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Historias de-construidas

por Giordan Rodríguez Milanés 23 diciembre 2020
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

Hace dos años, Neris se sintió dichosa. Las autoridades municipales le comunicaron que le habían concedido un subsidio para arreglar su vivienda previamente construida. La mujer de casi 60 años, que vive sola con su nieto de 18, guarda el recorte del periódico en el cual se menciona la aspiración de ejecutar con la mayor calidad, la construcción de una vivienda diaria en cada municipio de Cuba. Que se cumpliera con lo establecido y comenzaran la reparación general de la casa de Neris, podría servir de argumento para un thriller.

«Que me otorgaran el dinero –lo que creí sería lo más difícil– fue lo más fácil. Luego comenzaron los problemas. No lograba completar los materiales necesarios para iniciar la obra. El cemento y el acero, sobre todo, siempre faltaban. Un entonces vice-presidente del gobierno se apareció con que no sé quién estaba haciendo un experimento tecnológico para la fabricación de un mosaico de nuevo tipo, más eficiente y barato, pero que debía cederle una parte del cemento para que los hiciera» –rememora Neris.

Resultó un desastre. Se desmoronaban. Se fueron acumulando en mal estado en la acera. Los inspectores amenazaban con multas: que si ya te dimos el cemento y no te lo podemos volver a dar. Hasta que me puse pesada y amenacé con ir a la prensa y a las redes sociales y contarlo todo. Entonces me asignaron un albañil, apareció más cemento, y comenzaron. No sé cómo pagaron o si pagaron lo perdido».

***

La Asociación Cubana de Limitados Físico Motores (ACLIFIM) le otorgó a Mirtha el derecho a una casa. Un día de junio del 2018, el Presidente de la República recorrería el Centro Histórico Urbano de Manzanillo. Por allí andaba Mirtha. El entonces Primer Secretario del PCC del Municipio, Calixto Santiesteban, la reconoció sentada en un banco, se le acercó y le preguntó qué hacía allí.

Ella le respondió que esperaba al Presidente para entregarle una carta, «porque no creo en ninguno de ustedes». El dirigente le pidió que no hiciera eso, que el siguiente lunes la atendería personalmente. La mujer no transigió.

Al cabo de unos minutos «alguien» marcó a Mirtha ante la Seguridad Personal del Presidente como una persona desequilibrada y propensa a la violencia. La detuvieron. Mirtha se puso muy nerviosa. Un hijo que trabajaba en una cafetería cercana se enteró y acudió a la sede del Gobierno Municipal de Manzanillo donde la custodiaban. Se armó un alboroto. Mirtha fue trasladada a un centro hospitalario y el hijo fue arrestado.

El historiador de Manzanillo, Delio Orozco González, envió una carta de denuncia a las autoridades por el hecho. La respuesta de la provincia fue su exclusión de un programa sobre el 10 de octubre que hacía por esos días en la televisora local.

El asunto trascendió a las redes sociales y algunos medios en Miami hicieron su zafra. Mirtha cuenta que, unos días después, la visitó una funcionaria del Consejo de Estado. Le comunicó que todo había sido una lamentable confusión, que ella tenía derecho a la construcción de su casa y que las autoridades de la provincia se encargarían de chequear que se la hicieran con la calidad debida. Delio Orozco no ha vuelto aún a la televisora local.

***

Las viviendas de Neris y Mirtha aparecen en el reajustado plan de construcción del año 2020. Ambas fueron «trasladadas» de un plan similar –también reajustado– del 2019. «El inversionista de la Dirección Municipal de la Vivienda, quiere que acepte que la casa está terminada, pero vea cuántas chapucerías», me dice Neris. «La instalación sanitaria está llena de salideros, la taza del baño está puesta sin el tanque de agua y sin herrajes, tampoco llega agua a los lavaderos, el tubo de los desechos desemboca justo en la acera de un vecino, falta pintura, una puerta…».

Neris me explica que, puesto que ella ha sido beneficiada por un subsidio, el Gobierno Municipal, a través de la Dirección Municipal de la Vivienda, tienen que velar por la calidad de los trabajos. Así aparece en el recorte de periódico que ella guarda como talismán. «Ni se sabe cuántas veces he llamado a Idania, la Intendente, y no me responde. Quise demandar al albañil particular que trabajó aquí, pero el banco es quien tiene la copia del contrato y no me la quieren dar. Hay otros muchos subsidiados en Manzanillo que están en la misma situación que yo».

La casa de Mirtha es grande. «Se ve que está hecha a conciencia» –le digo–. «No te creas, mijito» –me responde–. «Nosotros tenemos que dar las gracias al delegado de la construcción de Granma, que ha seguido esto en detalle personalmente y que ha gestionado las puertas, las luminarias, la pintura» –me cuenta el esposo de Mirtha–. «Así y todo, hemos tenido que lidiar con los “inventos” de la brigada constructora del municipio Bartolomé Masó –acota Mirtha–.

El delegado llama para decirnos que nos compró tantas lámparas y el jefe de la brigada nos miente y dice que llegaron menos. Y entonces el hombre tiene que venir de Bayamo y emplazar al otro. Que si son tantas puertas y el jefe brigada dice que todas no eran para nosotros. Que si informan que la pintura está completa y al final falta».

Señala la zona inferior de la sala. «Mira, ahí no pusieron los rodapiés y el jefe de la brigada dice que ellos ya terminaron, que eso es un problema de nosotros. Y no les ha dado la gana de llevarse esos escombros de allá afuera ni de pintar la reja. Y nosotros no tenemos por qué dar por terminada una casa incompleta para que ellos cumplan un plan».

***

Pedro Rodríguez Figueiras era profesor de economía y auditor cuando se acogió a la jubilación. Vive en la Avenida «Primero de Mayo», de Manzanillo. Luego de retirado, como asesor del gobierno colaboró con las comisiones de la Asamblea Municipal que chequearon la calidad de la ejecución de las inversiones en obras sociales. Al cabo del tiempo prescindieron de él.

La ocasión en la que fui a visitarlo, su esposa me dice que había salido. «Debe andar por el policlínico con la presión alta. Acaba de tener una discusión con el jefe de la brigada que ejecutó los portalones de la avenida. Hicieron una chapucería. Toda el agua nos cae y se estanca en nuestra placa que, cuando la construyeron, también fue una chapucería y se filtra» –explica la señora.

Días después, Pedro y yo conversamos. «Todos quieren que le quede “algo” de materiales a su favor. El ayudante, el operario, el jefe de la obra, el jefe de brigada, todos quieren que sobren materiales. Hasta el presidente de la cooperativa quiere que le quede algo a su favor, porque tampoco hay un mercado mayorista estable.

El gobierno tiene como política que en las tiendas se garanticen los materiales de las viviendas que están en el plan del año, ya sea por subsidio o inversiones directas. Ese mismo gobierno contrata una cooperativa, o a un albañil cuentapropista, para que arregle, por ejemplo, estos portalones. Pero ninguna entidad estatal les vende los materiales completos. A veces no les venden ningún material. Entonces sacan de aquí y de allá.

Compran para la casa de Neris, pero lo usan en esa columna. Les dan rodapiés para la casa de Mirtha, pero una parte los venden, por ejemplo, a una obra social contratada a particulares en Bartolomé Masó».

A menos de 300 metros de la casa del profesor Figueiras está el cabaret «Costa Azul», reinaugurado en febrero último luego de varios años de reparación capital. «Ya las paredes se filtran. Tuvieron que cerrar uno de los reservados por mala calidad de la ejecución. Los camerinos son un desastre…Vengan, vengan, para que vean» –nos dice un trabajador que pasa casualmente mientras me despido de Pedro en el umbral de su casa. «Es la de nunca acabar» –suspira el viejo economista.

En dirección opuesta al cabaret «Costa Azul», como a cien metros, una brigada avanza en la rehabilitación de una heladería llamada «El Jardín», nos preguntamos si una vez reinaugurada, antes del año, también le saldrán las chapucerías.

23 diciembre 2020 12 comentarios 1k vistas
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