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Casos aislados

Casos aislados

por Alejandra Aguirre Ordóñez 4 mayo 2022
escrito por Alejandra Aguirre Ordóñez

Al menos por España vivimos los episodios finales de la que parece ser la última temporada de la pandemia. No sé si hay nuevas cepas o acaso la guerra del gas ha desplazado este tema en las agendas mediáticas del mundo. Mi madre, que ha pasado tres meses con nosotros en Coruña, regresa a Cuba y de vuelta no le exigen certificado Covid ni tampoco han de aislarla al llegar a La Habana. A mí sí me tocó. Cuando viajé en septiembre pasado, fui del aeropuerto al centro de aislamiento que me destinaron, uno que queda muy cerca de la Lenin.

En mi cubículo éramos cuatro hasta que llegó ella. Desde el minuto uno preguntó cuándo podía irse de allí. Preguntó también si era posible adelantar el PCR. Ella hubiese ido a un hotel pero no le aceptaron los dólares, porque los hoteles solo era posible pagarlos con euros. Eso le había dicho la funcionaria de migración del aeropuerto.

En la primera cena no comió nada de la cajita. Llamó a su madre para  asegurarse de que le trajeran el almuerzo al día siguiente. Ella pagaría la máquina desde Luyanó y todo lo demás.

Pelo lacio azabache, ojos expresivos, boca de negra, buenas tetas, uñas de princesa del trap y un caminao de reparto a juego con las cadenas de oro que le colgaban del cuello. Sin tener nada extraordinario, era el rostro más hermoso del albergue. La niña del albergue, la niña de Hialeah.

Los hombres del cubículo contiguo la velaban con hambre. Uno de ellos, Nelson —Nelsito al segundo día— fue quien la bautizó como Hialeah. «¿Hialeah, cómo dormiste? ¿Hialeah quieres refresquito con hielo? ¿Quieres pan con pasta?» Le ofrecía sin éxito opciones gastronómicas que en realidad eran formas infantiles de matar el tiempo. Tras varios días de aislamiento, masticar hielo puede resultar entretenido. Eso, o jugar dominó rodeadas de testosterona, humo y torsos tatuados.

Los hombres del cubículo de al lado tenían eso en común: tatuajes. Por lo demás eran diferentes: un mulatico de mirada noble llegado de Venezuela, un sexagenario que llevaba de mula más de veinte años, un evangelista que no se relacionaba con nadie y Nelsito, que se relacionaba demasiado. «¿Cómo es que tú te llamas?», le preguntó. Así Hialeah pasó a ser Dachel.

Por sus melindres, Dachel tenía pinta de ser quizás, la hija consentida de bisneros macetas, la única hembra de una camada de hermanos varones, la más chiquita, la nieta preferida: la niña de Luyanó. Era todo eso. Malcriada y generosa en la misma medida. Piadosa. De mente rápida y por supuesto chusma, mucho.

Casos aislados

Una turista, en un control sanitario del Aeropuerto José Martí, de la Habana. (Foto: Alexandre Meneghini / Reuters)

Blanquita cazadora de negros: la abeja reina seducida finalmente por un  macho común, un macho que le puso corona, cadenas de oro, extensiones pero luego se acostumbró a gritarle. Hasta que ella, no hace mucho, se cansó. Porque en Hialeah, Dachel no es abeja reina sino obrera, de la casa al trabajo y del trabajo a la casa. No toma, no fuma, no se droga y odia la peste a cabo. Tiene una niña chiquita que «tiene un pelo bello. Ella quiere cortárselo pero el problema es que todavía no ha cumplido los quince».

Tras doce años de relación, una travesía de cuatro meses con su hija en brazos, Dachel ya no grita ni se altera por gusto, solo cuando hace falta y un día lo bota, bota al padre de la niña, lo bota pa′ allá, pa′ la pinga lo bota. «Y ahora él anda to′ loco».

A la derecha de Dachel, pegada a la ventana dormía Virgen: sesenta y cinco años, residente en Tampa. La madre acababa de morir. Por las conversaciones telefónicas que Virgen sostenía a viva voz, nos enteramos de su luto, sus afectos y la necesidad de colocar la casa familiar ya deshabitada en el mercado inmobiliario: «¿Ahora que la cosa está malísima?». «Sí, ahora».

A diferencia del resto, Virgen no se queja, no critica la comida, ni las sábanas, solo la suciedad del baño. Ella es —se le ve—, una matriarca autoritaria con manos gastadas que no pide prestado. Una matriarca de sarcasmo roñoso, mandona y un poquito bretera.

A la izquierda de Virgen dormía Marai: Criollita de Wilson, bailarina de variedades, hiperactiva, alma de pugilista y jefa de destacamento allí donde vaya. Se había pasado tres meses en Bremen pero vive en el Bahía. Está construyendo. Ya tiró la placa y terminó la cocina. Todo desde Bremen con la ayuda de su padre y uno ahí que está puesto pa′ ella.

Entre la cama de Marai y mi cama, que es la quinta y última del cubículo, está Amanda: violinista, risueña, integrante de una orquesta de cámara, profesora de Saumel y guarachera nata. Mujer sin grandes conflictos aunque de espíritu humanista y pensamiento complejo. Quien es así, en realidad siempre vive en conflicto.

Las horas en un centro de aislamiento cuentan como días. Los primeros minutos son tímidos, lacónicos. Luego se empieza a abusar de la confianza peligrosamente. Entre desconocidos, el camino a la confianza es como abrirse ruta en la selva. Quien sabe transitar la selva con respeto, tiene  posibilidades de encontrar los claros del bosque y hasta posibles riachuelos.

En nuestro cubículo, el respeto y el humor nos llevaron a buen puerto. Al inicio, el rechazo a los tipos tatuados y sin camisa del cubículo de al lado fue una sensación compartida.

Dachel los mantuvo a raya las primeras horas, pero sin ella quererlo era un caballo de Troya. Además de Nelsito, la merodeaban el gastronómico, el mensajero, el enfermero y uno que cambiaba dinero en la planta de arriba.

Casos aislados

Los desplantes de Dachel a los merodeadores los convirtió en equipo. A veces los hombres convierten el rechazo en espíritu de liga. Al tercer día todos éramos un equipo bien llevado, tatuajes incluidos e incluidos también los trabajadores del centro.

Al tercer día, mi cubículo era un rectángulo gregario con dos ventanas de aluminio. Apelar a la posibilidad de contagio como pretexto para expulsar al macherío era lo único que nos dejaba intimidad por ratos. Al cuarto día dieron los resultados del PCR y todos éramos negativos, con lo cual nos quedamos sin pretextos. Encima, Dachel cumplía años y la madre había enviado desde Luyanó cake para un regimiento. Ella no lo probó, porque de verlo, solo de verlo, decidió que no le gustaba.

Un poco antes de cantarle felicidades sonó el móvil de Nelsito; la noticia que no deseaba escuchar: su madre. Abrieron para operar y volvieron a cerrar sin estrenar el bisturí. Nelson había regresado para despedirse de ella. Contestó el teléfono y por su reacción, supimos que no fue posible esa despedida. Nelson rompió a llorar, gritaba, golpeaba la pared y para evitar que lo vieran tan descompuesto se metió en el baño. Nadie lo siguió, pero Virgen sí.

Fue una noche de celebración luctuosa. Los trabajadores del centro también pasaron por ahí, brindaron sus condolencias como a cada cual le salió.  Trajeron el café que el día anterior no había, el ventilador que el día anterior no había y un calmante en el bolsillo de uno de los enfermeros. Jugamos dominó toda la madrugada. Dachel y yo contra Nelson y el mulatico. No les dejamos ganar.  

Enterrar a una madre, vender una casa, traer dinero personalmente para comprar una lavadora o tirar una placa son motivos para volver por breve tiempo a Cuba. Tramitar los antecedentes penales, el certificado de notas del pre o legalizar papeles en el Minrex si ya no tienes a nadie de confianza que te haga el favor o le quieras pagar.

Mi motivo era mi madre, viva. Afortunadamente viva. Necesitaba saber cómo estaba tras año y medio de pandemia sin nadie que salga a la calle a buscarle comida, como es el caso de muchas madres de mi generación. Mujeres mayores solas, cuya única compañía es la tele y los vecinos que coinciden en las colas. Lo peor es que cuando llego a su casa con espíritu de salvadora, ella sigue su rutina, no descansa porque su modus vivendi no se detiene con maletas cargadas de comida y medicinas.

Al quinto día nos dieron el alta. Recogimos las maletas del depósito, nos hicimos una foto de grupo, intercambiamos teléfonos y nos buscamos en el Facebook. Tras cinco días compartiendo vida en la Escuela de la Aduana, uno de los centros destinado para el aislamiento de cubanos y residentes permanentes, las relaciones se vuelven en apariencia esenciales. Teníamos la sensación que era el inicio de una amistad, pero nadie se volvió a ver. Nadie envió un mensaje de WhatsApp ni una llamada como habíamos prometido.

Casos aislados

(Foto: Pedro Lázaro Rodríguez Gil)

Sin embargo, desde esa ventana a la que nos asomamos a mirar la vida ajena supe que Nelson no regresó a Key West. Decidió prolongar su estancia para acompañar una temporada a su padre que había caído en depresión tras la muerte de su mujer. Un padre diabético, hipertenso y muy poco acostumbrado a llevar una casa no debe quedarse solo, más aún si se deprime.

Para esas cosas, Facebook es como un hilillo que, de un extremo a otro, evita que los recuerdos se desdibujen del todo. Por Facebook supe que Amanda sigue trabajando en el Conservatorio y que la bailarina está embarazada.

Supe también que el hermano de Dachel salió a la calle el 11 de julio a protestar junto a un par de amigos del barrio. Subió a las redes varios videos y ahora espera sentencia. Dachel no sabe qué pasará con su hermano. Tampoco lo sabe su madre, que en abril del año pasado, aprovechando el último año de visa, había viajado a Hialeah para los quince de su nieta. El muchacho está solo, atravesando el vía crucis judicial más improcedente de los últimos tiempos. Es uno de los 1.393 detenidos.

Hay muchas maneras de estar aislados: un albergue es una de las ellas, la emigración puede ser otra, también lo es estar al cuidado de una persona mayor o a la espera de juicio. En Cuba los modos de aislamiento se multiplican en círculos concéntricos porque la pulsión que los genera es la misma.

4 mayo 2022 13 comentarios 1.157 vistas
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Familias

Cuba: familias y conflicto nacional

por Ivette García González 22 octubre 2021
escrito por Ivette García González

Las familias cubanas son víctimas del conflicto nacional de muy variadas maneras. Muchas sufren fracturas por posiciones políticas divergentes, emigración, intolerancia gubernamental frente al disenso y represión. Esta se ejerce contra personas, su entorno familiar y afectivo.

Una parte de ese dolor se lleva por dentro y en ámbitos privados. Ni las redes sociales ni la gravedad de la crisis compensan en su totalidad el miedo a empeorar las cosas denunciando injusticias.

El fenómeno no es nuevo, pero sí más agudo y masivo, aun cuando los medios oficiales lo ignoren o muestren lo contrario. Dos puestas recientes en televisión —Palabra precisa y Canción de Barrio— dan cuenta de los contrastes entre la idealización de la familia y la realidad de tantos problemas acumulados.

La familia cubana fue beneficiaria directa de las primeras medidas de justicia social luego de 1959. Pero pronto se dividió, polarizó, distanció y fracturó. Las causas están en el modelo social asumido y el permanente conflicto bilateral con los EE.UU.

-I-

La vocación estatista, ideologizada y centralizada de los procesos económicos, sociales y políticos provocó que —más allá de discursos y documentos rectores— la familia sea uno de nuestros grandes problemas.  

La mayoría ha sufrido el permanente deterioro de sus condiciones de vida, la separación y reproducción de la dependencia: del Estado, de otros países y finalmente de sus familiares emigrados. Esos que antes fueron repudiados, llamados traidores, gusanos, escoria; quienes siguen viendo sus derechos conculcados. Muchas de esas familias se rompieron durante décadas; algunas no lograron reencontrarse.

En nombre de la Revolución y el futuro, los gobiernos convirtieron al individuo en masa, acrítico y desgajado de la familia. Esta vio afectado su rol y fue también víctima de poderosos mecanismos de control social, desde los CDR hasta los medios de comunicación y la Seguridad del Estado. En particular, esa última instancia invadió los espacios privados, expandió la represión y delación incluso entre sus miembros. No obstante, como fundamenté en mi texto anterior, ello no fue igual para todos.

No llegamos a una historia tipo Pavlik Morosov, el niño soviético asesinado por sus parientes por denunciar a su padre de contrarrevolucionario, y a quien el Estado convirtió en héroe, ejemplo de conducta del hombre nuevo en la URSS. Sin embargo, sobran testimonios de niños convertidos en informantes, familias divididas y otras prácticas que nos han sembrado una profunda desconfianza hacia los demás.

Diversas expresiones artísticas y literarias dan cuenta del fenómeno. «Informe contra mí mismo», de Eliseo Alberto Diego, y el documental En un rincón del alma, del cineasta cubano-salvadoreño Jorge Dalton, son apenas dos ejemplos de cuán viejos y oscuros son los métodos de la Seguridad del Estado y cuánto desgarramiento han provocado en la intelectualidad.

En una caracterización de la familia cubana de fines de los ochenta, se identificaron nueve factores obstaculizadores del ejercicio de sus funciones y diez tendencias no deseadas. Entre los primeros: dificultades para poner límites y normas a la conducta, enfrentamientos intergeneracionales, pérdida de tradiciones familiares y resquebrajamiento de valores cívicos. Entre las segundas: maternidad soltera, altas cifras de divorcio temprano, bajos niveles de fecundidad, problemas de convivencia y limitado acceso a la vivienda.

Todas las dificultades se incrementaron durante los noventa. Lo político nos consumió al punto de distanciarnos de valores y conquistas relacionadas con la naturaleza y la condición humana. Se agudizaron fenómenos sociales negativos y emergieron estrategias familiares para sobrevivir, entre ellas la emigración.

Los desafíos planteados entonces se mantienen sin solución, en particular la cuestión habitacional.  Pero desde esos duros años se mira más hacia dentro de casa y se produce una reaproximación y revalorización de la familia. En difíciles condiciones ella continúa viviendo entre el fraccionamiento y el fortalecimiento, en la medida que trasciende y comprende que sus lazos están por encima de lo político.

-II-

Llegamos al 2020-2021 con familias material y psicológicamente lastimadas lidiando con el conflicto. Esas dimensiones del drama nacional están en su peor momento. Cuentan la agudización de la crisis, la pandemia, la permanencia de las sanciones de los EE.UU. y el pulseo entre ambos gobiernos.

A eso se suma la implementación de políticas de ajuste impopulares y la continuidad de una tendencia a discriminar la agricultura, la salud, la educación, la innovación tecnológica y la seguridad social en materia de inversiones.

Aun así, el gobierno sigue invocando Revolución y Socialismo. Ahora espera también que los ciudadanos acepten la violencia política. La represión se conoce solo por las denuncias en las redes y la prensa independiente. Es tema vedado para los medios oficiales y el gobierno la oculta o enmascara. Se llegó a límites impensables: estallido social del 11-J, prohibición de marcha pacífica para el 15-N, incremento exponencial de encarcelamientos y medidas de terror contra muchos ciudadanos.

No solo es la vigilancia colectiva habitual. Se siembra el terror a través de los medios de comunicación, incluido internet, y de los aparatos represivos. Existen múltiples testimonios y denuncias de jóvenes que por ejercer derechos cívicos, son acosados, reprimidos, violentadas sus vidas privadas, sometidos a interrogatorios constantes para amedrentarlos. Y con ellos, sin ningún pudor, se amenaza a familiares y amigos.

Varias de esas protestas incluyen contrastes y críticas a la hipocresía de programas como Con Filo. Con toda razón una joven periodista expresó que al invocar el amor y la tolerancia, lo que hacen el programa y el gobierno es «burlarse sin piedad (…) de la gente más oprimida de Cuba». «Se burlan de las familias que están desesperadas con seres queridos presos, o enfermos y sin medicamentos, o acosados por la policía en sus casas, o exiliados sin poder volver a su tierra».

Es una violencia que traspasa fronteras. Existen evidencias de censura y represión hacia los emigrados y sus familiares en la Isla. «A nuestros padres», carta de una emigrada cubana que circuló en las redes desde diciembre del pasado año, es ejemplo de ello.

Sin embargo, un interesante estudio sobre las familias migrantes confirmó que en el contexto pandémico «la connotación social de la migración se mueve hacia la aceptación de vínculos más cercanos, armónicos y dinámicos, compulsada por la defensa de la familia en situaciones límites de la vida».

Se afirma que 2020 fue «un año para reconstruir y fortalecer vínculos (…) Reconocer que la familia y los afectos no tienen límites territoriales ni temporales». El contexto de emergencia sanitaria «ha significado un paliativo para mantener, retomar, profundizar y transformar los vínculos migratorios familiares».

Es lógico que eso impacte en el conflicto nacional. Ejemplo, la activación y militancia de emigrados solidarios en diversos países con el movimiento cívico en Cuba, y las ayudas de diverso tipo a familias propias y de otros en la Isla. Hoy existe una sinergia entre el movimiento cívico en la Isla y sus compatriotas de la diáspora, como ocurrió en épocas pasadas.

El gobierno debería tomar nota —en sentido humanista y político— de que detrás de cada preso y reprimido hay una familia y una red de afectos.

Dentro del país muchas familias sufren, pero también cada vez hay más acompañamiento. Inés Casal, madre de uno de los jóvenes del 27-N y de Archipiélago, Julio Llópiz Casal, es hoy admirada por muchos cubanos. En su página de Facebook se encuentran ideas como estas:

 «Yo siento el mismo miedo que han sentido (y sienten) cientos de miles de madres cubanas (…) La única diferencia (…) es que me convencí hace tiempo que si eduqué a mi hijo en el decoro y la dignidad, no voy a exigirle ahora que se convierta en un miserable».

Ella hace suyas las palabras del padre Alberto Reyes: «Y entonces sucede algo mágico y hermoso: pasa de mamá protectora a compañera de vuelo (…)».

«A todas las madres cubanas que hoy se encuentran en alguna situación similar a la mía: desde cualquier lugar en donde nos encontremos, no nos quedemos calladas. Que no tengamos que decir alguna vez: “Tendríamos que haber gritado”».

El silencio y la tolerancia también tienen sus límites. La familia debería ser sagrada en la sociedad. Tal como expresó la joven periodista Mónica Baró: «A quien no le duela el dolor de las madres que lloran a sus hijas e hijos encarcelados, no le duele Cuba».

Para contactar a la autora: garciagonzalezivette4@gmail.com

22 octubre 2021 21 comentarios 2.514 vistas
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Familia

Familias

por Jorge Fernández Era 12 septiembre 2021
escrito por Jorge Fernández Era

―¿Viste, amiga? Parece que ahora sí van a meterle mano al Código de las Familias.

―Ya era hora. Ni para discutir lo del huevo y la gallina la humanidad se ha demorado tanto.

―Por cierto, ahora van a darle más importancia a los huevos.

―¿Y ese machismo?

―No seas prosaica. Me refiero metafóricamente a que el fruto nuestro, los hijos, van a estar más respaldados en ese documento.

―Ah, qué bien, a ver si se le exige al padre de la fiera mía algo más que el melón mensual con que cree ayudarme.

―¿Melón dices?

―Sí, mija, sesenta pesos, lo que le exige la ley.

―Eso variará. El Granma habla del papel activo y creciente que se les dará a las personas menores de edad.

–Leí eso: que «ya no son objetos de protección, muebles que tenemos que cuidar, sino sujetos a los que Cuba les ha dado participación, desde que son pioneros, en la vida social, y les ha permitido tomar decisiones desde una perspectiva propia».

―Como que fue perspectiva propia la de la pionerita que salió en el noticiero recitándole al Comandante la «ingle de varón» de Carilda.

―Por lo menos aceptan que hemos sido muebles.

―Cuando nos permitan cambiar la configuración de la sala, será demasiado tarde, el comején habrá hecho lo suyo.

―Es muy fácil decir que para avanzar con la consulta más amplia posible respecto al Código hay que saber qué piensan los jóvenes, pero no ha habido mayor plebiscito que el del 11 de julio y mira dónde están muchos de ellos.

―Los tienen guardados para que piensen mejor lo que dicen, no se abstraigan mirando a los celajes y reflexionen encerrados en sí y para sí. Tendrán tiempo para leerse por entero el anteproyecto del Código de las Familias.

―Cuya bronca mayor será la del matrimonio igualitario. Cuando se discutió la nueva Constitución nos tuvieron dormidos con eso, y a la gente se le escapó que nos pasaban gato por liebre con un montón de acápites mucho más importantes.

―No me lo recuerdes. Fíjate que mi marido, desde entonces, no hace más que reafirmar que es militante del Partido y, por tanto, constituye la fuerza superior de la casa.

―Ah, no, tienes que enseñarle que la familia cubana, para la cual nacerá el nuevo Código, es mucho más democrática: todo el mundo tiene algo que decir y todo el mundo tiene que ser escuchado. Lo apunta también el órgano oficial.

―De la puerta para adentro suena muy bonito, pero que no se te ocurra decirlo en la calle, ya sabemos qué apellido tiene la familia más democrática de este país, la única que puede decidir que por las aceras del Capitolio no se camina más. Habrá que confiar en lo que seguramente reproducen el resto de los medios: que el nuevo Código de las Familias «está concebido desde una mirada menos dogmática y más de derechos humanos, y debe servir de justa cobija para todos, independientemente del modelo familiar construido».

Te digo bajito lo de «derechos humanos» porque temo que sea un bandazo, que al periódico de los comunistas cubanos no lo hayan autorizado a mencionarlos para hablar de política doméstica.

―¿Mirada menos dogmática, en serio? La inteligencia colectiva se pone bruta cuando a alguien se le ocurre manifestar que «la preferencia del apellido paterno reproduce una costumbre impuesta por la cultura patriarcal», y proponga «establecer que sean los progenitores quienes determinen, de común acuerdo, el orden de los apellidos, el que una vez determinado se aplicaría, mira tú, para el resto de los hijos habidos de la pareja». ¿Y si, como es de esperar entre marido y mujer, no se ponen de acuerdo? ¿Habría que llevar a los tribunales semejante astracanada?

―Sería imposible construir en el futuro un árbol genealógico con tamaña enredadera. Me estremece pensar todos los posibles apellidos que podrían tener mis nietos.

―Estamos muy jodidos, mi amiga. No está mal que se pretenda arreglar los inconvenientes, contrariedades y hasta embarazos no deseados de los linajes y castas, pero de ahí a olvidar que la familia mayor está disfuncional hace muchos años…

―Disfuncional, desprotegida y discriminada, con un jefe de núcleo que no se arrepiente de lo que hace, solo conversa con los hijos que le pintan gracia y se aparece con un melón para ayudarlos después que los abandona.

―Mira, mejor nos callamos, que van a repartir los turnos, y aunque todas las personas seamos iguales ante la ley y se supone recibamos la misma protección y trato de las autoridades, ese que viene por ahí, si nos oye, puede decidir darnos cobija y una entrada de gaznatones para después alegar que eso sucede hasta en las mejores familias.

12 septiembre 2021 12 comentarios 2.424 vistas
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