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leninismo

Lukács: antimperialismo y socialismo

por Mario Valdés Navia 27 marzo 2020
escrito por Mario Valdés Navia

Aún hoy, el pensamiento y la vida de George Lukács (Budapest, 13-4-1885 − ibídem, 4-6-1971), uno de los filósofos marxistas más importantes del siglo XX, es poco conocido y valorado en Cuba. La entronización del marxismo-leninismo soviético (M-L) como dogma prevaleciente hizo que quienes desarrollaron un pensamiento crítico desde dentro del marxismo fueran proscritos, tanto ideológica como teóricamente, del entorno de las aulas y las ciencias sociales y humanísticas durante décadas. La sola mención de su nombre era considerada tabú.

A los estudiosos a la fuerza del llamado materialismo dialéctico e histórico –es decir, todos los que pasamos por las aulas cubanas de nivel medio y superior, desde los años 70 hasta la actualidad− nos fueron presentados los manualistas soviéticos como continuadores brillantes de los clásicos marxistas. Así, meros desarrolladores de los aportes y dictados de los supuestamente infalibles Bujarin y Stalin, como Konstantinov, Kursánov, Rosenthal y Ludin, ocuparon en el parnaso filosófico de la isla el lugar que correspondía a Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, José Mariátegui, Louis Althusser y el mismo Lukács.

Aunque su texto más importante Historia y conciencia de clase (1923) circuló en Cuba en una edición soviética, no era empleado asiduamente en la enseñanza ni en la investigación. Es que sus tesis acerca de la necesidad de una reforma radical del socialismo y su interpretación sui generis de la militancia intelectual como una lucha en dos frentes: contra el “americanismo” [imperialismo yanqui] y el estalinismo, lo convertían en uno de los llamados revisionistas de derecha del marxismo occidental.

La militancia comunista de Lukács fue tan larga como azarosa, a consecuencia de su reiterada heterodoxia. Si bien fue fundador del PC de Hungría con Béla Kun (1918), quien lo nombró Comisario de Instrucción Pública en la República Soviética de Hungría (1919-1920), también es cierto que ideológicamente se aproximó más a la postura de Rosa Luxemburgo que a la de Lenin. Ambos abogaban por una identidad dialéctica peculiar entre la conciencia de las masas y la de la vanguardia intelectual, al tiempo que consideraban necesario llevar a cabo una revolución democrática social, en vez de una revolución proletaria que condujera a una dictadura del proletariado al estilo soviético.

Aunque Lukács se vio obligado a efectuar la autocrítica de esas posiciones y vivir confinado en la URSS durante años, su admiración por la dialéctica de Hegel y la reinterpretación que hizo de su influencia en Marx, en particular en su texto El joven Hegel –uno de los estudiados por el Che en Bolivia−, hicieron su obra sospechosa para los ideólogos estalinistas. Por el contrario, en la primavera revuelta de 1968, sería revisitada y aclamada por los jóvenes de la nueva izquierda, tanto en Hungría como en otros países, quienes solían pasarse de mano en mano ediciones “piratas” de su texto más importante: Historia y conciencia de clase.

De nada serviría que, aún al borde la muerte, el viejo comunista reafirmara su comportamiento político de por vida al afirmar que: “Desde mi punto de vista, aun el peor socialismo es preferible antes que el mejor capitalismo.”[1] Su posición de jamás exiliarse en Occidente lo llevó a verse involucrado en varios procesos de “caza de brujas”, tanto en Hungría como en la URSS, y no bastó para reivindicarlo a los ojos de los ideólogos del M-L europeo ni sus cofrades caribeños.

Ahora que Cuba parece haber superado el monopolio del M-L, al menos en la academia y la letra de la Constitución 2019, es de esperar que Lukács retorne a las aulas universitarias y a las fuentes teóricas de las nuevas investigaciones de estética, historia y filosofía. A casi medio siglo de su muerte, su visión certera de que los enemigos a combatir por los marxistas verdaderos son el imperialismo y el estalinismo resuena aún con vigencia plena. No lo olvidaremos.

[1] G.Lukács: “Entrevista: En casa con György Lukács” [1968]. En G.Lukács: Testamento político y otros escritos sobre política y filosofía inéditos en castellano, pp.121.

27 marzo 2020 22 comentarios 432 vistas
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Sobre el “marxismo GUIÓN leninismo”

por Consejo Editorial 3 enero 2019
escrito por Consejo Editorial

Por: Natasha Gómez Velázquez

Hace unos días, hemos conocido la decisión de sustituir en el texto de la nueva Constitución cubana, el término “marxismo-leninismo” por los de “marxismo” “y” “leninismo”. Según explicó el Secretario del Consejo de Estado, esa decisión se efectuó a instancias de una consulta a especialistas, y obedecía a la esencia “stalinista” de la formulación inicial. Puede suponerse también, que fue resultado de propuestas de modificación efectuadas por algunos ciudadanos. 

Contribución a los argumentos 

El “marxismo-leninismo” comienza a constituirse en la Unión Soviética durante la segunda mitad de la década del 20, inmediatamente después de la muerte de Lenin (1924). Ese proceso de construcción y autodenominación finaliza en 1938, fecha en que queda plenamente establecido. Está asociado al fenómeno stalinista -como bien expresó el Secretario del Consejo de Estado-, y se utilizó a manera de argumento para reprimir, excluir, censurar, y purgar en ámbitos intelectuales, científicos, filosóficos, y políticos, fundamentalmente. Los textos de Stalin o que llevan su firma -todos escritos después de la muerte de Lenin-, y que definieron su contenido son: “Fundamentos del leninismo” (abril-mayo de 1924); “¿Trotskismo o leninismo?” (noviembre de 1924); “Cuestiones del Leninismo” (1926); y “Acerca del materialismo dialéctico y el materialismo histórico” en Historia del Partido Comunista (1938). Este tipo específico de marxismo fue ampliamente socializado a través de las directrices vinculantes de la Tercera Internacional, y Manuales de estudio, cuyo uso resultó muy extendido. El “marxismo-leninismo” está considerado como una construcción teórica de Stalin -y otros, pues se convirtió en norma e ideología, y como tal, fue compartida, creada y recreada-, para legitimar el poder de las fuerzas conservadoras y la burocracia, y su propia ascendencia -en la coyuntura de la muerte de Lenin- sobre Trotsky, otras personalidades soviéticas, e interpretaciones marxistas. 

De manera que el “marxismo-leninismo” no es EL marxismo. Es solo una tendencia más, dentro del universo plural, heterogéneo, y hasta contradictorio de las tendencias que conforman la tradición marxista. De hecho, existía marxismo y leninismo mucho antes de 1924 -el marxismo se encontraba establecido en los años 90 del siglo XIX (en el campo político, teórico, e incluso el académico, éste último muy localizado pero significativo), sin embargo, había tomado cuerpo histórico efectivo desde anteriores décadas; y el leninismo a partir de 1902/1903-; y también más tarde, pues continuaron desarrollándose diversidad de interpretaciones que se han reconocido en el legado de Marx y Lenin. No obstante, en el lenguaje político, especialmente el asociado al movimiento comunista organizado y la URSS, fue -aún es, para un sector comunista, especialmente generado en aquel contexto) una práctica bastante generalizada la utilización del “marxismo-leninismo” como sinónimo de marxismo en general, o sea, como EL marxismo o el verdadero marxismo. 

A propósito del “leninismo” debe precisarse lo siguiente: la palabra “marxismo” ya incluye el “leninismo”, pues abarca a toda la tradición que parte de Marx: Engels; Lenin; Luxemburgo; Trotsky; Gramsci; y muchos otros hasta la actualidad. Algunas de esas tendencias tienen nombre propio (“leninismo”; “trotskismo”; “luxemburguismo”; etc.); y no solo poseen entre sí una relación de continuidad, sino también de diferencias, rupturas, y contradicciones. En fin, la palabra “marxismo”, aún en singular, solo puede entenderse con realismo, si se asume la pluralidad que la integra. 

Puesto que la comunidad teórica marxista entiende por “marxismo-leninismo” a esa específica tendencia stalinista, y el contenido que le es propio desde los años 20 y 30, no puede entonces asignársele arbitrariamente otro contenido o intentar resignificarlo. El “marxismo-leninismo” ha sido criticado y cuestionado por buena parte de la propia tradición marxista y revolucionaria durante casi un siglo y, por tanto, mucho antes de la caída del socialismo en la URSS y Europa. Para la inmensa mayoría de los marxistas, el “marxismo-leninismo” no es marxismo ni leninismo, pues: divide arbitrariamente en segmentos económicos, políticos, y filosóficos –también fragmentados en su interior-, el pensamiento unitario de los fundadores del marxismo -irreductible a esos campos, y siempre integrado alrededor de la teoría de la revolución-; descontextualiza, cambiando el significado, las tesis de Marx; Engels; y Lenin; convierte el marxismo en fórmulas abstractas y especulativas a memorizar, y estériles para la transformación revolucionaria; establece un listado arbitrario de citas, pasajes, y obras, deslegitimando al resto; convierte al marxismo en teoría positiva y no crítica; es determinista y economicista; tiene una actitud de sectarismo, dogmatismo, censura, y exclusiones -negación a reconocer y estudiar otro tipo de marxismo o teoría no marxista, pues se autodeclara como “única” interpretación “científica”-; subvalora los temas sociales, que constituyeron el centro del marxismo y el leninismo originarios -las estrategias revolucionarias fueron desplazadas por la atención a teorías y conceptos especulativos, siempre rechazados por Marx-; modificó arbitrariamente para su publicación, ciertos textos de Marx, Engels, y Lenin; etc. 

De manera que el “marxismo-leninismo” desvirtúa la teoría y praxis revolucionaria del marxismo originario. Especialmente, y al contrario de lo que puede indicar su nombre, no representa con certeza y dignidad la teoría y praxis de Lenin. 

Cuba

La corrección que propone el nuevo texto de Constitución tiene profundos significados, entre ellos: la actualización -tal y como se realiza en otros ámbitos de la sociedad cubana- del lenguaje teórico, aunque, obviamente, no es solo un asunto terminológico; la ruptura con aquel tipo de marxismo soviético recogido en manuales que inundara la enseñanza en los `60, después, y aún sobrevive de diversas maneras -“ladrillos soviéticos” llamaba el Che a esos Manuales, en su carta a Hart de 1965-; el abandono de una de las manifestaciones de copia respecto a la URSS, que se prolongaba de manera extemporánea y sin justificación; el reconocimiento implícito de errores e inconsecuencias, ejercicio siempre provechoso (el documento de 2017 “Conceptualización del modelo…”, aprobado por el Tercer Pleno del CC; el 7º Congreso del PCC; y la Asamblea Nacional del Poder Popular ya había sustituido la formulación del GUIÓN que, sin embargo, regresó sorprendentemente en 2018, en la versión inicial del Proyecto de Constitución); la disposición del Estado (eventualmente del PCC) a considerar justa y críticamente –a instancias de ciudadanos y especialistas- un pilar simbólico que conformaba los fundamentos teóricos del país; y la oportunidad del replanteo social -puesto que este asunto adquirió nivel ciudadano a través del sistema de enseñanza- y radical de la pregunta por la esencia del marxismo y su función. 

Significa, sobre todo, la oportunidad de poner en correspondencia la palabra con los hechos. La revolución cubana ha desbordado históricamente ese GUIÓN en muchísimas cuestiones -aunque esta no ha sido una actitud homogénea ni sistemática-; y debe ser en lo sucesivo –para eso se trabaja-, más innovadora; creativa; realista y utópica a la vez; inclusiva; de fortalezas horizontales; asertiva respecto a aportes y críticas; de principios y diálogo abierto con toda las experiencias históricas y la cultura; y siempre crítica de sí. Todo lo cual, resulta ajeno al “marxismo-leninismo”. 

Por otra parte, no podemos permitir que siga sobreviviendo el “marxismo-leninismo” en los diversos ámbitos de la vida social, disfrazado ahora tras una COMA o una Y griega, que se continúe rigiendo por dogmas; repitiendo frases vacías y sin sentido; o repitiendo lo ya establecido para asegurar confort o estatus -cerrando la posibilidad a aquello por considerar y quizás establecer-; deslegitimando personas, palabras, actitudes, preguntas, dudas, o razonadas certezas; utilizando la información y el secretismo para marcar jerarquías; convirtiendo al marxismo en profesión o calificación, en jerga de identidad, en palabras justificativas y no en herramientas transformadoras; y ahogando el pensamiento crítico haciendo uso de todo lo que tiene a su alcance. Obviamente, cualquier término puede dar escusa y refugio a esos comportamientos. Sin embargo, la recuperación del “marxismo” y el “leninismo” sin más, puede ser oportunidad y promesa de exploración teórica, invitación a pensar, estudiar, y transformar con efectividad revolucionaria la realidad. 

 

También en el ámbito académico (y otros) debe tomarse una actitud de consideración crítica sobre el uso del término “marxismo-leninismo”, sus contenidos, presentaciones y organización docente. Esa frase aún permanece en umbrales de puertas institucionales, así como encabezando documentos y acciones académicas programáticas, que habrá que rectificar, para ser consecuentes y entrar en el nuevo marco constitucional. 

 

Hay que recordar que, al menos desde los años 60 –para hablar de una época relativamente cercana-, importantes intelectuales y académicos cubanos -por ejemplo, los hoy Premios Ciencias Sociales Aurelio Alonso y Fernando Martínez, este último también Premio Casa de las Américas-, así como un segmento de sucesivas generaciones de profesores, investigadores, y especialistas, han expresado sus consideraciones críticas sobre el “marxismo-leninismo”, intentando socializar argumentos y esclarecer. En los últimos tres años, algunos profesores de la Universidad de La Habana, interesados en ofrecer argumentos para decisiones impostergables de naturaleza académica, hemos insistido otra vez, realizando acciones al respecto, y publicado algunos textos que contribuyen a esclarecer este asunto. Y es que ese diagnóstico crítico elaborado por la tradición marxista, estaba listo desde fines de los años 20 del siglo XX. 

Esta es, en fin, una rectificación constitucional necesaria. 

Tomado de: Rebelión
3 enero 2019 16 comentarios 1.022 vistas
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La última lucha de Lenin

por Alina Bárbara López Hernández 22 enero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El 21 de enero de 1924, a las 6:50 p.m., falleció Vladímir Ilich Lenin. Los últimos 9 meses había permanecido en estado  vegetativo. Nunca se recuperó del atentado de 1918, y su dedicación total a la revolución terminó por arruinar la salud de un hombre que murió antes de cumplir 54 años.

Durante al menos un mes, la prensa cubana de la época lo hizo protagonista de sus páginas, en ellas reconocían su capacidad, dedicación e integridad; lo que no quiere decir que los articulistas compartieran su ideología. El mismo día del deceso, el alcalde del municipio de Regla aprobó una resolución para erigir un monumento que perpetuara la memoria del revolucionario que, “por su intensa labor social (…) se ha distinguido como gran ciudadano del mundo”.[1]

En la reciente conmemoración del centenario de la Revolución Socialista de Octubre, nuestros medios presentaron al Lenin de las Tesis de Abril, de El Estado y la Revolución, de los momentos sublimes e iniciales de la gesta soviética. Quedó un vacío que pretendo llenar aquí: el Lenin de los últimos años, más realista, que comprendió que las revoluciones se hacen para mejorar la vida de las personas, y que sin la participación popular están condenadas al fracaso.

En los comienzos se suponía que el Estado controlaría todo el proceso productivo en la sociedad, es decir: qué producir, cómo producir y cómo distribuir lo producido. Esta planificación de la economía se vinculaba, estricta y unívocamente, a métodos autoritarios de administración. En esa primera etapa, agravada por la guerra civil y la intervención extranjera, fue asumido el Comunismo de Guerra, que reglamentó estrictamente la vida económica del país, y condujo al descontento y a fuertes enfrentamientos con campesinos, obreros y marinos.

Terminado el conflicto había que desarrollar el país, que las revoluciones no pueden esperar décadas metidas en una trinchera. Fue así que Lenin propuso un cambio radical, una Nueva Política Económica (NEP), aprobada por el X Congreso del Partido en 1921. Consistía en permitir el libre comercio, mientras el Estado dominaba los resortes decisivos: gran industria, tierra, transporte, recursos naturales y comercio exterior. Sin embargo, quedaba liberalizado el comercio interior, se aceptaba la creación de pequeñas empresas privadas y la colaboración con capitales extranjeros a través de formas mixtas de propiedad. Se aplicaba el sistema de autogestión empresarial para luchar contra el burocratismo y las tendencias autoritarias de la administración,  y se reconocía el interés personal en los resultados del trabajo.

Como forma de propiedad que conjugaba el interés individual y colectivo, se fomentó la creación de cooperativas. Sobre estas Lenin había reflexionado desde antes del triunfo, pero no será hasta 1922 cuando sus criterios adquieran rango de concepción teórica. Ese año dictó su última obra sobre el tema económico, justamente acerca de las cooperativas; en ella consideraba que el socialismo sería “un régimen de cooperativistas cultos” y puntualizaba la doctrina marxista acerca del desarrollo histórico-natural del socialismo; o sea, defendía el criterio de que cuanto más lenta y regularmente se creara una nueva forma económica, tanto más sólida sería, tanto más a fondo se construiría el socialismo.[2]

Admitir sociedades cooperativas, agrícolas e industriales, que eran autogestionadas, haría imposible el uso de métodos autoritarios de gestión. Se trataba de aprovechar más el control democrático desde abajo en el gobierno de la sociedad. En tal sentido, Lenin valoraba lo importante que era en el socialismo desarrollar la iniciativa del pueblo como opción consciente.

Estas medidas fueron apreciadas con recelo por el Partido, pues las consideraron incompatibles con los ideales revolucionarios. Muchos dirigentes abogaron por perfeccionar la política de Comunismo de Guerra. Aun siendo aprobada, algunos entendían la NEP como una maniobra táctica coyuntural, como un alto en la construcción del socialismo. Sin embargo, el núcleo leninista –Bujarin, Ríkov, Tsiuriupa– logró mantener su aprobación. En poco tiempo se apreciaron positivos resultados en la economía soviética.

Cuando la enfermedad de Lenin se agravó, en mayo de 1922, prácticamente comienza a dirigir al Partido un triunvirato formado por Stalin, Kámenev y Zinoviev y, aunque Stalin no fue considerado nunca el sucesor natural de Lenin, debido a una proposición de Zinoviev —de la cual habría de arrepentirse en muy poco tiempo—, fue nombrado Secretario General del PCUS, cargo que no existía con anterioridad.

Estar fuera del gobierno le permitió observar al poder con una mirada otra, como diría un crítico posmoderno. Hace algunos años la editorial trostkista norteamericana Pathfinder publicó el texto La última lucha de Lenin: notas, cartas, artículos y discursos que muestran que la batalla postrera del revolucionario no fue contra la burguesía, sino contra dirigentes comunistas que  —parafraseando a Martí— tenían al pueblo en los labios y a la ambición en el corazón. Ese es el Lenin que necesitamos.

[1] Javiher Gutierrez y Janet Iglesias: “La muerte de Nicolai Lenine en la prensa cubana”, revista Estudios del desarrollo social: Cuba y América Latina, RPNS 2346 ISSN 2308-0132, vol. 2, no. 1, enero-abril, 2014 (www.revflacso.uh.cu).

[2] Vladimir I. Lenin: Obras completas, t. XXXV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1971.

22 enero 2018 97 comentarios 441 vistas
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