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marxismo

La grieta entre la iglesia y el estado cubano

por Gabriela Mejías Gispert 17 julio 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Cuando era niña solía jugar durante horas con mi amiga Lucía que vivía a dos puertas de mi casa. Pasábamos mucho tiempo juntas porque íbamos a la misma escuela. Los domingos ella iba a la iglesia y luego jugábamos por la tarde. ¡Catequesis! Me dijo la vez que le pregunté qué hacían los niños que iban a la iglesia. Yo había entrado una vez con mi abuela, la única en mi familia que tenía una creencia religiosa. Me contaba que antes del triunfo de la revolución, en Santiago de Cuba, en ocasiones, durante las misas se pasaban furtivamente los bonos del M-26. Mi abuela me explicó qué era catequesis, me enseñó canciones de cuando asistía. Llegué a aprender alguna que otra de memoria.

La mamá de Lucía me dijo que yo no era “religiosa” porque mi familia era “comunista”. Si me preguntan hoy; diría que no profeso ninguna fe por decisión propia: tuve la oportunidad de elegir.

Me formé con una abuela católica y un Estado laico.

Mirándolo en retrospectiva me parece irrisoria la asociación, creo que la frase de Marx, totalmente sacada de contexto, caló muy hondo en el imaginario social. La grieta entre la iglesia y el estado cubano creó una división donde ambos eran antagónicos. El tema salió a flote una vez más durante las votaciones por el referéndum constitucional.

La naciente reforma de la constitución de la República de Cuba, tuvo 760   cambios, entre adiciones y modificaciones, proponiendo una legislación mucho más acorde con nuestra sociedad.

Afín con nuestros principios como país, se mostró una constitución más inclusiva, donde se anulaban las diferencias propias del estado civil. No se modificó ninguno de los artículos que constituyen la base de nuestra nación como estado marxista, leninista y fidelista. Dejando clara la postura de un Estado constituido donde las libertades individuales son respetadas, entre ellas las creencias y religiones por igual.

Con esto se ratifica el posicionamiento de un Estado secular, donde las autoridades no se posicionan públicamente hacia ninguna religión, ni las creencias religiosas pueden influir sobre las políticas nacionales.

Por eso me llamó notablemente la atención cuando nuestro presidente, utilizando su cuenta de Twitter expresó sus felicitaciones a Santa Clara, afirmando que cada vez es “más santa y más clara”.

No me inquieta en lo más mínimo que nuestro presidente profese alguna fe, si fuese el caso. Me preocupa su postura como dirigente de nuestra nación. Me preocupa la fuerza opositora de la iglesia ante la decisión del Estado de garantizar los derechos de matrimonio a todas las personas y la respuesta de la asamblea ante dicha fuerza.

El 11 de junio de este mismo año —post votaciones— las iglesias evangélicas deciden crear una alianza, alegando como razón principal no sentirse representadas delante de las autoridades y el pueblo cubano por el Consejo de Iglesias de Cuba. Hecho que no debemos perder de vista, pues estas mismas iglesias fueron las que más se opusieron a las reformas inclusivas de la nueva constitución.

Vivimos en tiempos de desarrollo, de madurez dentro de nuestro proyecto revolucionario y no deben desdibujarse en la euforia del cambio ciertas bases que nos permitieron llegar aquí.

El filósofo y politólogo Bruno Bauer señalaba, al hablar de la separación de la política y la religión: “Todo privilegio religioso en general, incluyendo por tanto el monopolio de una iglesia privilegiada, debería abolirse, y si algunos o varios o incluso la gran mayoría se creyeran obligados a cumplir con sus deberes religiosos, el cumplimiento de estos deberes debería dejarse a su propio arbitrio”.

En palabras de Marx, “el Estado debe ser un mediador entre el pueblo y las libertades individuales, anulando así las diferencias que puedan presentarse en la sociedad civil. Corresponde a este la generalidad del pensamiento y el principio de su forma, la vida genérica, por encima de su vida material”.

El Estado debe ser imparcial y dejar que los elementos civiles tales como la cultura, la propiedad privada, la ocupación, la religión, el estado social, así como las diferencias étnicas y de género posean sus manifestaciones sin ser entorpecidas por la política y al mismo tiempo, estas no influyan en sus decisiones gubernamentales.

17 julio 2019 30 comentarios 316 vistas
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Ni con hechiceros ni con caciques

por Alina Bárbara López Hernández 4 julio 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Esta es la segunda vez que cumplo el deber cívico de polemizar con Carlos Luque. No me molesta hacerlo, es un ejercicio aportador para ambos pues el intercambio de opiniones puntualiza enfoques y esclarece malentendidos.

En la primera ocasión me acusó de “enemiga de la verdad”, un auténtico eufemismo para decirme mentirosa. Ahora, en su texto “El hechicero de la tribu, con permiso de Atilio Borón”, me representa como una persona que se cree superior al pueblo por la utilización de la frase, para él “infeliz” de que “Los intelectuales hemos incumplido durante décadas el rol de conciencia crítica que nos correspondía”, tesis que afirmo en el artículo: “Los intelectuales y sus retos en la época actual”.

Si por el término en cuestión Luque considera que juzgo al intelectual como un ser superior, “juez repartidor de los premios y castigos”, que mira al pueblo desde la altura de su inteligencia, refugiado en una especie de caverna de las ideas de Platón, en un cuartel general del conocimiento; quiero tranquilizarlo en ese punto. Acepto, al igual que el pensador marxista Antonio Gramsci, que:

“Es preciso, por tanto, demostrar, antes que todo, que todos los hombres son «filósofos», y definir los límites y los caracte­res de esta «filosofía espontánea», propia de «todo el mundo», esto es, de la filosofía que se halla contenida: 1) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y conceptos determinados y no simplemente de palabras vaciadas de conteni­do; 2) en el sentido común, y en el buen sentido; 3) en la religión popular y, por consiguiente, en todo el sistema de creencias, supersti­ciones, opiniones, maneras de ver y de obrar que se manifiestan en lo que se llama generalmente «folklore»[1]”.

La diferencia entre los intelectuales y las personas que no lo son, no radica estrictamente en su nivel de instrucción.

En mi vida profesional ha sido decisivo el ejemplo de mi padre, un obrero mecánico que tiene hoy 78 años de edad. De él adquirí el amor por la lectura, una buena ortografía y la costumbre de cuestionarlo todo. No entiendo que la naturaleza de un trabajo sea mejor o peor. Los factores que pueden tornar embrutecedora una tarea son las condiciones en que ella se desempeñe y la retribución que se perciba por hacerla. Toda labor dignifica. Lo indigno es no poder vivir del fruto del trabajo que realizamos.

Luque nos ilustra en cuanto a la división social del trabajo y desliza la siempre útil insinuación del pecado original: “hay alguna diferencia entre sudar en el surco y sudar leyendo y pensando o buscando en el ordenador”. Depende, estimado amigo, depende de las condiciones.

Quizás en Chile, donde me dicen que usted reside, sea esta la relación arquetípica que se establezca. Pero yo vivo en Cuba, razono desde mis circunstancias y desde mi experiencia. Y mientras redacto en el ordenador la oponencia a una tesis doctoral que contribuirá a la formación de personal calificado, reviso investigaciones como tutora o escribo un artículo para una revista científica cubana; estoy haciendo trabajo voluntario de manera altruista, pues en nuestro país ninguna de esas actividades especializadas se paga, al menos hasta hoy.

Sin embargo un campesino, también como fruto de su labor consagrada y honrada, puede ganar, vendiendo varias cajas de viandas, lo que podrían ser todos mis salarios de un año. De modo tal, hay que ser más reflexivo cuando se valore el desempeño de un tipo de actividad, física o intelectual, para adjudicarle etiquetas que simbolicen en ellas actitudes más o menos revolucionarias.

Pero volvamos al argumento de la conciencia crítica. En mi opinión, esta trasciende una cuestión de intelecto y se encamina hacia la actitud cívica del sector de la intelectualidad, condición que lo lleva a participar activamente en la vida política de sus países y a influir sobre sus contemporáneos.

Si volvemos la mirada a la historia universal y nacional, constataremos que ha sido eminentemente el sector de la intelectualidad, más preparado que otros para reaccionar enérgicamente ante los mecanismos de dominación —dadas su formación jurídica, filosófica, histórica, sociológica, antropológica, etc.—; el que detentó un liderazgo político y encabezó las demandas de trasformación, por vías pacíficas o armadas. Hay excepciones, es cierto, pero ellas confirman la regla.

No afirmo con esto que un verdadero movimiento de cambios pueda ser exclusivamente intelectual, eso sería elitismo puro y negación del papel decisivo de las mayorías. Varela, Céspedes, Agramonte, Martí, Mella, Villena, Guiteras, Fidel, fueron intelectuales que se inmiscuyeron activamente en la vida política de sus épocas, a veces rompiendo no solo con el poder, sino con el modo de hacer política de sus predecesores.

Las mayorías han necesitado, por lo general, del intelectual como líder.

La dualidad del intelectual-político se fragmentó en los modelos de socialismo burocrático. Allí se le exigió al sector una lealtad monolítica, que fue debilitando el ejercicio del pensamiento crítico, esa conciencia crítica que deplora Luque. Especialmente los intelectuales vinculados a las ciencias sociales, ámbito político de sí, fueron apartados de cualquier aportación. Es sintomático que tras la muerte de Lenin el marxismo soviético no diera mucho más allí en su evolución teórica. La mayoría de aportaciones vinieron de pensadores que se desarrollaban en contextos capitalistas.

En nuestra Isla, los intelectuales marxistas que comenzaron a debatir la teoría, nucleados alrededor de la revista Pensamiento Crítico, fueron apartados de sus funciones y, durante años, movidos como personas incómodas de una institución a otra.

La misma afirmación de Luque: “No dejemos de mencionar aquí a los políticos, esa otra función intelectual y otras muchas subespecies que no vienen al caso”, demuestra su confusión al verlos como algo diferente. ¿Qué era Martí, intelectual o político?, ¿qué fue Fidel?

Entre nosotros el intelectual fue dejando de ser político y, desgraciadamente, el político dejó de ser intelectual y se fue consolidando como clase burocrática, instruida, pero no calificada ni para improvisar un discurso. Fernando Martínez Heredia, alertaba que cuando el marxismo se convierte en una ideología de Estado, va mutando de un mecanismo de liberación hacia una ideología de dominación. En esa metamorfosis la intelectualidad cubana tiene una gran responsabilidad. Su incondicionalidad la fue separando de su función política, que es mucho más que aplaudir y apoyar consignas, y le dejaron esa ocupación a la burocracia.

En los albores de las relaciones humanas, los hechiceros de la tribu eran los encargados de explicar aquellos aspectos del entorno que no eran comprendidos. Creaban así una ilusión de realidad. Su otra función era reverenciar a los caciques. Hechiceros y caciques serían el núcleo de las futuras clases sociales gobernantes.

Entre nosotros el discurso ha encubierto muchas veces a la realidad y los intelectuales lo hemos permitido por dos razones: acatamiento acrítico o conveniencias personales. Dejamos de ser políticos y tenemos que recuperar esa función. Esa era mi meditación, más que llamamiento o manifiesto como dice Luque. En ese punto coincido autocríticamente en que hemos sido una especie de hechiceros, aunque no por las mismas razones que esgrime él.

[1] “Todos somos filósofos”, Tomado de El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, La Habana, Ediciones Revolucionarias, 1966, pp. 11-13.

4 julio 2019 14 comentarios 342 vistas
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Un pensamiento serio

por Manuel García Verdecia 17 mayo 2019
escrito por Manuel García Verdecia

Usualmente publico notas sobre distintos aspectos de la realidad que me interesan y que, creo, pueden interesar a otros. No me creo en posesión de LA verdad (líbreme Dios de tal soberbia) y únicamente presento los asuntos como yo los veo. Por tanto mi fin no es imponer un criterio ni hacer que nadie piense como yo. Solo quiero mover a los demás a reflexionar sobre estos asuntos e incitarlos a realizar sus propias elaboraciones. Siendo así entiendo que alguien discrepe de mis puntos de vista. Siempre que lo haga con argumentos y respeto, pues lo acepto y hasta lo aprovecho para enriquecer mi visión. Lo que rechazo es la superficialidad y el irrespeto.

Hace poco hablé positivamente de Marx y algunos reaccionaron desde una posición contraria y exaltadamente, pero no con razones, más bien burlescamente. Me referí a Marx porque, habiendo leído sus escritos, creo que hay mucho de positivo en ellos y que lo que se ha hecho argumentándolo como marxista ha sido generalmente inconsecuente. No lo hago un santo. Fue un hombre con virtudes y defectos, pero también fue un notable pensador humanista. El propio José Martí en sus palabras a la muerte de aquel dice: “Porque se puso del lado de los pobres merece mi respeto”.

Marx no puso bombas, no hizo fusilar a nadie, no mandó a nadie a campos de concentración ni los obligó a expatriarse, como tampoco propuso la estatalización burocrática y policial de la sociedad. Básicamente pensó que el capital, tal y como se desarrollaba en el siglo XIX, se fundaba en mucha opresión y abuso de una enorme mayoría de seres, por lo que proponía un cambio radical encabezado por los oprimidos para alcanzar una sociedad más equitativa y masivamente justa.

Y su obra ¿fue la panacea universal y eterna para la construcción del paraíso terrenal? Para nada. Fue el análisis razonado de un fenómeno especifico en su momento crucial, el capitalismo industrial. Básicamente un intento de deducir causas a la injusticia socioeconómica derivada de aquel fenómeno y proponer formas para una transformación redentora. Solo otro peldaño en la escala inagotable del conocimiento. Su teoría tuvo tan deficientes expositores y ejecutores que hacia el ocaso de su vida el propio Marx declaró no ser marxista, lo que indica su dialéctica crítica.

¿Se logró la estructura económico-social que él concibiera? No. ¿Por qué? Por muchísimas razones, desde cualidades de la personalidad de los líderes, los intereses de los poderosos, los contextos socioeconómicos correspondientes, hasta la idiosincrasia de los pueblos. De hecho, los desarrollos de la realidad en los siglos XX y XXI han derribado muchos de sus postulados y han hecho necesaria la elaboración de nuevas estrategias teórico-prácticas. Como todo, el marxismo no es ni infalible ni inmutable. El pensarlo así fue el máximo error de muchos de sus seguidores.

Alguien se refirió a que su tumba debe ser custodiada para que no la mancillen. Esto no habla de Marx, sino de la condición humana. Ninguno de sus libros, empezando por su obra mayor, El Capital, da razones para ejecutar barbaries como las apuntadas. Siempre he pensado que no se puede culpar al martillo porque alguien mate a otro a martillazos. Tampoco se puede condenar a libros o pensadores por una lectura fundamentalista y nociva de los mismos.

La Biblia ha sido utilizada para fundamentar decenas de crímenes. Véase, por poner el caso, lo que hizo el Movimiento de Restauración de los Diez Mandamientos de Dios en Uganda el 17 de marzo de 2000, cuando mató a 1000 personas. El Corán ha sido libro principal para organizaciones como Al Qaeda y Boko Haram que han asesinado a miles de ciudadanos en templos, estadios deportivos, comercios y centros de recreación. Un ser tan pacífico y alejado de las ideologías como Jerome Salinger escribió una novela que varios criminales emplearon para justificar actos como el atentado a Ronald Reagan o la muerte de John Lennon. Y no por eso se puede decir que La Biblia, El Coráno El Guardián en el trigal inciten al mal. Es que sujetos con cierto grado de aborrecimiento o perversión necesitan argumentar sus actos con otro individuo, obra u organización para descargo de sus conciencias.

Y sobre la vejación de la tumba de Marx, no es un hecho único. En el cementerio de mi ciudad, numerosas tumbas han sido dañadas, se han robado las macetas de flores, los cristales de los ataúdes, han hecho necesidades fisiológicas alrededor de ellas e, incluso, han hurtado huesos para trabajos de ciertas sectas. Y esos muertos fueron sencillamente personas comunes que no propusieron ningún sistema social, ni mucho menos detentaron el poder. Alguno habló de orinarse sobre la tumba de Marx, pues le digo que no es original. Ya se ha hecho, y bastante, sobre muchas tumbas inocentes. De todas maneras pienso que cada día necesitamos actitudes más responsables, informadas y civilizadas para afrontar los requerimientos cambiantes de la existencia y salir airosos. Creo yo que es lo único que puede mejorar el mundo.

Leer a Marx no daña a nadie, antes bien lo ilustra (porque uno se instruye hasta con lo antagónico, ya que leer verdaderamente es establecer un diálogo con el texto) y, si el individuo no está de acuerdo, pues tal vez se convierta en un pensador interesante que haga propuestas significativas para el mejoramiento humano. Sin embargo el mero choteo, las actitudes irresponsables y el gesto chusco o violento solo consiguen sacar a flote lo peor de la humanidad y estimular a reacciones similares. El choteo engendra choteo. La violencia genera violencia. La estupidez y la malevolencia no son de ningún bando político sino del peor costado de la imperfección humana. Solo la inteligencia y la sensibilidad responsables y cultas producen actitudes generosas y bienhechoras.

17 mayo 2019 12 comentarios 342 vistas
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La Revolución como entelequia

por Mario Valdés Navia 10 abril 2019
escrito por Mario Valdés Navia

El griego Aristóteles creó el concepto de entelequia para designar aquellas entidades que tienen un fin en sí mismas. En la actualidad se usa para hablar de cosas irreales, vagas, que no se pueden entender cabalmente, y menos concretar. El concepto me viene a la cabeza cuando oigo decir, a raíz del próximo congreso obrero, que los trabajadores deben “acompañar a la Revolución”. Siempre creí que son sus protagonistas, no sus acompañantes.

Cuando triunfaron las revoluciones rusa y china se empezó a hablar de los compañeros de viaje que podrían tener los obreros y campesinos en la construcción socialista. Se hacía referencia a los miembros de la burguesía y capas medias que existirían y laborarían en el socialismo hasta que, gradualmente, se extinguieran como clases en el tránsito futuro al comunismo. Tanto el Lenin de la NEP como el Mao del Camino de Yenán compartieron este criterio.

El establecimiento de la hegemonía burocrática en los estados de vocación socialista incluye siempre la recreación de símbolos ya establecidos. En Cuba no hay ninguno de mayor significación histórica que el de la revolución. Los mártires anteriores al 68, los mambises, laborantes y víctimas de las guerras de independencia, todos son hijos de ella y sacrificaron sus vidas para hacerla realidad.

Durante el período republicano los políticos no cesaron de clamar por sus méritos revolucionarios en la lucha por la independencia y luego contra el tirano Machado. Desde la derecha hasta la izquierda, todos veneraban la revolución a su manera. Batista y los presidentes auténticos se consideraban a sí mismos héroes y continuadores de la Revolución del 30.

Esta elevada representación social se multiplicó con el triunfo de la Revolución

En el 59 se unieron, como nunca antes, los componentes nacional-liberador y de justicia social. Con el tiempo, la revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes comenzó a ser secuestrada por una burocracia cada vez más empoderada, que se apropió del término Revolución como hiciera Stalin con el de marxismo-leninismo.

De esa forma, el monopolio del poder por los burócratas se identifica demagógicamente con los objetivos históricos del pueblo, la nación y hasta de la revolución mundial. A partir de entonces, en boca de la burocracia, la revolución sería un fetiche que se trocaría en su contrario mediante el concepto de Revolución en el Poder.

En consecuencia, la revolución no vendría desde abajo sino “desde arriba”, y las masas no la protagonizarían, sino que “se sumarían a ella”, “se incorporarían”, “participarían”, “serían convocadas”, o, como se dice ahora, la “acompañarían”.

Este nuevo modelo de revolución burocrática exige a los trabajadores ser “fieles”, “leales” y “estar dispuestos a cualquier sacrificio”

La cuestión es: ¿a quién deben ser fieles y “acompañar” los trabajadores sin chistar?, ¿a la revolución popular liberadora, o al status quo establecido por los burócratas a su imagen y conveniencia?

Se dice, a raíz del próximo congreso obrero, que los trabajadores deben “acompañar a la Revolución”. Foto: Ramón Espinosa/AP

Las revoluciones son siempre obra de las grandes masas. Es redundante decir que los trabajadores deben acompañar su propia obra.

Por lo que vale la pena luchar es por abrir cauces a su participación plena y libre y su posibilidad real de control social sobre el poder. Que los obreros, campesinos, estudiantes, intelectuales, TCP y todos los sectores humildes se sientan participantes activos de la revolución; no observadores de un espectáculo donde miran, aplauden y retornan a sus casas a comentar con la familia sus criterios, anhelos y preocupaciones tras la puesta en escena.

10 abril 2019 10 comentarios 372 vistas
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Liberal o marxista

por Miguel Alejandro Hayes 1 febrero 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

El joven Marx fue un liberal. Lo mostraba al enfrentar el estado prusiano. Las publicaciones renanas eran ese escenario de batallas. El punto estaba claro: se bombardean con ideas críticas a las prácticas políticas, así como a la ideología que respaldaba a estas. La apuesta era tomar el cuarto poder.

Esta concepción no duró mucho en la cabeza de aquel Prometeo que iba y venía entre Feuerbach y Hegel. De la crítica, según Marx, no nacía la revolución. En consecuencia, el distanciamiento con los hermanos Bauer -y otros tantos jóvenes inquietos- llegó.

Sucede que las relaciones en la sociedad se dan todas a la par,  pero muchos enfoques y prácticas se empeñan en separarlas y solo quedarse con una de ellas, e intentar incidir sobre esta sin importar las demás.

En pocas palabras, Marx supo que lo que hacía, era tratar de entender un movimiento social haciendo ontología del pensamiento y la subjetividad sociales. Y ese no podía ser el camino.

El desarrollo de una conciencia teórica dialéctica materialista, llevaba a la ruptura con aquella forma de enfrentar dicho cambio social a partir de mover los estados de opinión, como si fueran independientes del resto de las dimensiones de la vida humana.

La opinión, como subjetividad, debe ser vista en relación con cómo se inserta el hombre en la producción del mundo y de sí mismo, a la par de la reproducción de sus necesidades (del estómago y de la fantasía). Criterio consecuente, con la tercera tesis sobre Feuerbach, y con la superación de la enajenación teórica.

Dibujo: Chad Crowe

Dibujo: Chad Crowe

Dado la lógica de este Marx ya “maduro”, de que las subjetividades no se dan aisladas, sino con ajuste a las mencionadas necesidades, el destino del mensaje transmitido a una persona, no depende solamente de quién y cuánto lo trasmite. Dependerá también, de la capacidad y la necesidad del receptor de asumirlo. Por eso, se puede bombardear a alguien con una idea a través de la prensa, que lo asimilará en dependencia de una serie de factores. Tal y como afirman muchos desde la teoría de la comunicación, el receptor no está determinado por el emisor, este último, tiene la palabra final en el proceso.

Todo ello me hace pensar en Cuba y el actual clima mediático-oficial alrededor del 24F. Los medios oficiales, saturan de la entusiasta postura en pro del Sí, en un polarizado esquema de a favor o en contra de la Revolución. La postura del No, carece de espacio en los mensajes que se dan desde la propiedad socialista sobre los medios de producción. Ni siquiera cabe la posibilidad de la duda, todo es un rotundo Sí.

Sé que no tiene sentido difundir en un espacio oficial lo contrario a lo que es interés de este, pero siendo consecuentes con ese pensamiento del Marx maduro, el efecto del pronunciamiento por el Sí o el No, no cambiará mucho la cultura política cubana respecto a la votación, cuando más, será un catalizador de los estados de opinión y procesos de identificación política que anteceden al debate constitucional.

Los spots televisivos por el Sí, en muchos casos, carecen de la adecuación a códigos estéticos atractivos, y hay otros, que suenan a discurso vacío y repetido frente a una cámara. Sabemos, que tal publicidad no moverá mucho votos, que la mayoría de los Sí, vienen de la mentalidad unitaria arraigada a nuestra cultura política reciente.

¿Y la campaña por el No entonces? Negarle escena a esta, como representante de una postura validada por el derecho a elegir el voto, no es silenciarla, porque el no darle oportunidad no desaparecerá ese No correspondiente al sentir de algunos cubanos.

No sé si es que se tiene miedo a dejar visible el mensaje contrario al oficial para que no ejerza influencia sobre las subjetividades, o si se evita a sabiendas de que existen condiciones de peso para que ese mensaje encuentre y estimule a muchos receptores con las condiciones para asimilarlo. ¿Será esa práctica producto de una visión liberal de la realidad, o una conscientemente marxista?

1 febrero 2019 11 comentarios 865 vistas
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No ver el bosque

por Miguel Alejandro Hayes 27 enero 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

A propósito de la separación del marxismo y leninismo en la Constitución

Recibí con beneplácito le separación del marxismo y el leninismo en el texto constitucional. Reconozco el carácter bienintencionado y el logro que representa esa modificación. Pero sin dejarme llevar por la euforia, me pregunto si esto significa un paso significativo para la salida del dogma.

Asumamos el hecho de que el marxismo es muy variado. Si se habla de este en la constitución -de manera más incluyente- se pasa a aceptar por marxismo a corrientes diferentes del leninismo, por lo que se hacen válidas otras que incluirían al freudomarxismo, al analítico, y hasta otros que pueden ser políticamente complicados como el marxismo-libertario, o el luxemburguismo -que fue muy crítico con el capitalismo de estado que planteaba Lenin-.

No me queda muy claro que la constitución hable de esa inclusión, y de la validación de todo ello, ya que hay tendencias que pueden ser contrarias -dado el carácter altamente politizado en el interior del marxismo- con posturas “marxistas” oficiales. Es decir, reconocer y aceptar  los marxismos, es reconocer y aceptar -sobre todo dialogar- también  una amplitud de posturas teóricas y políticas marxistas que van desde anarquistas hasta socialdemocratas. ¿Es eso lo que busca la constitución?

No sé si proliferará entonces la discriminación “marxista”, donde los marxistas oficiales en vez de disidentes, socialdemócratas y centristas, señalarán a los trotskistas, libertarios y consejalistas. Digo esto teniendo en cuenta que cualquier pensamiento puede autodenominarse marxista, a no ser que haya una instancia que determine qué es marxista, cualquiera de los principios de estos deberían ser aceptados.

Por otro lado, hay que ver si ese marxismo de la constitución quiere decir guiarse por Marx, o por las interpretaciones difundidas sobre este. La diferencia es significativa.

Para muchos no es lo mismo ser marxista (que estudia y lee a los seguidores, intérpretes y continuadores de Marx), que ser marxiano, marxista clásico, fundacional (que va directamente a la obra de Marx). No sé si hay una intencionalidad en la Constitución hacia ponderar al marxismo por encima de Marx; si desconoce las diferencias y por tanto, los toma como lo mismo; o si quería referirse a Marx, pero lo cierto es que eso tiene implicaciones.

Dado que Marx es un autor (en el sentido foucaultiano) las lecturas a este devienen en múltiples, pero con repercusión sobre la ciencia social: leer Marx puede derivar en nuevos marxismos. Entonces no es lo mismo que nos guiemos por uno o varios marxismos a la vez (a ver cuándo sirve uno y cuándo el otro), a que seamos el país que más marxismos genere (porque mucha gente lea y use a Marx de guía), o que  se combinen los marxismos ya establecidos con todos aquellos que produzcamos en Cuba.

Todo lo que he mencionado aquí de seguro parece extraño, pero es lo que debería pensarse al ser consecuentes con ese marxismo de la constitución. Veamos por qué.

Imagínese que en la Constitución dijera en vez de marxismo: física, matemática, biología, cibernética, ciencias de la información, etc,  que nos guiaremos por los principios de cualquiera de esas ciencias. ¿Suena extraño, e imposible no?

Carece eso de coherencia ya que cualquiera ciencia no es homogénea a lo interno. Cualquiera de ellas alberga en su interior diferentes paradigmas, puntos encontrados, corrientes, mucha diversidad. Además de que podríamos preguntarnos  cómo sería, si se violan los principios de esa ciencia en la nación que la tome como guía.

Ilustremos con un ejemplo. Si un país se guiara por la física, ¿qué paradigma asumiría de esta? ¿uno para cada circunstancia? Y si alguna política social o algún conocimiento no cumple o contradice a la física, ¿qué pasaría? Igual puede pensarse para un caso con las ciencias de la información, o cualquier ciencia, sin importar cuál.

El sinsentido que presento aquí como parte de un mundo al parecer distópico, es el resultado de llevar consecuentemente la idea de que una nación se guíe por una ciencia ( sin importar su naturaleza).

Resulta que el marxismo también es una ciencia, de ahí que unas líneas atrás construyera un posible escenario para este, para tener idea de cómo podría ser  una Cuba donde la ciencia marxista esté elevada a la constitución.

Tales implicaciones de incluir al marxismo en la Constitución, no ocupan espacio en la proyección de la realidad cubana luego de la implementación de esta, claro está, porque la presencia del marxismo en la carta magna no tiene una connotación de ciencia, sino ideológica, o mejor dicho, de ideología política.  Solo así puede tener sentido que este ahí, y así está puesta.

Entonces, el marxismo es tratado como ideología en la Constitución.

Resulta que uno de los rasgos del marxismo-leninismo -la versión dogmática de la  cual se intenta librar al marxismo en el acto de quitarle su apellido leninista-, es haberlo convertido en un marxismo ideológico, según señala el destacado marxista Michael Heinrich. Para él, dicho marxismo no es más que un reduccionismo del pensamiento de Marx, y convierte sus ideas en un discurso de validación de los intereses de la vanguardia, y para justificar sus decisiones, y que no es más que un marxismo sin Marx. Por suerte, estás ideas ya están algo difundidas.

Parece que los árboles aún no nos dejan ver el  bosque. Aunque se agradece la intención, y hay quienes piensan que es un gran avance para librarnos del marxismo-leninismo (igual podríamos decir dogmatismo estalinista) seguimos dándole una connotación ideológica al marxismo, un rasgo marcadamente estalinista, y que resulta parte esencial de esa construcción teórica.

27 enero 2019 6 comentarios 652 vistas
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Sobre el “marxismo GUIÓN leninismo”

por Consejo Editorial 3 enero 2019
escrito por Consejo Editorial

Por: Natasha Gómez Velázquez

Hace unos días, hemos conocido la decisión de sustituir en el texto de la nueva Constitución cubana, el término “marxismo-leninismo” por los de “marxismo” “y” “leninismo”. Según explicó el Secretario del Consejo de Estado, esa decisión se efectuó a instancias de una consulta a especialistas, y obedecía a la esencia “stalinista” de la formulación inicial. Puede suponerse también, que fue resultado de propuestas de modificación efectuadas por algunos ciudadanos. 

Contribución a los argumentos 

El “marxismo-leninismo” comienza a constituirse en la Unión Soviética durante la segunda mitad de la década del 20, inmediatamente después de la muerte de Lenin (1924). Ese proceso de construcción y autodenominación finaliza en 1938, fecha en que queda plenamente establecido. Está asociado al fenómeno stalinista -como bien expresó el Secretario del Consejo de Estado-, y se utilizó a manera de argumento para reprimir, excluir, censurar, y purgar en ámbitos intelectuales, científicos, filosóficos, y políticos, fundamentalmente. Los textos de Stalin o que llevan su firma -todos escritos después de la muerte de Lenin-, y que definieron su contenido son: “Fundamentos del leninismo” (abril-mayo de 1924); “¿Trotskismo o leninismo?” (noviembre de 1924); “Cuestiones del Leninismo” (1926); y “Acerca del materialismo dialéctico y el materialismo histórico” en Historia del Partido Comunista (1938). Este tipo específico de marxismo fue ampliamente socializado a través de las directrices vinculantes de la Tercera Internacional, y Manuales de estudio, cuyo uso resultó muy extendido. El “marxismo-leninismo” está considerado como una construcción teórica de Stalin -y otros, pues se convirtió en norma e ideología, y como tal, fue compartida, creada y recreada-, para legitimar el poder de las fuerzas conservadoras y la burocracia, y su propia ascendencia -en la coyuntura de la muerte de Lenin- sobre Trotsky, otras personalidades soviéticas, e interpretaciones marxistas. 

De manera que el “marxismo-leninismo” no es EL marxismo. Es solo una tendencia más, dentro del universo plural, heterogéneo, y hasta contradictorio de las tendencias que conforman la tradición marxista. De hecho, existía marxismo y leninismo mucho antes de 1924 -el marxismo se encontraba establecido en los años 90 del siglo XIX (en el campo político, teórico, e incluso el académico, éste último muy localizado pero significativo), sin embargo, había tomado cuerpo histórico efectivo desde anteriores décadas; y el leninismo a partir de 1902/1903-; y también más tarde, pues continuaron desarrollándose diversidad de interpretaciones que se han reconocido en el legado de Marx y Lenin. No obstante, en el lenguaje político, especialmente el asociado al movimiento comunista organizado y la URSS, fue -aún es, para un sector comunista, especialmente generado en aquel contexto) una práctica bastante generalizada la utilización del “marxismo-leninismo” como sinónimo de marxismo en general, o sea, como EL marxismo o el verdadero marxismo. 

A propósito del “leninismo” debe precisarse lo siguiente: la palabra “marxismo” ya incluye el “leninismo”, pues abarca a toda la tradición que parte de Marx: Engels; Lenin; Luxemburgo; Trotsky; Gramsci; y muchos otros hasta la actualidad. Algunas de esas tendencias tienen nombre propio (“leninismo”; “trotskismo”; “luxemburguismo”; etc.); y no solo poseen entre sí una relación de continuidad, sino también de diferencias, rupturas, y contradicciones. En fin, la palabra “marxismo”, aún en singular, solo puede entenderse con realismo, si se asume la pluralidad que la integra. 

Puesto que la comunidad teórica marxista entiende por “marxismo-leninismo” a esa específica tendencia stalinista, y el contenido que le es propio desde los años 20 y 30, no puede entonces asignársele arbitrariamente otro contenido o intentar resignificarlo. El “marxismo-leninismo” ha sido criticado y cuestionado por buena parte de la propia tradición marxista y revolucionaria durante casi un siglo y, por tanto, mucho antes de la caída del socialismo en la URSS y Europa. Para la inmensa mayoría de los marxistas, el “marxismo-leninismo” no es marxismo ni leninismo, pues: divide arbitrariamente en segmentos económicos, políticos, y filosóficos –también fragmentados en su interior-, el pensamiento unitario de los fundadores del marxismo -irreductible a esos campos, y siempre integrado alrededor de la teoría de la revolución-; descontextualiza, cambiando el significado, las tesis de Marx; Engels; y Lenin; convierte el marxismo en fórmulas abstractas y especulativas a memorizar, y estériles para la transformación revolucionaria; establece un listado arbitrario de citas, pasajes, y obras, deslegitimando al resto; convierte al marxismo en teoría positiva y no crítica; es determinista y economicista; tiene una actitud de sectarismo, dogmatismo, censura, y exclusiones -negación a reconocer y estudiar otro tipo de marxismo o teoría no marxista, pues se autodeclara como “única” interpretación “científica”-; subvalora los temas sociales, que constituyeron el centro del marxismo y el leninismo originarios -las estrategias revolucionarias fueron desplazadas por la atención a teorías y conceptos especulativos, siempre rechazados por Marx-; modificó arbitrariamente para su publicación, ciertos textos de Marx, Engels, y Lenin; etc. 

De manera que el “marxismo-leninismo” desvirtúa la teoría y praxis revolucionaria del marxismo originario. Especialmente, y al contrario de lo que puede indicar su nombre, no representa con certeza y dignidad la teoría y praxis de Lenin. 

Cuba

La corrección que propone el nuevo texto de Constitución tiene profundos significados, entre ellos: la actualización -tal y como se realiza en otros ámbitos de la sociedad cubana- del lenguaje teórico, aunque, obviamente, no es solo un asunto terminológico; la ruptura con aquel tipo de marxismo soviético recogido en manuales que inundara la enseñanza en los `60, después, y aún sobrevive de diversas maneras -“ladrillos soviéticos” llamaba el Che a esos Manuales, en su carta a Hart de 1965-; el abandono de una de las manifestaciones de copia respecto a la URSS, que se prolongaba de manera extemporánea y sin justificación; el reconocimiento implícito de errores e inconsecuencias, ejercicio siempre provechoso (el documento de 2017 “Conceptualización del modelo…”, aprobado por el Tercer Pleno del CC; el 7º Congreso del PCC; y la Asamblea Nacional del Poder Popular ya había sustituido la formulación del GUIÓN que, sin embargo, regresó sorprendentemente en 2018, en la versión inicial del Proyecto de Constitución); la disposición del Estado (eventualmente del PCC) a considerar justa y críticamente –a instancias de ciudadanos y especialistas- un pilar simbólico que conformaba los fundamentos teóricos del país; y la oportunidad del replanteo social -puesto que este asunto adquirió nivel ciudadano a través del sistema de enseñanza- y radical de la pregunta por la esencia del marxismo y su función. 

Significa, sobre todo, la oportunidad de poner en correspondencia la palabra con los hechos. La revolución cubana ha desbordado históricamente ese GUIÓN en muchísimas cuestiones -aunque esta no ha sido una actitud homogénea ni sistemática-; y debe ser en lo sucesivo –para eso se trabaja-, más innovadora; creativa; realista y utópica a la vez; inclusiva; de fortalezas horizontales; asertiva respecto a aportes y críticas; de principios y diálogo abierto con toda las experiencias históricas y la cultura; y siempre crítica de sí. Todo lo cual, resulta ajeno al “marxismo-leninismo”. 

Por otra parte, no podemos permitir que siga sobreviviendo el “marxismo-leninismo” en los diversos ámbitos de la vida social, disfrazado ahora tras una COMA o una Y griega, que se continúe rigiendo por dogmas; repitiendo frases vacías y sin sentido; o repitiendo lo ya establecido para asegurar confort o estatus -cerrando la posibilidad a aquello por considerar y quizás establecer-; deslegitimando personas, palabras, actitudes, preguntas, dudas, o razonadas certezas; utilizando la información y el secretismo para marcar jerarquías; convirtiendo al marxismo en profesión o calificación, en jerga de identidad, en palabras justificativas y no en herramientas transformadoras; y ahogando el pensamiento crítico haciendo uso de todo lo que tiene a su alcance. Obviamente, cualquier término puede dar escusa y refugio a esos comportamientos. Sin embargo, la recuperación del “marxismo” y el “leninismo” sin más, puede ser oportunidad y promesa de exploración teórica, invitación a pensar, estudiar, y transformar con efectividad revolucionaria la realidad. 

 

También en el ámbito académico (y otros) debe tomarse una actitud de consideración crítica sobre el uso del término “marxismo-leninismo”, sus contenidos, presentaciones y organización docente. Esa frase aún permanece en umbrales de puertas institucionales, así como encabezando documentos y acciones académicas programáticas, que habrá que rectificar, para ser consecuentes y entrar en el nuevo marco constitucional. 

 

Hay que recordar que, al menos desde los años 60 –para hablar de una época relativamente cercana-, importantes intelectuales y académicos cubanos -por ejemplo, los hoy Premios Ciencias Sociales Aurelio Alonso y Fernando Martínez, este último también Premio Casa de las Américas-, así como un segmento de sucesivas generaciones de profesores, investigadores, y especialistas, han expresado sus consideraciones críticas sobre el “marxismo-leninismo”, intentando socializar argumentos y esclarecer. En los últimos tres años, algunos profesores de la Universidad de La Habana, interesados en ofrecer argumentos para decisiones impostergables de naturaleza académica, hemos insistido otra vez, realizando acciones al respecto, y publicado algunos textos que contribuyen a esclarecer este asunto. Y es que ese diagnóstico crítico elaborado por la tradición marxista, estaba listo desde fines de los años 20 del siglo XX. 

Esta es, en fin, una rectificación constitucional necesaria. 

Tomado de: Rebelión
3 enero 2019 16 comentarios 1.138 vistas
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Verdades de fe

por Miguel Alejandro Hayes 21 septiembre 2018
escrito por Miguel Alejandro Hayes

Algunos por ahí hablan de tener fe. Algo que después de 150 años de marxismo, es una vergüenza. El marxismo cuestiona verdades, no se dedica a aceptarlas, y mucho menos en actos de fe.

No han faltado en la historia de la humanidad sistemas de ideas que defiendan una verdad. Cada cual, por lo general se decía tenerla y más de una disputa se generó, en teoría, política o cualquier área. Llegó un momento, donde ante tantas “verdades”, no se podía distinguir cuál era la correcta. Tal dilema debía resolverse, y entonces se llegó a otro punto: estas debían ser demostradas.

Se llegó después a un nuevo problema: demostrar la existencia de Dios ¿Podía el hombre cristiano hacerlo para argumentar su fe él? Hubo dolores de cabeza en el feudalismo alrededor de tal ser trascendental, donde era muy común encontrar medievales discusiones “de esquina” sobre esto, hasta que uno de los grandes ideólogos de la iglesia, Santo Tomás de Aquino, sentenció que había verdades que se demostraban y otras, de fe. Problema resuelto, hay cosas que simplemente se aceptan, y una de ellas es Dios. Fue muy cómodo entonces exponer careciendo de argumentos, y apelar al todopoderoso.

Esto no duraría para siempre, con Descartes se iniciaba un movimiento de la filosofía moderna que partía de la duda, y cuestionaba. Siendo consecuente con ello explicó muy bien la existencia de Dios porque para él, tal verdad no podía ser solo de fe. Luego Kant, expuso que se podía probar la existencia de Dios, y también su no existencia. Entonces había un dilema para la razón, dos verdades tenían las mismas posibilidades de realizarse. Se podía creer con certeza que Dios existía, pero también que no, cada cual escogía la suya.

Por suerte, vino Hegel dudando de todo y resolvió eso: cada verdad solo tiene sentido dentro de un sistema teórico-lógico, y solo en estas existen. Por ahí le entró el agua al coco y Karl Marx, heredero y punto cumbre de la herencia hegeliana, continúo tal línea e intentó legar una gran enseñanza a lo que sería el marxismo: poner todo en tela de juicio. Con ello se iba más allá, se debían cuestionar las demostraciones, y el propio pensamiento que las generó.

Cientos de años transcurrieron para que estuviesen creadas las condiciones para el surgimiento de un materialismo dialéctico. Muchas escuelas y corrientes marxistas han tenido que desarrollarse para que este se ganara su lugar como ciencia. Pero todo eso se tira por la borda cuando algunos funcionarios y militantes comunistas comienzan a afirmar que hay cosas en nuestro sistema político -verdades políticas- que no es necesario demostrar.

Tal parece que estas personas ya no pueden siquiera demostrar su verdad y hacer que esta dialogue con otra. Han preferido regresar tan atrás en la historia, llegar al templo medieval junto a Santo Tomás, para afirmar que hay cosas en las que simplemente hay que creer, porque son verdades de fe, y acusar a quien no las crea, de su falta de esta.

¿Y el legado de Karl Marx? Debo reafirmar entonces que trocarlo con Santo Tomás de Aquino, en un país abiertamente marxista es una vergüenza, por razones obvias. En política tampoco puede haber verdades de fe.

21 septiembre 2018 25 comentarios 271 vistas
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