner alzadas al viento es el símbolo de eso. Y nadie dude del poder de un símbolo.

San Isidro (MO)

(Captura del video publicado en el perfil de Facebook del MSI)

El Movimiento San Isidro ha puesto sobre la mesa la protesta de los marginados de la ciudad, de quienes tienen pocas opciones y esperanzas. Para los que han visto más allá de las malas palabras, el MSI ha ganado respeto por la imagen de valentía que proyecta. Con un discurso que busque articular consensos, podrían conseguir una ascendencia sobre cada vez más personas.

Poseen el potencial y hasta ahora no han recibido un contragolpe efectivo, más que las habituales acusaciones de mercenarismo hechas por el Premio a la Dignidad, Humberto López. Sin embargo, aun cuando pueden ser ciertas, la reputación del mensajero y sus antecedentes de eludir verdades hacen que el mensaje sea, cuando menos, dudoso. Por otra parte, a fuerza de repetirlas y repartirlas a diestro y siniestro, parecen importarles cada vez a menos gente.

Una solución para disminuir el oxígeno al fuego de San Isidro sería cambiar las condiciones políticas y económicas que le dan origen y sustento. De proyectos y promesas difícilmente se vive. No son comestibles. Pero no solo resolver el problema de la pobreza y la marginalización sería suficiente, pues algunos de los que hoy se congregan en torno a ellos no lo hacen movidos solo por eso, sino también por exigencias políticas que requieren de un proceso de diálogo sobre la base del reconocimiento de las mutuas diferencias.

Los de San Isidro son gente guapa y pobre, no tienen nada que perder. Reprimirlos puede ser una solución a corto plazo –nada republicana, nada cívica, nada martiana–, pero si se llega a la sangre, entonces, más que un símbolo, habrán creado un mártir y contra eso difícilmente podrán revertir las consecuencias. 

12 abril 2021 53 comentarios 7k vistas
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caballo de troya

El caballo de Troya de la burocracia

por Alina Bárbara López Hernández 1 enero 2021
escrito por Alina Bárbara López Hernández

I

Si San Isidro no fuera el protector de los labradores, la burocracia pudiera adoptarlo como su Santo Patrono. Y pensándolo bien, uno de los milagros más reconocidos del santo mozárabe, nacido en Madrid en 1080, era la curación de los miembros de la familia real que, enfermos de gravedad, se encomendaron a él.

En el Movimiento San Isidro (MSI), que nuclea a intelectuales y artistas disidentes, nuestra burocracia ha encontrado un remedio temporal a sus males. Las declaraciones favorables de algunos de sus miembros al bloqueo, a la violencia y a la hostilidad de EEUU hacia la Isla, hechas en medio de una agudización de la crisis, han servido para:

  1. potenciar un escenario de terror psicológico entre la ciudadanía, al vincularlos con actividades terroristas (para lo cual sirve lo mismo un tren descarrilado que un tiempo atrás se informó en la televisión como un accidente, que la denuncia por parte de un funcionario en las redes sociales de un asalto al hospital conocido como Maternidad de Línea sin información verificable al respecto);
  2. asociar cualquier crítica o disenso —como ha ocurrido con los manifestantes del 27-N— con actividades terroristas y anexionistas financiadas desde el exterior, en el intento de restarle credibilidad y apoyo;
  3. acudir al tradicional asesinato de reputación con el fin de desprestigiar a intelectuales que pueden liderar opiniones con sus análisis sobre Cuba, como han sido los casos de Julio Antonio Fernández Estrada y Julio César Guanche;
  4. revivir un discurso de odio con actos de repudio masivos, lo que justifica aumentar la presencia policial en las calles;
  5. y, sobre todo, desviar la atención de la enorme crisis que existe en el país.

La tesis de que en Cuba se intenta «un golpe blando» contra el socialismo, casi de manual, oculta la realidad. Yo comprendo perfectamente que las redes sociales se prestan a convocatorias, y que por detrás de ellas existen intereses hegemónicos de cambio de régimen.

Y ello no se manifiesta solamente en países como el nuestro, con sistemas incómodos para el unilateralismo mundial –recordemos que así se consiguió que triunfara el Brexit en el Reino Unido. No obstante, reducir todo lo que sucede en la Isla a una teoría de la conspiración me parece muy simplista y justificativo.

Si voy a asumir una teoría, prefiero ser consecuente con el método de la dialéctica materialista y valorar el rol de las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción como centro de un proceso de cambios. Nunca es ocioso resaltar que cuando se derrumbó el campo socialista no existían las redes sociales y sí esa contradicción, fundamental según Marx.

La teoría marxista es muy aplaudida cuando se trata de aplicarla al análisis del sistema capitalista, pero no se acepta para examinar el declive del socialismo. En estos casos le ocurre a Marx lo que a Casandra, la profetisa troyana que predijo el engaño de los griegos con el caballo de Troya y no fue creída. No puede perderse de vista, sin embargo, que tenemos aquí un enorme caballo de madera.

El MSI, el 27-N, la prensa alternativa y cualquier forma de disenso que surja en Cuba, será presentada siempre como una amenaza al socialismo que proviene del exterior y es financiada por intereses foráneos. Pero es precisamente en momentos en que la noción de plaza sitiada se fortalece, cuando se enmascaran determinadas condiciones que apuntan a una transformación de la sociedad desde dentro.

Lo que hay que dilucidar es hacia dónde se moverán dichos cambios: ¿hacia un socialismo inclusivo, democrático y participativo o hacia un definitivo capitalismo de Estado? Examinar cada una de esas condiciones requerirá un gran espacio, por ello aquí trataré las dos primeras y en un próximo texto concluiré el análisis.

Condiciones económicas

Un concepto no crea la realidad, solo la define. La nombra, no le da vida. «Revolución energética» fue un concepto; la realidad es que la ineficiencia de la generación eléctrica la sufren nuestros bolsillos depauperados. «Rectificación de errores y tendencias negativas» fue la denominación de una campaña de los años ochenta del pasado siglo; la crisis de la economía cubana muestra que aquel concepto fue, apenas, un nombre.

«Medida justa y revolucionaria» es una bella frase utilizada por el ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil, para referirse a la creación de tiendas en MLC; la realidad es que son, por ejemplo, niños que lloran frente a las vidrieras por confituras, padres quejosos y un gerente que resolvió el conflicto colocando los dulces en un lugar más discreto de la tienda.

El término «socialismo» es un concepto que no siempre se ajusta a la realidad. Hitler, por ejemplo, denominó a su partido «Obrero, Nacional y Socialista». Pueden ofrecerse muchas definiciones, pero el socialismo solo será si se produce la real socialización de los medios de producción fundamentales, de ahí deriva el vocablo.

Hasta hoy, en los países en los que ha triunfado una revolución que se ha proclamado socialista, a lo más que se ha llegado es a la estatalización de los medios de producción. Cuba no es una excepción. Un amigo me comparte una antigua fotografía de inicios de la Revolución.

En la fachada de la Compañía Cubana de Electricidad hay un enorme cartel en el que se lee: «Este edificio es propiedad y está ocupado por trabajadores que están dispuestos a dar la vida por la soberanía nacional». Propiedad obrera y soberanía nacional fueron una unidad en aquellos momentos. No se explicaba la una sin la otra.

A lo largo del proceso, la idea de la soberanía nacional se desplegó con mucha fuerza. La política hostil del imperialismo norteamericano ayudó a ello. En cambio, la noción de propiedad de los trabajadores sobre los medios de producción se difuminó ante una realidad en la que el control obrero y la posibilidad de designar a los que administran directamente tales medios no se conquistaron.

En el ensayo «El manto del rey: sentido de propiedad, estatismo y participación en el socialismo cubano», contenido en su libro El manto del rey. Aproximaciones culturales a la economía cubana, (Ediciones Matanzas, 2019), el investigador Mario Valdés Navia argumenta:

«Al interior del mundo simbólico es importante tener en cuenta en la construcción del sentido de propiedad socialista que el hecho de ser un productor directo es solo una faceta de la persona que vive en esa sociedad en transición. Un avatar más de un individuo polifacético, que no es un simple tornillo en la gran maquinaria social, sino un animal político (zoon politikon), dueño de su libre albedrío, portador de una voluntad que aspira a ser respetada y tenida en cuenta como la de cualquier otro ciudadano de una república.

Por ello, intentar enajenarle esos derechos a participar en la conducción de los asuntos económico-sociales relativos a la gestión de un conjunto de medios de producción de los que se considera co-propietario, a favor de una casta de burócratas que supuestamente lo sabrían todo y pensarían por él, ha sido un precio que la historia del siglo XX demostró que los pueblos no estaban dispuestos a pagar y que condujo a la desaparición del socialismo real en Europa».

La pérdida del sentido de propiedad es la muerte anunciada de un modelo socialista en el que la burocracia se convierte, de hecho, en la administradora de los medios de producción que deberían ser sociales. La falta de democracia política consustancial al modelo es consecuencia directa de la falta de democracia en la gestión y administración de la economía.

En su Fundamentos de la crítica de la Economía Política, Marx afirmaba: «La apropiación efectiva no emana primeramente en una relación mental, sino en una relación real y activa con las condiciones objetivas de la producción, estas representan verdaderamente las condiciones de la actividad subjetiva». Entonces, razona Valdés Navia en el referido ensayo:

«(…) la propaganda de las bondades de la propiedad socialista debe partir de los elementos reales de participación que, en el entramado económico más directo (gestión empresarial, mercados de consumo, toma de decisiones que afectan a todos), formen parte de la socialización real. Es en la realidad económica primero, y en el trabajo político-ideológico después, donde se logrará promover el sentido socialista de propiedad, y no al revés».

La burocracia aprovechó la nueva Constitución para deslizar astutamente un término que no contenía su predecesora. En el artículo 22, al estipular las formas de propiedad, explica en el inciso a) que la socialista de todo el pueblo es aquella «en la que el Estado actúa en representación y beneficio de aquel como propietario».

En consecuencia, no bastándole ser administradora de hecho, ahora nuestra burocracia lo es también de derecho. Pero un administrador tiene que rendir cuenta a los dueños y esta es una deuda pendiente. En las asambleas de trabajadores, cuando excepcionalmente se celebran, se anuncian disposiciones verticales. Así fue con una decisión de la magnitud que tuvo el desmontaje de la industria azucarera, cuyas consecuencias reales aún están por determinarse.

Además, como expliqué en el artículo «Economía militar en Cuba», una parte sustancial del patrimonio económico nacional está sustraído al control popular y se encuentra bajo la égida del Grupo de Administración Empresarial SA (GAESA), empresa adscrita al Ministerio de las FAR:

«Siendo mucho más importante en términos económicos que varios ministerios juntos, ¿no debería GAESA rendir cuenta de su desempeño ante la Asamblea Nacional del Poder Popular como es obligatorio por ley? Lejos de ello, se sabe que las propiedades bajo control militar no se subordinan a la Contraloría General de la República ni pueden ser auditadas por este órgano. Los métodos y grupos de auditoría que utilizan son internos y no se ofrecen los resultados públicamente».

Economía militar en Cuba

En el quinto período ordinario de sesiones de la ANPP, celebrado en el mes de octubre de este año, cuando se discutía el «Proyecto de ley del presidente y vicepresidente de la República de Cuba», la Contralora General Gladys Bejerano Portela, propuso una modificación que consistió en que:

 «(…) sería más viable establecer que el jefe del Estado asuma entre sus funciones evaluar y aprobar las directivas anuales que fijan las prioridades de las acciones de control, tanto de la Contraloría como del sistema de auditoría nacional».

A tenor con esa modificación, el jefe de Estado adquiere ahora una prerrogativa que debería ser competencia exclusiva de la ANPP como instancia que representa a «todo el pueblo», es decir, a la parte que, al menos en teoría, es la propietaria de los medios fundamentales de producción. De manera tal, nuestros administradores deciden, en la figura del presidente, lo que permiten que les sea controlado.

Esta situación puede ser problemática debido a la apertura a la inversión extranjera, declarada en la propia Constitución, pues podrían crearse alianzas de la burocracia con el capital trasnacional que conlleven a mecanismos de corrupción difíciles de detectar.

La demora en aprobar una ley de Pymes evidencia el interés de la burocracia en conducir un modelo que priorice alianzas con el capital extranjero en detrimento de la empresa privada nacional, incluso en ramas que no son fundamentales. Tampoco progresa la creación de cooperativas a pesar de que esa forma de propiedad se sustenta en el trabajo colectivo de sus socios propietarios y no es ajena al socialismo.

A estas sutiles transformaciones, que debilitan aún más el carácter socialista del proceso y lo preparan para un golpe interno nada blando, se suma la actual situación política.

Condiciones políticas

Puede apelarse mil veces al artículo 5 de la Constitución y ello no cambiará el hecho de que ha sido la misma clase dirigente, nucleada en el Partido o nombrada por este, la que ha conducido el país a la actual situación. En el artículo «El gran círculo», escrito hace casi dos años, afirmé al respecto:

A pesar de que, en efecto, la nueva Constitución es superior en mucho a su predecesora aún vigente, algo no varía en ella: la imposibilidad de que la ciudadanía controle directamente el acceso a los cargos de dirección. Si bien con ausencias paradigmáticas como las de Fidel Castro, la clase política que rige hoy en los niveles del Partido y el Estado en Cuba es en esencia la misma que presenció la caída del campo socialista y la que condujo al país a un punto tan similar al de treinta años atrás.

Ya fuera por imprevisión, ineptitud, lentitud en las reformas, experimentos inacabables, apego a un modelo que siempre fue caduco, mayor confianza en el capital externo que en el propio u otros factores; lo cierto es que dicho grupo dirigente no despierta la confianza necesaria para manejar los destinos del país si se materializa un muy probable arreciamiento de la crisis.

Si durante treinta años no pudo cambiar, ¿por qué pensar que lo hará ahora? No son las mentalidades las que hay que sustituir, esa pretensión ha resultado una quimera. Son las mentes, y eso solo es posible sustituyendo a las personas con ideas viejas por otras con ideas nuevas. Las ideas socialistas también pueden ser nuevas.

El gran círculo

En Cuba se manifiesta un vacío de liderazgo, y no apelo a la necesidad de un caudillo, bastante daño ha hecho el caudillismo a la nación a lo largo de su historia. Me refiero a que no advierto a un dirigente político capaz de generar confianza suficiente en las actuales condiciones.

El Primer Secretario del Partido apenas se dirige a la ciudadanía y contrasta en tal sentido con el recuerdo de su hermano mayor. Después de unos años iniciales en que anunció las reformas, ha ido enmudeciendo en la misma medida en que el proceso de cambios se ralentizó. Finalmente las prisas cedieron a las pausas, y su figura inmóvil al lado del presidente que leía unas tarjetas para anunciar el inicio de la «Tarea Ordenamiento», fue simbólica.

El presidente Miguel Díaz-Canel tampoco ha resultado ser esa persona. Su rigidez, tendencia a un consignismo vacuo, poca profundidad analítica e incapacidad de una oratoria que conmueva y convenza, contrastan con la naturalidad y capacidad empática que lo caracterizaron en el comienzo de su carrera política como dirigente de la Unión de Jóvenes Comunistas.

Los actos políticos multitudinarios, con personas de pie, bajo sol y lluvia, que escuchaban extensos discursos; fueron derivando en ceremonias de menor asistencia, casi siempre de madrugada o al atardecer, cuando la luz del sol y el calor son menores; en las que se colocan sillas para presenciar con comodidad números culturales que fueron llenando la falta de análisis y proyectos.

El último acto del 26 de julio al que recuerdo haber prestado atención, fue el de Raúl Castro en Camagüey, creo que en 2008, cuando anunció el inicio del proceso de reformas.

Cuba transitó del liderazgo carismático de Fidel Castro a una vacancia, pues ni aparece un político hábil ni las instancias del sistema político —subordinadas en la práctica al Partido—, desempeñan el rol deseable de un liderazgo institucional. La Asamblea Nacional del Poder Popular (ANPP), nuestro Parlamento, debería ser esa instancia. Pero no lo es.

Se ha llenado de representantes de la burocracia partidista y gubernamental: miembros del Buró Político, del Comité Central, funcionarios políticos provinciales y municipales; ministros, viceministros, gobernadores, intendentes; directores de empresas… Mientras, los diputados provenientes de las bases populares han venido disminuyendo en número.

Sería justo rebautizar a la ANPP como ANPB (Asamblea Nacional del Poder Burocrático): decisiones unánimes, agradecimiento expresado por los diputados a ministros que rinden cuentas como es su obligación; aprobación de cuestionables decisiones: como la de cambiar a un lugar menos prominente en el articulado constitucional la declaración de soberanía popular, lo que sería rechazado a la postre en la consulta popular del 2018.

También la de permitir que se violen disposiciones constitucionales que obligan a respetar un cronograma establecido para la aprobación de leyes; la de aprobar sin objeciones la reforma general de precios que tantas críticas ha suscitado hasta el punto de que han debido revertirse algunas tarifas abusivas.

Como bien afirmó el escritor y periodista Jorge Fernández Era en su muro de Facebook: «Hablemos claro: las tarifas por consumo de electricidad han bajado gracias a las vilipendiadas redes sociales, esa “corriente alterna” que se ha convertido en Parlamento, reuniones de rendición de cuentas y asambleas sindicales a la vez».

Artículo aparte requerirá el análisis de las condiciones sociales. Punto neurálgico que será crucial en las actuales circunstancias de la reforma general de precios y salarios.

1 enero 2021 79 comentarios 4k vistas
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dialogar

Dialogar, pero no con el espejo

por Mario Valdés Navia 16 diciembre 2020
escrito por Mario Valdés Navia

A inicios del 2018, ante el llamado efectuado por las autoridades a la crítica y el diálogo sobre asuntos cubanos, escribí acerca de la esterilidad de los supuestos debates entre interlocutores con similares argumentos. Actualmente, cuando muchos y diversos integrantes de la sociedad civil convocan al diálogo interno como alternativa a visiones unilaterales, que pretenden imponer sus puntos de vista cual «solución salvadora» a los problemas nacionales, considero que lo primero es convencernos de por qué es imperativo dialogar y, más aún, debatir.

En Cuba suelen confundirse los términos conversación, diálogo y debate, y no existe mucha práctica en su realización, casi siempre cargada del ritual y la doble moral que acompañan a la gobernanza burocrática. Sin pretender definirlos de manera acabada, podría decirse que conversación es un concepto más general, un intercambio de cualquier tipo entre dos o más personas, desde saludos y parabienes hasta un encuentro entre delegaciones de Estados en conflicto.

Un diálogo ocurre cuando varias personas exponen ideas sobre un tema, mientras un debate implica que coexistan posiciones contrapuestas sobre la cuestión, a tal punto que sea necesario demostrar, criticar, argüir, argumentar y replicar; siempre en un ambiente pacífico y respetuoso de las posiciones del otro. En los debates ha de primar la persuasión, mediante la exposición de evidencias científicas y el razonamiento lógico, al tiempo que se desestiman los argumentos basados en los principios de fe y autoridad.

Cuando se pretende abrir una mesa de diálogo entre partes en igualdad de condiciones, es muy importante tener claridad en los temas que serán sometidos a debate y en la representatividad de los interlocutores, quienes deben gozar de reconocida autoridad y responsabilidad para que los interesados deleguen en ellos. El objetivo final será llegar a acuerdos que contribuyan a dar solución a los tópicos debatidos con el logro del mayor beneplácito posible de todas las partes.

¿Está Cuba hoy urgida de un diálogo nacional? ¿Está el Estado/Partido/Gobierno interesado en dialogar con algún otro factor de la sociedad cubana? ¿Están los grupos que llaman al derrocamiento violento del gobierno y a la intervención extranjera interesados en sentarse a dialogar con representantes del Estado cubano? ¿Cuáles serían las partes que podrían representar a la sociedad civil cubana en una mesa de diálogo nacional? Lamentablemente no tengo respuestas acabadas para estas preguntas iniciales, pero sí puedo adelantar algunas ideas.

La postura inicial del sector más conservador del Estado/Partido/Gobierno y de los grupos disidentes apegados al gobierno de los EEUU, el incremento del bloqueo y/o proclives al terrorismo, será la de no dialogar con nadie. Ya ellos tienen su propuesta de solución y no la cambiaran, porque no quieren ceder ni un ápice de su actitud dominante −real o imaginada− a terceras partes. Durante años han protagonizado una yuxtaposición histórica que, amparada en los patrones de la Guerra Fría, convirtió cada diferencia en enfrentamiento, las disidencias en traiciones y los opositores en enemigos. Esa visión única los convierte en frenos para cualquier oferta de diálogo.

La experiencia de lo ocurrido el 27N muestra cuán fuertes son estas fuerzas y lo dispuestas que están a coaligarse, de hecho, para impedir cualquier intento honesto de dialogar. Si acceden a ello, solo lo harán con sus acólitos, de los que esperan aplausos y lealtad; nunca críticas ni propuestas alternativas. Cuando no pueden desoír a algún crítico desobediente, sus planteamientos son acallados o tomados en cuenta para elevarlos a los de arriba/los que saben, con la promesa de que en algún momento futuro sean respondidos como merecen.

Ese tradicional diálogo con el espejo ya se torna inadmisible en la Cuba actual. La actitud crítica de la sociedad cubana -lenta, pero indeteniblemente- parece haber despertado y echado a andar. La actitud de los jóvenes del 27N cayó como semillas de marabú en tierras baldías. A los mensajes y posturas solidarias de representantes del arte y la literatura de diferentes generaciones, se suman declaraciones públicas de instituciones culturales y de la sociedad civil, que llaman a la apertura de un diálogo nacional más plural e inclusivo, sobre la base de la libertad de expresión y el respeto a los derechos de todos.

Para pensar una agenda de diálogo que sea factible e inclusiva, creo conveniente que se elaboren propuestas y se argumenten medidas y demandas que beneficien al mayor número. Abogados, economistas, politólogos, historiadores, científicos, funcionarios, pedagogos, ingenieros, campesinos, escritores y artistas, obreros y empleados, cooperativistas, TCP, amas de casa, cubanos emigrados y residentes en otros países; deberían participar y argumentar sus propuestas por diferentes vías −en especial las redes sociales y plataformas digitales− para que la inteligencia colectiva se potencie y dé paso a lo que Rousseau llamó voluntad general, factor principal de cualquier transformación social.

16 diciembre 2020 26 comentarios 1k vistas
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