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identidad

sexista

Por un periodismo no sexista

por Gabriela Mejías Gispert 7 octubre 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Si afirmara que la función de lxs periodistas es recoger información, procesarla y encuadrarla en un contexto; luego difundirla a través de cualquier medio escrito, oral, visual o gráfico; seguramente tendríamos una larga lista de debate, sobre lo reduccionista que resulta el concepto.

Si leemos dicha definición de la Real Academia Española (RAE) quedamos recalculando como GPS que perdió el rumbo: no nos basta, pero lo dice la RAE. Las instituciones y los medios de comunicación tienen para la ciudadanía carácter verídico; no en vano algunxs autorxs consideran a estos últimos el cuarto poder (junto con el legislativo, jurídico y ejecutivo).

Independiente a la vertiginosa rapidez con que se consigue información en la actualidad, la prensa sigue teniendo una importancia fundamental. Se suele creer a lxs periodistas por encima de cualquier otra persona de los medios de comunicación, mucho más si hablamos de un periódico oficial con trayectoria reconocida.

La prensa se modificó, así como lo que buscamos en ella. Un diario de prestigio puede tanto convencernos de que alguien es un buen candidato a presidente, como crear una imagen de inseguridad del lugar donde vivimos. Por ende, resulta imprescindible que lxs periodistas posean una determinada ética; actitud cada vez más maleable en el mundo hoy.

Podemos decir que a través de los distintos soportes deviene en una especie de vocerxs, profetas, educadorxs, conciliadorxs, analistas y creadorxs de opinión, según sea el caso. Contrayendo un compromiso implícito con el conjunto de la sociedad.

En el afán de abordar de forma llamativa un hecho que se cree noticioso, muchxs periodistas –con o sin intención— reflejan y/o reproducen la discriminación por motivos de género.

Recientemente producto de una pelea entre los jugadores de béisbol de Industriales y Holguín, el periódico Trabajadores utilizó la siguiente frase:

«La pelota nunca será un juego de señoritas porque hay roce, deslizamientos de base, pelotazos de desquite y hasta alguna que otra palabrota desafiante cuando la tensión del juego lo merece…»

Dejando en un paréntesis el mensaje subliminal que contiene: la legitimación de un poco de violencia «merecida» a un juego que debería ser de goce y el análisis de la necesidad falocentrista de medirse «la fuerza» de los jugadores; leer la noticia resulta mínimamente paradójica.

Una nota que pretendía denunciar la violencia termina reproduciendo un mensaje cargado de estereotipos, haciendo uso de una discriminación positiva hacia las mujeres. Mensaje que se desliza de una crianza sobre la base de frases machistas: las mujeres no saben nada de pelota, las mujeres son delicadas, las niñas no dicen malas palabras, eso de estar tirándose en el piso y ensuciando no es cosa de niñas…

Un mensaje subliminal que queda plasmado en la sociedad, reproduciendo conductas machistas sin darse cuenta. La oración donde dice «señoritas» fue modificada por las reacciones de lxs lectorxs.

La misma situación se ha reiterado en otros medios: Radio cadena Agramonte intentando resaltar a un equipo femenino de béisbol que participaría en los panamericanos, no supo cómo dibujarnos de otra manera: Una mujer que parada en la base se pinta los labios. Mientras, el catcher y el árbitro la miran con una mezcla de asombro y desaprobación, está demorando el juego.

La subdirectora del Semanario Girón tuvo que disculparse ante un reclamo del CENESEX, por una caricatura que colocaba la orientación sexual de Luis Almagro, como motivo fundamental de su posición política.

Algo similar pasa cuando vemos las noticias en los diarios. Un paneo de cada página nos muestra como las imágenes elegidas responden a un encasillamiento estereotipado de roles. Si las noticias hablan sobre el hogar, la educación o la salud de infantes, aparecen mujeres solamente. Cuando se tocan temas sobre los juegos de ollas por núcleo familiar, muchos de los discursos apuntaban a la gran ayuda que esto supondría para las féminas, entre otros muchos ejemplos.

Se vuelve patente la necesidad de un periodismo no sexista y con perspectiva de género.

Se espera que determinados medios continúen teniendo la esencia de una búsqueda de la verdad, plasmando de manera objetiva y además que logre satisfacer la necesidad de mantenernos informadxs. Es necesario preservar el posicionamiento honesto y neutral por encima de la subjetividad de quien redacta la noticia para nuestro consumo.

La poeta y crítica feminista Adrienne Rich decía: «Objetividad es el nombre que se da en la sociedad patriarcal a la subjetividad masculina».

Generar una prensa que sea capaz de evidenciar cómo se ven representadxs todxs en una noticia, que logre salir de la objetividad patriarcal para comunicar de manera más inclusiva, debe reflejarse en nuestra prensa. Tener en cuenta al conjunto de la población al enviar un mensaje, constituye uno de los compromisos fundamentales de cada periodista.

7 octubre 2019 13 comentarios 328 vistas
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Pensar la revolución

por Miguel Alejandro Hayes 30 mayo 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

La revolución que tuvo lugar en Francia marcó toda una forma de pensar a aquellas que le sucedieron en la historia. Eso, llegó también hasta la Revolución Cubana. Algunos de los efectos o implicaciones de ese enfoque pueden ser negativos.

Los revolucionarios franceses -aquellos que encabezaron el proceso de subversión de la totalidad social-, creían que la preparación previa de un grupo en el momento de mayor tensión de las contradicciones llevaría a la formación de un alto sentido político de la sociedad, que concluiría con el proceso que cambiaría la dinámica del sistema social. Era la teoría de las luces.

Esa no fue solo la forma de pensar de aquellos galos, era la del sujeto revolucionario. Era por tanto, la manera de pensarse a sí misma, de imaginarse, la Revolución Francesa; y así se propagó como molde. La supervivencia de este prisma se puede apreciar en la importancia de los líderes en la construcción historiográfica que tanto abunda aun.

Desde entonces, una buena parte de lo que conocemos como revoluciones –lo hayan sido realmente o no- se han visto en su espejo. Una de los movimientos que no pudo escapar de esa autoconciencia, fue el cubano. En la Revolución Cubana, la vanguardia “que sabe hacer las cosas” ha sido una constante, incluso, sobrevive hasta hoy la tesis de esta como modelo macro de la conducción social en Cuba.

Pero los momentos de cambios sociales no se pueden juzgar, por cómo se autodefinen, por todos esos colores que ellos mismos se ponen, explicaba Marx. Los riesgos de escribir la lógica de la historia estando inmerso en ella, eran asuntos que más de una vez señaló el alemán. Y lo cierto es que lo iniciado en 1789 ha sido sometido a revisiones muy serias, y desde hace varios años que se superó la teoría de las luces.

Se ha aclarado que no se trata de una preparación previa; que el estallido no tiene ocurrir en el momento de mayor contradicción económica; y que no es cuestión del sujeto político, sino del sujeto real -si de revoluciones se trata-. A pesar de ello, la Revolución Cubana por tanto, sus protagonistas, para pensarse a sí mismos, se han quedado atrapados en aquellos viejos esquemas ilustrados, sobre todo, en el último aspecto mencionado.

Lo particular, es que el imaginario social cubano es atravesado por la idea de Revolución. A pesar de que vivimos en una etapa posterior a esta, culturalmente seguimos  dentro de ella –en su dilema a favor o en contra-. De ahí que el cómo pensamos la Revolución, ha determinado cómo nos concebimos, como sociedad, como individuos dentro de esta. El resultado, es que la dimensión del partidismo político desde la cual nos definimos, penetra  las propias relaciones humanas en sus más elementales esferas. Sus efectos no solo van a la práctica política propiamente -y se hacen notar.

En no pocos espacios y ocasiones en Cuba ha sido –o es- más importante la identidad de ser revolucionario, que la propia condición humana; o mejor dicho, el ser revolucionario se convirtió, no en una actitud humanista y que recoja diferentes aristas de la vida humana –asociadas al nuevo sistema de valores construidos en la Revolución-, sino en una actitud estatista asociada al signo político -basta conversar en ciertos círculos, y ver cómo todavía se juzga a la gente por ese criterio-. La apreciación de un sujeto visto desde lo político –en relación al poder del estado-, ha sido más importe que un sujeto visto desde su totalidad humana.

Pensar la Revolución, que ella se piense a sí misma, que nosotros los cubanos la pensemos; no es solo un ejercicio historiográfico o de trazar una estrategia política a favor o en contra, ha sido, sobre todo, una forma de definir lógicas de cómo nos relacionamos como individuos. Por eso, en la medida que veamos la Revolución, no en su dimensión política, sino asociada al sujeto cotidiano, real, natural –en boca de Marx-, en la medida que sea esto último y no lo primero lo que defina, codificaremos también nuestras relaciones sociales en el mismo sentido.

30 mayo 2019 11 comentarios 431 vistas
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ofendes

Si ofendes, me maltratas

por Yasvily Méndez Paz 29 noviembre 2018
escrito por Yasvily Méndez Paz

Hace unas semanas participé en el Seminario de Violencia de Género en el Instituto Internacional de Periodismo “José Martí” en La Habana y allí pude comprobar las diferentes manifestaciones de violencia que todavía padecen muchas mujeres en Cuba. Tales fueron los casos de varios testimonios, recogidos en el libro Sobrevivientes, que no solo provienen de entornos rurales, marginales, familias disfuncionales y sin educación, como se suele enmarcar a nivel social.

La violencia de género es un fenómeno social mucho más complicado que no obedece a tipos de rostros, edades, estatus social, cultural y económico, ni espacios determinados. Mediante un complejo sistema de reglas, códigos, símbolos y representaciones, las visiones tradicionales en torno al género han estructurado las relaciones de poder entre hombres y mujeres, a través de la hegemonía masculina y la subordinación femenina.

Bien lo demuestra el francés Pierre Bourdieu cuando hace referencia a que el dominio masculino está suficientemente asegurado a través de discursos y costumbres que se expresan mediante refranes, proverbios, expresiones gráficas, rituales, y otras prácticas asociadas a la producción material y espiritual del ser humano. Todo ello ha generado una concepción ideológica que determina la violencia contra la mujer por razones de género.

Pudiera parecernos que estos problemas están anclados en el tiempo y muy alejados de la realidad contemporánea cubana, pues en la actualidad la reproducción de la violencia de género adquiere niveles de enraizamiento social casi imperceptibles, que dificultan su visibilización a nivel social.

A juzgar por las sutilezas que adquieren algunas formas en que se manifiesta, los mitos presentes en el imaginario social, y criterios patriarcales que consideran este y otros problemas de las mujeres como «invenciones de la teoría de género», la violencia contra la mujer se hace más visible tras expresiones físicas y sexuales, mientras la violencia psicológica y económica continúan siendo difíciles de percibir por la sociedad, a pesar de los daños que ocasionan a la autoestima de las mujeres agredidas y de que condicionan su dependencia con respecto al agresor.

En el caso de la violencia física, existen personas que deciden no inmiscuirse pues esgrimen aquel viejo refrán que preconiza: «entre marido y mujer nadie se debe meter»; sin embargo, la violencia contra la mujer no es un asunto privado, sino social, y como tal deben atacarse las causas que lo provocan. Ningún vínculo consanguíneo, matrimonial o de otra índole otorga el derecho a agredir o disponer de otra persona como si fuera un objeto.

Persiste la tendencia a considerar que si la mujer acepta los golpes y no deja al marido es porque le gusta; debemos reflexionar en torno a ello. La violencia pasa por varias fases y antes de manifestarse físicamente, las mujeres agredidas han entrado en un ciclo donde se vuelven frágiles, inseguras y dependientes de su agresor.

Este las aísla de su círculo de apoyo y ejerce su dominio psicológico, lo que las hace incapaces de romper el ciclo de la violencia por sí solas. Las mujeres violentadas no son culpables de sus situaciones, necesitan apoyo para generar estrategias de sobrevivencia que les permita fortalecer y emprender sus proyectos de vida.

No podemos obviar que la violencia de género tiene su origen en el patriarcado como sistema de dominación y este, como bien nos exponía una de las mayores especialistas sobre el tema en Cuba la Dra. C. Clotilde Proveyer, tiene carácter universal, histórico y su capacidad de adaptabilidad le permite transitar de una época a otra, ajustado a las nuevas condiciones económicas, culturales y sociales.

La organización patriarcal de la sociedad origina un grupo de problemas estructurales, que constituyen las raíces del asunto en cuestión; a saber: la construcción de identidades femeninas y masculinas en función de patrones sexistas, las diferencias entre hombres y mujeres en estatus y poder, y los patrones de género presentes en los procesos de socialización desde las formaciones tempranas de niños y niñas que determinan comportamientos y modos de actuación, los cuales asumen y reproducen a lo largo de sus vidas.

Cuando la familia, las instituciones educativas y culturales, la Iglesia, los medios de comunicación, la industria cultural, el derecho, la ciencia y el gobierno legitiman y transmiten estereotipos que perpetúan la dominación masculina y la subordinación femenina, se naturaliza la violencia de género; ello limita la capacidad de identificar sus patrones de comportamiento a nivel social y remarca los cimientos que la reproducen, de manera individual y colectiva.

Este es un problema social que atañe a todos; ergo, asumamos de forma responsable, consciente y proactiva la asunción de políticas para su prevención y solución, que conduzcan a una sociedad equitativa donde prime una cultura de paz basada en el respeto de la dignidad humana.

29 noviembre 2018 25 comentarios 350 vistas
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develando

Develando el género: un debate contemporáneo

por Yasvily Méndez Paz 23 septiembre 2018
escrito por Yasvily Méndez Paz

A lo largo de la historia, en las sociedades patriarcales se han establecido etiquetas sociales que limitan las potencialidades humanas en función de su adecuación de género. En la humanidad ha predominado el cacicazgo masculino; el hombre constituyó el sujeto histórico dominante y la mujer se convirtió en la dominada. Mediante la dicotomía de lo masculino-femenino se adjudican valores con significaciones antagónicas que, junto a otras categorías como estatus social, raza, nacionalidad, sexualidad, agudizan los niveles de discriminación presentes en las relaciones de poder.

En la red persisten criterios en torno a estos temas, pero han mostrado ambigüedades que suscitan las siguientes interrogantes; ¿cuáles son los orígenes de género y sexualidad? ¿Cuál es su utilidad para el logro de una sociedad más inclusiva? ¿Qué rol debe ocupar la familia, instituciones educativas y culturales, medios de comunicación, poder eclesiástico, el gobierno y la ciencia en la deconstrucción de patrones tradicionales de género y sexualidad?

Durante la segunda mitad del siglo XX ocurría un hecho sin precedentes; movimientos feministas anglosajones develaban los estudios de género. Estereotipos sociohistóricos asignados a hombres y mujeres -junto a roles, identidades y espacios de socialización- fueron planteados como construcciones culturales, desvirtuándose el carácter «natural» e «inamovible» con que se habían enmarcado hasta ese momento. Parafraseando a Simone de Beauvoir «No se nace mujer: se llega a serlo»; ser mujer/hombre y lo femenino/masculino no dependen de la biología per se, obedecen a patrones socioculturales y educativos que pueden cambiar bajo los efectos del ser humano.

Como expone Reina Fleitas «el género devino entonces un concepto que se refería a construcciones o pautas culturales que habían incidido en la formación de una identidad femenina subordinada, mientras el sexo quedaba para explicar los procesos biológicos diversos del ser mujer frente a los del hombre, los cuales atenido a su carácter natural no determinaban diferencias de posición social». No se trataba de ignorar las diferencias biológicas entre hombres y mujeres, sino que el mal considerado «sexo débil» no continuara en condiciones de «utillaje».

A medida que se profundizaban los estudios de género, aparecían otros problemas que complejizaban las concepciones teóricas y la sexualidad mereció espacios diferenciados de análisis. La teoría queer– término cuyos significados que se ajustan a este particular «extraño», «raro», «invertido», «tarado», «desviado»- fue muy útil para que la comunidad LGBTI de los años 90 llamara la atención sobre la existencia de una sexualidad que había sido considerada «pecaminosa» o «criminal» al transgredir la visión social basada en la heteronormatividad (normas establecidas donde se impone un modelo hegemónico heterosexual). Siendo Judith Butler una de sus principales representantes, se partía del presupuesto que si el género y la sexualidad eran construcciones socio-históricas y culturales, la liberación sexual era posible.

En Cuba, si bien la familia, instituciones educativas y culturales, medios de comunicación, poder eclesiástico, el gobierno y la ciencia han representado canales expeditos para legitimar y reproducir visiones tradicionales al respecto; no se pueden obviar los cambios evidenciados en los últimos tiempos. Ello resulta plausible pues constituyen vías certeras en la aplicación de acciones educativas y culturales, fundamentales para influir en el imaginario social y que se adopten posiciones a favor de las denominadas «sexualidades periféricas».

En el caso del poder eclesiástico, las Iglesias de la Comunidad Metropolitana (ICM) han actuado como contraparte a posturas tradicionales adoptadas dentro de la Iglesia Católica y otros devotos de la fe cristiana. Un estudiante me comentaba las manifestaciones públicas adoptadas por algunos «extremistas», que utilizan a Dios como «fachada» para esconder posiciones homofóbicas. Le preocupa que esos hechos recientes sean analizados como estados de opinión y presionen a la sociedad cubana y el gobierno, cuando en realidad no todos los católicos y cristianos asumen actitudes tan «retrógradas».

Sus preocupaciones pueden tener fundamento, a juzgar por criterios que persisten en algunos «corrillos políticos». Al interior del Partido Comunista de Cuba (PCC) coexisten varias posiciones; algunos consideran a los integrantes de la comunidad LGBTI como personas de «dudosa moral»; otros reconocen la necesidad de respetar sus derechos, pero no creen que deban ser centro de atención del gobierno ante problemas más concretos; existen casos que deciden no expresar sus opiniones quizás como resultado de una «educación machista»; y otra posición aboga por el amparo jurídico de sus derechos y que expresen su sexualidad sin ser objeto de tabúes y manifestaciones de discriminación.

Esperemos que enfoques políticos anclados en el tiempo no se interpongan; remover construcciones sociohistóricas y culturales sobre género y sexualidad, aprehendidas y reproducidas socialmente, pudiera conducirnos a posiciones más acertadas en la sociedad cubana. Resulta insoslayable «tirar de los hilos» para motivar a una reflexión colectiva; ¿sojuzgar, limitar?… consensuar y tolerar, verdaderas claves para el debate contemporáneo.

23 septiembre 2018 9 comentarios 469 vistas
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Cultura, identidad y cubanía

por Consejo Editorial 25 enero 2012
escrito por Consejo Editorial

Por: Harold Cárdenas Lema

Hace unos días tuve una interesante conversación con un estudiante de periodismo, este trató de convencerme que los cubanos se definen por ser bailadores y gritones, imagino que Martí se haya revuelto en su tumba al escuchar eso. Utilizo este pretexto para comentar hoy brevemente qué es lo que nos convierte en hijos de esta tierra.

Nunca escuché que Félix Varela, el Apóstol, Mella, Villena o cualquier otro de los grandes hombres que ha parido este país y de alguna manera han conformado la cubanidad, se caracterizaran por su baile o destreza vocal. La identidad de una nación consiste en el cúmulo de tradiciones, costumbres y formas de comportamiento que definen a los individuos que viven en ese territorio, por lo tanto podemos inferir de esto que está estrechamente relacionada con la cultura, y la nuestra es muy rica y diversa.

Cuba es un país de complejidades, diversidades y diferencias, todo aquel que busque argumentar de forma simple los complicados procesos culturales y sociológicos de este país, va a encontrar irremediablemente el fracaso. La variedad es lo que nos distingue, es una generalización imperdonable pretender que todos los cubanos toman ron, bailan, juegan dominó o gustan de la playa. Yo por ejemplo soy un pésimo bailador, y aunque disfrute el resto veo inadmisible que según la lógica de mi estudiante se me considere menos cubano por no escuchar música popular bailable (o salsa).

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25 enero 2012 322 comentarios 734 vistas
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Soltar amarras y recuperar nuestra identidad cívica

por Consejo Editorial 20 septiembre 2010
escrito por Consejo Editorial

Por Raúl Felipe Sosa
Hace unos días estuve leyendo un artículo muy interesante del periodista Jose Alejandro Rodríguez, titulado “Soltar amarras”, columnista consagrado del periódico Juventud Rebelde. En este artículo él expresaba su opinión sobre como el estancamiento de nuestra economía, los métodos arcaicos y la burocracia podían llevar a descalabro nuestro sistema social.
Como dije en un comentario me pareció que este tocaba aspectos muy sensibles y que ponía el dedo sobre la llaga en muchas cuestiones en las cuales no dejaba de tener razón. Ahora, pienso que si realmente queremos tocar aspectos que están afectando a nuestra sociedad, los cuales podríamos calificar como graves, estamos olvidando uno, en especial importante: la crisis de valores que devendrá muy probablemente en la pérdida de nuestra identidad cívica.

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20 septiembre 2010 45 comentarios 303 vistas
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