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Habana

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San Cristóbal de la Culpa

por Alejandro Muñoz Mustelier 4 septiembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Nos creíamos salvados. Las políticas gubernamentales y el esfuerzo de la población daban muestras inequívocas de una recuperación al alcance de la mano. Amén de los decesos y el número de infectados, que no son sólo datos estadísticos sino vidas, la curva de tendencia descendía visiblemente por debajo de los pronósticos más conservadores. De repente el rebrote, los eventos en La Habana y la tristísima vuelta atrás.

Aunque era esperado el contraataque del virus, no se había previsto que fuera en tal magnitud, ni por motivos tan fútiles como una fiesta multitudinaria o un club violando cada uno de los protocolos establecidos. Noventa y tres casos en un día emulaban con los momentos más duros de la epidemia. La reacción no se hizo esperar.

En las redes, en las calles, la opinión general culpaba a los habitantes de La Habana de la arremetida del virus: irresponsables, indolentes, indisciplinados, anárquicos, poco higiénicos –por usar un término publicable- y otros calificativos para los que siquiera existen términos publicables adornaron y adornan el gentilicio habanero en estos días. Pero qué es un habanero exactamente.

En el 2018 nacieron en esta ciudad 19800 personas, pero llegaron 21300 de otras provincias. Eso sólo en un año, se supone que la cantidad de inmigrantes del interior del país que viven en la ciudad sea de más del 25%, o sea, más de medio millón de personas. Por otra parte la emigración de habitantes de La Habana al extranjero oscila entre 15000 y 16000.

Con estas cifras es difícil hablar de un núcleo cultural habanero inamovible, sino que como sucede en casi todas las capitales este núcleo cultural se va modificando y reinventándose a sí mismo de acuerdo a las influencias externas. Por eso, la conducta habanera es la conducta de cualquier persona que viva en la Habana, no importa de dónde ni cuándo llegó, qué vino a hacer aquí, cuáles son sus orígenes o su nivel cultural.

El modo de vida habanero no es exclusivo de quien ha nacido en esta urbe, más bien es la combinación de los modos de vida que desde su fundación ha ido recibiendo y reciclando. No ha habido un sólo momento histórico en que no se hayan importado costumbres tanto del interior como de otros países, ahora más que nunca.

Por otra parte, cualquier estancia prolongada en la ciudad hace que se asuman actitudes y estéticas propias del lugar. Otro aspecto a destacar es la inevitabilidad estadística, o sea, en una población masiva hay muchas más probabilidades de que la contención falle, estas probabilidades son directamente proporcionales al número de habitantes; no fue necesario que diez mil habaneros, por poner un número, violaran ostensiblemente los protocolos establecidos, con tres o cuatro bastó, pero incluso en la sociedad más disciplinada –que no somos- tres o cuatro transgresores no es un número a tener en cuenta.

El problema es que tratamos con un virus, y la menor brecha se convierte en un problema serio porque además hablamos de una ciudad muy pequeña con más de dos millones de habitantes entre residentes y población flotante, por lo que el hacinamiento es una realidad, la forma caótica de apertrecharse de bienes de consumo es característica, y lamentablemente, la conceptualización y aplicación de las leyes es, muchas veces, flexible.

Culpar de eso a toda la población de San Cristóbal de La Habana es, además de una generalización, un facilismo. Los mismos eventos en otras ciudades y poblaciones del país –que los ha habido- hubieran tenido consecuencias más discretas.

La forma en que el rebrote ha tomado a la ciudad tiene culpables puntuales, tengo entendido que la ley ha tomado cartas en el asunto. La respuesta nunca puede ser la estigmatización de una población completa. Indignados vimos cómo gran parte del mundo estigmatizó a los chinos y a los asiáticos en general cuando comenzó la pandemia, era sólo cuestión de ojos rasgados, una especie de fascismo epidemiológico por parte de muchos medios occidentales. Por supuesto que el caso en cuestión no llega a esos extremos, pero llega a un estado de opinión, y con eso es suficiente.

4 septiembre 2020 22 comentarios 362 vistas
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censurado

En Tiempos de Blogosfera – CENSURADO

por Alina Bárbara López Hernández 12 febrero 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Palabras dichas en la no presentación de un libro. Feria del libro, Sala Carpentier de La Cabaña

Deseo, primero que todo, hacer votos por la salud del querido y respetado profesor Esteban Morales, que no puede estar acá pues se encuentra ingresado. Lo segundo, agradecer, a nombre de Mario y mío, a todas las personas que están hoy aquí. Y lo tercero, comunicar que, por razones ajenas a la voluntad de Ediciones Matanzas y de los organizadores de este espacio, En Tiempos de Blogosfera no será presentado como estaba previsto.

Me disculpo con todos ustedes, pero es evidente que se impone una explicación. La daré con brevedad. El texto en cuestión siguió el mecanismo requerido por la política editorial del país, dirigida desde el Instituto Cubano del Libro: ser evaluado por cinco expertos lectores que dictaminaron sobre el contenido, pasar luego a un Consejo Editorial Provincial, finalmente al Consejo Editorial Nacional y, solo entonces, ser incorporado al plan de Ediciones Matanzas. Recibió su ISBN que le permite ser comercializado y yo, en calidad de autora, firmé un contrato y recibí el cheque correspondiente a mis derechos, que ya hice efectivo.

Este libro y varios más estaban impresos desde hacía tiempo, solo esperábamos las cubiertas, que demoraron por problemas de financiamiento y transportación. Las mismas fueron trasladadas de La Habana hacia Matanzas por Albert Sopeña, nuestro Director Provincial de Cultura, persona que ha sido un gran apoyo para la editorial; sin embargo, las entregó todas excepto la de mi libro. Le dijo a Alfredo Zaldívar, director de Ediciones Matanzas,que debía consultar algo. 

Extrañada de su actitud impuse una entrevista, en la cual Albert Sopeña, avergonzado y casi sin sostener la mirada, me explicó lo que ocurría. La esencia es que recibió presiones ajenas a nuestro ministerio de Cultura, pues, según me dijo, ni el ministro ni nadie de la presidencia del Instituto del Libro conocían del hecho hasta ese momento, me refiero al pasado jueves 6 de febrero. 

Exigí saber de dónde venía esa decisión y admitió que había sido desde una instancia del Partido a nivel nacional. Reconoció estar consciente de la gran implicación de lo que hacía, pero dijo que lo podían dañar si entregaba las cubiertas, por lo cual entendí que lo habían amenazado. Le aconsejé que se asesorara por vías ministeriales y prometió hacerlo.

Hasta este instante nadie ha presentado una objeción, escrita o verbal, al contenido del libro que justifique el hecho de obligar a un funcionario del Estado a cometer un acto ilegal que traerá daños económicos a la Empresa del libro y que viola todos los procedimientos legales establecidos. El libro no se presenta por un problema técnico, la falta de la cubierta, pero no porque haya sido censurado abiertamente.

Se ha llegado a un punto hoy en que se echan de menos aquellos viejos censores comunistas de las primeras décadas del proceso, que, llenos de dogmas y de prejuicios, tenían el valor de oponerse, tenían ideas que oponer y una cultura sedimentada para poder hacerlo francamente. Se ha pasado de la época de Torquemada a la de Al Capone, de objetar las tesis de un texto a secuestrar su cubierta, como si se tratara de una pandilla delincuencial de quinta categoría. Es patético y decadente. 

Yo pudiera apelar a la necesidad de ver con normalidad la circulación de perspectivas diversas sobre la realidad cubana, a la importancia del respeto a la diversidad, a lo conveniente del intercambio teórico sobre las vías para construir el socialismo, pero no voy a hacerlo.

Mi única apelación será el respeto a la ley, a la Constitución que en apenas doce días cumplirá su primer año, y que en cuyo artículo 53 reconoce: “Todas las personas tienen derecho a solicitar y recibir del Estado información veraz, objetiva y oportuna, y a acceder a la que se genere en los órganos del Estado y entidades, conforme a las regulaciones establecidas. Por su parte, en su artículo 54 dice que“El Estado reconoce, respeta y garantiza a las personas la libertad de pensamiento, conciencia y expresión”.

¿Somos un Estado Socialista de Derecho o somos una autocracia invisible? Denuncio públicamente este caso. Lo haré a través de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba y de la Academia de la Historia, a las que pertenezco. Pero, por sobre todas las cosas, lo haré a través de los mecanismos legales que tengo como ciudadana.

Todavía confío en que este asunto se le haya ido de las manos a un funcionario intermedio que no concibió el alcance de su violación y actuó sin medir consecuencias.

Todavía están a tiempo de devolver la cubierta. El libro está programado para presentarse en el evento nacional de la Sección de Literatura Histórico-social de la Uneac y en la feria de Matanzas. Esperaré ese momento, si no recibo respuesta presentaré una denuncia formal y me sentiré libre de poner el texto en plataformas digitales para que sea descargado por los lectores. 

Muchas gracias

La Habana, 12 de febrero de 2020

12 febrero 2020 44 comentarios 366 vistas
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desidia

Víctimas de la desidia

por Alexei Padilla Herrera 1 febrero 2020
escrito por Alexei Padilla Herrera

Más de veinte años pasando por la avenida 100 fueron suficientes para que mi memoria grabara la expresión que rezaba en la valla propagandística colgada en el puente peatonal que da acceso al Hospital Pediátrico William Soler, de La Habana: «No hay nada más importante que la vida de un niño. Fidel Castro».

Es cierto que incluso en los momentos más difíciles del infinito Periodo Especial se mantuvieron las clases en la mayoría de las escuelas, así como las campañas de vacunación para prevenir el tifus, el sarampión, la meningitis y otras enfermedades erradicadas después del triunfo de la Revolución. También perdí la cuenta del número de veces que me atendieron en el viejo policlínico del barrio a la luz de un quinqué o de un farol chino.

La falta de recursos materiales y financieros no puede aceptarse como justificación para tragedias como la que asistimos 27 de enero de 2020, día en que la desidia y la negligencia segaron las vidas de María Karla Fuentes (12), Lisnavy Valdés Rodríguez (12) y Rocío García Nápoles (11). En todo caso, faltó el sentido común, la empatía y el respeto por la vida de los cubanos y cubanas que a diario circulan por las calles de Jesús María, uno de los barrios más humildes y guerreros de la capital desde los tiempos de la colonia española.

Es inmoral que la caída del balcón de un edificio inhabitable y en ruinas impusiera el luto permanente a tres familias cubanas, una escuela y toda una comunidad. Es inmoral porque según afirmaron familiares de una de las víctimas y varios vecinos, la demolición del inmueble se dilató por meses y solo concluyó con una operación relámpago, justo después del fatídico incidente.

La nota que sobre estos hechos Granma publicó el pasado 28 de enero, se refirió a la presencia en el lugar de Luis Antonio Torres Iríbar y Reinaldo García Zapata, primer secretario del Comité Provincial del Partido y gobernador de La Habana, respectivamente. Bien por ellos. Sin embargo, nada se dijo sobre si el caso está en investigación ni sobre los posibles responsables.

De acuerdo con el testimonio de la tía de una de las víctimas, Secons era la  entidad que pudo evitar el luto de esas tres familias. Una vecina del barrio de Jesús María, comentó a Cubadebate que el trabajo de las brigadas de demolición se limitaba a tumbar tres ladrillos y colocar una cinta para evitar que los transeúntes pasaran por debajo de la edificación. Las personas que retiraban la cinta que advertía el peligro también actuaron negligentemente.

Es cierto que la negligencia debe ser compartida entre diferentes entidades y actores, pero la mayor cuota de responsabilidad corresponde a los trabajadores a pie de obra y los directivos de Secons. Es cierto que la preservación de la cinta amarilla pudo haber evitado que las personas se acercaran a la zona de riesgo pero no impediría el desplome del balcón.

Si la empresa responsable por la demolición del inmueble sabía que un balcón no apuntalado era peligro  potencial para la comunidad, no estamos hablando de un accidente, sino de un crimen.

Dejo para otro momento el análisis más profundo sobre el tratamiento que los medios partidistas dieron al infausto acontecimiento, si el canciller Bruno Rodríguez  hizo bien al darle el pésame a la familia del genio del baloncesto Kobe Bryant y obvió a las de las niñas cubanas, o si las escuetas y tardías condolencias enviadas por el presidente Miguel Díaz-Canel, vía Twitter, fueron resultado de sus sentimientos o de las obligaciones del cargo y la críticas  a su silencio que circularon por la media social.

Espero que la omisión a que la prensa partidista nos tiene acostumbrados cuando de ciertos casos se trata, no sea reflejo de la tibieza de las autoridades políticas. Por cierto, no he visto un solo periodista del NTV pedir – tal como hicieron ante tumulto durante la reinauguración del Mercado de Cuatro Caminos –  que sobre los responsables de la demolición que llegó tarde caiga todo el peso de la ley. Un peso tan grande como el nefasto balcón.

Aunque vivimos un tiempo en que el cinismo, la simulación y la obediencia parecen ser carta de triunfo en no pocos ámbitos, me niego creer que hayamos llegado al estadio en que un par de puertas rotas, el hurto de productos alimenticios y de latas de bebidas generen más indignación en los medios oficiales que la desidia que provocó la tragedia de Jesús María. ¿Apelará Thalía González a la decencia para que se investigue este caso?

De todo lo anterior he tomado nota, mas sé que los reproches no traerán de vuelta a María Karla, Lisnavy y Rocío, ni le dará paz a esas tres familias. Lo que sí interesa por una cuestión de justicia es la identificación de los responsables de la permanencia de un edificio en harapos a pocos metros de una escuela primaria, ubicada en una calle bastante transitada.

La responsabilidad directa de la muerte de tres inocentes no corresponde a entes abstractos, ni mucho menos al bloqueo de los Estados Unidos, ni al presidente Díaz-Canel. No obstante, este último, junto a sus subordinados del Partido y el Gobierno en el municipio, tiene la obligación moral y legal de exigir a Fiscalía que investigue, identifique y denuncie a los responsables. Cabe a la sociedad civil demandar porque así sea.

Conviene a los dirigentes cubanos ser diligentes y transparentes con el esclarecimiento de los hechos. Nada pido para mí. Todo exijo por esas tres familias y por la seguridad de quienes andan y desandan por La Habana. En tiempos de medios sociales todos sin excepción serán juzgados por sus obras.

Hay quien afirma que esta tragedia no debería utilizarse como indicador de la forma en que el país cuida la vida de los ciudadanos en general y de niños y adolescentes, en particular. Yo les diría que al no hacerlo, se corre el riesgo de naturalizar y/o banalizar la negligencia y la desidia que pululan en hogares, comunidades, centros de trabajo y medios de transporte.

Ojalá que a juzgar por lo sucedido en La Habana Vieja el lunes último, la citada frase de Fidel Castro que da fe de la especial preocupación y ocupación del Estado y sociedad cubanos por infantes y adolescentes,  no sea colocada entre signos de interrogación. De los dirigentes y de los dirigidos depende.

Que las vidas de María Karla Fuentes, Lisnavy Valdés Rodríguez y Rocío García Nápoles, y la fuerza que esas tres familias necesitarán para sobrellevar el dolor, movilice la ciudadanía para evitar, en la medida de lo posible, nuevas víctimas de la desidia.

1 febrero 2020 29 comentarios 1.060 vistas
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indisciplinado

El pueblo indisciplinado

por Ariel Montenegro 19 noviembre 2019
escrito por Ariel Montenegro

Colegas periodistas a los que quiero en lo personal han hablado últimamente en medios estatales de hechos sobre los que antes solo se escuchaban rumores y uno se perdía la versión oficial, las fuentes contrastadas y la investigación profunda sobre las causas: elementos del periodismo concienzudo que tanta falta hacen ahora que ETECSA hace accesibles los datos móviles a todos y cualquier inconsciente publica lo que se le venga en gana.

Gracias a nuestro buen periodismo, he encontrado a los culpables.

El triste espectáculo de Cuatro Caminos es culpa de pueblo indisciplinado. Las calles sucias son culpa del pueblo vandálico. El mal transporte público es culpa del pueblo descuidado. El desabastecimiento es culpa del pueblo acaparador. Los altos precios son culpa del pueblo especulador. La bajísima productividad del trabajo es culpa del pueblo vago. Golfos, torpes, malagradecidos. Diría Brecht “¿No sería más simple/ En ese caso para el gobierno/ disolver el pueblo/ Y elegir otro?”

Por suerte los medios nos informan, por suerte los directivos de los medios dictan las agendas acorde a las necesidades de la gente, por suerte todas esas verdades vienen de gente que tienen el talento y la decencia que no tengo yo que, por carecer de ellos, me he tenido que resignar a extrañar el periodismo que estudié, pero que evidentemente no aprendí.

 

19 noviembre 2019 28 comentarios 264 vistas
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lecturas

Segundas lecturas de una decisión

por Alina Bárbara López Hernández 22 mayo 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

No puedo hablar con propiedad de los sucesos ocurridos durante la marcha alternativa convocada el 11 de mayo en La Habana, pues no estuve allí. Sin embargo, he leído con atención varios artículos que presentan puntos de vista muy objetivos y profundos, como los de Alberto Roque Guerra, Rubén Padrón Garriga, Miguel Alejandro Hayes y un autor que firma como Boris, entre otros. Nada que intente aportar a la narrativa sobre el tema superará a lo que he leído, de ahí que solo pretenda vislumbrar ciertas cuestiones que van más allá de la prohibición, la celebración y la represión de la marcha.

La cuestión política

He planteado en varias oportunidades que no es viable lograr una actualización del modelo económico y social en Cuba sin que se produzca al mismo tiempo una actualización del modelo político. Ello pasa por el sensible asunto de la asesoría que deben recibir, para la toma de decisiones, las personas que detentan altos cargos.

Ha sido una práctica de las últimas décadas que los dirigentes nombren como sus asesores a figuras de su misma generación o que provienen del mismo círculo burocrático, ya en declive por su edad o porque han concluido sus mandatos. En estas determinaciones han primado más la confiabilidad partidista y las relaciones personales que la competencia y la habilidad como estrategas políticos que debieran tener esos consejeros.

Es ineludible variar esas rutinas y lograr que en los lugares donde se adopten medidas como la de prohibir la marcha —y todos sabemos que no fue en el Cenesex—, existan asesores capaces de desafiar, con opiniones informadas y agudas, las antiguas costumbres del puñetazo en el buró y la espontaneidad arrogante, que no medita más allá de un argumento de autoridad inmediata. Se requiere, en las altas esferas gubernamentales y partidistas, de buenos analistas que sopesen las consecuencias de las determinaciones que se pretenda adoptar.

Aquí nos sobran los analistas políticos internacionales. Capaces de hablar por horas de la situación en… Chipre, pero carecemos de analistas nacionales que cumplan esa función tan importante. Cuba atraviesa actualmente una etapa de gran complejidad, y no es solo económica como parece creer nuestro gobierno. Están confluyendo al mismo tiempo, por una parte, la limitada capacidad de los que dirigen para impulsar con éxito reformas inmediatas desde arriba al socialismo y, por la otra, una capacidad social sin precedentes para luchar por ellas desde abajo.

El monopolio de la información y el control de las opiniones por parte del partido y el gobierno hacen agua por todas partes. Las personas se convierten en factores activos y pueden apoyar causas y agendas de transformación social, aun dentro del sistema socialista. Por si fuera poco, la convocatoria a los debates para la aprobación de la nueva Constitución abrió un capítulo que solo alguien muy ingenuo podrá considerar concluido.

Un buen analista debía haber convencido a los decisores de lo inconveniente de prohibir esa marcha: 1) porque el Cenesex que había capitalizado con éxito tales convocatorias, podría debilitarse; 2) porque era lógico que una parte de la comunidad LGBTI, acostumbrada a desafiar y a lidiar a contrapelo de las opiniones, dada la larga lucha por sus derechos a nivel mundial, no aceptaría pasivamente la decisión; 3) porque aunque se corriera el riesgo de que se escuchara alguna consigna contra el gobierno ello era menos probable si el Cenesex organizaba la marcha como siempre había ocurrido, y aun así era un riesgo menor si se comparaba con la posibilidad de una represión.

La cuestión simbólica

En el imaginario social cubano del período revolucionario, la unanimidad ha sido erigida como valor intrínseco del patriotismo, mientras, la unidad y la disciplina —llámese obediencia—, son actitudes políticamente correctas a las que convocan constantemente los dirigentes.

Hasta ahora, los actos de desobediencia civil ocurridos en Cuba correspondían a agendas las más de las veces sufragadas desde el exterior, lo cual restaba credibilidad a sus demandas por razonable que hubiera sido alguna de ellas. Sin embargo, un acto de desobediencia civil como el ocurrido el 11/5, tan apoyado por figuras significativas del arte y la cultura y por personas que asistieron sin ser parte de la comunidad LGBTI pues simpatizaban con su causa, y a los cuales no es posible presentar como “agentes extranjeros”; potencia la desobediencia civil ante la opinión pública, como un valor que también puede ser positivo.

La cuestión legal

Se acaba de aprobar en Cuba una constitución en la que se introduce por primera vez el concepto Estado Socialista de Derecho y que en su artículo 56 reconoce: “Los derechos de reunión, manifestación y asociación, con fines lícitos y pacíficos, se reconocen por el Estado siempre que se ejerzan con respeto al orden público y el acatamiento a las preceptivas establecidas en la ley”.

La convocatoria alternativa tenía un fin lícito, por el que se lleva marchando una década; era pacífica, nadie ha podido demostrar que llevaran armas o que provocaran algún acto de agresión a los agentes del orden. ¿Qué le faltaba?, ¿cuáles son las preceptivas establecidas por la ley? Ahora que el MININT tiene su sitio digital podrían publicar en él la “metodología para manifestarse”, al decir de un amigo. Ello ahorraría tensiones innecesarias e imágenes tan deplorables como las que todos observamos ese día.

La cuestión de la credibilidad

“Mi querido enemigo” es el título de un libro que leí en la infancia y que vuelve a mi memoria cada vez que percibo el modo en que se denigra, por parte de los que gobiernan, cualquier inconformidad social. “Agentes de EE.UU.”, “mercenarios”, “show orquestado desde…”, son estas algunas de las etiquetas que más se utilizan. En muchas ocasiones tienen razón, es irrefutable que existen organizaciones financiadas desde el exterior. Pero la generalización liviana y sin fundamentos de esa terminología ya funciona como el cuento de “viene el lobo”.

En el caso de la marcha, la directora del Cenesex planteó que era un show orquestado “desde Miami y Matanzas”. Y eso sí es algo novedoso, no por lo de Miami, que es usual, sino por lo de Matanzas. Es el nombre de una provincia y de una ciudad. ¿En cuál de ellas?, ¿quiénes?, ¿la comunidad LGBTI matancera?, ¿qué pruebas tienen de que sea un grupo financiado desde el exterior?, ¿quiénes están detenidos?, ¿cuánto dinero recibieron? En Matanzas nadie sabe nada del tema y muchos preguntan lo mismo que yo.

Es muy cómoda la posición de mostrar lo ocurrido como un trasplante exótico de opiniones foráneas. Ello intenta aliviar las responsabilidades propias y justificar los errores de una decisión que puede seguir teniendo muchas lecturas.

Ojalá muy pronto, en el calificador de cargos de las instancias del Gobierno y el Partido aparezca este: analista político de información nacional.

22 mayo 2019 34 comentarios 532 vistas
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Fábula nueva

por Alina Bárbara López Hernández 6 febrero 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

La palabra pérdida fue concebida en toda su magnitud tras el tornado del 27 de enero. “Perderlo todo” no es meramente quedarse sin un techo que proteja, una cama en la cual dormir, un plato donde comer o un abrigo para cubrirnos del frío.

El tornado destruyó asimismo cosas intrínsecas al mundo simbólico que las personas atesoran a través de generaciones y que, por tanto, son únicas e irrepetibles. Se trata de historias familiares que difícilmente pueden recuperarse: fotos de abuelos o padres fallecidos, imágenes de los hijos pequeños, retratos de bodas, cumpleaños, fiestas de quince, documentos significativos, cartas de amor, postales…

A diferencia de otros eventos meteorológicos, un tornado de la magnitud del que atravesó los barrios habaneros no distingue jerarquías, devasta con la misma facilidad viviendas de madera o de hormigón, techos de placa o fibrocemento. Igualitario en su ferocidad, convierte al solvente en pobre y al pobre en indigente. Advertidas las imágenes del desastre, hay que asombrarse, y agradecer, que las pérdidas humanas no fuesen mayores.

En apenas unos minutos la vida le cambió a miles de habaneras y habaneros. Al pavor de haber tenido la muerte frente a sí, de no entender qué ocurría, se sumaba el drama de perder, en muchos casos, el equivalente a una existencia de esfuerzos y sacrificios.

Foto: Getty

La respuesta de nuestro gobierno fue rápida. Se tiene aquí gran experiencia en movilizar recursos para casos de catástrofe. Y a pesar de que era imposible pronosticar el lugar y hora exactos del tornado, ahí estuvieron muy pronto las brigadas de la Empresa Eléctrica, de Etecsa, de Acueductos y Alcantarillados, los camiones y rastras para despejar viales…

En cinco días se restauró la electricidad y, al parecer, el movimiento constructivo se organiza cada vez mejor. Creo muy acertada la disposición de edificar residencias permanentes y no albergues de acogida, en los que sabemos que pueden permanecer las familias por décadas, de hecho, el tornado destruyó un hogar temporal donde radicaban sesenta de ellas.

Pero se requería más. Tantas eran las necesidades, y tan perentorias, que desbordaron a una burocracia lenta para diligencias, con tendencia a la centralización y no acostumbrada a enfoques casuísticos. El énfasis con que se aseveraba que se cobrarían bajos precios por la comida y los materiales de construcción a los que nada tenían, a los que debían empezar desde cero, no era lo que esperábamos.

A esto hay que sumar la inveterada costumbre burocrática de concentrarlo todo en almacenes para distribuir posteriormente. El presidente Díaz Canel lo pide, lo exige en cada reunión del Consejo de Ministros: se necesita rapidez, no se puede perder tiempo en trámites.

La pretensión de que la sociedad esperara por la convocatoria del Estado para apoyar a los damnificados y de que este decidiera sobre las donaciones, práctica usual en Cuba, fue claramente ignorada.

A poco de la catástrofe se emprendieron acciones espontáneas, pero muy bien encauzadas a través de las redes sociales, que permitieron crear una trama cívica encaminada a localizar a las personas, familias y barrios más vulnerables, identificar y priorizar determinadas necesidades y garantizar que sobre todo los niños y ancianos recibieran apoyo inmediato.

La ciudadanía ha protagonizado actitudes de gran humanismo, alejadas del antiguo sentido de beneficencia, con su lastre peyorativo y clasista. Personas que ni siquiera se conocían solo querían servir, ser útiles a los compatriotas que más lo necesitaban. Los jóvenes han sido hermosos en esas jornadas. Y los artistas, los intelectuales, los psicólogos, y la gente que ha prosperado pero necesita apoyar al prójimo, y otros que tienen poco pero igual desean compartirlo. Las ONGs, las embajadas de otros países y las instituciones religiosas han ofrecido su mano solidaria. Y las cubanas y cubanos que desde fuera de la isla han creado todas las vías posibles para sentirse, como son, como nunca dejaron de ser, parte de este pueblo.

Claro que necesitamos un Estado con vocación social como el nuestro, solo él puede movilizar recursos en la proporción indicada para restablecer en breve la infraestructura destruida, las vías, las redes eléctricas e hidráulicas. Incluso, creo que es correcto organizar, sin que ello implique detener, el acceso de los que por su cuenta llegan a las zonas afectadas, con el fin de evitar accidentes. Los agentes del orden público deben facilitar -como al parecer está sucediendo tras confrontaciones iniciales- el apoyo espontáneo de los ciudadanos.

 En estas adversas circunstancias el Estado también ha aprendido algo.

Hemos demostrado que es preferible una ciudadanía espontánea, emprendedora y autónoma. Quizás no tan disciplinada como es lo políticamente correcto, pero en cambio más sincera, más decidida a ser un verdadero factor de transformación y mejoramiento social; movilizada por amor a los demás, no por consignas y convocatorias políticas -de cualquier signo-, que tienen resonancia demagógica en medio de la destrucción.

Como escribió alguien en Facebook: “El mejor voto de todos: Yo «voto» escombros”.

Las estructuras convencionales, como sindicatos y organizaciones políticas y de masas no fueron imprescindibles para que la gente se involucrara con activismo y civilidad, entre derrumbes y lágrimas. Una aguda publicación de Rafael Hernández en su muro de Facebook devela las lecciones que ofrece el escenario pos-tornado a la política en Cuba:

  • “La capacidad subutilizada de la sociedad civil para actuar en línea con los problemas del país, movilizando y aportando sus recursos, sin esperar orientaciones, con eficacia y prontitud, en coordinación con instituciones locales;
  • el imperativo de que esas instituciones respondan no solo a lo que viene de arriba, sino a canalizar lo que surge abajo, con la autonomía de un poder local real;
  • el significado de ese aporte voluntario y resuelto, dirigido a entregar directamente, donde más falta hace, como un acto de participación real, no de caridad momentánea o movilización formal;
  • la potencia cívica y cultural de esa experiencia para sus protagonistas: los que aportan, los que reciben, los que reparten, los que ayudan;
  • sentir, no nada más ver, la pobreza, la sociedad profunda, que la mayoría no vivencia ni comprende y sin cuyo rescate no hay bienestar ni justicia social para todos”.

Y concluye con preguntas cruciales:

“¿Podemos aprender de estas lecciones para el día a día de la política, arriba y abajo? ¿Para entender que una sociedad más justa no es simple crecimiento, sino seguridad y bienestar? ¿Que sin participar, involucrarse, motivarse, no hay educación política real? ¿Que las necesarias medidas de control y seguridad no pueden castrar o posponer la fuerza de esa sociedad para curarse a sí misma?

¿Que sin descentralización, autonomía, confianza en la gente, la renovación es solo consigna? ¿Que la unidad, sin tomar en cuenta esa sociedad real, es un conjunto vacío? ¿Que esa cultura es la que hay que  salvar? No hay conjunto de normas, ni Ley de leyes, que remplacen estas certidumbres”.

Habló el politólogo. Ahora que lo haga el poeta, el que hasta en su obra lírica nos transmitió sabiduría política, y humana. La fábula que Martí publicó en La Edad de Oro sobre la disputa entre la montaña y la ardilla bien puede servir en una hipotética controversia entre el Estado y la ciudadanía.

CADA UNO A SU OFICIO

(Fábula nueva del filósofo norteamericano Emerson.)

La montaña y la ardilla

tuvieron su querella:

—“¡Váyase usted allá, presumidilla!”

dijo con furia aquella:

A lo que respondió la astuta ardilla:

—”Si que es muy grande usted, muy grande y bella:

mas de todas las cosas y estaciones

hay que poner en junto las porciones,

para formar, señora vocinglera,

un año y una esfera.

Yo no sé que me ponga nadie tilde

por ocupar un puesto tan humilde.

Si no soy yo tamaña

como usted, mi señora la montaña.

usted no es tan pequeña

como yo, ni a gimnástica me enseña.

Yo negar no imagino

que es para las ardillas buen camino

su magnífica falda:

difieren los talentos a las veces:

Ni yo llevo los bosques a la espalda,

ni usted puede, señora, cascar nueces.

6 febrero 2019 16 comentarios 673 vistas
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paradigmas

LJC estuvo en Paradigmas

por Yassel Padrón Kunakbaeva 30 enero 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Del 22 al 25 de enero transcurrió en el recinto del Pabellón Cuba la edición número trece del Taller de Paradigmas Emancipatorios, auspiciado por el Instituto de Filosofía, el Centro Martin Luther King y la Fundación Rosa Luxemburg, entre otras instituciones. Participaron organizaciones y movimientos sociales sobre todo de América Latina, pero también de otros lugares del mundo. Contó con la participación de las organizaciones políticas y de masas cubanas, así como de la Red de Educadores Populares y del Proyecto Nuestra América. La Joven Cuba también estuvo presente allí, representada por Miguel Hayes y quien escribe estas líneas.

El evento transcurrió marcado por la diversidad cultural y la policromía simbólica. Fue interesante ver las diferentes formas en que se enfocan las luchas sociales en los diferentes territorios, desde el feminismo, la reivindicación de los derechos de los pueblos originarios, la defensa de los recursos naturales, la construcción de experiencias de poder popular, de autogestión y economía popular solidaria, la defensa de proyectos de socialismo del siglo XXI, etc. Y fue también conmovedor ver la presencia de la Revolución Cubana, su simbología y sus ideales.

Los sesenta años que se conmemoran fueron la ocasión perfecta para reflexionar sobre cuál es el escenario real en que se encuentra la revolución

Un momento realmente estremecedor del evento fue cuando se interrumpió el programa para hacer un pronunciamiento de solidaridad con Venezuela, el día que comenzó el intento de golpe de estado. La delegación de venezolanos tomó el estrado y se pronunció a favor del Presidente Nicolás Maduro y de la continuidad de la Revolución Bolivariana. En sus rostros se veía que estaban realmente preocupados por el futuro de su país.

Para mí, fue particularmente especial tener la oportunidad de conocer a Bertica, la hija de Berta Cáceres. Al hablar con ella, pude enterarme mejor sobre las luchas que se libran en Honduras, país que, en sus palabras, se ha convertido en un verdadero “experimento” de dominación capitalista. La hija de la luchadora asesinada me contó también de su admiración por Cuba y por la forma de ser de los cubanos.

Miguel y yo participamos en los talleres, intentando humildemente aportar algo en ese foro de la izquierda latinoamericana. Llevamos nuestra experiencia de jóvenes cubanos que utilizan las nuevas tecnologías para renovar los modos en los que se hace comunicación política desde la revolución.

Por otro lado, tratando de ser coherentes con lo que significa La Joven Cuba, llevamos allí la voz de la gente humilde de los barrios y campos de nuestro país, gente para la que las agresiones del imperialismo son algo lejano y difuso, mientras que sufren a diario los abusos de la burocracia.

El evento culminó con un llamado a la articulación de esfuerzos en la lucha contra el imperialismo y contra la ola derechista que asola la región. Es bueno ver que la izquierda todavía tiene ganas de echar la pelea, a pesar de las decepciones, los retrocesos, los errores, etc. Se trata de una lucha que tiene que ser continental, si se quiere tener posibilidades de éxito. Nosotros, desde La Joven Cuba, solo quisiéramos añadir una pequeña nota al pie: la lucha tiene ser contra todas las formas de dominación, vengan de donde venga.

30 enero 2019 5 comentarios 263 vistas
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Pare taxista

por Consejo Editorial 30 diciembre 2017
escrito por Consejo Editorial

Por: Lilibeth Alfonso Martínez

(Este texto publicado en Febrero 2017 fue de los más leídos en el año)

La gente pedía que el gobierno de La Habana hiciera y este hizo. Estableció, para los almendrones de la capital, rutas más cortas a cinco pesos. Los faculta la ley, y la necesidad real de cuidar de sus ciudadanos.

Pero el resultado no es el esperado, el que se suponía. Algunos lo sabían de antemano. Lourdes, una amiga de los años, no es adivina pero el mismo día de la medida vaticinó que las próxima semanas serían como son: una especie de huelga de almendrones a la cubana, con menos carros en la calle, y los que están, imponiendo sus propias reglas, portezuelas adentro.

En la calle, apilados en el parque El Curita, bajando Monte y tratando de adelantar por 23, la misma gente que pidió al gobierno hacer algo, ahora se queja.

“Antes me cobraban 20 pesos para llegar a mi casa, dice una mujer en la televisión, pero ahora no paran, y llevo horas aquí”, recalca, visiblemente molesta, acalorada.

No se sabe lo que es peor, me dice Lourdes. Yo, desde Guantánamo, prefiero no responder y escucharla, en el fondo, es lo único que quiere. Pero pienso. Es peor, realmente, cada vez que sale una medida de arriba que ni siquiera se molesta en valorar qué tienen que decir los escalones intermedios.

Pasó en los mercados, en cada momento en que alguna resolución intentaba poner límite a los precios, pasó el pasado año con los propios boteros de La Habana, que entonces se las ingeniaron para que la soga siguiera rompiéndose por el lado más débil.

Son buenas las intenciones, pero lo que cuenta es la práctica, que las personas que se quiere proteger, de los altos precios, de la especulación…, se sienta como tal y no como víctimas colaterales de un choque de trenes, por un lado el Estado y todas sus fuerzas, y del otro, el que tiene el medio y, por tanto, de él dispone.

La periodista pregunta a los boteros, y uno le dice que no da la cuenta dar los viajes por cinco pesos, y sugiere que se les rebaje el combustible o que se les pase la mano en los impuestos. Tienen sus exigencias: saben cuán importantes son para el transporte de la capital y tienen, técnicamente, también derecho a que se les atienda.

En otro espacio televisivo, una funcionaria del transporte da detalles de la medida y recalca que no es nueva, sino una readecuación de lo ya hecho, bien parapetada en sus argumentos. Y algo me dice que no es el último capítulo de esta historia.

Es, en todo caso, una ecuación compleja. Por un lado, el gobierno que tiene la ley, los cuerpos de inspectores, la policía…, pero no el transporte público suficiente como para abastecer todas las necesidades de la población, y del otro, el transportista privado, que tiene el carro “viejo pero que resuelve”, un sistema bien engrasado para conseguir el combustible más barato que en los CUPET, ayudantes, mecánicos, y torneros que hacen milagros ante la falta de piezas de repuesto. Estos últimos tienen, además, suficiente dinero acumulado como para plantarle, al menos por un tiempo, cara al Estado.

Uno, depende del otro, y viceversa, en  igual medida por lo menos ahora, en estas condiciones. Quizás, si mañana circularan ómnibus suficientes, si los boteros fueran una apuesta de más confort pero no una  necesidad, el dominó sería diferente.

Es, o al menos debería ser un pacto. En otras circunstancias, han funcionado los acuerdos, las partes cediendo en pos de un resultado común. Funcionó en  Santiago de Cuba cuando un consenso inteligente logró que se legalizaran la gran mayoría de los motoristas –si en La Habana, los almendrones son el transporte alternativo predilecto, en Santiago son las motos.

Pudiera funcionar ahora. Aplicar la fuerza, halar cada cual para su lado, lo único que logrará es que nada, y sobre todo, nadie, pueda llegar a ninguna parte.

30 diciembre 2017 2 comentarios 308 vistas
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