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Guerra - Reciclando conflictos

Ética vs guerra: reciclando conflictos

por Alina Bárbara López Hernández 15 marzo 2022
escrito por Alina Bárbara López Hernández

«Quien olvida su historia está obligado a repetirla». Esa reflexión del filósofo español George de Santayana está inscrita en la entrada del bloque 4 del campo de concentración de Auschwitz. Sin embargo, el escritor inglés Aldous Huxley, con una perspectiva pesimista y escéptica del mundo aseveraba: «Quizás la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia». Tenía razón.

La actitud del gobierno cubano, y de un sector que se considera parte de la izquierda, ante la invasión rusa a Ucrania ha sido francamente ambigua al no situarse con meridiana claridad en el único lugar éticamente posible: al lado del país agredido.

Claro que hay que exigir el cese de la estimulación norteamericana al diferendo entre los dos países, que se impone abogar por el no alineamiento, no solo de Ucrania sino del resto de Europa. Es necesario entender a la OTAN cual un remanente de la Guerra Fría que perdió sentido al desaparecer el campo socialista y ha sido utilizada por los gobiernos norteamericanos como compañera de aventuras militaristas. También hay que convenir en que la arquitectura de las relaciones internacionales post-campo socialista está favoreciendo el estallido de un conflicto bélico de proporciones globalizadas.

Pero ante todo, primero que todo, hay que denunciar la actitud del gobierno ruso como hiciera el filósofo norteamericano Noam Chomsky: «La invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense a Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner solo dos ejemplos relevantes. Es razonable buscar explicaciones, pero no hay ninguna justificación ni atenuante».

Guerra - Reciclando conflictos

El pasado vuelve a nosotros. No es la primera ocasión en que los cubanos deben responder estos dilemas: ¿puede hacerse política al margen de principios éticos?, ¿el fin justifica los medios?, ¿podrá lograrse un humanismo futuro sin defender el humanismo presente?, ¿en dependencia del país agresor se modifica el carácter de una guerra?

Esto ya ocurrió. Reciclamos viejos conflictos históricos.  

«Me pediréis perdón u os moriréis por mi sonrisa»: el nuevo rumbo de la política exterior estalinista

En 1938 el Partido Comunista de Cuba (PCC) fue legalizado luego de trece años de proscripción. Sería el partido de su tipo más exitoso de este lado del Atlántico y el único de un país capitalista en participar en el parlamento. Solo el de Chile logró algo similar pero por muy poco tiempo, pues al comenzar la Guerra Fría fue nuevamente prohibido.

Entre 1938 y 1953 —fecha en que Batista los ilegaliza otra vez al considerarlos erróneamente cómplices del asalto al Cuartel Moncada—, los comunistas cubanos dispusieron de un sistema de medios que incluía prensa plana, programas radiales y cinematografía, además de editoriales y librerías propias. Su órgano oficial era Noticias de Hoy, con periodicidad diaria y dos ediciones.

Las noticias del conflicto bélico que comenzó el 1ro de septiembre de 1939 pueden seguirse en sus páginas por investigadores e interesados en la historia. En esa fecha Alemania invadió Polonia. Dieciséis días más tarde la URSS haría lo mismo. Era el resultado de la firma del tratado soviético-alemán del 23 de agosto de 1939, conocido como Molotov-Ribentrop. Tropas soviéticas ocuparon casi la mitad de Polonia entrando por las fronteras orientales.

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Molotov y Ribbentrop

La existencia de una cláusula secreta en el referido tratado establecía que ante el estallido del conflicto, ambos países se atribuirían «esferas de influencia». Fue este un secreto bien guardado hasta que en 1945, durante la toma de Berlín, soldados británicos que revisaban papeles sobrevivientes a la quema por la parte alemana, encontraron documentos alusivos al tratado.

La Unión Soviética negó de plano las acusaciones y se mantuvo en esa posición durante medio siglo, asegurando que se pretendía desprestigiar su papel en la guerra. No fue hasta 1989, cuando se produjo una protesta masiva en los países cisbálticos, que fueron desclasificados los documentos y reconocida la existencia del vergonzoso acuerdo secreto.  

¿Cuál fue la reacción de los comunistas cubanos?

Noticias de Hoy asumió como un hecho natural que las tropas soviéticas hubieran invadido la nación vecina. Diariamente se mostraba en mapas el avance de los frentes alemán y soviético y se ofrecían partes de guerra detallados. Las noticias eran tomadas de la agencia de noticias TASS.

Reciclando conflictos

El martes 19 de septiembre, en el hilo noticioso «Resumen de la guerra» se informaba: «Las tropas soviéticas han ocupado, sin resistencia, Vilma al Norte según se reporta y Tarnopol y Smatyn en el Sur avanzando hacia Coloja. (…) En el frente Este de Varsovia, en Brest, se encontraron los Ejércitos Rojo y Nazi».

Las noticias siempre presentaban la intervención soviética como aceptada por el país agredido. Un titular a gran puntaje afirmaba: ACLAMADO EL EJÉRCITO ROJO A SU PASO POR LAS CALLES POLACAS.

Reciclando conflictosBajo el titular El fin de Polonia. Una fecha histórica, se certificaba: «Polonia está virtualmente liquidada. La Unión Soviética ha movido varias divisiones a lo largo de la frontera polaco soviética, a fin de ocupar los territorios habitados por ucranianos y rusos blancos, y darles protección».

Reciclando conflictos

La crítica y periodista Emma Pérez (1901-1988) —esposa del novelista Carlos Montenegro, dueña de una pluma mediocre y una prosa ditirámbica—, en su columna «Mi verdad y la vuestra» correspondiente al 19 de septiembre de 1939, publicó el artículo «Pueblos liberados», un verdadero canto al expansionismo soviético:

«Si la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas ha mandado a sus soldados rojos a libertar a los pueblos de la Rusia Blanca y de la Ukrania polaca, es con una impetuosa alegría como todos los que luchamos por el triunfo del socialismo en el mundo, recibimos y gritamos después de la buena noticia.

Si a estas horas estos territorios del mundo no estuvieran bajo los pasos firmes de los más hermosos soldados de la tierra, se hallarían irremisiblemente condenados a ser ocupados por las tropas del fascismo alemán (…)

¿Le hubiera perdonado alguien a la URSS que, pudiendo defender a millones de hombres explotados por el capitalismo más bárbaro, los dejara hundidos en su vida de miseria y dolor? Claro que no. Claro que todas las regiones campesinas que ha ocupado el ejército rojo tienen que estar cruzadas de alegría por la llegada de sus salvadores. Claro que la única que ha perdido, tal vez con una sonrisa cuadrada, pero con una sorda ira interior, ha sido Alemania. Lo que la URSS ha hecho ha sido esto: llenarnos de alegría el corazón libertando a millones de labriegos y trabajadores de la bota nazista y afirmar su posición de justicia, basada en la grandeza de su ejército rojo, en la sabiduría de su diplomacia y en la comprensión humanísima de sus ciudadanos soviéticos (…)». (p. 2).

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En el texto también se esclarecía el nuevo rumbo adoptado por las relaciones internacionales soviéticas. Stalin rompía sin embozo con los principios fundadores de la Revolución Socialista de Octubre: el respeto a la autodeterminación y la soberanía de las naciones. Los comunistas cubanos se hacían eco de esa actitud amenazante y guerrerista:

La URSS dejó de ser la cenicienta con quien no querían tratos ni contratos las «democracias europeas» para convertirse en una fuerza incontrastablemente hermosa. Ya ella se reía de los desaires y del odio de aquellos desde hacía tiempo: «Ya algún día me pediréis perdón u os moriréis por mi sonrisa». Esa hora ha llegado. Está sonando. Resuena con campanadas de oro en los oídos de los pueblos que hoy ocupan los soldados soviéticos con paso fraternal. Horrorizados por lo que ha venido ocurriendo en la vieja Europa, no encontrábamos la ocasión de alegrarnos con noticias de allá desde hacía mucho tiempo. Hoy nos reímos. La sangre corre y la risa no es pura (perfecta) pero arranca del mismo corazón, emocionado por la suerte de los pueblos sobre los que la URSS ha extendido sus soldados del pueblo». (Ibídem)

Esta obra maestra de cinismo solo podía ser hija del oportunismo más pedestre. No es de extrañar que, muchos años más tarde, tras el golpe de estado del 10 de marzo de 1952, la adoradora del estalinismo pusiera su pluma al servicio de la dictadura de Batista, colaborara hasta el final con él y emigrara de Cuba en 1959.

Era tan evidente el abrupto cambio de la política exterior soviética luego del pacto firmado con Alemania, que otros medios habían comenzado ya a contrastar las figuras de Lenin y Stalin en tal sentido. El 3 de diciembre de 1939 —en un texto firmado bajo el seudónimo Esmeril, usado por Aníbal Escalante, director de Noticias de Hoy—, se deploraba que el periódico El País hubiera publicado:

 «(…) un dibujo antisoviético en el que se pretende enfrentar a Lenin con la actual política exterior de los dirigentes leninistas de la URSS (…) babean su bilis reaccionaria contra el baluarte de la revolución proletaria y contra ese gigante de la humanidad que es Stalin.

No importa. Toda esa propaganda es repudiada por el pueblo y por los trabajadores, que saben muy bien que la política exterior de la URSS, inspirada por sus grandes líderes, es una política justa de defensa de los intereses de los pueblos, de defensa de la paz y de los supremos intereses de la revolución del socialismo. Es la defensa del Marxismo-leninismo”. (p. 2).

Mientras la cancillería soviética continuaba usando una terminología propia de la política exterior pacifista, su práctica expansionista la separaba radicalmente de aquella. Según Molotov —cuyos discursos e intervenciones eran citados cada día en Noticias de Hoy—: «Gracias a nuestra política de paz, invariablemente seguida, hemos podido reforzar la importancia internacional de la Unión Soviética». Fue incluso capaz de negar que la «postura de neutralidad» de la URSS hubiera sido violada por la entrada del Ejército Rojo en Polonia, pues: «Nuestras tropas entraron en el estado polaco solo después que el estado polaco se derrumbó y realmente dejó de existir».

Reciclando conflictosSe intentaba cimentar la idea de que la invasión soviética, a diferencia de la alemana, era positiva para Polonia. Así lo indica esta imagen de la estación ferroviaria de Cracovia destruida por los alemanes y, en contraste, un titular que divulgaba una perspectiva muy diferente sobre los soviéticos. Después se sabría que en la masacre de Katyn, entre abril y mayo de 1940, casi 22 000 polacos —oficiales del ejército, policías, intelectuales y otros civiles—  fueron ejecutados por órdenes de la policía secreta de Stalin.

Reciclando conflictosAdemás de Polonia, los soviéticos invadieron las repúblicas cisbálticas (Letonia, Estonia y Lituania); la Besarabia, que incluía una parte de Moldavia quitada a Rumanía, y la vecina Finlandia.

El ataque a Finlandia tuvo lugar el 30 de noviembre de 1939. Como consecuencia, la URSS fue expulsada de la Sociedad de Naciones el 14 de diciembre, acusada de iniciar una guerra de agresión.

Reciclando conflictosLas exigencias soviéticas a la nación nórdica incluían la cesión de territorios fronterizos alegando razones de seguridad para la protección de la ciudad de Leningrado. Otra de las condiciones era similar a la que los norteamericanos impusieran a Cuba en 1901. Desde Noticias de Hoy, bajo el titular «Las proposiciones a Finlandia»,  Molotov explicaba: «Hemos propuesto un acuerdo para que Finlandia nos alquile, para emplear un término definido de tiempo, una pequeña sección en su territorio, cerca de la entrada del golfo de Finlandia podríamos establecer una base naval».

Reciclando conflictos
Reciclando conflictos

El gobierno títere creado por la URSS en Finlandia fue presentado como «Gobierno Popular Finlandés». El sábado 2 de diciembre de 1939, Noticias… replicaba una declaración de ese gobierno dada a conocer a través de la agencia de noticias TASS: «(…) las masas del pueblo de Finlandia han recibido con tremendo entusiasmo al valiente e invencible Ejército Rojo, bien convencidas de que este no marcha como conquistador, sino como amigo y liberador de nuestro pueblo». (p. 6).

Las hostilidades durarían poco más de tres meses, hasta el 30 de marzo de 1940 en que se firma el Tratado de Moscú, por medio del cual Finlandia fue obligada a ceder el once por ciento de su territorio al país agresor. A pesar de su victoria, los soviéticos tuvieron enormes pérdidas en muertos y heridos, incluso mayores que las de la parte derrotada.

Precisamente durante la agresión a Finlandia empezó a sesionar en Cuba la Asamblea Constituyente encargada de redactar la Constitución del 40. Allí se produjo un álgido debate sobre el tema que vale la pena conocer.

Un mensaje controversial

Luego de casi un lustro —contado desde la huelga de marzo de 1935 que cerrara el ciclo revolucionario de los años treinta—, se concretó una de las demandas populares de los cubanos: una Asamblea Nacional Constituyente. El 15 de noviembre de 1939 fueron elegidos sus setenta y seis delegados, que representaban a nueve partidos políticos. Seis de ellos eran comunistas.

La Constituyente sesionó públicamente durante casi seis meses. El 8 de marzo de 1940, en la sesión decimocuarta, el delegado Eduardo Chibás, por el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), propuso a la Asamblea una moción para enviar un mensaje de solidaridad a Finlandia. Estaba redactada en los siguientes términos:

«POR CUANTO existe un natural sentimiento de solidaridad entre las naciones organizadas sobre la base de un principio liberal y democrático;

POR CUANTO este sentimiento es particularmente intenso cuando se trata de pequeñas nacionalidades que por su dimensión geográfica reducida y por su juventud histórica necesitan confiar para la preservación de su independencia y soberanía en el respeto internacional;

POR CUANTO la liberación de nuestra patria tuvo el carácter de un proceso de resistencia y victoriosa emancipación frente a una proyección imperialista, por lo cual nuestra República no puede menos que sentir profunda simpatía por los pueblos que resultan víctimas de análogos intentos de subyugación;

POR CUANTO existen lazos especiales de solidaridad entre la República de Cuba y la República de Finlandia;

POR CUANTO es notorio que la República de Finlandia está siendo objeto de una agresión imperialista improvocada y gratuita por parte de un estado que no obstante sus pretensiones en contrario ha atropellado los más elementales derechos internacionales y los más sagrados principios democráticos desatando sobre su vecina República de Finlandia una invasión sangrienta que ha alterado violentamente la paz de esa nación progresista, pacífica y ejemplar:

POR TANTO:

Los Delegados que suscriben, en nombre de un elevado principio de solidaridad democrática internacional, completamente ajeno a todo cálculo político interno y circunstancia, proponen a la Convención Constituyente la siguiente:

MOCIÓN:

Que por esta Asamblea se envíe al gobierno de Finlandia un mensaje expresivo de la profunda simpatía con que el pueblo de Cuba contempla la heroica resistencia del pueblo finlandés en defensa de su dignidad e independencia y los votos que el pueblo de Cuba hace por el triunfo de esa causa nobilísima.

En el Capitolio Nacional, a los 14 días del mes de febrero de 1940.

(Fdo). Eduardo R. Chibás, Carlos Prío Socarrás, Dr. E.L Ochoa y Dr. S. Acosta».

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Eduardo Chibás

Esta declaración era coherente con la actitud de la sociedad cubana con motivo de la guerra que ocasionó la derrota de la República española a manos del franquismo en 1939. El triunfo y el fracaso de la República fueron vividos como propios en la Isla, donde se crearon numerosas organizaciones de apoyo e incluso más de un millar de cubanos lucharon como milicianos junto a los republicanos, y algunos murieron allí, como Pablo de la Torriente Brau.

No obstante, la oposición de los delegados comunistas a la moción fue absoluta. En los encendidos debates, que pueden ser consultados al detalle en el Diario de sesiones de la Asamblea, emergían antiguas rencillas políticas que databan de la lucha antimachadista y la Revolución del Treinta. Los auténticos no olvidaban que los comunistas habían desconocido al Gobierno de los Cien Días en 1933 y ahora les reprochaban su alianza con Batista, al que jamás dejaron de considerar el asesino de Antonio Guiteras.

Ante la argumentación de Blas Roca, secretario general de Unión Revolucionaria Comunista y delegado a la Asamblea, de que la URSS, lejos de invadir a Finlandia estaba ayudando a su pueblo oprimido por un gobierno reaccionario, Chibás respondió:

«Las huestes rusas que se mandan a Finlandia alegan lo mismo que las Camisas Negras que iban a la República Española y a Abisinia: que van a defender a un pueblo oprimido contra su gobierno opresor (…) Y esta defensa generosa, altruista, humanitaria, de salvación para el pueblo oprimido, la realizan lanzando sobre esos países los tanques, la artillería gruesa y abusando de sus mujeres y sembrando la ruina y la muerte por doquier.

¡Qué cinismo, que sarcasmo más inaudito el de este dictador Stalin que para cometer sus tropelías usa no solo las propias razones de Hitler, sino también las propias tesis fascistas justificativas de sus agresiones a las pequeñas nacionalidades (…)».

El nuevo rumbo del estalinismo, desde los procesos de Moscú y la represión al interior del Partido Bolchevique, fue debatido profundamente en la sesión de la Asamblea. Tras siete horas de acalorados intercambios, la moción fue sometida a voto ante los 43 delegados que permanecían en el recinto y aprobada por 37 a favor y seis en contra.

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Blas Roca (Foto: Juventud Rebelde)

Daños colaterales

El mayor servicio que hiciera Stalin al fascismo no fue compartir parte de sus aventuras expansionistas, sino haber contribuido a que el movimiento revolucionario internacional fuera incapaz de discernir con rapidez la verdadera naturaleza de este modelo ideo-político nuevo y profundamente agresivo.

Al equiparar el fascismo alemán con los gobiernos de las «democracias decadentes occidentales», y presentar su agresividad apenas como un conflicto imperialista, la URSS favoreció que este tomara fuerza en los dos primeros años de la guerra previos al ataque a su territorio, el 22 de junio de 1941.

Los comunistas cubanos obedecieron esta estrategia y se opusieron a la aprobación del servicio militar obligatorio y a la entrada de Cuba a la guerra. El carácter justo de la lucha de los pueblos agredidos contra el fascismo fue desacreditado por esa doctrina, que solicitaba neutralidad a los gobiernos del mundo para que no se involucraran en el conflicto.

Finalmente, la entrada de la URSS en la Segunda Guerra Mundial y el heroísmo de sus hombres y mujeres, y de su ejército, decisivos en la derrota del fascismo, contribuyeron a atenuar el daño y a un cambio de actitud de los comunistas cubanos. Sin embargo, la influencia estalinista estaba a punto de expandirse con renovada fuerza por el establecimiento del campo socialista a fines de los años cuarenta.  

«El fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando has olvidado el fin»

Rememoro esta frase de Santayana mientras leo el artículo «La Izquierda ante la agresión a Ucrania, mantener el timón con firmeza», en el que Raúl Zibechi argumenta con razón que «Una política sin ética, guiada por cálculos, nos lleva siempre a un callejón sin salida: luchar para reproducir las mismas opresiones que se combatían».

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— Ukraine / Україна (@Ukraine) February 24, 2022

Desde que en los años treinta el movimiento comunista internacional admitiera la perniciosa influencia del estalinismo, justificándola en aras de objetivos futuros, encaminados a construir un sistema superior al capitalismo, se apartó del carácter revolucionario y liberador que debería ser el Norte de las ideas de izquierda. No puede construirse un mundo mejor, ni un «hombre nuevo», usando métodos violentos y represivos. No es posible declarar un humanismo para el futuro sino somos capaces de actuar con humanismo en cada momento del presente.

Y esa influencia es notable en tantos análisis que se enfocan en la cuestión política y el diferendo EE.UU-OTAN-Rusia, que no es para ignorarse, pero no hablan del pueblo ucraniano agredido, de la soberanía de una nación violentada, del carácter justo de su resistencia ante el agresor. Porque no hay agresores buenos, como se afirmaba en Noticias de Hoy.

El viejo fantasma del expansionismo ruso nos coloca nuevamente ante un dilema. En el año 2005, el presidente ruso Vladimir Putin trató de justificar la actuación de Stalin al firmar el acuerdo soviético alemán, cuando aseguró que se debió a la necesidad de proteger la nación. En diciembre del 2019, defendió el pacto en una reunión con los líderes de la Comunidad de Estados Independientes en San Petersburgo, aunque reconoció que incluía protocolos secretos.

En vísperas de la invasión a Ucrania, en un discurso televisado afirmó: «La Ucrania moderna fue creada enteramente por Rusia, más precisamente por los bolcheviques (…) Este proceso comenzó inmediatamente después de la revolución de 1917, y, además, Lenin y sus socios lo hicieron de la manera más desordenada en relación con Rusia: dividiendo, arrancando de Rusia pedazos de su propio territorio histórico».

Igual que Stalin en otra época, Putin ataca hoy directamente el legado bolchevique y sus principios de política exterior. Lo curioso es que no se trata de un político posicionado a la izquierda, sino de un conservador profundamente ultranacionalista que ha financiado a los partidos políticos más derechistas del mundo. Aun así, gobiernos como el de Cuba se han posicionado a su lado al argüir que posee intereses en Ucrania que deberían ser tenidos en cuenta.

Salvando las diferencias, si en algo se asemeja Putin a Hitler, además de en sus exigencias territoriales, es en su estrategia «cínicamente genial», como la denominara Stefan Zweig en El mundo de ayer, al decir que «le prometió todo a todos».

Ya lo dije: reciclamos conflictos históricos. Ojalá no traigan una nueva guerra mundial. Podría ser la última.

15 marzo 2022 60 comentarios 3.227 vistas
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El extremismo cubano

por Giordan Rodríguez Milanés 22 abril 2019
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

Heredero de la inquisición y el conservadurismo español, el extremismo criollo se consagra durante la Cuba revolucionaria. Cuando una parte de él migra a Estados Unidos, se convierte al fundamentalismo en Miami y se pone al servicio de la fragmentación de la nación cubana. El otro se queda en la isla, radicalizándose por los ataques externos y su propia voluntad.

El origen del primero está en los oligarcas y mafiosos que habían aupado a Fulgencio Batista. Los ricos eran conscientes de su clase y de que en revolución no podrían continuar su depredación. Sus acólitos -sirvientes, empleados y mantenidos-, en cambio, no tenían conciencia de clase pero les sobraba oportunismo, arribismo y deseos de triunfar a cualquier costo. Ambos tenían algo en común: un anticomunismo furibundo devenido anticastrismo.

Es harto conocida la historia de como Miami se convirtió en una gran ciudad, en parte, gracias al dinero robado o esquilmado por los batistianos a la Republica de Cuba. Además del trabajo duro de muchos emigrantes que, sin conciencia de clase, solazaron sus nostalgias con la certeza de que no vivirían las penurias que -según les habían enseñado y les confirmó el posterior fracaso del socialismo de Europa del Este-, el comunismo debía proporcionarles.

Mientras, en Cuba se educaba al supuesto hombre nuevo haciendo lo contrario a lo que sugería Carlos Marx. Renunciábamos al estudio de los filósofos clásicos y las fuentes originales -a pesar de la alerta al respecto realizada por el Che a Armando Hart en 1965- y los sustituíamos por traducciones soviéticas, demonizábamos lo diverso -desde Los Beattles hasta La Nueva Trova-, convertíamos el ideal martiano de la vinculación del niño con el trabajo en cercas alambradas, disciplina casi militar, escamoteo de la familia como garante de la educación, todo por una supuesta cohesión en torno al Estado.

Soldado cubano junto a refugiados en el puerto de Mariel el 23 de abril de 1980. Foto: Jacque Langevin

El segundo gran éxodo voluntario hacia La Florida fue El Mariel”. Este demostró que no eran suficientes las campañas de alfabetización y escolarización, la Ley contra la Vagancia, las guaguas Hino con aire acondicionado, los trenes especiales, el helado Coppelia y las pizzerías. Tampoco ayudaron las Unidades de Apoyo a la Producción, la parametración cultural, educacional y científica, o los manuales soviéticos.  En Cuba persistían los daños sociales y prejuicios heredados del colonialismo y el capitalismo.

Así florecieron el oportunismo, la marginalización de determinados sectores proletarios, el racismo no institucionalizado y el machismo aderezados, que se sumaron a un nuevo prejuicio incorporado por el proceso revolucionario: la intolerancia ante cualquier tipo de diversidad ideopolítica y la señalización de un potencial enemigo en cualquier persona cuya individualidad ostentara autodeterminación entre la masa.

El Mariel se prestaba para “sanear” la sociedad cubana ante el estancamiento de la formación axiológica del “hombre nuevo”. Y a los emigrantes por causas filiales, económicas o políticas, se sumaron otros extraídos de contextos identificados como malsanos: lumpen, homosexuales, hippies, o cualquier sujeto que se considerara portador del “diversionismo ideológico”.

Los que no fueron declarados excluibles por Estados Unidos, mudaron su modo de vida a la floreciente Miami, y ya desde entonces comenzarían a ser usados como peones del odio más rancio del anticastrismo. Aquí habían quedado, junto con los revolucionarios complacientes o críticos silenciosos,  los tiradores de huevos, los comunistas convencidos, los milicianos, el futuro que necesariamente sería de hombres de ciencias.

La agudización de la escasez y la precariedad económica, desde la caída del socialismo de Europa del Este, agudizan el costo social que en términos axiológicos, en mi opinión, arrojan las políticas excluyentes, prohibitivas, parametradoras desde la ortodoxia soviética, que han perdurado a pesar de los cambios generacionales y geopolíticos. Como consecuencia del bloqueo imperialista y la mala administración interna, la retórica política ortodoxa cubana no puede ser sustentada por la producción material, de modo que el desarrollo de los recursos humanos no encuentra realización personal, y la psicología del asediado inmoviliza las fuerzas productivas.

Los anti-valores persistentes en la sociedad revolucionaria, y buena parte de esos revolucionarios inconformes hasta entonces silenciosos o crípticos, emergen en el contexto de la crisis económica de los noventa, como anticipo de la deformación axiológica estructural que ahora apreciamos: la prostitución, el cohecho y la tolerancia ante el robo sistemático a la propiedad estatal se valorizan lingüísticamente al sustituir las palabras prostituta por jinetera, ladrón por luchador, robar por resolver, tráfico de influencias por sociolismo.

Ninguno de esos comportamientos son propios del llamado “Período Especial”, como generalmente se trata de demostrar, se venían sedimentando en las consignas, las marchas del pueblo combatientes, el uso propagandístico de los medios de comunicación, las guerras internacionalistas, las prohibiciones de esto o aquello, la doble moral y todo lo que nos había parecido trascendente -como efectivamente lo era-, hasta que, no sin sorpresa, el “maleconazo” nos pone la mirada en una Cuba que jamás habíamos visto ni escuchado por televisión o radio, y la emigración ordenada o desordenada se convierte en un fenómeno sistémico y cotidiano.

El Maleconazo ocurrió en la Habana el 5 de Agosto de 1994

Si bien hay una nación cubana rica en valores humanos: solidaria, profundamente altruista, talentosa artística y científicamente, emprendedora, honrada; coexiste con ésta su antítesis y, lo mismo que la primera ha viajado con la emigración, y encuentras en cualquier otra parte del mundo, por ejemplo, cubanos dispuestos a mandar toneladas de ayuda a los damnificados de un tornado, o exponer su propia vida en la lucha contra el ébola; esa antítesis también ha viajado, y se enquista en la ciudad desde la cual, paradójicamente, se emana más amor filial por Cuba: Miami.

En este mundo donde la tecnología y las redes sociales acercan las distancias comunicativas entre los cubanos de la isla y los emigrados, las manifestaciones de esos valores humanos, y esos antivalores, -o sea, sus valoraciones- son potencialmente manipulables en función de intereses diversos, que van desde el ultraderechismo facistoide y supremacista hasta el más puro estalinismo.

Pero en este texto nos ocupamos de los extremos confluyentes: el de la exclusión ortodoxa “izquierdosa” que ve un contrarrevolucionario en cualquiera que no integre el coro acrítico que aplaude  absolutamente todas las decisiones del PCC, por este lado, y el del odio visceral de parte de los “democratosos” a todo lo que, desde la isla o fuera de esta, contenga críticas constructivas para la Revolución, o la aceptación y defensa de sus logros.

Extremos confluyentes en los prejuicios y daños sociales arriba enunciados, heredados del colonialismo y el capitalismo, y potenciados por la ortodoxia ideopolítica de la isla, aquí, y por el enemigo doctrinal de la Revolución, la explotación capitalista y la nostalgia, desde Miami fundamentalmente.

Aunque con matices diferenciadores, la retórica de la exclusión y el odio en las redes sociales y la bloguería, parte de un mismo principio: cualquier mensaje marcado por la diversidad ideopolítica, viene del enemigo o, al menos sirve a sus intereses. De tal modo, vemos a “democratosos” etiquetar de “comunista” -que en Miami quiere decir “Peor Ser Humano Posible”-, a todo el que se atreva a reconocer públicamente el más mínimo afecto o reconocimiento por alguna arista de la Revolución. De igual forma, vamos a leer comentarios y textos de extremistas “izquierdosos” que le etiquetan la condición de “mercenario” a cualquier sujeto crítico del Gobierno o el Partido cubanos.

¿A quién le sirve la exclusión y el odio?

¿Le sirve a un Partido Comunista anquilosado que necesita más que nunca el reconocimiento de los cubanos y de la integración consciente del pueblo a su programa político? O será que le sirve a los herederos de los enemigos de clase de la Revolución y su carroña, con dineros y medios de sobra para manipular las carencias y frustraciones individuales de los actuales desclasados, que ni siquiera tienen conciencia de clase entre deslumbramientos, créditos y deudas.

¿A quiénes le sirve la descalificación de lo diverso, de la expresión honrada a contracorriente y el asesinato de la reputación de los sujetos que se resisten a adherirse a los extremos de exclusión y odio?

Yo tengo mis respuestas. ¿Y usted?

22 abril 2019 49 comentarios 584 vistas
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Mi patria perdida

por Yassel Padrón Kunakbaeva 5 marzo 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

En este mundo de los medios digitales, uno escribe y enseguida aparecen los comentarios, completando la idea, tergiversándola o, en ocasiones, lanzando una pregunta. Cierto comentarista al parecer reparó en mi último apellido, y con insistencia me ha llamado a expresarme sobre el nivel de democracia de la antigua Unión Soviética. Al parecer está interesado en que comparta mi experiencia familiar sobre las “terribles” condiciones en que vivió el pueblo soviético bajo el socialismo de Estado. No sabe que ha tocado una fibra sensible, y que mi respuesta quizás no se parezca a lo que él espera oír.

Ciertamente, nací en la Unión Soviética, un país que ya no existe. Lo confirman mi carnet de identidad y mis pasaportes. Nací en Moscú, en el epicentro de un mundo que se desplomaba. Si me hubiera tardado solo unos meses, habría nacida ya en la Federación Rusa. Mis padres, él cubano, ella rusa, decidieron traerme para Cuba: un lugar seguro.

Nunca he regresado. No recuerdo nada de aquel lugar. Me crie con mi abuela cubana. Pero desde muy pequeño todos me llamaban “el rusito”. A partir de ese dato se construyó mi identidad. En los años noventa, cuando había luz, veía con especial avidez los muñequitos rusos: venían de donde mismo yo había venido. Fue por esa misma avidez que en la adolescencia me acerqué a los libros de historia y a la literatura rusa.

Descubrí entonces una gran nación. Me estremecí junto con los diez días de John Reed. Supe de algo llamado la Gran Guerra Patria, que yo viví en las páginas de La Joven Guardia, Mi guerra aérea, Ellos lucharon por la patria, y Un hombre de verdad, entre otros libros que para mí son clásicos. Me leí cuanto encontré de la ciencia ficción soviética. Pero, sobre todo, comprendí la altura y el significado que alcanzó la Unión Soviética para todos los que luchaban por el socialismo en el mundo. Por supuesto, con la madurez también se ha ampliado mi imagen de ese país.

Stalin verdaderamente le arrancó el corazón a la Unión Soviética. Sus acciones, su traición a la revolución y a sus camaradas, no tienen perdón

Los compatriotas rusos que he conocido, incluyendo mi madre, y los cubanos que vivieron allí, me han ayudado con sus anécdotas a hacerme una idea más balanceada de aquella realidad.

Pero justamente por eso, porque creo que soy bastante crítico con la Unión Soviética, tampoco permito que me la pinten como el infierno comunista. No puede borrarse de un tirón todo el heroísmo, la pasión, el amor, la creatividad, de un pueblo que hizo la primera revolución socialista del mundo, que defendió su Estado Popular frente a los guardias blancos y a los ejércitos de la Entente, que derrotó al III Reich, y que fue el primero en alcanzar el cosmos. Sencillamente no se puede.

Es cierto que, después de Stalin, la revolución socialista estaba herida de muerte. No hay forma de descongelar a un zombi. Pero al parecer los soviéticos no querían darse cuenta, y siguieron “construyendo el socialismo”. La Unión soviética de la segunda mitad del siglo XX fue un país industrializado donde se podía vivir con cierta comodidad material, un país que creció en la economía, en la ciencia, en la cultura. Un país donde se cultivaban utopías comunistas de futuros espaciales. Los pioneros y pioneras, con pañoletas bicolores, despedían a los cohetes que partían hacia el futuro.

Un país, donde gracias al CAME un cubano y una rusa podían conocerse y enamorarse, en una facultad de Química de las Radiaciones

Hoy quieren los medios hegemónicos que solo recordemos a la Unión Soviética por los gulags, los electroshocks, la CHEKA, la KGB, etc. Ciertamente, no pueden olvidarse los gulags. Pero tampoco puede olvidarse la obra de los comunistas soviéticos que, traicionados por sus dirigentes, siguieron adelante, tratando de crear un nuevo mundo regido por la ciencia, el colectivismo, la cooperación y la estética proletaria. No puede olvidarse el valor que tuvo la bandera de la hoz y el martillo para los que luchaban por los derechos sociales en el mundo entero.

Para mí, la Unión Soviética es mi otra patria. Una a la que regreso siempre con nostalgia y tristeza. Y cuando reflexiono sobre los problemas de la Cuba actual, no puedo dejar de pensar en aquella. Porque veo los paralelismos.

Yo soy de los que cree que el plan original de la Perestroika era correcto. Salvar el socialismo destruyendo las bases del burocratismo, el dogmatismo y el autoritarismo. Sin embargo, ya sabemos cómo terminó eso. En parte se puede culpar a Gorbachov y a Yeltsin por traidores, pero la explicación más profunda de lo ocurrido es otra.

La Unión Soviética no podía salvarse porque la sombra de Stalin (y los estalinistas) era demasiado larga

Así como me gusta la idea de la Perestroika, apoyo la Actualización cubana. Lo cual me lleva a debatirme entre el temor a que terminemos del mismo modo y la esperanza de que no sea así. Vivo con la esperanza de que la Revolución Cubana (léase transición socialista) no haya sido asesinada aún y de que se pueda salvar.

No sé si he estado a la altura de las expectativas del comentarista al que me referí al principio. Este es mi testimonio como ruso-cubano. La Unión Soviética es el paraíso perdido de mi infancia y el trasfondo omnipresente de mis reflexiones adultas. Me parece sádicamente simplón limitarse a preguntar por su nivel de democracia.

5 marzo 2019 47 comentarios 361 vistas
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No ver el bosque

por Miguel Alejandro Hayes 27 enero 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

A propósito de la separación del marxismo y leninismo en la Constitución

Recibí con beneplácito le separación del marxismo y el leninismo en el texto constitucional. Reconozco el carácter bienintencionado y el logro que representa esa modificación. Pero sin dejarme llevar por la euforia, me pregunto si esto significa un paso significativo para la salida del dogma.

Asumamos el hecho de que el marxismo es muy variado. Si se habla de este en la constitución -de manera más incluyente- se pasa a aceptar por marxismo a corrientes diferentes del leninismo, por lo que se hacen válidas otras que incluirían al freudomarxismo, al analítico, y hasta otros que pueden ser políticamente complicados como el marxismo-libertario, o el luxemburguismo -que fue muy crítico con el capitalismo de estado que planteaba Lenin-.

No me queda muy claro que la constitución hable de esa inclusión, y de la validación de todo ello, ya que hay tendencias que pueden ser contrarias -dado el carácter altamente politizado en el interior del marxismo- con posturas “marxistas” oficiales. Es decir, reconocer y aceptar  los marxismos, es reconocer y aceptar -sobre todo dialogar- también  una amplitud de posturas teóricas y políticas marxistas que van desde anarquistas hasta socialdemocratas. ¿Es eso lo que busca la constitución?

No sé si proliferará entonces la discriminación “marxista”, donde los marxistas oficiales en vez de disidentes, socialdemócratas y centristas, señalarán a los trotskistas, libertarios y consejalistas. Digo esto teniendo en cuenta que cualquier pensamiento puede autodenominarse marxista, a no ser que haya una instancia que determine qué es marxista, cualquiera de los principios de estos deberían ser aceptados.

Por otro lado, hay que ver si ese marxismo de la constitución quiere decir guiarse por Marx, o por las interpretaciones difundidas sobre este. La diferencia es significativa.

Para muchos no es lo mismo ser marxista (que estudia y lee a los seguidores, intérpretes y continuadores de Marx), que ser marxiano, marxista clásico, fundacional (que va directamente a la obra de Marx). No sé si hay una intencionalidad en la Constitución hacia ponderar al marxismo por encima de Marx; si desconoce las diferencias y por tanto, los toma como lo mismo; o si quería referirse a Marx, pero lo cierto es que eso tiene implicaciones.

Dado que Marx es un autor (en el sentido foucaultiano) las lecturas a este devienen en múltiples, pero con repercusión sobre la ciencia social: leer Marx puede derivar en nuevos marxismos. Entonces no es lo mismo que nos guiemos por uno o varios marxismos a la vez (a ver cuándo sirve uno y cuándo el otro), a que seamos el país que más marxismos genere (porque mucha gente lea y use a Marx de guía), o que  se combinen los marxismos ya establecidos con todos aquellos que produzcamos en Cuba.

Todo lo que he mencionado aquí de seguro parece extraño, pero es lo que debería pensarse al ser consecuentes con ese marxismo de la constitución. Veamos por qué.

Imagínese que en la Constitución dijera en vez de marxismo: física, matemática, biología, cibernética, ciencias de la información, etc,  que nos guiaremos por los principios de cualquiera de esas ciencias. ¿Suena extraño, e imposible no?

Carece eso de coherencia ya que cualquiera ciencia no es homogénea a lo interno. Cualquiera de ellas alberga en su interior diferentes paradigmas, puntos encontrados, corrientes, mucha diversidad. Además de que podríamos preguntarnos  cómo sería, si se violan los principios de esa ciencia en la nación que la tome como guía.

Ilustremos con un ejemplo. Si un país se guiara por la física, ¿qué paradigma asumiría de esta? ¿uno para cada circunstancia? Y si alguna política social o algún conocimiento no cumple o contradice a la física, ¿qué pasaría? Igual puede pensarse para un caso con las ciencias de la información, o cualquier ciencia, sin importar cuál.

El sinsentido que presento aquí como parte de un mundo al parecer distópico, es el resultado de llevar consecuentemente la idea de que una nación se guíe por una ciencia ( sin importar su naturaleza).

Resulta que el marxismo también es una ciencia, de ahí que unas líneas atrás construyera un posible escenario para este, para tener idea de cómo podría ser  una Cuba donde la ciencia marxista esté elevada a la constitución.

Tales implicaciones de incluir al marxismo en la Constitución, no ocupan espacio en la proyección de la realidad cubana luego de la implementación de esta, claro está, porque la presencia del marxismo en la carta magna no tiene una connotación de ciencia, sino ideológica, o mejor dicho, de ideología política.  Solo así puede tener sentido que este ahí, y así está puesta.

Entonces, el marxismo es tratado como ideología en la Constitución.

Resulta que uno de los rasgos del marxismo-leninismo -la versión dogmática de la  cual se intenta librar al marxismo en el acto de quitarle su apellido leninista-, es haberlo convertido en un marxismo ideológico, según señala el destacado marxista Michael Heinrich. Para él, dicho marxismo no es más que un reduccionismo del pensamiento de Marx, y convierte sus ideas en un discurso de validación de los intereses de la vanguardia, y para justificar sus decisiones, y que no es más que un marxismo sin Marx. Por suerte, estás ideas ya están algo difundidas.

Parece que los árboles aún no nos dejan ver el  bosque. Aunque se agradece la intención, y hay quienes piensan que es un gran avance para librarnos del marxismo-leninismo (igual podríamos decir dogmatismo estalinista) seguimos dándole una connotación ideológica al marxismo, un rasgo marcadamente estalinista, y que resulta parte esencial de esa construcción teórica.

27 enero 2019 6 comentarios 624 vistas
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Los otros

por Alina Bárbara López Hernández 28 noviembre 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

¿Qué diríamos de un artista que no distinguiera más que los dos colores extremos en el espectro? Que es daltónico o medio ciego y que debe renunciar al pincel. ¿Qué decir de un político que no sería capaz de distinguir más que dos estados: «revolucionario» y «no revolucionario»? Que no es marxista, sino estalinista. L Trotsky

Algunos filmes deben ser vistos exclusivamente una vez. Son aquellos que demandan cierta actitud o respuesta del espectador que, una vez lograda, nunca volverá a repetirse. Uno de los más significativos en tal sentido es Los otros, de Alejandro Amenábar, historia de terror ambientada en una enorme mansión donde una madre y sus hijos se sienten obsesionados por presencias espectrales, extraños ruidos, y pesadillas recurrentes.

Sufrimos y tememos todo el tiempo por la amenazada familia, pero… casi en los minutos finales, nos percatamos de la magistral suplantación del director: ellos son en verdad los fantasmas, las almas en pena que aterran a los habitantes de la casa. El realizador transgrede los códigos establecidos por cientos de películas del género y materializa así uno de los engaños más célebres a quienes confiadamente esperábamos que la narración cinematográfica encauzara del modo habitual.

Un escamoteo semejante ocurre actualmente en medios digitales con los temas concernientes al análisis de la realidad cubana. Sitios como La Pupila Insomne y PostCuba, tildan, con simplicidad negligente, como enemigo de la revolución a cualquiera que explicite inconformidades con la marcha del proceso, la burocracia dirigente y la dirección y velocidad de las transformaciones en la Isla.

Como dijera el ex-funcionario del Departamento Ideológico, Jorge Gómez Barata: "Invocar a enemigos del pueblo: la fórmula de los demagogos"

Como dijera a CNN el ex-funcionario del Departamento Ideológico, Jorge Gómez Barata: “invocar a enemigos del pueblo es la fórmula de los demagogos”

Intelectuales comprometidos con el socialismo, prestigiosas figuras reconocidas dentro y fuera de Cuba por su obra y su actuación, son estandarizados con este concepto. No pudiendo demostrar que son amigos del imperio se intenta desacreditarlos presentándolos como enemigos de la revolución.

Una crisis no es tal hasta que los actores sociales toman conciencia de ella, y en esa misión el papel de la intelectualidad es fundamental; por esa razón se teme mucho a su influencia en la creación de estados de opinión, lo que se ha facilitado tras la ampliación del acceso a internet y como resultado de la convocatoria al debate del proyecto de Constitución.

Esta no es una táctica novedosa ni mucho menos. El término enemigo del pueblo se remonta a la época de la Revolución Francesa, pero algunos lo atribuyen erróneamente a Stalin por el abuso que hizo de él desde los años treinta del pasado siglo. Bajo esta acusación, era innecesario que los supuestos errores ideológicos de los implicados en una controversia se comprobasen, y eliminó la posibilidad de que se desarrollaran luchas ideológicas o de que alguien pudiese manifestar su punto de vista respecto a cualquier problema.

Ciertamente existe una gran diferencia entre la URSS del estalinismo y Cuba. Allí los discrepantes eran asesinados; aquí, durante mucho tiempo, fueron segregados de cualquier posibilidad de interacción pública, una especie de ostracismo que es impensable en tiempos de internet.

Parece que el término es muy maleable y puede ser usado por las personas y en los sistemas más diversos. Hace pocos días el presidente norteamericano Donald Trump acusó de “persona horrible” y “enemigo del pueblo” a un periodista de la CNN que insistía, durante una conferencia de prensa, en indagar sobre la incidencia de Rusia en las elecciones que le dieron el triunfo hace dos años.

Donald J. Trump llama “enemigo del pueblo” a las fuerzas que lo obligan a rendir cuentas en su mandato

Descompongamos el concepto. La primera palabra: enemigo, tiene múltiples significados. Algunos son: opositor, adversario, rival, opuesto, antagonista, discrepante, disconforme, contrincante… En buena lid es indudable el hecho de que quienes argumentan sus opiniones en las redes siempre se oponen o discrepan o disienten… de un estado de cosas. Será necesario entonces precisar de quién, o de quiénes, se es enemigo.

En Cuba, el concepto revolución se ha asumido como equivalente al de modelo o gobierno. Grave error de oportunismo. Las revoluciones son procesos coyunturales que se caracterizan por su corta duración, implican la toma del poder y la creación de nuevos mecanismos de gobierno. El breve período de una revolución se identifica por la desarticulación de las estructuras económicas, sociales, políticas y culturales; muchas decisiones son espontáneas, carecen de tiempo para el análisis antes de la aplicación, y por ello pueden ser desorganizadas y experimentales; no puede haber, por tanto, una revolución que dure sesenta años.

Pero al identificar al gobierno, con sus aciertos y errores, como la revolución, lo que se pretende es evitar la crítica que puedan recibir de la ciudadanía. Lamentablemente, de este modo paralizan la posibilidad de retroalimentación entre el pueblo y una dirigencia cada vez más alejada de las necesidades, deseos y aspiraciones de cubanas y cubanos, sobre los que se erigen como íconos inmutables.

Igualar gobierno con revolución, no solo monopoliza el segundo sino que lo condena al destino del primero.

Acostumbrados a la pugna contra un enemigo histórico, los representantes de la ideología oficial no han sido capaces de reaccionar a la emergencia de un pensamiento crítico que, desde su propio terreno, reclama como propio un marxismo verdaderamente dialéctico, demanda un socialismo efectivamente participativo y percibe a la burocracia como un peligro más terrible que el bloqueo de EE.UU.

Es ostensible el furor que muestran los hasta hace poco únicos dueños del discurso de la nación. Perciben que su propio análisis, el que utilizaran siempre para examinar de manera crítica los problemas de otros países, también es útil para enjuiciar la realidad insular. A veces no distingo si tanta molestia es síntoma de prepotencia o de agotamiento, pues como bien aseveró Sun Tzu en El arte de la guerra, al referirse a los enviados de un jefe militar: “Si sus emisarios muestran irritación, significa que están cansados”.

El general y estratega chino también nos legó este principio: “Cansa a los enemigos manteniéndolos ocupados y no dejándoles respirar. Pero antes de lograrlo, tienes que realizar previamente tu propia labor. Esa labor consiste en desarrollar un ejército fuerte, un pueblo próspero, una sociedad armoniosa y una manera ordenada de vivir”.

Tienen mucho por hacer entonces, calculen bien el costo de la batalla ideológica que libran en dos frentes, pues en poco tiempo pudieran sorprender a los confiados espectadores que verán en ustedes el espectro de una ideología y en los otros a los reales habitantes de la mansión.

28 noviembre 2018 37 comentarios 461 vistas
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La última lucha de Lenin

por Alina Bárbara López Hernández 22 enero 2018
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El 21 de enero de 1924, a las 6:50 p.m., falleció Vladímir Ilich Lenin. Los últimos 9 meses había permanecido en estado  vegetativo. Nunca se recuperó del atentado de 1918, y su dedicación total a la revolución terminó por arruinar la salud de un hombre que murió antes de cumplir 54 años.

Durante al menos un mes, la prensa cubana de la época lo hizo protagonista de sus páginas, en ellas reconocían su capacidad, dedicación e integridad; lo que no quiere decir que los articulistas compartieran su ideología. El mismo día del deceso, el alcalde del municipio de Regla aprobó una resolución para erigir un monumento que perpetuara la memoria del revolucionario que, “por su intensa labor social (…) se ha distinguido como gran ciudadano del mundo”.[1]

En la reciente conmemoración del centenario de la Revolución Socialista de Octubre, nuestros medios presentaron al Lenin de las Tesis de Abril, de El Estado y la Revolución, de los momentos sublimes e iniciales de la gesta soviética. Quedó un vacío que pretendo llenar aquí: el Lenin de los últimos años, más realista, que comprendió que las revoluciones se hacen para mejorar la vida de las personas, y que sin la participación popular están condenadas al fracaso.

En los comienzos se suponía que el Estado controlaría todo el proceso productivo en la sociedad, es decir: qué producir, cómo producir y cómo distribuir lo producido. Esta planificación de la economía se vinculaba, estricta y unívocamente, a métodos autoritarios de administración. En esa primera etapa, agravada por la guerra civil y la intervención extranjera, fue asumido el Comunismo de Guerra, que reglamentó estrictamente la vida económica del país, y condujo al descontento y a fuertes enfrentamientos con campesinos, obreros y marinos.

Terminado el conflicto había que desarrollar el país, que las revoluciones no pueden esperar décadas metidas en una trinchera. Fue así que Lenin propuso un cambio radical, una Nueva Política Económica (NEP), aprobada por el X Congreso del Partido en 1921. Consistía en permitir el libre comercio, mientras el Estado dominaba los resortes decisivos: gran industria, tierra, transporte, recursos naturales y comercio exterior. Sin embargo, quedaba liberalizado el comercio interior, se aceptaba la creación de pequeñas empresas privadas y la colaboración con capitales extranjeros a través de formas mixtas de propiedad. Se aplicaba el sistema de autogestión empresarial para luchar contra el burocratismo y las tendencias autoritarias de la administración,  y se reconocía el interés personal en los resultados del trabajo.

Como forma de propiedad que conjugaba el interés individual y colectivo, se fomentó la creación de cooperativas. Sobre estas Lenin había reflexionado desde antes del triunfo, pero no será hasta 1922 cuando sus criterios adquieran rango de concepción teórica. Ese año dictó su última obra sobre el tema económico, justamente acerca de las cooperativas; en ella consideraba que el socialismo sería “un régimen de cooperativistas cultos” y puntualizaba la doctrina marxista acerca del desarrollo histórico-natural del socialismo; o sea, defendía el criterio de que cuanto más lenta y regularmente se creara una nueva forma económica, tanto más sólida sería, tanto más a fondo se construiría el socialismo.[2]

Admitir sociedades cooperativas, agrícolas e industriales, que eran autogestionadas, haría imposible el uso de métodos autoritarios de gestión. Se trataba de aprovechar más el control democrático desde abajo en el gobierno de la sociedad. En tal sentido, Lenin valoraba lo importante que era en el socialismo desarrollar la iniciativa del pueblo como opción consciente.

Estas medidas fueron apreciadas con recelo por el Partido, pues las consideraron incompatibles con los ideales revolucionarios. Muchos dirigentes abogaron por perfeccionar la política de Comunismo de Guerra. Aun siendo aprobada, algunos entendían la NEP como una maniobra táctica coyuntural, como un alto en la construcción del socialismo. Sin embargo, el núcleo leninista –Bujarin, Ríkov, Tsiuriupa– logró mantener su aprobación. En poco tiempo se apreciaron positivos resultados en la economía soviética.

Cuando la enfermedad de Lenin se agravó, en mayo de 1922, prácticamente comienza a dirigir al Partido un triunvirato formado por Stalin, Kámenev y Zinoviev y, aunque Stalin no fue considerado nunca el sucesor natural de Lenin, debido a una proposición de Zinoviev —de la cual habría de arrepentirse en muy poco tiempo—, fue nombrado Secretario General del PCUS, cargo que no existía con anterioridad.

Estar fuera del gobierno le permitió observar al poder con una mirada otra, como diría un crítico posmoderno. Hace algunos años la editorial trostkista norteamericana Pathfinder publicó el texto La última lucha de Lenin: notas, cartas, artículos y discursos que muestran que la batalla postrera del revolucionario no fue contra la burguesía, sino contra dirigentes comunistas que  —parafraseando a Martí— tenían al pueblo en los labios y a la ambición en el corazón. Ese es el Lenin que necesitamos.

[1] Javiher Gutierrez y Janet Iglesias: “La muerte de Nicolai Lenine en la prensa cubana”, revista Estudios del desarrollo social: Cuba y América Latina, RPNS 2346 ISSN 2308-0132, vol. 2, no. 1, enero-abril, 2014 (www.revflacso.uh.cu).

[2] Vladimir I. Lenin: Obras completas, t. XXXV, Editorial Cartago, Buenos Aires, 1971.

22 enero 2018 97 comentarios 441 vistas
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Democracia Socialista

por Harold Cardenas Lema 21 julio 2016
escrito por Harold Cardenas Lema

Cuba no conoce la democracia. Quizás lo más cercano a esto lo hayan logrado los indios taínos porque luego vivimos cuatro siglos de colonia española, medio más de república dominada por Estados Unidos y luego unos sesenta de acoso en los que no hemos podido ensayar un sistema político saludable. Quizás la propaganda política nos quiera convencer de otra cosa y nuestro primer impulso sea rechazar la idea, pero seamos honestos: el clima de libertad y decisiones soberanas necesario, nunca lo hemos tenido. Los cubanos no hemos vivido en democracia.

Cuba no conoce el socialismo. Esto debe ser más fácil de aceptar porque nadie ha llegado a este período histórico en su forma más pura, es más un rumbo buscado que realidad alcanzada. Existen muchas interpretaciones y modelos, algunos más exitosos que otros. Los soviéticos anunciaban en los sesenta que ya lo tenían y estaban en los albores del comunismo. Ilusión óptica de la propaganda voluntarista que por suerte los cubanos no hemos cometido, aunque llevamos seis décadas persiguiéndolo. Difícil nadar en una piscina nueva cuando el bloqueo estadounidense amarra nuestros pies y brazos. Tenemos muchas ganas de él pero muy poco lo conocemos, somos más expertos en crisis que en socialismo.

Hace mucho tiempo Rosa Luxemburgo propuso sustituir el término “dictadura del proletariado” por democracia socialista. Un cambio positivo, difícilmente Marx o Engels pudieran imaginar las connotaciones que tomarían sus términos un siglo y medio después. Igual a Rosa nunca le prestamos mucha atención, en cambio todavía hoy enseñamos al dedillo la absurda teoría soviética que esquematizó los procesos históricos en cinco períodos inamovibles. Todavía en las universidades la asignatura básica de filosofía para los estudiantes se llama Marxismo-Leninismo, término creado por Stalin para excluir el pensamiento marxista occidental. En este país es tan difícil cambiar nada que ni siquiera nuestra propia teoría ha logrado abrirse paso.

Cuba no conoce la democracia socialista porque apenas ha tenido tiempo de pensarse a sí misma. Entre una herencia colonial lastrada de corrupción y problemas administrativos, o un bullying constante por parte del vecino más incómodo posible, sin animar al conformismo: podemos sentirnos orgullosos. No necesitamos importar modelos de socialdemocracia que serían tan exóticos como peligrosos en el contexto actual, pero una dosis de empoderamiento ciudadano directo haría mucho bien para construir los nuevos consensos en pos del socialismo. Nos merecemos conocer un futuro mejor.

Cuba merece conocer la democracia, merece construir el socialismo, pero mientras sigamos omitiendo a Rosa Luxemburgo e impartiendo marxismo con los mismos textos soviéticos a la altura del 2016, estará bien difícil. Nadie dijo que la democracia socialista fuera cosa fácil.

21 julio 2016 228 comentarios 615 vistas
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Los que saben

por Consejo Editorial 14 mayo 2014
escrito por Consejo Editorial

Por: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)funcionarios-cuba

Cuba está pasando por el que quizás sea el momento más crucial de sus últimos 50 años. Los cambios que tienen lugar en la isla están condicionados por una doble amenaza: el bloqueo estadounidense y la existencia de una burocracia terca a perder el control de la nación. En este contexto, resulta de vital importancia preguntarse: ¿quién rige los destinos del país? ¿Quién los ha escogido? ¿Cómo se toman las decisiones que afectan a nuestro pueblo? Hoy abordaremos estos y otros temas.

El 22 de febrero de 2014 el actual presidente Raúl Castro clausuraba el Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) recordando un discurso de Fidel Castro hace más de 40 años en el que afirmaba que “las decisiones fundamentales que afectan a la vida de nuestro pueblo, tienen que ser discutidas con el pueblo y esencialmente con los trabajadores…”. Me alegra que ese espíritu colectivista terminara dicho congreso, que fue calificado de “magnífico” aunque yo tenga mis reservas al respecto.

A pesar de que las palabras de Fidel transmiten un sentimiento de consenso muy necesario en estos momentos, en el contexto actual resultan insuficientes para los retos que tiene el país. Ya no basta con “discutir con el pueblo”, este tiene que participar activamente en las “decisiones fundamentales” porque la mejor apuesta que se puede hacer es a la inteligencia colectiva, no hay nada más democrático que eso.

Si varias décadas atrás apostábamos a un modelo en el que nuestros representantes decidían cuál era el camino a seguir y consultar este camino con el pueblo era suficiente, ya no es así. Ahora el camino debe decidirse en consenso por las masas y toca entonces a los funcionarios aplicar ese rumbo. Los movimientos sociales en América Latina han cambiado, se han vuelto más activos y participativos políticamente, quizás ya es hora de que el movimiento revolucionario cubano cambie con ellos.

Espero que hayamos dejado atrás esa época en que un grupo de 20 personas podía redactar un anteproyecto

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14 mayo 2014 83 comentarios 280 vistas
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