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deterioro

Charcos

Charcos de paciencia

por Néster Núñez 16 julio 2022
escrito por Néster Núñez

Ahora que cada vez somos más los cubanos que caminamos mirando hacia abajo, como pensativos, como avergonzados, como cansados ya de tanto esperar y esperar y sin obtener casi nada, deberíamos aprender a observarnos más en esos espejos casi naturales que son los charcos.

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Según lo imagino, después que Colón terminó de decir: «Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto», dio un paso para adentrarse en ella… y metió la pata en un charco, así que de nada vale culpar al sistema, al gobierno, a los funcionarios, a la pésima planificación urbanística, a la insuficiencia de sistemas de alcantarillado, a la falta de mantenimiento de las conductoras de agua potable, al terrible estado de las calles, los baches, los huecos, la desidia, la escasez de recursos, el exceso de lluvia en algunas temporadas, al bloqueo o al maldito clima, de la actual proliferación de charcos por todas partes; porque, en Cuba, el charco siempre estuvo ahí. Nunca se ha secado.

Charcos

Para mí, y díganme romántico o atontado, los charcos son una fuente inagotable de belleza y aprendizaje.

Los gusarapitos, por ejemplo. Y las larvas de mosquitos. Y los huevos de rana en las orillas, entre el limo y las hojas descompuestas. Y los mosquitos crecidos, y las ranas comiendo y croando de noche, y los gatos hambrientos que a su vez se las comen… Todo eso he visto y, a veces, frente a ese flaco espejo de agua, me da por recordar que nosotros los cubanos, en los ochenta comimos ancas de rana, y en los noventa gatos (y hasta ratas, sin saberlo) y los mosquitos continúan comiéndonos a nosotros, por lo que es evidente que formamos parte de esos ecosistemas cerrados que son los charcos.

Ecosistemas, por cierto, bastante autosustentables. Y ahí, todavía agachado, me pregunto cómo es posible que en este país jamás se haya logrado la tan cacareada sustentabilidad alimentaria, y si me levanto de un salto y sigo mi camino un tanto asustado es porque me acuerdo que alguna vez los charcos fueron conquistados por las horrorosas clarias, con las que hacían picadillo y hamburguesas; aunque ya ni eso.

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Cuando estoy cerca de un charco y veo que un niño lo atraviesa corriendo, o lanza un palo como jabalina, o lo utiliza para batear las aguas, pienso en la tranquilidad que en ese momento viven los padres porque sus hijos están creando anticuerpos, porque sus hijos están socializando con otros amiguitos, porque sus hijos no están perdiendo la vista y el tiempo y la salud frente a un Tablet o a una laptop mientras juegan a matar zombies inexistentes, a manejar carros fantásticos que en la realidad nunca tendrán.

Y cuando la madre pregunte: «¿Dónde andará el niño?, ya está oscureciendo…»,  pienso en la tranquilidad con que el padre le responda: «Dónde va a estar, mujer… ¿en el parque?, ¿en el área deportiva? Tú sabes que aquí en el barrio no hay nada de eso. El niño está bien, ahí, jugando en el charco de la esquina…». Lo que no sabe ninguno de esos padres es que en ese mismo charco sus hijos, quizás, estén aprendiendo a caminar sin hundirse, o a controlar a voluntad las aguas, a no temerles al menos, por si algún día deciden cruzar un río bravo o un charco realmente grande.

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Son como espejos los charcos, pero más baratos, y nunca se rompen, no te traen siete años de mala suerte aunque continuamente le metas la pata. Y ya que los charcos van a estar en esta tierra, al parecer eternamente, deberíamos dedicar todo el tiempo que sea necesario a mirar en ellos nuestros rostros diversos, nuestros pensamientos diversos, hasta aceptarnos; y luego levantar la cabeza y continuar el camino así, como orgullosos, como valientes y decididos, de frente a la realidad durísima, sabiendo cada cual qué cosa hará para alcanzar sus sueños.

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16 julio 2022 7 comentarios 1k vistas
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manzanillo

Indefensión y desidia en Manzanillo

por Giordan Rodríguez Milanés 20 agosto 2020
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

“En mi núcleo del Partido fue el primer lugar donde hablé”, me dice la Master en Ciencias y Profesora Consultante de Filosofía, Onelia Méndez. Estamos en su casa, aquí vive con su hijo, su hija y su nieto. Un piso en el segundo nivel de un inmueble ubicado en la calle Aguilera entre Martí y José Miguel Gómez, en la ciudad cubana de Manzanillo. Durante más de tres décadas, los manzanilleros hemos visto deteriorarse el edificio ecléctico colindante con la vivienda de Onelia, ubicado en la esquina de las calles Aguilera y Martí, en pleno centro histórico urbano.

Allí estuvo antes de 1959 la sede de la llamada Clínica Piña por lo que, al ser nacionalizada luego del triunfo revolucionario, funcionó como sede del policlínico número 1, hasta que chapuceros e incompletos mantenimientos, modificaciones y reparaciones parciales no pudieron evitar que se volviera inhabitable y la dirección de Higiene y Epidemiología dictaminara su cierre hace 15 años. No se aplicó un correcto criterio de conservación y preservación.  Con una de esas modificaciones, en 1985, comenzó el drama de Onelia Méndez:

“Voltearon un camión de cal justo al lado de la ventana de la habitación donde dormía mi hijo recién nacido, lo cual le provocó una afección respiratoria durante su niñez. En esa misma reparación, los constructores se pusieron a jugar ‘a las piedrecitas’ y nos rompieron el calentador de agua solar que llevaba más de 20 años funcionando“.

A pesar de que entonces Onelia se quejó en su núcleo del Partido y en la Asamblea de Rendición de Cuentas del Delegado, no pudo evitar que modificaran la caja de aire común, y construyeran una cubierta intermedia para instalar un equipo de Rayos X. Ni Onelia ni su esposo, fallecido recientemente de cáncer, supieron nunca si al equipo de Rayos X le rodearon las condiciones de seguridad mínimas.

“Años después mutilaron el diseño original de la fosa, por lo cual desde hace más de 20 años no se ha podido limpiar. Rompieron una pared colindante del primer piso, para hacer una puerta con el riesgo de afectar la estructura de mi casa, obstruyeron con escombros el conducto de aguas pluviales y los respiradores de los lavaderos de la azotea y rompieron la tapa del tanque de agua potable, sin siquiera decirnos nada, por lo cual, sólo gracias al mal olor, nos dimos cuenta que había caído un murciélago –uno de tantos que habitaron el edificio- y estábamos en riesgo de consumir agua putrefacta”.

Las mil palabras que habitualmente escribo para este medio, no bastarían para contar las quejas que Onelia Méndez ha formulado verbal y por escrito, a todas las instancias, desde su delegado de circunscripción hasta el presidente de la república, desde su núcleo hasta el secretario del Comité Provincial del PCC.

Este año presentó una demanda ante la sala civil del tribunal municipal. Fue declarada “sin lugar” a partir del criterio de que la documentación para la ejecución de la remodelación del policlínico No. 1, es correcta y contempla no afectar la vivienda de Onelia. Lo máximo que ha logrado es el compromiso verbal de algunos funcionarios de Salud del municipio de que no será nuevamente afectada. Un compromiso en el que, naturalmente, Onelia no cree.

“¿Estás consciente de las reacciones que puedes recibir una vez que publique tu historia?” le pregunto a la profesora de postgrado de la Universidad Médica de Granma, y me responde: “soy consciente, pero ya me quedé sin opciones oficiales donde acudir. Por la sala de esta casa han pasado muchas autoridades, un vicepresidente del gobierno que se fijó en ‘lo buena que está para una fiesta’, representantes de Salud, la Vivienda, el gobierno provincial.

Hasta el Primer Secretario del PCC en Granma prometió se resolvería lo de la fosa, la tapa rota del tanque, la tupición del conducto de aguas pluviales y un bombillo que alumbre el interior del edificio para evitar que proliferen murciélagos que luego entran a mi casa. Pero no se ha resuelto nada”.

Durante las conclusiones de la primera visita a Manzanillo del presidente Miguel Díaz-Canel, una enfermera le planteó las condiciones precarias en las que se encontraba trabajando el colectivo del Policlínico No. 1, cuyo servicio de emergencias y algunas consultas fundamentales, radicaban en un cuchitril en pleno centro histórico del municipio.

El presidente se interesó e indicó resolver esa situación, por lo que las autoridades locales retomaron la aspiración de miles de manzanilleros de que se remodelara el edificio de la antigua clínica Piña. Sí, el colindante con Onelia, la profe de Marxismo de Ciencias Médicas; el que fue convertido en la sede del Poli 1; el que fuera chapuceramente reparado y modificado en 1985 y la década del 90, y nadie respondiera por ello; el que fuera cerrado a principios del siglo XXI y sirviera de hábitat a ratas, ratones y  los gatos que les cazan, y parejas de jóvenes enamorados sin posadas para tener relaciones sexuales.

A principios de 2019, un tuit del vicepresidente del Consejo de Estado, Roberto Morales Ojeda, ratificaba la decisión de rehabilitar el edificio referido durante el 2020. Hace un par de meses, llegaron los trabajadores de la construcción, levantaron una tapia alrededor e inutilizaron la mitad de las dos cuadras perpendiculares por las que se accede y… ¡nada más! La obra está detenida.

La alegría inicial de miles de manzanilleros ahora se convierte en la pregunta: “¿Cuándo estará?”, la misma que nos hacemos con el edificio del Palacio de Pioneros, cuya reapertura fue anunciada para el inicio de un curso escolar que ya está acabando, y ahora mismo está estancado.

Pero Onelia Méndez tiene otras preguntas, otras incertidumbres. Ya no sólo si le resarcirán los perjuicios y los daños que ya le han hecho sino, sobre todo, si el futuro no le deparará nuevas afectaciones, más estrés, más indignación ante la indefensión ciudadana por la desidia y el desamparo. Ya les contaré.

20 agosto 2020 28 comentarios 897 vistas
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¿Desde cuándo se está cayendo La Habana?

por Consejo Editorial 18 enero 2013
escrito por Consejo Editorial

Por: Javier Gómez Sánchez

La Habana se está cayendo. No hay dudas de que a pesar de los alentadores esfuerzos de restauración de las zonas más viejas de la ciudad acometidos por la Oficina del Historiador, una buena parte de La Habana sufre un penoso deterioro. Los barrios como Centro Habana y El Cerro, padecen con frecuencia derrumbes de alguno de sus edificios, en forma parcial o incluso total, con gran peligro para sus habitantes.

En la zona de El Vedado, grandes edificaciones de la década de 1950, envejecen aceleradamente por la proximidad del mar, la falta de mantenimiento, y el colapso de sus sistemas de plomería. Se ha llegado al extremo de cerrar algunos totalmente como el Hotel Capri, abierto en 1957 y cerrado a finales de los 90.

Mejor suerte ha corrido la torre de apartamentos Someillan, también construido en 1957 y reparado recientemente con una costosa inversión en una arriesgada apuesta inmobiliaria.

¿Pero desde cuando se está cayendo la Habana? o mejor preguntarse: ¿Por qué se está cayendo? Si se hace esta pregunta muchas personas mencionaran como culpable a la Revolución Cubana, proceso sociopolítico, con importantes implicaciones económicas, que se ha desarrollado en la Isla durante los últimos 54 años.

La convicción de esta respuesta es tal que lleva a personas extranjeras que nunca han puesto un pie en la ciudad a afirmarla empecinadamente. Más alarmante aun es cómo esta idea ha calado en la mente de muchos cubanos y habaneros tanto dentro como fuera de Cuba. ¿Cómo es posible que a una ciudad, fundada en 1519 y que cumple ya 493 años, se le puede atribuir su deterioro a una mínima porción de su existencia: 54 años?

Solo si se desconoce la historia de la ciudad.

El 16 de noviembre de 1519 se celebra la primera misa bajo una ceiba cercana a la bahía y se formaliza el cabildo de la villa. La ciudad era un caserío que apenas contaba con varias decenas de habitantes que fue creciendo a lo largo del siglo XVI, en la medida que la bahía era utilizada por barcos que iban o regresaban del continente. Las casas, inicialmente de madera, se construyen de piedra. Entre 1580 y 1630 se crea el Sistema de Flotas, que consistía en que los galeones que llevaban las riquezas extraídas del Nuevo Mundo se concentraran en un puerto para continuar viaje juntos hacia España con el objetivo de repeler los ataques de corsarios y piratas. El puerto elegido para la espera fue La Habana.

La ciudad comienza a tener no solo una población fija, si no una itinerante, que por la cantidad de barcos que se refugiaban en el puerto, llegó a ser casi del mismo número que la residente. La ciudad comienza a crecer en el eje de las Plazas de Armas, San Francisco y Nueva, actualmente conocida como Plaza Vieja. En 1674 se inicia la construcción de una muralla que protegería la ciudad de posibles ataques pero que encierra su trazado de calles en unos pocos kilómetros cuadrados, perímetro actualmente conocido La Habana Vieja.

Ya a mediados del siglo XVIII el espacio dentro de la muralla se encontraba saturado, existiendo un área de 140 hectáreas, mas de 1000 edificaciones. Era lo suficientemente pequeña como para recorrerla a pie fácilmente, si hubiese estado asfaltada. Sus principales calles eran Oficios, Mercaderes, Orreilly, Obispo, Muralla y Teniente Rey. Para ese entonces la ciudad tenía unos 70 mil habitantes.

Mientras la población más pobre se comienza asentar en la zona sur de la ciudad, conocida como Jesús María, la pujante sacarocracia, formada por un grupo de familias de nuevos ricos con ansias aristocráticas ,sale de las murallas y construye quintas de descanso en El Cerro y El Vedado. A principios del siglo XIX se expanden nuevos barrios, erigidos por las clases más ricas, que huyen del hacinamiento del interior de las murallas y se urbaniza la zona que hoy rodea el Parque de la Fraternidad y el Parque Central.

En 1863 es demolida la vieja y obsoleta muralla y se inicia la construcción en los solares de lo que sería el Barrio de Las Murallas, que se extendía desde el Paseo del Prado hasta las inmediaciones de El Vedado, creándose lo que hoy se conoce como Centro Habana. Al oeste, cerca de la desembocadura del rio Almendares se comienza a extender en 1859 el Barrio El Carmelo que en 1883 se une al de El Vedado, quedando el conjunto con ese nombre. El florecimiento de El Vedado arranca con mayor fuerza durante la década de 1920, conocida como Las Vacas Gordas, gracias al alza del precio del azúcar ocasionado por la Primera Guerra Mundial. Se construyen palacetes en las Avenidas Paseo y Presidentes, conocida como G. En esta década la ciudad choca con un nuevo límite, esta vez natural, el Rio Almendares, solucionado con un puente construido en 1921.

Comienza el crecimiento del barrio de Miramar, que a lo largo de la 5ta Avenida que se extiende durante la década de 1930, junto a las urbanizaciones de Kohnly, Almendares, Nicanor del Campo, Alturas de Miramar, y Belén hasta unirse con la zona de Marianao, que había tenido un desarrollo independiente.

En los 40 y 50 se construyen modernas edificaciones en El Vedado que comienzan conformar la silueta horizontal de la ciudad: El Focsa, el edificio N, el Naroca, el Someillan, el Retiro Odontológico, los hoteles Riviera, Capri y Habana Hilton, entre otros. Se edifican nuevos residenciales de clase alta cercanos a clubes playeros y campestres como el Biltmore, El Laguito, Cubanacan, Siboney, Atabey y Novia del Mediodía. Otros de clase media alta como Santos Suarez, La Víbora, El Casino Deportivo, y Fontanar.

Se extiende El Vedado, para crearse el Nuevo Vedado con residencias de arquitectura vanguardista que se adaptaban a las irregularidades del terreno cercano a la ribera del Rio Almendares. Durante toda la década del los 50, se multiplican en los planos los proyectos de segunda residencia, que si el comprador deseaba podía ser la primera. Bajo el eslogan Esta Cerca de Todas Partes se construye el reparto playero de Tarará, el único terminado de otros que se extenderían por la costa este a lo largo de la Autopista bautizada como la Vía Blanca: Riomar, Guanabo, Boca Ciega, Brisas del Mar, Santa María, Bacuranao y El Mégano.

Mientras esto ocurría durante los años 20, 30, 40 y 50, las zonas más antiguas de la ciudad, Centro Habana y Habana Vieja, iban perdiendo todo interés inmobiliario. En la Habana Vieja el tránsito de los grandes automóviles de la época se hacía casi imposible. Los antiguos palacetes y casas solariegas, con sus patios interiores, cocheras y aljibes, se convirtieron en cuarterías y solares, donde vivía una parte de la población más pobre de la ciudad, con servicios sanitarios muy precarios, los habitantes hacinados utilizaban pequeñas habitaciones, a veces sin puertas, que se fueron multiplicando con el tiempo. Casas del siglo XVIII fueron convertidas en albergue de decenas de familias.

En las zonas cercanas al Puerto, a la Terminal de Ferrocarriles, incluso al Paseo del Prado junto a los solares, abundaban los garitos y tarantines, y especialmente los prostíbulos que llegaron a hacer famosos a barrios enteros como los de Colon y Pajarito. Todo esto matizado con calles de una vida pintoresca y bohemia como Obispo. En la calle Orreilly, se mantenían algunas de las oficinas bancarias la hicieron ser bautizada como el Wall Street del Caribe, pero la ciudad moderna crecía muy lejos de allí, y los edificios eran cada vez más incómodos y poco funcionales.

Las iniciativas de modernizar la zona antigua, chocó con varios escollos, como el proyecto de principios de los 40 que uniría a través de una amplia avenida el Capitolio con el Puerto, que implicaría la demolición de varias edificaciones patrimoniales, lo que provocó la resistencia de numerosas personalidades de la época. Otros tuvieron mejor suerte como la demolición del Convento de Santo Domingo, acto considerado un crimen patrimonial, para instalar ahí un moderno edificio con helipuerto, destinado a la Gobernación Provincial. Salvo esta y otras excepciones el desarrollo de la ciudad se realizaba en otros espacios.

En Centro Habana, zona no tan antigua como la Habana Vieja, pero igual de devaluada, algunas calles mantenían una vida comercial como Neptuno, Galiano y San Rafael, donde grandes tiendas hacían acercarse a sus vidrieras a miles de compradores y mirones, pero en la nueva Avenida 23 , en El Vedado se iniciaba una moderna zona comercial, La Rampa.

Centro Habana había dejado de ser el espacio de diversión predilecto de la ciudad, y los Aires Libres del Prado, famosos en los años 30 y 40, perdían clientes frente a los night clubs, casinos y cabarets de El Vedado de los 50.

Continuará

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(Imagen: Asamblea Municipal del Poder Popular en Gibara)
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(Imagen: Las Razones de Cuba)
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(Foto: Radio Cabaiguán)
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(Imagen: Wimar Verdecia)
18 enero 2013 88 comentarios 1k vistas
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