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juan valdes paz

Los “peros” de Juan Valdés Paz

por Haroldo Dilla Alfonso 26 octubre 2021
escrito por Haroldo Dilla Alfonso

Hoy la vida tocó a mi puerta con otra cuota de desolación: murió Juan Valdés Paz. Hubiera querido escribir que era un hombre del que es difícil hablar mal, pero no es cierto. Siempre existía una razón para fustigarlo: era intrusivo, hablaba alto, discutía sin compasión, robaba libros, entre otros hábitos intratables. Pero, aun cuando nos cargara lo suficiente para abominar de él, siempre que había que terminar con un «pero». Y el «pero» era lo más importante, porque tras él se parapetaba un hombre íntegro, solidario, erudito y de un humor ingenioso y sarcástico que incendiaba todas las reuniones en que figuraba.

Tuve la oportunidad especial de compartir profesionalmente con Juan en el Centro de Estudios Sobre América, donde Juan era, sin lugar a dudas, el referente teórico más importante. Poseedor de una biblioteca impresionante que no dudaba en derramar sobre sus colegas —prestando libros o pontificando con sabiduría y gracejo peculiar— siempre tenía tiempo para leer lo que los más jóvenes escribíamos, y hacernos entender errores, déficits y redundancias.

Aunque tenía una formación marxista, su sabiduría siempre lo empujaba a un eclecticismo fructífero cuyo punto innegociable era una inclinación por los enfoques sistémicos donde anidaban Weber, Durkheim, Parsons, Walzer y una gama amplia de autores neomarxistas españoles e italianos que nos proveía un amigo entrañable de aquellos tiempos: Manuel Monereo.

Personalmente aprendí de él una ética profesional diría que ruda, el valor de la crítica y el debate en la construcción del conocimiento y, lo que no es menos importante, la separación de dos tipos de verdades: la política y la teórica. Juan lo hizo, y por ello acompañó su obra teórica –escrita o simplemente hablada, pues siempre fue más juglar que escritor—  de una lealtad a lo que el denominaba el «proyecto revolucionario».

El término no era inocente. Creo que nadie en el CEA fue capaz de desarrollar una crítica holística al sistema-realmente-existente que se amparaba tras el epíteto de socialismo, como lo hizo Juan antes de que el Período Especial mostrara sus terribles fisuras. Fue un mérito de su talento. Pero siempre creyó que «el proyecto» —que remitía vagamente a justicia social, democracia, desarrollo e independencia nacional—, era rescatable y que nada justificaba un retorno a un pasado que él conoció desde sus muy modestos orígenes.

Podemos discutir sus puntos de vista, y de hecho fue lo que hicimos la última vez que nos vimos, almorzando en un restaurant dominicano en 2006. Justo cuando entendí que nuestras posiciones se bifurcaban para siempre, aun cuando ambos creyéramos en una alternativa socialista. Juan defendió un imaginario que derivaba de una realidad que se tornaba más deplorable según desaparecían sus soportes artificiales, pero que en última instancia era también su experiencia vivida. Era su propia vida.

Se puede argumentar que ese fue el drama de toda una generación de intelectuales. Y es cierto, pero con una diferencia que vale resaltar: Juan nunca bajó la cabeza y nunca hizo concesiones, aunque lo pagara con el silencio. Durante el affaire CEA buscamos la manera de incluirlo en el consejo de dirección que debió afrontar la discusión con la burocracia partidista, pues para entonces —1996— ya él había dejado todas sus funciones de dirección en la institución. Aceptó el reto y garantizo que fue de los que nunca titubeó en que no había marcha atrás, ni espacios para componendas.

Terminado este proceso fuimos dislocados en diferentes organismos, y a Juan le tocó una trinchera de la peor ortodoxia denominado Instituto de Historia, donde los enanos morales a cargo le hicieron la vida muy difícil hasta obtener su retiro. Nunca lo vi hacer guiños para arriba, ni conceder un tantico. Y así fue siempre: convencido de su historia, pero celoso de su integridad. Y, recalco, esa es la diferencia de Juan Valdés Paz, a favor de su grandeza.

Si la sociedad cubana hubiera sido más abierta y democrática, Juan hubiera terminado sus días en una catedra muy bien pagada de la Universidad de La Habana, solo investigando e impartiendo postgrados. Pero Cuba perdió esa oportunidad. Y el régimen lo prefirió  relegado a su modesta casa en Pogolotti, aprovechando las franquicias de la UNEAC y con un premio de consuelo.

En este día pensaré en Juan, como lo hacía desde hace mucho tiempo, en que nuestras posiciones políticas hicieron una diferencia que nunca mellaron mi cariño y admiración hacia él, y supongo que tampoco de él su afecto hacia mí. Con alguna frecuencia intercambiábamos comentarios por email, en los que siempre me llamaba —nunca supe la razón— «ostrogodo». Fue particularmente atento con mi familia, que también lo recuerda. Y a su tribu —Deisy, Karen, Elena y Alejandro— va nuestro pésame y al mismo tiempo nuestra felicitación por haber conseguido compartir sus vidas con un ser tan lleno de «peros».

26 octubre 2021 14 comentarios 2.241 vistas
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intelectualidad

El reto de la intelectualidad

por Esteban Morales Domínguez 27 junio 2020
escrito por Esteban Morales Domínguez

En abril del 2010 escribí que la corrupción, ya era entonces, el reto más difícil y peligroso que debíamos enfrentar. Un problema de seguridad nacional. Hoy deseamos alertar sobre la importancia que juega la intelectualidad, en medio de las circunstancias que vive el país, al tratarse de un asunto ideológico de primer orden.

Ya explicábamos en un reciente artículo, que la ciencia es una forma de poder. Por lo que no debemos descuidar su dinámica y mucho menos tratarla con mecanismos antidemocráticos. El papel de nuestros científicos en el trabajo contra la pandemia de la COVID19, resulta un ejemplo brillante de cómo deben trabajar unidos ciencia y política gubernamental.

Cuba es el único país de este hemisferio que no tiene analfabetos, cuenta con un nivel medio de escolaridad que es el más alto de la región, incluyendo Estados Unidos y Canadá. Como si fuera poco, casi más de un 10% de su población cuenta con título universitario y posee un “capital humano”  con un grado de penetración en el campo de la actividad científica, envidiable para cualquier país.[1]

Es decir, Cuba, cuenta con un potencial extraordinario, si somos capaces de utilizarlo para impulsar las tareas que debemos desplegar para la aplicación del modelo económico, hacer crecer nuestra economía y lo que es más complejo aún, para hacer corresponder ese cambio con la dinámica social y el cambio de mentalidad que resulta ineludible.

Dentro de esa dinámica, las Ciencias Sociales y Humanísticas son las llamadas a desempeñar el papel fundamental, junto al trabajo cultural, por ser las más próximas a la política. Sin embargo, se están produciendo fenómenos que perjudican sobremanera el papel de esas ciencias y del trabajo cultural dentro de la dinámica política del país.

Nuestra Prensa, al parecer, con una actitud de desconfianza y excluyente, por lo general, limita a nuestra intelectualidad de estar en los medios, desplazando sus producciones hacia planos alternativos. Digamos  a la intranet e internet, o hacia la Prensa extranjera, a la que solo tienen acceso apenas un 10% de nuestra población. Hablando, sobre todo, en términos de la dinámica informativa diaria, que es la más compleja, pues participa en las coyunturas políticas en que el país, día a día, se debe desenvolver. Hemos podido observar las dificultades siguientes:

  • La relación entre la política y las ciencias es muy débil aún. Observándose claramente cierta intolerancia ante todo aquello que se escribe, o se dice, con matices críticos, o que se sale de las “normas trazadas”. [2] Solo están entrando en proceso de consideración las opiniones que se vierten sobre nuestra economía, promovidas estas insistentemente por la Presidencia del País.
  • Se dificulta fuertemente el acceso a la información sobre temas sensibles, provocando que nuestra intelectualidad revolucionaria, quede en desventaja dentro del debate que tiene lugar en los medios extranjeros, la prensa, internet y la academia fuera de Cuba.
  • Se promueve la crítica (Raúl Castro la ha promovido explícitamente) pero al mismo tiempo, se frena. Pareciendo como si hubiesen dos políticas; la que promueve nuestro Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba y la que una burocracia, asentada en el poder, despliega aún a contrapelo de la orientación política general.[3]
  • Se despliegan iniciativas, por parte de la sociedad civil, que han hecho surgir centros de debate sobre nuestra realidad, dígase: Espacio Laical, Revista Temas, Observatorio Crítico, Dialogar Dialogar, UNEAC, etc. Pero no se observa que la dirección ideológica del país promueva una relación con estos centros de debate, ni que aproveche sus resultados. Los miembros de la prensa nacional, apenas participan en ellos. Pareciera más bien que estos debates existen a pesar de no ser del agrado de la Dirección Política. Por lo que parecen realizarse en medio de un cierto ambiente ambiguo, de tolerancia y clandestinaje. Al mismo tiempo, algunas publicaciones, que no podrían ser tildadas de contrarrevolucionarias, son “demonizadas”, aunque muy a pesar de ello, circulan y son leídas con interés por sectores de nuestra población, principalmente por la intelectualidad, sin que sean nunca inteligentemente respondidas.
  • Nuestra televisión tampoco utiliza de manera insuficiente el potencial del que dispone, dentro de la intelectualidad nacional, para debatir y esclarecer los temas de mayor interés para la población. Sobre todo, si son internos. Muchos temas circulan boca a boca, dentro de la Isla, pero en la práctica se los regalamos a la prensa extranjera u otros medios, permitiéndole especular con ellos y manipular la información que revota sobre la población. Asuntos tales como: la economía, la dinámica de la corrupción, el tema racial y otros, no encuentran espacio suficiente para el debate. Por lo que en medio de la extraordinaria lucha ideológica que se libra hoy, quedamos en desventaja para que nuestra intelectualidad sea acompañada por la población. Solo en Facebook, e internet en general, se les puede encontrar, como temas que son tratados sistemáticamente y con amplitud. Pero, como sabemos, gran parte de nuestra población no cuenta con los medios necesarios para acceder a los mismos.

Es decir, las relaciones sistemáticas entre las Ciencias Sociales y Humanísticas, cultura, política e información, no funcionan para hacer de ese mecanismo lo que de hecho puede ser, un formidable instrumento de trabajo para hacer avanzar las tareas que debe desarrollar el país, en medio de la que está resultando su más difícil encrucijada de supervivencia. Por lo que hoy, aunque la tarea principal es construir el Nuevo Modelo Económico y hacer crecer la economía, nuestros retos son también ideológicos. Por supuesto, para que el mecanismo de la relación entre política, ciencia e información, funcione adecuadamente, son necesarias ciertas condiciones que nosotros aún no alcanzamos en el grado requerido. Entre otras:

  • Es necesario que la crítica abierta y responsable, como la ha proclamado nuestro Primer Secretario, deje de ser algo más que una orientación política o una consigna. Para pasar a convertirse en el modo de accionar político permanente.
  • Es necesario que cada organización política y de masas, comenzando por el propio Partido, haga de esa orientación del Cro. Raúl Castro Ruz, un instrumento permanente de trabajo. Hay quien ha dicho que se pueden hacer críticas, pero no al partido. ¿Cómo entender esto? Si el partido es el máximo dirigente de la sociedad y el estado. Y su actuación se encuentra continuamente expuesta a la opinión de la población.
  • La no delimitación, entre Partido, Estado y Gobierno, ubica en un cierto callejón sin salida al ejercicio de la crítica. Encerrando a la política dentro de un mecanismo, que hace imposible su valoración crítica y las posibilidades de su rectificación.
  • Es necesario que la población adquiera la confianza, de que la crítica, desde una posición revolucionaria, oportuna y trasparente, puede ser efectiva. Y que no será demonizada ni reprimida.
  • Hay que rechazar el refugiarse en la mera individualidad y promover todo aquello que permita el ejercicio pleno de la responsabilidad social ante lo mal hecho. Lo que significa obrar con transparencia informativa, democracia dentro de las organizaciones, contrarrestar la impunidad y promover el respeto de la opinión individual, aunque esta pueda ser equivocada. Pues estas últimas son menos dañinas que el temor a expresarlas ocultas.
  • El cambio de mentalidad debe abarcar fuertemente, también el trabajo cultural y a la intelectualidad. Esta última debe sentir que cuenta con la confianza, la más alta valoración de su espíritu creador y el respeto a su libertad de opinión. De lo contrario, se establece una lucha, que concluye, apartando a la inmensa mayoría de los intelectuales del camino del socialismo; y los que no se apartan, acaban  perdiendo su capacidad para arrastrar a las masas.[4]

En todos los ex países socialistas de Europa del Este, el trabajo político con la cultura y la intelectualidad representaron un reto imposible de superar. Los lastres del estalinismo y una política de los partidos comunistas que resultó insuficiente para eliminarlo, dieron al traste con la posibilidad de que el socialismo sobreviviera. Por lo que, no fueron solo culpables del derrumbe, la ineficiencia económica, la improductividad y la corrupción. Sino también, la incapacidad de los partidos comunistas, para liderar a sus respectivos intelectualidades, lo que terminó por producir el derrumbe espiritual de esas sociedades.

[1] En otros artículos nos hemos referido a que estas ventajas, encierran para Cuba el reto de cómo mantenerlas. Fenómeno dentro del cual, la eficiencia y flexibilidad de la política migratoria, desempeñan un papel fundamental. Ver: Moncada-Lectores del Mundo, del Autor, El suicidio de la Migración.

[2] Ver del Autor Ciencia y Política: un dúo complejo, Blog personal.

[3] Cuento con una experiencia personal al respecto, que se encuentra muy bien reflejada en mi blog.

[4] El intelectual, o es realmente revolucionario, oponiéndose a la intolerancia, la falta de democracia y al ordeno y mando, o termina siendo un oportunista despreciado por su propio gremio.

27 junio 2020 15 comentarios 478 vistas
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Cómo nacen las generaciones

por Alina Bárbara López Hernández 18 marzo 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Noventa y siete años atrás, el 18 de marzo de 1923, nacía la primera generación política republicana. No lo era desde el punto de vista biológico, o de la Historia de la Literatura, antes que ella existió la generación intelectual del 10. Pero una generación política es otra cosa, debe desmarcarse con precisión del modo de hacer de sus predecesores, romper con ellos y encontrar un cauce propio. Jamás ser continuidad. De las continuidades no nacen generaciones políticas.

El instante en que el jovencito Rubén Martínez Villena, a nombre de quince compañeros —de los cuales solo trece suscribirían el documento redactado a posteriori—, interrumpía un acto oficial del Club Femenino de Cuba que homenajeaba a la educadora uruguaya Paulina Luissi, se convertiría en un hecho histórico conocido como Protesta de los Trece.

Denominado por Juan Marinello “bautismo de dignidad” de aquel grupo, fue un gesto de desobediencia en apariencias de carácter reformista, pues se limitaba a denunciar la corrupción del gobierno de Alfredo Zayas. Sin embargo, allí se quebraba públicamente la “ascendencia mágica” que la generación de generales y doctores ejerciera sobre la sociedad cubana, y particularmente sobre la intelectualidad. El monopolio político del mambisado comenzaba a ser cuestionado, cuatro años más tarde entraría en una crisis definitiva con el anuncio de la prórroga de poderes por Gerardo Machado.

Para mediados de la década del veinte los revolucionarios del 95 habían envejecido, y con ellos una retórica discursiva inoperante que condujo al país a un callejón sin salida. La juventud intelectual debía encontrar un camino propio. La Protesta de los Trece fue su primer paso.

Las generaciones que han trascendido en la historia, literaria o política, son aquellas que se percatan de que sus aspiraciones, intereses y necesidades son diferentes a los de sus mayores; y actúan en consecuencia. El filósofo italiano Antonio Gramsci consideraba que en tiempos de cierre del horizonte político, las contradicciones tienden a manifestarse en el terreno cultural y simbólico. Así ocurrió con aquella generación. Sus preocupaciones eran de índole cultural en el amplio sentido de la palabra. Le darían pronto la espalda a la academia en campos como los de la educación, las artes plásticas, la literatura y la música. La Academia sería recíproca con ellos.

La Protesta de los Trece fue protagonizada por quince jóvenes intelectuales cubanos, dos de los cuales a última hora no quisieron firmar la declaración que implicaba a funcionarios corruptos del gobierno.

Posteriormente fundarían el Grupo Minorista, la Falange de Acción Cubana y otras organizaciones, formales o informales. Aquel núcleo intelectual no tenía una filiación ideológica definida; no obstante, aportaría a la política cubana, en plazos más o menos breves, representantes de todas las tendencias: comunistas, marxistas, antimperialistas liberales, reformistas y también grandes escritores y artistas que no militaron en ninguna de esas tendencias.

Las épocas cambian. Con ellas varían los temas en polémica, los intereses y las aspiraciones. También se modifican los caminos y los modos en que se desafía a las generaciones precedentes. Pero siempre hay un modelo sociológico que nos permite constatar esas rupturas.

Hace más de un año escribí estas palabras que creo totalmente vigentes ahora, quizás más que cuando fueron escritas:

«Decía Bertolt Brecht que la juventud tiene un ímpetu a prueba de balas, pero un optimismo que no tolera desengaños; y las voces jóvenes de hoy no son las que en los ochenta pedían órdenes y solicitaban que les dijeran qué hacer. Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en medio de un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

No existen generaciones históricas, existen generaciones que hacen historia. El movimiento de una sociedad no está únicamente en las continuidades, también está en los cambios, y las generaciones nuevas son las encargadas de eso. Junto a ellas debemos estar. O mejor, debemos ser parte de ellas».

Las controversias que asumen hoy una apariencia cultural y simbólica entre ciertos sectores de la juventud — ¿qué es arte?, ¿quién es artista?, ¿cuál es el rol de los símbolos y nuestra relación con ellos?, ¿es válido cuestionar la memoria histórica?, entre otras interrogantes— son en verdad cuestionamientos de carácter político. Puede que la forma de dirimirlos no sea compartida por todos, pero cerrar los ojos a esa realidad no es saludable.

Puede delegarse un cargo político. No se delega una generación política. Esa se gana su espacio, de una forma o de otra. Los protestantes de 1923 se ganaron un lugar en la historia. Los recordamos hoy con admiración.

18 marzo 2020 29 comentarios 799 vistas
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pobres

En la mesa de los pobres

por René Fidel González García 24 febrero 2020
escrito por René Fidel González García

Bajo el título de Cubanidades, el politólogo y filósofo argentino Atilio Boron ha publicado un artículo que pretende explicar “qué es Cuba y cuál es el misterio de la isla rebelde”.

Se puede o no coincidir con muchas de las cuestiones que afirma sin demasiado afán de profundidad y en una clave, en mi opinión, íntima y de admiración a la Cuba que le ha recibido durante años como amigo y académico de izquierda. Pero me ha llamado la atención de inmediato en el texto, por ser una de las ideas que permanecen subrayadas editorialmente en su reproducción en el sitio Cubadebate y porque me sorprendió encontrarla como parte de la explicación que se propone, lo siguiente.

“Cuba es una buena mesa con moros y cristianos, frijoles y tostones, cerdo en lonjas, cordero asado, langostas y pescados rellenos de camarones. También tamales en cazuela y la yuca con mojo de ajo, chicharrón y limón. Además, sopas que te vuelven a la vida, helados riquísimos, postres a cual más dulce y un elixir llamado café. Cuba es mojitos, piñas coladas y para rematar el banquete y deleitarse hasta el infinito rones exquisitos y tabacos incomparables, únicos en el mundo“.

¿ Y esto es de un intelectual de izquierda?, ha preguntado en las redes sociales una compañera. Lo peor es que sí, que es un intelectual de izquierda, como lo es también el medio cubano que lo replicó de inmediato, o los profesionales que saldrán mañana a resaltar las otras partes del artículo y la susceptibilidad de los que reaccionen a lo que se puede tomar como algo a medio camino de ser una idea creíble dentro del ramplón y fatuo plegable de promoción de un touroperador improvisado.

O como un insulto al pueblo que ha hecho y sostiene con su sacrificio, paciencia e increible nobleza cotidiana el resto – y más – de lo que se afirma en el artículo, pero nunca como un argumento para explicar qué es Cuba y cuál es el misterio de su rebeldía.

Yo no sé tampoco si nos endilgarán un discurso moralizante y severo temprano en la mañana, o al mediodía, como ocurre a ratos, o si callarán en sus perfiles de las redes sociales en espera de la próxima oportunidad para exigir todo el peso de la Ley contra los delincuentes, o contra cualquiera que no tenga ni una gota de poder disponible mientras ven esa misma Ley ser pisoteada y burlada una y otra vez como un maleficio atroz, como una maldición inexorable por los que sí lo tienen.

Lo que si sé y me alarma, no es la opinión de un académico, poco afortunada para nuestra realidad pero coherente con los espejismos que ocasionan las formalidades del protocolo, o con la capacidad de su propio peculio, es que exista y se empodere finalmente entre nosotros un nueva izquierda tan obsesionada y feliz por la belleza, la belleza de sus cosas, que acabe creyendo que es posible que confundamos nuestra pobreza y prosperidad, las cubanidades que pueden coexistir en nuestras luchas, fracasos y éxitos, en nuestros sueños, con sus vanidades.

¡Bienvenidos a la belleza!, parecería nos dicen sin bochorno, ni humildad, a los cientos de miles de ancianos empobrecidos y sólos que almuerzan y comen por la protección que garantiza el Estado, a los millones que esperan en largas colas que llegue un picadillo infame, o los huevos a la bodega con inquietud meteorológica porque es su fuente fundamental y sobre todo más democrática de acceso a la proteína. Para ellos, y para la mayoría, ni antes, ni ahora, Cuba fue ese “deleitarse infinito”, y es por eso que nuestro David metafórico no es pequeño.

Siento que estamos entrando como sociedad con entusiasmo y desparpajo – otros estarán en pleno goce desde hace mucho ya- a una época de cinismo en que la realidad estaría siendo pensada como un producto de consumo para escapar de ella quienes no pueden precisamente hacerlo.

Nos hacen mucha falta que lleguen otra vez, que salgan de entre nosotros otra vez, los héroes del bien, de la decencia y la honestidad, esos que la otra Cuba, que el pueblo grande alienta con las injusticias que caen sobre él, y cuando el pueblo chiquito es más soberbio.

Hay que tomar nota del peligroso declive ético que se está produciendo, del conservadurismo político y social que emerge esta vez conectado al poder económico, o con el encubierto e inconfesable deseo del poder, para medrar y alcanzar la riqueza a través de nuestras desgracias, hay que entender el arraigo y expansión de la cultura, los valores y las prácticas de los marginales exitosos, de la manera en que han infiltrado nuestras instituciones y logrado, por ahora, acorralar a la ética y al civismo.

De ese declive ético, de esos ejercicios sostenidos del oportunismo y la cobardía rentable y rentabilizada por ellos habrá que esperar los peores males. Pero no hay que olvidar nunca que la mesa de los pobres es también política, como la vergüenza virtud.

24 febrero 2020 53 comentarios 538 vistas
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buenos

No es un problema de buenos y malos

por Yassel Padrón Kunakbaeva 12 septiembre 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Algunos utilizamos mucho el término burocracia en nuestros análisis, y no nos damos cuenta de que eso puede confundir un poco a los lectores. El uso que le damos científicamente al concepto puede chocar un poco con las representaciones populares que existen en el sentido común sobre “burocracia” y “burocratismo”. En nuestro país, la mayoría de las personas asocia ese término con la lentitud de los trámites, con las demoras absurdas, los malos tratos, los procedimientos engorrosos. También tenemos una noción del “burócrata”, ese ser repetitivo, servil hacia arriba y autoritario hacia abajo, que ha sido presa habitual del humor criollo.

El concepto de burocracia ha sido desarrollado por muchos autores, entre ellos el genial alemán Max Weber. No pienso hacer una exposición exhaustiva de él en este artículo, para lo cual recomiendo los textos de Mario Valdés Navia en este mismo espacio. Solo quisiera decir que muchos de nosotros estamos influidos por la noción de burocracia que desarrolló Trotsky en obras como La revolución traicionada, en donde la muestra como una nueva clase que usurpa la dirección de la sociedad.

Cuando decimos burocracia, no estamos hablando solo de la disfuncionalidad en la administración pública. Nos estamos refiriendo al empoderamiento desproporcionado de los funcionarios del Estado. Decimos que aquellos que deberían ser servidores públicos, están explotando sus posiciones para ejercer la dominación y construirse privilegios.

Sin embargo, no se trata de construir una narrativa sobre la maldad de esas personas que ocupan posiciones como funcionarios públicos. Personalmente, creo que no tienen base las historias que algunos quieren construir sobre el carácter macabro de los dirigentes, teorías de la conspiración que los pintan como bestias sedientas de poder. Son representaciones que se manejan en la oposición radical, muy alejadas, a mi entender, de la verdad.

No es un problema de individuos, sino de estructura.

La vida real nos muestra muchos ejemplos contrarios a lo que nos quieren vender con ese discurso. Existen dirigentes honrados, directores de empresa a los que se les está cayendo el techo, y que no consumen más gasolina que la que tienen asignada. Personas que toman posiciones de responsabilidad que nadie quiere tomar, porque implican un gran riesgo de buscarse problemas. Dirigentes que escuchan al más humilde de los trabajadores y toman sus opiniones en cuenta.

La ineficiencia de la burocracia tiene el reverso de que, en algunos sectores, uno se encuentra funcionarios muy eficientes. Gente muy bien preparada en sus campos que, si no pueden hacer más, es porque los mecanismos generales no se lo permiten. En ese sentido, hay que decir que no todo el mundo se merece el calificativo de “burócrata”.

Para poder entender las características de la burocracia cubana, y valorar su desempeño, es necesario recurrir a la historia. Esa estructura surgió para dar respuesta a una problemática, y desde entonces no ha cambiado mucho.

La Revolución Cubana fue muy exitosa en destruir la mayor parte de las formas de dominación privada existentes en el pasado neocolonial. Fue eliminada casi por completo la propiedad privada sobre los medios de producción. Sin embargo, una vez que el Estado tomó el poder de casi todo, fue víctima de una paradoja inevitable: no podía eliminar la división entre trabajo intelectual, directivo y dirigente, y trabajo manual. Al no existir formas no autoritarias de organizar el trabajo, este tuvo que ser organizado de una manera centralizada.

La dominación no se fundamenta nunca solo en la explotación del hombre por el hombre y en la apropiación del excedente. Ella es también, un resultado inevitable de la división del trabajo, que hace mucho tiempo separó la función dirigente como una función especial, y promovió formas autoritarias de organizar el trabajo. Esa separación de funciones es lo esencial, pues ella permite que surja, alrededor del que dirige, ese espacio de oscuridad que le permite explotar a los de abajo impunemente.

En Cuba se eliminaron las formas de dominación privada, se intentó eliminar la explotación del hombre por el hombre. Pero siguió existiendo la figura del dirigente, con lo cual se amplió la dominación pública por parte del Estado. Al estar el dirigente en una posición en la que los de abajo no lo controlan, se crea el espacio para la impunidad, y la tentación, algo que los seres humanos difícilmente pueden rechazar. Por esa fisura entra la explotación del hombre por el hombre y la apropiación del excedente.

La burocracia cubana ha sido muy efectiva para conseguir aquello para lo que fue creada: administrar todo el proceso de producción y, lo cual ha sido a la larga más importante, la distribución. Porque si ha sido determinante la organización autoritaria de la producción, más determinante es, en estos tiempos en los que no se produce realmente mucho, la organización autoritaria de la distribución, lo cual se manifiesta en la distribución centralizada de recursos, dígase la gasolina, los alimentos, las divisas, etc.

Esa burocracia también ha sido muy efectiva en evitar el resurgimiento de formas de dominación privada. Sigue sin reaparecer la gran propiedad privada de origen nacional. Sin embargo, no ha podido evitar convertirse en un mecanismo de dominación pública, la cual se ejerce del modo en que esta ha funcionado en la contemporaneidad.

La gran solución para este problema sería, evidentemente, la completa socialización de los principales medios de producción y la construcción de formas no autoritarias de organizar el trabajo. Pero esto es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Cuba, como país subdesarrollado, está sujeto a los viejos paradigmas del pensamiento y al autoritarismo, también por la herencia hispánica. Habría que aprender todavía mucho de los métodos de la educación popular de Paulo Freire.

Por otro lado, los últimos adelantos de la robótica y la cibernética, las redes sociales, y los nuevos métodos de gestión basados en la innovación, son algunos de los adelantos más recientes que permiten vislumbrar la posibilidad de formas no autoritarias de organizar el trabajo. Pero esos avances están a la orden del día en los países desarrollados, no en Cuba. Si Cuba quisiera llegar a ser un país desarrollado según el paradigma actual, lo que debería hacer es empezar por un escalón inferior, fortaleciendo los métodos autoritarios de producción, tal y como hizo China.

Entonces solo queda darle una solución política al asunto, creando mecanismos de control popular sobre la burocracia. Seguiría existiendo la dominación, pero al menos los ciudadanos tendrían un modo de reducir el espacio para la impunidad.

Sin embargo, la burocracia cubana, como en su tiempo lo fue la soviética, es un sistema cerrado que abarca a toda la sociedad y no tiene contrapeso. Esto también tiene un objetivo: evitar cualquier brecha que puedan utilizar los múltiples y poderosos enemigos de la Revolución para destruirla. Y en ese sentido, también hemos de reconocer que se ha cumplido el objetivo. Lo malo es que desaparece cualquier medio para contrarrestar la dominación pública por parte del Estado.

La burocracia cubana es, hasta ahora, un sistema cerrado, porque la ciudadanía tiene escasa capacidad para controlar quienes pasan a ser miembro de ella y qué posiciones ocupan. Todo eso se controla desde el Partido a través de la Política de Cuadros, por lo que los dirigentes pasan a ser casi como una casta, como en su tiempo fue la nomenclatura soviética.

Como se ve, no es un asunto de maldad particular: otras personas en las mismas posiciones cometerían errores similares. Por eso no se trata de un problema que pueda resolverse con campañas moralizantes, o con consignas a través de los medios de comunicación. El que castiguen a algunos dirigentes corruptos desde arriba, puede tener un efecto temporal, pero tampoco aporta una solución duradera. Los problemas estructurales solo se solucionan con cambios estructurales.

Mientras tanto, como se decía en otro tiempo, seguimos en combate.

12 septiembre 2019 40 comentarios 390 vistas
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Ni con hechiceros ni con caciques

por Alina Bárbara López Hernández 4 julio 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Esta es la segunda vez que cumplo el deber cívico de polemizar con Carlos Luque. No me molesta hacerlo, es un ejercicio aportador para ambos pues el intercambio de opiniones puntualiza enfoques y esclarece malentendidos.

En la primera ocasión me acusó de “enemiga de la verdad”, un auténtico eufemismo para decirme mentirosa. Ahora, en su texto “El hechicero de la tribu, con permiso de Atilio Borón”, me representa como una persona que se cree superior al pueblo por la utilización de la frase, para él “infeliz” de que “Los intelectuales hemos incumplido durante décadas el rol de conciencia crítica que nos correspondía”, tesis que afirmo en el artículo: “Los intelectuales y sus retos en la época actual”.

Si por el término en cuestión Luque considera que juzgo al intelectual como un ser superior, “juez repartidor de los premios y castigos”, que mira al pueblo desde la altura de su inteligencia, refugiado en una especie de caverna de las ideas de Platón, en un cuartel general del conocimiento; quiero tranquilizarlo en ese punto. Acepto, al igual que el pensador marxista Antonio Gramsci, que:

“Es preciso, por tanto, demostrar, antes que todo, que todos los hombres son «filósofos», y definir los límites y los caracte­res de esta «filosofía espontánea», propia de «todo el mundo», esto es, de la filosofía que se halla contenida: 1) en el lenguaje mismo, que es un conjunto de nociones y conceptos determinados y no simplemente de palabras vaciadas de conteni­do; 2) en el sentido común, y en el buen sentido; 3) en la religión popular y, por consiguiente, en todo el sistema de creencias, supersti­ciones, opiniones, maneras de ver y de obrar que se manifiestan en lo que se llama generalmente «folklore»[1]”.

La diferencia entre los intelectuales y las personas que no lo son, no radica estrictamente en su nivel de instrucción.

En mi vida profesional ha sido decisivo el ejemplo de mi padre, un obrero mecánico que tiene hoy 78 años de edad. De él adquirí el amor por la lectura, una buena ortografía y la costumbre de cuestionarlo todo. No entiendo que la naturaleza de un trabajo sea mejor o peor. Los factores que pueden tornar embrutecedora una tarea son las condiciones en que ella se desempeñe y la retribución que se perciba por hacerla. Toda labor dignifica. Lo indigno es no poder vivir del fruto del trabajo que realizamos.

Luque nos ilustra en cuanto a la división social del trabajo y desliza la siempre útil insinuación del pecado original: “hay alguna diferencia entre sudar en el surco y sudar leyendo y pensando o buscando en el ordenador”. Depende, estimado amigo, depende de las condiciones.

Quizás en Chile, donde me dicen que usted reside, sea esta la relación arquetípica que se establezca. Pero yo vivo en Cuba, razono desde mis circunstancias y desde mi experiencia. Y mientras redacto en el ordenador la oponencia a una tesis doctoral que contribuirá a la formación de personal calificado, reviso investigaciones como tutora o escribo un artículo para una revista científica cubana; estoy haciendo trabajo voluntario de manera altruista, pues en nuestro país ninguna de esas actividades especializadas se paga, al menos hasta hoy.

Sin embargo un campesino, también como fruto de su labor consagrada y honrada, puede ganar, vendiendo varias cajas de viandas, lo que podrían ser todos mis salarios de un año. De modo tal, hay que ser más reflexivo cuando se valore el desempeño de un tipo de actividad, física o intelectual, para adjudicarle etiquetas que simbolicen en ellas actitudes más o menos revolucionarias.

Pero volvamos al argumento de la conciencia crítica. En mi opinión, esta trasciende una cuestión de intelecto y se encamina hacia la actitud cívica del sector de la intelectualidad, condición que lo lleva a participar activamente en la vida política de sus países y a influir sobre sus contemporáneos.

Si volvemos la mirada a la historia universal y nacional, constataremos que ha sido eminentemente el sector de la intelectualidad, más preparado que otros para reaccionar enérgicamente ante los mecanismos de dominación —dadas su formación jurídica, filosófica, histórica, sociológica, antropológica, etc.—; el que detentó un liderazgo político y encabezó las demandas de trasformación, por vías pacíficas o armadas. Hay excepciones, es cierto, pero ellas confirman la regla.

No afirmo con esto que un verdadero movimiento de cambios pueda ser exclusivamente intelectual, eso sería elitismo puro y negación del papel decisivo de las mayorías. Varela, Céspedes, Agramonte, Martí, Mella, Villena, Guiteras, Fidel, fueron intelectuales que se inmiscuyeron activamente en la vida política de sus épocas, a veces rompiendo no solo con el poder, sino con el modo de hacer política de sus predecesores.

Las mayorías han necesitado, por lo general, del intelectual como líder.

La dualidad del intelectual-político se fragmentó en los modelos de socialismo burocrático. Allí se le exigió al sector una lealtad monolítica, que fue debilitando el ejercicio del pensamiento crítico, esa conciencia crítica que deplora Luque. Especialmente los intelectuales vinculados a las ciencias sociales, ámbito político de sí, fueron apartados de cualquier aportación. Es sintomático que tras la muerte de Lenin el marxismo soviético no diera mucho más allí en su evolución teórica. La mayoría de aportaciones vinieron de pensadores que se desarrollaban en contextos capitalistas.

En nuestra Isla, los intelectuales marxistas que comenzaron a debatir la teoría, nucleados alrededor de la revista Pensamiento Crítico, fueron apartados de sus funciones y, durante años, movidos como personas incómodas de una institución a otra.

La misma afirmación de Luque: “No dejemos de mencionar aquí a los políticos, esa otra función intelectual y otras muchas subespecies que no vienen al caso”, demuestra su confusión al verlos como algo diferente. ¿Qué era Martí, intelectual o político?, ¿qué fue Fidel?

Entre nosotros el intelectual fue dejando de ser político y, desgraciadamente, el político dejó de ser intelectual y se fue consolidando como clase burocrática, instruida, pero no calificada ni para improvisar un discurso. Fernando Martínez Heredia, alertaba que cuando el marxismo se convierte en una ideología de Estado, va mutando de un mecanismo de liberación hacia una ideología de dominación. En esa metamorfosis la intelectualidad cubana tiene una gran responsabilidad. Su incondicionalidad la fue separando de su función política, que es mucho más que aplaudir y apoyar consignas, y le dejaron esa ocupación a la burocracia.

En los albores de las relaciones humanas, los hechiceros de la tribu eran los encargados de explicar aquellos aspectos del entorno que no eran comprendidos. Creaban así una ilusión de realidad. Su otra función era reverenciar a los caciques. Hechiceros y caciques serían el núcleo de las futuras clases sociales gobernantes.

Entre nosotros el discurso ha encubierto muchas veces a la realidad y los intelectuales lo hemos permitido por dos razones: acatamiento acrítico o conveniencias personales. Dejamos de ser políticos y tenemos que recuperar esa función. Esa era mi meditación, más que llamamiento o manifiesto como dice Luque. En ese punto coincido autocríticamente en que hemos sido una especie de hechiceros, aunque no por las mismas razones que esgrime él.

[1] “Todos somos filósofos”, Tomado de El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce, La Habana, Ediciones Revolucionarias, 1966, pp. 11-13.

4 julio 2019 14 comentarios 323 vistas
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homenaje

Homenaje a la Dra. C. Alina López Hernández

por Yasvily Méndez Paz 24 junio 2019
escrito por Yasvily Méndez Paz

Hace días me pidieron unas palabras dedicadas a la Dra. C. Alina Bárbara López Hernández para un merecido homenaje en la sede de Ediciones Matanzas. La afamada editorial realiza este tipo de homenajes a escritores, editores, artistas, en fin, a personalidades que se destacan en el mundo de la cultura. En esta ocasión, Alina fue homenajeada por sus resultados como editora, cientista social, y especialmente por haber sido seleccionada como miembro de la Academia de Historia.

El homenaje comenzó con las palabras de Alfredo Zaldívar, director de la editorial, quien resaltó la significación que tiene para Ediciones Matanzas contar con sus servicios, expuso sus principales resultados como editora y sus valores como profesional. Leymen Pérez, poeta y editor matancero, leyó una semblanza donde resaltó su rigor profesional, preparación como cientista social, los aportes de su obra a la historiografía e hizo énfasis en su labor como tutora y profesora de Antropología Sociocultural. La conducción de la entrevista estuvo a cargo de Maylan Álvarez, autora de La callada molienda.

Según testimonios de los presentes, fue una entrevista muy personal donde Alina habló de sus preferencias en la cocina, cómo organiza su tiempo y otros aspectos de su vida. Alicia García Santana, escritora e historiadora, habló sobre sus dotes excepcionales como editora, resaltando no solo que critica las cuestiones formales de la obra, sino que realiza análisis de conjunto con los autores. También habló de la sencillez y profesionalidad con que Alina asume su trabajo y expresó que daría mucho más de qué hablar en el futuro.

En el acto estuvieron presentes estudiantes de las carreras Estudios Socioculturales y Periodismo en la ciudad de Matanzas, a los que ella impartió clases. Además, intelectuales que se han vinculado al mundo de la blogosfera gracias a los post que escribe para LJC. Algunos sostuvieron que lo primero que hacían en la mañana era buscar algún trabajo de Alina antes de comenzar el día. Como en aquellos momentos no pude complacer la petición realizada, hoy cumplo mi cometido. Aquí mis palabras para una profesora, colega y amiga.

Conocí a Alina en el 2003, cuando era estudiante de tercer año en Estudios Socioculturales y ella era mi profesora de Antropología. Hasta ese momento había tenido muy buenos profesores, pero Alina tenía cualidades especiales. Su rigor académico, sapiencia, lógica expositiva, exigencia y buen tino pedagógico para orientar y formar a sus estudiantes, la hacían una profesora excepcional.

Algo llamaba nuestra atención durante el primer semestre de estudios: un porcentaje elevado del grupo no tenía una idea clara del perfil de la carrera. Recuerdo a algunas llorando, pero la mayoría aceptamos que aquel era nuestro destino y debíamos asumirlo. A medida que pasaba el tiempo, la carrera nos hechizaba. ¿A qué se debía? A la formación recibida por los profesores del departamento de Marxismo Leninismo de la Universidad de Matanzas. Sin ellos, no lo hubiéramos podido lograr. Una de ellas fue Alina, sin dudas de las mejores profesoras que tuvimos durante nuestros años de estudio.

Alina Bárbara López Hernández recibe en 2007 el premio de ciencias sociales que otorga la Revista Temas

Aunque en aquellos momentos ser profesora no formaba parte de mi proyecto de vida, Alina siempre fue un ejemplo a seguir. Recuerdo con agrado sus conferencias, las lecturas de Malinowski, Boas, Tylor, Ortiz, por sólo mencionar algunos, y los debates que se propiciaban en clase. Su exigencia para la preparación y entrega de los trabajos finales nos hizo esforzarnos y ser mejores estudiantes. Fue mi tutora en la tesis de diploma, y descubrió en mí la escritora que llevo dentro.

Alina me enseñó la significación que tiene la formación académica y la coherencia con que debe asumirse, enrumbar cualquier tarea hasta el final por difícil que sea, la importancia de la lealtad detrás de un amigo, el trabajo en equipo y que el verdadero valor de la justicia es dar a cada cual según sus actitudes y capacidades.

Recibe pues, estas palabras, para quien siempre será mi profesora, amiga y colega de trabajo. Un humilde regalo entre párrafos, frases y mensajes que la magia de la tecnología esparcirá por Internet cual polvo en vientos de cuaresma. Merecido homenaje de la LJC.

24 junio 2019 20 comentarios 751 vistas
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In medias res publica

por Mario Valdés Navia 20 mayo 2019
escrito por Mario Valdés Navia

Siempre he creído que un ensayo es un manojo de ideas nuevas que el autor pretende comunicar al lector de manera más o menos literaria. Si lo logra, su lectura provoca un deslumbramiento inolvidable. Por eso no creo útil estar releyéndolos como si fueran cuentos por mucho que me hayan gustado. Mas, tengo dos excepciones: “Nuestra América” (José Martí, 1891) e “In medias res publica” (Desiderio Navarro, 2000). El primero porque encierra la quintaesencia del pensamiento martiano; el segundo por ser un desafío permanente a los intelectuales cubanos. Vale la pena glosarlo en vísperas de sus veinte años.

Según Desiderio, su interés al escribirlo era “contribuir a la comprensión del papel de la intelectualidad artística en la esfera pública en la Cuba revolucionaria”. Fue su aporte al evento El rol del intelectual en la esfera pública convocado por la Fundación Príncipe Claus de Holanda, en Beirut, Líbano, entre el 24 y 25 de febrero del año 2000. Su primera oración me aturde como un mazazo: “En medio de la cosa pública: es ahí donde están llamados los intelectuales a desempeñar su papel en cada país”.

El ensayo comienza replanteando varias de las preguntas cardinales que quedaron pendientes en aquella famosa entrevista grupal de Fidel con la vanguardia artística y literaria de 1961 y que hoy permanecen en un limbo interpretativo:

  • ¿Qué fenómenos y procesos de la realidad cultural y social cubana forman parte de la Revolución y cuáles no?
  • ¿Cómo distinguir qué obra o comportamiento cultural actúa contra la Revolución, qué a favor y qué simplemente no la afecta?
  • ¿Qué crítica social es revolucionaria y cuál es contrarrevolucionaria?
  • ¿Quién, cómo y según qué criterios decide cuál es la respuesta correcta a esas preguntas?
  • ¿No ir contra la Revolución implica silenciar los males sociales que sobreviven del pasado prerrevolucionario o los que nacen de las decisiones políticas erróneas y los problemas no resueltos del presente y el pasado revolucionarios?
  • ¿Ir a favor de la Revolución no implica revelar, criticar y combatir públicamente esos males y errores?

A seguidas, Navarro nos retrotrae a la segunda mitad de los sesenta cuando aún Fernández Retamar proclamaba con sano orgullo, a nombre de la intelectualidad revolucionaria:

“Con medidas incorrectas hemos topado, y ellas plantean, por lo pronto, un problema de conciencia a un intelectual revolucionario, que no lo será de veras cuando aplauda, a sabiendas de que lo es, un error de su revolución, sino cuando haga ver que se trata de un error. Su adhesión, si de veras quiere ser útil, no puede ser sino una adhesión crítica, puesto que la crítica es “el ejercicio del criterio” (…) de alguna manera, por humilde que sea, contribuimos a modificar ese proceso [la revolución]. De alguna manera somos la revolución.”

El análisis penetra entonces en el dramático año 1968 y sus antípodas. Su apertura con el Congreso Cultural de La Habana, verdadera luna de miel con los intelectuales del mundo y de Europa en particular, precisamente por intervenir en la esfera pública con protestas y combativas movilizaciones en favor de causas como las de Cuba y Viet Nam. Luego vendría el divorcio abrupto, lleno de ataques y recriminaciones a esos mismos intelectuales por sus críticas al Gobierno Revolucionario tras el Caso Padilla y el apoyo a la invasión soviética a Checoslovaquia.

El autor nos presenta sucintamente los momentos de apertura y cierre de las válvulas de la crítica revolucionaria, pero su tarea no se limita a lo histórico, es mucho más ambiciosa: desentrañar “no las medidas administrativas, sino el discurso que las legitima y, en general, la ideología y las prácticas culturales movilizadas contra la actitud crítica del intelectual, el carácter público de su intervención y hasta contra la propia figura del intelectual en general.”

Al hacerlo, Desiderio hará desfilar ante nosotros los pretextos de los censores de siempre y sus argumentos más socorridos: la Razón de Estado y el Síndrome del Misterio. Para combatirlos acepta la ayuda de grandes campeones (Retamar, Che, Haydeé, Alfredo, Engels, Mañach, Brecht, Bourdieu…), quienes entran al texto y parecen quedarse por ahí, como rumiando otras ideas que hubieran querido decir.

En particular, me encanta cuando hurga en “El socialismo y el hombre en Cuba” y saca a la luz esta tesis guevariana ignorada olímpicamente por nuestros burócratas y sus acólitos: “No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni ‘becarios’ que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas”. Aún más grata me resulta su mención a la obra crítica de los artistas plásticos de los años 80.

Es que para mí, graduado de una universidad pedagógica de provincia, que tuviera la dicha de cursar la inolvidable Facultad de Superación de la UH en 1987 y 1989, aquella zambullida en un arte contestatario dentro de la Revolución formó parte indisoluble de mi educación postgraduada. Por eso coincido con la cita de Gerardo Mosquera que Desiderio comparte: “Las artes plásticas (…) constituyen ahora la tribuna más osada. Su crítica social analiza males muy reales en busca de la rectificación”. Y menciona algunos de esos males: “burocracia, oportunismo, autoritarismo, rectificación pero no mucha, pancismo, centralismo antidemocrático…”

Valga esta nueva visita al texto de Navarro como una invitación al lector para releerlo a la luz de los nuevos tiempos, donde tanto tiene todavía por hacer. No obstante, creo que somos muchos los trabajadores intelectuales que podemos decirle hoy, en el segundo aniversario de su deceso:

“Maestro, aquí estamos, como Ud. nos exigió: ejerciendo la crítica revolucionaria, en medio de la cosa pública”.

20 mayo 2019 5 comentarios 711 vistas
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