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discurso

Palabras (1)

Palabras que devoran las palabras

por Gustavo Arcos Fernández-Britto 9 diciembre 2021
escrito por Gustavo Arcos Fernández-Britto

Alguien, a modo de broma, dijo cierto día que en Cuba solo había tres problemas: desayuno, almuerzo y comida. Mientras que en ciertas instancias, toda la conversación se establece sobre los grandes desafíos de la nación, la vida cotidiana de los ciudadanos transcurre en otra dimensión.

Parecería una banalidad, pero ningún análisis serio sobre Cuba puede obviar ese drama que representa, para la mayoría de la población, todo el sentido actual de su existencia. Por eso, no son los llamados disidentes, ni los mercenarios, ni los enemigos externos los que están generando una ruptura con la Revolución, sino que es ella misma la que viene implosionando, destruyéndose desde adentro. Aferrados a una narrativa que solo apela al flash back, nuestros dirigentes y funcionarios pierden de vista el presente e ignoran las señales que les envía el mundo real. 

La Historia, los héroes, las razones de Cuba, están muy bien; pero el pollo que sacaron en la esquina es mejor. Se ha ido imponiendo una pragmática de la cotidianidad, una peligrosa tendencia al ¡sálvese quien pueda!, que suele desconocerse en los estudios sobre la Isla, reduciendo ese gran relato a la dicotomía entre el bien y el mal, pasado y presente, Cuba versus Estados Unidos, Revolución-Contrarrevolución.

Para la gente de a pie —y cada día hay muchos más en esa lista—, el tiempo de las promesas se acabó. Eso es, como diría La Lupe: «puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro»…. En los años sesenta y setenta, se trabajaba incansable y voluntariamente para un futuro que, se decía, pertenecía por entero al socialismo. Un concepto de sacrificio que cobró sentido para nuestros padres. El hombre nuevo, la sociedad nueva, la trova nueva y el pueblo nuevo.

Todo se veía desde un prisma positivista, transformador, sostenido desde las palabras y los libros escolares por un discurso que estigmatizaba el pasado, visto como retrógrado y burgués. La Historia, los paradigmas, los valores, empezaron a reescribirse en aras de legitimar el camino trazado por el Partido que, aunque no era nuevo, ¡empezó a ser… inmortal!

La Revolución cambió muchas cosas, entre ellas el lenguaje. Hay toda una gramática generada por los ideólogos del Partido y la Cultura que impregnó cada esfera del pensamiento. La alfabetización fue buena, pero el adoctrinamiento de la sociedad resultó más eficaz. Es grandioso pensar, pero lo ideal sería citar al líder, aplaudir y nunca cuestionar.

Como toda cultura se levanta sobre leyendas y símbolos, el gobierno cubano puso especial empeño en inventar los suyos. La primera apropiación vendría con la palabra Revolución, reconfigurada ahora para definir, no una acción legítima y universal practicada durante siglos, sino un sistema político concreto, el nuestro, que es único e indestructible. Cualquier otra lectura de sus significados quedaba anulada o sancionada.

La Patria no es el lugar donde nacemos, donde encontramos nuestras raíces y cultura, sino que es, sobre todo, la Revolución, y solo se es un buen cubano defendiendo la Patria que es, al mismo tiempo, la Revolución. En la película Fresa y Chocolate (Tomas G. Alea – 1993) encontramos un ejemplo de hasta dónde puede estigmatizarse la existencia de los ciudadanos bajo esa perversa y excluyente analogía.

La independencia solo será leída como acción liberadora de un dominio externo, cualquier otra acepción es sospechosa puesto que, en un país institucionalizado y controlado por un solo partido e ideología, cualquier gesto de independencia resulta equívoco. Al mismo tiempo puede verse como se exacerba el concepto de unidad, palabra que atraviesa cada párrafo del discurso, las leyes o el mensaje público. La independencia es una fisura, un agravio a ese pueblo unido que jamás será vencido.

Hace apenas tres años, el parlamento cubano, como si no tuviera otro asunto importante que tratar, destinó ¡toda una mañana! a debatir el término propiedad privada, porque en el país lo que tenemos son… trabajadores por cuenta propia. Así, los eufemismos o el gerundio conformaron toda la estructura discursiva de nuestros políticos. Las cartas se están elevando, los problemas resolviendo, las leyes estudiando. Los emigrados pasaron de ser gusanos, escorias vilipendiadas, ratas que abandonaron el barco, a una comunidad residente en el exterior, gracias a la cual, por cierto, vive buena parte de la nación.

La verdadera democracia solo puede ser, si es socialista. El parlamento no es tal, sino una Asamblea del Poder Popular que es el verdadero poder, puesto que representa el poder del pueblo. La Constitución es la ley de leyes, pero por encima de ella está, según vimos en televisión, el poder del Partido que representa la fuerza rectora de la sociedad, aunque lo integren poco más de medio millón de ciudadanos.

No existe país más culto que el nuestro, ni ejército más noble, ni democracia más plena, ni bloqueo más genocida, ni elecciones más transparentes. Los héroes son sagrados, el líder es eterno, la calle y las universidades son de los revolucionarios, los que disienten son mercenarios y los que critican están confundidos. El arte es un arma de la Revolución, los CDR son la sociedad civil, las crisis no existen puesto que, solo son coyunturas y los problemas serán resueltos… cuando llegue el momento indicado.

Palabras (2)

No existe país más culto que el nuestro, ni ejército más noble, ni democracia más plena, ni bloqueo más genocida, ni elecciones más transparentes.

Los dirigentes rara vez ofrecen un discurso propio y, sin excepción, para legitimarse citan a Fidel o Martí, y mientras más lo hagan, mejor. Los debates sobre los derechos de la ciudadanía, las libertades, la justicia o la ética, siempre están condicionados a una interpretación de carácter ideológico.

En las leyes y disposiciones emitidas por la dirección del país existen muchas cuestiones favorables para la ciudadanía o el orden constitucional, salvo que atenten contra los principios de la Revolución y por tal motivo, toda huelga, manifestación pública o protesta ciudadana, quedarán prohibidas. 

Se ha dicho que el medio es el mensaje. En Cuba, el mensaje es el medio, en tanto la televisión, la radio y la prensa han estado totalmente controladas y supervisadas por el Departamento Ideológico del Comité Central del Partido. Ese matrimonio tuvo una existencia feliz y armónica, ofreciendo por décadas una imagen Cuba que tenía dos aristas: el paraíso tropical y la isla indomable. Los turistas, los amigos de la Revolución, los empresarios, viajaban al parque temático que guardaba, para cada segmento, sus rutas, sus baratijas —la comercialización exacerbada de la imagen del Che es un ejemplo— y sus narrativas.

No hay mayor relato que el diseñado alrededor del bloqueo de Estados Unidos. La historia del David enfrentado a Goliat siempre tendrá millones de seguidores. Esa dramaturgia ha sido escrita obtusamente por todos los gobiernos norteamericanos y algunos cubanos, en una ópera trágica que tiene mil voces. Mientras cada parte se ataca y niega, encuentra sus razones y sin razones, las familias cubanas sufren las mayores consecuencias. Enfrentamiento, divisiones, odios que se exacerban, rencores que no se superan.

Todo sirve para alimentar esa diabólica dramaturgia. Como si de un videojuego macabro se tratase, cada parte espera por las acciones del contrincante. Acción y reacción. A veces imagino a los políticos de turno junto al teléfono, haciéndose cada semana una llamada para trazar las estrategias y los obstáculos que colocarán en el camino de los ciudadanos, antes de pasar al próximo nivel.  

Uno pudiera preguntarse cómo es posible que luego de sesenta años, aún Cuba dependa tanto de las decisiones que tome un presidente de Estados Unidos. Recuerdo que entre las razones que propiciaron las acciones revolucionarias a fines de los cincuenta, estaba la necesidad de romper esa subordinación económica que teníamos con el vecino.

Mientras existió el campo socialista —devenida nueva subordinación—, el bloqueo estaba en el número diez de la agenda cubana, realmente poco importaba. Desde hace años, nuestros políticos, como pesadilla recurrente, no dejan de hablar del mismo y todos los problemas que tenemos son achacados a su existencia. No hay una mirada objetiva hacia dentro, hacia esa incapacidad de generar una economía propia que se sostenga. ¡Cuántas limitaciones, leyes, decretos y medidas se han firmado que obstaculizan la vida de los cubanos y que nada, o muy poco, tienen que ver con el bloqueo!

Palabras (3)

Cuando el pasado 11 de julio, miles de ciudadanos se lanzaron a las calles de toda la Isla, estaban mostrando su ira y frustración ante el estado de ciertas cosas. En ellos está también la angustia por la falta de diálogo real, las voces de aquellos que ya no quieren seguir en silencio, y el gesto inconforme, ¿por qué no?, ante la errática gestión de un gobierno.

Son los mismos ciudadanos que quizás marcharon ayer un 1ro de mayo, que en algún momento aplaudieron a Fidel y que, sin dudas, trabajan o estudian día a día intentando generar riquezas y progreso; pero que son, ante todo, seres con necesidades, carencias, angustias y expectativas no satisfechas. Para ellos, los discursos han dejado de funcionar, las reuniones son inoperantes, las quejas no tienen sentido y las promesas nunca se cumplen. El drama de la nación cubana encontró, desde ese día, su nuevo punto de giro. 

Si el gobierno tiene el control de todo, no puede únicamente esperar aplausos por su gestión benefactora, sino que también es responsable de todas las miserias y problemas que nos rodean. El ejercicio del poder implica una responsabilidad, para el bien y para el mal.

Los jóvenes de hoy nacieron en pleno período especial. Los que estudian ahora mismo en las universidades son una generación del siglo XXI, que se mueve a la velocidad de la luz y pegados a una pantalla, en una dinámica virtual que la aleja del mensaje unívoco y aburrido que muestran nuestros medios.

Las recientes medidas para unificar la moneda fueron una bomba de tiempo, lanzada al ya maltratado rostro de las familias cubanas, pero algunos prefieren hablar y dedicar largas horas a encontrar culpables en otras partes, obviando que no existe tal golpe blando, como gustan decir, sino uno verdadero, duro y terrible, originado desde las mismas instancias del gobierno.

Mientras algunos se entretienen siguiendo las rutas del dinero, buscando analogías en viejos manuales o encarcelando a supuestos líderes; miles de cubanos emigran cada año, en una sangría incontrolable que pone en suspenso cualquier idea que tengamos del futuro. Jóvenes formados por la Revolución que poco o nada quieren saber de ella.

El relato oficial gusta de repetir que la cultura es el alma de la nación. Debería entonces prestar mayor atención a lo que esa cultura popular le está diciendo, porque los dos fenómenos culturales y sociales más relevantes en los últimos quince años han sido generados, precisamente, a contrapelo de las instituciones. El reguetón y el paquete semanal representan dos formas de resistencia y articulación social enfrentadas a un modelo de cosificación cultural que ya fue instaurado en el país alrededor de 1971 y que hoy —decreto 349 entre otros recientes—, vuelve con nuevos bríos.    

Actualmente, un bloguero, un streamer, un cantante de reguetón, un grupo de personas que comparten aficiones o deseos a través de WhatsApp, pueden ejercer más influencia en una comunidad que todos los cursos y clases recibidas en una escuela. Los valores son diferentes, la sociedad es diferente, las prácticas sexuales son diferentes. Hay otros mitos, otras lecturas, otras canciones, otros sueños, nuevas imágenes, villanos y héroes. Hay, en definitiva, otra conversación social que tiene que ser escuchada y respetada. Es ahí donde se está produciendo la nueva y verdadera Revolución.

9 diciembre 2021 37 comentarios 9.318 vistas
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Intelectuales (1)

¿Para qué volver a Palabras a los intelectuales?

por Ivette García González 16 junio 2021
escrito por Ivette García González

Volver a Palabras a los intelectuales después de sesenta años, puede ser  útil y aleccionador. Es parte de la época gloriosa de la Revolución y permite evaluar pertinencia, aportes y contrastes.

Con ese nombre se conoce la intervención de Fidel Castro ante escritores y artistas el 30 de junio de 1961 en la Biblioteca Nacional. La precedieron dos reuniones, motivadas por discrepancias y preocupaciones debidas a la censura del documental «PM». Posterior a ella se constituyó la UNEAC.

Todas las generaciones rehacen la Historia con nuevos métodos, fuentes, paradigmas teóricos y con la visión de su época. No es lo mismo vivir el acontecimiento, que estudiarlo tiempo después. Lo que entonces era el futuro ya ocurrió, por eso la pasión cede a la objetividad y a la contrastación del discurso con la práctica.

La recurrencia de los disentimientos entre gobierno e intelectuales y artistas durante estas décadas no ha sido casual. Como expresé en entrevista reciente, la verdadera condición del intelectual se manifiesta cuando, con independencia de su ámbito profesional, reflexiona críticamente sobre la sociedad de su tiempo para tratar de influir en ella. Por eso suele ser incómodo al poder, aun cuando compartan doctrina política.

El contexto y la pertinencia del discurso

Todo discurso político pertenece a su contexto. La Revolución cubana fue un parteaguas y estaba en plena ebullición en junio de 1961. Tres complejos fenómenos de ese tiempo incidieron en el asunto que se ventilaba en aquellas reuniones:

1. La extraordinaria expansión de la esfera cultural, una real democratización de la creación y el consumo nacionales. Un amplio abanico de oportunidades se ofrecía a escritores, artistas y a las mayorías.

2. La confrontación revolución-contrarrevolución y la hostilidad de los EE.UU. que rompió relaciones diplomáticas a inicios de ese año. Hacía apenas dos meses había ocurrido la invasión por Playa Girón. La preservación y defensa de la Revolución eran fundamentales.

3. La existencia de diversas ideas y corrientes estéticas dentro del mundo intelectual y artístico, junto a preocupaciones e incertidumbre sobre la libertad creativa. Se conocían el significado y consecuencias del «realismo socialista» y hacía dos meses se había proclamado el carácter socialista del proyecto.

Las pautas de Palabras a los intelectuales

Hasta ese momento los cambios en la cultura eran emergentes, ambiciosos y complejos, algo usual en tiempos de revolución. Junio de 1961 fue el momento de pautar la relación del nuevo poder con el sector intelectual. Cuatro tópicos del texto serían claves:

1. El mensaje principal: legitimar la Revolución y conferirle prioridad en cualquier análisis. «La gran preocupación que todos nosotros debemos tener es la Revolución en sí misma». «¿Cuál debe ser hoy la primera preocupación (…)? ¿La preocupación de que la Revolución vaya a desbordar sus medidas, (…) vaya a asfixiar el arte, (…)  o la Revolución misma?  ¿Los peligros reales o imaginarios que puedan amenazar el espíritu creador, o los peligros que puedan amenazar a la Revolución misma?».  

2. El énfasis en el «deber ser» de los intelectuales y artistas, como compromiso de servir a la Revolución: «(…) el artista más revolucionario sería aquel que estuviera dispuesto a sacrificar hasta su propia vocación artística por la Revolución».

3. La censura oficial sobre la producción cultural, por su significado en la educación del pueblo: «(…) si impugnamos ese derecho entonces significaría que el gobierno no tiene derecho a revisar las películas que vayan a exhibirse ante el pueblo.  (…) ese es un derecho que no se discute». «Nosotros apreciaremos su creación siempre a través del (…) cristal revolucionario: ese también es un derecho del Gobierno Revolucionario (…)».

4. La libertad de «forma» y «contenido». Énfasis en que la Revolución es libertad y aceptación del consenso sobre la formal. Sin embargo, «La cuestión se hace más sutil y (…) esencial (…) cuando se trata de la libertad de contenido (…) el punto más sutil porque (…) está expuesto a las más diversas interpretaciones (…) más polémico (…) por su relación con prohibiciones, regulaciones, limitaciones, reglas, autoridades para decidir sobre la cuestión». 

Veintiséis años después, ante el Consejo Nacional de la Asociación Hermanos Saíz (AHS) Fidel explicó que en aquel momento decidió evadir la cuestión del «realismo» y enfocar la libertad formal, de ahí que cuando expresó «Dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada», significaba «Vamos a emplear con absoluta libertad cualquier forma de expresión».

Luces y sombras después de aquel día

La cultura cubana ha cosechado grandes logros. Sin embargo, el costo ha sido alto, se ha perdido talento y las contradicciones se han multiplicado. Como otras esferas, está marcada por las características del modelo socialista, para el cual la creación debe corresponder con la política oficial.  

En la conciencia social se ha instalado un fenómeno de equivalencia para el cual Revolución=Gobierno, lo que tiene diversas implicaciones negativas. Ello se viabilizó dada la permanencia en el poder de una generación y una figura central, Fidel Castro, que representaron a la Revolución triunfante y luego al Gobierno durante varias décadas. Palabras…. fue un hito importante. Esa forma corpórea que inicialmente adquirió la Revolución terminó por asimilarse y reproducirse en las grandes mayorías.

Del discurso de marras ha trascendido otra oración similar a la anterior: «Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho». Las dos notorias frases se conocen más que el texto, pues la práctica posterior generó muchas sombras asociadas a ellas.

Una entrevista de 2011 a Leonardo Padura se titula: «Tengo miedo, pero me atrevo». En ella, el laureado escritor propone un repaso crítico de la evolución de tal dilema en la cultura cubana y asevera:

«La aplicación práctica de esa sentencia [se refiere a la famosa frase de Fidel] fue la peor de las posibles (…) Ese Estado todopoderoso (…) empieza a llenarse de un pensamiento burocrático —en un proceso típico de las revoluciones socialistas—, y ese pensamiento burocrático tiene un carácter conservador, retardatario y reaccionario (…)».

La supeditación de la sociedad, y en particular de la cultura, al Estado y a la política oficial, fue un rasgo fundamental desde los sesenta. El principal detonante fue el caso del poeta Heberto Padilla, que provocó la primera carta abierta de intelectuales del mundo a Fidel, en 1971.

Intelectuales (2)

Herberto Padilla

A partir de entonces se cimentaron el miedo, el silencio, el evadir temas que rozaran lo político y la tendencia a escribir y hablar de acuerdo con lo políticamente correcto. Tal realidad solo empieza a cambiar durante los noventa, cuando el Estado comenzó a perder el control absoluto en muchas esferas, incluida la cultura. No obstante, ahí están los casos del CEA, las expulsiones de profesores y la represión y el éxodo de intelectuales. Más recientemente, los decretos 349 y 370 contra el arte, el periodismo independiente y el acceso a la información.

Palabras a los intelectuales fue una pauta para la política cultural,[1] no la política en sí misma. ¿Qué sentido tiene usarlas como estandarte y consigna para recrear la épica de la Revolución y su líder, o para seguir invocando en su nombre una «unidad» subordinada al gobierno? ¿Qué sentido tiene una excelente pieza oratoria en política si no se contrasta con la realidad?

Si un fragmento de aquella intervención tiene potencialidades hoy para ser un verdadero referente es este: «Revolucionario es también una actitud ante la vida, (…) ante la realidad existente. Y hay hombres que se resignan a esa realidad (…) y hay hombres que no se pueden resignar (…) y tratan de cambiarla: por eso son revolucionarios (…). Es precisamente (…) la redención de su semejante (…) el objetivo de los revolucionarios».

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com

***

[1] Se habla de políticas culturales más que de política en singular porque se ha ido adecuando a los tiempos y la institucionalidad del Estado, sin contar con un texto único que la clarifique. El Ministerio de Cuba tiene, como parte de la información de la UNESCO, un documento al respecto, que dice muchas cosas ciertas pero sobre todo no permite contrastarlo con la realidad cuando de esos límites se habla.

Declara como documentos rectores a: Palabras a los intelectuales (1961), El socialismo y el hombre en Cuba ( ), I Congreso de Educación y Cultura (1971), Constitución de la República de Cuba (1976), Tesis y Resoluciones sobre la cultura artístico-literaria del I Congreso del Partido (1975), Documentos del V Congreso de la UNEAC (1993) y más recientemente los Objetivos de la I Conferencia del Partido (2012).

Este último se resume en el objetivo 58: «Consolidar la política cultural de la Revolución, definida por Fidel desde 1961 en sus Palabras a los intelectuales, caracterizada por la democratización del acceso a la cultura, la defensa de la identidad y del patrimonio con la participación activa de los intelectuales, artistas e instituciones culturales, en un clima de unidad y libertad». Ver: www.lacult.unesco.org/docc/Politica_Cultural_Cubana_2018.pdf

16 junio 2021 25 comentarios 3.527 vistas
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palabras

Maniobrando con las palabras

por Ivette García González 30 septiembre 2020
escrito por Ivette García González

“Los hombres han sido siempre, en política, víctimas necias del engaño ajeno y propio, y lo seguirán siendo mientras no aprendan a descubrir, detrás de todas las frases (…) los intereses de una u otra clase.” V.I. Lenin

En su definición más elemental, el lenguaje es la capacidad de los seres humanos de expresar pensamientos y sentimientos a través de la palabra, sea oral o escrita. Como está articulado con la realidad, las experiencias de vida y la conducción de los procesos en cada país, en el terreno político es capaz de llevar tanto a la guerra como a las acciones más altruistas.

Ocurre porque como decía Eugenio de Bustos «El lenguaje político, como todo lenguaje, no es inocente. Intenta siempre, de alguna manera, mover al oyente en una dirección determinada, manipular nuestra conciencia». Por tanto está asociado al poder y la construcción de una hegemonía, que será más efectiva en la medida que el grupo dominante logre que su visión sea asimilada por los demás como lo natural, como parte de la cultura.

No es un fenómeno nuevo ni de poca monta. Con razón, al referirse a América Elvira Ramos escribió que “España vino con la espada, la cruz y la lengua”, creo que justo en ese orden. Sin embargo, a lo largo del siglo XX se fue expandiendo e imponiendo su uso como mecanismo de manipulación sociopolítica para confrontar ideológicamente y dominar. Una suerte de violencia simbólica desde las estructuras de poder. Hoy prevalece y es más peligroso porque reproduce sus prácticas y vicios que terminan por generalizarse en la sociedad.

La gente asimila y reproduce esos discursos a escala social, unos inconscientemente por fuerza de repetición a través de diferentes vías, y otros porque consideran que ciertos objetivos superiores o circunstancias los imponen. Estos últimos pueden llegar a ser un sector amplio que termina por contribuir a esa violencia psicológica sobre los demás. Numerosas palabras y expresiones pasan a ser parte del sentido común al aceptarse como algo indiscutible.

En esa nube se asumen la justificación de que otros están peor, que el país estuvo peor en otra época, o que no es momento para esos temas, etc. Las consecuencias son muchas. Es nocivo cuando la opinión individual se sale del común aceptado por el poder y sus colaboradores, porque la persona se torna más vulnerable a ser aislada y reprimida.

La manipulación de las palabras, de acuerdo con Manuel Secco, “es la cirugía más o menos hábil a que con frecuencia se somete a las palabras desvirtuando su sentido auténtico y poniéndolas al servicio de intereses concretos.” En política, se resaltan las palabras bonitas y altisonantes, consignas, presupuestos dados por priorizados y relevantes. Se apela al sentimiento, mientras se esconde, minimiza, o tuercen los hechos con determinados fines, el primero, asegurarse consenso.

Hoy la manipulación no está tanto en lo que se dice como en lo que no se dice, por eso es importante identificar la nube de palabras o las llamadas “frases humo”. Son ideas irrefutables, que nunca quieren decir algo y que la gente no puede poner en valor, pero que son aceptadas por la mayoría. Entre ellas: “lo más importante es la libertad”, “hay que cambiar el mundo”, “todos somos amantes de la libertad”, “un mundo mejor es posible”, etc.

Se trata de una distorsión de los hechos que busca someter la voluntad del otro, manejar a las personas a través de mecanismos psicológicos para lograr determinados fines. Presupone esconder la realidad, enmascararla u oscurecerla para lograr el consenso. Como las palabras están muy asociadas a la movilización de las conciencias, el control de los aparatos de producción y difusión de ideología (medios de comunicación, religión, enseñanza, cultura) otorga un gran poder. También está muy ligada a la demagogia, de ahí el apoyo popular que han tenido no pocas dictaduras durante mucho tiempo.

Acaso 1984, una de las novelas clásicas del siglo XX escrita por el británico George Orwel, seudónimo de Erick Blair, sea una muestra extrema del fenómeno que él sitúa en esa fecha, 35 años después de haber sido publicada. Es desgarradora y refleja la preocupación del autor por el futuro. Orwel aprovecha y reproduce en parte, experiencias propias en las sociedades capitalistas y las dictatoriales como la fascista y la stalinista.

En la sociedad futura de “1984” el aparato gubernamental estaba compuesto por cuatro ministerios. El de la verdad se ocupaba de las noticias, la educación, los espectáculos y las artes; el de la paz se encargaba de la guerra; el del amor dedicado a mantener la ley y el orden y el de la abundancia que era el responsable de la economía. Todos esos nombres eran contrarios a la realidad. De hecho los rasgos que principalmente caracterizaban a ese país imaginado eran: la escasez crónica, la existencia de una oligarquía imposible de desplazar del poder y la manipulación del lenguaje.

Este último sería tan importante que ocuparía todos los ámbitos, usaría poderosos aparatos mediáticos y aseguraría crear un “lenguaje doble” o “neolengua”, que era en definitiva la comunicación social basada en la mentira.

Aunque es ficción, la novela es una lección de los enormes riesgos que entraña el fenómeno para la humanidad. Cuanto más se manipula el lenguaje en política, más se deteriora la democracia, la que incluso se puede hacer inviable toda vez que depende de la transparencia. Cuando se logra mantener por mucho tiempo esa práctica en el discurso oficial, los medios de comunicación y la enseñanza sin que las personas se percaten, la gente incorporan palabras y expresiones a la vida cotidiana y a los comportamientos humanos institucionales y privados con diversa intensidad y diferencias según el contexto y el grupo del cual forman parte.

Hace años el tema está sobre la mesa en múltiples foros y textos. Hace dos años se publicó incluso un sui géneris Diccionario de Nicolás Sartorius dedicado al tema a partir de la experiencia española.

La sociedad se impregna del uso tóxico del lenguaje.

El caso es que con el tiempo la sociedad se impregna de eufemismos y de las llamadas palabras tabú, mordaza y talismanes. Las tabú son aquellas que evitamos usar porque socialmente son mal vistas. Se han fijado en las mentes con un significado negativo y sirven para atacar y criticar: reaccionario, intolerante, cerrado, intransigente, fundamentalista, conservador, conciliador, radical. Sin embargo, todas pueden estar bien o mal, depende del significado con que se las use.

Las llamadas palabras mordaza se usan para atacar al rival. Son las que al pronunciarlas silencian al otro. En tanto calificativos negativos hacia la persona, también sirven para neutralizar reacciones políticas positivas y solidaridad hacia ella, ayudan a aislarla y que renuncien a sus propósitos. Estas son muy dañinas porque obstaculizan cualquier debate y provocan no pocas veces el arrinconamiento del que disiente. Su empleo evidencia que no hay voluntad sincera de entendimiento. Algunas de ellas son: lacayo, pequeño burgués, fascismo/fascista, racista, machista, mercenario, homófobo.

Las talismanes son casi mágicas, vocablos que en cierto tiempo adquirieron un significado tal que nadie optaba por llevarle la contraria, palabras con significado positivo, fácil de recibir, que sirven para explicar todo, que seducen, fascinan a los demás y arrastran a otras. Algunas antiguas permanecen y otras son más nuevas: libertad, a la que se asocian autodeterminación, soberanía, autonomía, democracia. Se ha dicho que  esas palabras sirven para encandilar a la gente, primero iluminan pero luego enceguecen. En todo caso siempre necesitarían explicarse porque nada existe en absoluto.

Los eufemismos pueden ser positivos porque suponen el uso de un lenguaje correcto, palabras más aceptadas por la gente, menos agresivas, por ejemplo, discapacitado por minusválido. Pero también se emplean con frecuencia en sentido manipulador. En política se hace muchas veces para ocultar la verdad o maquillarla, para decir sin usar palabras tabúes. En vez de describirse de forma simple y directa la realidad, se hace de forma ambigua, empleando la mentira, o por lo menos ocultando la magnitud de los hechos.

Quien discursa necesita explicar algo a la gente, que no es conveniente que se conozca y que no es positivo, por tanto emplea un lenguaje abstracto. El receptor no se entera de la realidad, solo a veces alcanza a percibir algo, cuando puede leer entre líneas, porque investiga o porque tiene conocimientos.

Así, las palabras o calificativos directos se sustituyen por otras dulcificadas, más aceptables por quienes escuchan. Algunas de ellos son: desaceleración, crecimiento negativo/desaceleración económica transitoria/ periodo de dificultades/ por “crisis”; error interpretativo en lugar de “fraude”; regulación de plantilla/regulación de empleo/dimensionamiento a la baja del empleo en lugar de “despido”; evaluación competitiva de los salarios por “rebaja de salarios”; técnicas de interrogación mejoradas por “tortura”; territorios no autónomos por “colonias”; potencias administradoras por “potencias coloniales”.

Ocurre en cualquier país y cualquier idioma, tal vez la riqueza del castellano ofrezca más posibilidades. El filósofo Alfonso López Quintás tiene un interesante estudio al respecto.

El grado de toxicidad que el uso manipulador del lenguaje genera en la sociedad, depende de la permanencia, en el lenguaje oficial, de ideas que provocan inmovilismo, estancamiento o retroceso, además de efectos psicológicos diversos. Mientras más cerrado y controlado es el país, más contagia y perdura ese uso y reproducción de las palabras con esas características a escala social. Algunas evidencias de tal estado de cosas son:

1.- Reducción gradual del lenguaje. La mayoría habla más o menos igual y empleando consignas que ayudan a eludir hechos y argumentos, al mismo tiempo que facilitan convocatorias.

2.- El miedo extendido al empleo de determinadas expresiones, conductas y comportamientos disonantes de la norma oficial. Fomenta la continuidad de dichas prácticas y la percepción de indefensión en los ciudadanos. La gente deja de pensar, pierde la noción de que controla su propia vida y se vuelve más vulnerable a la dominación.

3.- El uso de lenguaje de combate, que en principio pudo corresponder a una real situación bélica, pero que luego sirve para compulsar a las masas, al tiempo que mantiene la mente condicionada a un escenario de extremos.

4.- La presencia y el recurso de un enemigo, culpable de lo que ocurre en el país. Es el llamado “sesgo de etnogrupo”, que implica dividir la sociedad en un “nosotros” y un “ellos”. Todo lo que hagan los otros está mal hecho y si no,  es porque tuvieron ayuda o lo favorecieron las condiciones del momento. Todo lo que hagamos nosotros está bien y si no lo hemos hecho bien ha sido por las circunstancias. Cuando se consigue que haya un “nosotros” y un “ellos” la partida está ganada.

La descalificación del otro, o de la intención de los otros, es muy válida en la geopolítica mundial, porque donde hay ese “otro” que es externo, se entiende que el disidente está trabajando para ese otro. Este elemento es muy coherente con los recursos del nacionalismo en nuestro tiempo: el victimismo y la superioridad nacional supuesta. El discurso nacionalista siempre hace referencia a los agravios de “los otros” y a la idea de la superioridad de sí mismo frente a quienes lo han agraviado.

5.- El secretismo en la comunicación de asuntos públicos, bajo el supuesto de no dar información al enemigo o cualquier otro pretexto. Se expande hasta llegar a extremos de autocensura por parte de funcionarios públicos. De ahí el peligro de “lo que no se dice” en el discurso.

7.- Empobrecimiento del humor o su arrinconamiento a espacios inevitables y reducidos. Parece simple, pero el sentido del humor preocupa mucho a quienes manipulan porque quita fuerza a las palabras altisonantes, hace que la gente se fije en hechos y no en palabras y ayuda a que las personas pierdan el miedo.

Además de antiguo, el recurso de manipular a las masas a través del lenguaje se emplea en los más diversos países y sistemas, lo mismo en la España de José Luis Rodríguez Zapatero, que en la URSS de José Stalin o la Alemania de Adolf Hitler. Tal vez el repertorio de los países de habla hispana sea más abundante por la riqueza misma de la lengua castellana, pero la naturaleza y los fines son los mismos.

Es imprescindible que nos entendamos…..

Por tanto tampoco es un fenómeno ajeno a Cuba. Por un lado fue languideciendo desde comienzos de los años 70 del pasado siglo, incluso en el plano de las ciencias sociales, la tradición cubana de la polémica y la crítica. Por  el otro, cada vez se percibe más en la dinámica discursiva la facilidad con que, lo que podría ser un debate sustancioso, deriva hacia acusaciones desproporcionadas, a veces frenéticas e intolerantes, de lo cual no solo es responsable el fenómeno descrito. Se usan incluso expresiones y palabras que son del mismo castellano que hablamos todos,  pero que unos y otros las emplean con un significado y muchas veces una intención diferente.

Así, en la sociedad cubana también se han asumido y generalizado términos y expresiones de todas las variantes identificadas, algunas propias y otras venidas de lejos: palabras tabú (censura, transición, pobreza, disidente, demagogia), mordaza (contrarrevolucionario, hipercrítico, quintacolumna, elitista, gusano, mercenario, cuestionar), talismanes (revolución, justicia social, pensar como país) y eufemismos (periodo especial por “crisis”, trabajadores disponibles / interruptos por “desempleo”, sectores vulnerables por “pobres”, revolución en la educación por “crisis” en la educación, actualización por “reforma”, cambios por “transición”).

El acceso a internet, en las condiciones de Cuba, abrió un importante espectro para el debate fuera del control del gobierno, lo cual ha pluralizado el debate. Pero también ofreció un espacio mediático donde no se tiene que dar la cara, aparecen perfiles falsos y las personas son capaces de expresar lo que no dirían frente al otro.

Por otro lado quien pierde el monopolio de la comunicación social se resiste a tener una contrapartida, por lo cual genera sus mecanismos contestatarios que muchas veces llegan contaminados de los elementos tóxicos descritos. Los linchamientos mediáticos de políticos, escritores, disidentes y no disidentes, están en los dos extremos de la confrontación ideológica. Las redes sociales se han vuelto el espacio predilecto para eso. Y todo eso se lleva a cabo manipulando el lenguaje.

Lo que está ocurriendo es muy peligroso. Cercena las mejores intenciones de promover un futuro mejor para el país. Cuba tiene una enorme cantidad de problemas por resolver y está en un momento particularmente difícil. Se juntan ahora: el agotamiento de un modelo de sociedad que apenas con algunas reformas nos ha conducido hasta el 2020; el cambio generacional en el liderazgo político; las limitaciones que hemos padecido y padecemos para insertarnos con ventajas en la esfera internacional; y el cansancio e incertidumbre que predomina en amplios sectores de la población como consecuencia de tantas crisis y carencias, sin contar el particular y negativo escenario que nos ha impuesto, como al resto del mundo, la pandemia del Covid 19.

Es imprescindible que nos entendamos y cultivemos un debate razonado, respetuoso y constructivo. Un escenario que no arrincone al que disienta ni linche a nadie. Si hoy no participamos en el diseño y construcción del proyecto de país –parafraseando a José Ortega y Gasset- otros lo harán por nosotros, y probablemente contra nosotros.

Urge clarificar los discursos, alejarlos de cualquier residuo o viso de manipulación y enfrentar el debate desde el pensamiento con valentía política. Cada día es más difícil manipular a la gente. Tampoco es útil pasar al otro extremo, la negación de todo. Es importante ser consciente del problema que enfrentamos y apercibirnos también de estos problemas tomando en cuenta las ventajas y desventajas de la sociedad cubana actual. Enfrentar todas las formas de manipulación del lenguaje desde la crítica, la argumentación y el sentido positivo y  propositivo que conviene a Cuba.

El tema es complejo y muy amplio. Sin embargo, con seguridad resultará útil razonar y debatir acerca de términos y expresiones generalizadas en la Cuba de hoy y que atraviesan todos los debates. Las palabras talismanes “revolución” y “revolucionario” y sus respectivos antónimos, que en nuestro patio funcionan como palabras mordaza, podrían ser un buen comienzo.

30 septiembre 2020 23 comentarios 1.352 vistas
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color

El síndrome del color pastel

por Yassel Padrón Kunakbaeva 17 septiembre 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

Las polémicas sobre el realismo socialista en el siglo XX fueron tormentosas. Allá por los años sesenta, Theodor Adorno publicó un ensayo titulado Lukács y el equívoco del realismo, en el que le reprochaba al pensador húngaro que intentara justificar en términos filosóficos “la rosada “positividad” con la que el Estado social-popular condecora el arte” en los países del Este. Con eso de la “rosada positividad” se refería a algo que nosotros conocemos bien, y que parece ser una constante en los sistemas viejo-comunistas: la tendencia a que el discurso y la estética oficiales se tiñan de palabras melosas, provincianismos y colores pasteles. En fin, lo que en Cuba conocemos como ñoñería.

De esa melosidad que nos empapa tenemos múltiples ejemplos en los últimos años: desde el antológico caso de la cunita que regalaron en Birán por el Congreso de la UJC hasta los más recientes artículos en los que se le exige al pueblo, con la mano en el pecho, que no se burle de los dirigentes en las redes sociales y que sea agradecido. No podemos pasar por alto, por supuesto, el abuso que se ha hecho de los espectáculos de la Colmenita en los actos oficiales, que ha provocado que algunos ya no puedan pensar en la Revolución sin imaginarse la voz afectada de los cantos infantiles.

Empalagosas son también tantas páginas del Granma, en las que se nos invita a conmovernos por el sobrecumplimiento de los planes, mientras que se hace alguna que otra crítica contenida, humilde, y acompañada de las alabanzas de rigor.

La ñoñería parece una constante en la simbología revolucionaria.

Puede parecer extraño que hayamos comenzado hablando de realismo socialista y pasáramos al tema de la ñoñería. El gesto de acero del soldado rojo no parece avenirse muy bien con las palabras azucaradas. Sin embargo, se trata de diferentes momentos de un mismo complejo cultural: ya en el encartonamiento ideológico del realismo socialista, en su apologética irrestricta que pretende sustituir a la realidad, se anuncia esa tendencia a la edulcoración, así como a un populismo estético tan burdo que termina siendo una exaltación de lo pacotillero.

A la larga, la política cultural de los países del socialismo real se demostró como el demiurgo perfecto para hacer surgir por olas la estética de lo kitsch, de lo provinciano, de lo ridículamente moralista. Un problema del cual no escapó Cuba, y al cual Héctor Zumbado le dedicó excelentes páginas en su libro Kitsch, kitsch, bang, bang.

Sería injusto decir que no se ha hecho buen arte en los países socialistas; no obstante, habría que acotar que esta se ha tenido que hacer a contracorriente, en resistencia a la tendencia inmanente de la política cultural de privilegiar lo propagandístico-moralizador. No se trata de que el mejor arte fuera el que se hiciera desde la oposición al sistema: hacer arte de calidad, desde el compromiso con los ideales comunistas pero con calidad, también ha sido un acto de resistencia.

El problema que estamos tratando aquí es estético en su definición más amplia, y como tal sobrepasa a lo artístico. Tiene que ver con la manera en que todo sistema político, o mejor, todo bloque histórico, condiciona la reproducción de una determinada estética. Esta puede encontrarse en el arte, en la manera de vestirse de las personas y en la elección de las palabras. Sobre todo, se la puede encontrar en el discurso del poder.

La función del poder es actualizar los mitos sobre los que se funda una comunidad política.

En los países real-socialistas, y la Cuba actual es un excelente ejemplo de ello, se terminó imponiendo una estética de la edulcoración y del humanitarismo abstracto. Eso no es una casualidad. La causa está en el hecho de que se pretendió sustituir los mecanismos ideológicos de la sociedad capitalista recurriendo para ello a una nueva ideología, en el peor significado de la palabra. La nueva visión del mundo que se intentó difundir no fue el dispositivo adecuado para que la naciente sociedad revolucionaria avanzara por un camino emancipatorio, sino que fue ideológica en el nefasto sentido de hipostasiar la falsa imagen de una sociedad sin contradicciones.

Cuando se proscriben los bordes afilados y se trata de imponer esa deformada imagen de una sociedad en la que todos están siempre de acuerdo, la consecuencia lógica es que el discurso oficial acabe adoptando los ridículos tonos de un Happy Ending hollywoodense.

Se esperaba que la sociedad socialista generara sus propios paradigmas pero, en demasiados casos, quedó atrapada en arquetipos del pasado. Es cierto que el ideal comunista se trata, a largo plazo, de alcanzar una comunidad reconciliada, sin clases sociales y sin contradicciones antagónicas. Pero ese solo puede ser un objetivo a muy largo plazo. Al querer postular la existencia actual de una sociedad sin contradicciones, los poderes socialistas han recurrido al arquetipo tan antiguo como el mundo de la Gran Familia (¿cómo puede haber contradicciones si todos nos queremos como hermanos?).

Y puesto que la familia tal y como la conocemos hasta hoy es patriarcal, a nadie puede sorprender que los Estados socialistas hayan sido tan paternalistas, y que por ese camino hayan terminado en la infantilización simbólica del pueblo, como conjunto de niños a los que el Padre debe colocarles la comida en la boca.

La prensa oficial a menudo nos habla como si fuéramos niños.

Nos tratan como hijos amadísimos que le debemos gratitud al Papá Estado. Por eso el tono meloso y dulzón de su prosa. Es ñoña la prensa incluso cuando nos muestra su reverso, el estilo bravucón con que algunos ideólogos le recriminan al pueblo su falta de disciplina. ¿Qué cosa es eso de protestar por unos adocretos en el parque de G? ¿Cómo se atreven a burlarse porque el Presidente dijo que la limonada era la base de todo? Sí, al parecer son muchos los que creen que es hora ya de disolver a este pueblo y elegir otro.

Está claro que la estética del pastel de cumpleaños es la del Estado o, para ser más exactos, la de la burocracia como clase que se aprovecha de su posición social privilegiada. La estética de la Revolución, que ha sobrevivido a duras penas a la avalancha de moralina azucarada, hay que buscarla en la Nueva Trova, en la guitarra desafiante de Silvio contra la infinitud del silencio.

Si nos acercamos en el tiempo, habría que ir a encontrarla en gente como Ray Fernández, cuando convida al taíno a que luche su yuca. Esta es la estética de la herejía radical, la que no es lo suficientemente miedosa como para tratar de embutirle a las personas falsas ilusiones.

Por el momento, parece que tendremos todavía que sufrir por un tiempo las melosidades de nuestra oficialidad. Lo bueno es que ahora, al menos, podemos hacer visible el horror que nos causa.

17 septiembre 2020 21 comentarios 996 vistas
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silencios

La historia cobra los silencios

por Ivette García González 3 septiembre 2020
escrito por Ivette García González

“Peor que los peligros del error son los peligros del silencio”

Fidel Castro Ruz (1926-2016)

Hace muy poco un apreciado profesor circuló un mensaje a un grupo de colegas, yo entre ellos, en el que reproducía el artículo de Yassel Padrón “Los hijos de los dirigentes”, uno de los ocho más leídos durante el pasado año. Estaba alarmado y molesto. El texto le pareció “material fiambre…con tristes visos de veracidad”. Y se quejó de que “todavía haya algunos que  no entiendan que el “enemigo” tiene como línea de trabajo el estudio de estas tarupideces.”

Lo que dice al final del mensaje es, sobre todo, lo que ahora interesa. Cada cual tiene derecho a leer el texto y formarse una opinión. La mía es que como artículo de opinión política cumple su cometido. Aborda un tema actual, público en las redes sociales y de interés para la opinión pública cubana. Ayuda a pensar en el problema contrarrestando y superando a las redes, donde esas noticias van por el show, el sensacionalismo y una crítica encarnecida al gobierno.

El tratamiento es bastante objetivo y equilibrado. Claro que aun así, es inconveniente e incómodo para los involucrados. También doloroso y a veces frustrante para la gente. Ambas razones hacen más conveniente el silencio, que en cualquier caso nunca sería eterno.

En el mensaje del profesor no hay una crítica argumentada, ni en contenido ni en forma, al texto de Yassel Padrón. Por el contrario, reconoce que lo dicho tiene “visos de veracidad”. Sin embargo, la descalificación es enfática. ¿La causa? Es un tema de interés del “enemigo”.

Si como creo, lo que más interesa a todos es la patria y su pueblo, entonces la pregunta es: ¿qué perjudica a Cuba en realidad, que se hable del problema entre cubanos, que el enemigo estudie el problema, O QUE EXISTA EL PROBLEMA?

Convengamos en tres cosas. La primera, el fenómeno es viejísimo, solo que se hizo público hace poco. Hasta entonces solo los del círculo implicado y algunos cercanos lo sabían, toda vez que la única información que recibían los ciudadanos era la controlada por el gobierno y el Partido. Pero desde que existen las redes sociales los secretos la tienen difícil. Circulan muchas imágenes de ese tipo, difundidas por amigos, enemigos y los protagonistas.

Está por ver todavía si esta incómoda publicidad del notable confort a esa escala, surte efecto corrigiendo comportamientos. Las mayorías, que viven apegadas al discurso de austeridad y sacrificio, lo agradecerían. Pero lo que está fuera de dudas es que el silencio de tantas décadas no sirvió para algo bueno.

La segunda es que la reacción de mi colega no es excepcional. Durante décadas la cuestión del “enemigo” en la vida cotidiana y el discurso político ha servido para justificar errores en el campo político, económico e ideológico y para acallar inquietudes y críticas. También para renunciar a derechos universales en aras de una “unidad” que se asume como unanimidad e incondicionalidad.

Tanto se ha fomentado esa actitud que ya muchos, aunque coincidan con el criterio de quien critica algo, ven mal que lo exprese y lo consideran peligroso. Si quien critica es apreciado, entonces le aconsejan silencio, o que vea dónde habla, lo que significa hacerlo solo en ámbitos muy estrechos. La crítica hacia arriba no se acepta. Para quien disiente en Cuba de alguna cosa, nunca se dan juntas la “forma correcta”, el “lugar indicado” y el “momento oportuno.”

La tercera es que solo con valentía, honestidad y transparencia es posible enfrentar este fenómeno. Lo primero será siempre reconocerlo. Luego tratarlo con la claridad que debe tener el ejercicio de toda autoridad, máxime en un país socialista.

El ejemplo y la coherencia entre el discurso y la práctica son vitales para conservar la legitimidad ante el pueblo. Y a quienes estamos abajo no nos queda bien callar, o censurar a quien no lo hace. Se trata de Cuba y como dijo Fidel en aquel V Congreso de la UPEC, en 1986: “Peor que los peligros del error son los peligros del silencio.”

3 septiembre 2020 16 comentarios 837 vistas
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cartas

Tres cartas para servir a Cuba

por Delio Orozco González 25 julio 2020
escrito por Delio Orozco González

El 11 de junio del año en curso, el blog La Joven Cuba publicó el artículo «El Día Cero y una carta al Presidente»; antes, lo había enviado a mis contactos vía correo electrónico.

Más de uno me hizo llegar sus opiniones; empero, ninguno como el compatriota MDE quien haciendo uso de un derecho inalienable no solo se adhirió a las ideas generales del documento; sino, que me llamó la atención sobre el uso incorrecto del verbo “palear” en el sentido que quise darle y, lo más importante, disintió de una afirmación hecha por mi en la misiva a Díaz-Canel. Sus cartas y mi respuesta constituyen el núcleo de este intercambio de ideas.

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Guáimaro, 5 de mayo de 2020

Estimado amigo, Delio Orozco:

Hoy tuve la satisfacción de recibir y leer su mensaje “El Día Cero y una carta al Presidente”, lectura que me dejó la impresión saludable de que hay no pocos buenos cubanos sintiendo, pensando y actuando por el bien de todos; y a uno de ellos he tenido el gusto de conocerlo: usted.

Por mi parte, no he podido acceder al citado video que, versando sobre temas tan calientes y cruciales, usted pudo conocer. Igual, no pude ver otros videos que han sido “dirigidos” a los “cenáculos” privilegiados de los que, usted bien dice: cuando la información y la participación se quedan en ellos como patrimonio exclusivo (deviniendo así mecanismo excluyente), solo resulcae con mucha frecuencia en la cuenta de “tan emanaciones amargas.

No obstante, gracias a su mensaje, me entero –desde aquí, mi Guáimaro, Nación Minúscula y matria entrañable– de esos procesos y de sus sinceras inquietudes al respecto. Le agradezco como cubano, de corazón, su actitud y proactividad martianas.

Los mensajes, muy bien escritos y con la elocuencia que ya usted nos ha probado en su oratoria de manzanillero cabal, punzan y empujan a mover el cerebro y la mano. Apenas si, en la escritura que se deja adivinar febril y urgente, se salta una letra u otro signo, sin que ello baste a manchar ni lastimar la elegancia del texto y, sobre todo, sin demeritar su poder de convocatoria.

Quizá deba revisar un verbo: “palear”, que usted empleó un par de veces, cuando creo que debió escribir “paliar”, cuya entrada en el Diccionario Actual de la Lengua Española acabo de revisar y aquí le copio:

paliar (del lat. palliare, tapar) tr. Encubrir, disimular. || Mitigar, atenuar la violencia de ciertas enfermedades graves.

Pero, a un detalle que mucho importa: sí me pinchó, con savia urticante, una afirmación suya que pudiera (y debiera) impugnarse, y la cito: “… de nada sirve denunciar o alertar si no se ofrecen remedios”… (El subrayado, mío, es la punta de marabú). La frase dice algo que no es verdad, ni a medias.

No lo digo yo, que lo juro; lo han dicho otros más sabios y profundos intelectuales, pensadores, gente poeta como usted mismo. Me lo confirman mis estudios de ciencias, de los que también he sacado algunas verdades: el primer paso para poner remedio a un error, es descubrir (quitar la cubierta, denunciar, alertar) su carácter falso, errático, y sin ese primer paso es casi imposible adelantar hacia el remedio necesario. Claro, lo ideal, lo más completo y útil, es dar alarma y presentar de inmediato el arma de combate.

Pero, aun cuando no se tenga la solución a mano, ¡la denuncia del problema es vital! y no debe nunca desecharse porque no se tenga todo el trabajo hecho de una buena vez. Los grandes problemas, en un mundo como es: más y más complejo a cada instante, casi nunca son formulados junto con las soluciones deseables. Y no por eso deben desestimarse las denuncias, las alertas, sobre dichos problemas.

Y le digo, poniéndome la mano en el corazón: yo he visto, desde muy joven, en ciertas reuniones (“cenáculos”, “conciliábulos”) donde se analizan y debaten problemas de nuestra realidad sociopolítica, emplear ese argumento que usted mismo esgrimió y quien lo ha esgrimido con afilado cinismo, espera y casi siempre consigue vetar las exposiciones críticas, los criterios alarmados, las inquietudes sinceras vertidas antes de la formulación de soluciones, respuestas que, en el mejor de los casos, tarde o temprano sobrevendrán.

Usted disculpe mi crítica al respecto, pero hay líneas deslizadas ya en nuestros mejores discursos, que deben repensarse detenidamente, cuestionarse con honradez, hasta revelar su fondo. Eso también, y sé que usted lo comprende y practica, contribuye a afincar el grano limpio de la idea en el surco patrio. Entonces, con respeto y cariño le enmiendo: “… siempre será útil denunciar o alertar los problemas, mucho mejor aún si con el toque de alarma se ofrecen remedios”.

Le quiere y abraza, por razones de historia, complicidad de matrias y compañerismo de viaje, desde Guáimaro,

MDE.

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Manzanillo de Cuba, 17 de julio del 2020.
«Año de la Covid-19»

Mi querido M:

Burlarse sana y responsablemente de la muerte nos ayuda a vivir; así pues, empieza esta respuesta parodiando un hábito que, felizmente, ha ido perdiendo terreno entre nosotros porque es un absurdo creer que los años han de llamarse por los intentos de proezas o los aniversarios de triunfos; aunque, preciso es reconocerlo, esa costumbre no la inventaron los hombres vinculados a la Revolución del 1ro. de enero en Cuba; resulta herencia de otro cambio violento: la Revolución Francesa.

Agradezco por más de una razón su carta y créame, el aliento poético y la manera cariñosa en que señala los yerros y expone criterios ejerció sobre mi tal efecto apaciguador -las palabras suaves aplacan la ira, dicen los evangelios-, que estuve a punto de no responderle; empero, mi salvaje naturaleza, independiente e indomeñada, me anima a responder sus líneas en idéntica tesitura, como si fuera un hermano que escribe a otro, que aquellos que han peleado en la oscuridad, aunque no se conozcan, son hermanos.

Su misiva alegra, primero, porque confirma que entre los cubanos de hoy existe tropa suficiente para el honor; segundo, porque la prosa del “regaño” demuestra que podemos opinar, discutir e incluso disentir sin injuriar o lastimar; tercero, porque emplearé la carta (sin mencionar el remitente), para exponer en intercambio público que sostengo en la UNEAC, ideas y propuestas públicas que desde hace años blando en nombre del procomún (el espacio se titula «Verbo, letra y más…») y cuarto, porque brinda en bandeja de plata la oportunidad de explicitar, no ripostar ni contradecir, las ideas que me enmiendas en la plana.

M…, del mismo modo que los meteoritos troquelan cráteres en la luna, parece que el equívoco de reemplazar el verbo “paliar” por “palear” está grabado en mi subconsciente, como si no supiera yo que palear es trabajar con una pala; y es que en más de una ocasión he cometido ese gazapo y más de uno lo ha señalado.

Parece que la urgencia por dar clarinada y evitar la implementación de medidas que dañarían a no pocos cubanos puede explicar el equívoco; pero no lo justifica, del mismo modo que no puede disculparse la poesía por ser patriótica; pues, toda vez que es arte, debe ser brillante como el bronce y sonora como la porcelana.

Agradezco entonces tu llamado de atención a ver si de una bendita vez acabo de “palear” tierra sobre el uso incorrecto del verbo “paliar” y entierro el error gramatical que puede servir de excusa a los adversarios porque en verdad, solo escribe claro quien piensa claro.

Toda palabra que se respete ha de tener filo y punta, así corta y penetra. No quise yo que, como el marabú, mi aserto hubiera rasgado tu sensibilidad y si bien es cierto que para curar es preciso conocer y en el caso que nos ocupa criticar, denunciar o alertar, nada más pasivo que dicha postura. El asunto no estriba en interpretar el mundo; sino, en transformarlo y la transformación es acción, no parlamento.

Permíteme una vulgarización para que entiendas el punto de vista al cual me adhiero: de nada sirve que vayas al médico con una dolencia y este diagnostique tu enfermedad para luego retornarte a la casa sin tratamiento alguno, tal proceder no aliviará tus males y estoy seguro preferirás no acierte en el diagnóstico; pero, aunque sea por carambola, indique un medicamento capaz de devolverte la salud. Lo mismo sucede en el cuerpo social, por lo menos así piensan y sienten quienes sufren la historia.

Enrique José Varona, ilustre camagüeyano y mentor de la juventud cubana hacedora de la Revolución de los años 30, mejor poeta, pensador, filósofo y educador que tu y que yo juntos, dijo: “Piensa mal y acertarás”. Esa máxima acompaña mis batallas ciudadanas porque sé cumplidamente que las estructuras de poder, para evitar salirse de su zona de confort, acostumbran tildar al libre pensador, al hombre que vive sin precio, al patriota, de francotirador, de subversivo, de problemático.

Por tanto, para restar fuerza a sus falacias, junto a la denuncia de los males que nos asedian, ofrezco soluciones para intentar quebrarles el hábito de deslegitimar la crítica buscando segundas intenciones, veladas acechanzas o torcidos propósitos en ideas que tienen una sola lectura: servir, que será siempre más hermoso que brillar.

Ese mismo cubano, avezado conocedor de la naturaleza humana, también sentenció: “Todo el mundo anuncia catástrofes, pero nadie ofrece soluciones” Es pues, esta norma del sentido común -lamentablemente el sentido que más comúnmente falta a los hombres-, la que impulsa mi acción ciudadana. Por cierto, la frase aparece en libro «Con el eslabón», publicado por la editorial El Arte de Manzanillo bajo el sello de la Biblioteca Martí.

Y de José Martí, el hombre que más me ha dado después del Cristo y guía de mis obsesiones por Cuba, quien entendió como nadie a los hombres de su tiempo,  he aprendido más de una lección en cosas de gobiernos.

Es cierto, su tiempo no es el nuestro, empero los hombres siguen siendo los mismos, cargados de pasiones, miedos, sueños y ambiciones y se ha de aprender a adivinarles el alma y espolearles la honra para que desempeñen su puesto en el gobierno de la mejor forma posible; además, y no pierdas de vista esto, la respuesta a un problema no es única y si estamos interesados en un tipo de solución específica, debemos hacérsela ver para después evitar las lamentaciones acusándolos de haber implementado la peor solución o una que no satisface nuestras expectativas.

Decía el más querido de los cubanos en el mayo mexicano de 1875: “Si el gobierno yerra, se le advierte, se le indica el error, se le señala el remedio, se le razona y se le explica […]” como puedes ver, son ambas cosas al mismo tiempo, látigo y cascabel, y como si predijera que hablaríamos de esto casi siglo y medio después, explana en junio de ese mismo año: “Cuando el acto de una administración es malo, no ha de corregirse con injuriar al que es responsable de él, sino con señalar sus defectos, y enseñar la manera con que el que lo censura lo corregiría”.

Al poder de tal carga pedagógica solo puede oponérsele la razón de la fuerza y en el caso de los gobernantes cubanos actuales, esa estrategia no le es dable.

Mi caro compatriota, no desestimo para nada tu propuesta; de hecho, la considero óptima, pero como tal situación no deviene regla mas bien excepción, entonces denuncio, porque elaborar una crítica sin ofrecer remedio o denunciar un mal sin proponer cura, viene a ser como mercancía sin realización o acto sexual sin orgasmo; o sea, algo sin o con muy poca utilidad y nosotros, empeñados en el servicio a nuestros semejantes, tenemos la obligación de ofrecer soluciones, no es hora del diagnóstico, es tiempo de la cura, mucho se ha padecido y padece, crueldad sería seguir hablando de la llaga cuando el dolor nos come cual fiera el costado.

Recibe un abrazo en Cuba y el sincero deseo de Paz y Salud para ti y tus seres amados, estén donde estén.

25 julio 2020 8 comentarios 343 vistas
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maleza

Despejar la maleza

por Yassel Padrón Kunakbaeva 20 julio 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

El discurso ofrecido por el Presidente Miguel Díaz-Canel ante el Consejo de Ministros el 16 de julio de 2020, parcialmente reproducido en la televisión nacional, y seguido de una Mesa Redonda en la que estuvo presente el Ministro de Economía Alejandro Gil, marca sin dudas un cambio en la manera en la que se plantea la estrategia económica cubana. Uno se siente tentado a decir que se trató de un discurso histórico, pero no se debe pecar de apresurado, es mejor dejar que sea la posteridad la que se encargue de emitir su juicio. De momento, es posible afirmar que las medidas anunciadas van más allá del enfrentamiento a los problemas generados por el COVID-19, pues tienen el potencial para cambiar la fisonomía de toda la sociedad.

Entre dichas medidas, se pueden destacar el fin del monopolio estatal sobre la comercialización agrícola, el aumento de la autonomía de la empresa estatal, la constitución con personalidad jurídica de micro, pequeñas y medianas empresas tanto de capital estatal como de capital privado y mixto, la puesta en marcha del proceso de creación de nuevas cooperativas no agropecuarias, la ampliación del trabajo por cuenta propia y el otorgamiento a todos los modos de gestión de la capacidad para importar y exportar a través de empresas del Estado. Al mismo tiempo, se anunciaron otras decisiones de carácter inmediato que pretenden encarar la acuciante crisis mediante una dolarización parcial de la economía: la creación de tiendas en moneda libremente convertible (MLC) para productos “gama media y alta” y el fin del gravamen del 10% al dólar.

De llegarse a implementar a cabalidad el grupo de medidas que se anuncian para la fase 2 de recuperación post-Covid, es realmente difícil sobreestimar la importancia que ello tendría para la economía cubana así como para el proyecto político de la Revolución, tanto por la audacia en la adopción de transformaciones necesarias como por los nuevos retos que plantea.

En primer lugar, es necesario decir que con este plan económico se le estaría dando un cumplimiento al consenso social plasmado en los Lineamientos, la Conceptualización del Modelo y la Constitución de 2019. Esos documentos abrieron el marco político necesario para transformar de modo significativo el modo en que se entiende en nuestro país la planificación socialista de la economía. Porque de eso se trata: de un nuevo modelo de planificación, que es casi como decir de un nuevo modelo de transición socialista: Alejandro Gil lo reconoce, cuando afirma que el reciente paquete de medidas tiene la premisa de sustituir la planificación basada en métodos administrativos por otra en la que prevalezcan métodos económicos indirectos.

¿Por qué no se hizo antes, si los Lineamientos abrían el marco para avanzar por ese camino?

Pueden esgrimirse muchos motivos, tanto internos como externos. Pero hay algo que es difícil negar: se necesitaba de voluntad política. El propio Díaz-Canel reconoció que muchas de esas medidas habían sido postergadas. Habría que hacer un análisis pormenorizado de todos los factores que hicieron que el escenario favorable a los cambios que primó desde 2011 a 2016 fuera seguido de una época en la que ha primado un espíritu conservador, y no se trata solo de la presidencia de Trump. Al final, resulta que la crisis ineludible que representa el Covid-19 (según pronósticos de la CEPAL el PIB cubano puede caer en un 8% en 2020) puede ser el acicate necesario para que aparezca la voluntad política necesaria.

El salto cualitativo en el modo de entender la planificación es la clave que puede salvar el proyecto político del socialismo cubano, a la vez que le plantea nuevos y desafiantes retos. Algunas personas de pensamiento conservador y prejuiciado verán el camino tomado, que por supuesto traerá una mayor desigualdad social, como una renuncia a los principios socialistas. Pero frente a ese argumento es importante sentar una verdad como un templo: la primera tarea de cualquier proyecto de izquierda en Cuba es superar un modelo de planificación centralizada vulgar e ineficazmente antimercantilista que ha demostrado su fracaso histórico. Frente al peso muerto de ese zombi, es un avance cualquier modelo que ponga en el centro el libre desarrollo de los actores económicos.

Uno de los aspectos más polémicos hacia el futuro será inevitablemente el del papel de la empresa privada, y del empresario, en la sociedad cubana. Por supuesto que eso representa un reto social, cultural y político. Sin embargo, el marxismo crítico, a diferencia del viejo dogma, enseña que el mercado ha existido desde sociedades primitivas anteriores al capitalismo, y que puede existir después del capitalismo. Además, lo que se debe evitar no es en sí la propiedad privada, sino la propiedad privada y privativa del capitalismo, es decir, aquella que deja a la mayor parte de los seres humanos en una sociedad despojados de los medios de producción. Es por eso que el mayor valladar contra una evolución capitalista es el fortalecimiento del sector de cooperativas y de empresas de propiedad socializada en las que los trabajadores puedan sentirse dueños de los medios de producción.

Es importante que se deje atrás una concepción del socialismo que ve con malos ojos la producción de riqueza, cuando esta no se hace dentro de los cánones del viejo igualitarismo. El nuevo paradigma debe ser uno que se proyecte en positivo, hacia la producción de una riqueza cada vez mayor, aunque el objetivo a largo plazo sea que esta se produzca del modo más socializado posible. Es cierto que los partidarios del capitalismo intentarán mostrar cada avance en esa dirección como un desmoronamiento o concesión del bloque socialista, capitalizando así a su favor el proceso de desarrollo social. Pero eso es parte del inmenso reto político y cultural que se avecina.

Como afirmó Díaz-Canel, el mayor costo estaría en no hacer nada.

Aún es demasiado pronto para saber si estas medidas se llevarán a efecto y en qué profundidad lo harían: depende de muchos factores circunstanciales y de que haya una voluntad política sostenida. Pero el solo hecho de que se haya anunciado finalmente el camino hacia la implementación es una victoria.

También es importante que el anuncio haya sido hecho ahora, sin esperar al Congreso del Partido ni a los resultados de las elecciones en EEUU. Eso habla de la fortaleza política de la presidencia, que seguramente está relacionada con la buena gestión frente al Covid-19. Además, es una muestra de voluntad política autóctona, que nadie puede relacionar con una negociación o concesión al gobierno de los EEUU.

Abre una luz de esperanza que el gobierno hable frente al pueblo de medidas tan importantes y largamente postergadas, las cuales han sido defendidas durante décadas por muchos economistas e intelectuales, aun exponiéndose a campañas de desacreditación en su contra por parte de los sectores conservadores. Sin embargo, no se trata tampoco de que el camino a partir de ahora esté cubierto de pétalos de rosa. Por el contrario, todas estas medidas conllevarán un costo social, un aumento de la desigualdad, por lo que el Estado tendrá que hacer un particular esfuerzo para no dejar a nadie desamparado. Esto nos lleva a hablar también de las medidas más inmediatas.

La dolarización de una parte segmentada del mercado, en el que ahora circularán tres monedas, puede tener impactos positivos en la recepción de divisas, pero no puede ser vista como una solución a largo plazo. Porque es incompatible con la justicia social que una parte de la oferta se le haga a la población en una moneda en la cual no es la que se le paga. Estoy de acuerdo con lo planteado por varios economistas en el sentido de que la dolarización parcial debería estar acompañada de un plan de desdolarización encaminado también hacia la unificación monetaria y cambiaria.

El camino que se vislumbra no será sencillo, y queda sin duda mucha maleza por despejar. Deja un gusto amargo en el paladar pensar en el costo social de no haber implementado estas medidas hace mucho tiempo. Sin embargo, creo que es también posible sentirse optimista, pensar que es mejor tarde que nunca, y que el pueblo cubano encontrará una vía hacia la prosperidad con justicia social que tanto se ha soñado.

20 julio 2020 42 comentarios 452 vistas
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embargo

Y sin embargo… el bloqueo

por Yunior García Aguilera 23 junio 2020
escrito por Yunior García Aguilera

Tal vez este post moleste a los extremos ideológicos en Cuba. Probablemente muchos, aunque coincidan, no se atrevan a compartirlo. A lo mejor no reciba ningún “like” y sí algunos comentarios en contra. Pero se trata de una verdad personal, que si la prudencia me obligara a callarla, yo me sentiría como un cobarde.

Soy padre y no quiero emigrar. Soy además, un cubano crónico. Más allá de las preocupaciones por la pandemia, hay otra enfermedad nacional que me desvela: el conformismo. Despertar y saber que en la casa falta de todo, desde el plato fuerte hasta un mísero jabón, saber que adquirirlo ya no solo depende del dinero, sino de la suerte y las infinitas colas, ponen a prueba mi, hasta ahora, saludable sentido del humor.

Honestamente no tengo demasiada fe en la gestión de ciertos ministerios. La política sigue intentando meterse “a la cañona” en una azucarera cada vez más angosta. Se desoye y criminaliza a casi todo economista sensato que ofrece soluciones. La piedra de Sísifo sigue rodando cuesta abajo, cuando parecía que se avanzaba, aunque fuera un metro.

Pero no solo quiero hablar de la ineficiencia de algunos “graduados” en la escuela “Ñico López”, sino también de esa otra piedra que llevamos en el zapato: el bloqueo. El gobierno cubano necesita excusas, y Washington, en ese sentido, sigue siendo su principal socio comercial.

He visto en redes como muchos cubanos niegan la existencia del bloqueo. Pero, a pesar de que el tema es tan reiterativo que aburre, y a pesar de que algunos de los productos que hemos adquirido en tiendas del Estado lleven la etiqueta “Made in USA”, la realidad es que el embargo comercial y financiero existe… y crece.

Y esta política no solo afecta a los 700 000 militantes del PCC, sino sobretodo al cubano sencillo, a los cuentapropistas, a los propios emigrados, a todo el mundo. No es simple retórica afirmar que es inhumano. Hay que decir también que es ineficaz. Trump podría molestarse con los negacionistas, porque él mismo ha puesto mucho empeño en fortalecerlo. Cada semana el presidente norteño envía a Cuba toneladas de pretextos, cientos de barriles de excusas.

Hay un sector de línea dura en la nomenclatura que parece sentirse muy a gusto con el bloqueo. Varios de sus tanques pensantes mostraron extremada preocupación con las políticas de Obama hacia la Isla y expusieron el enorme peligro que veían en la posible “normalización de relaciones” entre ambos países. Y es comprensible.

El diferendo ha sido el plato fuerte del discurso político desde 1959. Los estrategas cubanos han acumulado una enorme experiencia durante todas estas décadas. Cuba se convirtió, durante años, en paladín del movimiento internacional antimperialista.

Hoy, reconozcámoslo, hemos perdido protagonismo en esas luchas. El diferendo solo es de interés para unas minorías que se aprovechan del conflicto. Y el saldo general, para la mayoría de nosotros, ha sido negativo.

El bloqueo ofrece excusas para los fracasos e ineficiencias internas, refuerza la solidaridad internacional y proporciona victorias diplomáticas. En fin… ¿de qué hablarían nuestros políticos si mañana no existiera el bloqueo?

Por otra parte, el “estado de sitio” es usado para justificar la represión y la censura, así como la falta de transparencia en muchas operaciones comerciales y en el funcionamiento de determinadas empresas estatales. ¿Cuántos años más deben transcurrir para que algunos entiendan el fracaso de esas políticas agresivas?

El gobierno cubano no parece demasiado interesado en buscar una solución al conflicto. Siempre y cuando aparezca un nuevo aliado y tengamos en la ONU otra “aplastante victoria”, el embargo puede seguir ahí, como el dinosaurio de un cuento muy corto, que para la mayoría de nosotros, representa una larga y agotadora realidad.

Tal vez debería ser la oposición en Cuba quien tenga la iniciativa de ponerle fin a este sinsentido. Muchos de ellos tienen la posibilidad real de acercarse al Congreso norteamericano y alzar su voz contra una política fracasada e injerencista. Sería una oportunidad concreta de hacer algo que beneficie a los cubanos aquí y ahora, de lograr un resultado que refuerce su visibilidad hacia el interior de la Isla y de ganar un prestigio que legitime su derecho a participar en la política interna.

Francamente, no quiero heredarle a mi hijo un país donde un clan de “cuadros” que viven en casas con piscinas, pasean en carro y jamás se han metido en una cola, le exijan sacrificios que ellos mismos no son capaces de asumir. Ya vimos como nuestros galenos, quienes tuvieron el coraje de meterse en el epicentro de la pandemia, fueron recibidos en el aeropuerto con protocolos de distancia. Ningún ministro estuvo en la escalerilla del avión, aunque sí enviaron a otros a entregarles flores.

Tampoco quiero que mi hijo repita esa conformista frase de “esto ni lo tumba ni lo arregla nadie”. Basta ya de perpetuar un cinismo que recicla hipocresías. Sobre estos temas que afectan a todos los cubanos, ya es hora de que algunos ATERRICEN. Y de que otros… ALCEMOS EL VUELO.

23 junio 2020 29 comentarios 626 vistas
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