En los años de la segunda postguerra, los traumas del conflicto bélico, el auge del keynesianismo, la presión del movimiento obrero, el triunfo de la socialdemocracia en varios países y la competencia con el naciente sistema socialista; hicieron proliferar en Occidente la idea de que podrían lograrse sociedades con un Estado de Bienestar General. Serían naciones donde el capitalismo, regulado por una mayor intervención del Estado en la economía, uniría a su tradicional eficiencia la existencia de amplios servicios y garantías sociales que beneficiarían a las mayorías.
Los países escandinavos, gobernados por partidos socialdemócratas, marcaron la pauta en este modelo. Otros (RFA, Francia, Países Bajos…) aplicaron políticas similares; mientras, EE.UU. vivía el sueño dorado de la era Eisenhower, cuando parecía que el American dream podría extenderse a la mayoría de la población. Ni siquiera el reflujo neoliberal de los años 70-90 pudo liquidar todas aquellas conquistas populares.
Por su parte, en la URSS y los países del campo socialista europeo, aunque más pobres económicamente, también se evidenciaron beneficios sociales a partir del desarrollo extensivo acelerado de sus economías.

(Imagen: M.Gortynskaya)
Al incorporarse a este modelo, Cuba se benefició con tales efectos, amparada por una cuantiosa ayuda económica y —a pesar del ya existente bloqueo estadounidense—, con la posibilidad de comerciar con el resto del mundo, incluidas filiales de empresas yanquis en terceros países.
La debacle del Período Especial, la extensión del bloqueo al plano internacional con las leyes Torricelli y Helms-Burton, y las erróneas políticas internas que demoraron reformas necesarias y desaprovecharon oportunidades de relanzar la economía cubana en momentos más favorables; han destruido el viejo modelo sin que se aplique un proyecto integral para reformarlo acorde con las actuales condiciones. El resultado ha sido la incubación de un verdadero Estado de Malestar General.
-I-
De aceptar el discurso oficial, desde hace mucho tiempo la economía cubana parece moverse en medio de factores siempre negativos, tanto naturales como humanos. Madre Natura, que parecía bendecirnos en clima y geografía, ahora nos es contraria: si llueve las siembras se atrasan, si no llueve es imposible sembrar; el fenómeno El Niño trae ciclones, La Niña envía sequías y polvo del Sahara. Antes éramos un dechado de recursos naturales, ahora resulta que carecemos de ellos y debemos vivir de los servicios.
No obstante, es en la economía donde no nos favorece ninguna coyuntura, según explican los que saben: cuando baja el precio del petróleo, el país se afecta porque gasta más, pero si aumenta también, porque exporta derivados que ingresan menos; si el precio del azúcar disminuye es preciso desmantelar la industria azucarera, pero cuando sube ya no tenemos azúcar ni derivados para exportar; si el valor del USD aumenta, nos cuesta más importar, en tanto si baja, nuestras exportaciones se derrumban. «Algo huele mal en Dinamarca», diría el rey Lear.
Respecto a la política económica, es evidente que las medidas que se conciben, casi siempre desconocen factores que los decisores —al parecer distraídos con tantos aspectos a evaluar—, suelen pasar por alto y al final nos pasan factura colectiva. A ellos en su amor propio, pero fundamentalmente al pueblo que queda a la espera de lo prometido.
Es como si la economía se empeñara en moverse según sus propias leyes e hiciera caso omiso a las decisiones de los iluminatti. El malestar ciudadano debiera dirigirse a los enredos del mercado, no cargar contra los ocupadísimos cuadros que desgastan sus neuronas buscando las mejores soluciones para el país. Un ejemplo evidente es el de la circulación monetaria.
-II-
Hasta los años noventa, en momentos en que el USD estaba prohibido, algunos se lo agenciaban para comprarlos a siete pesos y llevarlos a la rusa del barrio con el objetivo de que les comprara regalos en las diplotiendas. Luego se declaró su libre circulación y, cuando vinimos a ver, el gobierno de los Estados Unidos, en lugar de estar feliz con nuestra decisión, nos puso trabas para usarlos en el comercio internacional. Así que los sacamos del mercado interno y fueron multados con un gravamen del diez por ciento, para que nos respeten.
Los criticones afirmaron que eso espantaría al turismo latinoamericano y cubanoamericano y que los inversionistas pondrían el grito en el cielo, pero nuestro CUC soberano se adueñó de la circulación, aunque algunos dijeran que no era más que una ficha para cubanos que representaba un USD sobrevalorado. Peor aún, la sabia decisión transitoria —apenas duró dieciocho años— de utilizar una doble tasa de cambio: 1×1 para las empresas estatales y 1×25 para la población, llegó a ser calificada por los francotiradores como disparate que alteraría todo el funcionamiento económico y arruinaría la producción nacional.
Cuando se decidió eliminar esa situación y devolver su lugar al peso cubano mediante la «Tarea Ordenamiento» (TO), esos mismos que desde hacía años querían eliminar el CUC insistieron en provocar el malestar general, argumentando que este era el peor momento, cuestionando que no lo hicieran antes y porfiando que se debió haber fomentado primero la producción para luego hacer cambios en la circulación. Solo gracias a la labor de explicación y comprometimiento de los que llevaban más de una década obligados a viajar por el mundo estudiando experiencias de circulación monetaria en los cinco continentes, fue que logró convencerse a la población incrédula de las ventajas que recibiría.
Por desgracia, durante su ejecución varios factores impredecibles provocaron malestar en amplios sectores de la población, que ciertos exagerados tildan de generalizado: una pandemia que asolaba al mundo hacía un año y se había hecho la vencida en nuestro país; la demora del presidente Biden en cumplir su palabra empeñada como candidato de aflojar las medidas de Trump contra Cuba, algo nunca visto en la política de aquel país; y la inflación, que estalló desde que se difundieron los nuevos precios de la TO y no frena por muchos llamados de las máximas autoridades a que se detenga.
Menos mal que siempre se dejó abierta la posibilidad de que algunas personas pudieran comprar artículos —primero de alta gama y luego de media, baja y bajísima— en un novedoso mercado, único en el mundo, donde no se utiliza el USD, sino la tarjeta magnética en MLC.
Aunque algunos aseveren que es una nueva forma de dolarización, simplemente porque las tarjetas están nominalizadas en USD, lo cierto es que ni siquiera se pueden cargar con la moneda enemiga, que abarrota las bóvedas de nuestros bancos. Únicamente es posible hacerlo con otras divisas de países capitalistas que sí nos estiman, lo cual encarece el envío de remesas por los que se fueron y permite dejar mayor cantidad de bienes para el mercado en pesos, alias CUP.
El problema mayor para el Gobierno/Partido/Estado, es que el malestar ha tomado cuerpo en múltiples formas de crítica, rechazo y disidencia interna que recorren, cual fantasmas, diferentes estratos sociales y se manifiestan en variadas formas: huelgas de choferes y cocheros, reclamos a autorizar profesiones libres (guías turísticos, arquitectos, ingenieros), protestas de artistas e intelectuales contra decisiones y reglamentos, (27N), plataformas ciudadanas en redes sociales (Articulación Plebeya, Archipiélago).
La mayor expresión del malestar general fue la sublevación de los obstinados del 11-J, entonces escribí:
Frente a los brotes espontáneos de protesta popular, la respuesta del Partido/Estado/gobierno fue de pura continuidad: ninguna concesión, cero diálogo con los participantes; mucho tonfazo y detenciones. El secretario-presidente, en comparecencia pública donde se olvidó del Estado de Derecho proclamado en la Constitución 2019, llamó a los seguidores de la Revolución a salir a imponer el orden por la fuerza bajo el lema La calle es de los revolucionarios.
Ahora el malestar se amplifica ante las extensas penas de prisión que se están imponiendo a los protestantes, al añadirse a los cargos iniciales de escándalo público y desacato el muy grave de sedición, y considerarlos como miembros de un complot internacional jamás demostrado. Esta artimaña judicial entristeció numerosos hogares cubanos en este fin de año y levanta otra bandera de lucha para el 2022: la de la libertad de los presos políticos, injustamente castigados por participar en una protesta pacífica.
Ojalá este sea un año de reconciliación y diálogo para Cuba, donde el sentido de malestar e inconformidad ceda paso a un proyecto de país más aglutinador, democrático y participativo; que dé cabida a todos los cubanos y cubanas, dentro y fuera de la Isla, aunque haya mucho que luchar todavía para lograr este sueño.