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Revolución

Flash back o de cómo el hábito no hace una Revolución

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 2 mayo 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

-VII-

La emisión por televisión del documental Canción de barrio (Alejandro Ramírez-2014), luego de casi siete años de realizado, generó hace unos meses un intenso debate en las redes sociales sobre el triste panorama existencial que ofrecían, para sus habitantes, varias zonas de la ciudad.

Recuerdo los largos aplausos que recibió cuando fue presentado en el cine Chaplin, y también las caras de desconcierto de algunos funcionarios, que fueron invitados para un filme sobre las giras de Silvio y se encontraron con uno sobre la gente que vive en los barrios donde cantó el trovador. Hay personas que anidan en una zona de confort, una burbuja, suerte de Matrix que los sitúa en otra dimensión. Nunca entienden nada, o quizás sí, pero prefieren esconder la cabeza, como el avestruz.

Cuando fue exhibido por televisión ya habían ocurrido las manifestaciones multitudinarias del 11 de julio, que tuvieron por motivo principal la irritación ciudadana ante la inercia de las autoridades, incapaces de solucionar cuestiones elementales como el suministro de agua, la alimentación o la electricidad en sus zonas de residencia.

Lo que comenzó como una protesta local, se extendió rápidamente por todo el país, confirmando que esa sensación de abandono y cansancio no era casual o puntual. Ese día se quebró el pacto social que la Revolución había propuesto desde hace décadas a los cubanos. Confiar, resistir, creer, tener fe en que, por su acción, la vida sería… ¿más próspera y sostenible?

-VI-

Quince años antes, en el 2006, un grupo de jóvenes estudiantes de la facultad de medios audiovisuales (FAMCA-ISA) decidió realizar su ejercicio docente en los asentamientos ilegales de San Miguel del Padrón, Regla y Guanabacoa. Era importante documentar lo que allí ocurría y que los medios parecían ignorar.

Casas de madera y cartón, armadas con planchas de metal y desechos, salideros, falta de luz, rústicas letrinas y muchas otras calamidades formaban parte de la vida cotidiana allí. Un padre que se llama Fidel, nombra a su hijo recién nacido, Elián, en honor al niño rescatado en el estrecho de la Florida a fines de 1999, pero llora desconsolado ante las cámaras pues no tiene apenas dinero o trabajo para mantenerlo.

La mayor parte de los entrevistados proviene de las provincias orientales donde, según nos cuentan, no tienen oportunidades y la vida es muy dura. El documental se titulaba Buscándote Habana, fue dirigido por Alina Rodríguez y terminaba con el tema Lucha tu yuca, de Ray Fernández.

(…) el cacique mandó montones a contar

a la tribu, quiere censar

el bohío que ocupas tú, prepárale un ritual

no sea que te declaren ilegal.

 

(…) Ay trabaja, trabaja, como suda el indito

al que todavía pagan con espejitos

en las horas de ocio juega al Batos un poquito

porque está caro, muy caro

el areito

(…) Lucha tu yuca taíno, lucha tu yuca…

Revolución
Revolución
Revolución
Revolución

-V-

A finales de los años ochenta, el instituto de cine cubano (ICAIC) realizó una serie de documentales y noticieros que se adentraban en los llamados barrios insalubres que proliferaban en la capital. Poco antes, en 1986, Juan Formell y los Van Van habían lanzado su hit La Habana no aguanta más, y aunque todo el mundo lo bailaba y cantaba, el tema se percibía como un eco fiel del hacinamiento y desatención que se observaban en muchas zonas de la ciudad.

Jorge Luis Sánchez filmaría por esos años su premiado documental El fanguito (1990), donde daba voz e imagen a las angustias de los habitantes de esa comunidad, situada a orillas del río Almendares. Los pobladores, gente humilde y honesta, decían simpatizar con la Revolución, pero al mismo tiempo sentían que esta se había olvidado de ellos.  

En la URSS, Gorbachov había iniciado su Perestroika, proceso de reformas que cambiaría la historia contemporánea; en Cuba, Fidel respondía con su Período de rectificación de errores y tendencias negativas. Era evidente que el socialismo, tal cual se había entendido y —sobre todo— practicado, hacía aguas. Los sueños del futuro luminoso habían terminado para muchos.   

Por aquellos años, José Padrón realizaba varios Noticieros sobre el ruinoso estado de la vivienda en la capital. En uno de ellos aparecía el grupo Mezcla interpretando otro popular tema sobre el contaminado río Quibú, que atravesaba zonas densamente pobladas en Marianao. En algún momento, mientras el espectador contempla imágenes sombrías de casas levantadas entre aguas albañales, escuchamos lo siguiente:        

(…) en estas condiciones viven alrededor de 60 mil habitantes de la capital del país… En América Latina entre el cuarenta y el sesenta por ciento de los habitantes de las grandes ciudades viven en barrios insalubres, pero ellos no tienen una revolución socialista y nosotros sí.

Tal observación no es anecdótica. Entraña una profunda reflexión sobre el sentido del proceso de transformaciones sociales iniciado en el país a partir de 1959, que situó como centro de atención principal a los sujetos más desfavorecidos y olvidados. Infinidad de planes, proyectos y discursos se habían sucedido cada año para mantener activas las esperanzas de los ciudadanos, dispuestos siempre al sacrificio en aras de un futuro mejor para sus hijos. Y sí, se hicieron cosas, pero otras muchas, esenciales, vitales, fueron postergadas indefinidamente.   

Tres décadas después no habían sido solucionados, ni de cerca, problemas como el de la vivienda, la alimentación o el transporte. La emigración hacia el exterior continuaba y los desplazamientos de zonas rurales a urbanas resultaban indetenibles, a pesar de toda la inversión en obras sociales e industriales llevada a cabo por la dirección del país.

Como si esos casi treinta años de sacrificios, trabajo, zafras y promesas no fuesen nada, el periódico oficial del Partido nos decía en un gigantesco titular de 1987: ¡Ahora sí vamos a construir el Socialismo!

-IV-

Años antes, en 1974, la realizadora cubana Sara Gómez filmó su primera y única película de ficción, titulada De cierta manera.  Un crédito inicial nos aclara ahora que se trata de un largometraje con algunos personajes reales y otros de ficción. Rápidamente, vemos imágenes de archivo que contrastan entornos ocupados por seres que subsisten en precarias condiciones sanitarias, alternando con otros donde diferentes familias habitan nuevas urbanizaciones populares.

Un narrador ofrece información generalizada de lo que ha venido ocurriendo desde los primeros años de la Revolución. Da algunas cifras comparando el antes y el después. Se nos dice que el desamparo y la marginalidad, tan habituales en la época anterior, van siendo paulatinamente sustituidos por las obras humanas de la Revolución. Hay un mensaje esencial: no basta con mejorar las condiciones de vida de una comunidad, sino que es necesario brindar a sus habitantes oportunidades laborales y de superación profesional.

Se insiste en que las conductas delictivas, la violencia y el desaliento son generadas por el desempleo, el analfabetismo y la falta de expectativas, componentes típicos del capitalismo. Pero… ¿acaso muchas de esas cuestiones no están presentes también hoy?

El sujeto, marcado por su entorno y por ciertas prácticas culturales; el viejo conflicto entre barbarie y civilización, entre lo viejo y lo nuevo; queda retratado en una imagen en la que se distinguen modernas casas prefabricadas y, en sus portales, en plena ciudad, los propietarios crían cerdos y cabras.  

Una secuencia nos introduce en una escuela primaria de la localidad: el matutino, las flores a Martí, los pioneros sonríen en una fila. Aparece la maestra y con ella el personaje, o sea, la ficción. Se muestra sorprendida porque no imaginó que una década y media después de la Revolución, aún podían encontrarse barrios en tales condiciones de atraso.  

La película, que adquiere por momentos un tono didáctico, sigue su curso. Salta de personajes y situaciones dramáticas a reflexiones sobre la marginalidad, las prácticas religiosas afrocubanas o el machismo. En algún momento leemos un extraño texto a toda pantalla: Después del triunfo de la revolución, no existe en Cuba sector marginal alguno.

Revolución

El chovinismo, las consignas y polarizaciones —el dogma—, son actitudes consustanciales a la práctica socialista en Cuba. Cualquiera que estudie un poco los textos, discursos o leyes revolucionarias, encontrará repetidas mil veces las mismas palabras o visiones del mundo. La Revolución como fin de un camino. Ya nada puede superarla. Todo suele leerse, además, desde una lucha de contrarios, el lenguaje de la trinchera o, incluso, la guapería.

(…) el primer derecho que tiene la Revolución es su derecho a existir y contra ese derecho nada, ni nadie. (Fidel, 1961).

-III-

Sara fue una mujer inquieta y muy talentosa, que veía a la Revolución como un proceso justo, pero necesitado de perenne revisión. ¿Qué sería de ella hoy? Nunca se conformó con las historias oficiales, por eso se trasladó, en 1967, hacia la granja Libertad, un centro de reeducación para adolescentes situado en la Isla de la Juventud, donde filmaría sus documentales La otra Isla y Una Isla para Miguel.

Las ideas del hombre nuevo estaban en su apogeo, y qué mejor lugar que ese para documentar historias de vida y transformación. Allí se llevaba a cabo un experimento con jóvenes que presentaban «problemas de conducta» e inadaptación social. Los campamentos de trabajos forzados (UMAP) habían sido desmantelados, pero los ecos de esa tragedia estaban aún muy cerca.

Durante muchos años, al saco de «los marginales» fueron enviados los delincuentes y antisociales, los vagos y criminales, los enemigos de la Revolución y los críticos o disidentes ideológicos. Asimismo quedaron estigmatizados cientos de miles por su identidad sexual, el color de su piel o sus creencias religiosas.

El discurso oficial entendía que todas esas manifestaciones conformaban una «lacra social», remanente del pasado que debía ser extirpado. La reeducación, a través del trabajo y el sacrificio, era el camino.   

En los documentales de Sara encontramos por ejemplo a Fajardo, el voluntarioso instructor cultural de la granja. No cuenta con mucho apoyo y tiene que resolverlo todo por su propia gestión. Nos dice que allí todo es trabajo, pero que él trata de llevar la cultura y el teatro hacia ellos, porque siente que esos jóvenes lo necesitan. Una cosa no puede separarse de la otra.

Rafael es tenor, egresado de las primeras escuelas de arte creadas por la Revolución. Aunque interpretó algunos papeles, sintió la presión de los prejuicios raciales y la discriminación, ya que las cantantes o actrices no querían trabajar a su lado. Se trasladó a la Isla porque creía que podía purgar esa frustración trabajando por dos años en el campo. No ha olvidado el arte y sueña con representar algún día La Traviata. ¿Lo habrá conseguido? Dice que allí, la gente es diferente: no es como en La Habana, aquí hay otro tipo de conciencia.

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Lázaro fue seminarista, es un joven educado bajo determinados principios y creencias. Cuando trabajaba en un área educativa en las montañas del Escambray conoció la muerte en el rostro del joven alfabetizador Manuel Ascunce, asesinado por bandas contrarrevolucionarias. Para él, nos dice, fue traumático, un impacto que le hizo repensar toda su existencia e ideas.

Desde ese día, entendió que la violencia era necesaria como única vía para erradicarla. Lleno de angustias y contradicciones, espirituales o profesionales, decide entrar en la granja de la Isla, para, a través del trabajo en una vaquería, encontrar el camino de la paz o el perdón para su conciencia, pues quiere ahora luchar por el hombre y su futuro.

En algún momento aparece Cacha, una profesora que nos explica cómo las muchachas tienen allí todas las libertades, salen de pase los fines de semana, van a la playa o incluso viajan a La Habana para ver a su familia. Sara le pregunta por las relaciones sexuales y los aspectos morales que pueden imponerse. Es mencionado el ejemplo de una muchacha embarazada, algo prohibido en el campamento. Se piensa aplicar un consejo disciplinario, quizás una expulsión, pero luego se llega a la conclusión de que ese bebé, será más comunista que todos nosotros juntos. 

La granja como espacio para exorcizar el mal. Lugar donde todos, incluyendo el feto de la muchacha, encontrarían su purificación absoluta. Revolución, trabajo, sacrificio, conciencia, comunismo. Todos hablan en similares términos. Como una ecuación matemática o piezas de un engranaje. Debes encajar, integrarte, sino serás desechado. ¿Y el ser humano? ¿Dónde ponemos sus miedos, sus sueños, su bondad, sus deseos íntimos, sus intereses, sus dolores y debilidades, su cultura, su familia?     

Recordé entonces un documental realizado por el ICAIC en 1960. Fue uno de los primeros rodados por esa institución. Se titulaba Torrens (dirigido por Fausto Canel), un filme auspiciado también por el Ministerio de Bienestar Social. Cerca de la capital se levantaba un centro de reeducación para menores. Como era habitual en muchos filmes de la época, el narrador marcaba las pautas. Era la voz de la… ¿sabiduría? En un momento hace la singular aseveración de que pronto desaparecerán lugares como ese porque sencillamente no habrá menores delincuentes en Cuba.

Se desgranan los argumentos de la utopía revolucionaria, que desde momentos tan tempranos intenta convencer al espectador de su valía como proyecto social. Se trazan perspectivas y comparaciones entre dos épocas, mientras observamos a los niños que antes limpiaban zapatos, trabajaban o vivían en solares y cuarterías. El régimen anterior propiciaba la miseria, las diferencias de clases y el vandalismo.

Bajo el capitalismo, se nos enfatiza, los niños no tenían oportunidades y solo unos pocos (presentados como burgueses o privilegiados) podían superarse. Ahora la Revolución ha llegado para desterrar aquel pasado, favoreciendo una educación para todos y trabajo honesto como forma primordial de vida.

Existe una retórica aquí que empieza a imponerse, pero aún no lo sabremos. Es lógico, la mayoría está demasiado entusiasmada por los cambios y promesas revolucionarias. Frenar la emigración, el desamparo; entregar tierras y viviendas; acabar con el hambre, el analfabetismo, la prostitución, la muerte, la corrupción política, el juego, la venta de nuestras riquezas al extranjero.

Hay un proyecto por construir, un país que reformar. ¡La constitución del 40 sería restaurada y con ella todas las garantías democráticas! Eso dijo Fidel en La historia me absolverá. Pero, ¡cuántas cosas se dijeron antes del 59, y después: en los sesenta, los setenta, los ochenta… !

-II-

Las películas y documentales cubanos visualizan e imaginan un país. Son testimonio de las angustias e interrogantes que han acompañado a nuestros cineastas. Hoy se hacen otros filmes, hay otras generaciones, nuevos escenarios, compromisos y sujetos: unos hombres que habitan (¿y esperan la muerte?) en una chatarrería de barcos; unos héroes de Angola que se sienten solos y abandonados; un trovador al que le hacen actos de repudio, una madre que ve partir a sus hijos; una pareja que malvive en un solar y está dispuesta a todo.

Ellos también marchan al margen de la vida, son el resultado de un sistema, un grupo de ideas que quizás abrazaron cierto día, son víctimas de ellos mismos. Relatos tristes, dolorosos pero reales. Hay muchas sombras que iluminar, revelar. Una historia oficial que valorar, sí, pero también deconstruir, repensar.

(Inserto)

En 1988, mientras estudiaba en el instituto de cine de Moscú, la película Pequeña Vera (de Vasili Pichul) causaba furor, abarrotando los cines y generando amplio debate en los medios. Fue algo inédito en el cine soviético. Su drama, situado en una familia obrera y disfuncional, seguía el despertar sexual de una joven, rodeada de padres alcohólicos y amargados. Alguien irritado protestó en el parlamento o Duma estatal preguntando por qué se rodaban películas así. Le respondieron: Ellas no son el problema. Deberíamos sentir vergüenza por aceptar vivir así tantos años.

Revolución -I-

Cuando la Revolución despertó, la pobreza y la marginalidad seguían ahí. Pretender que ella, o el socialismo, borrarían para siempre tales cuestiones por el simple hecho de existir, solo demuestra idealismo y desprecio hacia las complejas leyes y dinámicas sociales o humanas que mueven el mundo. El acceso masivo a la educación, la salud, la cultura, son pasos de gigante, pero tienen que sostenerse sobre terrenos sólidos y estables; de lo contrario, se precipitan y desaparecen. Soñar es bueno, pero tener los pies en la tierra es mejor.

A los «marginales» se les denomina hoy «vulnerables», y los medios oficiales, instigados por las autoridades, tratan el asunto como si de pequeñas o aisladas comunidades se tratase, pero ya se sabe: no hay peor ciego que… el militante que no quiere ver.

No se trata de un barrio, sino de un país y de más de cien mil cubanos emigrando en apenas un año. Son demasiados para una isla que se creyó continente. Los «marginales» ya no están en la periferia, ahora son el centro. No son delincuentes, ni son las víctimas de un sistema anterior, puesto que la mayor parte de la población cubana nació después del 59.

Sesenta y dos años son muchos para seguir eludiendo responsabilidades. Las consignas no calzan ni visten a nadie, ninguna pone un plato en la mesa. Tenemos una política económica fracasada, un proyecto de país siempre postergado, ralentizado, realizado a ratos, a medias y tambaleante. La revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes, aún está por concretarse.

2 mayo 2022 42 comentarios 1.722 vistas
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Periferia (1)

Viaje al centro de la periferia

por Roberto Zurbano Torres 11 noviembre 2021
escrito por Roberto Zurbano Torres

Después de llegar a la última parada de la ruta 174 en Lawton, tomas otro transporte hacia el Caballo blanco y te quedas en una zona intermedia entre ambos puntos, atraviesas un tranquilo barrio a la derecha y luego un descampado o zona rural en dirección a Portocarrero, en la periferia de Arroyo Naranjo. Antes de llegar a este, doblas otra vez a la derecha e irás descubriendo, poco a poco, un caserío fuera de los mapas urbanos.

Una comunidad desconocida

Tras él nace el barrio haitiano, por llamar de algún modo al lugar donde se asientan cerca de veinte casitas informes, construidas con tablillas, cartones y otros detritus de la ciudad. Allí encontrarás un mundo desconocido para cualquier habanero. Mayoritariamente de personas negras, muy oscuras: son segunda o tercera generación de descendientes haitianos, provenientes del centro y el oriente del país, que conservan rasgos culturales de ese universo aún callado en la cultura nacional, marginalizado por cuestiones raciales, religiosas, clasistas y regionalistas: has llegado a la tierra de Balenyó.[i]

Es un barrio o asentamiento sin nombre que mi amiga Anisia y yo llamamos El Cuncuní. Allí visitamos a su nieta, de quien unos meses después festejaríamos el tercer cumpleaños, que era cuidada por una familia oriental, con extensiones en El Canal del Cerro y en Cayo Hueso. Una gran familia cuyos lazos, más que consanguíneos, se atan por la convivencia solidaria que genera la pobreza y la trashumancia. Eso define cierto tipo de migración interna en Cuba; aquella de origen rural a la cual no deslumbran los barrios del centro.

Esta comunidad se distingue por sus costumbres haitiano-descendientes: los adultos hablan creole; se consumen programas de televisión haitiana (cómicos, musicales y religiosos); exhiben en sus paredes tres elementos singulares: una bandera de aquel país, un retrato de Toussain Louverture y un altar de los dioses o loas del vodú. Estos símbolos marcan su vida, así como las flores, plantas medicinales y vegetales más usados para su alimentación y rituales; de ahí que prefieran el margen rural, lejos de la velocidad y normas citadinas.

Periferia (2)

Conservan recetas de la cocina y la farmacopea tradicional.

Conservan recetas de la cocina y la farmacopea tradicional. Las jerarquías son marcadas por su religión y el nivel de relaciones de algunos miembros con el mundo exterior, pues son reacios a asimilar personas ajenas a sus costumbres y condición socio-económica, vieja «maña» de haitianos en Cuba.

Un viaje desde la céntrica periferia de Cayo Hueso hasta la periferia de Arroyo Naranjo, desajusta las brújulas sociológicas que piensan la dinámica de una ciudad marcada en las últimas décadas por dos fuerzas encontradas: una, la del turismo y el abroquelamiento de construcciones de acero y cristal que exhiben los nuevos hoteles; la otra, soldada con cabillas de hierro, inunda de rejas la ciudad y crea la sensación de encierro y temor, anuncio de cierta criminalidad, desbordada más en la mente de los nuevos ricos que en la realidad. Nada de eso es necesario en barrios periféricos o empobrecidos, excepto cuando en ellos se reproducen la mentalidad y temores de los nuevos ricos.

En la periferia se marcan nuevas fronteras entre la necesidad de los recién llegados y la porosa permisibilidad de las autoridades. Es un pacto silente que, de romperse, trae a la policía con aparatosos carromatos que destruyen las endebles casitas y expulsan a sus habitantes. No queda otro remedio que esperar unos días y… volver a empezar: levantar por segunda, o tercera vez, la nueva barriada. En los últimos años se logró un diálogo de los recién llegados con las autoridades, y se han limado asperezas mediante leyes desconocidas por su escasa divulgación, el acompañamiento de abogados voluntarios o activistas, más la ayuda de Catastro y Planificación Física del municipio.

Las tácticas y estrategias, variadas y persistentes, eran asesoradas por vecinos de otras comunidades haitiano-descendientes ubicadas alrededor de Guanabacoa, San Miguel del Padrón y el Cotorro; sus experiencias como ex migrantes, primero tolerados y luego legalizados, fueron muy útiles. Por ejemplo: llevar los niños a la escuela más cercana, pagar la cotización de los CDR y la FMC, participar en elecciones o inscribirse en la libreta de abastecimiento de algún vecino establecido, entre otras muchas que derivan del estatus laboral o familiar del migrante, incluso de su situación de salud.

Existe una franja haitiano-descendiente que rodea la capital cubana, a la cual denomino Habana Vodú, que más allá de lo religioso, integra una visión social de doble identidad nacional y afrocaribeña, poco estudiada aún. Poseen expresiones gastronómicas —con el boniato y el maní elaboran delicias ajenas al paladar occidental y podrían convertirse en atractivos emprendimientos—, agrupaciones musicales y danzarias, relaciones con el país de origen de sus padres, más la práctica y enseñanza del creole en la ciudad, donde se realizan foros internacionales sobre esta lengua.

Esa franja vodú crece silenciosamente en la periferia de la capital, a través de redes de solidaridad y autogestión, al margen de normativas político-administrativas que restringen cualquier posibilidad de desarrollo para los migrantes. Aun así, estos desarrollan habilidades y resistencias que forman parte de una agencia cultural, asistida por micropolíticas identitarias que les permiten hacerse de un espacio físico y cultural propio.

Sus agrupaciones artísticas, movimientos de migración hacia Haití y eventos culturales, son apoyados por la Asociación Caribeña de Cuba, cuyo grupo haitiano suele ser muy activo; aunque nuestra mirada siga negando lazos vivos con el Caribe que somos; pero ese es otro asunto. Aquí trato de visibilizar un tipo de migración que se piensa en términos de comunidad, identidad y resistencia ante el prejuicio clasista, la discriminación racial y la pobreza del Oriente de la cual creen haber escapado.

Ellos encontraron una de las claves más importantes para incluirse: la participación, que exigieron amable y vergonzosamente, casi como un favor, y no se les pudo negar. Conste que es la mínima participación, lo que podría llamarse participación formal, esa que otras personas hacen de modo hipócrita, pero que les resultó una tabla de salvación.

Periferia (7)

Fermín en su casa.

No hicieron críticas ni demandas, es decir, no solicitaron participación política; con ello derribaron la rutina y el autoritarismo de funcionarios prejuiciados, que antes les negaban o sugerían inscribirse en direcciones ajenas, lo que no resolvía su problema, pues cuando llegaban a desalojarlos, ni eso los salvaba de una multa. Por otro lado, ninguna renta asimila familias enteras, mucho menos con niños; las familias pobres y negras son rechazadas, aunque tampoco tienen con qué pagar tal lujo.

La participación política es un ejercicio difícil para los migrantes: la autoestima política se menoscaba con la suma de ilegalidades que aseguran la sobrevivencia. Ceden su capacidad crítica a cambio de una conformidad que los mantiene en una zona de silencio donde no pueden, (no deben), exigir sus derechos más básicos. No hablo de derechos humanos, ni de las de acciones colectivas que desbordan las redes, sino de su derecho al agua o la electricidad; ni siquiera pensaban en la posibilidad de tener libreta de abastecimientos o un estatus laboral legal.

El sujeto migrante tiene pocas posibilidades frente el mundo legal. Entiéndase policía, delegado del poder popular, bodeguero, e incluso el médico de familia que no le niega atención de urgencia, pero al que le es engorroso el tratamiento de enfermos crónicos, sobre todos ancianos.

Así, convierten «el invento» en modo de abastecerse de agua, luz eléctrica, medicamentos, alimentos, etc., y negocian con la mirada tolerante de las autoridades locales que —entre paternalismo, prejuicios y extorsión—, abren puertas a la permisibilidad y, claro, definen la permanencia del migrante. Comienzan activar conexiones con el mundo político-administrativo, donde la baja autoestima por el rechazo dominante va disminuyendo en el fragor de la negociación cotidiana. Aprenden a burlarse de tales sujetos «superiores» y descubren su doble moral.

Compartían aprendizajes al atardecer, bajo la sombra de un árbol de salvadera donde intercambian anécdotas de sus avatares diarios en recorridos por oficinas, o buscando trabajo, alimentos, materiales… Oí anécdotas que daban ganas de llorar, otras simpáticas; algunas daban ganas de denunciar o vengarse.

La criminalidad en zonas marginalizadas es una respuesta a la carencia de programas sociales. Luego, ciertos funcionarios estimulan el delito entre los marginalizados, sugiriéndoles receptar, revender o sustraer productos bajo su resguardo, con el resultado de enriquecer al proveedor. Se sabe que buena parte de lo que se vende en el mercado informal proviene de espacios de producción, distribución y venta estatales.

La vulnerabilidad recién descubierta es hija del abandono y la desconexión entre el centro y la periferia, entre el mundo letrado y el popular, frecuentemente identificado con la marginalia que acompaña la sobrevivencia, allí donde no llegan las instituciones. Su criminalidad no es más dañina que la de cuello blanco que provee al mercado negro.

¿Quiénes son estas personas, de donde vienen y por qué viven así? Son preguntas que comencé hacer tras mi segunda visita. Se acercaba el cumpleaños de la niña, que a la sazón tenía su madre presa, y la abuela paterna y yo queríamos hacerle una fiesta que borrara, al menos ese día, la sombra del desamor que la había llevado al Cuncuní, donde encontró una familia que la cuidó con más amor que interés monetario.

Periferia (3)

¿Quiénes son estas personas, de donde vienen y por qué viven así? En la foto, Fermín, el autor y Agustín Lao-Montes.

Era una comunidad muy familiar y alegre. Las preocupaciones, tragedias y fiestas eran asumidas colectivamente y pocas tareas se incumplían. Sus cultivos, flores y animales eran cuidados con esmero por niños que, tras sus tareas escolares, se tornaban pastores y peloteros, recolectores y papaloteros; todo con la misma alegría, en voz alta y bajo la mirada severa pero amable de sus mayores. Descubrí una extraña felicidad, llena de valores que la pobreza los empujaba a cuidar entre todos. Poco chisme y mucho consejo recogí en las visitas cada vez más frecuentes que hice entre 2015 y 2018, período en que les acompañé, aprendiendo sobre sus costumbres, necesidades y conocimientos del alma, el cuerpo propio y el colectivo.

Pichón Haitian

Así nació el proyecto comunitario Pichón Haitian, con el propósito de mejorar esas vidas y entorno. ¿Primera misión? Ganar legalmente aquel espacio y, desde él, empoderar a sus miembros con herramientas sociales que mejoraran su hábitat, estatus laboral, etc. No sabría decir si fue un ejercicio de activismo social, pero me empeñé en acelerar muchas de sus gestiones y condiciones de vida, tratando de articular diversas luchas que allí tenían lugar ya que en la práctica nunca se trabaja en el desmontaje de una sola opresión, pues se comparten varias, a veces, de modo inconsciente.

Trabajé con ellos, aportando preguntas, ideas, algún pan, un par de botellas de ron, pelotas, hilos, clavos u otras herramientas. Entramos al laberinto de la burocracia —Vivienda, Catastro y otras— copado por el dogma y la corrupción, cuya lógica no es posible explicar sin alguna indiscreción que delate el itinerario de aquellas conquistas que creo irreversibles.

Fermín fue el líder de la comunidad. Su serena conversación revelaba un largo combate contra la miseria y el desamparo durante años de trashumancia. Su autoridad era coronada por su condición de hougan o sacerdote de vodú, que lo hacía doblemente responsable ante su comunidad. Le convencí de participar en un evento en el Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello sobre experiencias como la suya. Tuvimos que comprar ropa y calzado, sin embargo asistió e hizo una breve pero atinada presentación del proyecto, muy bien acogida.

En esa etapa contacté autores y activistas haitianos; gestioné que la escritora Evelyn Trouillot presentara su novela en la Feria del Libro, preparé con Yasmina Tippenhauer la antología trilingüe Ayití Cherí. Poesía haitiana (1800-2015), que sacó el Fondo Editorial Casa de las Américas en 2018. Visité la comunidad haitiana en Montreal y conocí en Berlín a un grupo de estudiantes de esa isla caribeña, en ambos casos les convencí de colaborar con Pichón Haitian.

Solo lamento una inversión fallida para un campo de maní, cuando una parte de las ganancias fue destinada a la bolita. Aquel momento me obligó abrir mi visión intelectual y comprender las contradicciones que una cultura de la pobreza genera en la cotidianidad de esa gente, cuyos sueños son mejor acompañados en la medida que conocemos sus propias contradicciones y angustias.

Periferia (4)

Ambiente de la casa de Fermín, al fondo se ve la bandera haitiana y a la derecha el altar vodú.

Comprometí artistas y deportistas de ascendencia haitiana, invité estudiantes de medicina provenientes de ese país para que la comunidad se sintiera reconocida y parte de algo mayor. Esa complicidad me permitió llevar varios estudiosos: una dio una charla a las mujeres para que autoevaluaran su rol  en la comunidad, otro les conectó con parientes en Haití y otros abordaron sus prácticas religiosas.

Evoco a Alanna Lockward llegando al Cuncuní durante una Bienal de la Habana, hablando en creole con las mujeres sobre comidas haitianas y mostrando fotos que luego expondría en Casa de las Américas, tomadas entre Haití y República Dominicana en las que era difícil distinguir a cuál país pertenecían. Recuerdo a Agustín Lao Montes en cálido intercambio antropológico con Fermín, amén de lo que aprendí esa tarde sobre la Revolución haitiana en la memoria popular. Amílcar Ortíz, amigo fotógrafo, conserva imágenes de encuentros y conspiraciones comunitarias sobre un eslabón perdido de la identidad nacional y caribeña que solemos esconder, sobre todo en la capital, reduciéndola al pasado, el folklore o a una pobreza sin valores.

Cuando se legalizaron los terrenos, según Catastro algunas viviendas debían reubicarse pues por allí pasaría una carretera en quince años. Esta explicación generó malestar y la negativa de alguna gente a mover su casita; Fermín discutió varios días con los afectados y luego, en una especie de asamblea vecinal, fijaron acuerdos y desacuerdos; con los últimos se armó una agenda previsora de los daños que podían afectar la comunidad, los cuales se revisarían periódicamente. ¡Fue un ejercicio de saber y poder comunitarios!

No quiero revelar otros detalles sobre la lógica y los métodos usados, mi función era escuchar sus demandas y traducirlas al lenguaje de una realidad con pocos asideros político-administrativos, en cuya pared legal se estrelló varias veces su inclusión. La comunidad se extendió y también se diasporiza. Un pariente logró viajar a Haití; su creole fue elogiado en el aeropuerto, encontró sus parientes y mandó a buscar un hijo de Cuba. Cuenta que allá la gente compra su ataúd y lo guarda en casa para cuando llegue la ocasión y mandó a preguntar si alguien quería su ataúd: la anécdota se hizo viral en la comunidad. El viaje de una periferia a otra tuvo un significado trascendente y esperanzador, más allá de los discursos y sacrificios.

El otro lado del espejo

Del otro lado de este espejo están los que comienzan su viaje hacia estas periferias, donde tanto falta por restaurar, no solo en el orden material. Pensar hoy la periferia ha de ser ejercicio político que recorra el mapa de las precariedades físicas y espirituales que recién comienzan a mostrar la televisión y los discursos públicos del último trimestre.

Hay un giro epistemológico generado por las protestas del 11 de julio del 2021, que disfraza su emergencia política tras discursos paternalistas, repartiendo las culpas de la gobernanza entre la gente que hizo de lo periférico su modo de vivir y pensar, es decir, una sobrevivencia difícil, adjetivada despectivamente en arranques clasistas, desde la comodidad y los prejuicios, el desconocimiento y el irrespeto a una masa cuya resiliencia ya muestra un cansancio clásico y el límite político de la espera.

El nacionalismo cubano de ayer y de hoy, de aquí y de allá, no está interesado en dilucidar el lugar del sujeto popular y pobre entre los sujetos y clases que disputan actualmente la interpretación del pasado, el diálogo con el presente y los escenarios futuros de la nación. Una revolución verdadera suele subvertir los centros y otorga a lo periférico un valor antes rechazado. Pero, después, en Cuba la periferia fue un vacío que había que saltar u olvidar con las teorías del desarrollo lineal y la dialéctica de manuales soviéticos.

Periferia (6)

Una de las casitas de la comunidad, la cocina y el baño están fuera.

El neoliberalismo también se desentiende del sujeto popular y hace de los centros históricos de muchas ciudades y puertos caribeños, falsos paraísos medioambientales, democracias mediáticas y restauraciones urbanísticas, todos cómplices de la gentrificación que marginaliza sujetos e identidades culturales, sepultando grupos y voces críticas, aplazando los sueños y los derechos, entre ellos, aquel que Henri Lefebvre llamó el derecho a la ciudad.

El Estado cubano, así como sus arquitectos más célebres y emprendedores, siguen asumiendo el fantasma moderno de un estado-nación que se imagina desde una visión tan letrada y eurocéntrica que reniega de su condición caribeña y periférica. Siempre se olvida la sangre que los negros esclavizados dejaron en las plantaciones, las sublevaciones y, más tarde, en las guerras de independencia.

Muchos de sus descendientes hoy «residen» entre solares, barbacoas y barrios sin alumbrado y aceras, de donde no se puede salir y adonde nadie quiere entrar. La Revolución cubana removió la estructura arquitectónica de la ciudad con nuevos usos y abusos; pero los edificios y monumentos restaurados y las nuevas edificaciones turísticas del siglo XXI, crecen de espaldas al derruido patrimonio habanero que lamentamos en cualquier viaje desde Centro Habana hacia las periferias (este, oeste y sur) de la ciudad.

En una escala mayor, la Revolución Cubana se piensa como alternativa aun dentro del socialismo, se sabe diferente.  La Revolución es también un proceso periférico, cuyo viaje a sí misma, hacia la intelección de su modelo, sus cierres, aperturas y aprendizajes, no debe pensarse únicamente entre mansiones, piscinas y universidades. Hay una subversión del punto de vista del centro intentando escuchar el malestar y las preguntas que llegan de la periferia. La veloz mirada hacia la periferia no es simple giro epistemológico de la política, también revela fragilidad en el manejo de un consenso, antes cómodo, que necesita restaurarse.

El viaje a la periferia es un viaje al centro del imaginario popular de la Revolución, evitando los baches con que la burocracia corroe toda vía resoluble. Una puerta tardíamente comienza abrir la oportunidad de construir algo mejor. Para lograrlo se necesitan varios recorridos de ida y vuelta, con ojos y oídos receptivos; ello implica empatía, crítica, autocrítica, reto creador y nuevos diálogos con, y desde, la Cuba profunda.

El viaje no termina, aun cuando se acercan soluciones, unas definitivas y otras emergentes. Yo me enfermé y Fermín murió de un cáncer que no se atendió a tiempo. En el reino del inframundo ¿Fermín-Balenyó es un Mackandall caído en combate? Si así fuera, ¿visitará cada tarde el Cuncuní en forma de perro que ladra a los vecinos, de gallo que canta bajo la sombra de la salvadera o de niño que empina su papalote sobre un territorio conquistado al abandono, sembrado de boniato y de vicarias, donde retumban los tambores de Bois Caimán?

En Cayo Hueso, Centro Habana, Noviembre y 2021.

***

[1] Balenyó en el vodú es un camino de Oggun. Se sincretiza con san Santiago. Un guerrero fuerte, consejero y mediador de conflictos.

11 noviembre 2021 14 comentarios 2.139 vistas
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Marginalización

La marginalización, desafíos y esperanzas

por Gisela Arandia Covarrubias 20 octubre 2021
escrito por Gisela Arandia Covarrubias

En 1994 surgió el movimiento Coordinadores de la UNEAC en los barrios habaneros, fue una idea promovida para abrir una brecha cultural ante el impacto del llamado Período Especial. La organización, conocedora de mi estudio acerca del racismo en la Isla, me hizo la propuesta de realizar allí un proyecto social que gustosamente acepté.

Muy cerca de mi casa estaba La California, comunidad integrada en su casi totalidad por familias de origen africano,[1] consideradas en esa época personas negativas. En un entorno social de grandes carencias y problemas estructurales muy serios, casi todos ellos debían compartir un baño común en deplorables condiciones. Allí nunca había existido una organización de vecinos, solo CDR y FMC para los asuntos propios de esas organizaciones.

Junto a Teresita Segarra, conocida conductora del Noticiero de televisión y a Bárbara Oliva Micado, líder natural de la comunidad, comenzamos las andanzas para lograr, en primer lugar, evitar la destrucción del inmueble que parecía era la pretensión del Poder Popular municipal. Al paso de los días deducimos que no existía siquiera un expediente, situación que un tiempo después fue conocida por la comunidad.

Marginalización (1)

Arco de entrada a La California. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

La historia arrancó una tarde del 20 de mayo de 1995, cuando me presenté en la puerta de la comunidad, teniendo como testigo una frondosa Ceiba —donde habita el orisha Aggayú.  La pregunta que me hicieron fue si pertenecía al Poder Popular. Les respondí que no y dijeron: «—Entonces podemos hablar»… Así comenzó una relación que se ha mantenido hasta la actualidad y me ha aportado una sabiduría desconocida para mí hasta ese momento.

Una breve caracterización de La California podría ser: identidad racial, religiosidad y rumba; trilogía legendaria de cubanidad que tuvo su origen en códigos históricos, como la ética y las buenas relaciones de vecindad. 

El árbol había sido sembrado en una lata de aceite por Concha Mocoyú —Iyalocha conocida como Omi Yemayá—, y años después trasplantado al patio por Aurelio Oliva, padre de Bárbara, la líder comunitaria. Apodado como Yeyo, esta figura  emblemática, rumbero famoso, abakuá desde muy joven, del juego Morandibó Efó, fue combatiente de Playa Girón y participó en la lucha contra bandidos en el Escambray. Se destacó como restaurador del conjunto monumental Morro-Cabaña, etapa de la que mostraba con orgullo una foto junto a Raúl Castro, y fue fundador de la escuela de oficios de La Habana Vieja. Propuesto para militar en el Partido, se vio en la disyuntiva de elegir entre su religiosidad y la política.

Un aspecto decisivo del proyecto fue la creación de un Grupo Gestor, integrado por una membresía de la comunidad en la que mujeres y jóvenes desempeñaron  importante funciones. Entre las acciones significativas estuvo la creación del curso de capacitación organizado por el binomio UNEAC-CIERIC (Centro de Intercambio y Referencias Comunitarias).

Las visitas fueron marcando una diferencia

Al poco tiempo fue creciendo el interés por aquel diamante en bruto, poseedor de una tradición cultural de la que el famoso percusionista Chano Pozo había sido uno de sus protagonistas. Vecino muy cercano a La California, con aquellas manos mágicas hacía del tambor una simbiosis de Africa y el Caribe, ensamblando al unísono un lenguaje que conmocionaba el cuerpo y el alma.

Aquella comunidad, catalogada erróneamente de «personas no socialmente politizadas», empezó a recibir visitas de artistas, intelectuales y políticos como el Dr. Esteban Morales, quien ofreció una conferencia sobre Estados Unidos. Una tarde de septiembre llegó una delegación numerosa, integrada, entre otras personalidades, por Esteban Lazo, en esa época frente al Comité Provincial del Partido. El encuentro fue impactante al ver a las familias elegantemente vestidas con sus mejores atuendos, algo que contrastaba con el estado de deterioro de sus casas.

Marginalización (2)

El encuentro fue impactante al ver a las familias elegantemente vestidas con sus mejores atuendos, algo que contrastaba con el estado de deterioro de sus casas. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

Para sorpresa de quienes esperaban ver solo la cara de la pobreza, aquellas personas exhibían una autoestima en recuperación. Estaban preparadas no para pedir, sino para mostrar una identidad cultural; no como subalternos sino como representantes de una comunidad donde las desigualdades sociales y raciales se acompañaban de una fortaleza ancestral. Esa nueva imagen de una herencia de resistencia, hizo posible que fueran invitados a compartir por esos días un programa Mesa Redonda con Fidel, lo que otorgaba una legitimidad que anticipaba el papel del trabajo cultural comunitario.

Deconstrucción de un mito

Con la colaboración institucional del Partido Provincial, esa vecindad regresó en poco tiempo de una mudanza provisional a sus nuevas casas, después de haber participado en la re-construcción del inmueble, ahora con algunas comodidades. Tanto avanzó que fue elegida como una de las sedes de la octava Bienal de La Habana, en la que fueron expuestas obras de Roberto Diago, Choco y Manuel Mendive, quien llegó con su clásico performance titulado «la Fe». Más de cien personas, cubanas y extranjeras, invitadas al evento fueron recibidas por una representación amplia de la barriada de Colón.

Había sido extinguida la errática idea de que las desigualdades sociales son   responsabilidad única de quienes habitan en esas barriadas. El enfoque de culpar a la víctima a partir de una subjetividad que suponen inercia y falta de responsabilidad para avanzar en la movilidad ascendente, demostraba un error conceptual. En realidad es un conflicto derivado del modelo «iguales oportunidades», que si bien posibilitó avances, no tuvo en cuenta que los que se ubicaron históricamente en la base de la pirámide social requerían un apoyo estructural de mayor complejidad para alcanzar la equidad.[2]

Se trata de una premisa teórica asentada en la memoria histórica, en la que el racismo anti-negro y la discriminación racial, por su carácter ideológico, conservan, de modo consciente o no, el enfoque de inferiorización hacia quienes portan una identidad de origen africano en sus diversas expresiones fenotípicas.

Marginalización (3)

La vecindad regresó en poco tiempo de una mudanza provisional a sus nuevas casas, después de haber participado en la re-construcción del inmueble, ahora con algunas comodidades. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

El impacto de la fama y el declive

Su presencia en los medios de comunicación y otros logros —como la canción que Isaac Delgado les dedicara—, no facilitaron en el largo plazo el avance del proyecto La California. La falta de conocimiento sobre la marginalización como modelo cultural por parte de las instituciones locales, y nuestra inexperiencia en conflictos territoriales, contribuyeron en cierta media a una disminución del avance inicial, en un contexto donde prevalecían estereotipos identitarios que dificultaban una mejor comprensión de la metodología para alcanzar una real transformación social, a partir de ideas como:

«a los negros no hay que tenerles miedo, lo que hay es que aprender a bailar con ellos»… o «dejen que se fajen entre ellos», o mensajes como: «no se metan con mis negritos»… «Nunca dejé que mis hijas pisaran este patio»…

Una dificultad conceptual fue la presencia de sesgos de discriminación racial y subestimación hacia comunidades donde las desigualdades sociales establecen comportamientos no necesariamente elegidos. Para algunas personas de los estamentos institucionales locales, resultaba incomprensible que figuras de renombre internacional —como Oswaldo Guayasamín, Danny Glover, Alice Walker, Ignacio Ramonet o representantes de la Ruta del Esclavo de París, entre otras—, desearan conocer la experiencia de La California.

La marginalización[3] como modelo social exige de un conocimiento que tenga en consideración tanto las debilidades como las fortalezas que ella entraña. Es un error de concepto catalogar al conflicto como «auto-marginación», ya que se trata de un modelo social impuesto desde las jerarquías institucionales, no auto-elegido.

La realidad es que detrás de una apariencia aguerrida, incluso violenta, subyace una susceptibilidad extrema, legado del abandono histórico que incuba una fuerte desconfianza, que puede estar acompañada de indisciplina social. Es lo que la historiografía llama conflictos de longo durée,[4] es decir, largos períodos de tiempo sometidos al desamparo, incluso por varias generaciones, lo cual reduce la esperanza en un futuro mejor.

No resulta favorable en ese contexto ofrecer aquello que no será posible cumplir. De ahí que las promesas incumplidas sean una fórmula segura para regresar al estadio de encogimiento. Lo que no significa una paralización social, porque  algunas personas continuarán, pero la transformación grupal perderá fuerza. Una característica distintiva de quienes viven en la marginalización es que prefieren, a veces por vergüenza, esconder el dolor profundo que habita en ese modus vivendi.

Para el intelectual martiniqués Frantz Fanon,[5] son las comunidades de origen africano asentadas en el Caribe poseedoras de una fortaleza política acompañada de fidelidad, porque no dependían de los estamentos de poder. La marginalización tiene un alcance geopolítico, por eso es importante crear diseños que contribuyan al análisis para enfrentar las desigualdades sociales y, paralelamente, hacer valer sus virtudes culturales.

En su texto «Lo que el Caribe ha dado al mundo»,[6] el escritor Alejo Carpentier definió a las personas que fueron víctimas de la trata africana, convertidas en esclavizadas, precisamente como protagonistas de la independencia.

Fortalezas y Debilidades

La marginalización, como paradigma de carácter global, contiene una dialéctica que a su vez puede propiciar diálogos abiertos y honestos, que favorezcan espacios de transformación. Sin embargo, no se trata de visitar esas comunidades en tono de crónicas de viajeros, o para dar orientaciones preconcebidas, sino con la sencillez que abre los corazones.

A esos espacios se debe llegar con la expectativa de acercarse a saberes que guardan sentimientos de permanencia y resistencia. Las personas interesadas en ofrecer ayuda deben mostrar una actitud de humildad y respeto, porque las carencias les han enseñado a los habitantes de esas colectividades a superar dificultades, por grandes que ellas puedan ser.

Marginalización (4)

Danny Glover bailando en La California. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

Para esas poblaciones, un problema decisivo es la dificultad de viviendas con condiciones mínimas. Es frecuente la ausencia de un techo seguro como herencia familiar, o resultado de procesos migratorios, donde pueden quedar atrapados en contextos sociales difíciles. Generalmente no cuentan con ingresos seguros, lo que los hace dependientes del trabajo informal, también por una baja calificación profesional, derivados de hogares desarticulados en los que la educación no ha sido prioridad. Puede darse el caso de familias en las que algún miembro esté encarcelado, a lo que se añade disminución de recursos culturales e incluso, menor afiliación política.

No obstante esos inconvenientes, en dichas comunidades es posible encontrar fortalezas desconocidas. Se trata de emporios donde están ocultos valores humanos extraordinarios, en el que también predominan oportunidades sociales, culturales y de religiosidad dotadas de un espíritu de combatividad nato. Resulta imprescindible recalcar que marginalización no es necesariamente sinónimo de pobreza, puede haber personas que están en un enclave de marginalización y cuentan con algún tipo de recurso. A su vez, hay quienes a pesar de estar inmersos en un estatus de pobreza, no comparten la cultura de la marginalización.

La pandemia ha mostrado la urgencia de prestar atención a las desigualdades sociales y barriales, por los riesgos que tales espacios llevan implícitos. Razón por la cual el trabajo político-cultural debería estar acompañado de especialistas en el tema que contribuyan a vencer la diversidad de obstáculos que esa tarea presenta. Dichos espacios pudieran significar un aporte notable al mejoramiento social del país, enfatizando en la educación, incluida la capacitación de las nuevas tecnologías y preparación para tareas artesanales, que fueron parte del programa de La California.

En este sentido es decisivo asegurar un ingreso económico que sirva de base para acercarse a un posicionamiento mínimo que les permita a esas personas acercarse a las PYMES u otras variables de formas para el empoderamiento.

¿Oportunidades de recuperación en una nueva propuesta?

La California pasó, de un proyecto de referencia nacional a un estatus incierto, de «lo que pudo hacer sido y no fue…». Tal vez por sus antecedentes históricos valdría la pena diseñar nuevas variables con el apoyo de la UNEAC y las instituciones territoriales, como parte de una comunidad que en cierta medida ha mantenido sus tradiciones.

Marginalización (6)

Valdría la pena diseñar nuevas variables con el apoyo de la UNEAC y las instituciones territoriales, como parte de una comunidad que en cierta medida ha mantenido sus tradiciones. (Foto: Rafael Pérez Cruz)

Aunque no tengo documentos probatorios, las referencias de estudios locales sobre los orígenes del inmueble mencionan que fue albergue para soldados constructores de la muralla de La Habana. Como memoria de una edificación arquitectónica histórica se dice que, al paso del tiempo, fue un tipo de alojamiento para hombres solos. Otra hipótesis asume que a ese inmueble llegaron en una época personas de nacionalidad china que procedían de California, Estados Unidos, de ahí el nombre que ha conservado.

Es posible que entre los problemas más graves que tuvo el proyecto, en tanto propuesta que se anticipó a posteriores propósitos de transformación, fue la falta de experiencia. Como deficiencia metodológica estuvo también el debilitamiento del Grupo Gestor, la falta de una atención territorial específica, promesas incumplidas, desatención al papel de la racialidad y la religiosidad como soporte estructural.

De esta historia, queda la satisfacción de que la edificación no desapareció y que sus pobladores mantuvieron su hábitat, ahora como personas más integradas. En la actualidad La California suele ser escenario de filmaciones, como la dedicada a la vida de Carlos Acosta, entre otras muchas, ya que conserva parte de una época en que la cultura cubana marcó pautas que siguen enriqueciendo el acervo popular. Les doy las gracias a esa comunidad por la confianza depositada y, sobre todo, por lo que pude aprender junto a ellos.

***

[1] No creo adecuado usar la palabra negro, porque forma parte del lenguaje colonial. No empleé la terminología de la agenda actual de uso global, que es afrodescendientes, establecido por consenso durante la tercera conferencia mundial realizada en Durban en el año 2001, aprobada por Cuba, porque también suele ser rechazada. Desestimé afrocubano, promovida desde los años cuarenta, pues es igualmente objeto de polémica.

[2] «Nosotros después de la victoria éramos bastante ignorantes acerca de la discriminación racial, porque creíamos que bastaba con establecer una igualdad ante la ley, y eso se aplicaría sin discusión […] La Revolución, más allá de los derechos y garantías alcanzados para todos los ciudadanos de cualquier etnia y origen, no ha logrado el mismo éxito en la lucha por erradicar las diferencias de status social y económico  de la población negra del país. Los negros viven en peores casas, tienen trabajos más duros y menos remunerados y reciben 5 o 6 veces menos remesas familiares en dólares que sus compatriotas blancos». (Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Ed. Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado. La Habana, 2006 (pp. 228-233).

[3] «La marginalización», Temas, Juan Valdés, Gisela Arandia, Paz, Mayra Espina, octubre-diciembre, 2001, p. 69. 

[4] Concepto desarrollado por Fernand Braudel y la historiografía en el contexto de la Escuela francesa de los Annales, que plantea el impacto social de aquellos conflictos de larga duración, como el racismo que suelen tener una repercusión social específica.

[5] Frantz Fanon: Condenados de la Tierra, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2011.

[6] El Correo de la UNESCO, diciembre, 1981, pp. 4 y 5.

20 octubre 2021 14 comentarios 2.032 vistas
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Palabras 1

Palabras que definen

por Teresa Díaz Canals 15 abril 2021
escrito por Teresa Díaz Canals

Uno de los significados de la palabra melancolía es precisamente «una tendencia a la tristeza por la influencia deprimente de un lugar o de un ambiente».

Alberto Ruy Sánchez (Tristeza de la verdad)

***

¡Aquí hay que decir malas palabras!

Hace unos años, le advertí a algunos estudiantes que comenzaron a utilizar un lenguaje impropio para la academia, que en el aula no permitía que se dijeran «malas palabras». Si me hubiera podido mantener un tiempo más en la docencia, como era mi deseo, mantendría intacta esa postura, dado que para cualquier sociedad es muy importante eso que nuestro poeta José Lezama Lima denominaba «ceremonial».

Existen normas indispensables para establecer relaciones adecuadas entre los seres humanos. El civismo es el arte de la convivencia.

En mis conferencias insistí en transmitir que la ética también es una estética. Poseo el legado de haber tenido unos padres que jamás se manifestaron de manera vulgar, a pesar de que sus vidas transcurrieron en un contexto humilde. Ellos vivieron otra época, donde la decencia se acompañaba de cierta rigidez y, por tanto, de una cuota de violencia.

Recuerdo a mi madre cuando hacíamos una visita, si alguno de sus hijos hablaba en medio de la conversación de los adultos, solo tenía que abrir un poco más los ojos y enseguida entendíamos que debíamos callarnos.

En los años noventa del pasado siglo tuve que trasladarme a vivir a otro barrio del Vedado con mi hijo. Encontré allí un poco de todo: el radio o la televisión con el volumen al máximo, la apuntadora de la bolita, venta de drogas, peleas que a menudo terminaban en la estación de policía.

La sonrisa y las cavernas

Al principio de mudarme, una vecina me recomendó: «¡Aquí hay que decir malas palabras!». Se burlaba de mí cuando, después de regresar de Madrid, me aparecía con un café y le colocaba en la bandeja una servilleta traída del viaje. «¡Qué ridícula eres! Sabes muy bien que cuando pase una semana no vas a tener ningún papelito de esos» –me decía. Y era la pura verdad. Sin embargo, he mantenido esa costumbre hasta hoy.

Recuerdo mucho el consejo de esa vecina, pues en el transcurso de mi vida alguna vez he tenido que hacer uso de él.  Aunque confieso que no soy creíble en ese campo. Me respetan por otras cosas más que por gritar palabrejas.

Palabras y circunstancias

En uno de sus diarios, José Lezama Lima escribió: «Antes de sacarse los versos del alma, hay que sacarse el alma del culo». Y fue uno de los cubanos más cultos que ha engendrado este país.

Es conocida la anécdota de 1943, cuando Lezama se enfrentó –en la entrada de lo que fuera el Lyceum de La Habana, fundado por catorce mujeres en 1929– con ese otro grande de las letras que fue Virgilio Piñera, debido a la crítica que le hiciera este último en su artículo «Terribilia Meditans (II)», aparecido en la revista Poeta.

Se encontraban en los salones de esa institución, en el entreacto de un concierto con el Grupo Renovación Musical, y Lezama le gritó que le prohibía que su nombre apareciera otra vez en su «revista de mierda». Afuera soltaron piñazos, pero fue más un amago que otra cosa, debido a que Piñera esquivaba los golpes mientras algunos espectadores lo animaban: «¡Flaco, dale un ladrillazo!». Años después ambos se rieron del episodio.

Educar no es adoctrinar

Dentro de las hostilidades que por su parte padeció Piñera, está la discriminación contra su persona en la Revista Cubana, en 1959, cuyos redactores le negaron la publicación de un artículo porque reprodujo un fragmento de una obra donde se mencionaba la palabra «culo». Se alarmaron escritores como Cintio Vitier, Graciela Pogolotti, Roberto Fernández Retamar, entre otros. A esto contestó Piñera: «¿Creen que aquí en el sentido cultural se puede ser decente?».

Al lado de mi casa vive un niño de un año. Algunas vecinas vienen casi a diario y le preguntan: «¿Dónde está mi “pichurri”?». Muchas veces, la palabra es dicha no en sentido figurado, sino con todas sus letras. El bebé, ante tanta insistencia, ya aprendió a tocarse los genitales cada vez que le mencionan la palabra y ello provoca la risa de los presentes.

Desde pequeño lo enseñan a naturalizar el vocablo y el gesto. Cuando ese precioso niño crezca y muestre lo que ahora es motivo de risa, otras personas lo rechazarán y comentarán que es un marginal.

Anteriormente expuse en un artículo mi criterio acerca de la publicación en el periódico Juventud Rebelde de una caricatura en primera plana de una mano haciendo la seña del órgano masculino que todos conocemos. «¡Esta es nuestra respuesta al imperialismo!»– decía el texto acompañante. Nadie rebatió esa penosa acción comunicativa, machista, vulgar, bochornosa.

En espera de algo

Ese artículo se presentó para un libro colectivo con algunos de mis colegas y cuando llegó a la editorial de la institución para la cual trabajé buena parte mi vida, fue retirado. Decidieron no incluirlo pese a haber recibido una mención especial del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales en el 2015.

¿Y las malas palabras que se pronuncian hace ya mucho tiempo en las novelas cubanas? El arte no es un reflejo directo y burdo de la realidad. No me he enterado de que algún intelectual nuestro denunciara esas vulgaridades en la televisión cubana. Si lo hicieron, en una de las reuniones convocadas para cualquier cosa, el hecho es que la desfachatez continúa.

¿Y la frase reciente de celebración de una conga oriental que dice: «¡Oʼe policía, pinga!»? Aclararon que no tenía ninguna intención ideológica, por tanto, es políticamente correcta.

Cierta vez, una reconocida especialista en filología explicó en un programa televisivo que los tiempos habían cambiado y que las maneras de hablar también. Es decir, justificó lo que ocurría con el lenguaje. También un grupo de teatro en la pequeña sala El Sótano denunció en ese tiempo tal estado de cosas, pero la obra pudo verla solo un pequeño grupo de espectadores.

La inmensa minoría

El 4 de abril pasado observé en Facebook los sucesos que tuvieron lugar en el barrio de San Isidro y los debates posteriores acerca de las expresiones vulgares de algunos de sus protagonistas. Me llamó mucho la atención la declaración de uno de ellos en una entrevista que resumo: «Sí, soy un marginal. No me crié con mis padres, tengo un cuarto grado». Sus palabras me conmueven todavía.

¿Es que acaso esos muchachos salieron de la nada? ¿No son el resultado de las circunstancias en que vivieron? ¿No pueden aspirar a nada? Aspirar es, en sí mismo, vivir. Entre el lenguaje pedestre, superficial y arrogante de un joven con un mercedes Benz, me sensibilizo más por los seres de un barrio que sufre, ante una Cuba que duele. Los dolores ignorados suelen ser siempre los más terribles.  

15 abril 2021 27 comentarios 3.871 vistas
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reggaeton

¿Reggaetón o postmodernismo underground?

por María Victoria Oliver 19 marzo 2019
escrito por María Victoria Oliver

El reggaetón es una manifestación musical contemporánea que se ha manifestado de manera creciente en los últimos años. Emergió como expresión socio-cultural comunitaria urbana entre emigrados jamaiquinos llegados a Panamá, y tiene como antecedente al reggae.

En el Caribe se expresa en los sectores urbanos más desposeídos y marginados de las grandes ciudades, fundamentalmente los pobres, negros y latinos, residentes en esos espacios producto de procesos migratorios. Surge como un alegato contracultural que, sin romper u oponerse al sistema social y a la cultura oficial, se esfuerza por hallar un espacio que le permita a esos grupos sociales satisfacer la necesidad de reflejar su inconformidad con lo establecido.

Una vez identificado por la cultura hegemónica como manifestación socio-cultural ineludible, sobrevino el proceso de apropiación e inversión del significado del símbolo contracultural, anulando todo el poder de insubordinación que dio origen al reggaetón. Ello posibilitó además ponerlo en función de la maquinaria de la industria de producción y difusión, diseñada no solo para la elaboración de un hecho musical rentable sino como arma cultural para la dominación globalizadora.

Invertir el significado de manifestaciones contraculturales es algo que ha sucedido en la historia de la música popular desde que el arte se convirtió en mercancía, y ha quedado demostrado por ejemplo, desde su origen en el rock; evidenciado más recientemente en el hip hop y su variante el rap, y en otros tantos géneros nacidos en iguales circunstancias.

Cuba, como parte del mundo globalizado, debe asumir la responsabilidad, desde su contexto, de saber dar tratamiento adecuado a estos fenómenos culturales propios de la globalización postmoderna.

Divan, una nueva estrella de reggaetón, peinándose con spray mientras filma el video de “Por tu Amor” en la Habana Vieja. Foto: Lisette Poole/Wired

Un análisis justo para la evaluación de la apropiación del hecho musical reggaetón en la Isla y la propagación de su variante más obscena, el trap, debe partir del proceso social que devino tras el período especial, vivido desde la década de los noventa del pasado siglo y que trajo como consecuencia una crisis social en la cual, nos guste o no, se degradaron valores que otrora fueran representativos de la sociedad cubana. Dicha situación, amén de los esfuerzos realizados, no ha podido ser solventada y constituye coyuntura propicia para el desarrollo del género y su variante.

El reggaetón halló en Cuba su autorreconocimiento en los estratos más bajos de las urbes capitalinas, como expresión de una postmodernidad underground que identifica la forma de hacer y decir la música de estos sectores.

Se caracteriza, salvo honrosas excepciones, por la sublimación de la marginalidad en sus textos, la desideologización, y la discriminación, esencialmente del sexo femenino; aspectos que se evidencian en las reuniones espontáneas de las personas que lo consumen y disfrutan, en la letra de los números y en la cultura general de quienes lo cultivan y difunden.

Foto: Digital Sevilla

Un enfoque desde lo musical, que pocas veces se realiza, permite identificar características que reconocen a esta manifestación como un epígono popular del minimalismo, tendencia propia del postmodernismo. En tal sentido debe atenderse a la simplicidad en la explotación de los recursos y medios expresivos musicales que privilegia los motivos rítmicos; no obstante de precaria factura.

Por otra parte, la reiteración de patrones rítmicos que manifiesta no es ajena al acervo de la cultura cubana y caribeña, está presente en los parches agudos de la música de origen afro de nuestras raíces; utilizada en los rituales como medio para conducir a un estado de hipnosis. En su reconstrucción postmoderna comercial, esta particularidad se aplica como un procedimiento para lograr el estado de enajenación socialmente deseado.

De tal forma, se puede afirmar que hoy se consume un producto musical re- elaborado, cuyos orígenes han sido tergiversados. El problema no está en criticarlo, negarlo o prohibirlo, la cuestión está en analizarlo, buscar sus causales, asimilarlo y, desde lo nacional, insisto, tratar de trascenderlo como han hecho honrosas excepciones.

[María Victoria Oliver es Doctora en Ciencias Pedagógicas, musicóloga y, según Leo Brouwer, una de las mejores profesoras de guitarra de Cuba. Tiene varios libros publicados y se desempeña en la Escuela de Música de Matanzas]

19 marzo 2019 7 comentarios 805 vistas
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¡Dame un peso!

por Consejo Editorial 25 noviembre 2015
escrito por Consejo Editorial
los-miserables-portada-edicion-gratuita-venezuela

Portada de la edición gratuita de la Fundación Imprenta de la Cultura. República Bolivariana de Venezuela 2015

Por: Gleydis Sanamé Chávez, estudiante de Periodismo.

Así escuché, pero no pude ver. ¡Dame un peso!, repitió a los tres segundos y fue cuando me percaté de aquella personita que estaba a mis espaldas. Impactó un poco, pero fue bueno.

Una mirada suplicante era más locuaz que el propio verbo intermitente que albergaba la misma frase. El ómnibus último que me había trasladado desde la Catedral dejó a mi bolsillo unos billetes de cinco y tres pesos, puesto que el pasaje fue a dos, era el resto de unos diez.

No había moneda suelta, ya no podía cumplir su deseo, un deseo que se transmuta en un pedazo de pan, un refresco o una botella de alcohol, pero… ¿quién sabe?, quizás no tan interno y sí para trasladar a un familiar enfermo en la próxima guagua local. ¡Dame un peso!, inquirió. ¡No tengo un peso pero te daré cinco!, le dije, y su rostro no pudo ser más brillante; los tomó y yo continué el camino.

A diez pasos el ambiente fue feroz. Aquel hombre de tamaño diminuto, botas hoyadas y cubiertas de fango, camisa sudada y con mugre, y una especie de saco amarillento que me trasladaba a la figura de Jean Valjean en su primera visita a casa de los Thernardier, fue espantado a gritos y patadas de un grupo de personas alineadas en una cercana parada.

No sé por qué las almas inmundas siempre intentan seguir a la chusma, compartir acciones, apartar la autenticidad y ser partícipes hasta de lo más oprobioso. Las almas inmundas carecen de positivos designios, padecen la austeridad y comprenden lo incomprensible.

Esa es la mayor de las miserias, hacer creer que son miserables los cuerpos hambrientos y piadosos cuando no hay más severidad y bajeza en los seres que el rechazo y la burla a quien carece de lo necesario y suplica por tenerlo.

25 noviembre 2015 23 comentarios 250 vistas
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