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consenso

Cultura política

Cultura política, discriminación y cambio en Cuba

por Ivette García González 10 mayo 2022
escrito por Ivette García González

El incremento de la discriminación política y la represión, así como la tolerancia y participación de una parte de los ciudadanos en esas prácticas, están muy relacionados con la cultura política dominante en Cuba. Una compleja problemática e importante obstáculo para el cambio.

Las personas discriminadas y reprimidas por sus ideas políticas constituyen un sector vulnerable cada vez más amplio, sobre el cual recae todo el peso del Estado. No es un fenómeno nuevo, pero sí más visible durante los últimos años.

A lo largo de décadas, tal fenómeno se fue naturalizando hasta convertirse en una cultura de la discriminación política. Su origen estructural —indica el sociólogo Roberto Gutiérrez—, está en la «asimilación de tradiciones, prejuicios, miedos, manipulaciones ideológicas y esquemas de organización de la vida social» que han sido hegemónicos en el entorno formativo de grupos e individuos.

Tal cualidad supone su conexión directa con la cultura política. A escala de la sociedad, ella constituye una «síntesis heterogénea y en ocasiones contradictoria de valores, creencias, juicios y expectativas que conforman la identidad política de los individuos, los grupos sociales o las organizaciones políticas y la manera de representar, imaginar, legitimar y proyectar a futuro el mundo de la política».

Cultura política

Roberto Javier Gutiérrez López (Foto: Luis Humberto González)

-I-

En la cultura política se manifiestan la relación Estado-Sociedad, las dinámicas estabilidad-cambio y consenso-disenso, y la conexión pasado-presente-futuro. Está muy vinculada a la legitimidad del poder y su capacidad de fomentar obediencia y consensos a través de realizaciones concretas e incentivos.

Desde América Latina ella se entiende a partir de la diversidad y divergencia, y alude a la(s) cultura(s) política(s). Puede ser más o menos rica, diversa y conflictiva según el contexto, el régimen imperante y la libertad de los individuos para formar sus propias valoraciones y traducirlas en comportamientos. Su formación transcurre a través de un proceso de socialización en el que intervienen como actores claves: familia, escuela, grupos generacionales, movimientos, partidos y medios de comunicación. A través de la comunicación política se generan matrices e ideas básicas para la relación entre los individuos y el entorno político.

La crisis sistémica que vive Cuba hace años, la quiebra del consenso, así como la erosión de la institucionalidad y la represión política agotan cada vez más la capacidad de obediencia y legitiman la resistencia. Ello se relaciona con tres dimensiones de la cultura política que se mueven entre lo que existe y lo que se desea que exista: poder político (capacidad de construir un entorno y existencia deseados), sueños políticos (esperanzas de poder construir algo distinto, nuevo y mejor) y desafección política (alejamiento de los ciudadanos respecto al sistema y falta de confianza en la acción colectiva).

-II-

En la formación de la cultura política hegemónica en Cuba han intervenido durante más de medio siglo: el sistema educativo, la demagogia, la propaganda y la reiteración de un discurso tóxico en los medios, así como la justificación de los fracasos gubernamentales y de la falta de incentivos y realizaciones ciudadanas. La intención ha sido reforzar el status quo, justificar el rechazo, la discriminación y represión de los diferentes y ganar apoyos «conscientes» o «disciplinados».

La intolerancia, estigmatización y exclusión de personas y grupos, se fomentan a través del tiempo e impactan en la cultura política. Las instituciones y normas de funcionamiento del sistema dan cabida, e incluso estimulan, esos fenómenos, por eso se ha se ha expandido y arraigado, muchas veces sin que las personas se percaten.

Cultura política

(Foto: Logan Mock-Bunting / GTRES)

Casi todos los actores clave que intervienen en la formación de la cultura política están supeditados en Cuba al Partido/Gobierno/Estado. Por ello, ciertas ideas  y matrices de opinión están incorporadas a la conciencia social en amplios segmentos de la ciudadanía: la Revolución es el Gobierno; revolucionario es quien lo apoya y contrarrevolucionario quien disiente; Patria equivale a Revolución y Socialismo; la entrega al Partido y al líder es incondicional; los críticos son enemigos o sirven al enemigo externo; toda información no conveniente es falsa o está manipulada por el enemigo y sus acólitos; el derecho de la Revolución a existir y defenderse es incontestable y hay que apoyarlo; los problemas de Cuba obedecen a la política del enemigo externo, ante lo cual es imprescindible la unidad en torno al gobierno.  

Otras son la supeditación e incluso la renuncia al ejercicio de derechos individuales y mínimos democráticos en aras de un supuesto bien colectivo y de unidad, y la noción de soberanía restringida frente a los EE.UU.

En la práctica política sobreviven de ese modo, por ejemplo, las «Brigadas de Respuesta Rápida» y los «mítines de repudio», así como el contubernio de los «factores» en las instituciones para violar derechos laborales de quienes disienten. Cuentan también la orfandad cívica de amplios sectores, lo que a veces pareciera Síndrome de Estocolmo en política, la autocensura y hasta la «resignación revolucionaria» ante la represión y violaciones flagrantes de los derechos humanos que se cometen a diario en Cuba.

Es una construcción cultural en la cual el liderazgo de Fidel Castro fue esencial. En su discurso por la constitución del Comité Central del PCC (octubre de 1965) se encuentran ideas claves:

(…) solo hay un tipo de revolucionario, Una nueva época (…), una forma distinta de sociedad, un sistema distinto de gobierno; el gobierno de un partido (…) marcharemos hacia formas administrativas y políticas que implicarán la constante participación (…) a través de los organismos idóneos, a través del Partido, en todos los niveles. E iremos (…) creando la conciencia y los hábitos (…) con un partido que deberá dirigir, que deberá atender todos los frentes (…) Nuestro Partido educará a las masas (…). Entiéndase bien: ¡Nuestro Partido! ¡Ningún otro partido, sino nuestro Partido (…)! Y la prerrogativa de educar y orientar a las masas revolucionarias es una prerrogativa irrenunciable de nuestro Partido, y seremos muy celosos defensores de ese derecho. Y en materia ideológica será el Partido quien diga lo que debe decir. Y todo material de tipo político, excepto que se trate de enemigos, solo podrá llegar al pueblo a través de nuestro Partido en el momento y en la oportunidad en que nuestro Partido lo determine.

-III-

Varias generaciones de cubanos recordamos que aquellos discursos, que fueron cientos, se ponían en cadena por televisión y luego se retransmitían, se publicaban en periódicos y además se orientaban para ser estudiados en barrios, colectivos laborales, núcleos del PCC, la UJC, etc., mientras, no existían otras fuentes de información.

Nunca olvidaré lo dicho por una instructora municipal del PCC a inicios de los noventa en un encuentro de mi zona de residencia para que viéramos un video de Fidel que muchos habíamos visto dos veces: «Ya sabemos que muchos de ustedes han visto este video, eso no importa, recuerden que nuestra ideología tiene un carácter repetitivo». Me sorprendí y recriminé a mí misma por recordar los principios de la propaganda nazi de Goebbels.

En la Cuba de hoy, fenómenos como la indiferencia de tantos ciudadanos hacia lo político, la renuncia al ejercicio de derechos y libertades fundamentales, la tolerancia —cuando no participación— frente a actos represivos y de extremismo político institucional, son evidencias de la cultura política fomentada durante décadas por el Partido/Gobierno/Estado. Sus códigos principales se han inoculado en el tejido social con la intención de mantener el poder y un modelo de sociedad que necesita súbditos, no ciudadanos.  

Sin embargo, vivimos en otro tiempo, la naturaleza diversa y dinámica de la cultura política asociada a las diferencias generacionales, clasistas y existenciales, revelan significativas fisuras en el diseño hegemónico. Dos recientes reportajes de CHV Noticias son ilustrativos al respecto.

Los cubanos convivimos hoy con cuatro realidades que muestran cambios en el escenario y la cultura política: reducción de las bases sociales de apoyo del gobierno frente a nuevas demandas y grupos, cuya actuación política choca con las normas tradicionales; pérdida de legitimidad y capacidad integradora de las instituciones estatales; ensanchamiento de las brechas sociales y, con ello, de los pilares que garantizaban consenso; profundas insatisfacciones respecto a la gestión gubernamental y el discurso oficial, cada vez menos creíble; emergencia de nuevas formas de participación política por grupos sociales emergentes, que no encajan en las estructuras existentes y también socavan el apoyo al gobierno.

A pesar de la falta de realizaciones e incentivos desde hace décadas, el poder se ha sostenido en Cuba gracias a la represión, pero, sobre todo, por la persistencia de una cultura política funcional al totalitarismo en amplios segmentos de la ciudadanía, que se queda a la deriva sin alternativas. Eso ha comenzado a cambiar, pero es un problema mayúsculo, un serio obstáculo para el presente y futuro de la nación. El reto continua siendo cómo encararlo, si desde la desafección y la apatía, o haciendo valer los sueños de un mejor país.

Para contactar con la autora: ivettegarciagonzalez@gmail.com 

10 mayo 2022 58 comentarios 1.361 vistas
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Manipulación - preceptor

Comunicación, manipulación y consenso en Cuba

por Giordan Rodríguez Milanés 13 abril 2021
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

Así como Jesús invita a lanzar la primera piedra a quienes jamás han pecado, se puede retar a cualquier comunicador de este planeta a declararse libre de la intención manipuladora de sus mediaciones públicas. Todos manipulamos y, a la vez, todos somos sujetos de la manipulación expresiva.

Señalar la manipulación para descalificar a un medio o a un profesional de la comunicación, apegados a posturas ideo-políticas o doctrinas, magnifica algo que es inherente a todos los medios desde que el ser humano primitivo rasgara las primeras paredes de una cueva.

Cualquier estudioso de la comunicación lo sabe. Si digo que la Televisión Cubana manipula a sus preceptores cuando propaga extractos de discursos de Fidel Castro los días previos al VIII Congreso de Partido Comunista, no estoy diciendo nada ofensivo o descalificador. Si destaco que ETECSA le envía mensajes de textos a algunos de sus clientes, con consignas derivadas de esos discursos, tampoco estoy per se atacando a ETECSA. La manipulación ha formado parte, desde los albores de la humanidad, de nuestro instrumental comunicativo.

Ayer un conductor de la televisora granmense CNC dijo en su programa: «Hoy no podemos ocultar información». Se refería a cierto reclamo de parte de su audiencia sobre casos de «resultados de PCR inhibidos» en busca de positivos a la Covid-19. Aunque me aseguran que ni remotamente fue la intención del conductor –a quien conozco y sé que es una persona honrada–, a mí lo primero que me vino a la mente fue: ¿Ahora no ocultan información porque no se puede? Entonces: ¿Antes la ocultaban porque se podía?

Entuertos cubanos de lo político-ideológico

El lector seguramente ya habrá anticipado hacia dónde me dirijo, a otro precepto comunicacional ampliamente conocido: en los procesos de intercambios de ideas no sólo es relevante la intención manipuladora del emisor (el que inicia), sino que posiblemente sea más relevante aún, la postura interpretativa del preceptor (el que recibe el mensaje).

La potencialidad manipuladora de un mensaje no está tanto en la intención del emisor como en la postura interpretativa del preceptor. Lo resumía Faustino Oramas, el juglar holguinero apodado El Guayabero, cuando decía: «Yo pongo la cuarteta, el relajo lo ponen ustedes».

De tal modo, un preceptor común, al que le repitan que es sujeto de la manipulación, puede llegar a confundir un gazapo o un error, resultante de la incompetencia o la negligencia, con una oprobiosa trampa manipuladora. O, por el contrario, un preceptor ingenuo o tendiente al analfabetismo cultural puede creerse acríticamente cualquier idiotez o indignidad.

De hecho, en el contexto de las batallas ideo-políticas –con el uso de los símbolos– una de las más sutiles formas de manipulación de cualquiera de los  bandos es tratar de inducir en el preceptor la idea de que El Otro es peor y más antiético manipulador que uno mismo. Así se descalifica al contrario ante el preceptor que se pretenda ganar para la causa propia. 

Pero eso tiene un costo: el sacrificio de la verdad consensuada, que es aquella interpretación de la realidad que, una vez validada socialmente, permite el avance hacia lo que la mayoría ha establecido como meta.

El pan, el ruido y la democracia socialista

Si asumimos que la mayoría en Cuba ha refrendado como meta el tránsito hacia el socialismo, entonces toda forma de manipulación que atente contra nuestras verdades consensuadas, nos aleja de esa meta y nos va sumiendo en una especie de Imperio de la Estupidez Consentida. Allí el consenso no importa, sino únicamente la postura ideo-política de los actores respecto a lo que el grupo de poder político, o sus opositores, dictaminen como favorable a sus doctrinas.

En el caso de Cuba, se puede manipular en el sentido del consenso con la inclusión de todos, desde los seguidores incondicionales y acríticos hasta los hipercríticos, en aras de que los mensajes sirvan para prepararnos y modificar la realidad –resolver los problemas– en pos de la construcción socialista. También se puede manipular para distorsionar la realidad, ocultar lo que nos divide que es responsabilidad del gobierno, desde un extremo, o hiperbolizarlo desde el otro.

La pretendida totalización del arsenal simbólico cubano, en pos de la narrativa del apoyo incondicional al Estado –por un lado– o de la narrativa del fracaso absoluto, por el otro, sólo favorece a los extremos que apuestan por la fragmentación. A partir de esa convicción es que, en lo personal, he estado insistiendo en que los comunicadores profesionales públicos, en medios estatales, que supongo quieren lo mejor para Cuba, comprendan que toda manipulación a ultranza, cuyo único fin sea descalificar al otro sin atenerse a un mínimo de argumentación basada en hechos, sólo beneficia a los contrarios a la meta refrendada.

Realidad y símbolo en la guerra cultural

Va en detrimento de un sistema de valores acorde a un ser Humano crítico, inconforme, transformador, sacrificado y solidario que sería, en definitiva, el único ente social garante para alcanzar la meta del socialismo. Pero eso no significa que sea deplorable en si misma toda forma de manipulación, como ya he explicado.

 Por consiguiente es relativamente fácil lograr, a fuerza de la reiteración de un argumentun ad populis, que una multitud virtual repita que La Joven Cuba, por ejemplo, «ha cambiado sus enfoques y ya no vale nada». Lo difícil sería demostrarlo con hechos y, más que eso, modificar para bien aquellos segmentos de la realidad que mostramos desde nuestras «ópticas manipuladoras», y que los criticados parecen incapaces de resolver.

Porque se puede descalificar a este sitio, como mismo se puede descalificar al periódico Granma o a Cubadebate –ejemplos sobran. Lo complejo, lo que en mi opinión sería verdaderamente revolucionario, es aprovechar los puntos de vistas de unos y otros a favor de la construcción del socialismo, con la solución conjunta de los problemas, por encima de las diferencias de interpretación o expresión de esa realidad. Quizás esté aspirando a demasiado.

13 abril 2021 30 comentarios 3.098 vistas
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Un espectáculo deplorable

por Yassel Padrón Kunakbaeva 6 agosto 2019
escrito por Yassel Padrón Kunakbaeva

A veces dan ganas de alejarse de todo lo que se relacione con la política. Dan ganas de dejar de escribir, de sumergirse en la profundidad de la vida privada. Y esto es porque los seres humanos casi logran decepcionarlo a uno. Las realidades políticas, en lugar de mostrar experiencias de evolución social y sentido de proyecto, lo que ofrecen es el espectáculo de una mezquindad que lo corroe todo. Hoy más que nunca es palpable la estupidez humana, las paradojas absurdas que ensucian incluso aquello que nació de las mejores intenciones.

Esto aplica, por supuesto, para la realidad nacional. Desde hace mucho tiempo, estoy convencido de que uno de los puntales que sostienen al gobierno cubano es la vileza de sus enemigos. Solo esa falta del más elemental humanismo, esa crueldad de sus principales adversarios, explica que este gobierno no se haya derrumbado como consecuencia del envilecimiento de tantos de sus propios funcionarios y representantes. Si los burócratas carentes de sensibilidad no han logrado dejar sin partidarios a la Revolución, es solo por el rechazo que suscitan los imperialistas y los contrarrevolucionarios.

La mezquindad de los enemigos es una constante de ayer y de hoy. En su tiempo, fue la que llevó a realizar valientes incursiones armadas en las que se ametrallaban pueblos pesqueros. Más recientemente, la semana pasada, tuvimos una muestra light de la misma miseria moral. Un escritor cubano de nombre Carlos Manuel Álvarez, y que alguien ha llamado “el príncipe de las letras cubanas”, publicó un artículo en El País denigrando la figura de Roberto Fernández Retamar como poeta y como sujeto político, sin atender al mínimo respeto que se merece alguien que acaba de morir.

No es que a la Revolución le falten méritos propios para seguir siendo el proyecto hegemónico en Cuba. Las hazañas de nuestra historia nos sirven como fuente de identidad. Esa clase de epopeyas han servido como fundamento durante años. Ante la realidad que muestra el mundo contemporáneo, la resistencia al capitalismo que promueve Cuba es el camino correcto.

Una Cuba de regreso al Consenso de Washington sería menos que nada: la losa bajo la que se sepultarían los sueños de liberación de lo que ha sido la izquierda moderna. La Cuba Revolucionaria es un referente mundial, un actor relevante en los caminos del mundo. Pero, a pesar de que es evidente cual es el proyecto nacional que tiene más legitimidad, más pasado y más futuro potencial, la legión de los burócratas oportunistas se empeña en ensuciar o en mantener sucia la obra de la Revolución. Incluso cuando el camino correcto ha sido trazado, en Congresos del Partido, Lineamientos, Conceptualización, y Constitución, la inercia sigue siendo la principal característica de su comportamiento.

En estos días ha sido tema en las redes sociales el despido de Omara Ruiz Urquiola, que era profesora en el ISDI. Pero para no referirme a ese caso, que no conozco bien, me referiré al de René Fidel. ¿Qué pensamiento habita en la cabeza de aquel o aquella que decide quitarle el empleo a una persona por sus planteamientos políticos? ¿Qué está defendiendo? ¿Acaso ha tenido la sensibilidad de pensar en de qué va a vivir esa persona, o cómo va a ejercer su profesión, en un país como Cuba, en el que ciertas profesiones solo se pueden ejercer con el estado?

Algunos que se preocupan por mí, me han aconsejado que no me busque un problema. Me han llamado la atención de que algo que yo escriba puede afectar mi carrera profesional. No se dan cuenta de que hay algo profundamente mal en ese razonamiento, incluso desde el punto de vista lógico: porque, si este sistema es capaz de sancionarme por hacer uso de mi libertad de expresión, entonces es absurdo haber elegido este lugar para desarrollar mi vida profesional.

Me advierten de una injusticia, y me dicen que mire a otro lado y guarde silencio, para mi beneficio personal. Ellos han asumido la naturalidad de la injusticia. Yo me niego a aceptar esa manera de ver las cosas: creo que aceptar la normalidad de esas malas prácticas es traicionar la esencia de justicia social sobre la que se construyó la Revolución. Me parece que la única posición revolucionaria posible es tratar esas injusticias como anomalías que deben ser combatidas, acorraladas y desterradas.

Alguien puede creer que es un facilismo mío culpar de todo a los funcionarios, que solo son individuos, cuando el problema es sistémico. Pero es que conociendo el poder de la subjetividad humana, y siendo para mí tan evidente el camino de justicia social que necesita Cuba, me asusta ver el anquilosamiento y el acomodo al que tantos pueden llegar. En estos tiempos, cuando sería tan sublime y honroso cambiar la mentalidad, dar una nueva ofensiva para conquistar el futuro, muchos corrompidos por la impunidad y la desidia solo piensan en sus privilegios. Y nosotros se lo permitimos.

Muchas cosas me hacen perder la fe en el mejoramiento humano: la bajeza a la que llegan los opositores, y también los despropósitos de algunos que, en nombre de la defensa a la Revolución, no hacen más que hundirla poniéndose al nivel de dichos opositores. Lo que hacen sí debería ser considerado un crimen contra la Seguridad del Estado.

Desde el desgarramiento de este día, y porque sé que mañana voy a seguir siendo el mismo romántico de siempre, lanzo una propuesta: Tomémonos en serio la nueva Constitución. Nuestro pasado tiene manchas pero, si nos concentramos en lo positivo, podemos dar a luz un país donde todo esté al derecho. Decía Rosa Luxemburgo que la libertad es siempre la libertad para el que piensa diferente. Nuestros enemigos son a menudo infames, sí, pero eso no es suficiente pilar para construir el futuro.

6 agosto 2019 18 comentarios 449 vistas
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dialogo

Para una cultura de diálogo

por Manuel García Verdecia 30 enero 2019
escrito por Manuel García Verdecia

La historia de la humanidad hasta ahora ha sido un itinerario de prejuicios, intolerancia, confrontación y violencia. Muchos de los conflictos que tienen lugar en nuestra casa, nuestra barriada, nuestro país o en grandes zonas del mundo tienen su origen en la obstinación de hacer prevalecer unos intereses y criterios por encima de otros en lugar de concertar los mismos. Constantemente los medios traen noticias de situaciones de confrontación entre países vecinos, y a veces distantes, así como entre sectores de la población de una nación o incluso entre facciones de un mismo partido.

No son pocas las ocasiones en que tales circunstancias desembocan en catástrofes sociales que desbordan el marco de los agentes que las motivan. La obcecación y el atrincheramiento en una determinada perspectiva, la arrogancia hacia lo diferente y el afán de prevalecer priman sobre cualquier otra posibilidad de solvencia y ocasionan verdaderos desastres.

La humanidad debe actuar sensata y comedidamente para alcanzar una madurez conductual que lleve a eliminar o reducir tales niveles de pugnacidad. Para ello considero vital estimular y promover una cultura del diálogo.

Por supuesto, no se puede fomentar una cultura resolutiva, edificante, y benefactora desde una mentalidad inflexible, unilateral, impositiva, discriminadora.

El gran cambio en la sociedad solo se producirá, no como resultado de nuevos sistemas educacionales y comunicativos, sino como producto del desarrollo de una mentalidad armónica en el individuo. Esto significa, ante todo, considerar al otro como nuestro semejante, a pesar de diferencias de raza, sexo, religión o idea política. Además, considerar que, en cualquier situación de diferencias, el diálogo es el mejor expediente para una solución equitativamente beneficiosa.

Una actitud dialogante demanda del sujeto actuante un carácter humanista, tolerante, ecológico, creativo, pacifista. Solo una mente así servirá para resolver los problemas que agobian desde hace centurias a la humanidad, antes que enconarlos, agudizarlos y perpetuarlos.

Sin embargo, una postura de diálogo solo es posible si existe una voluntad constructiva, de evitación y solución de conflictos. Esto conlleva un comportamiento consensual y cooperativo. De manera que el diálogo deviene el modo y agente de cualquier proceso verdaderamente reparador de las dificultades entre grupos humanos. Recordemos que diálogo es sinónimo de compartir. Es necesario que tengamos el sentido de la reciprocidad que nos lleva a compartir ideas, sentimientos, voluntad, propósitos constructivos.

He escuchado muchas veces a individuos que hablan de diálogo pero evidentemente desde una postura equívoca. Se refieren a algún contexto donde ocurre un conflicto y proponen que es necesario ir allí a dialogar. No obstante lo hacen con un sentido de ir a explicar el punto de vista que defienden, pero no con el propósito de intercambiar visiones para llegar a un consenso, sino de convencer al otro de sus postulados.

Si siempre nos mueve el propósito de prevalecer, jamás estableceremos un verdadero diálogo

El diálogo es reflejo del carácter cambiante, relativo, interactivo y complejo de los procesos vitales. Reproduce, como manera de pensar y de ser, la movilidad, la transformación, la armonización de los fundamentos de la vida.

El diálogo no implica una ausencia de conflictos. Sería irreal más que ingenuo pensar en una existencia sin problemas. El despliegue de las potencialidades humanas y la consecución de nuestros sueños más inquietantes nos enfrentan a sucesivas y constantes dificultades. Lo significativo no es la desaparición de los problemas sino el desarrollo de una actitud resolutiva, positiva, sensata y concordativa, dirigida a la solución antes que al afianzamiento y la complicación de las contrariedades.

En las acciones dialogantes debe evitarse dos posiciones peligrosas. Una es que el individuo crea por anticipado que tiene la razón. En verdad, uno solo puede portar otra perspectiva u opinión. El que se cree en posesión de la razón, no solo reduce el carácter complejo de esta, sino que se coloca en un pedestal de terquedad que obstruye la apreciación de cualquier otro matiz posible. La segunda actitud nociva resulta de que el individuo se considere la víctima.

Es difícil establecer una negociación fructífera con alguien que previamente se aferra a una postura que pretende saldar deudas, escamotear responsabilidades, achacar causas, antes que concertar nuevos enfoques. No se puede dialogar desde una posición de pérdida pues no se plantean argumentos sólidos y creativos sino “quejas” y “lamentos” que buscan conseguir una ganancia inmediata y pírrica.

El diálogo, más que a decidir una postura de entre las que se ponen a debate, ayuda a encontrar una nueva posibilidad combinando los mejores argumentos de cada parte. Por eso el verdadero diálogo es siempre fructífero pues cada cual verá que ha colaborado con un grado de solución. El diálogo aspira a la fundación de una plataforma novedosa y sólida, donde las discrepancias queden, si no resueltas, al menos reducidas a matices secundarios.

Incluso cuando no se halle en lo inmediato un resultado beneficioso y factible subsiste un espíritu de construcción y cooperación. Es la actitud dialogante la que hace posible la concordia social. No es tan necesario concertar como actuar desde una disposición concertadora. En ese espíritu, toda acción propenderá a una salida positiva y equitativamente benéfica.

Para que se pueda realizar el diálogo son necesarios el respeto al distinto y la libertad de participación. Si no se considera a cada cual como un semejante con iguales derechos no se podrá dialogar. No está de más recordar al Benemérito de las Américas, “Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. De esto deriva otra condición, la absoluta libertad para expresarse. No se puede dialogar con reservas o sin la posibilidad de exponer honestamente nuestras posturas. Por el sentido de respeto al otro, mi libertad no puede limitar la del otro.

De esto se deduce que es fundamental la igualdad. Quienes dialogan son semejantes no por los puntos que ventilan sino por el derecho a ventilarlos sin cortapisas. Esto hace indispensable el aire de la tolerancia. Hay que considerar y permitir ese espacio de diferencia. Por último, no se puede, dialogar solo a partir de opiniones y criterios personales. Estos dejan cabida para clichés y prejuicios. Se precisa información, datos, conocimiento, experiencia, para que el esfuerzo no sea inútil. Los diálogos son sustancialmente provechosos cuando tienen lugar a un nivel semejante de inteligencia.

Dialogar no debe consistir en una convocatoria o un procedimiento eventual. Debe constituirse en modo permanente de ver la realidad así como de actuar y expresarse consecuentemente en ella. Solo por y desde el diálogo el hombre dejará algún día, ojalá más temprano que tarde, de ser el lobo del hombre.

30 enero 2019 6 comentarios 372 vistas
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El plan nacional

por Harold Cardenas Lema 31 marzo 2016
escrito por Harold Cardenas Lema

El tiempo en que el destino de Cuba lo podía decidir un puñado de hombres ya pasó. Vivimos en un país con niveles de instrucción elevados, donde existe una esfera pública que debate constantemente sobre los cambios sociopolíticos, donde los jóvenes están ansiosos por construir su propio legado y rechazan el papel de herederos acríticos que les ha sido asignado. Esta es la isla donde sobra inteligencia colectiva para hacer política y generar consenso. Este es el barco del que muchos se han lanzado al agua por la ausencia de un horizonte, por la incertidumbre sobre el futuro. ¿Existirá una hoja de ruta para salir de nuestra terrible circunstancia? Quizás. ¿Es eso suficiente? No lo creo.

Nuestro país tiene mil y un problemas por resolver, algunos producto del bloqueo y otros muy nuestros. Siempre he escuchado algunos decir que existe un plan para resolverlos, sin saber si son teóricos de la conspiración o personas mejor informadas que yo. Supongo que exista, moverse sin un rumbo definido sería una improvisación voluntarista más que espero hayamos superado. El punto es que este plan no se socializa, no se conoce y lo desconocido no se puede apoyar. Hasta ahora se ha hecho política en nuestro país sobre la base del respaldo alcanzado al triunfo de la Revolución y en condiciones de hostilidad extranjera. En el nuevo contexto y con las contradicciones acumuladas, toca generar nuevos consensos.

La popularidad del proyecto nacional como contraparte y rechazo a los gobiernos anteriores significó un cheque en blanco a la dirección del país que le ha dado margen para su desempeño, incluso para el error. Esto ha permitido la perseverancia y unidad en torno a un objetivo común. Sucede que este consenso se conformó hace más de medio siglo, con una generación que conocía el capitalismo, que vivió la Ley de Reforma Agraria, la Campaña de Alfabetización. Mi generación solo conoce el Período Especial, las vicisitudes y el resquebrajamiento de los valores. ¿Puede funcionar el mismo consenso con nosotros? No creo.

Mientras los decisores titubean en sacar una ley de comunicaciones o se convencen de la necesidad de medios públicos en nuestra prensa, han surgido una docena de medios y revistas alternativas. La realidad no espera que algunos cambien su mentalidad, que otros se jubilen ni que los revolucionarios que saben por dónde van las soluciones para salvar el proyecto socialista cubano, tengan la capacidad de hacerlo. La realidad no espera por nadie.

¿Seguiremos apelando a la hostilidad estadounidense para excluir la inteligencia colectiva de nuestro país de conocer cuál es el plan nacional? Es posible que ganemos algo estratégicamente manteniendo el plan en secreto, pero el precio es demasiado alto, perdemos mucho apoyo popular al hacerlo. Imagino la ironía, la CIA posiblemente sepa al dedillo cuál es el plan y nuestro pueblo no. Ha pasado antes.

Y en un ejercicio de empatía me pongo en los zapatos de quienes deciden la políticas. Criticados por unos, incomprendidos por otros, desconocidos por la mayoría. Debe ser ciertamente difícil dirigir en la Cuba de hoy, incluso con todos los peligros era más fácil en 1959 que se podía dar al pueblo las deudas aplazadas por los gobiernos anteriores. Nuestra incapacidad para generar nuevos logros se paga con la incredulidad política de la gente. Y siguiendo en sus zapatos. Imagino que tengan un plan, que creen puede ser suficiente, que confíen en las capacidades de las instituciones, en la estructura creada para ello y los planes de trabajo.

Pero a veces el mundo de los políticos es una burbuja. Es normal que les cueste medir el alcance real de las decisiones, el pulso social del país. Y que algunos crean que con su estrategia se van a resolver todos los problemas, pero no es suficiente. Ah… ¿cuántas veces hemos creído los cubanos tener la solución definitiva? Y no llega, pero seguimos adelante entre todos por ese pegamento político que es sentirse parte de algo. Ese sentimiento precisamente es lo que está en peligro.

Eso explica las inquietudes ante un Congreso del Partido que comenzó restando participación a los militantes de base, confiando en un grupo de expertos desconocidos que deben trazar el futuro del país. A estas alturas ya deberíamos aprender la lección de ser inclusivos y no excluyentes a la hora de la construcción colectiva. Y es que el Congreso forma una parte importante del plan, de la hoja de ruta. Entonces el Granma publica una nota sin firma al pie, donde no se responden las inquietudes que preocupan a la propia militancia. En cambio apela a la fe, al cheque en blanco una vez más, a la idea de que un grupo de hombre buenos decidirán bien por nosotros. ¿Será que descuidamos la participación de la base encandilados por los éxitos diplomáticos? ¿De verdad alguien cree todavía que las decisiones de unos pocos superan la inteligencia colectiva del país más culto de su región?

Aunque a veces lo olvidemos, somos los que enfrentamos al mayor ejército colonial español y sobrevivimos la Guerra Fría, en base a un consenso sólido. En esta nación se puede hacer política coyunturalmente con el pueblo o contra el pueblo, pero imperecederamente sin el pueblo no es posible. Es por eso que el camino futuro nos pertenece a todos, no se puede escamotear su conocimiento ni con las mejores intenciones. El tiempo en que el destino de Cuba lo decidía un puñado de hombres ya pasó. Es por eso que el plan nacional sin la participación consciente del pueblo, no es suficiente.

31 marzo 2016 162 comentarios 451 vistas
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Los que saben

por Consejo Editorial 14 mayo 2014
escrito por Consejo Editorial

Por: Harold Cárdenas Lema (harold.cardenas@umcc.cu)funcionarios-cuba

Cuba está pasando por el que quizás sea el momento más crucial de sus últimos 50 años. Los cambios que tienen lugar en la isla están condicionados por una doble amenaza: el bloqueo estadounidense y la existencia de una burocracia terca a perder el control de la nación. En este contexto, resulta de vital importancia preguntarse: ¿quién rige los destinos del país? ¿Quién los ha escogido? ¿Cómo se toman las decisiones que afectan a nuestro pueblo? Hoy abordaremos estos y otros temas.

El 22 de febrero de 2014 el actual presidente Raúl Castro clausuraba el Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC) recordando un discurso de Fidel Castro hace más de 40 años en el que afirmaba que “las decisiones fundamentales que afectan a la vida de nuestro pueblo, tienen que ser discutidas con el pueblo y esencialmente con los trabajadores…”. Me alegra que ese espíritu colectivista terminara dicho congreso, que fue calificado de “magnífico” aunque yo tenga mis reservas al respecto.

A pesar de que las palabras de Fidel transmiten un sentimiento de consenso muy necesario en estos momentos, en el contexto actual resultan insuficientes para los retos que tiene el país. Ya no basta con “discutir con el pueblo”, este tiene que participar activamente en las “decisiones fundamentales” porque la mejor apuesta que se puede hacer es a la inteligencia colectiva, no hay nada más democrático que eso.

Si varias décadas atrás apostábamos a un modelo en el que nuestros representantes decidían cuál era el camino a seguir y consultar este camino con el pueblo era suficiente, ya no es así. Ahora el camino debe decidirse en consenso por las masas y toca entonces a los funcionarios aplicar ese rumbo. Los movimientos sociales en América Latina han cambiado, se han vuelto más activos y participativos políticamente, quizás ya es hora de que el movimiento revolucionario cubano cambie con ellos.

Espero que hayamos dejado atrás esa época en que un grupo de 20 personas podía redactar un anteproyecto

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14 mayo 2014 83 comentarios 280 vistas
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Deudas pendientes

por Harold Cardenas Lema 20 noviembre 2010
escrito por Harold Cardenas Lema

Desde que comenzó el blog, hemos tratado de ser consecuentes con nuestros objetivos: defender nuestro sistema político y a la misma vez debatir temas internos, por muy espinosos que estos sean. Por ello trato siempre de tomarle el pulso a mi país, plantearlo tal como es, evitando edulcorar o distorsionar una realidad que con sólo salir a la calle se respira.

A menudo me preguntan en los comentarios de los artículos cuál es el país por el que luchamos, yo trato de explicar siempre que no es este que tenemos realmente. Tendríamos que estar locos para aspirar a un país en el que existe la carta blanca para viajar o en el que la economía de los nacionales está tan deteriorada (para decirlo de manera sutil). En lugar de esto trabajamos activamente por el cese del bloqueo y la solución de los problemas nacionales (o lo que llaman algunos bloqueo interno). Para lograr esto hay que poner primeramente las cartas sobre la mesa, lograr una transparencia y comunicación que fortalezcan al país y luego enfrentar los desafíos externos.

Si nos dejamos condicionar por los comentarios negativos en el blog y le seguimos la rima a los que optan por no “darle armas al enemigo”, estaríamos renunciando a uno de nuestros objetivos principales: fomentar un pensamiento crítico en la población cubana (y externa) desde un punto de vista revolucionario. Para lograr esto tenemos que enfrentar temas difíciles, a los que generalmente no se hace mención pero que a mi opinión resultan claves en la actualidad cubana. Son estas nuestras deudas pendientes:

-Comenzaría por explicarle al pueblo (a medida que avancen las investigaciones) lo ocurrido en el hospital psiquiátrico de Mazorra y las medidas que se han tomado con los responsables.

–Televisar íntegramente las sesiones de la Asamblea Nacional. Al ofrecer una versión editada e incompleta se debilita el consenso nacional y crea incertidumbre respecto a lo que allí se discute.  Sin embargo, al televisarlas o radiarlas (preferentemente en vivo) el pueblo conocería qué plantean sus representantes y si están siendo o no consecuentes con la responsabilidad que les toca. No podemos escudarnos detrás de “las informaciones clasificadas” que allí se discuten; sería cuanto menos ingenuo, pensar que los servicios de inteligencia extranjeros no tienen acceso a las sesiones, por tanto, resulta irónico que ellos conozcan a profundidad lo que allí se discute y los cubanos no.

-Explicarle al pueblo lo ocurrido con Rogelio Acevedo, Yadira García y en caso de otros hechos semejantes, dar a conocer los argumentos y las medidas a tomar con estas personas. Nadie, por brillante que haya sido su trayectoria, está por encima de la Revolución y su pueblo.

-Aclarar lo ocurrido con Esteban Morales, esto puede lograrse utilizando preferentemente espacios informativos alternativos, pero se hace necesario hacerlo para contrarrestar campañas de difamación al PCC y de paso enviar un mensaje positivo a la intelectualidad cubana. En el contexto actual, la relación intelectuales-Estado, adquiere un carácter medular.

-Para lograr muchas de estas cosas se hace necesario un mayor nivel de información, para ello el Estado puede crear espacios alternativos o fomentar esto en la sociedad civil. No podemos permitir que medios extranjeros aborden asuntos candentes de la Isla mientras nuestra prensa calla o llega tarde al asunto, darles la primicia es permitirles condicionar la discusión del tema de acuerdo a sus intereses. Tampoco el manido pretexto de la “compartimentación de la información” se aplica en muchos de los casos, que el pueblo esté desinformado puede resultar tan peligroso como que la contrarrevolución esté informada.

-Es necesario preparar al pueblo cubano para un inevitable acercamiento a Internet. La actual prohibición del acceso libre a Internet en el país se explica a través de cuestiones de infraestructura, política, psicología social de los cubanos, etc. Sin embargo, un eventual acercamiento a la red de redes por parte de las grandes masas se hará una realidad en un futuro próximo. Si los cubanos no están preparados para ello (que ya resulta contradictorio con el discurso del país más culto del mundo) sería imperdonable no crear estrategias desde ya para cuando esto ocurra.

-Sobre el manejo hacia las mal-llamadas “Damas de Blanco“: no hay necesidad para los actos de repudio, mantener la protección de estas por parte de las fuerzas del orden pero el desprecio a sus actos y la oposición del pueblo dejarlas a la espontaneidad popular. Dosificar o planificar el rechazo ha tenido efectos muy negativos:

  • se magnifican sus manifestaciones (e irónicamente se les hace un favor)
  • se da una imagen negativa de la Revolución (tanto dentro como fuera del país)
  • si resulta cierto el hecho de que se programa la oposición y los actos de repudio, de esta manera se le está restando validez al rechazo real del pueblo. Muchos cubanos han perdido familiares o se han sacrificado mucho por la Revolución, su rechazo y repudio sería genuino.

Todo esto puede acarrear graves consecuencias a largo plazo si no se le da respuesta o se soluciona, estamos en un momento privilegiado por el nivel de debate interno, que el propio Estado está fomentando, sepamos aprovecharlo y corregir nuestros errores. Estas son nuestras deudas pendientes, para algunas es ya un poco tarde, para otras es el momento perfecto, como siempre digo: la bola está en nuestra cancha.

20 noviembre 2010 195 comentarios 464 vistas
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