Votar o no votar, que parece la encrucijada de estos días, nunca ha sido el dilema de la sociedad cubana. Aquí se ha votado «fisiológicamente», como yendo al baño. Y no sólo porque las autoridades te lo piden y tantas veces te lo han exigido como prueba de lealtad, sino porque muchos pensamos, con la parte liberal de nuestro corazón, que votar es necesario, que es justo, que es bueno.
Votamos, en esencia, porque el liberalismo sigue en la raíz de la idea que tenemos de una república, y fue por eso que la Revolución Cubana se inventó unas votaciones precisamente en los 70s, durante la década más estalinista de su historia. Someterse al voto es, al fin y al cabo, la manera más sencilla de legitimarse. Los otros caminos son complejos, requieren más energía.
No son pocos los gobiernos que bien votados en su momento, pierden luego la aprobación ciudadana. Pasa en cualquier lugar del mundo. Pero el liberalismo ya hizo su operación decisiva, unas elecciones, y después de ese acto, que se presenta como sagrado e inapelable, todo da igual.
La reacción de la ciudadanía ante un gobierno desafortunado, incluso ilegítimo por su actuar, tiene que esperar unos años. El liberalismo es muy moderno en esto. Cumplido el plazo, respetado hasta el último segundo de tu impaciencia, podrías votar por la oposición.
Casi siempre esa oposición es el antónimo ideológico del gobierno que no quieres. Puede que no quieras exactamente lo contrario de lo que tenías, pero la mesa liberal nunca está bien servida. Trae plato fuerte, guarnición y un postre azucarado. Es una completa de restaurante barato donde no te dejan cambiar chicharritas por tostones porque se les terminaron los tostones, o peor, porque nunca los tuvieron.
Entendido esto, ir a votar en completa conciencia este domingo, aunque sea sólo por llevar a la contraria a quienes piensan que debemos elegir anémicamente entre lo que hay, como plantea el modelo liberal hegemónico, también puede ser visto como un gesto de resistencia ciudadana.
De un lado está el gobierno, reclamando la lealtad de siempre a los votantes cuando el país va peor. Lo que se espera, encima, es que renuncies a la posibilidad de elegir y te limites a confirmar la decisión de una comisión fantasmal.
"El voto unido no es una consigna, es una estrategia revolucionaria. No es un acto de disciplina, es un acto de conciencia. Debe hacerse no porque se solicite en nombre de la patria, sino porque se comprenda a fondo que la patria lo necesita"
Fidel Castro Ruz #YoVotoXTodos pic.twitter.com/r3K74YSa3o— Asamblea Nacional Cuba (@AsambleaCuba) March 12, 2023
Del otro lado están sus opositores, apasionados con la campaña del #YoNoVoto y #EnDictaduraNoSeVota. Esta postura plantea, como la gubernamental, que cada votación efectuada en Cuba tiene que ser un referendo sobre el sistema político. Para la mayoría de la oposición organizada, el sufragio legítimo sólo podrá darse en un régimen liberal.
Los que estamos sin equipo, los que vemos el simulacro de ambas partes peleándose por la legitimidad que sólo nosotros los ciudadanos podemos dar, ¿dónde nos ponemos? Me preocupa tanto ser un votante pasivo, leal, aburrido, como sumarme a la campaña de abstención que propone el grupo de quienes defienden un proyecto político agotado en el mito de que basta con votar entre varias listas para que se haga la democracia.
Si este fin de semana quisiera mandar algunos mensajes al gobierno cubano, uno de ellos sería que no hago grupo con los que creen esta vieja mentira. Que no creo en el voto de castigo que me obliga a «elegir» lo menos malo, ni respaldo campañas electorales financiadas por los empresarios, ni doy plazos de legitimidad a las plutocracias.
Me alegra que este mensaje le guste a la Plaza de la Revolución, en particular porque viene con otro que no le gustará nada:
No importa si este domingo la mayor parte de la ciudadanía leal, cansada, aburrida, «elige» la única lista de diputados, confeccionada por organizaciones momificadas con el gran objetivo de dejarlo todo como está.
No importa si, a pesar de la campaña liberal para votar algún día entre dos o tres hipotéticos partidos, queda un grupo que, por tradición, siga dándole una palmadita en la espalda encorvada al único partido, el «malo conocido».
Un instante, exactamente como pasa en los regímenes liberales, no garantiza legitimidad.
Una parte de la legitimidad se perdió cuando construyen hoteles junto a hospitales que colapsan, y ninguna autoridad pudo explicar claramente, en palabras sencillas y con evidencias, por qué sucede esto.

Una parte de la legitimidad se perdió cuando construyen hoteles junto a hospitales que colapsan.
No volverá mágicamente este domingo la legitimidad que se fue a bolina con el «ordenamiento monetario» que ningún político cubano ha explicado, en detalle, con términos llanos, por qué acabó siendo un fracaso.
Otra parte de la legitimidad se perdió cuando cientos de personas fueron sancionadas, por manifestarse, a demasiados años de prisión. Incluso si rompieron los cristales de una tienda como recurso extremo de protesta, cada año sumado con el fin de ejemplarizar, rebaja el respeto a una autoridad que confunde justicia con escarmiento.
Esta disputada legitimidad pudo compensarse un poco si el Código Penal hubiera sido votado en referendo como el Código de las Familias. Pudiera volver, en una dimensión bastante notable, si el gobierno adoptara una amnistía para los presos políticos que no venga con la condición del destierro.
Se abriría una era de legitimidad si el Partido Comunista de Cuba democratizara sus propias estructuras internas y decidiera abrir espacios para que la ciudadanía trabajadora, no partidaria, tuviera más voz, y ahora sí, voto, en la vida política del país.
Vendría una legitimidad inesperada si el parlamento, lejos de cualquier teatro de sombras, tuviera diputados surgidos de candidaturas populares, mejor relacionados con sus electores y capaces proponer leyes usando la iniciativa legislativa que les da la Constitución.
Este domingo será un bonito día para decirle todo esto a la veterana, y paradójicamente inmadura, Revolución Cubana. Que la democracia es posible. Que el simulacro electoral de un instante, esa falacia liberal, nada más le sirve a las contrarrevoluciones.
Finalmente, que un ciudadano pleno, uno que se descubra dueño de estas votaciones, usará la boleta como el papel en blanco de la democracia popular que sigue pendiente.