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Trump vs Biden: el primer round

por Carlos Alzugaray Treto 7 octubre 2020
escrito por Carlos Alzugaray Treto

“Un show de mierda” (a shitty show), “el caos”, “un desastre total”. Según el sitio digital Vox, éstas fueron algunas frases utilizadas por observadores que comentaron el primer debate presidencial entre Donald Trump y Joe Biden el martes 29 de septiembre. Chuck Todd, el conductor de Meet the Press, lo resumió: “Fue una catástrofe ferroviaria. Pero fue una catástrofe ferroviaria provocada por una sola persona. Quiero decir, sabemos quién lo creó. El presidente Trump lo hizo”.

Ha pasado una semana y las repercusiones siguen, ahora matizadas por la infección por COVID del presidente. La ironía es evidente: Trump enfermó precisamente por no cuidar las reglas de distanciamiento objeto de sus burlas contra Biden. Además, quedó en el aire la celebración del segundo debate el 15 de octubre.

Efectivamente fue un espectáculo abominable que decepcionó a buena parte del electorado y dejó mal sabor en una campaña ya compleja. Desde la Habana, limitarse a hacer constar el fracaso y reprobarlo no es suficiente.

  1. El contexto.

El hecho contextual más relevante es que estas elecciones tienen lugar en un momento de polarización política, enmarcada en un cuadro de múltiples crisis que precedieron a la pandemia actual y se han agravado por su causa. Como ha argumentado George Packer en un texto aparecido en junio en The Atlantic, bajo el título “We Are Living in a Failed State”, no ha sido el virus el que ha quebrantado Estados Unidos, lo que hizo fue revelar lo que ya estaba quebrado.

Ante esa situación hubiera sido preferible que la ciudadanía pudiera escoger entre dos candidaturas más diversas. Sin embargo, habrá que elegir entre dos hombres blancos y adultos mayores pertenecientes a la clase dominante.

Sabemos mucho de quién es y qué representa Donald Trump. Su propia sobrina ha descrito su carácter en los siguientes términos: narcisista, sociópata, racista, misógino, mentiroso, entre otros. Sus negocios han recibido la calificación de “lumpencapitalismo” como ha propuesto Samuel Farber, en un artículo para la revista Nueva Sociedad. Antes del 2016 no tuvo una membresía fija en ningún partido.

Como líder político, Trump se ha comportado como un populista autoritario que se ha impuesto a su partido y lo ha convertido en un dócil instrumento de una administración de claros rasgos patrimoniales. El presidente ignora las instituciones y gobierna con su familia y con sus asociados.

En contraposición a Trump, Joe Biden tiene un origen más modesto y una trayectoria más estable y discreta. Se le puede describir como abogado, demócrata, político de profesión y de origen modesto en el estado de Pennsylvania. Ha servido como senador por Delaware de 1972 a 2008 (36 años) y como vicepresidente en la administración de Barack Obama de 2009-2017 (8 años). En su niñez y adolescencia tuvo que lidiar con una limitación física, era tartamudo.

Ya siendo adulto perdió a su primera esposa y una hija en un accidente de tránsito (1972) y a un hijo que enfermó de cáncer terminal del cerebro (2015). Aspiró a la presidencia por primera vez en 1988. Ha sido una pieza clave de los manejos políticos de su partido en el senado. Una buena parte de la izquierda progresista lo ve como un político burgués más, incluso partidario del neoliberalismo.

Trump dirige un partido republicano que sigue siendo el partido del sector más conservador del gran capital. Es también el partido favorecido por los grupos reaccionarios y de supremacistas blancos. En los últimos años, y gracias en gran medida al populismo del presidente, se le han sumado sectores de la clase media y obrera que ven amenazada su identidad nacional por la creciente diversidad de la sociedad norteamericana y su estatus económico por las políticas globalizadoras de las elites de poder.

El partido demócrata, aunque también sirve al gran capital, es asimismo el partido al que afluyen tradicionalmente las minorías oprimidas. No es extraño que en sus filas se hayan manifestado ideas progresistas y hasta socialistas. Esto último ha tenido mayor influencia en los últimos años bajo el liderazgo del Senador Bernie Sanders, como ha argumentado el Profesor Patrick Iber de la Universidad de Wisconsin recientemente, en la revista Nueva Sociedad.

La coyuntura.

Lo que hace significativos los debates no es que sean decisivos, aunque a veces lo han sido. Definir un “ganador” puede ser una empresa ilusoria. Para muchos observadores Hillary Clinton “ganó” los tres debates del 2016 pero eso no impidió que perdiera las elecciones.

La importancia de los debates está dada porque es la única ocasión en que la ciudadanía puede ver a los principales candidatos enfrentándose mano a mano y explicando cuáles serán sus programas de gobierno. O al menos así estuvieron diseñados durante años.

Al momento de celebrarse este debate, la coyuntura política se caracterizaba por la sostenida ventaja de Biden en las encuestas de opinión, instrumento controversial pero irremplazable para analizar las campañas electorales. Entre 5 y 10 puntos a nivel nacional y entre 1 y 7 puntos en los estados péndulo más importantes, ganados por Trump en el 2016: Arizona, Carolina del Norte, Florida, Michigan, Pennsylvania y Wisconsin. Esto imponía el mayor reto al presidente: cómo producir un viraje en esa situación.

Aunque Donald Trump era el que estaba más obligado a lograr sus objetivos, Joe Biden era el que tenía más que perder. Cualquier error de su parte podía erosionar esa ventaja que le dan las encuestas. Debía prevenirse de cuatro líneas de ataque que le lanzaría el presidente: está muy viejo y débil; su hijo más pequeño, Beau Biden, se ha beneficiado de tratos corruptos con gobiernos extranjeros; está controlado por el ala izquierda y socialista del partido; y es un político muy débil cuando se necesita mano dura para mantener la ley y el orden desafiada por movimientos violentos como el Black Lives Matter.

Aunque Biden arriesgaba más, su objetivo era más limitado: exponer sus puntos de vista de manera ponderada y coherente para así desbaratar los ataques del presidente que, generalmente agresivos y mendaces. Y resistir la tentación de involucrarse en una competencia de epítetos con Trump.

El vicepresidente debía, además, focalizarse en el objetivo principal de su campaña: estas elecciones son un referendo sobre el presidente y su manejo de la crisis pandémica. Al propio tiempo atacarlo en el tema de los impuestos no pagados y algún otro flanco débil.

A diferencia de la campaña del 2016 en que pudo asumir una actitud ofensiva por ser el candidato opositor, en el 2020 Donald Trump llevaba más de 3 años en el gobierno y tenía una trayectoria que defender.

Como señaló David Leonhardt en su columna matutina en el New York Times del 1ro de octubre, aún antes de que fuera electo candidato demócrata, el vicepresidente era considerado como el contrincante más difícil por el propio Donald Trump. Contrario a los cálculos de este último, el partido demócrata resolvió sus debates internos y se creó una plataforma y una alianza entre Joe Biden y Bernie Sanders. Esto era su peor pesadilla aún sin la pandemia y sin las manifestaciones contra el racismo estructural del verano.

Otros elementos políticos presentes en el 2020 diferentes del 2016 son: se espera que haya muchos votos adelantados y por correo y de hecho ya se está votando; según las encuestas, el porciento de indecisos este año es mucho menor, 3-4% contra 8-10% en el 2016; y, finalmente, la estrategia de desprestigiar al contrincante, que fue tan efectiva contra Hillary Clinton, no ha funcionado de la misma manera contra Biden.

El fallecimiento de la jueza de la Corte Suprema Ruth Bader Ginsburg el 18 de septiembre fue una oportunidad para Trump y el partido republicano. Pero era un asunto que había que manejar con pinzas. Las encuestas indicaban que el electorado prefería que no se propusiera a nadie para sustituirla hasta después de las elecciones, como sucedió en el 2016 con el fallecimiento del magistrado Antonin Scalia.

Entonces Mitch McConnel, el líder de la mayoría republicana en el Senado se había negado a procesar la propuesta del Presidente Barck Obama alegando la cercanía de unas elecciones generales. Es una contradicción, y sin embargo, tanto Trump como McConnell siguieron adelante en una abierta jugada de copar la  Corte con jueces conservadores. Encuestas realizados por esos días indican que la ciudadanía preferiría que la vacante en la Corte sea cubierta por el que sea electro presidente el 3 de noviembre.

Del lado negativo, al presidente le salió otro problema imprevisto, “una sorpresa de septiembre”, el 27 de septiembre, 48 horas antes del debate, el New York Times reveló que poseía documentos que demostraban que había estado o desfalcando o aprovechándose de las fisuras fiscales para no pagar impuestos durante años.

El debate.

Como ya se apuntó, el debate fue descarrilado por el presidente con sus constantes interrupciones. Llegó a hostilizar tanto a Biden, ignorando al moderador Chris Wallace, que este tuvo que llamarle la atención. También hizo evidente que no quería o no podía responder las preguntas muy concretas que éste le hizo sobre el plan de salud con el cual pretende sustituir la Ley de Salud de Obama (Affordable Care Act) o sobre los impuestos que no ha pagado.

Pero el error más importante que cometió Trump fue evadir reiteradamente el condenar a los grupos supremacistas blancos y a la violencia de derecha racista para terminar con una frase ambigua que ha puesto en una situación incómoda a los propios legisladores republicanos.

En tanto, la estrategia central de lograr que Biden cometiera algún error que demostrara su falta de agudeza y senilidad fracasó por las propias interrupciones del presidente, quien no lo dejaba desarrollar ninguna idea.

Joe Biden no tuvo una participación espectacular, pero si decorosa, con lo cual evitó lo peor que le podría haber pasado, en este caso ayudado por las propias interrupciones de Trump. Por otra parte, logró encajar algunos golpes, sobre todo cuando dirigiéndose a las cámaras de TV enfatizó la necesidad de cuidarse del contagio y de respetar las medidas de distanciamiento social o cuando argumentó, para rebatir el ataque de Trump respecto a su hijo, que el debate no era sobre las familias respectivas de cada contrincante sino sobre la familia de norteamericanos comunes que sufrían con la pandemia.

Su llamado se reivindicaría cuando no habían pasado 72 horas y el presidente reconocía que se había contagiado con el COVID.

La actuación de Biden no estuvo exenta de algunos errores: se dejó arrastrar a intercambios personales con el presidente, calificándolo de “payaso” en un momento del debate.  Aunque en condiciones normales esta frase hubiera sido criticada por irrespetuosa, no tuvieron mayor significación por la forma en que Trump se comportó.

El presidente sí cometió reiterados errores al negarse a responder, interrumpir a Biden o combinar las dos cosas. Debe ser antológica la respuesta a una pregunta sobre su programa económico, en la que argumentó que Estados Unidos vivía su mejor momento, pero la economía se hundiría si elegían a Joe Biden, sin decir por qué.

La reacción de Biden a los ataques de Trump por su acercamiento a la izquierda pudo crearle un problema pues dijo: “El Partido Demócrata soy yo”. Sin embargo, después del debate, rápidamente Bernie Sanders aclaró que ello no le preocupaba y anunció que comenzará a hacer campaña por el vicepresidente.

En resumen, como argumentó un titular del New York Times, la actuación de Biden no fue perfecta pero su performance en el mismo estuvo muy por arriba del listón tan bajo que la propia campaña de Trump promovió.

Un punto final y quizás lo más grave fue que en un agresivo intercambio con el moderador Chris Wallace, Trump se negó comprometerse en que acataría los resultados, un hecho inédito en la historia de las campañas presidenciales. Agregó que en el voto por correo se estaban dando fraudes como los que nunca se habían visto antes y llamó a sus seguidores a hacerse presentes, lo que se interpretó como un intento de intimidación. La táctica del presidente es transparente: va a cuestionar las elecciones si el resultado no le es favorable. Incluso para eso el nombramiento de una jueza conservadora al Tribunal Supremo le vendría como anillo al dedo.

Como quiera que se analice, el resultado del debate no fue bueno para Donald Trump, aunque puede haber complacido a sus bases. Su constante intervención puede haber dado la impresión de que ganó, pero su objetivo central no se logró: provocar un error a Biden. Aunque su comportamiento pudo haber consolidado el apoyo de sus bases, no parece ser que su estilo le haya favorecido en expandirlas.

El retador, sin embargo, salió sólo con heridas menores a pesar de barraje del presidente. Dos síntomas favorables a este último es que las encuestas inmediatas hechas por algunos medios dieron unánimemente que había ganado y, por otra parte, su campaña anunció haber recibido unos 4 millones de dólares en donaciones inmediatas en las primeras horas después del debate.

Pero quizás lo más significativo es que apenas 48 horas después se conoció que el presidente se había infectado con el coronavirus aparentemente como consecuencia de un evento público organizado en la Casa Blanca el sábado 26, precisamente para presentar a la jueza Amy Coney Barrett, sin que se aplicaran con rigor las directivas de distanciamiento social. Este hecho le ha dado un giro inesperado a la campaña y ha puesto sobre el tapete la principal crítica que le hace Joe Biden, la ineficiencia de su respuesta a la pandemia del COVID.

7 octubre 2020 20 comentarios 1k vistas
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Desmesuras de pandemia

por José Manuel González Rubines 16 septiembre 2020
escrito por José Manuel González Rubines

Aunque no es práctica común a todos los municipios del país, hace poco pasó ante mí la caravana que en Los Palos recoge a los contactos de casos confirmados con la COVID-19. La modorra dominguera de ese pueblo sur-oriental de Mayabeque se quebró con el maullido de las sirenas de carros de policías. Tras una patrulla, medio pueblo congregado en sus portales vio pasar a un auto con médicos, seguido por dos guaguas y otro auto, también con sirena, que se atravesó en medio de la calle como en una película de gánsteres. Venían a recoger a un hombre, vinculado a un caso recientemente confirmado.

La escena era temible, por atípica y desmesurada. Y se volvía aún más dramática puesto que los contactos que iban en las guaguas, colectados en otros barrios, saludaban desde detrás de las ventanas con el rostro colorado y empapado de lágrimas, como si fueran rumbo a Auschwitz para ser gaseados. Terminado el desagradable desfile, una idea se materializó en grito colectivo y rompió el sobrecogimiento reinante entre los vecinos: ¡Qué espectáculo!

Ciertamente, qué espectáculo. Movidos en aquella caravana que consume el combustible faltante para tener siempre disponible alguna ambulancia –porque, vale recordarlo, a la gente aún le dan infartos, apendicitis, o derrames cerebrales- los contactos de los casos confirmados recorrieron el pueblo como los leprosos en el Medioevo. En este caso, las tablillas de San Lázaro que anunciaban su paso fueron aquellas chillonas sirenas.

Ambulancia cubana transporta casos de COVID19. Foto: Rodolfo Blanco Cué / Juventud Rebelde

Por alguna razón que desconozco, desde que aterrizó en nuestra tropical república, el coronavirus exacerbó esa propensión dañina y casi intrínseca en nosotros a los extremos, a lo surreal. Sobran ejemplos que son caricaturescos para ilustrar eso, mucho más que este, particular y localizado.

Imposible olvidar como después del tremendo esfuerzo bastante exitoso por controlar el virus, las autoridades relajaron las medidas ante la cercanía de los meses de vacaciones y eso trajo este rebrote, más terrible según los números que el brote inicial y que ha comprometido, entre otras muchas cosas, el inicio normal del curso escolar.

Ciertamente, la situación parecía más o menos controlada en aquel entonces y con el lenguaje épico ya conocido quisimos pregonar que habíamos “ganado la batalla”, en lugar de esperar antes de permitir que la gente fuera a celebrar a playas, piscinas y bares. Pero no esperamos y como el virus no entiende de épicas, volvió cariñosamente, gracias a la ligereza de los de arriba y a la imprudente indolencia de los de abajo.

Desmesurada como pocas cosas ha sido también la llamada lucha contra las ilegalidades, que junto a la novela cubana, se ha robado el show de las noches familiares. Ante la llegada de la COVID-19, como si de una esperada visita sorpresa se tratara, con más saña que nunca un ejército de oficiales, guiados por las denuncias de oficiosos, se ha lanzado contra acaparadores, coleros y revendedores.

Han multado y prendido a otros hombres y mujeres que, en muchos casos, llevaban años cometiendo la misma ilegalidad, en el mismo lugar y ante la misma gente. Pero parece ser que su tiempo de correrías se ha acabado y ahora, por antojos pandémicos, deben cumplir con la ley.

Y eso está bien, mejor tarde que nunca. Pero las ilegalidades son únicamente una consecuencia de la precariedad económica que campea desde hace muchísimo; las causas siguen inamovibles, como las rocas prehistóricas de Stonehenge, y la auténtica corrupción muchas veces se esconde tras informes, en oficinas, lejos de colas y sudores, entretenida en reuniones infértiles.

Algunos de esos casos –que han merecido un curioso spot televisivo con el simpático hashtag #NoMarquesMás y la correspondiente frase de Martí endilgada -hacen reparar en otras desmesuras. Un ejemplo es lo referido a los revendedores de divisas internacionales. Ciertamente, el Código Penal cubano establece sanciones para tal delito. Eso es incuestionable. Pero incuestionable es también la existencia de tiendas que operan en Moneda Libremente Convertible (MLC), que se adquiere a partir de divisas internacionales las cuales, irónicamente, resultan imposibles de adquirir de manera legal en Cuba.

Entonces, ¿solo pueden comprar en esas tiendas quienes tengan personas en el exterior que les manden el dinero? ¿No tienen derecho a ellas el resto de los cubanos, esos a los que no se les fue una tía cuando el éxodo del Mariel o un primo en la Crisis de los Balseros? Resulta que ahora a esos que se fueron, para reflotar nuestra economía socialista, sí los queremos, sí los necesitamos. ¿Qué hace quien no tenga manera de obtener las divisas, si muchos productos de extrema necesidad solo se consiguen en esas tiendas?

Otro de los casos paradigmáticos es el del productor ilegal de queso blanco. Sus niveles de productividad, la calidad de su oferta y la inexistencia de esta en el mercado estatal, lejos de despertar la solidaridad ante la detección de un delito, generó cuestionamientos en torno a la incapacidad del Estado de satisfacer muchas demandas y las reservas que existen en el sector no estatal de hacerlo, si no estuvieran estás coartadas por un sin número de trabas, inexplicables en su mayoría.

Tales prácticas empresariales, aun al margen de la ley, contienen la solución a algunos de nuestros problemas más acuciantes, por extrapolación del principio homeopático de que lo similar cura lo similar (similia similibus curentur).

Precisamente en el ramo de ese asunto se inscribe la infausta intervención en una reciente emisión de la Mesa Redonda del compañero Sobrino Martínez, quien dirige la Industria Alimentaria, una de las carteras más sensibles por su incidencia directa en el bienestar -o malestar, dado el caso- de la población. El carismático ministro ha puesto al descubierto la incapacidad de algunos actores políticos para liderar procesos fundamentales y ha llevado al extremo lo grotesco del discurso político, en tiempos tan sensibles como estos.

Conocemos qué hacer para combatir el virus y lo estamos haciendo.

También sabemos desde hace mucho qué hacer para mejorar la economía, al menos la parte que nos corresponde, pero por causas que escapan al entendimiento siguen sin materializarse y seguimos entregándonos a extremos que convierten nuestra existencia en un calvario invivible. Tras cada ensayo fallido, debajo de los experimentos y las medidas que no cuajan, estamos los cubanos.

Entre tripas, gallinas decrepitas y toneladas de croquetas imaginarias; sudando la vida en colas permanentes, huyéndole a un virus que se niega a dejarnos, esperando una unificación monetaria que es como un muelle de tira y encoge, sufriendo los últimos capítulos de El rostro de los días y vigilando que del arco de las Antillas Menores no venga un ciclón que nos dé el tiro de gracia, pasa la mayoría de este pueblo sus días de pandemia, soportando, aguantando, sobreviviendo. Hay que ver hasta cuándo.

16 septiembre 2020 19 comentarios 1k vistas
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San Cristóbal de la Culpa

por Alejandro Muñoz Mustelier 4 septiembre 2020
escrito por Alejandro Muñoz Mustelier

Nos creíamos salvados. Las políticas gubernamentales y el esfuerzo de la población daban muestras inequívocas de una recuperación al alcance de la mano. Amén de los decesos y el número de infectados, que no son sólo datos estadísticos sino vidas, la curva de tendencia descendía visiblemente por debajo de los pronósticos más conservadores. De repente el rebrote, los eventos en La Habana y la tristísima vuelta atrás.

Aunque era esperado el contraataque del virus, no se había previsto que fuera en tal magnitud, ni por motivos tan fútiles como una fiesta multitudinaria o un club violando cada uno de los protocolos establecidos. Noventa y tres casos en un día emulaban con los momentos más duros de la epidemia. La reacción no se hizo esperar.

En las redes, en las calles, la opinión general culpaba a los habitantes de La Habana de la arremetida del virus: irresponsables, indolentes, indisciplinados, anárquicos, poco higiénicos –por usar un término publicable- y otros calificativos para los que siquiera existen términos publicables adornaron y adornan el gentilicio habanero en estos días. Pero qué es un habanero exactamente.

En el 2018 nacieron en esta ciudad 19800 personas, pero llegaron 21300 de otras provincias. Eso sólo en un año, se supone que la cantidad de inmigrantes del interior del país que viven en la ciudad sea de más del 25%, o sea, más de medio millón de personas. Por otra parte la emigración de habitantes de La Habana al extranjero oscila entre 15000 y 16000.

Con estas cifras es difícil hablar de un núcleo cultural habanero inamovible, sino que como sucede en casi todas las capitales este núcleo cultural se va modificando y reinventándose a sí mismo de acuerdo a las influencias externas. Por eso, la conducta habanera es la conducta de cualquier persona que viva en la Habana, no importa de dónde ni cuándo llegó, qué vino a hacer aquí, cuáles son sus orígenes o su nivel cultural.

El modo de vida habanero no es exclusivo de quien ha nacido en esta urbe, más bien es la combinación de los modos de vida que desde su fundación ha ido recibiendo y reciclando. No ha habido un sólo momento histórico en que no se hayan importado costumbres tanto del interior como de otros países, ahora más que nunca.

Por otra parte, cualquier estancia prolongada en la ciudad hace que se asuman actitudes y estéticas propias del lugar. Otro aspecto a destacar es la inevitabilidad estadística, o sea, en una población masiva hay muchas más probabilidades de que la contención falle, estas probabilidades son directamente proporcionales al número de habitantes; no fue necesario que diez mil habaneros, por poner un número, violaran ostensiblemente los protocolos establecidos, con tres o cuatro bastó, pero incluso en la sociedad más disciplinada –que no somos- tres o cuatro transgresores no es un número a tener en cuenta.

El problema es que tratamos con un virus, y la menor brecha se convierte en un problema serio porque además hablamos de una ciudad muy pequeña con más de dos millones de habitantes entre residentes y población flotante, por lo que el hacinamiento es una realidad, la forma caótica de apertrecharse de bienes de consumo es característica, y lamentablemente, la conceptualización y aplicación de las leyes es, muchas veces, flexible.

Culpar de eso a toda la población de San Cristóbal de La Habana es, además de una generalización, un facilismo. Los mismos eventos en otras ciudades y poblaciones del país –que los ha habido- hubieran tenido consecuencias más discretas.

La forma en que el rebrote ha tomado a la ciudad tiene culpables puntuales, tengo entendido que la ley ha tomado cartas en el asunto. La respuesta nunca puede ser la estigmatización de una población completa. Indignados vimos cómo gran parte del mundo estigmatizó a los chinos y a los asiáticos en general cuando comenzó la pandemia, era sólo cuestión de ojos rasgados, una especie de fascismo epidemiológico por parte de muchos medios occidentales. Por supuesto que el caso en cuestión no llega a esos extremos, pero llega a un estado de opinión, y con eso es suficiente.

4 septiembre 2020 22 comentarios 460 vistas
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cola

Cola avisada no mata delincuente

por Alejandro González 27 julio 2020
escrito por Alejandro González

Hoy no fui a trabajar. Me atreví, en cambio, a participar en una cola para una supuesta venta de aceite y productos de aseo personal en el Punto de Ventas situado en la esquina de Manzaneda y Milanés, en la céntrica urbe matancera. Creí que podía permitirme ese lujo pues, siendo profesor universitario y estando a un día exacto de terminar oficialmente las labores de preparación del próximo curso escolar, no sería demasiado negativo el impacto de mi ausencia al trabajo y sí muy positivo en mi hogar.

Normalmente soy bastante exigente conmigo mismo y si no voy a la universidad me quedo en casa y, a tono con estos tiempos de COVID, trabajo en mi preparación de asignaturas y en mi investigación científica.

Pero hoy el tiempo estaba malo. Habían anunciado fuertes lluvias y tormentas para la zona occidental y temí también que no pudiera aprovechar mi tiempo de máquina en la universidad porque habrían de apagarse las PC en una zona donde siempre caen sus buenos rayos. Finalmente no llovió en toda la mañana y heme aquí, escribiendo esta crónica. Sin aceite y sin aseo.

Sí, porque al final no llegó. En cambio lo que trajeron fue ron, agua mineral y frazadas de piso, productos que ya estaban en existencia en el mencionado Punto. Confieso que me sentí un poco frustrado porque ya me veía con mi botella de aceite y mis jabones y había soñado con la remota posibilidad de adquirir un tanque de 5 litros de aceite, que era lo que se comentaba que llegaría. Pero mi frustración es poca comparada con la de los primeros turnos de la cola de hoy.

De acuerdo al vox populi, las colas en todos los establecimientos de ventas ya están arregladas.

Son como las carreras de caballos o las peleas de boxeo profesional en países capitalistas en las que se apuesta al ganador antes de la carrera o la pelea pues ya se conoce el desenlace. Hay una cierta cantidad de personas que siempre son los primeros en todas las colas, no importa si es para adquirir aseo personal, aceite o pollo. Ellos son los primeros por decreto de ellos mismos.

En el caso de Manzaneda y Milanés, estos “coleros” se decretaron primeros a partir de su pretendida marginalidad y guapería de solar, donde, a base de escándalo y chusmería, han secuestrado la primacía de todas las colas de este y otros Puntos de Ventas.

El resto de las personas, más educadas y menos agresivas, se abstienen de entablar careos verbales en medio de la calle con estos seres que no respetan ni los años de los más viejos. Ello podría desembocar en una pelea con agresiones físicas, a la cual estos individuos estarían más que dispuestos con tal de hacer valer su pretendido número uno.

Pero, extrañamente, hoy habían dejado que otros ocuparan los primeros lugares. Habían abandonado su conocida estrategia de aparecer a las 2 ó 4 am. a “romper” la cola para declararse primeros. Llegaron “tarde” a la cola, sobre las 8 ó 9am, cuando todos saben que siempre están mucho más temprano. Al llegar el gigantesco camión de distribución, con solo agua, frazadas y ron, reían con sorna y miraban de soslayo a los primeros lugares y en alta voz declaraban que para la próxima semana, cuando importe, ellos serán otra vez los primeros.

Evidentemente habrá alguien bien informado en las instancias de la cadena de distribución, que les confirma sobre qué, cuándo y hacia dónde irán los productos. O pudo haber sido la más pura casualidad. No sabemos. Lo claro es que nadie en su sano juicio hace una cola de dos días, con madrugadas incluídas, para comprar agua mineral, frazadas de piso y ron.

De alguna forma se sabía que vendría el aceite y los productos de aseo personal. Pero no llegaron. Y parece que los “coleros” lo sabían pues no lucharon y bajaron las armas. ¿Casualidad? En mi modesta opinión, alguien les dijo de antemano o cambiaron la distribución para favorecerlos pues ya no tendrían los primeros lugares.

Cola avisada no mata delincuente.

Y uno podría preguntarse ¿Para qué tanto alboroto? ¿Por qué luchan tanto para ser los primeros? ¿Para qué tanto aviso y para qué tanta información sobre lo que distribuirán? ¿Será la típica paranoia de la crisis debido a la pandemia? Pudiera pensarse que este grupo de coleros son de pocos ingresos y necesitan el pollo o el aceite para comer y dar de comer a sus hijos.

Que su pretendida marginalidad, que utilizan para imponerse por la fuerza en las colas, va de la mano con la pobreza y la necesidad, por lo que deben luchar contra todos para asegurarse la comida. Que son como los llamara Herbert Spencer “unos pobres virtuosos”. Nada más lejos de la realidad.

¿Cómo podrían ser los primeros y comprar siempre si no tuvieran dinero? ¿Será que la pobreza es solo del lenguaje y las buenas maneras, solo del respeto a los otros? Pues parece que sí.

Desde la semana pasada se comentaba en ese barrio que el champú que se expendió a 2 y algo en CUC, esas personas inescrupulosas lo vendían a 12 CUC a sus propios vecinos. Yo fui testigo silencioso (pero ya no más) de una venta de paquetes de perros calientes frente al mismo kiosko, casi delante de los ojos de los compañeros de la Policía y del orden público, mientras aquellos se escondían amparados por el tumulto que les sirvió de cobertura.

Estos coleros compran para revender a altos precios. Y compran de todo, por lo que, según su propia lógica, deben ser los primeros en todas las colas para asegurar el negocio.

¿Será que nuestras fuerzas del orden no tienen amparo legal para luchar contra ellos? ¿Que las quejas y comentarios de tantas personas sobre el secuestro a que tienen sometidas las colas en esa esquina, solo a dos cuadras del Gobierno Provincial, no sirvan de nada? ¿Tendremos que soportar impasibles que unos se apropien SIEMPRE de los primeros números de las colas para luego vender los productos a cinco o siete veces su precio original? ¿No puede la PNR hacer algo? ¿O el Gobierno….?

Creo que nuestro Gobierno realiza enormes esfuerzos para proveer a la población de los productos de primera necesidad en medio de una crisis mundial provocada por los efectos de la pandemia del SARS-COV-2. No creo que debamos permitir que ciudadanos como estos se aprovechen de la situación y especulen con estos productos, ni tampoco admito, como he escuchado antes en boca de algunos agentes del orden público, que eso sea simplemente un problema entre vecinos y que la Policía no puede dedicarse a organizar colas.

Quizás sea cierto. Pero la Policía sí puede y debe actuar contra estos delincuentes que agravan la crisis y dañan el prestigio de los que hoy luchan por mantener los niveles de satisfacción de la población para salir todos de la crisis.

En fin, creo que va a llover. Me voy a dedicar a preparar alguna conferencia porque el aceite no llega hasta el martes de la semana que viene. ¿O será el lunes?

27 julio 2020 43 comentarios 568 vistas
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face

The other face of Cuba

por Nilda Bouzo 12 julio 2020
escrito por Nilda Bouzo

I am bewildered as I watch how life unfolds in this country with two faces: the one they show us every day in the news and in the Mesa Redonda… and the real one, the one in the streets, the one we face every time we have to go out, despite being people with a high risk of infection in this pandemic, irrespective of the discipline we maintain, because we want to live. Of course, we want to live while we can manage on our own and our minds remain sound.

According to the news, the most vulnerable people are those who suffer from medical conditions and people over 70, those who live alone, or elderly married couples. Ives is 85 years old and suffers from high blood pressure, and I am 78, with advanced heart disease and other chronic conditions. I walk with the support of a crutch due to osteoarthritis and knee problems. If we catch this new coronavirus, I’m certain we won’t make it.

On the TV they say ‘…we’ve guaranteed that people over 60 who live on their own can stay at home because kind souls visit them daily to help them deal with their basic needs’, and ‘…we have to make sure grandparents stay at home’. They repeat all that every day.

It seems Ives and I are ‘the invisible married couple of grandparents’, or maybe in our neighborhood, the ones in charge have a crystal ball where they can see that we are doing fine because until now no one has enrolled us in any care plan for the elderly so we can stay at home.

I’m not telling this to depress anyone with our human miseries, and I’m sure we’re not a unique case. I’m only mentioning it so you know it’s not true that all senior citizens are taken care of and watched over as they say in the news. I’m aware of what’s happening globally with this pandemic; of the situation in other countries with thousands of sick and deceased people; of how poorly their economic and health systems are faring.

To be frank, today I know more about other countries than about my own.

What they show us of our country and of the way our system works makes one think we live in a dreamland, compared to the rest of the world. Sometimes I ask Ives why we don’t go to live in that Cuba they show us on television.

In the four or five daily newscasts on every channel, they bombard us with news of even a needle lost in a haystack, all the better if it happens in the United States, the country we know more about, with their historic racism, true, their widely known desire to rule the world, true, the blockade that we –most of the Cuban people– have endured, very true… and now it’s the protests that have that country in upheaval and the comments by people in the streets, whom independent journalists interview. And they answer with their hearts, openly criticizing the government’s poor administration. That’s what we see every day on Telesur.

But I’d like to know more about this country, about our deficiencies, our domestic problems; and I’d like it if journalists, as in the rest of the world, would ask any Cuban what they truly think, and that we could also listen to their answers, whatever they are (not just the favorable ones, as they always show you), on Telesur.

Everyone is having a tough time because of the pandemic, but there are differences in the difficulties each country faces. In ours, the greatest danger of infection is in the hours-long lines we must stand in to be able to buy a bottle of cooking oil and a piece of chicken meat, with no guarantee we’ll actually get them, as it happened to us yesterday when we waited in line from 11 am to 3 pm to buy chicken breasts, only for them to announce at that hour that they had sold out. All they had left was the food we shouldn’t eat, so we went home empty-handed and in very low spirits.

Today, still feeling tired from yesterday, we braved going to another shop, because we had to buy something to eat. Two hours into the waiting I could no longer stand due to the pain of my slipped disks, and I asked Ives to take me to the front door of the shop to ask the servicemen who control those activities to please let us in. I had looked at those who were waiting and had seen no pregnant women or elderly people. Everybody was young or middle-aged. At no point were we ignored or mistreated, on the contrary, they explained that if it was up to them, they’d let us in, but that the people in line would protest, which was unlikely, but it was how they saw it.

I explained our situation in full detail: that we are an old married couple suffering from medical conditions and with no one else at home, but their answer was always NO. Felling such helplessness I was overcome by tears. They advised me not to cry because it could affect me. I told them I wasn’t crying, that I just felt nullified as a person and that it seemed unbelievable that a Cuban married couple of our generation were forced to wait in the long lines that form every day at any shop. The people at the front of the line, about to enter the shop and really close to where we stood saw and heard everything. I imagine to them it was like watching one of the best episodes of the soap opera, but none of them were kind enough to raise their voice and ask the group if they opposed our going in, as we’ve done many other times for pregnant women or for people who are even older than us.

Since I told them that too, unable to stop crying because of how helpless I felt, and their argument was still that the other people would be upset, and since my arguments were also sound, his suggestion was: ‘the only thing I can think of, so you can maaaaaaaybe come in, because I can’t guarantee anything, is that next time you come you bring the Rationing Card, to prove to ‘the line’ that you live by yourselves, and also bring your medical summaries, to prove you have conditions… and look… I’ll let you in, but you can’t buy chicken meat’. His words left me ‘astounded’, as the late comedian Churrisco used to say’, which made me feel even worse.

I explained to him that what I must eat is precisely boiled chicken, boiled lean pork (which I can’t find anywhere either), rice and boiled vegetables, because of my blocked coronary arteries. He made a gesture showing he was sorry for our situation and repeated that I could go in, but without buying the chicken meat. There was nothing left to say, nothing left to do staying there for the amusement of the people standing in line. Since we’re educated people, modesty aside, we thanked them and went back home, feeling more miserable than the day before.

I don’t know why that old Belmondo film came to my mind, and I said to Ives that what we had been through could well be called The Tribulations of a sick, lonely old couple in Cuba. That’s the chronicle of our last two days.

The government is handling well the issue of the coronavirus, that’s the talk… but it’s not handling lines well. And those lines, in which both the young and the old must stand, are a source of new cases. It’s hard to understand how the numbers of infected people can go down, because the masses of people outside markets look like the crowds for a film or theater premiere, instead of an organized line keeping the required distance. If they haven’t figured out how to make it easier for people who live on their own… imagine what it’s like for those who are also sick. At least in Vedado, where we live, no one has enrolled us in any plan.

We decided not to stand in a line again.

What happened today, to use an expression, was the straw that broke the camel’s back. We will continue to eat what they sell with the Rationing Card, which could very well be used to sell something extra to people who live on their own if they had the will to make better arrangements. I know this is a country of elderly people, but it’s a smaller number of people like us, who don’t live with a family. And no one is asking that those products be subsidized, only that we have the certainty we’ll be able to buy them at our designated place, but without being exposed standing in a line that’s a danger to anyone, and that could be fatal for a sick, old person.

Here we have such perfect, rigorous, and strict control of the population that they know who lives with a family and who doesn’t. Our friends and relatives who live in countries that have it worse with the coronavirus maintain that we shouldn’t worry about them. They follow safety measures designed to avoid infection, and they can do so perfectly. When they go out to get the necessary groceries for a couple of weeks, they don’t go through the hazardous difficulties to which we Cubans expose ourselves.

Even though it looks like they’ve been able to manage this COVID business with intelligence (which seems to be an amazing miracle because of what we see in the streets every day, leading many to look at the numbers in disbelief), they haven’t been able to handle the situation of long lines for products. They have left that to the good conscience and discipline of the citizens when we all know that Cubans aren’t disciplined even in misfortune. And that’s something that those in charge know perfectly well.

They said on TV that from now on we’d have more solidarity, more sensitivity, more unity, more humanity, but I see the opposite. I feel like the people from my generation no longer belong to this world. Our victories and our illusions have long been left behind, and I’m not exaggerating. Lately, I’ve been wondering whether we became invisible long ago and have failed to notice. The helplessness and indignation we feel are overwhelming.

Translation from the original

12 julio 2020 3 comentarios 513 vistas
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abuela

Abuela, trabajo a distancia y coronavirus

por Caridad Massón Sena 2 julio 2020
escrito por Caridad Massón Sena

El 5 de enero de 2020 nació mi primer nieto Alan. Un mes después yo cumplía 62 años y el día 11 de marzo se reportaban los primeros casos positivos al coronavirus en Cuba. Ya había tomado parte de mis vacaciones para darle apoyo a los nuevos papás, lavar pañales, cuidar a la recién parida, mostrarle mis experiencias casi olvidadas del cuidado de un bebé y recibir de sopetón su respuesta: ella sabía más que yo al respecto, porque Internet lo decía todo.

Esos dos primeros meses fueron muy duros: el niño padecía de cólicos. Los médicos decían que no se le diera nada, solo teta y ejercicios para calmarlo; pero cuando vieron que los dolores seguían, recomendaron medicamentos especiales para el caso y yo cocimiento de anís de España y caña santa. En la combinación de ambos tratamientos, logramos que el bebé saliera adelante, ahora sin saber cuál fue el remedio que solucionó el problema. En ese momento, apareció el nuevo virus que puso en tensión a toda la familia, al barrio, a la provincia, a la nación y al mundo.

La decisión de mandar a los investigadores de mi Instituto al trabajo a distancia para mí fue muy propicia. Podía atender a mi nieto, a mi nuera, a mi hijo (taxista sin trabajo por la pandemia) y, al mismo tiempo, trabajar en mis investigaciones pendientes (segunda parte del proyecto que debo entregar a finales de año, artículos aplazados por terminar, contribución al Grupo de CLACSO al que pertenezco, terminar de revisar un libro sobre las leyendas e historia de mi municipio).

Eso pensaba yo, convertirme en la SUPERABUELA, pero sin estar facultada con SUPERPODERES. Mi debut como abuela era y es un hito en el desarrollo personal, familiar y generacional muy importante. El nacimiento del bebé fue de muy buen impacto psicológico, luego de las recientes pérdidas de mi esposo y mi mamá.

Al principio no fue tan complicado, pero a la medida en que los casos positivos iban creciendo, las muertes se multiplicaban, el número de sospechosos ascendía, no solo a nivel mundial, sino a nuestro alrededor, la psicología del temor al contagio del pequeño, de mi padre de 92 años, de mi hijo que debía salir constantemente exponiéndose para resolver los problemas económicos, la escasez de alimentos, la falta de productos de aseo, etc.

La preocupación por mi otro vástago que vive en México donde la morbilidad de la Covid fue creciendo exponencialmente, en general, fue creando un muro de desaliento y distracción que obstaculizaba el razonamiento adecuado para poder hacer ciencia. Por suerte, el parte del doctor Francisco Durán decidieron pasarlo para las 9 de la mañana y me di cuenta que debía organizar mejor mis esfuerzos laborales sin desatender lo demás.

Las dos horas comprendidas entre 7.30  a 9.30 am  las dedico a conocer lo que está pasando en Cuba y en el mundo. Tan pronto se acaba el parte de la situación epidemiológica, cierro las ventanas de Facebook, Gmail y otras distracciones y comienzo a trabajar. Hice un listado de prioridades. Las urgentes fueron terminadas y ahora me dedico a redactar mis resultados de investigación, de vez en cuando interrumpida por llamados telefónicos.

Alguien que necesita una información sobre las relaciones iglesia-estado, un boletín de CLACSO que requiere mis puntos de vista sobre la ejecutoría del gobierno y los ciudadanos cubanos ante la pandemia, voces de familiares y amigos para saber cómo estamos o para informar que sacaron aceite, pollo, detergente en la shopping, que vinieron los huevos a la bodega.

Cerca del mediodía, me dedico a preparar los alimentos, descanso un poco y a las 3.00 pm de nuevo a las labores. En fin, cosas cotidianas a las que seguimos dando respuesta. Desde mi terraza veo a mi prima, subdirectora de higiene y epidemiología, teléfono en mano, dando orientaciones para  solucionar cuestiones relacionadas con la pandemia y enfrentar también las urgencias de la infestación de mosquitos aedes.

Ella debe hacerlo desde allí, porque su anciana madre está casi inválida, su suegra con cáncer recibiendo tratamiento con sueros citostáticos y su hija  de 14 años en noveno grado recibiendo clases y repasos por televisión para los exámenes de ingreso a la Vocacional, por suerte estos se suspendieron y gracias a sus calificaciones le fue otorgada la beca.

Estos pudieran parecer los primeros párrafos del guión de una telenovela, como hubiera dicho mi amiga, la profesora Ana Cairo, la telenovela de nuestras vidas. Pero dentro del ajetreo cotidiano también hay espacio para las reflexiones, sobre todo en los momentos en que las preocupaciones del presente y el futuro se agolpan y no podemos conciliar el sueño. Todos nos preguntamos ¿cuándo volvamos a la “normalidad” las cosas cambiarán o todo seguirá siendo igual?

Yo pienso que la respuesta dependerá fundamentalmente de lo que hagamos nosotros mismos. ¿Volveremos a acomodarnos en la modorra del cansancio o impulsaremos con nuestra acción las transformaciones que anhelamos?

En estos momentos de crisis, el gobierno y los ciudadanos han demostrado cuánto potencial existe para organizarnos bien, producir y ser solidarios. Cuba, un país pequeño, subdesarrollado, con significativas restricciones financieras y cuya economía se encuentra bloqueada por más de 60 años, ha demostrado como desde el poder se puede manejar el sector de la salud no como un gasto, sino como inversión social humana imprescindible.

Todas las inteligencias pueden contribuir al desarrollo del país, como lo han hecho nuestros científicos de la industria biofarmacéutica y los centros de investigaciones, con ensayos clínicos al aplicar sus experiencias en la producción y adaptación de fármacos para el control y erradicación del virus.

Los problemas más graves que tenemos y que se acrecentarán cuando se regrese a la “normalidad” están relacionados con la situación económica del país a partir del cierre de la principal fuente de ingreso y de empleo que es el turismo, la insuficiente producción interna de productos agropecuarios y las presiones del bloqueo. Se abre ante nosotros una oportunidad para construir el futuro próspero y sostenible al que aspiramos con un máximo de consenso entre las autoridades y ciudadanos.

Hemos visto que en las sociedades donde el mercado impone sus condiciones, se sacrifica de manera brutal la vida humana. En Cuba, debe producirse un proceso de intervención estatal inteligente en los ámbitos de la producción y el mercado, que acreciente el espíritu solidario que llevamos dentro vinculado a la necesidad de producir y obtener un plusproducto que estimule a otros a seguir esa línea de actuación.

Vivo en el municipio de Caimito, provincia de Artemisa. Allí hay importantes ejemplos de fincas agroecológicas que han obtenido resultados destacados en sus producciones y, sin embargo, esos ejemplos no se publicitan, ni se socializan. Existe un proyecto familiar dirigido por el ingeniero agrónomo y doctor en ciencias Fernando Funes Monzote, dedicado al estudio de la ecología, la producción y conservación de recursos naturales  en la finca “Marta”. También allí desarrollan la horticultura, la apicultura, la ganadería vacuna y equina, la fruticultura y el agroturismo.

El sistema de producción, procesamiento, comercialización y consumo se encuentra concatenado con el mercado e incorpora nuevas tecnologías que le permiten aprovechar las adversas condiciones del suelo y el clima. Otro proyecto de muy buenos resultados se realiza en los terrenos usufructuados de “La Burgambilia”, dirigido por el veterinario Alexander Quesada Orta, dedicado al cultivo de hortalizas, plantas ornamentales, ganadería, cría de conejos y apicultura. Ambos se encuentran asociados a la Cooperativa de Créditos y Servicios Jesús Menéndez y han logrado obtener ayudas a través de convenios internacionales para incrementar y diversificar sus producciones.

Como vemos en las distintas esferas de la vida, existen personas talentosas que son capaces de dirigir proyectos eficaces y útiles al desarrollo integral de toda la nación. Es necesario identificar a esas personas que se pueden mover tanto en el sector público como privado y establecer un sistema de relaciones flexible y estimulante que favorezcan el despliegue de esas ramas económicas. También sería prudente utilizar las organizaciones de masas, de profesionales y científicos para lograr ese intercambio imprescindible, sobre todo, en los momentos en que se requiera definir cuestiones esenciales. Este asunto debe extenderse a todos los ámbitos de la vida.

Hay que desterrar la improvisación y la toma de decisiones sin suficiente fundamentación técnica y sin tener en cuenta las opiniones de las personas implicadas. Elevar la calidad del proceso de toma de decisiones sobre la base de estudios previos realizados por personal competente. Eso debe abarcar también las distintas esferas de las ciencias sociales, porque en cuestión de lograr consensos positivos y ajustados a las necesidades más perentorias, estas pueden contribuir de modo importante.

Cuba tiene ante sí una responsabilidad ineludible. Creo profundamente que solo nuestros sacrificios en estos años de Revolución no han sido suficientes. Nos han dado prestigio, nos han dado autoridad, nos han dado crédito, nos han hecho sobrevivir, pero no nos han convertido en el país que las mayorías populares deseen replicar para sus propias realidades. Los graves problemas de nuestra economía no hacen de Cuba la opción más atractiva para los trabajadores del mundo. Este es un momento muy propicio para buscar soluciones prácticas y eficaces en ese sentido, con el apoyo de todos nuestros patriotas y sin abandonar nuestro sentido solidario e internacionalista.

La actitud de Cuba y su sentido humanitario nos conmueve todos los días. Nos emocionó la operación de rescate de los pasajeros y tripulantes de crucero británico MS Braemar que andaba por el Caribe con varios enfermos, para la cual fueron tomadas medidas de seguridad que permitieron que ningún cubano vinculado a la misma resultara infestado.

Nos impresiona la actitud de los más de dos mil profesionales de la salud integrantes de las brigadas de cooperación internacional que contribuyeron en la lucha contra la COVID-19 en decenas de naciones. Solo la solidaridad entre los seres humanos salva a los pueblos. Eso se ha demostrado a partir de la actitud heroica de los millones de personas que están poniendo su granito de arena para detener la pandemia. Por ello creemos justo que como reconocimiento al altruismo de la Brigada Médica Cubana Henry Reeve, le sea otorgado el Premio Nobel de la Paz.

Una vida nueva que viene al mundo y un microorganismo destructor antes desconocido, han hecho pensar a esta abuela en ciernes que tenemos la oportunidad de asumir una actitud reflexivamente novedosa y útil para todos. NO LA DEJEMOS PASAR.

2 julio 2020 9 comentarios 515 vistas
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coronel

El coronel no tiene quien lo siga

por Ariel Pierucci 14 junio 2020
escrito por Ariel Pierucci

Tres meses atrás, no habría visto un live de Paula Massola. La hermana de Diván permanecería en el anonimato. La tapadura de boca de Paula Massola a su cuñada es de sobra conocida. Tres meses atrás, la habría dejado hablar. Sin la frase viral, pocos se habrían preguntado qué hacían ahí. La pregunta, era irrelevante tres meses atrás. Tres meses atrás, no era de gran importancia tener un amigo coronel.

La reacción colectiva ante el video fue inmediata. Se conjugaron todos los factores para sacudir la estructura social: una situación de crisis, una niña inocente, expectativas por las playas, y sesenta años de igualitarismo revolucionario.

El suceso, podría dar pie a la justa crítica hecha a la inutilidad de las celebridades en tiempos de coronavirus. La enajenación tras el video es completa. Muestra más de lo mismo: la supervivencia y actitud ante la pandemia dependen de la clase social de los individuos.

El mensaje no cae muy bien, si el emisor lo envía desde una mansión y el receptor lo recibe en un cuarto de solar. Reitérese la idea: las celebridades han sido inútiles durante el coronavirus. Pero, sería limitado permenecer en este problema. Un trasfondo más importante se impone al análisis: las contradicciones generadas hacia el interior del igualitarismo revolucionario cubano.

Historia primero. El escenario es ideal. El descubrimiento de las ventajas de los coronoles no pudo tener mejor lugar: las playas. A estas, les cabe un gran mérito histórico, fueron el primer servicio en hacerse público con el triunfo de la Revolución. La ley de Reforma Agraria no se había firmado, faltaba mucho para la ley de Reforma Urbana, y ya las privadas e inaccesibles playas eran públicas. No se volvió al estado anterior.  

En los noventa, el turismo amenazó ese derecho. Cayos y hoteles de Varadero, eran prohibitivos, en precio y permiso. En el año 2008, el permiso fue otorgado, bajo la evocación del igualitarismo. Para los precios no servía permiso alguno, pero se puso fin a un debate empezado siempre desde las arraigadas premisas de la igualdad. Las playas, son un derecho tan arraigado, que su cierre o prohibición, sólo generan incomprensión y frustración.

Presente ahora. Coronavirus. Crisis económica. Lucha por sostener la estructura social del igualitarismo. El Ministerio del Interior asegurando las colas. Momento perfecto para tener un amigo coronel. Amistad perfecta para hacer que una niña revele las contradicciones  sociales en catorce palabras.

La reacción social fue inmediata. El choteo supo qué chistes hacer. Y supo del explote de un coronel. Tal asunción, de seguro correcta, lleva a preguntarse por qué fue hecha con tanta rapidez. ¿Por qué todos supimos que había explotado un coronel? Un rápido vistazo a las funciones del Ministerio del Interior en esta etapa de coronavirus, nos dará la respuesta.

Un objetivo ha perseguido el Estado desde el inicio de la pandemia: proteger las garantías del igualitarismo revolucionario. Volcar el sistema de salud al tratamiento de la enfermedad y mostrar por televisión el castigo a acaparadores y receptadores, son dos partes de esa intención. El Estado, se ha visto forzado a cumplir con los deberes contraídos en un pacto social de sesenta años, origen real de su poder. Las colas, no son la excepción. 

Sorprendente sí ha sido, el traslado del igualitarismo a un sector por décadas fuera de él: la red de tiendas en divisa. Libreta de Abastecimiento sí, acceso a divisas no. Era y es esta la línea de la igualdad garantizada. Pero en tiempos de pandemia, cualquier tienda es igualitaria. El Estado, asumió una tarea sorprendente para cualquier gobierno neoliberal: intervino el mercado. Llegó más lejos: lo militarizó. Bajo un único y el único principio posible: todos tenemos derecho.

Una estructura impensable fue trasladada a la red de tiendas en divisa: la cuota. Práctica exclusiva del igualitarismo, estructura básica de su principal figura, la libreta; la cuota entró en el mercado e impuso un cambio de hábitos en un sector al que era ajeno. Puede afirmarse que impuso sus hábitos. Y reveló las verdaderas relaciones de poder en Cuba.

Ante la incapacidad del mercado igualitario tradicional, se trasladó y se apoderó del mercado tradicionalmente desigual. El proceso, no fue cuestionado, por el contrario, fue una demanda. Y se cumplió. 

Frente a la tarea, se situó el Ministerio del Interior. Con más o menos contradicciones. Con desempeños en unos lugares mejor que en otros. Con personal más o menos capacitado. Con decisones acertadas o de risa. Ha cumplido con sus dos objetivos: garantizar el traslado de los hábitos del igualitarismo a la red de tiendas en divisa, y mantener el orden social. En una estructura de planificación y de control funcionarial, los oficiales del Ministerio del Interior, se convirtieron en planificadores y funcionarios de un mercado ahora dominado por las estructuras del igualitarismo. En tres meses, se convirtieron en actores sociales.

A nuevas relaciones sociales, le surgen nuevas contradicciones. La toma del mercado en divisas por el igualitarismo, generó un nuevo funcionario: el oficial del MININT. Y adquirió cada característica de esa condición. Poder de decisión y dominio de información se convirtieron en sus rasgos más notables. Y propio de las sociedades de distribución centralizada y planificada, conscientes o no, a gusto con ello o no, adquirieron influencia social. Hecho consumado desde la primera petición de un favor, búsqueda de su amistad o intento de soborno.

La presencia del MININT en la red de tiendas en divisas, constituye el ejercicio directo del poder del igualitarismo revolucionario sobre el mercado. Su correcto funcionamiento, ofrece legitimidad al Estado. El coronavirus, ha evidenciado todas las contradicciones sociales. Las ha puesto a flor de piel y en cualquier parte se notan y molestan. Entre ellas, destacan las diferencias de clases sociales. Diluidas y a la vez muy claras en este contexto. 

En tiempos de coronavirus, el Estado y el consenso social, sólo han dejado espacio para el igualitarismo. Antes del coronavirus, crearon grandes espacios para clases sociales ajenas a la igualdad. Cuotas y límites, son palabras extrañas a los oídos de tales clases. La burguesía, no encaja en el igualitarismo. Es su condición antagónica. 

El igualitarismo, es la fuente de poder del Estado. Este rasgo, imperceptible en circunstancias anteriores, se hace más evidente en momentos peligrosos para su puesta en práctica. La incapacidad del mercado igualitario tradicional para satisfacer las necesidades sociales, el traslado del igualitarismo al mercado en divisas y su mediocre comportamiento, y, en general, la búsqueda desesperada por el Estado de conservar las bases igualitarias de la sociedad, ponen en alerta ante cualquier indicio de resquebrajamiento de tan arraigada estructura.

En tal percepción, no participa sólo el Estado. El coronavirus, ha demostrado la dependencia de la mayor parte de la sociedad hacia las garantías del igualitarismo revolucionario. Incluso, las clases habituadas a la compra de productos en la red de tiendas en divisas, se han visto perjudicadas y a la vez beneficiadas por el traslado del igualitarismo.

Perjudicadas, por los límites a la capacidad de compra; beneficiadas, por un derecho al alcance de todos. Si un último hecho queda demostrado, es la invariable respuesta social igualitaria en Cuba ante los problemas económicos y sociales.

Paula Massola y su cuñada, encarnan una forma de vida, de todo menos igualitaria. Su live, además de su alto nivel de enajenación y desentendimiento de los problemas sociales, es la muestra de comportamientos intolerables por el poder nacido del igualitarismo. Tal poder, sólo percibirá en las palabras de la niña, y en los favores del amigo coronel, una amenaza. La medida tomada, será en reafirmación de ese poder.

Sea cual sea el destino del coronel, dependeremos por un buen tiempo del igualitarismo. Momento correcto para pensar y hacerse preguntas sobre cuál variante económica elegir ¿Más mercado? ¿Para quién? ¿Más igualitarismo? ¿Para quién? ¿Producir? ¿Qué, de dónde y para quién? Son todas preguntas imprescindibles, pues Cuba es la única sin un amigo coronel.

14 junio 2020 21 comentarios 492 vistas
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virus

The State, the Virus and the Sewing Machine

por Yassel Padrón Kunakbaeva 18 abril 2020
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

The idea for this article on the virus came from reading a piece by Víctor Fowler in La Jiribilla, entitled ‘Otra conversación sobre el coronavirus’ (‘Another Conversation about the Coronavirus’). I found it highly accurate in most of the ideas it brings forward, which bear indications of having elaborate and complex thought behind them. However, there’s a phrase that’s worth debating about, since stating it as it is, so categorically, may be misguided: ‘The huge mass of theories, propositions, documents, texts and critical discourses of all kinds in favor of limiting the power of state apparatuses (along with the supposed capacity of the market-civil society pair to fill power voids with their action) have been reduced to dust in correspondence with the intensity of the crisis. The complexity of the tasks (economic, legislative, political, organizational, etc.) is so big that the action of the State is not only central and organizing, but also admits no substitute.’

Apparently, while the health struggle against COVID-19 intensifies in the streets, the ideological apparatus continues its ideological battle. There have been several articles these days which have tried to draw the superiority of the Cuban social system as a teaching of the epidemic. But not all have had the acumen of finding the proper terms and landing on their feet, like Carlos Luque with his ‘¡Sólo el socialismo salva!’ (‘Only Socialism Saves!’). There’s also the uncalled for attacks on Cubasí against those who criticized ETECSA, and the general pack of those who demonize all production and dissemination of information that isn’t official.

Can one really draw the teaching, even elevated to the level of a theoretical principle, that the State is the adequate institution to organize every aspect of life? It’s certainly understandable that one may defend the idea of what the State means, faced with the blows that neoliberal capitalism has delivered in the last few decades to anything which might set a limit to its rampant accumulation. But that cannot make us forget that, within Cuban socialism, there’s a discussion about the role of civil society, let alone allow us to permanently settle that discussion in favor of state control as a result of the coronavirus.

Civil society isn’t perfect. Within it there are also relations of domination, impulses of mass psychology, ruptures and communication bubbles, etc. If civil society were far better than it is, there’d be no need for the State. The community needs a public power, a moment of power concentration that will allow it to act as a community per se.

That public power, for a number of historical reasons, has assumed the shape of a State.

In recent times we have witnessed, here in Cuba, how fake news and inventions have spread among the people, becoming magnified as they do the rounds. I’ve stood in line listening to the tale of how unscrupulous characters in another province were asking for money to vaccinate people against the coronavirus, when it was actually vaccines for pigs. Immediately afterwards, I heard another story in which a boat had docked in a Havana neighborhood to administer fake sublingual drops, which were actually poison. The culprit behind all that was –I had to laugh behind my facemask, since I hadn’t heard the word used like that in a long time– the counterrevolution. We’ve also learned that some enthusiasts have gone out to kill bats in caves in the countryside, in order to prevent infection.

All that and more is civil society: a hullabaloo of voices in the public square, some more sensible than others and some frankly irresponsible. But the presence of those voices has a raison d’être, and the State cannot replace them, because their function is to counteract the hegemonic vocation of the State and its tendency towards opacity.

The State isn’t perfect either. The temptation of wanting to sweep what was wrong under the carpet lead to terribly bad decisions in the first moments of the Chernobyl disaster. Also, in China, the first reaction of authorities was to try to silence Li Wenliang, the doctor who first warned about the coronavirus. The American government has gone to great lengths to conceal the environmental and human cost of carrying out nuclear tests in the Pacific islands. The Cuban State, from the structural point of view, isn’t so different: how many times have arbitrary decisions been made which were only reversed due to the popular rejection they generated? Over how many things we should discuss more often have they not cast a shroud of silence?

Even from the point of view of management, the superiority of the State is highly debatable. That institution has the advantage of being single-minded, of being able to embrace all of society with its instrumental rationality. That’s why it’s optimal for situations such as this one. Civil society, which is traditionally too fractured, is incapable of substituting the State in these crisis situations. It’s unfortunate; it means we human beings don’t know how to be civilized or act collectively without having someone whipping us into shape.

But the tasks the State is faced with in such situations are not the most complex ones. Not at all. It’s more complex to manage the innumerable small companies and microenterprises which make up an economy, such as barbershops and beauty salons, cafeterias, street salespeople, etc. Since it’s so complex, the State was never able to manage them efficiently, and they have mostly returned to private hands today. Civil society, with its trade relationships, is the one better suited to manage those sectors, because it multiplies the Administrator into countless administrators.

In practice, both things exist, and the usual contradictions will arise: each will pull in its own direction. What’s a little more serious is that the idea of the superiority of state control may solidify on a theoretical level, when the damage this control has caused in Cuba is widely known. It’s true that the present juncture requires a state-coordinated response, but we need our leaders to be more like Lenin, and know that there are moments when war communism must be applied, and moments when a New Economic Policy must be applied.

Meanwhile, I would only like to remind that, at times like these, civil society and the community show some of the most caring and responsible reactions. One should only see the sheer number of facemasks in the streets. A large proportion of them, which is hard to quantify, have not been distributed by the State. The sewing machines throughout the island have not ceased to work, so that many people, mostly mothers and grandmothers, may provide their families with means of protection. That’s also irreplaceable.

Translated from the original

18 abril 2020 1 comentario 421 vistas
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