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machismo

Lenguaje inclusivo

Lenguaje inclusivo: ¿jerigonza posmoderna?

por Adriana Fonte Preciado 16 marzo 2021
escrito por Adriana Fonte Preciado

En una ocasión, cuando incluía el gimnasio en mi rutina diaria, noté que el entrenador siempre se dirigía a sus alumnos en femenino. Éramos nueve mujeres y dos hombres y repetía frases como «todas de pie, por favor» o «para el siguiente ejercicio elijan a una compañera». Un día, uno de los muchachos, incómodo ante aquella costumbre, le señaló: «Profe, también hay hombres acá». El profesor se excusó diciendo que como la mayoría eran mujeres le resultaba más sencillo hacerlo así.

Desde este punto de partida se pueden formular muchas objeciones a la actitud del alumno incómodo. La sencillez y la economía del lenguaje fueron suficientes para que el profesor siguiera dando las órdenes en femenino.

El cambio de paradigma significa una mutación en los supuestos básicos generales de una teoría dominante debido a que estos son incapaces de explicar algunos fenómenos que van surgiendo por el camino. Cuando estas dificultades se acumulan y se hacen constantes, chocan con lo establecido y ocurre lo que Thomas Khun llamó «Revolución científica», concepto que engloba la cosmovisión dentro de la que existe la teoría que pretende ser cambiada, con las implicaciones que esto conlleva.

Surgen así nuevas ideas que intentan satisfacer las exigencias que se van formulando. Finalmente queda conformado un nuevo paradigma que gana sus propios seguidores y deviene una batalla intelectual.

Lenguaje inclusivo a debate

El cambio de paradigma en el uso del lenguaje no carga con la responsabilidad de transformar las sociedades, más bien constituye el resultado de esta dinámica y una herramienta para detectar los procesos que van ocurriendo en ellas.

Varios teóricos han señalado el peso del lenguaje en la interpretación de la realidad y en el significado de nuestras relaciones desde diversas disciplinas de las ciencias sociales y las humanidades. Bastara entonces para lanzar una premisa de George Steiner, especialista en literatura comparada y teoría de la traducción: «lo que no se nombra no existe y lo que se nombra construye realidades».

Podríamos, además, hablar desde el psicoanálisis con los señalamientos de Jacques Lacan sobre la función que tiene el lenguaje en la forma en que el ser humano estructura su entorno: «el lenguaje le da nombre a lo que vive y significado a lo que pasa en su interior. El sujeto emerge del lenguaje. El sujeto es hablado y narrado por el otro». Sirvan estas reflexiones para afirmar que lo que no podemos nombrar y que es extraño a nuestro vocabulario, no lo podremos aprehender.

Expandir el lenguaje para que quepan todos

Por su parte, el lenguaje inclusivo (en cuanto a género), es más que un estilo. Hace referencia a esas expresiones verbales –o escritas– que utilizan preferiblemente un vocabulario neutro y evita las generalizaciones del masculino para situaciones donde aparecen ambos sexos, lo que incluye, además, la presentación de actitudes proactivas y de modelos positivos no sexistas. Se trata más bien de expandir el lenguaje para conformar un diapasón en el que quepa el mayor número de personas posibles, evitar su uso discriminatorio en razón del sexo.

Lenguaje inclusivo

Cartel que usa el llamado «lenguaje inclusivo» (Foto: ADNSur)

El lenguaje no es sexista en sí mismo, sí lo es su utilización. Al usarlo de forma correcta se le podría otorgar visibilización a cualquiera que no se sienta identificado con el uso de tal o más cual morfema y cumplir así con su labor social de romper con los patrones de comportamiento heredados que refuerzan la desigualdad. A la larga, tal vez de forma imperceptible, contribuyen a justificar la violencia –simbólica– perpetuada por los estereotipos, en este caso de género.

Volviendo al ejemplo del gimnasio, tenemos una muestra de lo que sería un uso excluyente del lenguaje, tal vez en su forma inversa, pasando por alto la presencia de hombres en un grupo donde la mayoría eran mujeres. La focalización femenina en una frase dirigida a un conjunto de personas donde coexisten ambos sexos, resulta incómoda para el sujeto masculino porque rompe con el uso tradicional de las generalizaciones lingüísticas. Normalmente usamos la palabra «hombre» donde no solo se dirán todas las razas (en un burdo parafraseo) sino también todos los sexos.

Las palabras son dúctiles y maleables. Pueden perseguir un objetivo social democratizando el lenguaje, por esto surge el llamado a usar ciertas medidas. Se trata, a grosso modo, de visibilizar el género cuando la comunicación lo requiera, (dejando claro el grupo referenciado, usando el desdoblamiento femenino/masculino) y de no hacerlo cuando no sea imprescindible para la comunicación (omitir el artículo ante sustantivos comunes, usar nombres abstractos y sustantivos colectivos).

Estas medidas no representan una amenaza para la gramática ni para el principio de economía del lenguaje, sino que garantizan su capacidad de adaptarse a las transformaciones de las que somos parte indisoluble.

El lenguaje inclusivo y el lado bueno

Ricardo Ancira, profesor de Literatura y Español de la Universidad Nacional Autónoma de México, empieza su texto Les nueve regles. Gramática militante con una frase curiosa: «Le transformación que sufriría le españole si le población adoptara le lenguaje incluyente, tante el le hable cotidiane comx en le diccionarie de le Real Academie de le Lengüe». En efecto, la frase resulta ilegible pero, comparando con el devenir histórico del lenguaje, vale destacar que, por ejemplo, los escribanos del siglo XVI hacían uso desmedido de abreviaturas inventadas para tomar nota a más velocidad.

Un ejemplo más reciente y que responde a la introducción de ciertas formas tecnológicas en nuestro contexto, es el uso de la telefonía móvil en Cuba y los mensajes de texto (SMS) –carísimos en sus inicios– donde la población usaba abreviaturas para ahorrar caracteres –y con ello, saldo. Esos SMS eran igualmente ilegibles, pero que formaban parte de un «consenso popular» tipo: «voy a salir pa tu ksa», «spram n la skina pq no c bien dond s».

Mofarse del uso de las estrategias tipográficas que se apegan sobre todo a las redes sociales (el uso de la @, la x y la –e) no es difícil, basta un poco de ingenio y ortodoxia. Lo que requiere un poco más de profundidad es pensar qué hay detrás de la idea que tenemos sobre el lenguaje y su manera de acogerse a los cambios sociales. 

No quepan dudas de que la institucionalización del lenguaje ha sido históricamente una tarea de hombres, por lo que nuestras formas de comunicación están inscritas en el sistema patriarcal, más allá de las declinaciones latinas y sus terminaciones neutrales.

Breve diccionario del lenguaje inclusivo

Las advertencias de los puristas de la lengua ralentizan transformaciones que resultan necesarias para los tiempos que vivimos. No se deben sentir como un peligro. No abogo por transformar el castellano y entorpecer la comunicación, sino por ver lo que hay detrás del telón y el dinamismo que este cambio de paradigma defiende. Aún más si esto contribuye a no reproducir la idea de que hay comportamientos, valores, espacios propios de hombres o mujeres, por tradiciones arraigadas a la sociedad.

Si bien es cierto que el uso cuidadoso del lenguaje inclusivo no da garantías para la equidad de derechos en ausencia de esfuerzos reales a favor de esta causa, este no debería ser visto con recelo ni tomarlo como amenaza a la pulcritud del lenguaje. Las intervenciones en él a través de la experiencia del otro nos permiten incluir y visibilizar a un mayor número de personas. Esta posibilidad que nos brinda nuestra lengua materna, como el sistema vivo que es, solo puede ser positivo.

Entonces, eliminar expresiones como «el hombre es dueño de su propio destino», denominar a la mujer por sí misma y no por su relación con algún sujeto masculino, desdoblar palabras, omitir artículos, es un aporte que se hace desde la cotidianeidad y que coadyuva a la deconstrucción de estereotipos, a vivir nuestras vidas en estado de inclusión y asombro ante la gran diversidad humana. 

16 marzo 2021 25 comentarios 3.160 vistas
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El país de falda corta

por Ely Justiniani Pérez 17 agosto 2020
escrito por Ely Justiniani Pérez

Cuba es un país machista. No importa que tengamos trescientas, quinientas, mil mujeres en cargos de poder. Mientras sigamos discriminando por la identidad sexual, achacando el trabajo doméstico al sexo femenino y los congresos de la FMC hablen de producción agrícola y bloqueo pero no de asuntos que afectan particularmente a las mujeres, seguiremos siendo una nación donde el discurso y el enfoque de género caminan en pañales.

Cada vez somos más l@s cuban@s que nos acercamos al feminismo y al género desde una perspectiva crítica, por eso no son de extrañar las frecuentes polémicas ante manifestaciones que resultan misóginas. No nos engañemos, el machismo, como el dinosaurio de Monterroso, estaba ahí, no es nuevo, no llegó con las redes sociales, solo que no reparábamos en él. Ha pasado de una generación a otra, junto con la receta del lechón asado y la yuca con mojo. Lo hemos masticado, tragado y hasta saboreado.

El machismo en la isla es esencialmente cultural.

A mi entender ese es el más peligroso, porque la cultura es parte intrínseca de las personas, y las personas habitan las calles, las casas o la alta dirección de un país. Y aunque es cierto que tenemos políticas públicas progresistas en este sentido, la visión triunfalista nos hace aceptar, normalizar y hasta banalizar expresiones de maltrato.

El aborto, que en Cuba es legal desde 1965, se sigue viendo como “un pecado”, una opción vergonzosa de la cual nadie a nuestro alrededor se debe enterar. Las parejas gays, lésbicas, o las madres solteras, aun no pueden acceder a tratamientos de reproducción asistida, adopción, casarse o heredar bienes del otro en caso de muerte. La inserción de personas trans en espacios laborales, las operaciones de reasignación de sexo y el otorgamiento de una nueva identidad, llevan un andar demasiado lento. Y las leyes contra la violencia de género han quedado a la espera, mientras el acoso y los abusos se hacen cada vez más comunes. ¿No son estos, temas de los que aún deberíamos ocuparnos?

Creer que se ha logrado la igualdad entre mujeres y hombres, que se ha erradicado el racismo o que las personas homosexuales o trans tienen sus derechos garantizados, no es más que abono para la violencia. Con frecuencia vemos chistes y comentarios de mal gusto sobre personas obesas, negras, discapacitadas, homosexuales, con identidades diversas, sobre el acoso, el abuso sexual y l@s que no cumplen con los roles tradicionales de cada sexo.  Con el pretexto de que “vivimos en igualdad” asumimos como bromas o casos aislados algo que no tiene otro nombre que discriminación. Y algunos entienden como “libertad de expresión” la posibilidad de segregar a otros.

El ámbito político no escapa a esta realidad. A pesar de ser un gobierno de izquierda, se pueden apreciar posturas bastante conservadoras que alimentan la  falta de sensibilidad respecto a estos temas. Nuestro gobierno, que no aplica la pena de muerte y supuestamente protege a los ciudadanos homosexuales, bi o trans, se ha abstenido en reiteradas ocasiones ante propuestas de la ONU para la eliminación de la pena de muerte por orientación sexual. Y más recientemente ha aprobado una constitución que incluye al matrimonio igualitario, pero exige una votación popular que respalde dicha ley, como si fuéramos un país que somete todas las decisiones a consulta ciudadana.

Los derechos humanos no requieren plebiscito.

El parlamento, por otra parte, a pesar de tener una composición mayoritariamente femenina, no había aprobado antes de la reciente constitución, una ley que tuviera relación directa con las mujeres, desde las debatidas en el Código de Familia de 1975. Y no da muestras tampoco de que este porciento mayoritario en la representación del país, implique el tratamiento más recurrente de los temas que nos afectan.

Productos comunicativos que refuerzan cánones patriarcales, el hecho de que en pleno 2020 censuremos besos gays y “voces platinadas”, así como la falta de campañas de bien público con perspectiva antirracista y de género, solo nos dan la medida del largo trecho que debemos recorrer.

Trabajar, respetar y educar, son las claves fundamentales para lograr equidad. Necesitamos más sensibilidad y menos alarde de triunfos incompletos. Defender a los más vulnerables un día, y al siguiente abandonarlos a su suerte, no nos hace mejores, solo nos convierte, -como se diría en términos machistas- en una sociedad de moral distraída, de doble cara, de falda corta. Ese no es el país que merecemos.

17 agosto 2020 22 comentarios 517 vistas
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cuerpos

Cuerpos revolucionados

por Gabriela Mejías Gispert 14 julio 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Muchas veces escuché la frase acuñada socialmente que una mujer perfecta es aquella que en el ámbito social se comporta como “señorita” y en la casa sabe complacer al hombre con toda la picardía que ello amerita. Aun no deja de sorprenderme la dicotomía de la frase.

Simone de Beauvoir decía “no se nace mujer, se llega a serlo”. Esta frase, muchas veces malinterpretada, no adhiere a que necesitemos más maquillaje, tacones, pelo alisado, un pintalabios rojo. Apunta a que ser mujer es una construcción social que nos moldea.

Nuestras diferencias biológicas parecieran ser razón suficiente para comenzar a llenar una mochila de cualidades y conductas prescritas, tanto para hombres como para mujeres.  Los cuerpos, sexualizados se convierten al nacer en un depositario de prerrogativas y obligaciones. Todo aquello que salga de lo preestablecido debe quedar confinado a lo privado, censurado.

Un cuerpo de mujer es privado, no debe mostrar, insinuar, es propiedad de quien la posee en la intimidad. Un cuerpo travestido es privado, un cuerpo transformado es privado, un cuerpo de mujer no deseable es privado, un cuerpo amanerado es privado…

Los cuerpos femeninos tienen solo dos opciones posibles desde la lógica patriarcal y ambas son “cosificadoras”. Objeto de pertenencia de su pareja u objeto de deseo sexual.

¿Cómo se explica, que incluso entre amigos, le pidan permiso al hombre si quieren sacar a bailar a su compañera?

En muchos videos clips se muestra el cuerpo en más ocasiones que la cara de la modelo. Así se define la identificación de una mujer anclada al cuerpo, donde el espacio corporal es la única variable que precisa que se es mujer.

El control que se tiene por el cuerpo, genera subidentidades dependiendo del uso que la mujer le de al suyo: si aún no ha desarrollado, es niña; si tiene hijos, es madre; si no tuvo relaciones con un hombre, es virgen; si comercia su cuerpo por dinero; es prostituta.

 Las discotecas tienen la política de que hasta cierta hora o en determinados días las mujeres entran gratis.

¿Es una medida de “caballerosidad” a la antigua?

No, las mujeres entramos gratis porque somos objeto de consumo, que atrae público masculino. Forma parte de un sinnúmero de discriminaciones positivas que vivimos diariamente.

La autonomía de la mujer pasa por su cuerpo; es por eso que el deseo femenino molesta: cuando no necesitan una aprobación para decidir qué ropa usar, tiene relaciones con varios hombres, cuando dice no rotundamente; ante una invitación masculina.

Vivimos en una sociedad donde lo que no entra dentro de la binaridad heteropatriarcal es sancionado: o eres femenina o eres un bombero; habla fuerte o pareces “mariquita”. La ostentación del deseo al ámbito público también molesta; basta con revisar la oleada de reacciones ante la posibilidad del matrimonio gay y los descabellados argumentos de quienes se oponen.

Las cubanas somos progresistas en esta cuestión de liberar el cuerpo; producto la escasez de ropa de una época y del calor; no tenemos tapujos en mostrar todo el esplendor de nuestras masas por fuera de las blusas. Pero no escapamos dichas subidentidades. Sentirnos cómodas, dispuestas, proactivas, independientes, son cualidades de nuestra sexualidad que siempre fueron delegadas a lo privado o condicionadas a ser “mal vistas”, antagónicas con ser profesionales, tomadas en serio en una conversación, obtener responsabilidades o ser madre.

Siempre al borde de las posibilidades las sociedades machistas ponen en jaque lo natural, más notablemente con la globalización de la moda: adelgaza, quítate el bigote, delinéate las cejas, plánchate el pelo…

No se trata de ser transgresoras por el solo hecho de ir contramandato, sino de poder abrazar aquello que nos hace plenas, identificar lo que concebimos por seguir la corriente y disfrutar nuestras “cuerpas” tal como las sintamos.

La revolución de los cuerpos también forma parte de nuestra revolución.

14 julio 2019 11 comentarios 303 vistas
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lexical

A favor del travestismo lexical

por Alejandro Muñoz Mustelier 22 junio 2019
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

El machismo es un arte lexical también, una tradición que cada vez se especializa más; pero es fácil combatirlo: educación, sensibilidad; el simple acto de hacer notar que todos venimos de una mujer y que de una forma u otra forma, es una mujer quien siempre ofrece el sacrificio mayor por la mayoría de nosotros. He ahí cómo combatir al machismo clásico, al histórico, al fácil. Pero hay otra forma más sutil, peligrosa y casi incurable: les hablo del machismo disfrazado de ideas progresistas, de alternativo y de novedoso, sobre todo de justo.

Esta novísima tendencia defiende a la mujer a capa y espada, simula odiar la discriminación y es vocero y líder de los movimientos políticos más avanzados de esa parte del planeta que habla español. Se le puede ver en manifestaciones a favor de los derechos humanos, y en discursos multitudinarios en defensa del socialismo –sí, estoy diciendo que el socialismo es uno de los sistemas más avanzados del mundo-.

Pero no esperen un machismo alardoso y gritón, no. Este es sutil y ha comenzado por influir terrenos tan aparentemente inocentes como el lenguaje. Me explico. Decir el hombre o los niños para referirse en forma genérica a estos grupos etarios, a pesar de que es lo correcto, puede granjearte el apelativo de indolente –o indolenta-. Ahora hay que decir el hombre y la mujer, las niñas y los niños. Y yo pregunto si esto no es una forma involuntaria de segregación.

Acepto que el hecho de que estos términos se generalizaran en masculino tuvo su origen en el machismo primario de la humanidad, pero ha perdido todo significado en este sentido y hoy es solamente una regla que la RAE tiene como vigente. Despertar la inquina y el odio en esta dirección no es sólo una estupidez, sino un desacierto estratégico.

Pienso que la humanidad –y el humanidor- deben luchar por derechos reales: igualdad de sueldos, respeto a la vida de las mujeres, igualdad de oportunidades, igualdad semiótica –esto último nunca lo he visto en medio alguno pero se me ocurrió, permítaseme acuñar el término-… y si estamos dispuestos a desterrar el masculino como referente genérico y con ello modificar el idioma, pues vamos a hacerlo de verdad –que la mujer lo merece- y no tímidamente.

Inventemos un género lexical neutro, digamos, les humanes, les niñes… y así todos contentos. Me parece justo y económico –el primer principio del lenguaje, así como del pensamiento es la economía-. Lo que no es comprensible desde ningún punto de vista es mencionar los géneros cada vez que se hace mención a algo que posea genitales ¿Tienen idea de cuán tedioso puede ser un discurso así?

Todas y todos podemos hablar con nuestras amigas y nuestros amigos para que nuestras hijas y nuestros hijos crezcan en un mundo sin obtusas ni obtusos que defiendan al hombre y a la mujer desde posiciones estériles.

Lo que más me preocupa es que la gente que se adhiere a esta forma –incorrecta- de hablar, es justamente la gente que defiende principios justos. ¿No debería esta gente ser objetiva y amena? El discurso capitalista –y pienso en la publicidad, por ejemplo- es objetivo y ameno. Dejemos de querer ser revolucionarios en la orillita con aro, balde y paleta, y vayamos a lo hondo, que es donde está lo trascendente. Si lo hacemos podemos ganar la batalla.

A toda la gente que defiende el progreso, la inclusión y la igualdad, le digo que no se tomen los masculinos como machistas, sino como voces muy progresistas que a pesar de ser masculinas, tienen a bien travestirse por un mundo mejor. Señor progresista, no le negará la existencia a un travesti, ¿verdad?

22 junio 2019 10 comentarios 443 vistas
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genero

Ciencia y enfoque de género

por Yasvily Méndez Paz 6 abril 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

Durante los años 70 y 80 del siglo XX confluyeron varios factores que posibilitaron el desarrollo de los estudios sobre Ciencia, Tecnología y Género (CTG). Considerados como parte del denominado «feminismo académico»- se fueron conformando en un campo de estudios con enfoque plural y diversificado, viéndose representados mediante las áreas de investigación, políticas públicas y educación.

Dentro de los aportes de los estudios CTG destacan aquellas investigaciones que han sido fundamentales para determinar los mecanismos formales o explícitos, institucionales e ideológicos, e informales o implícitos de exclusión femenina, presentes en la comunidad científica a lo largo de la historia.

En la actualidad, la existencia de barreras formales e institucionales que limiten la presencia de mujeres en academias e instituciones científicas son cada vez menos recurrentes; en cambio, los mecanismos informales o implícitos persisten ante su carácter de «sutileza» y  «aparente inexistencia», y se reflejan a través de las brechas y sesgos de género presentes en los sistemas científico-tecnológicos.

Una recolección piloto financiada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID)- cuyos resultados han sido publicados en abril de 2018- reconoce que en América Latina se mantienen las brechas de género en ciencia, tecnología e innovación (CTI).

El estudio pone al descubierto la presencia limitada de las mujeres en disciplinasde ciencia, tecnología,  ingeniería y matemáticas (STEM, por sus siglas en inglés), en ocupaciones fuertemente masculinizadas, tales como: las tecnologías de la información y la comunicación [TIC], las dificultades para que las mujeres logren alcanzar puestos de alto liderazgo en sistemas nacionales de CTI, la fuerte presencia femenina en el trabajo no remunerado y las actividades domésticas, así como otros indicadores que denotan la pertinencia de este tipo de estudios.

En Cuba, los estudios CTG aún resultan insuficientes. A pesar de los aportes realizados por investigadoras como: Mayra García Quintana, Dayma Echevarría León, Lourdes Fernández Rius, entre otros, mucho queda por develar desde el punto de vista histórico, sociológico, pedagógico y epistemológico sobre el acceso de las mujeres a los sistemas de ciencia y tecnología y los sesgos de género en sus prácticas, procesos y productos.

Días atrás un colega me manifestaba que las mujeres no tienen capacidades similares a los hombres para dedicarse a las ciencias, pues sus preocupaciones por el cuidado de hijos, esposos y otros familiares, así como el tiempo que dedican a labores domésticas las limitan e inciden en su capacidad de concentración.

Parece irreal que a la luz de la contemporaneidad se esgriman criterios de esta índole; sin embargo, ¿será este un pensamiento aislado, o persisten en Cuba los roles de género en los espacios público y privado y mecanismos implícitos o informales de exclusión femenina que limitan la presencia de mujeres en determinadas áreas del ámbito científico-tecnológico?

Foto: EFE/ Yander Zamora

Hace meses se publicaron los resultados de la Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género, donde tuvo implicaciones el Centro de Estudios de la Mujer (CEM) de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y el Centro de Estudios de Población y Desarrollo (CEPDE) de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), con la colaboración financiera y técnica de otros organismos internacionales.

Sus resultados denotan la fuerte creencia en el imaginario social de que determinadas actividades, oficios y profesiones no son consideradas «propias» de mujeres, como: electricista, albañil, mecánica, entre otros, y se manifiestan las brechas de género en la carga total del trabajo (CTT), pues las mujeres continúan asumiendo el peso en las labores domésticas y el trabajo no remunerado. Ello denota la importancia de generalizar este tipo de estudios en el entorno de las universidades, e incentivar políticas públicas y educativas para la solución de estas problemáticas.

Evaluar las brechas de género y sus limitaciones en América Latina y el Caribe (ALC) permite encauzar posibles soluciones para el logro de niveles superiores de equidad en el acceso a la ciencia, la tecnología y la innovación (CTI). Si bien se han reducido las barreras explícitas que impiden el acceso de las mujeres a instituciones, academias y actividades científicas, todavía se manifiestan mecanismos informales de «feminización» y «masculinización» en las comunidades científicas, como en algunas carreras de ingenierías, que limitan el acceso de las mujeres a sus campos de acción.

El estudio de estas problemáticas y otras, su medición, evaluación y las propuestas de solución, constituyen tareas de investigación fundamentales para los actores sociales comprometidos con la aplicación de las políticas públicas de CTI en ALC. De igual manera, los Sistemas Nacionales de Educación deben tener en cuenta las propuestas de los estudios CTG en sus programas curriculares de pregrado y posgrado, y en la superación del personal y cuadros de dirección, para el logro de una sociedad más equitativa en las políticas de ciencia, tecnología e innovación dentro de la comunidad científica a nivel internacional.

6 abril 2019 3 comentarios 594 vistas
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desnuda

Caminar desnuda por La Habana

por Gabriela Mejías Gispert 8 marzo 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Cuando cumplí 16 años me regalaron un vestido hermoso, fresco, insuperablemente cómodo. Ese día me lo estrené, tenía que ir a La Habana vieja a buscar a una amiga. Me sentía fresca, alegre, cómoda por encima de todo. Los arabescos del vestido permitían que no se transparentara. Decidí usarlo sin corpiño, en definitiva, tampoco es que tuviera tanto para llenarlo.

A las dos cuadras de casa comencé a sentirme rara. No entendía bien qué pasaba pero me sentía observada. Me puse auriculares, cogí la guagua hasta Galeano y seguí el trayecto a pie. Me saqué los auriculares cuando un señor de unos 40 años me dijo algo que no entendí. Caminé atenta el resto del trayecto. Comencé a prestar atención a la gente que me cruzaba.

Escuché de todo, comentarios muy desagradables, algunos que pretendían ser galanteos, otros solo me miraban: miraban fijamente a mi vestido. Hubo quien me prometió casamiento, otros succionar partes de mi cuerpo. Pensé que era paranoia mía. Me dije que no tenía que haberme puesto el vestido sin corpiño, era mi culpa. Sentí que caminaba desnuda por la calle. Caminé lo más rápido que pude, avergonzada, mirando al piso hasta llegar a mi destino.

No volví a usarlo por mucho tiempo. Tenía 16 años y muy pocas herramientas para hacerle frente a una sociedad machista que cosifica a las mujeres.

Con los años aprendí a responder, a poner cara de asco o ignorar los tan afamados “piropos” que tan común son en nuestra isla. En más de una ocasión tuve que empujar a algún machito que creía sensual violar mi espacio personal para decirme alguna de sus ocurrencias. Crucé muchas veces la calle o salí del portal por el que caminaba, para no tener que atravesar un grupo de hombres sentados en la acera. En incontables fiestas tuve que moverme de lugar con mis amigas para bailar tranquilas, porque algunos hombres no comprenden que No es No. Comencé a cuestionarme la sonrisa complaciente ante los cumplidos de compañeros de trabajo: dejé de hacerlo.

Resulta que cuando una mujer se planta y no celebra un piropo es una amargada, una pesada o tiene la regla.

¿Acaso las mujeres tenemos que medir nuestra forma de ser para no provocar? ¿Acaso salimos a la calle con un cartel invisible en la frente que dice: por favor dime algo de lo que me puse hoy? ¿Acaso las mujeres nos vestimos para que nos digan “cosas”? ¿En qué momento perdimos el nombre y pasamos a llamarnos: mushhh mami? No somos tu mamá, ni queremos serlo.

El 8 de marzo volvemos con miles de flores del trabajo, incluso de extraños. Resulta que es nuestro día; hay que mimarnos. Nadie nos explicó nunca por qué se celebra este día internacionalmente.

El 8 de marzo de 1957 miles de trabajadoras textiles decidieron salir a las calles de Nueva York con el lema “Pan y rosas”. Sus reclamos exigían mejores condiciones laborales y el cese del trabajo infantil. En los años siguientes sucedieron disímiles huelgas y protestas de las mujeres por sus derechos.

En 1975 las Naciones Unidas lo institucionalizan como el día internacional de la mujer, en conmemoración a las luchas de las féminas por la igualdad, la equidad de derechos y oportunidades con respecto a los hombres.

En Europa, en 1910 en la 2da Conferencia de mujeres socialistas se decide proclamar el día de la mujer trabajadora. Se organizaron mítines para pelear por el derecho al sufragio, a ocupar cargos públicos, por la no discriminación laboral y por el derecho a la educación profesional. En muchos países estos reclamos, después de 108 años, siguen siendo las principales demandas en las manifestaciones.

El 8 de marzo no es un día de fiesta. Se conmemora la lucha de las mujeres empoderadas que no queremos ser objeto de tu acoso, de tus “piropos”, de tus restricciones de vestuario, de tu heteronorma patriarcal, de tu construcción machista de la sociedad. Las mujeres no queremos flores, ni chocolate: no el 8 de marzo.

No existe día del hombre porque jamás tuvo que pelear por sus derechos.

Deconstruyamos el significado del 8 de marzo en nuestra isla, por todas las interrogantes que aún tenemos como sociedad y por sororidad a las mujeres que no tienen garantizados ni la mitad de los derechos que para nosotras son naturales. Por las mujeres que marchan por lograr la legalización del aborto voluntario no penalizado. Por las mujeres que son víctima de la trata de personas, de la prostitución.

Por las que son víctima de la violencia intrafamiliar, por las que son discriminadas por su orientación sexual. Por los derechos de las amas de casa a que se les reconozca su trabajo, por el cese del acoso, por la necesidad de mostrar que las mujeres cubanas somos empoderadas. Y lo seguiremos siendo.

8 marzo 2019 27 comentarios 1.072 vistas
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misogino

El libro misógino en la Habana

por Gabriela Mejías Gispert 11 febrero 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

En la más reciente Feria del Libro de la Habana se vendió; muy bien, según las opiniones de algunos, un libro de la Editorial Arca de Papel de Perú. La portada grita en letras inmensas “100 razones para ser machista y no avergonzarse por ello”.

Asegura su contratapa que ser machista no es una opción sino una cuestión de supervivencia. Su contenido devolvería la dignidad arrebatada por las mujeres. Según promulga, muestra cómo ser fiel a su naturaleza humana.

Lleno de patrones para “hacerse hombre” según los mandatos del patriarcado. Una guía misógina, discriminatoria, violenta de cómo ser machista. Es una ofensa a la FMC, a las mujeres cubanas, al CENESEX e incluso a los hombres.

Desde el 2017 circulan denuncias en Internet sobre este libro

Los hombres, los varoncitos, los nenes, los fuertes, los machitos, los más guapos, los que tienen que demostrar indiferencia, los que no pueden llorar en público, los que tienen que asumir el rol de proveedor de una familia, los que no pueden tener miedo nunca, los que tienen que ser serios, no vaya a ser que los confundan. Los que les aterra la idea de ver hermoso a otro hombre, los que tienen que tener un genital de gran tamaño para sentirse pleno: HOMBRE con mayúsculas.

El concepto de masculinidad es una construcción del patriarcado que también sufren los hombres.

El libro de la Editorial peruana es repudiado en diversos países desde hace varios años por su contenido ofensivo. Ayer fue retirado enseguida de nuestra Feria por las llamadas a la Cámara Cubana del Libro y varios posteos en la página del Instituto Nacional del mismo. Se movieron rápido ante los reclamos; sin embargo el cuestionamiento en esta batalla pírrica no es cuán rápido reaccionan las instituciones.

La discusión está en saber cómo llegó ese libro a nuestra Feria y lo que generó. Más allá de encontrar un culpable físico me interesa el mensaje que nos está dejando nuestra sociedad.

Una vez más una esencia patriarcal, misógino y machista encuentra la forma de manifestarse.

Aquellos que compran el libro son los mismos que abogan no ser homofóbicos, pero que harían huelga de hambre para que personas del mismo sexo no puedan tener iguales derechos jurídicos que un matrimonio heterosexual. Son aquellos que miran con recelo las cifras de abortos voluntarios, esperando una oreja que quiera escuchar para decir que por culpa de las mujeres está en riesgo la tasa de natalidad.

Empezamos un 2019 caótico. Pareciera que el tornado que arrasó con varios lugares de La Habana y el meteorito en Pinar del río, no fueran más que un reflejo de la actividad de la Isla. Cuba se sacude en el que a mi criterio, es el proceso más inusual de los últimos 30 años. Poner en movimiento bases arcaicas de la Constitución de la República creó sismos en el pueblo.

Una parte de los residentes sintió moverse el piso en el que cómodamente estuvieron sentados toda la vida. Muchos vieron amenazados sus privilegios. Se comenzó a destapar de golpe toda la misoginia que tenían guardada para poder convivir en sociedad. Sus miedos pesaron más incluso que otros puntos de la Constitución que también estaban en discusión.

No son los tornados los que van devastar nuestros cimientos, es la falta de cuestionamiento como sociedad de lo que somos.

11 febrero 2019 7 comentarios 422 vistas
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miedo

La mujer sin miedo

por Gabriela Mejías Gispert 31 enero 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Hace unos días le comenté una imagen notablemente feminista a una amiga en Facebook. Al ver mi reacción positiva, contraatacó al instante con una aclaración: “Quiero que conste que no soy feminista, pero mucho menos machista”. El comentario me hizo pensar: ¿qué entendemos las cubanas por feminismo?

El feminismo es entendido como una corriente de lucha que aboga por la igualdad y defiende los derechos de las mujeres desde hace más de 200 años. El derecho de la mujer a decidir sobre sus hijos, el derecho a recibir un trabajo remunerado en igualdad de condiciones que los hombres, el derecho al voto entre otros tantos, son consecuencia de las luchas en diversos lugares del mundo. Hoy se habla de una tercera ola del feminismo.

Las mujeres cubanas en su gran mayoría nada sabemos de ella. Tampoco es un invento, como a muchos hombres les gusta afirmar, intentando quitar relevancia a nuestra necesidad de  organizarnos.

Hay quienes afirman que son muchos feminismos. Mujeres blancas, mestizas, negras, kurdas, musulmanas, lesbianas, mujeres de pueblos originarios, trans, bisexuales…todas estamos atravesadas por diversas realidades. Sin embargo nos une la condición de féminas.

El 8 de marzo el mundo se paraliza, lo paran las mujeres que exigen derechos que sistemas patriarcales insisten en negarles. Las mujeres hacen paro laboral porque es la mejor manera de exponer que sin nosotras quedan vacías más de la mitad de los puestos de trabajo. Visibilizando que somos muchas voces pidiendo ser escuchadas. Se lanzan a las calles pidiendo aborto legal, pidiendo seguridad porque aún somos violadas, maltratadas y caminamos con miedo cuando volvemos solas a casa. Exigen igual salario y oportunidades laborales que los hombres. El derecho de decidir sobre nuestra imagen y nuestros cuerpos sin que ninguna heteronorma nos diga cómo ser.

Entre muchas otras, estas son las razones por las cuales millones de mujeres hoy se manifiestan constantemente exigiendo ser escuchadas.

¿Acaso las  mujeres cubanas no nos unimos al paro internacional porque nos sabemos poseedoras de muchos de esos derechos? Apenas cuatro años antes de la revolución tuvimos derecho al voto. El aborto legal, seguro y gratuito no sería un derecho hasta 1965.

Las mujeres cubanas estamos en una situación de privilegio. Muchas aún luchan y mueren por aquello que nosotras adquirimos hace años. Nuestra confianza nos hace naturalizarlos. No nos cuestionamos cómo llegamos a obtenerlos y mucho menos pensar que nos fueran negados.

Nos sabemos empoderadas, sin embargo nuestro talante ha sido ganado a fuerza de que otras sentaron precedentes y discutieron nuestro derecho a organizarnos, a replantearnos cuestiones que sólo nos atañe a nosotras y empujaron para ser parte de un proceso revolucionario en el que hoy somos un eslabón fundamental.

Vivimos en una sociedad patriarcal y machista que cosifica a la mujer e intenta restar importancia a nuestros criterios. Y para entenderlo debemos cuestionarnos las formas de relacionarnos: desde los famosos piropos hasta el concepto de amor romántico con el que nos criaron, en el cual la frase “eres mía” es de uso corriente.

El machismo es la actitud de pensar que el hombre es superior a la mujer y por más que nos duela siquiera comenzar a analizarlo, todas alguna vez nos hemos sentido tocadas por ese machismo que tan solapadamente convive en nuestro entorno cotidiano.

Pensar que machismo y feminismo son antónimos es creer que las mujeres buscan superioridad por sobre los hombres. El feminismo no se trata de una lucha de poder, sino de abrazar las diferencias, discutir sin vergüenza nuestros dolores y comenzar a construir desde donde nos sintamos plenas. Modifiquemos la creencia de que nos gusta que nos digan piropos desagradables en la calle, el estereotipo de que si nos vestimos corto es porque estamos provocando. Rompamos con los legados que nos hacer ver en otra mujer una amenaza para “nuestros maridos”. Repensemos la concepción de que es mejor que no anden muchas mujeres juntas porque es para problemas. Nos enseñan a creer que somos chismosas, que nos criticamos unas a otras.

¿No les parece raro que nos eduquen así? Yo digo que por algo será. Nos saben más fuertes cuando estamos juntas y las mujeres sin miedo asustan a muchos.

Siento que la respuesta de mi amiga es un reflejo de la forma en que nos enseñaron a pensar. Quizás es tiempo de reformular nuestras preguntas: ¿Puede una mujer de nuestros tiempos no ser feminista?

31 enero 2019 8 comentarios 365 vistas
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