La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto

legitimidad

Simulacro
Democracia

El simulacro electoral nada más le sirve a las contrarrevoluciones

por Maykel González Vivero 24 marzo 2023
escrito por Maykel González Vivero

Votar o no votar, que parece la encrucijada de estos días, nunca ha sido el dilema de la sociedad cubana. Aquí se ha votado «fisiológicamente», como yendo al baño. Y no sólo porque las autoridades te lo piden y tantas veces te lo han exigido como prueba de lealtad, sino porque muchos pensamos, con la parte liberal de nuestro corazón, que votar es necesario, que es justo, que es bueno.  

Votamos, en esencia, porque el liberalismo sigue en la raíz de la idea que tenemos de una república, y fue por eso que la Revolución Cubana se inventó unas votaciones precisamente en los 70s, durante la década más estalinista de su historia. Someterse al voto es, al fin y al cabo, la manera más sencilla de legitimarse. Los otros caminos son complejos, requieren más energía.

No son pocos los gobiernos que bien votados en su momento, pierden luego la aprobación ciudadana. Pasa en cualquier lugar del mundo. Pero el liberalismo ya hizo su operación decisiva, unas elecciones, y después de ese acto, que se presenta como sagrado e inapelable, todo da igual.

La reacción de la ciudadanía ante un gobierno desafortunado, incluso ilegítimo por su actuar, tiene que esperar unos años. El liberalismo es muy moderno en esto. Cumplido el plazo, respetado hasta el último segundo de tu impaciencia, podrías votar por la oposición.

Casi siempre esa oposición es el antónimo ideológico del gobierno que no quieres. Puede que no quieras exactamente lo contrario de lo que tenías, pero la mesa liberal nunca está bien servida. Trae plato fuerte, guarnición y un postre azucarado. Es una completa de restaurante barato donde no te dejan cambiar chicharritas por tostones porque se les terminaron los tostones, o peor, porque nunca los tuvieron.

Entendido esto, ir a votar en completa conciencia este domingo, aunque sea sólo por llevar a la contraria a quienes piensan que debemos elegir anémicamente entre lo que hay, como plantea el modelo liberal hegemónico, también puede ser visto como un gesto de resistencia ciudadana.

De un lado está el gobierno, reclamando la lealtad de siempre a los votantes cuando el país va peor. Lo que se espera, encima, es que renuncies a la posibilidad de elegir y te limites a confirmar la decisión de una comisión fantasmal.

"El voto unido no es una consigna, es una estrategia revolucionaria. No es un acto de disciplina, es un acto de conciencia. Debe hacerse no porque se solicite en nombre de la patria, sino porque se comprenda a fondo que la patria lo necesita"
Fidel Castro Ruz #YoVotoXTodos pic.twitter.com/r3K74YSa3o

— Asamblea Nacional Cuba (@AsambleaCuba) March 12, 2023

Del otro lado están sus opositores, apasionados con la campaña del #YoNoVoto y #EnDictaduraNoSeVota. Esta postura plantea, como la gubernamental, que cada votación efectuada en Cuba tiene que ser un referendo sobre el sistema político. Para la  mayoría de la oposición organizada, el sufragio legítimo sólo podrá darse en un régimen liberal.

Los que estamos sin equipo, los que vemos el simulacro de ambas partes peleándose por la legitimidad que sólo nosotros los ciudadanos podemos dar, ¿dónde nos ponemos? Me preocupa tanto ser un votante pasivo, leal, aburrido, como sumarme a la campaña de abstención que propone el grupo de quienes defienden un proyecto político agotado en el mito de que basta con votar entre varias listas para que se haga la democracia.

Si este fin de semana quisiera mandar algunos mensajes al gobierno cubano, uno de ellos sería que no hago grupo con los que creen esta vieja mentira. Que no creo en el voto de castigo que me obliga a «elegir» lo menos malo, ni respaldo campañas electorales financiadas por los empresarios, ni doy plazos de legitimidad a las plutocracias.

Me alegra que este mensaje le guste a la Plaza de la Revolución, en particular porque viene con otro que no le gustará nada:

No importa si este domingo la mayor parte de la ciudadanía leal, cansada, aburrida, «elige» la única lista de diputados, confeccionada por organizaciones momificadas con el gran objetivo de dejarlo todo como está.

No importa si, a pesar de la campaña liberal para votar algún día entre dos o tres hipotéticos partidos, queda un grupo que, por tradición, siga dándole una palmadita en la espalda encorvada al único partido, el «malo conocido».

Un instante, exactamente como pasa en los regímenes liberales, no garantiza legitimidad.

Una parte de la legitimidad se perdió cuando construyen hoteles junto a hospitales que colapsan, y ninguna autoridad pudo explicar claramente, en palabras sencillas y con evidencias, por qué sucede esto.

Simulacro

Una parte de la legitimidad se perdió cuando construyen hoteles junto a hospitales que colapsan.

No volverá mágicamente este domingo la legitimidad que se fue a bolina con el «ordenamiento monetario» que ningún político cubano ha explicado, en detalle, con términos llanos, por qué acabó siendo un fracaso.

Otra parte de la legitimidad se perdió cuando cientos de personas fueron sancionadas, por manifestarse, a demasiados años de prisión. Incluso si rompieron los cristales de una tienda como recurso extremo de protesta, cada año sumado con el fin de ejemplarizar, rebaja el respeto a una autoridad que confunde justicia con escarmiento.

Esta disputada legitimidad pudo compensarse un poco si el Código Penal hubiera sido votado en referendo como el Código de las Familias. Pudiera volver, en una dimensión bastante notable, si el gobierno adoptara una amnistía para los presos políticos que no venga con la condición del destierro.

Se abriría una era de legitimidad si el Partido Comunista de Cuba democratizara sus propias estructuras internas y decidiera abrir espacios para que la ciudadanía trabajadora, no partidaria, tuviera más voz, y ahora sí, voto, en la vida política del país.

Vendría una legitimidad inesperada si el parlamento, lejos de cualquier teatro de sombras, tuviera diputados surgidos de candidaturas populares, mejor relacionados con sus electores y capaces proponer leyes usando la iniciativa legislativa que les da la Constitución.

Este domingo será un bonito día para decirle todo esto a la veterana, y paradójicamente inmadura, Revolución Cubana. Que la democracia es posible. Que el simulacro electoral de un instante, esa falacia liberal, nada más le sirve a las contrarrevoluciones.

Finalmente, que un ciudadano pleno, uno que se descubra dueño de estas votaciones, usará la boleta como el papel en blanco de la democracia popular que sigue pendiente.

24 marzo 2023 45 comentarios
8 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Cuba dijo Si
Democracia

Cuba dijo Sí… ¡no exactamente!

por Domingo Amuchastegui 13 octubre 2022
escrito por Domingo Amuchastegui

El anuncio proclamado por todos los medios oficiales en Cuba el lunes 26 de septiembre, trataba de destacar lo más posible la imagen de un rotundo SÍ a la consulta electoral del nuevo Código de Familia tras largos meses de preparación. Para ello presentaban dos cifras claves: un 67.87% votó SÍ (a favor) y un 33% NO (en contra). Con solo un 67.87% a favor parecía exagerado afirmar que Cuba había dicho SÍ.

Sería legítimo afirmar que una mayoría se había mostrado a favor, pero con el 33% en contra. Resultaba evidente la presencia de un rechazo por parte del tercio de los electores, cifra nada desdeñable.

Más importante aún era el hecho —soslayado por todos los medios oficiales— que de un electorado compuesto por 8 444 467, habían ejercido su derecho al voto 6 251 786, o lo que es lo mismo: el 74.01%. Esto significaba que casi el 26% se había abstenido de votar. ¿Cómo debía interpretarse este elevado porciento de abstención, sino como una importante tendencia en favor del rechazo o —como se decía en tiempos anteriores a1959— voto negativo?

Si estas son las cifras oficiales publicadas, un simple ejercicio de aritmética nos ofrece algo muy diferente al exitazo que nos quieren vender los medios gubernamentales. Sumemos el 33% de los votos en contra con el 25% de la abstención y ¿qué resultado nos ofrece? Ni más ni menos que el 58% del electorado cubano votó de forma negativa, entiéndase: EN CONTRA.

Y se pudiera agregar algo más: En este último año, 180 000 cubanos con derecho al voto abandonaron la Isla en dirección, en abrumadora mayoría, hacia EE.UU. ¿Cómo debe interpretarse esta última cifra? ¿Cómo votos a favor del SÍ o a favor del NO? Pudiéramos especular un poco más y preguntarnos: Si el gobierno cubano hubiera otorgado el derecho a votar a sus emigrados que conserven la ciudadanía —como hacen muchos otros países—, ¿cómo se habrían comportado los números?

Cuba dijo Si

No obstante, la cifra del 67.87% de los que emitieron su voto por SÍ no debe ser por ello subestimada; es una cifra importante para medir la legitimidad del proyecto propuesto, pero está muy lejos de servir como basamento para los titulares triunfalistas de: «Cuba dijo Sí»…

Los tiempos en que el gobierno cubano exhibía votaciones favorables por encima del 97% a sus diferentes proyectos han ido quedando atrás de manera irreversible. El último episodio —la votación en favor o en contra de la nueva Constitución— del 24 de febrero del 2019, mostró un 9% en contra y un 4% de abstención. Más importante aún fueron las elecciones generales de 2018, donde el voto en contra sobrepasó el 10% y la abstención estuvo por encima del 25%.

Entre esos ejercicios electorales y el de ahora por el Código de las Familias han mediado acontecimientos que agravaron sensiblemente la crisis del modelo económico a niveles nunca vistos con anterioridad. Algunos de esos acontecimientos son: el sostenido fracaso para promover una fase de rediseño integral y eventual recuperación, la multiplicación de las agresiones y sanciones de parte de EE.UU., el factor coyuntural representado por la pandemia y sus secuelas, y sumados todos ellos se llega al gran estallido social del pasado 11 de Julio  de 2021.

El gobierno continúa describiendo este escenario como «una situación compleja», caracterización que queda muy lejos de un retrato exacto de la realidad y su reflejo en los patrones de votación advertidos en el ejercicio del pasado 25 de septiembre. No es casual advertir cómo, en medio de tan tremenda crisis, se malgastaran meses y meses en la preparación de un Código de las Familias que bien podía esperar por un futuro más estable, luego de ser enfrentados y superados debidamente los desafíos reinantes.

Esta vez, al menos, el presidente Díaz-Canel tuvo que admitir públicamente que dada esa «situación compleja» era posible que muchos cubanos depositaran «un voto de castigo», aunque confiaba en una votación mayoritaria, que insistió en su carácter de referendo. Así ocurrió, pero en una medida que sobrepasó con creces la magnitud de ese «voto de castigo». Ciertamente, puede afirmarse que Cuba no dijo Sí; sólo una parte de ella lo hizo, en tanto una ligera mayoría lo hizo en contra (sumados los votos en contra y la abstención).

Ganó el Sí. Se ha hecho justicia. Aprobar el #CódigoDeLasFamilias es hacer justicia. Es saldar una deuda con varias generaciones de cubanas y cubanos, cuyos proyectos de familia llevan años esperando por esta Ley. A partir de hoy seremos una nación mejor. #ElAmorYaEsLey ❤️🇨🇺 pic.twitter.com/O5o0Hi2cm1

— Miguel Díaz-Canel Bermúdez (@DiazCanelB) September 26, 2022

Por delante le queda al gobierno prepararse para las elecciones generales del 2024. Si la tendencia observada en los ejercicios electorales precedentes, y en este del 25 de septiembre, se mantiene y refuerza, el gobierno cubano se verá en una situación particularmente imprevisible y de elevadísimo costo en términos de credibilidad y legitimidad; una situación de consecuencias incalculables.

Por menos que esto muchos gobiernos en diversas latitudes pierden el derecho a continuar gobernando. Llegado ese caso, esperemos a ver qué hace la dirección del país ante una situación que ya desde los años noventa un miembro del Buró Político por aquellos años — Jorge Lezcano Pérez—, caracterizó como de tener «que gobernar en minoría». Dos años le quedan para superar la situación actual y recuperar legitimidad y respaldo. Será obra de un milagro.

13 octubre 2022 32 comentarios
4 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
recapitulacion
Ciudadanía

Recapitulación

por Consejo Editorial 15 junio 2020
escrito por Consejo Editorial

La dialéctica aplicada al estudio de la sociedad se parece un poco a la sabiduría oriental. Ambas nos enseñan que cada tiempo trae a la orilla del devenir lo que las aguas del río movían en su seno de largo tiempo, y que aunque la realidad puede tomar diferentes caminos, estos no son otros que los que laten como potencia en la semilla de cada instante. Eso se aplica también a la sociedad cubana actual, en el momento concreto que es el enfrentamiento a la pandemia de coronavirus. Ahora que el presidente Díaz-Canel anunció, el pasado 11 de junio, el cercano comienzo del proceso de recuperación, es buen momento para recapitular.

La llegada del Covid19, como todas las crisis, difuminó muchas de las apariencias de la vida cotidiana y sacó a la luz lo esencial. Entre otras cosas, puso de manifiesto que sigue vigente el pacto social según el cual el Estado garantiza lo mínimo para la reproducción de la vida de los ciudadanos. Pueden cerrarse los hoteles, los negocios particulares, puede intervenirse hasta el mercado negro, pero el Estado no puede permitirse dejar a merced de una epidemia a la población.

El pacto social es la base de legitimidad misma del Estado.

La legitimidad de un sistema político se fundamenta en un mito fundacional: eso en el caso cubano, está muy claro. Pero esa legitimidad tiene que reactualizarse cada cierto tiempo, es por eso que existen ritualidades, en las que se escenifica nuevamente la situación narrada en el mito. Es como si se reviviera la situación fundacional, para que el sistema mantenga un asidero en la experiencia de las personas. En otros países las elecciones pluripartidistas juegan ese papel. En Cuba, la ritualidad que le da vida al sistema político es la experiencia de la crisis, enfrentada de manera colectiva y exitosa bajo la dirección del Estado.

Si alguien se hubiera guiado por las apariencias, luego de posar una mirada superficial en La Habana de los últimos años, podría haber llegado a la conclusión de que la base del poder social se encontraba en el empresariado dedicado al turismo, tanto estatal como privado. Su diagnóstico estaría relativamente justificado, pues alrededor del turismo y algunos otros renglones económicos se habían dado los fenómenos más novedosos e incisivos en el plano social. La imagen de opulencia de los hoteles y las paladares, frente a la pobreza de una ciudad en deterioro constructivo, parecía ser la imagen que mostraba la realidad de lo que era Cuba.

Sin embargo, ha llegado la pandemia para demostrar que aún no son los nuevos ricos los que le ponen el ritmo de su reproducción a la realidad cubana. El racionamiento, lógica ajena a cualquier burguesía, se impuso en todos los niveles, incluso en una TRD que en su creación no se suponía que fueran para el pueblo. La cola del pollo se convirtió en el fenómeno más característico de la cotidianidad pandémica. En las nuevas condiciones, las nuevas clases acomodadas trataron de hacer valer sus privilegios utilizando el poder de su dinero: comprando turnos, comprando directo en los almacenes, haciendo componendas mafiosas para ser siempre los primeros en comprar cualquier mercancía preciada. No obstante, aparecieron entonces las autoridades, el Partido, el poder popular, el MININT, para restablecer la justicia en la cola.

Cada cola se convirtió en un sutil escenario de lucha de clases.

El Estado respondió de manera relativamente eficaz en defensa de la clase trabajadora. De esa clase todavía mayoritaria que trabaja para el Estado y para la que los productos de la libreta todavía son una parte significativa de su renta. Y para que el pollo llegara a la mesa de esas personas fueron enviados el  miembro del Partido, la funcionaria del poder popular, el capitán del Ministerio del Interior, revelando su verdadera función social. Es significativo que las personas de sectores pudientes tuviesen que recurrir a la corrupción, una especie de robo de la propiedad social, para poder mantener sus niveles de consumo, en lugar de tener al Estado en función de sus intereses, lo cual es lo normal en el mundo capitalista.

Pero he aquí que, incluso la corrupción y el mercado negro, fueron enfrentados con especial dureza durante la pandemia, llevándose el asunto incluso ante las cámaras de la televisión. Se puso de manifiesto una de las funciones de los medios de comunicación: ser una herramienta de poder, en manos de unos sectores, en su lucha por el desplazamiento de otros. El Estado cubano de tiempos pandémicos puso el puño sobre la mesa, y declaró abierta la temporada de caza del intermediario acaparador. Es cierto que algunos quisiéramos ver caer a más peces gordos de las empresas estatales que participan en el mercado negro, pero lo importante es que se trata de una demostración de fuerza del Estado, para mostrar su capacidad de imponer los mecanismos de la reproducción social, y enviar un mensaje visible a las clases sociales sobre las que descansa su poder político.

Nada de esto puede analizarse, por cierto, fuera del contexto de lo que es el relevo generacional. Ahora más que nunca, cuando la generación histórica se está preparando para abandonar las principales posiciones, los nuevos dirigentes del Estado necesitan validar ante el pueblo el pacto social. En ese sentido puede decirse que

La pandemia ha servido para fortalecer la nueva arquitectura del Estado y a sus rostros más visibles.

No solo eso. Si hubo un momento interesante y significativo en la intervención de Díaz-Canel el 11 de junio, fue ese en el que mencionó la importancia de “la unión civil y militar”. Y es que no se puede pasar por alto uno de los principales impactos de la pandemia en lo que se refiere a las relaciones sociales expresadas también a nivel de Estado: el redimensionamiento y empoderamiento del sector civil de la sociedad. De un momento en el que estaban en un primer plano nuestros heroicos militares, depositarios del honor de pasadas epopeyas, y también gestores de una buena parte de las empresas turísticas, hemos pasado a un momento en que el turismo demuestra su falibilidad, a la vez que son los médicos, epidemiólogos y científicos los que han pasado a primer plano. Esto no puede verse separado de otro de los hechos principales de los últimos tiempos: la presencia de un civil en el más alto cargo del Estado.

No quiero caer aquí en ninguna teoría conspiranoica. La unidad no es una figura retórica de nuestros políticos, sino uno de los principios de funcionamiento del Estado cubano. Como un iceberg que se mueve, el paso de este Estado será lo suficientemente lento para que no se parta, porque hay muchos intereses puestos en que no se parta. Pero de que se mueve se mueve. ¿Cuándo, en las últimas épocas, hemos escuchado una declaración que enfatice en el honor de lo civil, a la misma altura que lo militar?

La pandemia ha sido además el escenario perfecto para la puesta en funcionamiento de las nuevas estructuras nacidas de la Constitución del 2019. Las nuevas instancias en el municipio y en la provincia han respondido favorablemente, aprendiendo a coordinarse con el resto de las instituciones y organizaciones en ese arco organizativo que ha permitido la respuesta eficaz frente al coronavirus. Pero también en lo que se refiere a las relaciones entre el Estado y la sociedad civil, la realidad cubana se ha movido dentro de los causes que se desprenden de esa Constitución.

La libertad de expresión en el ámbito digital se ha convertido en una realidad de facto, a pesar de torpes intentos por contenerla.

Mientras en el mundo analógico seguimos teniendo el mismo puñado de periódicos oficiales de siempre, en las redes se ha desarrollado una dinámica de espacio público abierto, y prácticamente cada cual pone lo que quiere. Tanto es así que incluso ya tenemos fenómenos negativos asociados a las redes sociales, similares a otras latitudes, como el tribalismo, el sensacionalismo y el bullying.

Estas redes sociales han sido una de las vías a través de las cuales se ha canalizado el descontento público. Entre las insatisfacciones de los cubanos que han encontrado una voz en las redes, ha estado la necesidad de cerrar las fronteras en su momento, el desabastecimiento, los precios de Etecsa, los problemas de la plataforma Tu envío, etc. Esas son las cuestiones que realmente han preocupado o molestado a la ciudadanía, y que han encontrado una expresión en las redes sociales. Demandas ante las cuales el Estado, en la medida de sus capacidades, ha respondido, poniéndose de manifiesto lo importante que es para él el sostenimiento del pacto social.

Esta es la realidad del momento social y político en que vivimos. Muchas veces los intelectuales hacemos hincapié en nuestras inconformidades con el sistema político, con la manera en que se respetan o no los derechos políticos individuales. Y es positivo y necesario que se hable al respecto. Pero yo creo que hay que cuidarse también de no caer en un debate enajenado. Nada llegará antes de que llegue su momento. Los pueblos luchan por las causas que pueden entender como colectividad, aquellas cuya pertinencia les plantea la vida cotidiana. En Cuba, la lucha que está puesta sobre la mesa es la que define de qué manera se reparte el pollo.

¿Qué sectores de la economía serán los más beneficiados en la normalidad post-pandemia? ¿Cómo se hará para aumentar la producción de alimentos? ¿Qué papel tendrán las pequeñas y medianas empresas? ¿Cómo serán las relaciones de poder a nivel de Estado? Estas son cuestiones que se están planteando de una manera más inmediata.

15 junio 2020 19 comentarios
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
hacer
Democracia

Hacer Revolución

por Consejo Editorial 3 junio 2019
escrito por Consejo Editorial

Algunos se preguntan por qué se sigue hablando de Revolución para referirse a la Cuba actual, cuando es evidente que la revolución en sentido estricto ocurrió hace sesenta años, y que ningún proceso de cambio radical de la sociedad puede durar eternamente. Los más avispados, dicen que el gobierno cubano trata de utilizar el triunfo revolucionario como fuente de legitimidad. Lo cierto es que podemos decir que en Cuba la palabra Revolución ha cobrado vida propia, ha ampliado y modificado su sentido original.

En la astronomía, una revolución es la vuelta completa de un cuerpo alrededor de su órbita. Para la cultura política tradicional una revolución es solo eso, la salida violenta de un estado, el proceso de transformación que termina en la conformación de un nuevo estado. El círculo cerrado. Ese carácter constructivo sería lo que la diferenciaría de una mera rebelión o revuelta, que se quedaría solo en el momento destructivo.

Fernando Martínez Heredia fue el primero que me iluminó sobre las posibles razones de la persistencia del término revolución en nuestro discurso político. Con él aprendí sobre las semejanzas del proceso cubano con la Revolución Francesa: de cómo allí se estuvo hablando durante mucho tiempo de un Gobierno Revolucionario, incluso en la época del Directorio. Para la propaganda enemiga, incluso Napoleón era revolucionario. En nuestra isla, los movimientos de liberación tuvieron en el siglo XIX una tremenda influencia de las ideas de la Revolución Francesa, lo cual puede explicar la persistencia de dinámicas políticas semejantes, incluso en el siglo XX.

Todo esto se combina con la tremenda ambición de los objetivos que se propusieron los revolucionarios cubanos, después de 1959. Fidel, el Che, y sus compañeros, inscribieron a la Revolución Cubana como parte de un movimiento mundial por la eliminación del modo de producción capitalista. No se trataba ya de llegar a una sociedad de dominación diferente, relativamente superior. De lo que se trataba ahora era de conquistar el terreno de la utopía. Penetrar por los caminos que llevaran hacia una sociedad donde se tuviera toda la justicia.

El Che le dio tremenda importancia al concepto de transición. Evidentemente, si Cuba había abandonado el capitalismo, y no había llegado aún al Comunismo, se trataba de una sociedad en transición socialista. Mirando en retrospectiva, Cuba logró dar algunos pasos, tal vez imperfectos y erráticos, pero verdaderos, en esa dirección. El proceso normal de reproducción de la sociedad fue subvertido, y el proceso de producción de nuevas realidades se puso por encima de los objetivos de la reproducción social.

En el lenguaje de Fidel, donde todo brillaba por su simpleza, esa transición socialista hacia el Comunismo era la misma cosa que la Revolución.

Con los años, el fuego creador de los primeros años se fue enfriando. Ante el peso de la realidad y del sistema mundial capitalista, la sociedad cubana se fue institucionalizando. La revolución en el sentido tradicional terminó. Sin embargo, el nuevo status quo post-capitalista surgido entonces conservó muchos elementos que han permitido avalar a la sociedad cubana como una sociedad de transición socialista. De un modo precario, dependiente del poder de una vanguardia, pero la sociedad cubana conservó una capacidad para dirigir su historicidad, y para subvertir su reproducción social, que es ajena a las sociedades normalizadas por el capitalismo.

Entonces eso es lo que ha venido a querer decir Revolución en la Cuba post-revolucionaria: todo aquello que hace de Cuba un cuerpo extraño en el mundo sin voluntades colectivas del capitalismo hegemónico. La capacidad para violentar los procesos que llevan a la inercia, a la burocratización y a la normalización de la injusticia social. Es la capacidad que permitió que en el periodo especial no se cerraran las escuelas, que permitió crear una industria biotecnológica en un país pobre, que movilizó a todo un país en una Batalla de Ideas donde se llevaron computadoras a todas las escuelas, y que ha permitido sostener la soberanía nacional frente al poder norteamericano.

Con mucha tristeza, los revolucionarios tenemos que admitir que la democracia popular que debería acompañar a esa capacidad social es débil, y que se encuentra cada vez más socavada. Nunca fue muy fuerte, por las debilidades estructurales y la falta de consciencia política del sujeto revolucionario, tanto en la vanguardia como en las bases. Y hoy somos testigos del deterioro de las conquistas obtenidas en el pasado, y del avance del mimetismo: la utilización acrítica de mecanismos propios del arsenal del capitalismo hegemónico, mecanismos que hacen que termines convirtiéndote en aquello a lo que te enfrentaste en primer lugar.

No obstante, el Proyecto Revolucionario sigue siendo una parte importante del pacto social. Cuba podría ser un caso insólito de una nación comprometida con dejar de ser lo que es. En la palabra Revolución se han sedimentado una serie de significados, de horizontes de libertad y justicia social, en donde se mezclan las utopías del socialismo y la profunda utopía martiana de una República que sea de todos y para todos. A nivel ideológico, ha venido a ser como una estrella súper-significativa, que trasciende al Gobierno y al Estado, y a la que estos están llamados a servir.

La persistencia del Proyecto Revolucionario presiona todo el tiempo a la burocracia, que, a pesar de contar con todos los resortes del control social, se coloca sobre la sociedad como si estuviera pisando un magma recién enfriado. Está forzada todo el tiempo a cumplir al menos en parte con el pacto social.

Vistas así las cosas: ¿Cómo se puede ser revolucionario en el momento actual? Mi idea es que no se trata de hacer una revolución en el sentido tradicional del término. Se trata de contribuir a que se hagan realidad todos esos significados que viven hoy dentro de la palabra Revolución. Cumplir y hacer cumplir con el Proyecto.

Creo que los ejes de la política revolucionaria deben ser dos: uno externo y uno interno. De cara al mundo externo, debemos luchar por que Cuba encuentre el equilibrio exacto entre el antimperialismo necesario y el pragmatismo que nos dice que necesitamos una buena relación económica con los EEUU.

Hacia lo interno, los revolucionarios debemos luchar por cambiar todo lo que debe ser cambiado, reformar el pacto social, fortalecer el poder popular y aprovechar las potencialidades de la nueva Constitución, de tal modo que se logre romper con el viejo paradigma del socialismo de Estado, y podamos crear una sociedad que sea coherente con nuestras aspiraciones. Debemos luchar de un modo inteligente, pacífico, creando confianza entre los cubanos e incluyendo a todos.

Estas son mis reflexiones sobre lo que significa hacer Revolución hoy en Cuba. Espero que a alguien puedan servirle.

3 junio 2019 14 comentarios
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
Cuba

Legítima desde el comienzo

por Consejo Editorial 3 enero 2012
escrito por Consejo Editorial

LA REVOLUCIÓN CUBANA FUE LEGITIMADA DESDE SU PRIMER DÍA POR EL ENTONCES TRIBUNAL SUPREMO DE JUSTICIA

Por: Osvaldo Manuel Álvarez Torres (Master en Filosofía del Derecho, Profesor de Historial del Estado y el Derecho y Derecho Procesal)

 Uno de los manidos argumentos de los detractores de siempre de la Revolución Cubana, ha sido el cuestionamiento de su legitimidad en el poder, pues según sus explicaciones,  no fue el fruto de las tradicionales elecciones a la usanza de lo que postulaba la Constitución de 1940, que introdujo el semi-parlamentarismo en Cuba, aunque este texto constitucional fue defenestrado  y sepultado por los espurios Estatutos Constitucionales fijados por el dictador Fulgencio Batista, a partir del fatídico y cruento cuartelazo del 10 de marzo de 1952, que puso fin a la democracia representativa de entonces.

Pero la verdad debe ser dicha, para que se recuerde y para que quienes no la sepan, la conozcan,  y que jamás se deje morir la memoria histórica de una nación, dado que una nación, un país, una sociedad sin historia, estaría acéfala.

Continuar leyendo

3 enero 2012 187 comentarios
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
 

Cargando comentarios...