Llegó el Miércoles de Ceniza de 2023. En teoría, cerraba el carnaval brasileño, y en la práctica carnavalesca, mis amigos Paulo y Franklin regresaron a casa a las 7:40 a.m. Durante una vigilia de alegría interminable, participaron en el desfile de una escuela de samba1 a las 10:00 p.m. del martes y luego en otra escuela a las 2:00 a.m., ya del miércoles.
Tampoco durmieron mucho Sil, Rosangela y doña Dora, que esperaron hasta casi las 3:00 a.m. para verlos desfilar en la transmisión de la Globo. Sandra se fue a descansar más temprano, porque a las 7:00 a.m. debía estar en la infaltable misa que da inicio a la Cuaresma católica, las fiestas populares y el ritual religioso con su indisoluble presencia en la vida y el imaginario colectivo.
Este fue el ritmo frenético de la última semana para cientos de miles de brasileños y visitantes en Belo Horizonte, al sudeste de la nación. Solo en esta ciudad se calcula que carnavalearon 5 millones de personas y circularon en la economía formal e informal casi 150 millones de dólares.2 Cuando llegué a Brasil en febrero de 2017, en pleno carnaval de Belo Horizonte, pensé que la festividad era exclusiva de Río de Janeiro; pero, para mi asombro, previo a la Cuaresma se celebra de una punta a otra del país. Sería el inicio de varios procesos de descolonización interna sobre la cultura y el pueblo brasileños que he debido desarrollar en los últimos seis años.

Calcomanías alegóricas distribuidas gratuitamente en el carnaval 2023. (Foto: El autor)
Mi primera experiencia carnavalesca, casi mística, fue vivenciar en el Bar Jeremías a personas de diversas generaciones con sus ropas de fantasía y coreando a una sola voz Padres e hijos, de Legião Urbana, banda emblemática del rock brasileño de los 80 y los 90. «Es preciso amar las personas como si no hubiese mañana…», repetían con devoción, y así, en medio de unos carnavales, supe de la increíble calidad del rock brasileño, que curiosamente tomó impulso en plena dictadura militar (1964-1985).
Según afirma el antropólogo Roberto DaMatta en un clásico texto, los carnavales, como parte esencial del dilema identitario brasileño, se convierten «…en un poco de todo, diversidad en la uniformidad, homogeneidad en la diferencia, pecado en el ciclo temporal cósmico y religioso, […] remiten a varios subuniversos simbólicos de la sociedad brasileña, que podrían llamarse un desfile polisémico».
Por otra parte, el propio autor asegura que «…las fantasías distinguen y revelan, ya que cada cual es libre de elegir el disfraz que quiere […]», y es esta «…combinación y esta conjunción de representantes simbólicos (o reales) de campos antagónicos y contradictorios lo que constituye la esencia misma del carnaval como rito nacional».
En la interpretación del estudioso, los «…disfraces de carnaval crean un campo social de encuentro, mediación y polisemia social, porque, a pesar de las diferencias e incompatibilidades de estos roles representados gráficamente por las vestimentas, todos están aquí para “jugar” […] es decir, para unirse, para suspender las fronteras que individualizan y compartimentan grupos, categorías y personas».

Participantes disfrazados para desfilar con sus escuelas en la ciudad de Belo Horizonte. (Foto: El autor)
De los carnavales brasileños me impresiona la forma pertinente en que se utiliza este momento de fraternidad colectiva para hacer campañas de bien público contra el acoso sexual, la homofobia y la violencia patriarcal, y en pro de la democracia.
Para Helena estas fiestas de 2023 tienen motivaciones especiales: «…el carnaval está maravilloso. Es el primero sin Bolsonaro; el del año que viene será mejor todavía, porque va a ser el primero con Bolsonaro preso. ¡Sin amnistía!», y sonríen con desenfado ella y sus amigas.

Helena y una amiga. (Foto: El autor)
Tiago Henrique reconoce ser un folião3 de raíz, aunque este año su participación fue más como vendedor ambulante, para ayudar a su economía. En su opinión el carnaval fue fantástico, y agrega, mientras la carcajada contagiosa brota natural y límpida como manantial de montaña: «…en ese mundo político actual el carnaval está reviviendo en nosotros la llama del saber-vivir… del saber-vivir con alegría, con esperanza, y es eso, es el momento de revivir la llama de alegría que vive dentro de nosotros. En el contexto político actual es eso lo que queremos, vivir en paz, es hora de ser felices… Hagamos la L [de Lula]».

Tiago Henrique, folião de carnaval y vendedor ambulante. (Foto: El autor)
En la concentración del bloco Corte Devassa, Roberta afirma estar muy emocionada, pues cree que «…este carnaval tiene un sentido de retomada. De retomada de la democracia en nuestro país, retomada de las fiestas, de celebración de la vida, ¿eh? Perdimos muchas personas [durante la pandemia]. El contexto político fue muy difícil, pero ahora es momento de celebrar y retomar lo que es nuestro, la calle, el pueblo, la democracia».

Roberta lista para participar del bloco carnavalesco Corte Devassa. (Foto: El autor)
«El carnaval 2023 fue una victoria, una conquista», me dicen entusiasmados Franklin y Paulo, mis primos brasileños por adopción. «¡Fue maravilloso, retornó todo […] una oportunidad única de encontrar los amigos, hacer amistades, tener unión, algo muy importante para nuestras vidas! Por eso nos divertimos y adoramos ese carnaval».

Franklin y Paulo con sus trajes y listos para desfilar con la escuela Ciudad Jardín. (Foto: El autor)
En su interpretación de los significados del carnaval, coincido con el profesor DaMatta en que: «Las costumbres carnavalescas ayudan a crear un mundo de mediación, de encuentro y de compensación moral. Engendran un campo social cosmopolita y universal, polisémico por excelencia». En ese espacio «Hay lugar para todos los seres, tipos, personajes, categorías y grupos; para todos los valores. Se forma entonces lo que puede llamarse un campo social abierto, ubicado fuera de la jerarquía, quizás un límite en la estructura social brasileña, tan preocupada por sus entradas y salidas».
En esa estructura cosmopolita, polisémica y de mediación, me (re)encuentro yo, un migrante cubano que a los ocho años fue farolero en unos carnavales infantiles de su amada Camagüey. Una idea «descabellada» de mami, creo que para hacerme perder un poco de timidez, y una experiencia única de fuerza ―no podía casi con la farola― y de orgullo por mis orígenes.

El autor del artículo listo para desfilar en la escuela Ciudad Jardín, de Belo Horizonte.
Ahora, 35 años después y a 6 000 kilómetros de Camagüey, Silvania me invita a disfrazarme de cangaceiro y desfilar con la escuela Ciudad Jardín. Lo pienso ―me preocupa mi condición física―, pero por fin me decido: es un momento único y lo viviré. Si caigo me tendré que levantar. Eso es también parte de la vida cotidiana del pueblo brasileño, de mi pueblo cubano, de mis esencias, de mi condición diaspórica de migrante. Y sin dudas lo disfruto, con la misma sonrisa inocente de aquel niño de ocho años con su farola… recordando a cada paso por la avenida Alfonso Pena la letra del gran Renato Russo: «Es preciso amar… como si no hubiese amanhã».
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Este texto contó con la preciosa colaboración de la compañera Silvania Morais para obtener las fotos y las entrevistas.
1. Asociación popular caracterizada por la práctica del canto y el baile de la samba brasileña, generalmente para competir con agrupaciones similares.
2. La cifra en dólares tiene en cuenta el cambio actual de real para dólar, aproximadamente de 5 x 1.
3. Término popular para definir a las personas que participan intensamente en los carnavales, se disfrazan, cantan y bailan sin descanso.