Carlos Rafael Gil Hernández y yo tenemos muchos puntos en común: el amor y la dedicación a la familia, a la profesión que escogimos, la capacidad para encarar nuevos desafíos de la vida y el esculpir una nueva etapa —por circunstancias distintas— en un país ajeno a nuestra Cuba.
El deporte cubano ha visto caer el telón del año 2023 y, desde la perspectiva de este cronista, lo ha hecho con más sombras que luces. Se trata de la misma Cuba que formó casi a la totalidad de esos talentos, y que tendrá que apelar a disímiles mecanismos para frenar la hemorragia migratoria.
En los XIX Juegos Panamericanos de Chile, Cuba enfrentará otro examen de rigor que pondrá al desnudo, una vez más, la realidad actual de su movimiento deportivo. El barco del deporte cubano navega a la deriva. Solo resta encomendarse a la providencia y esperar que no ocurra un naufragio catastrófico en aguas chilenas.
Con el propósito de entender mejor la realidad del Mundial de Budapest, parto del criterio de que resulta difícil mantener un pico de rendimiento que le permita realizar registros de relieve en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de San Salvador, el Mundial y los venideros Juegos Panamericanos de Santiago de Chile.
En el contén del barrio continuarán esperando no pocos Damianes y Alejandros, mientras para sus padres y para las instituciones a nivel de país, el deporte seguirá lejos de ser una prioridad.