La Joven Cuba
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Fulgencio Batista

Segunda república

Hablando de continuidad: Segunda República y Revolución

por Mario Valdés Navia 6 marzo 2023
escrito por Mario Valdés Navia

Las jóvenes generaciones suelen preguntarse: ¿de dónde sacaban tantos hombres y mujeres de los años sesenta la creencia de qué en diez años Cuba podría superar a EEUU en todos los indicadores (Che, 1961), inundar de carne y lácteos a Europa, o hacer una zafra de diez millones de toneladas de azúcar (Fidel, 1965, 1969)? ¿Es que se vivía en un entorno de alucinación colectiva, o existía algún basamento real para asumir objetivos tan exagerados como tareas nacionales?

Realmente la tendencia de desarrollo de Cuba desde la segunda mitad de los años treinta y sus dinámicas sociales y políticas servía de referente esperanzador para muchas de aquellas rimbombantes afirmaciones. Recuérdese que en 1952, en tres meses y sin esfuerzo extra, se hizo una zafra de 7,2 millones de toneladas; la ganadería cubana era la mejor del área tropical y su economía era considerada la tercera más próspera de LATAM —tras Argentina y Uruguay— y la quinta del hemisferio occidental.

La Segunda República (1940-1958) no solo creó la Generación del Centenario, sino también una economía que, aunque llena de desproporciones y desigualdades sociales, era una de las más modernas y florecientes del Tercer Mundo. Por ello La Historia me Absolverá no habla de crisis económica, sino de lograr una sociedad más justa y democrática acorde al nivel alcanzado por la economía cubana.

El proceso de ruptura radical de la Revolución con aquella sociedad capitalista cubana sigue llenando libros y artículos, pero, ¿cuánto de continuidad hubo entre la Segunda República y la Revolución en el Poder?

Segunda república

-I-

El devenir de cualquier sociedad es un proceso inevitable de continuidad y ruptura. Ellas constituyen las dos caras de una misma moneda: el desarrollo humano. La continuidad sola se aferra al pasado y el peso del lastre no permite a la sociedad avanzar. Sus apologetas se vuelven estatuas de sal como la mujer de Lot. En política, asumen posturas conservadoras y retardatarias del progreso. 

Los que absolutizan la ruptura con lo anterior son nihilistas que destruyen un  patrimonio nacional que no les pertenece solo a ellos, sino a todo el cuerpo social presente y futuro. La historia abunda en ejemplos de ambos tipos de extremismos.

Cuando un grupo que asume el poder se comporta como nihilista y establece un nuevo tipo de relaciones haciendo tabula rasa de lo anterior se genera un verdadero historicidio. Su resultado es la aparición de sociedades atrofiadas, donde el desbalance entre continuidad y ruptura hace parecer que lo nuevo surge de la nada, sin antecedentes económicos, sociales y culturales provenientes de la época anterior.

Si estos nihilistas luego de afianzarse en el Poder se vuelven continuistas que pretenden eternizar tal modelo desproporcionado, entonces la situación se agravará aún más. Para enfrentarlos y tratar de enmendar lo contrahecho habría que rescatar y revalorizar elementos sociales desaparecidos, maltratados, olvidados y menospreciados durante mucho tiempo. Algunos hasta podrían parecer falsos y sobrevalorados a mentes ya nubladas por el adoctrinamiento y el oportunismo.  

En Cuba, el enfoque metafísico de priorizar la ruptura y el olvido del pasado republicano se manifestó en todas las esferas de la vida social desde 1959. El hecho de que el golpe de Estado del 10 de marzo de 1952 rompiera con la sucesión constitucional de los poderes públicos sirvió de fundamento para negar la sociedad anterior como un todo tiránico y corrompido.

Esta concepción se fortaleció cuando la agudización del conflicto interno y externo entre defensores y opositores de la Revolución socialista facilitó la implantación de una dictadura militar en forma de Gobierno Revolucionario Provisional que concentró todos los poderes de la Nación en un pequeño grupo de poder hegemónico. La adopción posterior del modelo de socialismo estatizado burocrático de raíz estalinista amplió el abismo entre continuidad y ruptura mediante el adoctrinamiento totalitario.

En textos y programas de la historia oficial, la República —designada como Mediatizada, Pseudorrepública o Protectorado— se convirtió en un agujero negro del que solo se vislumbraban corrupciones políticas, huelgas obreras y represiones a comunistas. El desarrollo económico, social y cultural alcanzado por el país y su rica sociedad civil en las dos décadas anteriores del medio siglo republicano no se mencionaba.

Segunda república

Las comparaciones sesgadas entre los indicadores sociales de antes y después de 1959 no reconocían que el origen de los cuantiosos fondos que ahora se distribuían más equitativamente se hallaba, no solo en los subsidios soviéticos motivados por su interés geopolítico de sostener una Cuba socialista cerca de EEUU, sino también en el despilfarro de las riquezas creadas durante la Segunda República.

Pero más que en lo económico y sociocultural, la herencia de la Segunda República marcó el diseño y presentación del propio modelo político revolucionario donde la dictadura militar y la ideología comunista se dieron la mano, pero no por vez primera.

-II-

Con diferente forma de llegar al poder y gobernar en sus dos mandatos (1940-1944; 1952-1958) fue Fulgencio Batista el primer y el último presidente de la Segunda República. En el ínterin se sucedieron los gobiernos auténticos de Ramón Grau San Martín y Carlos Prío (1944-1952).

El más interesante elemento de continuidad política entre la Segunda República y la Revolución está en varias de las prácticas políticas y modos de gobernanza que introdujo Batista en su primer período de gobierno y algunas del segundo. En la primera ocasión llegó al poder por elecciones, representando a la Coalición Socialista Democrática, una amplia plataforma política donde los comunistas eran de sus aliados principales.

No obstante, los vínculos entre Batista y el PC provenían de la época anterior (1935-1940) en que se consolidó como el Hombre Fuerte del país, amo del ejército, apaciguador de conflictos y benefactor popular. Desde el Gobierno, Batista apoyó importantes actividades comunistas como el I Congreso del PCC, en Santa Clara —del que hoy casi nadie habla— y el constituyente de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC), liderada por Lázaro Peña (1939).

La colaboración con el poderoso movimiento obrero cubano permitió a Batista en ese año realizar una exitosa visita oficial a México, donde fue objeto de varios homenajes y actos que le organizaron Vicente Lombardo Toledano y el movimiento obrero mexicano, entrevistarse con el presidente Lázaro Cárdenas y hablar ante el pleno del Congreso.

Ese año, el PC se fundió con Unión Revolucionaria dando lugar al Partido Unión Revolucionaria Comunista (PURC), con Blas Roca y Juan Marinello como líderes. El Hombre —como llamaron los comunistas de entonces a Batista— facilitó también la creación de la Federación Nacional de Obreros Azucareros (FNOA), dirigida por Jesús Menéndez.

Segunda república

Desde la presidencia, Batista optó por utilizar las experiencias comunistas en el manejo de los trabajadores y los apoyó destruyendo a sus enemigos trotskistas, estableciendo relaciones diplomáticas con la URSS (1942) y reconociendo jurídicamente a la CTC (1943).

A cambio de ello y con el pretexto de no perjudicar la colaboración económica a los Aliados en la Segunda Guerra Mundial, la CTC restringió las huelgas solo a casos excepcionales. Entre 1940 y 1944 el movimiento obrero obtuvo aumentos salariales por 464 millones de pesos, elevación del salario mínimo, semana laboral de 44 horas y otras conquistas que compensaron parcialmente el alza del costo de la vida. En 1944, el PURC borró la palabra comunista de su nombre y comenzó a llamarse Partido Socialista Popular.

En el ámbito económico, Batista estableció varias medidas de corte keynesiano que fortalecían el papel del Estado en la conducción económica, tales como la creación de la Oficina de Regulación de Precios y Abastecimientos (1940), con la que por primera vez en Cuba el Estado asumía la conducción de la política de precios y la distribución.

Tras el establecimiento de la tiranía en 1952, Batista unió el Ejecutivo y el Legislativo bajo su potestad durante dos años, aunque el Judicial quedó independiente. Esto fue posible porque sustituyó la carta magna de 1940, por los llamados Estatutos Constitucionales, elaborados con el fin de darle una fachada jurídica legal a su régimen. Tras la farsa electoral de 1954 y su «elección» como presidente —considerada espuria porque se presentó solo a las elecciones— restableció en 1955 la Constitución del 40 y la tripartición de poderes.

En enero de 1959, entrarían nuevamente en reposo para no regresar más. El Consejo de Ministros aprobó una nueva Ley Fundamental, que le atribuía potestades legislativas, incluyendo la modificación de esta propia Ley Fundamental. A partir de ese momento fueron el primer ministro y su gobierno los facultados para hacer las leyes y ejecutarlas.

En lo económico, el tirano Batista fue un promotor de la política llamada del Gasto Compensatorio, que concebía un crecimiento del mercado interno mediante la expansión del gasto público. Para compensar los efectos de la crisis del sector azucarero, se crearía una infraestructura moderna que propiciara las inversiones extranjeras no azucareras y un proceso autónomo de industrialización.

Sin embargo, el incremento del gasto público se ubicó en inversiones en la esfera de los servicios y sólo una ínfima parte se dedicó a la agricultura no azucarera o a la industria. En poco tiempo, esta política provocó el despilfarro de las reservas en divisas del país, saldos negativos en la balanza de pagos, incremento de la deuda pública y concentración de las inversiones en obras improductivas.

Aunque el crecimiento desigual y deforme de la economía cubana se acentuó, en 1958 aún quedaban importantes reservas en los demás sectores para volver a la senda de la inversión productiva. Pero tras el establecimiento del Gobierno Revolucionario esos problemas se reprodujeron con creces debido a la ampliación de gastos en servicios sociales, defensa y el aparato administrativo-ideológico.

Alianza entre el caudillo y grupos de poder militar con los comunistas para conducir a los trabajadores como las hormigas pastoras a las bibijaguas, normas constitucionales que distorsionan la gobernanza democrática, políticas de gastos «compensatorios» para intentar estimular el crecimiento, fueron prácticas que nacieron en la Segunda República y han sido llevadas al extremo por la Revolución en el Poder.

Los resultados de extender ad infinitum durante la etapa socialista el populismo caudillista sin respaldo económico, propio de los gobiernos batistianos, influye en la crisis económica estructural nacional que atraviesa el país en nuestros días. Solo que ahora apenas existen ya reservas para recomenzar, ni se avizoran posibilidades reales de que nuevos actores sean capaces, en lo inmediato, de desterrar de una vez tales políticas.

6 marzo 2023 25 comentarios 1,1K vistas
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Fidel

Fidel y el problema del huevo o la gallina

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 25 julio 2022
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Esta mañana he leído nuevamente uno de los documentos más controvertidos de nuestra historia contemporánea. En él, un joven abogado defiende su postura y liderazgo ante los tribunales que lo juzgan por varios delitos de alta gravedad, para los cuales solicitan veintiséis años de cárcel.  

El texto es largo, acusatorio, revelador; escrito desde la inspiración y el dolor. No es una transcripción directa de lo que dijo frente al tribunal, pero recoge la mayor parte de las ideas y denuncias expresadas por él, en un pequeño local hospitalario devenido juzgado, en octubre de 1953.

Estoy hablando de La Historia me absolverá y de Fidel Castro. ¿Qué pasaría hoy si alguien decidiera hacer lo mismo? A fin de cuentas, muchas de las cuestiones que motivaron aquellas acciones están todavía presentes en nuestra sociedad. Seguramente, ese delincuente del presente y sus seguidores (¿mercenarios pagados por el imperio?) serían fusilados sin contemplaciones, al menos si tomamos como referente cercano las reacciones y excesivas condenas aplicadas contra muchos de los que se manifestaron el 11-J del pasado año.

Olvidémonos del detalle (nada trivial) de las armas, o del ataque a varias fortalezas militares para, de tener éxito, convocar a una huelga general y presumiblemente desatar una contienda civil. En Cuba, desde hace décadas, disentir es ya un grave problema. Manifestarse pública o directamente contra el gobierno, las autoridades o las leyes, está prohibido; no importa lo que diga la Constitución. Siempre será vista como una acción ilegítima, impulsada desde el exterior y, como tal, reprimida.

Pero, ¿qué pensaba Fidel entonces? Que actuar de ese modo era algo necesario y, para demostrarlo, dedica varias páginas de su alegato donde recorre diversos momentos en la historia de la humanidad. Veamos por ejemplo esta cita que hace, extraída de la Declaración de los derechos del Hombre y el Ciudadano, firmada en 1789 por los revolucionarios franceses: «(…) cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para éste, el más sagrado de los derechos y el más imperioso de los deberes».

Más adelante, luego de citar a Santo Tomás de Aquino, Lutero, Rousseau, Thomas Paine, Locke, y muchos otros (pero curiosamente nunca a Marx, Engels o Lenin), recuerda a Martí: «Un hombre que se conforma con obedecer leyes injustas y permiten que le pisen el país en que nació los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado (…)».

Fidel

Fidel Castro bajo arresto después del ataque al Moncada. (Foto: Wikipedia Commons)

No me interesa volver al conocido documento con el fin de recordar anécdotas, analizar estrategias de guerra, compartir cifras o cuestionar los irregulares (ahora también los hay) procedimientos jurídicos seguidos contra los acusados, de asaltar varios cuarteles un 26 de julio. Quiero explorar, partiendo de sus propias palabras, las ideas que impulsaron todo aquello, y si fueron válidas entonces, valorar por qué luego resultaron negadas, apartadas de todo debate sobre la nación y su futuro, e incluso castigadas. La historia no es algo pétreo, hay que intentar sacarla de los libros y museos para ponerla a dialogar con el presente.

Hoy se habla mucho sobre Cuba. Dentro o fuera de la Isla hay una intensa conversación que, desgraciadamente, se ha vuelto áspera, violenta y, sobre todo, vulgar. Ya no importan las razones sino las descalificaciones. Cada bando no ofrece argumentos, sino amenazas, chusmería y humillaciones. Como la ética era verde y se la comió un chivo, todos parecen reproducir la misma estrategia de cambio: Quítate tú para ponerme yo, que voy a hacer luego lo mismo que tú.

Entonces, se hace más política en un meme que en Washington o el Comité Central. Si en un lado tienen a Otaola, en el otro aparece Michel Torres Corona. Si unos dicen Patria o Muerte, los otros Patria y Vida. Del influencer Fidel, pasamos a Yotuel.

Hay que volver a los orígenes de ciertas cosas, quizás para comprender o encontrar algunas claves que nos permitan reflexionar, aceptar y sanar en ese necesario camino hacia el respeto y el progreso de nuestra nación. Sí, hay que pasar página, que no es lo mismo que olvidar. Hay que mirar adelante y superar esa dinámica tóxica y bravucona que lleva muchos años acompañándonos. Hay un país que se desmorona y unos políticos, en ambas orillas, alimentándose como hienas de esa tragedia humana.

La historia nos puede decir muchas cosas, no solo de quienes fuimos, sino también de lo que podemos ser. Trato de entender qué pasaba por la cabeza de aquel joven abogado y de muchos que lo siguieron (tuve familiares allí) a entregar sus vidas cierto amanecer de 1953. Fue aquel, un grupo heterogéneo y sin lugar a dudas valiente, honorable; cuyo principal objetivo era derrocar a un dictador y recuperar los valores de la República usurpados por el golpe militar.

Salvo unos pocos, no tenían conocimiento de lo que eran el socialismo o el comunismo. De hecho, el Partido Socialista Popular (PSP) había coqueteado durante cierto tiempo con el Monstrum Horrendum, como denominara Fidel a Batista. Decir que lucharon y murieron por una Cuba socialista, es faltarles el respeto y tergiversar la historia.    

Cuando una cúpula militar se hizo abruptamente con el poder, el joven abogado percibió que los problemas de la nación no serían ya resueltos por vías pacíficas. Por eso, su rebeldía fue entendida como legítima y necesaria, en tanto encarnaba los anhelos de un pueblo en busca de ese concepto, hermoso y utópico, que se llama libertad.   

Leyendo aquellas famosas declaraciones al tribunal, encuentro demasiadas paradojas. Está claro que las circunstancias que motivan determinadas acciones en un momento, no son aplicables por igual en otros, pero siento que aquí: donde dije digo, digo Diego.

Una cosa es hacer una revolución y otra, muy distinta, hacer un país. Sí, después de 1959 se produjo un proceso de transformaciones (para bien o mal), en todos los órdenes de la sociedad. Un mundo nuevo para el hombre nuevo (¡y la mujer!). Loable propósito al que se sumaron millones, pero que vino acompañado de una reescritura de la historia de la cual fue convenientemente borrado todo aquello que no se ajustase a la nueva narrativa social.

«Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución, es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». (Fidel, 1961). No es una simple frase, es el punto cero en el inicio de una paulatina degradación de esa propia Revolución, transfigurada en dogma. Todo comenzará a ser parametrado, clasificado, dividido, regulado. Pasado-presente, dentro-fuera, bien-mal, David-Goliat, conmigo o contra mí; el punto medio es blandenguería y no equilibrio. Hemos pasado por tantas adaptaciones y mutaciones en seis décadas que, como Frankenstein, no sabemos ya si abrazar o matar.

Fidel

«Dentro de la Revolución, todo. Contra la Revolución, nada, porque el primer derecho que tiene la Revolución, es su derecho a existir y contra ese derecho, nada, ni nadie». (Fidel, 1961).

Pero el joven abogado parecía tenerlo todo muy claro en los años cincuenta. No había mayor prioridad en aquel entonces que restablecer plenamente la Constitución del 40: «(…) Entendemos por Constitución la ley fundamental y suprema de la nación, que define su estructura política, regula el funcionamiento de los órganos del estado y pone límites a sus actividades». 

Fidel entendía que no podía existir ningún poder, ordenanza, figura o partido político que violara los preceptos de la Carta Magna. En su defensa, denunciaba las manipulaciones anticonstitucionales que se operaban desde el gobierno para legitimar la permanencia de Batista, recordando que la máxima autoridad del país debía surgir de una elección popular, próxima a realizarse, y no de un «pequeño grupo conformado por ministros o funcionarios privilegiados», que además, fueron puestos ahí por el propio presidente.

De modo que pregunta: «(…) ¿Quién elige a quién por fin? ¿No es éste el clásico problema del huevo y la gallina que nadie ha resuelto todavía?». Es decir, según Fidel, el presidente tenía que ser elegido por los ciudadanos. Adquiriría un poder y una responsabilidad ante el pueblo, pero no podía ser omnipotente y, desde luego, no podía ser juez y parte, porque eso llevaría a la corrupción y al establecimiento de una dictadura, donde unos protegerían a los otros. Fue ese un argumento sólido en su defensa: la división de poderes en el Estado. Los acusados estaban restableciendo un orden, no actuando en su contra.     

«Había una vez una República, tenía su Constitución, sus leyes, sus libertades. Presidente, congreso, tribunales, todo el mundo podía reunirse, asociarse, hablar y escribir con entera libertad. El gobierno no satisfacía al pueblo, pero éste podía cambiarlo (…)». He aquí una idea extraordinaria, luego convenientemente olvidada.

Durante más de seis décadas hemos sido educados (y bombardeados mediáticamente), bajo el criterio de que antes de la Revolución no había nada, o muy poco, que rescatar, y que todo el bien, la dignidad, los valores humanos o la justicia para el país, fueron propiciados por el liderazgo de Fidel, el trabajo del Partido (único y eterno) y la articulación de una Revolución socialista.

Observamos además el pequeño detalle del respeto que Fidel decía sentir por las libertades de asociación y expresión, actos que no debían ser coartados bajo ninguna circunstancia. Los militares tras el golpe, incentivaron la corrupción de los partidos políticos, limitando o prohibiendo su ejercicio. Intervinieron los recintos universitarios, cerraron emisoras radiales y de manera voraz persiguieron las voces disidentes, encarcelando, torturando o matando a muchos de los opositores. Eso era inaceptable.

Un grupo se había adueñado del país, violando la Constitución y sembrando el terror. El orden anterior tenía que ser restaurado y las leyes respetadas. En los meses que siguieron a su golpe, Batista se las ingenió para hacerle enmiendas a la Constitución y ponerla al servicio de sus intereses, suscribiendo decretos que la volvían inoperante. Al respecto, nos dice Fidel:              

«No pueden existir privilegios la ley tiene que ser igual para todos. El porvenir de la nación y la solución a sus problemas no puede seguir dependiendo del interés egoísta de una docena de financieros, que hacen sus fríos cálculos en una oficina con aire acondicionado. No será tampoco con estadistas (…) situados en un palacete de la Quinta Avenida, que prefieren dejarlo todo tal cual está.

Un gobierno revolucionario con el respaldo del pueblo limpiará las instituciones de funcionarios venales y corruptos, procederá rápidamente a industrializar el país, movilizando el capital de los bancos y encargando la magna tarea a hombres de absoluta competencia, ajenos por completo a los intereses de la política».

Miro a mi alrededor, hago memoria; imágenes y recuerdos vienen a mi mente. Pienso en todas las experiencias personales en el campo del arte, la enseñanza, la ciencia, el deporte, los medios de comunicación. Pienso en muchos amigos, en conversaciones, lecturas. Territorios cercanos, familiares. Salgo a la calle, recorro el país, leo la prensa.

¿Privilegios? ¿Un pequeño grupo que decide en oficinas con aire acondicionado? ¿Se firman decretos y leyes antipopulares? ¿Lo político no debe dominar nuestra labor? ¿Lo que importa es el talento y no la fidelidad a una ideología o Partido? ¿Militares en el poder? Como diría Sergio en Memorias del subdesarrollo (Tomás G Alea-1968): «(…) yo he visto demasiado para ser inocente».

Fidel

«(…) yo he visto demasiado para ser inocente».

Si todas esas cosas, deseos, preocupaciones, resultaban justas para un país, y para restaurarlas se sacrificaron vidas y energías; por qué luego dejaron de serlo. ¿Cuándo, en qué punto, todo comenzó a trastocarse, suplantarse desvanecerse?

Fidel identifica los más agudos y urgentes problemas que tendría que resolver la revolución. ¿Tendría? No, aquí la incertidumbre y los problemas se viven en presente continuado.  

«El problema de la tierra, el de la industrialización, el de la vivienda, el problema del desempleo, el de la educación y el de la salud del pueblo, he ahí concretados los seis puntos a cuya solución se hubieran encaminado nuestros esfuerzos, junto con la conquista de las libertades públicas y la democracia política.   

(…) ¿Cómo es posible que seamos un país agrícola, con magníficas tierras cultivables y tengamos que importar alimentos?… Cuba sigue siendo una factoría productora de materias primas. Se exporta azúcar, para importar caramelos, se exporta hierro o pieles y luego nos venden el arado y los zapatos.

(…) Miles de ciudadanos subsisten hacinados en cuarterías y zonas insalubres cerca de las ciudades, sin las adecuadas instalaciones de luz eléctrica o teléfono (…) El salario no alcanza, no hay estímulos laborales, lo que repercute en los jóvenes egresados, quienes no encuentran espacios de realización profesional y que, ante tanta incertidumbre, optan por emigrar. (…) hay piedra suficiente y brazos de sobra para hacerle a cada familia cubana una vivienda decorosa. Pero si seguimos esperando por los milagros del becerro de oro, pasaran mil años y el problema estará igual

(…) El alma de la enseñanza es el maestro y los educadores, pero en Cuba se les paga miserablemente. Basta ya de estar pagando con limosnas a los hombres y mujeres que tienen en sus manos, la misión más sagrada del mundo de hoy y del mañana que es enseñar. Si queremos que se dediquen enteramente a sus elevadas misiones, no pueden vivir asediados por toda clase de mezquinas privaciones.

Cuba podría albergar espléndidamente a una población tres veces mayor, no hay razón para que exista miseria entre sus habitantes. Los mercados deberían estar abarrotados de productos, las despensas de las casas deberían estar llenas, todos los brazos podrían estar produciendo laboriosamente (…)».

Conceptos, proyecciones de un país, angustias sobre un estado de cosas que demandaban un cambio, una actitud proactiva del gobierno y una intervención consciente de los ciudadanos en la toma de decisiones. Eso pedía Fidel en los cincuenta y el pueblo lo respetó, aceptando su liderazgo. ¿Y después? ¿Cuántas de esas cuestiones cardinales a superar se volvieron naturales bajo su propio mandato que, por cierto, no podía ni puede ser objetado?

Todos tenemos derecho a soñar, aunque sabemos que también sufriremos pesadillas. La historia me absolverá puede ser interpretada de muchas formas, pero también resulta, en buena medida, el relato de lo que pudo ser y no fue. Volver a ella es regresar a ese instante, único e irrepetible, en que cientos de jóvenes eran revolucionarios, pero no vivían a costa de la Revolución. Formaban parte del pueblo, pero no hablaban en nombre del pueblo y, mucho menos, organizaban acciones o leyes en contra del pueblo.

Estaban allí desde su pureza y autenticidad, respondiendo a su conciencia, no a una ideología política específica, ni a la propaganda. Buscaban la libertad, el bienestar y la independencia, cuestiones aún pendientes siete décadas después.

Tenían sueños, y para alcanzarlos pusieron sus cuerpos. Debemos regresar a ese punto, transparente, humano, en que lo esencial sea respetar la voluntad de los ciudadanos y no las doctrinas de un partido. La clave está en el ser y no en el parecer. La revolución ya se hizo, ahora hay que rescatar a Cuba.

25 julio 2022 53 comentarios 5,3K vistas
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Guiteras (1)

Guiteras y los socialismos vernáculos*

por Rafael Rojas 24 noviembre 2021
escrito por Rafael Rojas

En los mismos años en que se extendía la ola revolucionaria en Centroamérica y el Caribe hispano, en Cuba se producía un amplio y heterogéneo movimiento social y político contra la dictadura de Gerardo Machado. Este general de la Guerra de Independencia de 1895, que había sido alcalde de Santa Clara durante la primera ocupación norteamericana de la Isla, entre 1898 y 1902, y que durante las primeras décadas republicanas había militado en el Partido Liberal, llegó a la presidencia en 1925.

Como José Miguel Gómez y Alfredo Zayas, otros dos líderes liberales, Machado había participado en un levantamiento armado contra el conservador Mario García Menocal en 1917, y su campaña presidencial, bajo la consigna de «agua, caminos y escuelas», logró el apoyo de los elementos más renovadores del liberalismo cubano. Sin embargo, en 1927, con apenas dos años de gobierno, Machado propuso reformar la Constitución de 1901 para asegurar una prórroga de poderes por dos más, con el fin de ganar tiempo y preparar su reelección.

Aprovechó la reforma para reforzar su poder por medio de la extensión del período presidencial a seis años, la eliminación del cargo de vicepresidente, el aumento de las iniciativas de ley por parte del ejecutivo y la creación de un Consejo de Estado. El proyecto de reforma constitucional, que sería aprobado por un congreso constituyente, se vio ligado desde un inicio a las relaciones bilaterales con Estados Unidos, toda vez que Machado lo incorporó a la agenda de un viaje a Washington, en abril de 1927, donde lo expuso al presidente Calvin Coolidge. En esa visita, Machado habría planteado al gobierno de Estados Unidos la idea de derogar la Enmienda Platt.

Las primeras reacciones contra el reeleccionismo de Machado provinieron del propio Partido Liberal que lo llevó al poder. Carlos Mendieta Montefur, coronel de la última guerra de independencia, envió una carta abierta al presidente en la que le pedía no violar «las prácticas de la democracia ni las más rudimentarias de la equidad y la justicia». Y advertía: «acuérdate que no has escalado el poder para conculcar las libertades sino para mantenerlas con todo vigor patriótico. Vuelve los ojos hacia el pasado reciente de nuestra República y hojea el libro de la experiencia, cuyas páginas se han escrito con sangre de hermanos».

Machado respondió con una frase que denotaba la subestimación de la nueva generación por la vieja: «nada es más perjudicial a la salud de la República que lanzar a la juventud universitaria, inexperta, cándida y tan llena de ideales hermosos…, a campañas políticas interesadas y fogosas».

Uno de los primeros posicionamientos contra la reforma constitucional provino, precisamente, de los jóvenes del Directorio Estudiantil Universitario, organización a la que entonces pertenecía el líder estudiantil Antonio Guiteras Holmes. En un manifiesto a la opinión pública, en abril de 1927, los miembros del Directorio afirmaban que la prórroga de poderes era un «atentado a las libertades y a la soberanía del pueblo cubano» y que la promesa de una derogación de la Enmienda Platt no debía aceptarse a cambio de la instauración de una dictadura. En 1927 Guiteras no creía necesaria una reforma constitucional en Cuba, sobre todo si la misma servía para perpetuar a Machado.

Guiteras (2)

El presidente de Estados Unidos Calvin Coolidge, a la izquierda, junto a Elvira Machado, esposa de Gerardo Machado, y este, a la derecha, junto a la esposa de Coolidge, Grace, en La Habana en 1928. (Foto: Associated Press)

Al final, la reforma constitucional se aprobó en 1928, pero sin la prórroga inmediata de poderes, por lo que el presidente se presentó a la reelección aquel año. Sin embargo, la idea de un sexenio machadista, que se extendería de 1929 a 1935, molestaba profundamente a varios sectores de la población y provocó la radicalización de la juventud opositora. La gran movilización juvenil, que arrancaría en 1930 y sacudió a los sectores tradicionales de la primera República cubana, fue el punto de partida de una transformación profunda de la sociedad y el Estado sin la que es imposible comprender el proceso revolucionario posterior.

Unos años después del manifiesto de 1927, siendo miembro de Unión Revolucionaria, Guiteras cambia de posición y piensa que Machado debe ser reemplazado por un «gobierno provisional», llamado a crear «un régimen en concordancia con las nuevas orientaciones político-sociales que han aparecido en el mundo desde que fue redactada la Constitución de 1901, que asegura para Cuba vida libre de opresiones nacionales y de injerencias extrañas».

Su valoración de la Constitución de 1901 continuaba siendo positiva, no obstante, ahora contemplaba la necesidad de una reforma profunda desde el gobierno, que colocara a Cuba en el panorama de las izquierdas revolucionarias y populistas de la región.

El gobierno provisional, a su juicio, debía durar solo dos años, luego de los cuales se organizaría un plebiscito y se haría un censo para convocar elecciones a un nuevo congreso constituyente. Aquel primer programa guiterista proponía, entre otras medidas de beneficio social, la nacionalización de los servicios públicos (ferrocarriles, ómnibus rurales y urbanos, compañías de expreso, cables, telegrafía sin hilos, teléfono, alumbrado eléctrico, gas y agua).

Además de esos pasos en la dirección de un reforzamiento del papel económico del Estado, en sintonía con las tesis keynesianas y de la London School of Economics, Guiteras suscribía elementos del reformismo agrario mexicano y centroamericano, mediante leyes contra el latifundio, la extensión del sufragio universal, directo y secreto, para hombres y mujeres mayores de veintiún años, la autonomía del poder judicial y de la educación universitaria.

Con esa claridad programática a sus veintitantos años, no es raro que el joven graduado de Farmacia en la Universidad de La Habana se convirtiera en una de las figuras centrales del nuevo gobierno revolucionario. La Revolución cubana del 33 fue muy heterogénea, pero tuvo tal vez en Guiteras el punto de intersección de todas sus corrientes políticas: los comunistas partidarios de la línea soviética, los socialistas antiestalinistas de tendencia anarquista o trotskista, los nacionalistas revolucionarios de izquierda, los nacionalistas revolucionarios de centro o de derecha, los populistas cercanos a las posiciones del APRA y los viejos liberales y conservadores de las primeras décadas republicanas.

La Revolución contra Machado hizo emerger un espectro de asociaciones y partidos que, creados antes o durante la dictadura, transformaron el sistema político insular: Partido Comunista de Cuba (PCC), Confederación Nacional Obrera de Cuba (CNOC), Directorio Estudiantil Universitario (DEU), Ala Izquierda Estudiantil, Unión Revolucionaria, Partido Bolchevique Leninista, Unión Nacionalista, Partido Liberal, ABC….

Entre sus líderes se encontraban miembros de los viejos partidos Conservador y Liberal, como Mario García Menocal, Miguel Mariano Gómez, Carlos Mendieta Montefur y Roberto Méndez Peñate, que se levantaron en armas en 1931 contra Machado; militantes comunistas como Rubén Martínez Villena, que organizó las principales huelgas del movimiento obrero; líderes universitarios como Ramón Grau San Martín, Carlos Prío Socarrás o Eduardo Chibás; periodistas como Sergio Carbó, o intelectuales como Joaquín Martínez Sáenz, Jorge Mañach, Francisco Ichaso y Juan Andrés Lliteras, fundadores del ABC, un partido catalogado erróneamente como «fascista» por buena parte de la historiografía oficial cubana.

Guiteras (3)

Sergió Carbó (2-izq.), de blanco, en una foto junto a Ramón Grau San Martín (izq.), Fulgencio Batista (cent.) y otros políticos y militares cubanos en 1933. (Foto: latinamericanstudies.org)

La conspiración del partido Unión Nacionalista había arrancado desde fines de los años veinte, y prueba de su heterogeneidad fue la aproximación a la misma de Julio Antonio Mella y otros jóvenes de izquierda. Los conspiradores, viejos revolucionarios del XIX, buscaron apoyo en Washington y Nueva York y organizaron una expedición del Havana Yacht Club a Río Verde, Pinar del Río, en el verano de 1931.

Otro grupo, que también logró soporte en Estados Unidos —encabezado por los tenientes Emilio Laurent y Feliciano Maderne, y apoyado por jóvenes políticos como el ya citado Sergio Carbó, Lucilo de la Peña y Carlos Hevia—, desembarcó en Gibara, provincia de Oriente. Ambas sublevaciones fueron rápidamente neutralizadas por el ejército de Machado y sus principales líderes, encarcelados, aunque pocos meses después los amnistiaron.

El ABC surge justo en el verano de 1931, a partir de una lectura crítica del fracaso de aquellas revueltas armadas. Sus líderes eran Martínez Sáenz, Mañach, Ichaso y Lliteras; respaldados por intelectuales y políticos de la misma generación como Emeterio Santovenia, Carlos Saladrigas, Ramón Hermida, Gustavo Botet, Orestes Figueredo, Juan Pedro Bombino… Algunos, como Bombino y Figueredo, provenían del Directorio Estudiantil; otros, como Mañach, derivaban del Grupo Minorista desde la década anterior.

La identidad juvenil del movimiento se tradujo en una valoración sumamente crítica del rol de la generación anterior, que, a su entender, había logrado la independencia pero era incapaz de encabezar la construcción de una república moderna en el siglo XX, abierta al nuevo repertorio de derechos sociales de la ciudadanía.

La perspectiva generacional y el concepto político de la «juventud», en el espacio latinoamericano, habían marcado todo el itinerario de la izquierda no comunista: el movimiento estudiantil de Córdoba, la lucha por la autonomía universitaria, la Revolución Mexicana, José Vasconcelos, Víctor Raúl Haya de la Torre, el APRA… Varias corrientes de la Revolución del 33, en Cuba, como el DEU, el Ala Izquierda, ABC y La Joven Cuba, comparten ese proceso de invención conceptual de la juventud como sujeto político.

El «Manifiesto-programa» del ABC, que comenzó a circular en 1932, planteó el asunto de una manera precisa. Luego de señalar que la aspiración de la nueva «organización» —también llamada «movimiento», raras veces «partido»— era la «renovación integral de la vida pública cubana», es decir, no solo «acabar con el régimen tiránico» de Machado sino «también remover las causas que lo han determinado, y mantener efectivamente organizada a la opinión sana del país en una fuerza permanente para la realización y defensa de los intereses nacionales», Mañach, Martínez Sáenz, Ichaso y Lliteras explicaban:

El ABC es característicamente un movimiento de juventudes, porque la evolución nacional en los últimos treinta años ha demostrado que una gran parte de los males de Cuba se derivan de que la generación del 95 ha secuestrado para sí la dirección de los asuntos públicos, excluyendo sistemáticamente a los cubanos que alcanzaron la plenitud civil bajo la República. Después de cumplir, gloriosamente, su misión histórica, la conquista de la independencia, esa generación tuvo que servir de puente entre la Colonia y la República. Pero desde sus primeros pasos en su gestión republicana, puso de manifiesto su falta de aptitud para la labor civil de organizar y defender el nuevo Estado. Impedida, por el mismo empeño libertador, de adquirir la preparación doctrinal y técnica necesaria; fatigada de la tensión política; minada por las rivalidades y el espíritu de caudillismo que toda guerra de emancipación naturalmente engendra, esa generación no ha sabido, ni en el Poder ni en la Oposición, organizar las defensas de la nacionalidad. Dominó, sin embargo, de tal modo el sistema político nacional, que los jóvenes admitidos en el mismo, han sido únicamente los que se mostraron dispuestos a aceptar sus condiciones y contagiarse de sus vicios, estableciéndose así una selección a la inversa: la selección de los peores.

Estos jóvenes revolucionarios reiteraban que aquella generación estaba «políticamente liquidada» y que era preciso «sustituirla» porque podía «imputársele el fracaso de la primera etapa republicana» de Cuba. Tal visión se hallaba sumamente extendida entre los diversos grupos y asociaciones antimachadistas, incluso entre los comunistas, aunque la ortodoxia doctrinal del marxismo-leninismo los llevara a negar o subestimar el conflicto generacional, frente al conflicto de clases, al que consideraban determinante en una sociedad moderna.

En diversos escritos de Mella, Martínez Villena o Marinello, es detectable la idea de que la generación del 95 había traicionado los ideales de soberanía y justicia. Sin embargo, algunos como Martínez Villena o el intelectual de izquierda Raúl Roa, que no militaba en el Partido Comunista, juzgaron severamente el manifiesto del ABC. Su principal crítica era al método de lucha violenta de la organización, que definían como «terrorista», pero también cuestionaban la importancia que el programa daba a la «pequeña propiedad» dentro de la reforma agraria.

Guiteras (4)

Julio Antonio Mella

Hay algunas continuidades entre el ABC, el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico) y el guiterismo —corriente socialista no comunista impulsada por Antonio Guiteras Holmes, dentro de la propia Revolución de 1933— ignoradas por la historiografía marxista-leninista, debido al cúmulo de dogmas y prejuicios frente a la izquierda nacionalista revolucionaria.

Desde que Guiteras rompe con los sectores que hegemonizaron la Revolución del 33, evidenció una visión crítica de las generaciones mambisas y un celo conceptual en torno a la idea de Revolución, que rápidamente lo distinguió de otros líderes de aquel proceso. En su conocido artículo «Septembrismo», publicado en abril de 1934 en Bohemia, reconocía la importancia del cuartelazo del 4 de septiembre por poner fin al gobierno «débil e impopular» —«por la mediocridad que caracteriza a todo gobierno de concentración»— y «mediatizado» de Céspedes.

También se oponía a quienes rechazaron sus decretos —«martillazos que rompían lentamente la máquina gigantesca que ahogaba al pueblo de Cuba»—, ya que «nuestro programa no podía detenerse simple y llanamente en el principio de la no intervención». Se refería, desde luego, a Batista, y también a líderes civiles como Sergio Carbó, que mencionaba por su nombre —y a Guillermo Portela y Porfirio Franca, que no mencionaba— como reacios al cambio. Pero no a José Miguel Irisarri o Ángel Alberto Giraudy, miembros del gabinete progresista de fines de 1933, que se incorporarían en 1934 a La Joven Cuba.

Aunque no cuestionaba públicamente a Grau San Martín, su compañero en el Gobierno de los Cien Días, y hasta reconocía que su actitud no había sido «estéril», Guiteras partía de una distinción entre verdaderos y falsos revolucionarios, que suponía una mirada crítica hacia las derivas políticas de la última generación mambisa en la política republicana. El «fracaso» de su breve gobierno progresista era la prueba de que «una revolución sólo puede llevarse adelante cuando está mantenida por un núcleo de hombres identificados ideológicamente, poderoso por su unión inquebrantable».

Había, sin embargo, semejanzas evidentes entre este concepto de Revolución, en el que se combinaban cohesión política y flexibilidad ideológica, y el de Batista, quien monopolizaría el uso oficial del término en Cuba hasta los años cincuenta.

En septiembre de 1934, a un año de la revolución del 4 de septiembre, decía Batista, en tono filosófico:

Cuando al hombre se sustrae de la rutina, de la costumbre de seguir lo trillado, le sucede como al niño al comenzar su colegio: todo al principio le azora y le sobrecoge; pero pronto atempera su espíritu al ambiente y se adapta a las nuevas formas de vida. Las revoluciones provocan siempre, al estallar, inquietudes y dudas; porque abren amplios paréntesis de incógnitas en la vida de los hombres. No hay que confundir a los movimientos revolucionarios reformadores con las simples revueltas. Estas son pasajeras; los efectos de aquéllos son permanentes o evolucionan. Cuando la marcha de los pueblos se estanca, los cambios se imponen.

Batista reiteraba una serie de núcleos discursivos de toda la tradición nacionalista revolucionaria: la distinción entre revolución y revuelta; la idea de la revolución permanente y la tesis de que, al menos en la historia de Cuba, cada revolución se originaba en el desencanto con una promesa previa de cambio revolucionario. Lo reiteraba más adelante, en el mismo texto, cuando aseguraba que en la primera República cubana, de 1902 a 1933, se habían anquilosado «castas y divisiones que dieron al traste con los ideales de nuestros mambises».

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Fulgencio Batista saluda a Sumner Welles, durante una visita a Washington en 1938. (Foto: Biblioteca del Congreso de Estados Unidos)

También compartía el meollo del nacionalismo revolucionario al identificar aquel estancamiento republicano con la «supeditación» de «nuestra república a los grandes intereses de factura extranjera, así como de los de raras influencias nacionales subordinadas a los anteriores».

Para Guiteras y sus seguidores era preciso entonces contraponer, al campo semántico de ese concepto oficial, otra manera de asumir y socializar el término Revolución. El Programa de La Joven Cuba es un documento donde no solo se lee esa resemantización, sino los contactos discursivos que establece dicho programa con otros movimientos de la izquierda nacionalista latinoamericana de los años treinta.

El Programa de La Joven Cuba

Para empezar, Guiteras iba más a fondo que Batista y, otra vez en sintonía con los programas del ABC y el PRC(A), cuestionaba la condición nacional de Cuba en 1934. No es que fuera una neocolonia, es que no era una nación, «a pesar de reunir todos los elementos indispensables para integrar una nación».

El Programa de La Joven Cuba, publicado como panfleto en octubre de 1934, en la imprenta del periódico habanero Ahora, es uno de los documentos más profundos de la literatura revolucionaria en América Latina. Los historiadores coinciden en que en la redacción del documento, firmado por el «Comité Central» de la organización, no solo intervino Guiteras, sino abogados vinculados al gobierno de Grau, como Irisarri y Giraudy, y el escritor y periodista Antonio María Penichet, incorporados luego a la corriente septembrista y a la breve experiencia de la asociación secreta TNT.

La profundidad ideológica del texto está directamente relacionada con la propuesta de agregar a las «unidades física, demótica, policial e histórica» de la nación cubana —ya existentes—, una «unidad funcional» —inexistente— que sería necesaria para «rebasar el estado colonial». Ese proceso, según La Joven Cuba, únicamente podría lograrse por medio del «Socialismo»: «para que la ordenación orgánica de Cuba en nación alcance estabilidad, precisa que el Estado cubano se estructure conforme a los postulados del Socialismo».

Frente al nacionalismo revolucionario hegemónico u oficial que trataba de impulsar Batista, el guiterismo proponía una visión radicalizada del cambio, introduciendo el concepto de «Socialismo», con mayúscula. No obstante, esa radicalización mantenía claras distancias con el socialismo de tipo comunista y, a la vez, no renunciaba a procedimientos propiamente reformistas, toda vez que se asumía como continuidad del programa de gobierno emprendido entre el 4 de septiembre de 1933 y el 15 de enero de 1934.

El «Estado socialista», decían los guiteristas, no era «construcción caprichosamente imaginada» o «mera utopía individual o hipnosis colectiva», sino una «deducción racional basada en las leyes de la dinámica social». Los términos son muy parecidos a los del lenguaje de los partidos comunistas latinoamericanos, pero el programa mostraba claras diferencias.

En ningún momento La Joven Cuba suscribía la doctrina del «marxismo-leninismo» ni elogiaba al proyecto soviético. Tampoco proponía la creación de un partido único o la estatalización de la economía. El programa defendía la «nacionalización o municipalización» de servicios públicos y, a la vez, el «fomento de la pequeña industria» privada.

Muy en la línea de la Revolución Mexicana, especialmente en su versión cardenista, los guiteristas proponían una reforma agraria que concediera tierras al campesinado pobre, nacionalizara los litorales y el subsuelo y creara granjas agrícolas cooperativas y estatales; pero sin desmantelar la red empresarial que operaba la industria, el comercio, la agricultura y la banca.

Las reformas previstas por La Joven Cuba incluían una amplia extensión de derechos sociales básicos a la población, pero también un reordenamiento del aparato de justicia y un combate permanente a la corrupción y la malversación de fondos públicos. En términos políticos se contemplaba una reforma electoral que hiciera efectivo el voto de cada persona mayor de 18 años y concediera el derecho al sufragio de las mujeres.

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Antonio Guiteras

En política exterior, suscribían las premisas del antimperialismo, rechazaban todos los tratados y convenios internacionales que perjudicasen a la nación, desconocían la deuda externa y llamaban a la convocatoria inmediata de un «Parlamento de América», integrado por «representantes de las asociaciones de productores, sindicatos de empleados y trabajadores y colegios de profesionales de todos los países de América».

¿A qué sonaba este reformismo radical, que mezclaba antimperialismo y panamericanismo y que apostaba a una diplomacia desde la sociedad civil, antes que desde el Estado? Definitivamente no al comunismo de los partidos aliados a Moscú, sino al aprismo peruano y chileno, al cardenismo mexicano y, en menor medida, a los nacientes populismos varguista y peronista en Brasil y Argentina.

Los referentes doctrinales de Guiteras y La Joven Cuba se movían entre Ariel y Motivos de Proteo, de José Enrique Rodó; La verdadera revolución social, del anarquista francés Sebastian Faure; los estudios críticos sobre la Revolución rusa de Volin y Archinov y lecturas frecuentes de la izquierda vasconcelista y aprista como Tolstoi, Tagore y Barbusse.

En una conocida entrevista con el aprista Enrique de la Osa para la revista Futuro, Guiteras expresaba: «es preciso reconocer que mucho han contribuido a crear ese espíritu antimperialista las organizaciones que como el APRA mantienen el propósito fundamental» del antimperialismo.

Entre 1934 y 1935, las diferencias entre el nacionalismo revolucionario de izquierda y el comunismo cubano se profundizaron. En la documentación del Segundo Congreso del Partido Comunista, celebrado en Santa Clara el 21 de abril de 1934, el guiterismo aparece catalogado como una corriente «izquierdista de la burguesía terrateniente», aliada de Grau San Martín y el PRC, Sergio Carbó y el Nacionalista Revolucionario; a pesar de las conocidas críticas de La Joven Cuba a estos líderes y partidos.

Desde marzo del 34, en unas «Directivas» del PCC a los obreros se había llamado a «desenmascarar» al guiterismo. Ahora se reiteraba la exhortación, ya que, a juicio de los comunistas, la estrategia huelguista e insurreccional de La Joven Cuba podía atraer a su «campaña demagógica» a sectores del movimiento obrero y campesino.

En un momento en que el comunismo latinoamericano transitaba hacia las tesis del «frente amplio» antifascista, impulsadas desde el Comintern por Jorge Dimitrov, en Cuba el frentismo comunista se presentaba reacio a la alianza con guiteristas, trotskistas, anarquistas y apristas.

No se mencionaba al APRA, por cierto, en aquellos documentos, pero en Cuba existía una organización ligada al movimiento de Haya de la Torre, que colaboró con Guiteras y los auténticos en la huelga de marzo de 1935 y otras acciones revolucionarias.

Guiteras (7)

Víctor Raúl Haya de la Torre

En una carta de Guiteras a sus colaboradores exiliados en Estados Unidos, el líder hablaba del proyecto de crear un frente común entre auténticos, apristas y guiteristas en marzo de 1935, para respaldar la huelga general contra el gobierno de Carlos Mendieta Montefur, convocada por el movimiento estudiantil. El propósito de aquella alianza era conectar la huelga con una insurrección armada, un curso de acción que desaconsejaban el Partido Comunista y la Confederación Nacional Obrera.

Guiteras murió en choque armado con un contingente del ejército de Batista en el fuerte El Morrillo, al norte de Matanzas, cuando se disponía a salir de Cuba rumbo a México, con el propósito de organizar una expedición revolucionaria. En México, un grupo de exiliados guiteristas bien relacionados con las redes internacionales de la izquierda aprista, buscaba apoyo de Francisco J. Múgica y del propio presidente Lázaro Cárdenas. Las fricciones entre aquellos revolucionarios cubanos y la izquierda comunista prosoviética fueron muy parecidas a las que experimentaron los partidarios de Haya de la Torre en Perú, los cardenistas en México y los peronistas en Argentina.

La Joven Cuba fue vista como amenaza por la derecha batistiana y por la izquierda comunista. La cúpula de la dirigencia prosoviética cubana acusaba a los guiteristas de sostener, como los trotskistas, que la Revolución en Cuba sería imposible mientras no se produjera antes una Revolución en Estados Unidos.

En la práctica, las cosas fueron al revés: los guiteristas organizaron una insurrección, mientras los comunistas asumieron la opción más ortodoxa del frente amplio y pactaron con Batista desde fines de los años treinta. El partido comunista, entonces llamado Unión Revolucionaria Comunista, se alió con Batista en la elección de la Asamblea Constituyente de 1939 y formó parte de su gobierno entre 1940 y 1944.

Durante el giro reformista de los comunistas latinoamericanos, que se oficializó con la estrategia de los frentes amplios establecida en el VII Congreso del Comintern en el verano de 1935, aquellos socialismos vernáculos latinoamericanos y caribeños, conectados a diversas corrientes de la izquierda populista y nacionalista, adquirieron un importante protagonismo. La iniciativa de la Revolución, dentro de la izquierda regional, se desplazó entonces a movimientos y organizaciones que se distanciaban de las premisas gradualistas del comunismo ortodoxo.

***

*Fragmento del capítulo «Variantes del nacionalismo revolucionario», del libro El árbol de las revoluciones. Ideas y poder en América Latina (Madrid, Turner, 2021).

24 noviembre 2021 20 comentarios 7,2K vistas
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Liderazgo, discurso político y Revolución

por Consejo Editorial 15 julio 2020
escrito por Consejo Editorial

El discurso político de los grandes líderes tiene diversos usos y lecturas según la época y el interés de quien lo lee. Sirve para ilustrar, comprender épocas y procesos, pero también se emplea a veces para cerrar o evadir un debate, extraer frases, unas veces bien empleadas, otras sacadas de contexto y otras mutiladas hasta donde dice lo que sirve a alguien interesado en legitimar determinada postura. Ocurre en cualquier parte, en Cuba, sobre todo, con los de José Martí, Ernesto Guevara y Fidel Castro.

En estos días volví a leer, luego de más de 20 años de haber trabajado procesando documentos de la autoría de Fidel Castro en el Instituto de Historia de Cuba, dos importantes discursos que pronunció el entonces Primer Ministro en 1960: el del 13 de marzo en la escalinata de la Universidad de La Habana y el del 23 de junio en Río Cristal.

Dos razones movieron mi interés. Una, la reacción de algunos intelectuales y combatientes al tratamiento que dio la Mesa Redonda del 13 de marzo al asalto al Palacio Presidencial y la toma de Radio Reloj, ocurrido en esa fecha de 1957, descalificando la heroicidad del hecho y cuestionando la fidelidad al Pacto de México entre las dos organizaciones más importantes de la insurrección.

Durante casi tres meses se estuvo reivindicando a través de las redes el significado de esos hechos, la importancia de la organización que lo protagonizó –el Directorio Revolucionario (DR) fundado un año antes y devenido en DR 13 de Marzo (DR 13/3)-, en el movimiento insurreccional de los años 50 contra la tiranía de Fulgencio Batista, así como los sucesos que cobraron las vidas de muchos de aquellos jóvenes. El tono de los reclamantes terminó de subir frente a la indiferencia de los medios oficiales ante el fallecimiento, el 8 de mayo pasado, de Guillermo Jiménez Soler, Jimenito, una de las figuras más reconocidas de aquella organización. Lamentablemente, no hubo desde esos medios ni siquiera digitales, rectificación, contrarréplica, o disposición al debate sobre los asuntos cuestionados.

A diferencia de otras organizaciones, respecto al DR 13/3 subsiste en algunos intelectuales y combatientes la percepción de que, a pesar del heroísmo y las posturas unitarias que protagonizó con el Movimiento 26 de julio (M-26-7) liderado por Fidel, los exponentes suyos que llegaron al triunfo del 1º de enero de 1959, no fueron ubicados ni entonces ni después en puestos relevantes de confianza en la dirección de la Revolución. También, que no se les ha dado el espacio y reconocimiento que merecen en la historiografía nacional ni en la práctica política, a diferencia del posicionamiento que rápidamente alcanzó el Partido Socialista Popular (PSP), la otra de las tres fuerzas políticas de oposición al batistato.

Poco después de las insatisfacciones mostradas, Cubadebate publicó el discurso que Fidel pronunció en junio de 1960 ante el Directorio de 1930. Aunque no era ese Directorio el que había movido los reclamos en las redes, valía la pena releer el discurso publicitado para conocer si contenía algún mensaje de interés sobre el tema. En definitiva, no lo había ni en ese ni en el que no se publicó del 13 de marzo. No obstante, alcanzaron para pensar el discurso político como documento histórico, a través de esos dos ejemplos del importantísimo año 1960.

“Nosotros hemos recogido los frutos del esfuerzo que han realizado todas las generaciones anteriores”.    Foto: Perfecto Romero/Cubadebate

Mirar al pasado desde el ahora y a través de ese tipo de fuente posibilita pensar la historia más sosegadamente desde la distancia y los compromisos epocales. Las diferencias entre ese ayer y el hoy de Cuba son como de la noche al día. Los primeros años luego del triunfo de enero de 1959 fueron de una extraordinaria ebullición, como suelen ser las revoluciones: grandes manifestaciones, consultas populares recurrentes, traiciones, realineamientos, desgarraduras, confrontación, ilusión, pasión y hasta euforia. Solo en ese primer semestre de 1960 fueron 21 discursos, casi todos en grandes concentraciones populares espontáneas. Fue ese lapso identificado como de “histeria colectiva”, fenómeno socio psicológico que se emplea mucho en la salud pero que en el plano sociopolítico comprende la manifestación de los mismos comportamientos y estados de ánimo por parte de muchas personas cuando están agrupadas.[i]

Los discursos de Fidel Castro de aquellos años dan para comprobar ese estado. En su publicación original reproducen incluso los diálogos del líder con grupos e individuos asistentes, expresiones que corea la gente, aclamaciones reiteradas agradeciéndole los cambios y secundando todas sus propuestas. Y era una escena particularmente frecuente, todo un fenómeno sociopolítico: locaciones diversas, generalmente amplísimas, que se repletaban con hombres, mujeres y muchas veces niños apoyando enardecidos ante aquellas palabras argumentadas, viriles y cargadas también de emoción. Era, como diría el Che, “esa fuerza telúrica llamada Fidel Castro”, en un escenario muy fértil.

Una lectura adecuada de tales documentos a la altura de los 60 años transcurridos, no puede obviar tres aspectos básicos: el tipo de documento que se trata con sus ventajas y desventajas, sus contenidos básicos e ideas rectoras, quién es el orador y cuáles son sus  propósitos y el contexto específico y general en que se produce el discurso.

Lo primero es que se trata de un “discurso político”, documento expresamente público desde que se concibe, aunque fuera mentalmente porque Fidel solía improvisar. Que se dirige a grandes masas o, a un auditorio o segmento de personas de interés y responde siempre a determinados objetivos e intereses políticos que el líder pretende estimular o neutralizar. Lo segundo es que el orador es el máximo dirigente de la Revolución, se conduce con el poder que le asiste pero también a sabiendas de la trascendencia de sus palabras, consciente de la importancia que tiene ganar toda la legitimidad posible en esos primeros tiempos, como garantía para la profundización de los cambios y la defensa del proyecto.

Todo eso iba acompañado de procesos políticos importantes y muy diversos. Eran tiempos de reacomodo de fuerzas políticas, de aprovechar las fortalezas de las principales fuerzas de la insurrección, mediar en las inevitables contradicciones y procurar la unidad para avanzar con el mayor respaldo posible. En los nuevos posicionamientos políticos, era lógico que los combatientes de las diversas organizaciones de la resistencia, estuvieran interesados en escuchar de primera voz el curso de los acontecimientos y las perspectivas, y que estuvieran también observando la distribución de funciones y puestos de confianza en la nueva Cuba. También que la contrarrevolución, como hija natural de la revolución, se incrementara y terminara de estructurar ese año, con una composición diversa y tratando de reeditar la fórmula insurreccional que había dado la victoria de enero de 1959.

Los dos discursos que interesan ahora se pronunciaron en momentos que precedieron y en el que daba inicio a la escalada de  medidas y contramedidas económicas y políticas, que radicalizaron el proceso entre fines de junio y de octubre de ese año. Cada una de esas intervenciones públicas se identifica con sucesos específicos, auditorios diferentes, objetivos concretos y líneas de mensaje fundamentales, en algunos casos coincidentes y de continuidad hasta hoy.

El del 13 de marzo en la escalinata de la Universidad de La Habana era el segundo que conmemoraba desde el triunfo y esta vez en su tercer aniversario, uno de los hechos más audaces y heroicos de las luchas cubanas del siglo XX, encabezado por José Antonio Echeverría, también líder de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Fidel discursó para todo un pueblo aunque más enfocado en los jóvenes. La conmemoración se mantendría de esa forma de manera ininterrumpida hasta 1968.

Estaba muy fresco el sabotaje al vapor La Coubre y el sepelio de las víctimas, con una impresionante concentración en la que Fidel pronunció por primera vez la consigna ¡Patria o Muerte!. EEUU aceleraba sus planes agresivos contra la isla, desde las incursiones aéreas, presiones económicas y otras contempladas en lo que 30 años después se hizo público como el “Plan de acciones encubiertas contra Cuba” aprobado cuatro días después de ese masivo acto. Poco antes, en febrero, se había producido la visita del Vicepremier Ministro de la URSS, Anastas Mikoyan.

Algunos aspectos que distinguen este discurso son: 1) Fue menos exhaustivo que el del año anterior en cuanto a los hechos del pasado que conmemoraba, incluso en cuanto a la organización líder de aquellos sucesos. Se centró más en el presente y futuro de la Revolución y el lugar de los jóvenes; 2) Crítica al pasado republicano y la debilidad de la economía cubana por la dependencia, lo que usa EEUU para presionar y castigar, por ejemplo con la reducción de la cuota azucarera; 3) el apoyo a las prioridades de los jóvenes: la edificación de  la Ciudad Universitaria con el nombre de José Antonio Echeverría”[iii], el monumento a los mártires y la reforma universitaria.

El discurso ante el Directorio del 30 ocurre tres meses después, cuando se han restablecido en mayo las relaciones con la URSS y se ha firmado el primer acuerdo comercial de suministros de azúcar y petróleo con ese país. Mientras, EEUU a través de sus empresas petroleras suspendía el envío de hidrocarburos a la Isla y prohibía a sus refinerías procesar los que procedieran de otras fuentes.  Al mes siguiente reduciría la compra de la cuota azucarera cubana. Se pronunció en un espacio más reducido, con un auditorio más limitado y centrado en el ámbito político. Un almuerzo ofrecido por esa organización política de los años 30, al que asistieron miembros y dirigentes de la misma y también la madre de Rafael Trejo, símbolo de las luchas de aquel Directorio contra la dictadura de Gerardo Machado.

Como en el anterior, el único tema importante del contexto de esos meses que Fidel no incluye en su intervención pública es el de las relaciones con la URSS. Algunos asuntos abordados el 13 de marzo los retoma, expandiéndose con otros argumentos. Otros, que allá fueron marginales ocupan ahora el centro de atención. Acaso el tópico más novedoso y a tono con un auditorio políticamente selecto, a muchos de los cuales no conocía más que por referencias, es el referido a las diferencias entre un momento revolucionario, cuando diversas organizaciones estaban en la lucha incluso con contradicciones, y un momento político como ese, luego del triunfo, en que las prioridades son otras en bien del entendimiento para el país.

Otros tres temas, que están relacionados y se manejan con muy diferentes profundidades en los dos encuentros, son los relativos a: el enemigo externo, la unidad y la contrarrevolución interna. El primero es el más reiterado. Ocupa buena parte de su intervención de marzo, destacando los enormes peligros que impone al país ese enemigo externo con las agresiones económicas, políticas y armadas, para todo lo cual avisa que hay que destinar recursos y prepararse, tanto para la defensa como para resistir las carencias económicas que sobrevendrán. Lo retoma varias veces y asocia esa capacidad de resistencia con el patriotismo, la valentía y usando como ejemplo lo vivido durante la lucha en la Sierra Maestra. También lo vincula al sentido de las conmemoraciones, que en su visión son especialmente para “afianzar ese espíritu de sacrificio, fortalecer ese estado de ánimo de quienes están dispuestos a todo (…) renunciar a todo egoísmo, renunciar a las comodidades si es necesario, para estar dispuestos a dar también nuestra cuota de sacrificio cuando la ocasión se presente.”

En el discurso de junio este mensaje está presente pero en otro tono, además de que se nota un esfuerzo importante en rechazar las acusaciones de que la Revolución se ha excedido y en que tampoco podrán culparla de eso en lo adelante porque ha sido hostilizada desde el inicio, a pesar de lo cual todavía hay intereses estadounidenses en la Isla. Adelanta y a la vez tantea el nivel de respaldo para lo que se iniciará en unos días con las grandes nacionalizaciones, de ahí que expresiones como “no nos quedaremos impasibles ante las agresiones económicas,” aparezcan en varios momentos del texto, con un mensaje sobre todo para los EEUU y también para el capital nacional.

Esboza el escenario venidero mucho menos dramático: “en los meses venideros estamos enfrentados a momentos trascendentales; (…) los acontecimientos se van precipitando; (…) se acercan meses, y tal vez años, de prueba.” Y en la alerta incluye que además de agresiones económicas podrán venir otras de tipo militar desde los EEUU. Desde fines de ese mes se dio una acelerada radicalización de las transformaciones económicas. Sobrevinieron las nacionalizaciones contra el capital extranjero, básicamente estadounidense y en principio contra las refinerías de ese país y luego de otras empresas hasta eliminar las últimas 166 en octubre, a lo que responde EEUU con la primera declaratoria de embargo a las exportaciones cubanas, a excepción de alimentos y medicinas que se agregan dos años después. Aquel ciclo de octubre del 60 se cierra con intervenciones y confiscaciones de otras muchas empresas de todo tipo pertenecientes al capital nacional, desde bancos hasta perfumerías, textiles, productos lácteos, molinos de arroz, tiendas por departamentos, circuitos cinematográficos y almacenes de la economía.

La unidad es una preocupación constante. Se argumenta siempre en sentido afirmativo y como recurso imprescindible para enfrentar los desafíos, en particular los que impone el enemigo externo. En el primero de los discursos la unidad tiene un enfoque más amplio y comprometido, insistiendo en la necesidad de asegurarla junto con el respaldo de la mayoría del pueblo, por lo que “todo lo que divida (…) es tratar de restarle fuerzas a esa mayoría (…) tenemos que mantenerla, (…) debemos saber rechazar con energía a todo aquello que pretenda debilitar las fuerzas de nuestro pueblo”. En el otro discurso, el manejo del asunto es diferente, más persuasivo y menos emotivo. Sus expresiones “Hoy nos hemos sentado todos en la misma mesa (…) y a ninguno de nosotros nos ha invadido la menor duda de que estamos sinceramente unidos”, o que el encuentro “no lo ha promovido ningún interés”,  resultan interesantes e ilustrativas de lo que aquí interesa. Hay una evidente intencionalidad política en esas frases, que responden más al “deber ser” o el “estado deseado” que a la realidad y evidencian la prioridad de lograr respaldo de las demás organizaciones de la sociedad civil cubana, que también se está revolucionando.

El tema de la contrarrevolución interna tuvo realmente peso en el segundo discurso examinado. En el primero fue secundario, se menciona solo una vez y para decir que es débil y sustentada por el enemigo externo, que sí es poderoso, de lo contrario no existiría. Pero en junio este no es un tema simple. La insistente referencia a traiciones que se habían estado produciendo desde el triunfo no es casual, aunque a la luz del tiempo y de la ciencia se sabe que ese fenómeno de reconfiguración de fuerzas y posiciones políticas que articulan una contrarrevolución, es una regularidad de las revoluciones. Así como el campo revolucionario se ensanchaba con los que se beneficiaban directamente de las medidas implementadas, que era la mayoría, en el de la oposición ocurría algo parecido al integrar a los afectados y a otros que, siendo del campo revolucionario, tenían contradicciones con el rumbo que iba tomando el proyecto, que a su juicio se estaba desviando de la plataforma que los había incorporado en otro tiempo a la lucha, lo que significaba que estaba cruzando la línea hacia el socialismo, o al “comunismo” como más se decía entonces. Se basaban en general en la radicalidad de las medidas, el acercamiento a la URSS y la apreciación de posiciones sectarias estalinistas en algunos socialistas populares en el poder. En la segunda mitad del año, solo en La Habana habían más de 40 organizaciones contrarrevolucionarias y dos de las más fuertes se identificaban como Movimiento Revolucionario del Pueblo (MRP) y Movimiento de Recuperación Revolucionaria (MRR).

En los dos momentos se evidencia la intención del 1er. Ministro de usar esos encuentros para transmitir informaciones de interés político general y específico para los diferentes auditorios, interactuar con el pueblo y escrutar la reacción popular y de grupos políticos, compulsar el respaldo de la gente y la unidad frente a un escenario que avizora complejo y cargado de desafíos. Todos esos aspectos complicados y muchos conflictivos, los aborda en un lenguaje muy afirmativo, optimista, de seguridad en la victoria y tocando la sensible fibra de la idiosincrasia y la identidad nacional en las personas.

La historia en su función educativa y como recurso para legitimar el proyecto y su liderazgo está presente también en las dos intervenciones, pero de modo diferente. En marzo, ante tanto pueblo y muchos jóvenes, es muy amplio y asociado a las consecuencias de la presencia de ese enemigo externo para Cuba desde fines del siglo XIX en lo económico, lo político y en sus afectaciones a la identidad nacional y las luchas cubanas. En junio, ante el Directorio del 30, la cuestión generacional en la historia de las luchas ocupa el centro del repaso histórico. Su objetivo es persuadir y lograr apoyo de ese segmento político a la Revolución. Así que se extiende en las diferencias entre las generaciones, en particular las de 1868, la del 30 allí presente y la suya propia. Reitera su reconocimiento al aporte de las anteriores, en particular la que está presente y el ejemplo que representan para la lucha de la del 50, más comprometida con el proceso porque con menos tiempo pudo ver coronado el triunfo.

Varios discursos de esos primeros tiempos tuvieron una tónica similar. Examinando el contexto permiten comprender la prioridad que tuvo la casi omnipresencia y oratoria de Fidel en la marcha de los procesos y la reafirmación de su liderazgo, coronado al año siguiente con la victoria en Playa Girón. Lo excepcional no está tanto en los temas y los recursos del líder para convencer y articular consensos a través de gigantescas y enardecidas movilizaciones populares espontáneas, cuyo centro fueron sus discursos y un inédito ejercicio de democracia directa. La mayoría de esos temas principales y recursos los mantuvo durante décadas. Lo realmente relevante está en la novedad que representaron entonces y que correspondieron al extraordinario y definitorio momento en que toda la fortaleza, energía y capacidad creadora (arriba y abajo) se desplegaban al máximo por una nueva Cuba.

Todo y más de lo que se avizoraba, e incluso lo que se temía durante aquellos meses del primer semestre de 1960, ocurrió a seguidas. A fines de octubre el Programa del Moncada se había sobre cumplido y había avanzado de modo notorio la unidad política de las bases sociales en torno al proyecto.  Aunque el carácter socialista de la Revolución no se declara oficialmente hasta abril del año siguiente y hasta casi tres meses no surge la primera organización política única y rectora -Organizaciones Revolucionarias Integradas, ORI, que al año siguiente se convertiría en Partido Unido de la Revolución Socialista de Cuba, PURSC, mismo que desde 1965 asumiría el nombre de Partido Comunista de Cuba, PCC-, desde el último trimestre de 1960 quedaron a la vista dos rasgos fundamentales que siguen definiendo al socialismo cubano.

El primero, la estatización por socialización en la economía, siendo ya de propiedad estatal -salvo en la agricultura que era el 37%- más del 80% en indicadores  fundamentales: comercio exterior, banca y comercio mayorista 100%, construcción e industria 82.5% y transporte 92%.[iv] El segundo, la fórmula de organizaciones unitarias desde la base hasta la máxima conducción política ideológica del proyecto, que también funcionarían como mecanismos de control social. Se había estrenado el año anterior con las Milicias Nacionales Revolucionarias (MNR) y se amplió durante 1960: en enero los niños y jóvenes en la Asociación de Jóvenes Rebeldes (AJR), en agosto las mujeres en la Federación de Mujeres Cubanas (FMC) y en septiembre los ciudadanos a nivel de barrios en los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

El titular con que Cubadebate divulgó el discurso ante el Directorio del 30 (“Cuando se hable de la Revolución, se hablará de una sola generación”) es casi la frase que Fidel dijo ese día: “Cuando en el futuro se hable de esta obra revolucionaria, se hablará de una sola generación.” Esa ligera imprecisión en la cita da para volver a la intencionalidad política del documento y los diversos acercamientos y usos posteriores aludidos al inicio. En Fidel fue la necesidad de persuadir respecto a la unidad que necesitaba ese momento político y la oportunidad que les ofrecía para que, de cara al futuro y la historia, fueran ellos también actores directos del cambio que en ese minuto ofrecía la “generación nueva” -como la llamaban los veteranos del 30- encabezada por Fidel. En los editores, pasados 60 años, muestra el interés por extraer y sintetizar una idea en forma de consigna, que resalte en la palabra del líder un mensaje de ausencia de contradicciones y de imperativo de la unidad, en un momento en que ese tema parece preocupar mucho y ocupar muy poco.

[i] Ver de Andre Clement Decoufle: Sociología de las revoluciones, OIKOS-TAU S.A, Barcelona, 1975

[ii] También españolas, francesas, suizas, británicas y canadienses

[iii] La CUJAE, que más tarde pasó a denominarse Instituto Superior Politécnico “José Antonio Echeverría”, se fundó el 2 de diciembre de 1964.

[iv] José Luis Rodríguez García: Estrategia del desarrollo económico de Cuba, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1990, p. 23

15 julio 2020 16 comentarios 1,1K vistas
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El Directorio Revolucionario y la historia de la Revolución

por Consejo Editorial 18 junio 2020
escrito por Consejo Editorial

El pasado 8 de mayo el doctor Francisco Durán ofreció su conferencia diaria sobre el comportamiento de la COVID-19 en Cuba. Ese mismo día se conmemoraba el aniversario del asesinato de Antonio Guiteras Holmes (1935). No apareció noticia alguna sobre ese líder del movimiento de liberación cubano en la televisión nacional.

Al día siguiente, 9 de mayo, murió nuestro querido compañero y amigo, el Comandante Guillermo Jiménez Soler —Jimenito—, héroe de la Revolución, miembro de la Generación del Centenario y líder del Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR 13 de Marzo). Ese día tampoco apareció la noticia de su muerte en la prensa escrita, noticieros radiales o televisivos.

El hecho tiene historia reciente. Semanas antes, entre el 13 y el 29 de marzo, recibí varios trabajos acerca de una Mesa Redonda emitida el día 13. En ella, la periodista Arleen Rodríguez Derivet y el Director del Museo de la Revolución —radicado en el antiguo Palacio Presidencial—, abordaron el tema del DR 13 de Marzo y del Asalto a Palacio Presidencial (1957). En específico, la periodista manifestó —y no “preguntó”— que el ataque a Palacio “iba contra los acuerdos de la carta de México”.

El suyo es un cuestionamiento, desde una posición anti unitaria, a los héroes que participaron en la acción y a la supuesta deslealtad de los asaltantes a la Carta de México.

La ignorancia y tergiversación de los hechos por parte de esa emisión de la Mesa Redonda provocó el debate. Respuestas y denuncias frente a los que falsearon y manipularon los hechos aparecieron en blogs, páginas web, redes sociales y correos electrónicos de diversas procedencias.[1] Hasta el día de hoy ninguno de esos cuestionamientos ha sido respondido. La periodista apareció luego en dos Mesas Redondas dedicadas al nuevo coronavirus.

En contraste, los protagonistas de las críticas a ese programa dieron un compás de espera —entre el 13 de marzo y el 9 de mayo—, por respeto al hecho de concentrar las fuerzas y la información en el enfrentamiento nacional a la pandemia. En dicho lapso, aplazaron la posición de principios contra la tergiversación de los hechos y frente a la intención de invisibilizar la memoria histórica del DR-13 de Marzo.

Sin embargo, tanto la Mesa Redonda del 13 de marzo, como el virtual silencio en la prensa oficial, durante los primeros tres días tras el deceso del comandante Jiménez,[2] hacen parte de una deformación,[3] sobre la que es imprescindible reflexionar.

La historiografía sobre la etapa insurreccional de la Revolución cubana

El Movimiento Revolucionario 26 de Julio (MR26-7) y el DR-13 de Marzo fueron las organizaciones fundamentales que llevaron al triunfo de la insurrección en 1959. Ambas, en respuesta al Golpe de Estado y a la dictadura de Fulgencio Batista, asumieron como común denominador que el momento era revolucionario, esto es, que necesitaba un programa dirigido a cambiar de raíz el statu quo vigente hasta esa fecha en Cuba —no solo el derrocamiento de Batista—, que solo podía conseguirse a través de la vía de la lucha armada.

Con ello, entendían a su vez que el momento no era “político”: no había espacio para soluciones “legales”, “arreglos”, “soluciones pacíficas”, “componendas” o “entretenimientos”. Por su parte, los partidos de la oposición al régimen, sin excepción, asumieron esta última vía —político electoral—, de enfrentamiento a la tiranía.

Una parte de la historiografía sobre esta etapa, que privilegia lo que se ha codificado como “Historia del Movimiento Obrero Cubano”[4], ha manipulado de manera inconsecuente ese proceso. Ha hecho formar parte a los sujetos insurreccionales del proceso revolucionario como parte de tal historia “obrera”, sin serlo. A esta alteración histórica se han opuesto los especialistas —que trabajan sobre la etapa de la lucha armada  y el pensamiento de liberación nacional— en cuyos enfoques sobresale la unidad entre el Movimiento Revolucionario 26 de Julio y la FEU, que en nombre del Directorio firmó la Carta de México, en una declaración conjunta de Fidel Castro y José Antonio Echeverría.[5]

El tratamiento dado al ataque a Palacio, en la Mesa Redonda, y a la muerte de Jimenito, en la prensa oficial, muestra la cara de un dogma burocrático de vieja data entre nosotros: la tendencia dogmática estalinista presente en la historia oficial[6], que gestó el contenido histórico que hicieron suyos las instituciones educacionales.[7] Dicho contenido se impartió en los programas de estudio en todos los niveles —Secundaria, Pre universitarios, Universidades —también, específicamente, en los Pedagógicos —; y aún aparece en algunos espacios de profesionales e intelectuales.

El compromiso del PSP con esa vía se mantuvo hasta los últimos meses de 1958. En agosto de ese año, solicitó ingresar al Frente Cívico Revolucionario del Pacto de Caracas con la condición de que “… no solo se tuviera en cuenta la  vía insurreccional, sino también la posibilidad de una solución pacífica por la vía electoral, a la crisis cubana”. Por ello, no fueron aceptados. En discrepancia con esa decisión, publicaron un documento dirigido a los firmantes del Pacto —que consideraba el enfrentamiento armado como la táctica fundamental a seguir—, exhortándolos nuevamente a tener en cuenta  la fórmula política de oposición a la tiranía.[8]

Esa inconsecuencia por parte del PSP se ha manipulado, y aún se manipula.

Por ese camino, se ha tratado de sustituir la historia patriótica, nacionalista, anticolonial y antimperialista de la Revolución, que introdujo un programa de liberación nacional ––con peculiaridades propias y diferentes a la del campo socialista europeo –– por un modelo metodológico de análisis, propio del “marxismo soviético”.

Pruebas de ello son los planes de estudios elaborados en las últimas décadas del siglo pasado, y los materiales ideológicos impartidos en los círculos de estudios, que han subrayado el papel del partido del proletariado, cuya tesis oposicionista fue la de la solución pacífica.

Para ese enfoque, no se trata de la unidad formulada realmente en la etapa insurrecional de la Revolución, con tácticas y métodos diferentes, sino de pretender una unidad artificialmente concebida como uniformidad.

En el decir de Jorge Ibarra Cuesta, el propósito ha consistido en desnacionalizar progresivamente la historia de Cuba. El historiador recordaba que se pretendió incluso suplantarla —en el nivel preuniversitario— por la asignatura del Movimiento Obrero. Era un peldaño dentro de un plan más amplio: introducir el modelo soviético de análisis en la mayor parte de las carreras universitarias. De esta manera, se construía una memoria histórica que no se corresponde con la realidad del proceso histórico de la Revolución Cubana.

A las palabras antes citadas, Ibarra Cuesta añadía: “Hoy día comienza a tomarse conciencia de que la historia no es una sierva de la política, sino su maestra más ilustre. No ha pretendido nunca aportar soluciones a los hombres del presente, sino tan solo ponerlos en condiciones de pensar sus problemas actuales, revelándose la dialéctica de los cambios en el tiempo. Esa era la concepción de Engels.”[9]

Esa corriente pro soviética ha sido confrontada por otra historiografía sobre la etapa insurreccional del pensamiento de liberación nacional. Este último enfoque, de historia profesional a la vez que crítica, parte del enunciado de José Martí sobre el concepto de revolución moderna en una época nueva. Comprende la experiencia americana, y universal, que la ideología martiana califica como un movimiento de libertad, que se encuentra en todas partes, y rompe con los elementos de la vida vieja a la par que atesora los elementos y valores que deben perdurar en la vida nueva.[10]

Los hechos al principio mencionados —Mesa Redonda del 13 de Marzo y la escasa cobertura sobre la muerte de Jiménez—, provocan muchas preguntas acerca de la memoria histórica de la Revolución cubana. Reproducen la orientación metodológica de la historiografía del socialismo real sobre dicha etapa, que obscurece la elección del “momento revolucionario” y de todos sus participantes, frente a la vía política y sus seguidores.

Vivencias personales e historiografía

En lo personal, formo parte de esa corriente que varios hemos llamado “historiografía sobre la etapa insurreccional y el pensamiento de liberación nacional”. Lo he hecho no solo como historiadora, sino también como participante directa en el aparato militar clandestino de Las Villas, como coordinadora, jefe del movimiento clandestino y guerrillero en la región de Cárdenas (Matanzas), y como miembro de la Dirección provincial del MR 26-7 en La Habana.

Dar y elaborar testimonio ha sido parte fundamental de nuestro trabajo.

El principio de que el momento era “revolucionario” y no “político” primó desde 1952. Fue un principio de nuestra generación revolucionaria, conocida como Generación del Centenario de José Martí. Tanto los miembros del DR 13 de Marzo como los del MR-26-7 abrazamos la ideología martiana en la puesta en práctica del proyecto de la Revolución cubana, inconclusa para esa fecha.

Con dicho enfoque, me incorporé al movimiento estudiantil liderado por la FEU, cuyos dirigentes en la antigua provincia de Las Villas organizaron el Comité Pro-FEU. Esa organización era consecuente con el liderazgo nacional de la FEU y, en específico, con el liderazgo de José A. Echevarría, una vez que ocupó la máxima dirección del organismo estudiantil.

En el período posterior al ataque al Cuartel Moncada (julio de 1953-junio de 1955) fue la FEU la que jugó el papel dirigente en las calles, junto con los sectores henequeneros y azucareros, en la combinación que se logró articular de lucha insurreccional, estudiantil, obrera, de profesionales, religiosos, mujeres y otros segmentos sociales.[11]

Me incorporé al MR 26-7, en Santa Clara, bajo la dirección de “Quintín” Pino Machado. Quintín fue compañero de José Antonio Echeverría en el enfrentamiento de la FEU contra el régimen en La Habana, y, posteriormente, en el Comité Pro-FEU de Las Villas. Al mismo tiempo, fue Jefe provincial de las Brigadas Juveniles del MR 26-7. Por todo ello, actué bajo el liderazgo insurgente del movimiento estudiantil, encabezado por José Antonio Echevarría y Quintín Pino y en el Movimiento dirigido por Fidel Castro.

No fue algo raro en ese proceso. En la lucha, siempre interactuamos combatientes del DR 13 de Marzo y del MR 26-7.

Entre los cinco compañeros que integramos la Brigada de Acción y Sabotaje del 26 de Julio en Las Villas —conocidos entre los compañeros como “La Pentarquía”—  estaba Agustín Gómez Urioste. “Chiqui” —como le llamábamos— fue líder del Directorio en Santa Clara. El no recibió la cita para participar en el Ataque a Palacio. Con él sufrimos el revés de la acción y lloramos amargamente el martirologio de José Antonio Echevarría, de los otros combatientes, y luego, la noticia del nuevo descabezamiento del DR 13 de Marzo con la masacre de Humboldt 7.

Después del martirologio de “Chiqui” y de Julio [Pino Machado]  tras la explosión de la Bomba en Santa Clara —acción a la que sobreviví—, fui enviada por el MR 26-7 a la Dirección Provincial de Matanzas. Allí ocupé el liderazgo de la región de Cárdenas, y organizamos la huelga general revolucionaria, conocida como la Huelga del 9 de abril.

Para ello, ante la consigna ordenada por Fidel de “unidad por la base” con todas las organizaciones y partidos que estuvieran dispuestos a hacerlo, recibimos apoyo solo del DR 13 de Marzo, la Organización Auténtica y la Triple A.

Lo mismo ocurrió durante mi designación en la Dirección provincial del MR 26-7 en La Habana. Fui Coordinadora de las Células Revolucionarias de Base, encargadas de preparar condiciones para el avance de la Columna Invasora en la Operación Tabaco, hacia la provincia de Pinar del Río.

En el contexto en el que participé y lideré el MR26-7 en el movimiento clandestino y guerrillero del occidente del país, combatimos ambas fuerzas —el DR 13 de Marzo y el MR 26-7— por un mismo objetivo: lograr el triunfo del movimiento de liberación nacional, por medio de la vía insurreccional de la Revolución.

La diferencia en el liderazgo de estas organizaciones consistió en la concepción estratégica y la táctica a seguir para conseguir el triunfo. Aun así, después del Asalto a Palacio, el Directorio adoptó una nueva estrategia y organizó el ejército revolucionario en la Sierra del Escambray.

Por décadas, me he dedicado a trabajar en la reconstrucción histórica de ese proceso. Ha sido un empeño conjunto con Jorge Ibarra Cuesta (líder de la FEU en Oriente y miembro del DR 13 de Marzo), y con Fernando Martínez Heredia —también miembro del MR 26-7—, integrantes todos de la generación revolucionaria del centenario de José Martí.

Juntos hemos trabajado para que nuestra obra en el campo de las ciencias sociales, pensamiento e ideología, contribuya a enfrentar el fenómeno de falsear y manipular la historiografía sobre la etapa de liberación nacional (1952-1959).

Jorge y Fernando ya no están entre nosotros, pero estoy segura que junto conmigo ––como siempre hacíamos al intercambiar criterios –– estarían orgullosos, como lo estoy yo, de la posición de los que han denunciado el enfoque de la Mesa Redonda del pasado 13 de Marzo. Ese programa debe ser reestructurado debido a los  errores de principios, de la especialista,  por no prestigiar el Asalto a Palacio como hecho heroico, por denigrar su martirologio, calificando la operación como suicida; por injuriar a su liderazgo como desleal al Pacto de México; y por el método de omitir y/o falsear el origen de fuentes documentales usadas en esa emisión.

Nada de esto —repito— ha sido respondido aún por los involucrados.

La cobertura dada finalmente a la muerte de Jiménez, y la aparición de un reportaje (15.05.2020) con Juan Niury Sánchez—combatiente revolucionario y expresidente de la FEU— mostrando la presencia de José Antonio, y de otros dirigentes de la FEU, en el recibimiento a Fidel y los moncadistas en 1955, podría ser una respuesta indirecta a los reclamos vertidos frente a aquella Mesa Redonda, pero no es claro que conlleve el cambio necesario en la comprensión de tales sucesos.

Política, con ciencia y memoria

En el enfrentamiento actual al nuevo coronavirus hemos tenido una clase diferente de experiencia. Para definir la política a seguir, han prevalecido las experiencias de las ciencias médicas cubanas, el estudio informado del proceso histórico —en el país y otras latitudes— de este y otros virus y la puesta en función de la planta científica del país para la obtención de vacunas que impidan el contagio o para los estudios estadísticos sobre cero prevalencias.

Se trata de científicos de campos diversos como la medicina y las matemáticas realizando en conjunto investigaciones interdisciplinarias. El problema, el método y los resultados de las investigaciones revelan la dialéctica de los cambios en el tiempo que vivimos.

Es un gran acierto de nuestro Gobierno propiciar ese flujo de intercambios entre los científicos de la medicina, las ciencias sociales, el medio ambiente, etc. Junto con el Partido, las organizaciones políticas, de masas y el pueblo, están enfrentando con éxito muy singular en el mundo actual, la pandemia y creando una cultura nueva de aislamiento físico en el hogar y de disciplina social.

Ese mismo nivel de análisis científico, esa interrelación entre campos de investigación, esa cultura ciudadana de responsabilidad e información las necesitamos por igual para encarar los no menos complejos desafíos de nuestra historia y de nuestra memoria. Para que la justicia no sea solo una búsqueda para los vivos, sino también el homenaje que merecen todos nuestros muertos.

La Habana,  1ro de junio del 2020

[1] Ver Rodolfo Alpízar, Rosario Alfonso Parodi (1), Rosario Alfonso Parodi (2), Esther Suárez Durán, Julio César Guanche (1), Julio César Guanche (2). Por correo electrónico, circularon opiniones críticas sobre el contenido de la Mesa Redonda, entre otros, de Julio Carranza Valdés (19.03.2020), Nyls Ponce Seoane (19.03.2020) y Lohania Aruca (22.03. 2020). Este último mensaje está dirigido a la presidencia de la UNEAC, la presidencia de la Asociación de Escritores, la presidencia de la Sección de Literatura Histórico Social y a los miembros de la UNEAC “sobre las denuncias a las personalidades de la mesa redonda del 13 de marzo, a resolver por las autoridades”.

[2] Sobre la muerte de Guillermo Jiménez, ver Jimenito, otra vez ninguneado. Rodolfo Alpizar Castillo. Blog La Joven Cuba, 11 mayo 2020; Ha muerto un héroe: Guillermo Jiménez Soler. Eduardo Delgado Bermúdez. Radio Habana Cuba, 11/05/2020; Gracias, Jimenito. María del Pilar Díaz Castañón. La trinchera, mayo 13, 2020; Jimenito, un hombre de la Revolución. Julio Antonio Fernández Estrada. Oncuba, Mayo 14, 2020; Conocido como Jimenito. Rebeca Chávez. Granma, 12 de mayo de 2020; Nota de la Academia de la Historia de Cuba ante el fallecimiento del académico Guillermo Jiménez Soler. Cubadebate, 15 mayo 2020.

[3] Para la fundamentación y el análisis de esa deformación, ver: Jorge Ibarra Cuesta. Historiografía y Revolución. Revista Temas I (1) La Habana 1995.

[4] Instituto del Movimiento Comunista y de la Revolución Socialista, anexo al Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Historia del Movimiento Obrero Cubano. Tomo II. 1935-1958. Editora Política/La Habana, 1985. pp. 284, 288, 293, 308.

[5] José Bell Lara. Fase Insurreccional de la Revolución. Editorial Ciencias Sociales, 2007, Carta de México. pp. 84.

[6] Críticas a esta tendencia pueden verse en: “Debate sobre la tesis de Abraham Fernández, con la tutoría del Candidato a Doctor Joaquin Vergara, del Instituto del Movimiento Comunista y la Revolución Socialista, anexo al CC del PCC, con profesores de Ciencias Sociales de la Universidad ,1984. En: Manuel Graña Eiriz, El 9 de abril de 1958 Huelga General Revolucionaria. (2011); También, de mi autoría: Gladys Marel García Pérez. Insurrección y Revolución, Ediciones UNION 2006; Crónicas Guerrilleras de Occidente, Editorial Ciencias Sociales (2005); Confrontación Debate historiográfico, Editorial Requeijo S.A. (2005). Ver en específico: Jorge Ibarra Cuesta, Prólogo al libro Confrontación. cit.; Fernando Martínez Heredia. Prólogo al libro Insurrección y Revolución, cit.

[7] Jorge Ibarra Cuesta. Op. cit pp. 35-37. Esteban Morales, “Las Ciencias Sociales y humanísticas en la enseñanza universitaria. Limitaciones y dificultades”, p. 7 Fuente: estebanmoralesdomínguez. blogspot,com, La Habana 10 de junio del 2019.

[8] Rolando Dávila. Lucharemos hasta el final. Cronología 1958. Pacto de Caracas, agosto de 1958. pp. 272.; y en la pp. 255, del 13 de agosto, Carta Semanal. Documento del Comité Nacional del PSP dirigido a los firmantes del Pacto de Caracas.

[9] Ver Jorge Ibarra Cuesta op. cit. pp 35-38

[10] Ver Nota 3, Manuel Graña. Op.cit. y Garcia Perez. Op. cit. Ver Evelyn Picón Gardfield e Ivan A. Shulman: Las entrañas del vacío. Ensayos sobe la modernidad americana, Ed. Cuaderno Americanos, México 1984.

[11] Ver Nota 10, García Pérez, Op.cit.

18 junio 2020 25 comentarios 2,2K vistas
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¿Qué pasará cuando no estemos?

por Consejo Editorial 14 mayo 2020
escrito por Consejo Editorial

Se van en silencio, con ese sino que ha marcado a los héroes que un día de septiembre crearon el Directorio Revolucionario 13 de Marzo (DR13). Los más afortunados recibirán una nota pequeñísima, perdida entre noticias de éxitos y metas cumplidas, otros, ya invisibles como mi abuelo, no recibirán nada.

Generaciones de cubanos no han escuchado jamás sus nombres. Para algunos, incluso, puede que sean no más que un puñado de suicidas. En todas las ciudades de Cuba viven y se olvidan los sobrevivientes, “empecinadamente vivos”, que hace sesenta y un años dieron un paso atrás —en aras de una unidad que nunca los incluyó— para evitar que esta vez, como le había pasado a sus padres en el 33, los muertos cayeran en vano.

Cuba les debe.

Les debe haber evitado la guerra civil, parte del triunfo del 59, las ciudades intranquilas que no dejaban dormir a los batistianos, les debe incluso las armas que Frank País —ese segundo héroe byroniano de la República— subió a la Sierra. Les debe el socorro y restablecimiento de los invasores que desfallecidos arribaron al Escambray. Sin el auxilio de las redes del DR13 en ciudades como Cienfuegos, a esos hombres les hubiera sido difícil tomarlas.

La célula dirigente del DR13 en esa ciudad sureña, dirigida entonces por Miguel Cañellas —mi abuelo, el hombre del que aprendí a sangrar por la herida por la que que aún sangran los miembros de la organización— recibió la orden directa del Comandante Fauré Chomón de ponerlo todo en función del socorro a los invasores. Nada sería más importante que surtir las montañas con toda la logística necesaria para ello, según la ordenanza que todos los sobrevivientes manifiestan recordar.

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Comandantes Faure Chomón y Ángel Quevedo. Parque Martí. Cienfuegos, 19 de febrero de 1959.

El silencio nos envuelve. Somos culpables: los que nunca llegamos a colgar una bandera del DR13 un 1ro de enero, los maestros que no hablamos más de ellos, los docentes universitarios que dejamos que siguieran siendo anónimos… Se ha empezado a cerrar el círculo de la historia que no fue porque no está. Dentro de veinte años, cuando un 20 de abril mi hija lleve a mis nietos a la calle Humboldt a poner flores en una acera, como ha hecho con su padre, ¿sabrán ellos por qué? Hoy nadie se acuerda de Pío Álvarez, Ivo Fernández, o Calixta Guiteras. El círculo de la historia los dejó fuera.

Como me dijo en una entrevista Natalia Bolívar, miembro del DR13: “¿Qué pasará cuando no estemos?”. Yo debo, y pago como puedo, pero si nos quedamos impasibles también somos culpables.

Aún hay tiempo, la historia del Directorio Revolucionario todavía puede hacerse estando algunos de sus miembros vivos. Algo se ha logrado, aunque con poca divulgación. A pesar de que la mayoría ya no quiere hablar, sí están dispuestos a hacerlo si es para salvar, no su papel, sino el de sus muertos. Lo pude constatar en Cienfuegos, cuando les pregunté si permitirían que en unos años nadie supiera quienes fueron el Comandante Ángel Quevedo, Juan Olaiz, o incluso Fructuoso Rodríguez. Y respondieron.

14 mayo 2020 38 comentarios 1,5K vistas
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La verdad sobre Batista

por Harold Bertot Triana 6 diciembre 2019
escrito por Harold Bertot Triana

La Revolución Cubana de 1959 no es posible entenderla cabalmente en sus orígenes, en sus razones, sin conocer todo el mundo que representó Fulgencio Batista y Zaldívar en la política nacional de la Isla durante décadas. Llegó a ser el “hombre fuerte” en un largo período histórico y el dictador que, tras el golpe de Estado de 1952, provocó la ira, y a la vez la gesta, de miles de cubanos. No conozco la cifra exacta de muertes en su dictadura, pero es imposible negar la evidencia de cientos y tal vez miles de ellas, como es imposible negar las espeluznantes torturas, tantos jóvenes masacrados, tanta gente buena que no pudo sobrevivir…

Quise explicar parte de esta historia hoy en la sacramental de San Isidro en Madrid, el lugar donde reposan los restos del dictador junto a su esposa y uno de sus nueve hijos, Carlos Manuel, fallecido en 1969. A la pregunta de por qué está en este lugar, respondió hace un tiempo otro de sus hijos, Roberto Francisco (Bobby) Batista Fernández,  quien contó que una vez que muere en 1973 –fallece de un infarto en un hotel de la Villa de Guadalmina y es velado en Marbella—, es trasladado a este lugar porque estaba enterrada la madre de su esposa Marta Fernández de Miranda y el mencionado hijo Carlos Manuel.

No ha faltado nunca alguna bibliografía, antes y después del golpe de 1952, como se puede extraer de lo investigado por Frank Argote-Freyre en su Fulgencio Batista: From Revolutionary to Strongman de 2006, con una visión sesgada y casi adulona de esta figura en la historia, entre las que cabe citar la de su amigo Edmund Chester A Sergeant Named Batista; o Ensayo biográfico Batista: Reportaje histórico de Raúl Acosta Rubio de 1943; o La personalidad y la obra del General Fulgencio Batista Zaldívar de Ulpiano Vega Cobiellas, del propio año 1943 (y que años más tarde actualizaría como Batista y Cuba: Crónica política y realizaciones). Ni qué decir, en francas poses justificativas y tendenciosas, de la literatura realizada con posterioridad al triunfo revolucionario por el propio Batista (ya había publicado Revolución social o política reformista en 1944 y Sombras de América: problemas económicos y sociales en 1946) como Respuesta de 1960 (y traducido al inglés como Cuba Betrayed: The Growth and Decline of the Cuban Republic en 1962); Piedras y leyes de 1961 y Paradojas de 1962, con una segunda edición que titularon Paradojismos. Cuba víctima de las contradicciones internacionales en 1964; o de otras obras más recientes de algunos autores abiertamente panfletarias que no valen la pena referenciar.

Ahora que reaparece con fuerza brindar una historia anterior que no fue, una historia donde el mundo fue rosa y palomas blancas revoloteaban sin cesar, bastaría tan solo preguntarse, como hicieron en su momento dos grandes juristas cubanos al mundo romano que se justificaba: ¿Y por qué se rebelaron? ¿Y por qué cayeron? ¿Y por qué triunfaron?

6 diciembre 2019 13 comentarios 1,K vistas
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Antonio Guiteras: el héroe verdadero

por Consejo Editorial 25 junio 2013
escrito por Consejo Editorial

200px-Antonio_Guiteras_Holmes Por: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)

El 8 de mayo de 1935 un venezolano le dice a un cubano en la costa de la bahía de Matanzas: “antes de rendirnos nos morimos…”, la respuesta del otro no se hizo esperar: “nos morimos”. Instantes después caían de un disparo al corazón y otro en la cabeza Antonio Guiteras Holmes y Carlos Aponte. Guiteras tenía 28 años en ese momento.

Otro revolucionario que compartió con Antonio Guiteras bastantes similitudes fue Julio Antonio Mella. Estas iban más allá del nombre que compartían, ambos de madre norteamericana con raíces irlandesas, hablaron primero el inglés que el español. El primero con un abuelo considerado héroe de la independencia en República Dominicana, el segundo con un tío fusilado por contrabandear armas a Cuba y un tío-abuelo irlandés de pasado heroico.

Resulta irónico que el pequeño Tony las primeras palabras que pronuncie sean “I want to go out”, él que en el futuro será calificado por la revista Time como “el más antinorteamericano y antimperialista”.

Su vida es increíble, financia la lucha contra Machado robando el Banco Mercantil de Holguín y asaltando la Audiencia Provincial de Oriente en busca de armas. Una especie de Robin Hood cubano incapaz de quedarse con un centavo, de hecho, esa sencillez será emblemática en su futuro como ministro.

Durante el Gobierno de los 100 Días dirigió tres ministerios a la vez: Guerra, Marina y Gobernación. Su papel fue clave para los avances populares que tuvieron lugar bajo el gobierno de Grau, fue mayormente incomprendido por parte de la izquierda y en especial por el movimiento comunista. Antonio Guiteras pasó su ministerio fumando constantemente, alimentándose de café con leche y durmiendo en el sofá de su oficina, evitando constantemente que le dijeran doctor.

Cuentan que en el momento más agudo de las relaciones Cuba-Estados Unidos, un sargento desde Guantánamo llama a Guiteras a su oficina y le pregunta qué hacen si los marines desembarcan por la Base Naval. Antonio le pregunta cuantos hombres tiene y él responde que 125 y dos ametralladoras, el ministro le responde claramente: “¿Y usted me pregunta semejante cosa? Al primer marine yanqui que desembarque ábrale fuego sin pensarlo mucho”. Nunca desembarcaron los yanquis.

El embajador Sumner Welles va al hospital de Columbia a ver a visitar heridos y allí coincide con Guiteras, de alguna forma amenazó con un desembarco norteamericano y el ministro le respondió que tenía 10 minutos para abandonar el cuartel o lo arrestaba inmediatamente. Welles, insultado, reclamó que era embajador y era imposible arrestarlo, Guiteras le respondió que como los Estados Unidos no habían reconocido el gobierno de Grau no podía ser embajador alguno, y por si le quedaba alguna duda: “ya han transcurrido tres minutos del plazo”.

Guiteras tenía fama de incorruptible, cuentan que en medio de una huelga de electricistas ante una empresa norteamericana, el yanqui administrador de la compañía va a su casa y le ofrece medio millón de pesos si le ayudaba, el joven le mira fijamente y le dice: “yo he conocido hombres valientes, pero usted es más que ninguno”, enseguida lo expulsó, bastante bien salió el individuo.

Entre enero y julio de 1934 Guiteras vivió oculto en la Habana, aunque no había orden legal en su contra, era obviamente el enemigo público número uno. En una ocasión que iba en automóvil, un policía lo detiene y va a inspeccionarlo, cuando se acerca encañona al gendarme y le dice: “¿a quién está buscando? ¿A mí?”, el policía pidió disculpas y retrocedió sin hacer mucha resistencia. En otra ocasión cuando la casa donde estaba fue rodeada por los soldados, salió caminando muy amoroso tomado de la mano de la novia.

Aunque tenía la convicción de no dejarse coger vivo nunca, como demostraría en el futuro, cuando delataron la casa en que se encontraba en el Vedado, la policía entró por la puerta y Guiteras comenzó a bajar del segundo piso usando una sábana que se rompió, se partió el tobillo en la caída. Trató de huir pero lo tomaron preso rápidamente, lo encarcelaron, su asesinato parecía inminente pero por falta de pruebas lo tuvieron que dejar ir y se volvió a esfumar.

Conoce en esos días a Carlos Aponte, un venezolano que tenía un pasado aventurero en las luchas contra-hegemónicas por América Latina, simpatizan de inmediato. El sudamericano; a decir de Pablo de la Torriente, “odió y amó con la turbulencia de una juventud frenética”, había acompañado a Mella cuando la huelga de hambre y fue padrino de su hija Natacha, marchó a Nicaragua y allí se convirtió en capitán y hombre de confianza de Sandino, viajó por toda América. Cuando llegó a Estados Unidos a ver a su madre, ella le preguntó cuánto dinero traía y él dijo: “los revolucionarios no traemos dinero”. Luego lamentaría: “esos malditos gringos me han cambiado a mi vieja”. Aponte regresa a Cuba y es entonces que ve al ex-ministro sentado en el piso conversando con sus amigos, escribirá de él: “con este gallo, compay, me voy a cualquier parte”. La vida los conduciría al Morrillo primero y luego a la inmortalidad.

Los aires cambiaron en el seno del partido comunista, si en septiembre arremetían contra Tony y le llamaban “el tipo más peligroso”, después de proclamada la táctica del frente popular en la Conferencia con los Partidos Comunistas de América Latina, los cubanos reciben indicaciones de acercarse a Guiteras y su organización Joven Cuba. Ya es demasiado tarde, la muerte le espera muy pronto.

Luego de su asesinato en el Morrillo, sus restos fueron robados del cementerio de Matanzas por El Viejo, un miembro de Joven Cuba. Tres décadas estuvieron en una pequeña caja en el sótano de la casa de El Viejo en Marianao, no importó que Batista le ofreciera 50 000 dólares, no los entregó y no es hasta 1970 que llegan a manos del entonces Ministro del Interior de Cuba.

El delator que provocó la muerte de Guiteras recibió por su acción 40 000 pesos y un ascenso a capitán de corbeta. Un año exactamente después de la muerte de Antonio, un grupo de Joven Cuba le hizo un atentado con bomba que le costaría la vida. La traición se pagaba caro.

Al comienzo de la revolución encabezada por Fidel, muchas de las ideas y los seguidores de Guiteras se unieron a la lucha, luego del triunfo fue muy confuso todo pues resultaba muy difícil justificar la actitud del movimiento comunista hacia el joven revolucionario, la madurez política de los años posteriores iría sanando lentamente esta herida.

Es paradójico que en el Museo de la Revolución se conserve el traje de Guiteras, para un hombre que tan poco respeto sentía por las prendas de vestir eso no significaría simbolismo alguno. Pablo de la Torriente dijo sobre Guiteras: “ningún héroe es verdadero si no es más grande en la muerte que en la vida”. Tenía razón, hoy es cada vez más grande.

25 junio 2013 50 comentarios 773 vistas
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