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Serpiente (2)

La brecha generacional

por Harold Cardenas Lema 8 noviembre 2021
escrito por Harold Cardenas Lema

El 11 de julio una gran cantidad de cubanos salieron a las calles en una protesta política sin precedentes. Según imágenes disponibles muchos de ellos eran jóvenes. Durante años se ha hablado y advertido sobre marcadas diferencias generacionales en Cuba, ahora las encuestas y el malestar social parecen confirmar la fractura entre viejos y jóvenes. Esto puede traer esperanza para algunos, pero la falta de valores democráticos en la cultura política cubana y la creciente radicalización son un mal presagio para el futuro.

Una historia de ruptura vs continuidad

La conceptualización de generaciones en Cuba puede ser tan política como académica. Diferentes escuelas de pensamiento priorizan la continuidad generacional, mientras que otras se enfocan en el factor de ruptura. Esto se asemeja a la propaganda del gobierno en la Isla y su insistencia en la continuidad política frente al cambio. Para los propósitos de este artículo, abordaremos hasta qué punto las generaciones más jóvenes pueden estar evitando tal continuidad y abrazando una ruptura en el nuevo Zeitgeist cubano.

Durante décadas la simbología de la Revolución se ha centrado principalmente en los rebeldes que derrocaron al dictador Fulgencio Batista, y especialmente en la figura de Fidel Castro. Esto no logró transmitir un sentido de pertenencia política a las nuevas generaciones, a menudo sujetas a los caprichos de sus predecesores. Se necesitaron sesenta años para que una nueva generación asumiera el poder en la Isla y aún así ocurrió en un ecosistema político cerrado y con ciertos límites pre-establecidos.

Alabar la «generación histórica» ​​de la Revolución es un ritual necesario para todo aquel con aspiraciones políticas dentro del Estado. Las dinámicas sociales e institucionales que impiden cambios en Cuba están tan arraigadas que una transformación real requiere más que voluntad presidencial, necesita crear condiciones propicias a los sectores que buscan reformas dentro del sistema.

Los jóvenes defensores de reformas (incluso con inclinaciones de izquierda) tienen dificultades para avanzar en la escalera burocrática, a menudo excluidos de cualquier posición de poder. El liderazgo natural se percibe como problemático. En un pasado cercano, las universidades recibían órdenes de identificar «líderes negativos» y hacer seguimiento de su comportamiento.

El Partido Comunista (PCC) controla el presupuesto y el liderazgo de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), que a su vez controla la Federación de Estudiantes Universitarios (FEU). Estas son las únicas organizaciones políticas legales para la juventud cubana. Las protestas del 11 de julio encontraron gran parte de la juventud desvinculada de estas instituciones, que hoy carecen de credibilidad y operatividad.

Dada la renuencia del gobierno en el pasado a extender Internet, las medidas de distanciamiento social por la COVID-19 pusieron a la Isla en la peor posición posible para una estabilidad política. Suficiente conectividad para acceder a unas redes sociales altamente politizadas, pero insuficiente para estudiar o trabajar desde casa en una escala masiva.

Para muchos, las redes sociales son su único contacto con la realidad y en un país marcado por la falta de oportunidades, el activismo político es el único control que tienen sobre su futuro. Así se van formando nuevos liderazgos en línea, más efectivos que sus contrapartes en las instituciones.

El deseo de cambio comienza en casa; muchos jóvenes solo necesitan ver el presente de sus padres y abuelos para desear algo diferente. A pesar de una serie de promesas y períodos de esperanza, la resistencia del gobierno a reformar profundamente la economía y la política interna solo agrava la desconfianza en el futuro. En este escenario, el discurso de continuidad del presidente cubano no solo es un error, sino que hizo inevitable el 11 de julio.

Los números (y los emigrantes) no mienten

La información cuantitativa sobre preferencias políticas y comportamiento social puede ser escasa y difícil de encontrar en Cuba. Las encuestas independientes no están permitidas (aunque se han realizado algunas) y la información recopilada por el Partido Comunista es solo para sus ojos. Para comprender los cambios generacionales, tenemos que mirar más allá y observar el comportamiento de los migrantes. Florida es el centro más grande de inmigrantes cubanos y la información recopilada sobre los recién llegados puede decirnos mucho acerca de lo que está sucediendo en la Isla. Datos valiosos de Florida y Cuba arrojarán algo de luz sobre las diferencias generacionales.

Una encuesta realizada en el otoño de 2016 por NORC, en la Universidad de Chicago, brinda un vistazo poco común a la opinión pública cubana. Según la investigación, «los cubanos de más edad tienen doble de probabilidad que los más jóvenes de tener una perspectiva positiva sobre la economía actual. El 23% de los cubanos de 65 años o más dice que la economía es excelente o buena en comparación con 1 de cada 10 cubanos más jóvenes». Esta brecha en expectativas y la rendición de cuentas al gobierno en lo relativo a la economía fue en 2016, antes que la administración Trump eliminara el proceso de normalización de relaciones y el COVID-19 paralizara la ya frágil economía. Podemos esperar una mayor diferencia ahora.

La encuesta Cuba 2020, de la Universidad Internacional de la Florida, proporciona datos sobre las diferencias generacionales en la diáspora. Las personas mayores adoptan políticas aislacionistas de línea dura hacia Cuba, con el 68% de los inmigrantes anteriores a 1995 apoyando las sanciones en comparación con el 54% de otros inmigrantes. La política de máxima presión para promover un cambio de régimen en la Isla tiene 64% de apoyo en inmigrantes de antes de 1995 y un 59% en los que arribaron después. Viejos rencores y traumas personales juegan un papel en este fenómeno, pero también el mito de que un cambio político está a solo un empujón.

La elección presidencial de 2016 catalizó las preferencias políticas de los cubanoamericanos.

La administración Trump creó condiciones propicias para influencers de extrema derecha en las redes sociales, la mayoría de ellos jóvenes, que a su vez lograron nuevos niveles de agitación y movilización política. Las cifras cambiaron drásticamente desde 2016: el anterior 72% de apoyo a las relaciones diplomáticas cayó a un 59% en 2020 y el 34% de apoyo a las sanciones estadounidenses aumentó también a un 59%.

La tendencia de inmigrantes sumándose a las filas demócratas y apoyando la normalización se revirtió. Hoy en día, la maquinaria republicana es extremadamente eficaz reclutando recién llegados a Miami: el 76% de los votantes registrados que entraron entre 2010 y 2015 informaron que se habían registrado como republicanos. Hasta la fecha, el Partido Demócrata muestra poco interés en romper la maquinaria de radicalización de inmigrantes hacia políticas conservadoras.

Una de las conclusiones de la encuesta es que «el Partido Republicano está recibiendo una infusión de nueva energía de los cubanoamericanos recién llegados». Si bien la encuesta de NORC sugirió años antes que la mayoría de cubanos con deseo de migrar a los EE.UU. eran jóvenes y apoyaban la normalización, una vez llegados a la Florida parecen adaptarse rápidamente al contexto político conservador y abrazar la política de máxima presión sobre sus pares en la Isla como un método legítimo. La falta de valores cívicos y democráticos en la educación y la esfera pública cubanas contribuyen a esta carencia de empatía una vez que los cubanos están fuera.

Vulnerabilidades cubanas

La trumpificación de la política estadounidense hacia Cuba y su cruel efecto en la vida cotidiana tuvo un impacto generacional en la Isla. El optimismo y la esperanza en el futuro fueron reemplazados por una inercia pesimista y crecientes esfuerzos de las generaciones más jóvenes para emigrar. El COVID-19 llegó luego para quitarles la esperanza en el presente. El 11 de julio pudimos vislumbrar el descontento y la desesperación de muchos, pero una situación tan vulnerable no está exenta de peligros.

Con más acceso a Internet, muchos jóvenes, en su mayoría de áreas urbanas, están moldeando sus ideas políticas basándose en información proporcionada por amigos y familiares en el extranjero. Esto no sería necesariamente nocivo salvo que muchas veces esta influencia proviene de ciudades como Miami y Madrid, epicentros de políticas conservadoras en Estados Unidos y Europa.

Tales interacciones crean entre los jóvenes la percepción de que la cultura política de la Florida es el paradigma en la política estadounidense o que VOX en España representa la norma europea de desarrollo político y económico. Las ideas socialdemócratas de los países nórdicos o el movimiento por el socialismo democrático en Estados Unidos son rechazadas por las autoridades cubanas y en su mayoría, ignoradas por nuevas generaciones deseosas de incorporarse a las tendencias políticas globales.

Fascinados con las posibilidades de expresión que brindan las redes sociales, los cubanos tienen poca conciencia de los peligros a la democracia y el consenso que representa la interacción digital.

En muchos países vemos cómo las cámaras de eco y las realidades alternativas en Internet contribuyen a ideas preconcebidas y radicalizan aún más a grupos con diferentes inclinaciones políticas y edades. El gobierno cubano se ha centrado en controlar el acceso y la expresión en Internet, primero cortando las redes sociales cuando lo considera necesario y segundo, con el Decreto Ley 35 que prohíbe la difusión de noticias falsas y la incitación a la violencia. El problema es que el frágil estado de derecho cubano permite a las autoridades considerar cualquier cosa como falsa o incitante.

Como el gobierno dependió del liderazgo carismático de Fidel Castro durante décadas, a menudo se ha menospreciado y descartado la ciencia de la comunicación política como una trampa burguesa. Si bien las generaciones mayores mantienen más lealtad al partido, los nuevos líderes comunistas no son particularmente cautivadores para la juventud y, como nunca han necesitado ganarse la opinión pública, les cuesta competir con jóvenes disidentes que son producto de un proceso de selección natural en las redes.

Decirle a la audiencia lo que quiere escuchar, reforzando ideas preconcebidas e imposibilitando cada vez más el consenso nacional, es una práctica común en los extremos políticos. Esta batalla por los corazones y las mentes de los cubanos tiene un público objetivo maduro para la demagogia y sin experiencia en los trucos del populismo. Pese al entusiasmo digital y las oportunidades que brinda Internet para la relevancia individual, las redes sociales ofrecen pocos incentivos para el pensamiento crítico o los matices.

El embargo estadounidense merece una consideración especial al analizar la brecha generacional. Los mayores recuerdan una vida de apoyo soviético y relativa abundancia en Cuba, mientras que los más jóvenes solo conocen la crisis y la eterna justificación del embargo estadounidense. Incluso cuando las sanciones de Estados Unidos no están dirigidas a los funcionarios del gobierno, sino que afectan a todos los ciudadanos cubanos, no todas las edades culpan por igual su sufrimiento al gobierno de los Estados Unidos. Las generaciones más jóvenes que han crecido escuchando constantemente a los funcionarios cubanos culpar al embargo estadounidense son más escépticas ante esta explicación de los males económicos de Cuba.

Muchos jóvenes intelectuales, periodistas y activistas, son conscientes de que usar presión económica para lograr objetivos políticos no es una práctica legítima a los ojos del derecho internacional, pero aún así evitan denunciarlo (o al menos lo hacen con menos frecuencia que las cuestiones internas) para evitar ponerse del lado del Partido Comunista.

Con el tiempo, el abuso del embargo por parte del gobierno cubano para explicar las penurias internas provocó rechazo y subestimación del efecto de las sanciones. Ahora que Estados Unidos continúa enfocándose en provocar mayores penurias entre los cubanos, mencionarlo es como la fábula de Esopo: el gobierno gritó «lobo» con demasiada frecuencia. Los manifestantes del 11 de julio probablemente no vieron mucha responsabilidad de Estados Unidos en sus desgracias.

Podemos encontrar una correlación directa en Cuba entre la escasez económica y el malestar político, lo que explica la determinación de Estados Unidos de continuar con las sanciones masivas contra la nación. Como lo explicó un funcionario del gobierno de Estados Unidos en un famoso memorando de 1960: «El único medio previsible de enajenar el apoyo interno es a través del desencanto y el descontento basado en la insatisfacción y las dificultades económicas».

Los acontecimientos de julio probablemente corroboran e incentivan la táctica de asfixia económica, inhumana e irrespetuosa del derecho internacional como es. La administración Biden carece de una política hacia Cuba, en cambio prioriza su estrategia electoral en Florida para las elecciones de mitad de término en 2022. En la práctica, la administración Trump no ha terminado para los cubanos y la estrategia de cambio de régimen cuenta con la brecha generacional para lograr su objetivo.

Este escenario de mala gestión gubernamental y sanciones externas dificulta determinar dónde termina el embargo y comienza la responsabilidad estatal, una pregunta que solo el fin de las sanciones respondería. Las actividades de cambio de régimen patrocinadas por el gobierno de EEUU también plantean la pregunta: ¿cuánto del 11 de julio fue un hecho doméstico espontáneo y cuánto es producto de factores externos?

Ciertamente, las dificultades económicas prolongadas y el aumento de la radicalización embrutecen el comportamiento sociopolítico y conducen al extremismo violento. Una Cuba desestabilizada, fracturada por ideologías y diferencias generacionales a sólo noventa millas de Estados Unidos es un fenómeno nuevo que podría tener cauces imprevistos.

Hay poco interés en los gobiernos de Estados Unidos y Cuba por hacer el trabajo arduo de cultivar los valores democráticos y la moderación necesaria para el consenso nacional.

Mientras muchos se concentran en la política, otros aprovechan este momento vulnerable en Cuba. Cada día las iglesias evangélicas se expanden y su agenda socialmente conservadora se enfoca en todas las generaciones. Hemos visto históricamente lo que sucede cuando un gobierno comunista comienza a colapsar: la religión llena el vacío ideológico como hizo en los países postsoviéticos. El contribuyente estadounidense ya está ayudando a financiar estas actividades, en la última década Evangelical Christian Humanitarian Outreach for Cuba ha recibido millones de dólares de USAID para proyectos que combinan religión con activismo político.

Recientemente, el gobierno cubano propuso un Código de Familia que legaliza el matrimonio igualitario. Los grupos conservadores y particularmente las iglesias evangélicas se movilizan ya en su contra, tal como hicieron en 2018 cuando obligaron al gobierno a eliminarlo del proyecto de Constitución. En Washington se presta poca atención a que los contribuyentes estadounidenses financien una agenda conservadora anti-LGTBQ+ en Cuba.

Un último factor que contribuye al malestar social es el propio comportamiento del gobierno cubano. Con una población sedienta de cambios, cualquier político decente se embarcaría en un programa de reformas para aumentar el apoyo social. El Partido Comunista ha prometido esos cambios una y otra vez, pero ha cumplido muy poco.

Cuando Raúl Castro asumió el poder en 2008, inició un proceso de reformas limitadas que el pueblo celebró como una señal positiva, pero luego fueron frenadas por la línea dura dentro del partido. El actual presidente Miguel Díaz Canel es vulnerable, carece del poder simbólico (y posiblemente la capacidad o voluntad) de ir mucho más lejos que Raúl Castro. Esta dinámica institucional y el fortalecimiento durante los años de Trump de los ideólogos comunistas formados en la Guerra Fría, disminuyen las posibilidades de cambio interno.

Una señal positiva para recuperar los corazones y las mentes de los cubanos sería tomar un enfoque inclusivo hacia los exiliados cubanos y la oposición, celebrando la unidad nacional en lugar de exacerbar las diferencias políticas. Las autoridades cubanas están haciendo lo contrario, radicalizando aún más a su pueblo y alienando a la juventud que protestó el 11 de julio.

Zeitgeist

Los manifestantes del 11 de julio probablemente se sintieron la vanguardia de la nación. Después de todo, cuando Fidel Castro asaltó el Cuartel Moncada en 1953 con 135 hombres y mujeres, la mayoría de los jóvenes en Santiago de Cuba estaban celebrando el carnaval de verano. Un pequeño grupo definitivamente puede cambiar el curso de la historia de Cuba, como ha sucedido una y otra vez. Pero atribuir representación generacional a un grupo específico o una generación específica significa privar de sus derechos a otros. Los líderes de la Juventud Comunista y los jóvenes disidentes tienen algo en común: ambos afirman ser la voz de la juventud y se consideran a sí mismos el futuro de la nación. Ambos no pueden tener razón.

Los medios estadounidenses se centran en activistas de oposición en las zonas urbanas, dando poca o ninguna voz a los grupos rurales o activistas no opositores. Este comportamiento imita la práctica del gobierno cubano de dar voz solo a sus seguidores. El caso es que Cuba es una nación dividida por generaciones e ideas, algunas a favor y otras en contra del gobierno. Un activista arrestado y abusado el 11 de julio es Leonardo Negrin, un estudiante socialista de 21 años de La Habana que se opone tanto al embargo estadounidense como a la represión gubernamental de los manifestantes. No obstante, está lejos de ser el luchador por la libertad promedio que imaginan las élites políticas en el Estados Unidos.

La realidad a menudo supera las expectativas y los estereotipos extranjeros sobre Cuba. Entre el extenso metraje de la protesta, podemos encontrar a padres y abuelos. Hay una inclinación a la crítica entre los jóvenes pero la protesta no parece generacional per se, ni puede ser simplificada en sus objetivos y composición social.

La brecha generacional es una realidad, pero es difícil medir qué tan lejos y profundo se extiende. Los comunistas todavía tienen organizaciones juveniles con seguidores, algunos movilizados por interés propio y creencias verdaderas. El futuro del gobierno cubano depende de su capacidad para transformarse y reconstruir el consenso nacional. El primer paso sería reconocer que los cambios son una oportunidad de renovar su mandato, pero el Partido Comunista sigue obtuso.

Con cada generación, las alternativas son más sesgadas y extremas entre la izquierda y la derecha, pero los desafíos que enfrentan los partidarios del gobierno y la oposición siguen siendo los mismos de hace mucho tiempo. Los comunistas son incapaces de combinar su deseo de justicia social con normas democráticas y prosperidad económica. Muchos disidentes no pueden conciliar su búsqueda de libertades individuales en Cuba con la preservación de la soberanía nacional. Irónicamente, el Héroe Nacional José Martí tenía una visión que incluía ambas, las libertades individuales y la independencia, particularmente de Estados Unidos. El hábito de elegir a dedo cuáles libertades y derechos son válidos defender y cuáles no, es un problema nacional.

La oposición gana impulso y la desobediencia social denota diferencias generacionales, pero tiene sus límites. Los críticos al gobierno pueden reclutar eficazmente en la crisis actual, pero parecen depender de la angustia económica para ser efectivos en traer seguidores a su causa. A pesar de las afirmaciones, el 11 de julio no fue planeado por ningún grupo político, sino que fue principalmente una movilización espontánea. Los disidentes hasta ahora han carecido de un plan de gobierno específico; la mayoría de ellos no van más allá de abogar por derrocar al gobierno. Lo que traerá la oposición a la mesa como alternativa al estado comunista es una excelente pregunta, hasta ahora ha habido poco escrutinio en su agenda.

Dada la naturaleza radical de las fuerzas políticas compitiendo en Cuba, ¿qué tan diferente sería reemplazar un gobierno autoritario de izquierda por un gobierno autoritario de derecha? ¿Un burócrata estalinista con un clon de Bolsonaro en el Caribe? ¿Son la extrema derecha y la extrema izquierda las únicas alternativas, o simplemente las más incentivadas en este momento? ¿Cuál es la responsabilidad propia y la de otros en la miseria de los cubanos?

Las diferencias generacionales y el rechazo al Partido Comunista van en aumento, pero no es el caso con los valores democráticos. Distraídos por los eventos del 11 de Julio y el anuncio del 15 de noviembre, los analistas deberían jugar un rol menos propagandístico de las fuerzas políticas en pugna y prestar más atención al comportamiento radical proveniente de ambos extremos, así como la falta de empatía que provoca la polarización. La brecha entre generaciones e ideas no será particularmente útil para construir un consenso democrático en Cuba.

(Texto traducido y revisado del original publicado en el dossier The Road Ahead: Cuba after the July 11 protest, organizado por el Centro de Estudios Latinoamericanos y Latinos de American University en Washington DC)

8 noviembre 2021 42 comentarios 2.538 vistas
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Náufragos

Los Náufragos: breves pinceladas sobre una generación

por Julio Pernús Santiago 27 mayo 2021
escrito por Julio Pernús Santiago

Junco Sur es un pequeño pueblo en la periferia de la ciudad de Cienfuegos. Uno de los recuerdos de mi infancia en ese lugar se remonta al bullicio que hacíamos los niños del barrio cada vez que llegaba la electricidad, luego de varias horas de apagón.

Sin ponernos de acuerdo éramos una multitud, pues a veces salían a los balcones de los despintados edificios personas adultas para acompañar a los infantes que gritábamos al unísono un ¡eheheheheeheh! de  alegría que ha quedado en mi memoria. Son recuerdos que, como los almuerzos de harina con azúcar, siempre me retrotraerán a un Período Especial que parece no querer apartarse de mi camino.   

La generación de los ciudadanos ad portas

Se llama náufragos a las personas que han sufrido o padecido a causa de un naufragio, palabra que por definición remite al hundimiento de algo que nos sostiene para no caer en un estado de desesperación. Mi generación, que vivió su niñez en la década del noventa, sufrió las consecuencias tangibles del desplome del campo socialista. Somos chicas y chicos que hemos pasado la vida leyendo en los medios que la historia de un fracaso, de un derrumbe existencial, puede llegar a ser más consoladora que la de una victoria, pues ese tipo de experiencia te hace resiliente ante la vida.

Pero, la vida es más compleja que un concepto y es imposible vivir todo el tiempo a la deriva; un ser humano necesita para vivir encontrar alguna isla donde soñar un horizonte. Es difícil hallarse permanentemente en medio de un oxímoron existencial, donde, por un lado, no te quieres ir, pues sientes que no podrías vivir sin esa Isla donde hay tanta gente que amas; pero tampoco deseas quedarte para ver pasar tu vida como parte de una película inacabable, marcada por la continuidad de sus escenas.

La derrota es el tatuaje que llevan marcados aquellos que se atreven a cambiar los resortes de una realidad inamovible. El epílogo de todos los jóvenes parece ser el desmembramiento familiar, la huida, para poder respirar aunque sea dos segundos.

En La Invención del Éxito, Irene Vallejo nos dice: «La Odisea narra el regreso de Ulises a Ítaca tras vagabundear durante diez años de costa a costa, afrontar peligros incontables y amar por el camino, entre otras mujeres y diosas, a la hechicera Circe. Sin embargo, la historia no termina con la conquista del trono y el sosiego hogareño: a Ulises le gustaba más estar volviendo que haber llegado».

La inmensa minoría

El éxito para varios de mis amigos reside en eso, en poder regresar luego de haber naufragado por las selvas del Darién y mostrar que su esfuerzo, su aventura, donde también hubo lágrimas y peligros de muerte, valió la pena, pues han podido mejorar notablemente su calidad de vida.

Sin embargo, hace unos años, mientras acompañaba a un gran amigo que regresaba de un naufragio por el continente asiático y se encontraba en la sala de psiquiatría de un hospital de La Habana, me preguntaba si era necesario tener que arriesgar la salud mental de toda una generación para salvar una conquista petrificada de la que muchos no nos sentimos protagonistas.

La realidad es el resultado de una historia de la que solo podemos excluirnos a cambio de pagar el precio que corresponda y que, según la época o el asunto, puede ir desde la cárcel a la pena de muerte, pasando por la multa, el exilio, el aislamiento, el escarnio público o el desarraigo.

Una generación que evita ensuciarse los pies en la historia de un cambio, que calla cuando debe gritar la verdad y que se maneja en la indiferencia al prójimo oprimido por pensar distinto, para no comprometer su ya precario estatus quo, es una generación que de seguro terminará siendo protagonista de un naufragio.

El daño antropológico en la sociedad cubana 

Si dentro de algunos años alguien escribe la crónica de mi especial generación —creo que todas lo son—, debe hacer referencia a estos años, aupados por la oscuridad del pasado y el presente vividos, quebrantados incluso por una pandemia global. Pero deberá también incluir en su narrativa las luces que nos han ayudado a soportar la realidad. Entre ellas el amor, ese capaz de inventarse miles de cuentos estoicos para entretener a los más bisoños en medio de alumbrones, o de andar una ciudad en bicicleta, siendo ingeniero, para vender unas torrejas que permitieran comprar lo indispensable para tres pequeños hijos.

Hasta esas historias han sufrido sus percances, pues a veces se prefiere continuar de largo sin recordarlas. Sé que ahora, cuando muchos náufragos intentamos armar nuestra propia familia, mientras formamos a nuestros hijos, es el momento de hacerles conocer el estoicismo de sus abuelos que nos permitió llegar hasta aquí.

Somos náufragos que hemos sabido adaptarnos siempre a las circunstancias: flotar en una cola, en un desayuno sin leche, en una sola comida al día, en una censura por promover ideas emancipadoras diferentes a las del poder.

También creo que hemos sido a ultranza unos defensores de ¡la vida! La vida que prevalece, aun en medio de una caravana por Centroamérica, rodeados de coyotes dispuestos a alimentarse con nuestra alma, o en medio de una enfermedad para la que encontrar un medicamento es una utopía. La vida que se impone pese a cualquier ilógico ordenamiento, y busca sus maneras para que no perdamos la fe —aunque constitucionalmente existiera por mucho tiempo el ateísmo— trabajemos, nos enamoremos y aferremos a devorar con alegría cada trago de oxígeno que Dios nos regala.

Reinaldo Arenas escribió en Antes de que Anochezca: «Nunca he podido comprender muy bien la locura, pero pienso que las personas que la padecen son una especie de ángeles que no pueden soportar la realidad que los circunda y de alguna manera necesitan irse hacia otro mundo».

Palabras que definen

No es una locura la acción de jóvenes cubanos de estos tiempos, que arriesgan sus privilegios existenciales, empezando por la libertad, en pos de exigir un necesario cambio estructural que les ayude a vivir un tilín mejor su futuro.

Mientras escribo estas líneas, Internet se ha convertido en esa pequeña isla donde preferimos habitar muchos de los náufragos aferrados a soñar una Cuba distinta, alejada de la precariedad existencial que hizo a un poeta como Virgilio Piñera resaltar todo el miedo que esconde entre líneas un discurso. Quizás seamos solo ciudadanos digitales de una Cuba del futuro, donde los sueños no comiencen con un avión saliendo del país o una máscara para poder escalar posiciones dentro de un orden programático que solo premia la incondicionalidad.

La existencia humana se lleva muy mal con la incertidumbre; vivir un tiempo prolongado en ese estado suele afectar la salud mental de las personas que lo experimentan. Somos mujeres y hombres programados para sobrevivir, podemos resistir durante días sin comer o beber agua, pero es indudable que no sabemos movernos bien en entornos donde no está claro qué va a suceder el día de mañana.

Mi generación, para reducir la sensación fatigosa que genera la falta de certeza, ha heredado expectativas de generaciones anteriores, como aquello de que pronto todo cambiará; incluso esas esperanzas de antaño parecen estarse agotando. 

Para los jóvenes de hoy, construir su vida basados en las expectativas de sus antecesores no parece ser la brújula. Quizás es el momento de que su grito sea escuchado como un signo propio de estos tiempos por aquellos decisores con la capacidad de trasformar nuestra Historia.

Invitación a un espacio de palabra contra la desmentida

Hoy, optar por una Cuba distinta pasa, en primer lugar, por abrir bien el corazón para ver la condición de inhumanidad en la que subsisten ciertas  personas. Se hace importante denunciar qué provoca esta situación y responsabilizar a los que la causan, sean individuos, relaciones o estructuras.

También significa optar por un estilo de vida coherente con el cambio que deseamos proponer en nuestro entorno. Pues si deseamos ser coprotagonistas en la construcción de una nación inclusiva, donde nadie sea discriminado por su forma de pensar, debemos tener la capacidad de romper nuestros conventillos existenciales y reconocer que la democracia a la que aspiramos no será regida solamente por los principios de la cristiandad; sino, sobre todo, por la pluralidad de espiritualidades que se junten en pos del mayor bien para nuestra nación. 

Los náufragos somos una generación que se asusta ante el dolor, la enfermedad y la muerte; y por eso, en diferentes escenarios a veces nos escondemos, tenemos miedos y dudas; ignoramos si poseemos el valor o la resiliencia para hacernos presentes en los escenarios de injusticia con los que nos ha tocado convivir. Sin embargo, hoy más que nunca Cuba nos necesita, para que desde nuestro coherente modo de proceder podamos impulsarla hacia la vida y alejarla de forma definitiva del naufragio y de la muerte.

27 mayo 2021 22 comentarios 2.727 vistas
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Cómo nacen las generaciones

por Alina Bárbara López Hernández 18 marzo 2020
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Noventa y siete años atrás, el 18 de marzo de 1923, nacía la primera generación política republicana. No lo era desde el punto de vista biológico, o de la Historia de la Literatura, antes que ella existió la generación intelectual del 10. Pero una generación política es otra cosa, debe desmarcarse con precisión del modo de hacer de sus predecesores, romper con ellos y encontrar un cauce propio. Jamás ser continuidad. De las continuidades no nacen generaciones políticas.

El instante en que el jovencito Rubén Martínez Villena, a nombre de quince compañeros —de los cuales solo trece suscribirían el documento redactado a posteriori—, interrumpía un acto oficial del Club Femenino de Cuba que homenajeaba a la educadora uruguaya Paulina Luissi, se convertiría en un hecho histórico conocido como Protesta de los Trece.

Denominado por Juan Marinello “bautismo de dignidad” de aquel grupo, fue un gesto de desobediencia en apariencias de carácter reformista, pues se limitaba a denunciar la corrupción del gobierno de Alfredo Zayas. Sin embargo, allí se quebraba públicamente la “ascendencia mágica” que la generación de generales y doctores ejerciera sobre la sociedad cubana, y particularmente sobre la intelectualidad. El monopolio político del mambisado comenzaba a ser cuestionado, cuatro años más tarde entraría en una crisis definitiva con el anuncio de la prórroga de poderes por Gerardo Machado.

Para mediados de la década del veinte los revolucionarios del 95 habían envejecido, y con ellos una retórica discursiva inoperante que condujo al país a un callejón sin salida. La juventud intelectual debía encontrar un camino propio. La Protesta de los Trece fue su primer paso.

Las generaciones que han trascendido en la historia, literaria o política, son aquellas que se percatan de que sus aspiraciones, intereses y necesidades son diferentes a los de sus mayores; y actúan en consecuencia. El filósofo italiano Antonio Gramsci consideraba que en tiempos de cierre del horizonte político, las contradicciones tienden a manifestarse en el terreno cultural y simbólico. Así ocurrió con aquella generación. Sus preocupaciones eran de índole cultural en el amplio sentido de la palabra. Le darían pronto la espalda a la academia en campos como los de la educación, las artes plásticas, la literatura y la música. La Academia sería recíproca con ellos.

La Protesta de los Trece fue protagonizada por quince jóvenes intelectuales cubanos, dos de los cuales a última hora no quisieron firmar la declaración que implicaba a funcionarios corruptos del gobierno.

Posteriormente fundarían el Grupo Minorista, la Falange de Acción Cubana y otras organizaciones, formales o informales. Aquel núcleo intelectual no tenía una filiación ideológica definida; no obstante, aportaría a la política cubana, en plazos más o menos breves, representantes de todas las tendencias: comunistas, marxistas, antimperialistas liberales, reformistas y también grandes escritores y artistas que no militaron en ninguna de esas tendencias.

Las épocas cambian. Con ellas varían los temas en polémica, los intereses y las aspiraciones. También se modifican los caminos y los modos en que se desafía a las generaciones precedentes. Pero siempre hay un modelo sociológico que nos permite constatar esas rupturas.

Hace más de un año escribí estas palabras que creo totalmente vigentes ahora, quizás más que cuando fueron escritas:

«Decía Bertolt Brecht que la juventud tiene un ímpetu a prueba de balas, pero un optimismo que no tolera desengaños; y las voces jóvenes de hoy no son las que en los ochenta pedían órdenes y solicitaban que les dijeran qué hacer. Tras tantas décadas de experimentos y retrocesos, en medio de un proceso que se considera de cambios, y a través de medios que ya no pueden ser controlados; ha emergido una generación que está proponiendo qué hacer, pero debe ser escuchada, sin prejuicios, en pie de igualdad, de lo contrario será un monólogo y no un diálogo lo que presenciaremos. Los que no somos cronológicamente sus coetáneos pero concordamos con sus ideas debemos apoyarlos.

No existen generaciones históricas, existen generaciones que hacen historia. El movimiento de una sociedad no está únicamente en las continuidades, también está en los cambios, y las generaciones nuevas son las encargadas de eso. Junto a ellas debemos estar. O mejor, debemos ser parte de ellas».

Las controversias que asumen hoy una apariencia cultural y simbólica entre ciertos sectores de la juventud — ¿qué es arte?, ¿quién es artista?, ¿cuál es el rol de los símbolos y nuestra relación con ellos?, ¿es válido cuestionar la memoria histórica?, entre otras interrogantes— son en verdad cuestionamientos de carácter político. Puede que la forma de dirimirlos no sea compartida por todos, pero cerrar los ojos a esa realidad no es saludable.

Puede delegarse un cargo político. No se delega una generación política. Esa se gana su espacio, de una forma o de otra. Los protestantes de 1923 se ganaron un lugar en la historia. Los recordamos hoy con admiración.

18 marzo 2020 29 comentarios 799 vistas
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Juventud revolucionaria vs filosofía de la parálisis

por Alina Bárbara López Hernández 18 diciembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

La generación del treinta no lo fue solamente por la diferencia cronológica con sus predecesores. Lo que la convirtió en una generación fue su carácter transgresor, pues, como afirmara con acierto Joel James Figarola era un grupo en proceso de fractura generacional con quienes habían detentado “el monopolio político del mambisado” y sus principios rectores: caudillismo y dependencia: “al desembridarse de la guía de los viejos caudillos, rechazar la instrumentación por la cual esta se realizaba y romper con la ascendencia mágica de unos y otros sobre la política cubana, los hombres del 25 están cometiendo el acto de toma de conciencia, reafirmación propia y definición de posibilidades y deberes más importantes en toda nuestra historia republicana”.[1]

Mucho tuvieron que batallar para rechazar la “ascendencia mágica” de aquellos hombres que, en verdad, fueron los líderes de una revolución independentista, pero que ya, tras años de desgaste, habían envejecido, y con ellos una retórica discursiva inoperante que condujo al país a un callejón sin salida.

La juventud debía romper con el control absoluto del grupo de poder que dirigía la política en Cuba, pero para ello debía despedazar también su discurso monopolizador de la verdad. Lo primero fue lograr medios de expresión propios, que reflejaran sus aspiraciones, promovieran el debate en torno a sus inquietudes —culturales y cívicas— y gestaran aptitudes de pluralidad y contrastación de ideas como vías para encauzar las transformaciones que necesitaba Cuba. Actitudes como la Protesta de los Trece, grupos como el Minorista, publicaciones como Venezuela Libre —después América Libre—, Social, Avance, Política, entre otras, serían las encargadas. Sobre la necesidad de transparencia informativa se pronunciaba en 1928 Revista de Avance: “La conciencia de un pueblo no puede madurar si se le tiene de continuo sujeta a una tutela, ni mejorará su salud porque se le prescriban dietas de información. Tenemos que cultivar nuestra facultad de discriminar, y para ello es menester que se nos permita acceder al mayor volumen posible de elementos de juicio —justos o errados, bien o mal intencionados”.[2]

La segunda barrera a destruir para definirse como generación sería la filosofía epocal. La generación del treinta se había formado bajo la influencia teórica e ideológica del Positivismo, corriente filosófica que desempeñó en nuestro continente una función progresista, dada su confianza en el desarrollo de las ciencias, la cultura y la sociedad; el énfasis en el papel de la educación; y su apego a las concepciones del liberalismo. Sin embargo, había un elemento que la tornaba conservadora; era su concepción del desarrollo, que estuvo signada por la casi reverencial admisión de una especie de fatal e inexorable destino humano hacia el progreso, que hacía innecesaria la ruptura violenta del orden. En momentos de crisis económica, cada vez mayor dependencia al capital norteamericano, y gran corrupción política, el Positivismo había agotado sus propuestas.

No obstante, como veremos, la ruptura no estaría libre de errores. El rechazo a los viejos políticos y a su visión positivista de la sociedad cubana se llevó a extremos, con la manifestación entre los nuevos intelectuales de una respuesta filosófica marcada por el pesimismo y el apoliticismo. Esta emergió, más que como una corriente, cual un conjunto de tendencias y posiciones que tuvieron como característica común el espiritualismo o irracionalismo. Sus propuestas se basaban en la búsqueda de la espiritualidad; en ideas románticas sobre las culturas autóctonas del continente americano; en rescatar la sensibilidad, el misticismo, la belleza y la emotividad. Fue loable su interés en recuperar al hombre como centro de las inquietudes filosóficas, su humanismo, y los aportes que realizaron a la teoría de los valores y a la axiología en general. A estas concepciones se debió el rescate del pensamiento martiano y su verdadera difusión en Cuba.

La Revista de Occidente, dirigida por el filósofo español José Ortega y Gasset, fue responsable de la difusión en Cuba de esas ideas, en gran parte provenientes de Alemania. Particularmente, la influencia de la obra de Hermann Keyserling (Livonia, 1880–Austria, 1946), fue notoria en esta etapa. Ese filósofo y ensayista fue una de las personalidades más distinguidas de la cultura europea de su época. Se interesó en las ciencias naturales y efectuó un periplo alrededor del mundo en 1911, del que resultó su obra más célebre, Diario de viaje de un filósofo (1925), que describía sus visitas por Asia, América y Europa del Sur, y establecía comparaciones entre pueblos, culturas y filosofías. El pensador alemán se había convertido en un crítico del materialismo occidental, al que oponía como disyuntiva más atractiva la búsqueda de la perfección interior, tan propia de las filosofías orientales. El artículo “Hermann Keyserling, universitario”, publicado en Revista de Avance planteaba:

[…] No debemos esperar la reforma de los factores externos. El mal, la decadencia, está en nosotros mismos. La lucha debe entablarse contra nosotros mismos […] La revolución debe operarse en cada uno de nosotros; no en cada grupo, en cada clase […] La perfección interior se traduce mejor en individualidades que en multitudes.

[…] Nosotros no somos agnósticos. Necesitamos un nuevo mito, nuevas creencias. Nuestra fe no se limita a simples afanes científicos. Buscamos algo más hondo, más vital […]  Necesitamos nuevas concepciones religiosas y éticas […] debemos tender a la perfección interior de cada uno de nosotros. Despertemos nuestro yo interior.[3]

El desencanto por la república de generales y doctores, al combinarse con la idea de que lo “lo explicativo va predominando sobre lo agitador”, y de que el progreso debía entenderse como cosa  “hacia dentro” y no como el despliegue de las fuerzas externas —según afirmara Medardo Vitier en una reseña—[4], se convertía de este modo en una filosofía de la parálisis. Ciertamente, no existe nada tan conservador, tan sutilmente desmovilizador para las sociedades en crisis, necesitadas de cambios estructurales y de transformaciones profundas; que la apelación a un cambio de mentalidades, al rescate de valores o a la defensa de mitos y conceptos. Esto sería invertir el axioma materialista de que las personas piensan de acuerdo a como viven, y sugerir que transmutar las formas de pensamiento es suficiente para una evolución de la vida material de las sociedades.

La influencia de esas tesis se descubre en intelectuales progresistas como Waldo Frank, ensayista norteamericano y amigo del pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui, que lo recomendara a la intelectualidad de la Isla durante la visita del primero, a fines de 1929. El norteamericano impartió tres conferencias en la Institución Hispano Cubana de Cultura; entretanto, los avancistas fueron excelentes anfitriones, le dedicaron un almuerzo y publicaron en su revista el mensaje a la juventud cubana:

Aceptad vuestra entera generación como un punto de transición, como una crisis de prueba, como un estado embrionario. […] Vivid hondamente, secreta, voluntariosa, astuta, nutriciamente, como ha de vivir el embrión. Conoceos a vosotros mismos, cultivaos, haceos mejores: preservad la semilla de la acción heroica, que está en vosotros. No la dejéis perecer porque no haya llegado aún su hora de alzarse al sol. Si persistís en vuestra vida embrionaria durante otra generación, Cuba nacerá por vosotros […]. Y, sobre todo, no exijáis resultados. Los resultados están en el mañana. Vosotros sois el hoy […].[5]

Algunos aceptaron esta propuesta. En cambio, Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, Gabriel Barceló, Raúl Roa, Antonio Guiteras, Juan Marinello, y otros intelectuales revolucionarios decidieron ser el hoy y no el mañana de su tiempo. Porque para convertirse en una generación no se puede esperar al futuro.

[1]Joel James Figarola: Cuba 1900-1928. La República dividida contra sí misma, Arte y Literatura, La Habana, 1976, p. 265.

[2]  “Directrices”, Revista de Avance, no. 24, 15 de julio de 1928, p. 171.

[3] Jorge Núñez Valdivia: “Hermann Keyserling, universitario”, Revista de Avance, no. 13, 15 de octubre de 1927, pp. 12-13 y 25.

[4] Medardo Vitier: “El mundo que nace [de] El conde de Keyserling”, Revista de Avance, no. 19, 15 de febrero de 1927, pp. 57-58.

[5] “A la juventud cubana”, Revista de Avance, no. 42, enero de 1930, pp. 5-6.

18 diciembre 2019 21 comentarios 403 vistas
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Miguel Díaz-Canel, y yo también

por Ariel Montenegro 27 abril 2018
escrito por Ariel Montenegro

La suerte es que no bajó de la Sierra y la moral histórica no será el muro en el que se estrellen todas las críticas contra él. La suerte es que quienes lo alaban dicen que sabe escuchar y que rara vez pierde los papeles en una discusión; y quienes lo critican solo dicen que es gris y demasiado parecido a todo lo demás. La suerte es que, dentro de ese parecido, se diferencia lo suficiente, al menos para este momento.

La suerte es que tiene la edad de mis padres, que estudió en las mismas escuelas, fue a los mismos trabajos voluntarios y misiones internacionalistas. En la década del noventa pasó las mismas penurias y prefirió trabajar por lo que creía, como mis padres, en lugar de irse al turismo, irse a una firma o, simplemente, irse. Por eso, como a mis padres, lo entiendo a pesar de las diferencias.

La suerte es que sus hijos, cuando niños, probablemente, comieron el mismo pan con aceite que yo, jugaron con los mismos juguetes rusos y guardaron las mismas envolturas de los caramelos que no se comieron nunca. Hoy van a los mismos teatros y a los mismos bares. Por eso creo que me entendería, como a sus hijos, a pesar de las diferencias.

Y aunque no tiré fuegos artificiales, porque las reacciones festivas no son lo mío, creo que Miguel Díaz-Canel es una bocanada de aire para los que queremos que el socialismo en Cuba se arregle y lo veíamos venirse abajo porque, salvo un par de honrosas excepciones, estaba siendo administrado por gente que lo envejecía demasiado como para seguir caminando sin que se le partieran espontáneamente los huesos de las piernas.

Mi generación, los que nunca vimos ese “antes” de bonanza que cuentan hubo antes de 1990, tenemos la rara oportunidad de comenzar a juzgar desde cero a la principal figura del país, mientras que él, tiene el privilegio de recibir un cheque en blanco de un país donde crece el desinterés cada día como una preocupante postura política.

Se equivocará, digo yo, pero es un derecho que tiene. A lo que no tiene derecho es a la inacción, a la inercia y a la desidia.

Yo le tengo confianza, porque me lo vengo encontrando desde que era ministro de Educación Superior, y en los espacios en los que coincidí con él como estudiante, y luego en sus incontables reuniones con los periodistas, era de los pocos que no daba piñazos en la mesa, que no le ponía el cartel de gusano a un interlocutor por no estar de acuerdo, que reconocía haber enriquecido su visión de determinado asunto en lugar de imponer la que traía, aunque le hubieran demostrado lo contrario.

Si ese Díaz-Canel que preguntaba, que dialogaba, que tomaba notas en su Smartphone de lo que decía un estudiante, logra llevar eso mismo al espacio público nacional, tendrá buena parte de la arrancada resuelta.

Cuenta con un enorme capital simbólico que le otorgó Raúl Castro cuando anunció que sería el primer secretario del Partido en 2021. Los conservadores se lo pensarán dos veces antes de frenarlo con sinsentidos porque ya saben dónde estará dentro de tres años.

Tiene el reto de convertirse en una figura pública activa, en lugar de aparecer mucho, pero hablar poco. Tendrá que dar discursos, entrevistas, conferencias de prensa. Tendrá que explicarse y hacer que los demás se expliquen.

Por su edad y su historia, le será más difícil que lo obedezcan ciegamente, pero también será más difícil engañarlo.

Cuenta con la ventaja de que la gente no se morderá la lengua para hablar delante de él. Tendrá que ganarse el respeto, pero tiene todo el espacio y la mayoría del poder para hacerlo.

Yo, que no soy la criatura más optimista ni entusiasta del planeta, creo que puede hacerlo bien. Creo que tiene la capacidad de llamar a mis contemporáneos a cosas más medulares que solamente cerrar filas.

Su virtud más útil en este momento, es que se parece al siglo XXI, que lo entiende bien y sabe comunicarse con quienes lo entienden mejor.

Un amigo periodista me dijo el 20 de abril que por primera vez sentía que la dirección de Cuba podía pedirle algo que fuera exactamente para lo que él está preparado, no disciplina, sino lo mejor que puede producir y crear. Mi amigo dice que si Díaz-Canel lo llama, él va.

Y yo también.

Tomado de: Western Congrí

27 abril 2018 81 comentarios 454 vistas
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El verdadero cambio

por Alina Bárbara López Hernández 26 abril 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

Ya pasó. Y sería lógica una mayor expectativa entre los cubanos. A fin de cuentas es la primera vez en casi sesenta años que no está como presidente del Consejo de Estado un miembro de la denominada generación histórica. Pero esta ha sido la crónica de un cambio anunciado, algo así como las inspecciones sorpresivas que nunca sorprenden a nadie.

La autocrítica del presidente saliente respecto a que hubo demoras en traspasar el mando a otra generación es válida. Pero si recordamos los votos que hicieran en 1966 “para que todos los revolucionarios, en la medida que nos vayamos poniendo biológicamente viejos, seamos capaces de comprender que nos estamos volviendo biológica y lamentablemente  viejos”,[1] entonces es una autocrítica tardía.

Lo peor no fue que con los tiempos envejecieran ellos, que es totalmente natural. La vejez puede ser también símbolo de sabiduría. Muchos son los casos de venerables ancianos que le dieron un vuelco a la política de sus países: Mahatma Gandhi y Nelson Mandela por citar dos casos. La edad del presidente anterior no hubiera sido cuestionada si las reformas que anunciara poco después de su asunción se hubieran materializado en un país próspero.

Lo dramático fue en verdad que con la generación histórica envejeció un modelo de socialismo que desde el momento en que se asumiera ya podía considerarse inoperante. Por ello, cualquier cambio que se espere, para ser efectivo, deberá incluir no solo una transformación de la persona que dirija el gobierno, sino una mutación de añejas estrategias y estructuras arcaicas.

Hace casi un año escribí:

El posible reemplazo de la primera figura en la dirección del país, prometido para el próximo año, pudiera utilizarse como ícono de cambios, cuando en realidad una simple sustitución de la dirigencia no echa por tierra una filosofía del inmovilismo. Hay que detectar lo real detrás de lo aparente, y a mi juicio lo aparente es el cambio político, pero manteniendo todo lo demás que sería lo real; es decir, la carencia de un método científico en la planeación de las transformaciones económicas y la existencia de una filosofía escolástica sobre la historia y su devenir, que apela a la pasividad, el conformismo y la incapacidad de reacción para convertir a Cuba en todo lo que los conceptos anuncian: una nación “soberana, independiente, socialista, democrática, próspera y sostenible”.

Con toda sinceridad, ahora soy yo la que hago votos por equivocarme. Y es que nuestro actual dirigente tiene un contexto mucho más difícil que el que existió una década atrás, con un presidente norteamericano que intentaba caminos diferentes y una izquierda que parecía haber llegado para quedarse.

Estamos en medio de la política más indeseada del Norte y con una derecha que trata de ganar los espacios posibles, algunos de ellos perdidos por errores de la izquierda. Si seguimos apostándolo todo al contexto exterior no avanzaremos. El bloqueo no va a desaparecer y el apoyo regional no será el mismo por un tiempo.

El nuevo presidente de Cuba deberá confiar más en el contexto interno. En la gente del pueblo que de verdad quiere prosperar para que sus hijos se queden junto a ellos. Si dejan el artículo 3 del capítulo 1 de la Constitución, que declara irrevocable el carácter socialista, está bien; pero entonces, que la comisión que será encargada de proponer la nueva Carta Magna –lo que debería ser competencia de toda la sociedad– no declare irrevocable al modelo burocrático de socialismo.

Que no se piense tanto en una Ley de inversores extranjeros, cada vez menos receptivos a las invitaciones para colocar sus capitales en la isla –como ha quedado demostrado con la zona de desarrollo del Mariel–, y se permita a los cubanos salvar la nación. Que puedan contar para ello con las remesas familiares, como ha sido usual en China y Vietnam que se nos ponen como ejemplos constantemente. Para los cubanos, la familia siempre será un valor equivalente, a veces más importante, que la patria. Alrededor del diez porciento de nosotros vive fuera de Cuba, no los tratemos como extranjeros y veremos los frutos de ese nuevo trato.

No rechacemos tanto las gratuidades indebidas, que no sabemos a ciencia cierta cuáles son, y aboguemos por el control y la participación de los trabajadores en las decisiones y en la gestión de los planes de producción. Abandonemos los privilegios con que vive la burocracia, empresarial y política, para que sintiéndose más cerca del pueblo, y en condiciones similares, se apresure en lograr resultados. En fin, ahora más prisa y menos pausas. Ese es el verdadero cambio que necesitamos.

[1]Discurso de Fidel en la Universidad de la Habana el 13 de marzo de 1966, en ocasión del IX Aniversario del Asalto al Cuartel Moncada.

(Las opiniones expresadas en este portal son responsabilidad exclusiva de los autores y no representan necesariamente la opinión personal de los editores)

26 abril 2018 30 comentarios 548 vistas
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Mi generación

por Consejo Editorial 27 febrero 2015
escrito por Consejo Editorial

jovenes_cubanosPor Yasel Toledo Garnache (autor del blog Mira Joven)

La señora en el camión repetía “la juventud está perdida”. El hombre a su lado la apoyaba. Y otros pasajeros se sumaron con ejemplos de “lo malo” de quienes hemos vivido menos almanaques.

Mi amiga me tomó por el brazo, y me llevó hacia la parte de atrás. “Eso es lo que me molesta: Nos juzgan a todos por unos pocos”, me dijo alterada.

Más tarde, tres hombres criticaban, en un parque de Bayamo, a dos muchachos por sus peinados extravagantes y los aretes que, según ellos, les restaban masculinidad.

Muchos suelen ser blanco de críticas, por la forma de vestirse y comportamientos en lugares públicos, porque “ya no trabajan tanto como antes”, por “maleducados” o porque se mueven y hablan a ritmo de reguetón.

¿El fenómeno es tan simple? ¿Acaso “el mal” se transmite por osmosis, es por algo diferente en el aire? ¿Los de menos edad viven en una burbuja, aislados de contextos? ¿En verdad son tan distintos? ¿Cuáles constituyen las razones?
La revisión de frases y documentos escritos hace siglos revela que el asunto no es nuevo. Por ejemplo, el filósofo Sócrates (470 – 399 a C) expresó “nuestra juventud gusta del lujo y es maleducada; no hace caso a las autoridades (…) No se pone de pie cuando una persona anciana entra y le responde a sus padres”. Para Hesíodo (720 a C) también era “insoportable, desenfrenada y simplemente horrible”.

En un vaso de arcilla, descubierto en las ruinas de Babilonia y con más de 4 mil años de existencia, se puede leer “los jóvenes son malhechores y ociosos”.

El transcurso de tantos años barrió con edificaciones y hasta con imperios que campeaban a golpe de conquistas. Sin embargo, las expresiones gravitan invariables en su esencia.

Cada generación recibe críticas y, como desquite inconsciente, arremete luego contra la próxima.

Nuestro contexto es demasiado complejo como para sólo señalar con el dedo. El debilitamiento de valores en parte de la sociedad no se restringe a los de menos edad.

¿Cuánto logramos con decir “eres malo”, dar la espalda y marcharnos? ¿Acaso la educación no es responsabilidad de todos: familia, escuela, vecinos, compañeros de trabajo y hasta de la señora en el camión?

Quienes nos visten de irresponsables suelen adherirse a un idealismo sin consistencia práctica. “En mis tiempos eso no era sí”, repiten con decepción. Y, después, mencionan algo del desarrollo. Luego retocan la corbata inexistente.

Siento orgullo hacia muchachos con valores admirables en oficinas, campos y talleres, e incluso, sin trabajo. Algunos ocupan cargos de dirección.

La pluralidad en modos de conducirse ha existido siempre, al igual que la vanguardia responsable. Los piercings y pinchos antes fueron espendrús y pantalones al estilo Beatles. Por eso Andrés Vázquez Mestre, profesor con más de 30 años de experiencia, me dice “si yo tuviera 16 años quizás andaría con aretes, el pelo parao y hasta con tatuajes”.

La solución no es simple ni depende de manuales académicos y disquisiciones teóricas. Las comparaciones tampoco son favorables.

Confío en mi generación, con otros desafíos a los de las anteriores, pero seguidora de la esencia de este país y su historia.

Verdad que, a veces, protesta demasiado y cree sabérselas todas. Por eso la importancia de la experiencia de los más adultos, conscientes de que la carrera es de relevo y confianza. El resultado final será de todos.

27 febrero 2015 110 comentarios 398 vistas
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Otra reunión instructiva

por Consejo Editorial 4 diciembre 2014
escrito por Consejo Editorial

reunion-cubaPor: Lilibet Enriquez Infante (Especial para La Joven Cuba)

Debo aclarar, en primer lugar, que llegué a esa “reunión” por casualidad. La verdad, ni siquiera sabía sobre qué se trataba hasta que llegué allí. Desde hacía semanas mis antiguos compañeros de la facultad me preguntaban por una supuesta actividad que la Upec organizaba para los recién graduados de periodismo. Como yo trabajo en la Upec, todos asumían que debía saber el motivo y el programa de ese encuentro. Pero yo no sabía nada, ni tampoco sabían quienes trabajan aquí.

Luego supe, por otro amigo que ya había hecho las averiguaciones pertinentes, que se trataba de un encuentro en la Casa de la prensa de La Habana. Y hacia allá fuimos, aun sin saber la agenda de la mañana. Estábamos citados, y a esa altura seguíamos pensando que sería una fiesta de bienvenida o algo por el estilo.

Pero no era eso, sino  una “reunión de presentación” para que los periodistas que acaban de incorporarse a los medios de la capital supieran información general sobre la provincia: vivienda, salud, educación, transporte, servicios comunales… Ahí entendí que no era una reunión para la cual yo estaba citada, porque yo no trabajo en un medio provincial, pero igual me interesaba conocer esa información, pensando en futuros trabajos para Cubaperiodistas u otros medios.

El funcionario del gobierno provincial que nos mostraba las cifras y trataba de explicarlas pasó por cada uno de estos renglones. Enseñaba tanto los números como las principales deficiencias. Y llegó el momento de la vivienda, “el principal tema de la capital”, es decir, uno de los más sensibles, polémicos, espinosos…

Yo, que no había sacado mi agenda para anotar porque espera llevarme la presentación que el funcionario mostraba, enseguida agarré el bolígrafo y me dispuse a tomar nota. Temía que me pasara como otras veces, que al final nos decían que no podían entregárnosla. En efecto, así fue.

Ante la pregunta de una colega sobre el origen de las cifras que nos mostraban llegó “la noticia”. Y ustedes para qué quieren saber eso, esta información no es para publicar. Esto no es una conferencia de prensa…son “conocimientos, nociones para que sepan por dónde anda la capital”.

Creo que no hace falta comentar mucho sobre las reacciones de mis compañeros. Yo, más que preguntarme por dónde anda la capital, me pregunté por dónde anda el periodismo.

Nos dijeron en aquella reunión instructiva que nos estaban ofreciendo datos que no eran públicos “por razones estratégicas y políticas”. Pero luego, ante el reclamo de quienes estábamos allí, nos orientaron que fuéramos a las direcciones provinciales, que allí nos darían esos mismos datos, que entonces, parece, ya no eran tan estratégicos.

Los funcionarios del gobierno de La Habana “no están autorizados” para dar esa información, sino las direcciones provinciales de salud, educación, vivienda…Que si nos trabábamos en esos lugares, llamáramos al gobierno y ellos tomaban las medidas. El único número que obtuvimos de este encuentro, fue el teléfono de la persona a quien debemos llamar cuando algún funcionario provincial se niega a conceder entrevistas.

Entonces, me pregunto esta vez: si el gobierno de una provincia no está autorizado para dar una información, ¿quién lo está? ¿Será que en otras provincias, como Artemisa, que transmiten en vivo las asambleas provinciales del Poder Popular, esos funcionarios si “están autorizados”?

Me vino a la mente ese comentario publicado en Sin secretismo, redactado por Arleen Rodríguez que, en los talleres creativos de Matanzas parafraseaba a una colega de ese lugar: “no me inviten a lugares donde no puedo publicar lo que oigo”. Será que aún no me he acostumbrado del todo a la dinámica que lamentablemente tiene esta profesión, pero no puedo evitar sentirme incómoda cuando escucho a personas que convocan a la prensa, les dan información y después nos dicen que no se puede publicar. Y, además,  siguen culpando a las razones estratégicas.

Allí también nos dijeron que nosotros somos “la generación que puede cambiar la prensa en la capital”. Como si cambiar algo en la prensa fuera exclusivamente un problema generacional, como si ser “nativos digitales” bastara.

Nos dijeron que no estaban hablando de nosotros, pero que había algunos jóvenes que pensaban que el tan recurrente cambio, del cual hablan y hablan todos, tenía que venir de la mano con la hipercrítica. Pero el asunto es que, en esa reunión, ninguno de los recién graduados de periodismo habíamos mencionado la palabra crítica. Nosotros estábamos hablando de informar, estábamos reclamando un derecho que tenemos, no solo por nuestra condición de periodistas, también por ser ciudadanos de este país.

4 diciembre 2014 109 comentarios 231 vistas
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