La Joven Cuba
opinión política cubana
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto

Comunismo

La nueva izquierda

por Egor Hockyms 16 diciembre 2019
escrito por Egor Hockyms

El núcleo común de las izquierdas está en la oposición a un modelo de desarrollo orientado exclusivamente a maximizar el capital privado, generando como subproducto injusticia social en el sentido más amplio. Es sin embargo en el grado de esa oposición, adoptado desde la valoración individual de las alternativas, donde radica el desencuentro fundamental de las fuerzas progresistas. La implementación práctica macropolítica del pensamiento de izquierda sufre de ese mal como de ningún otro; y ya sea el comunismo soviético, las socialdemocracias europeas, el socialismo asiático o el del siglo XXI, ninguna fórmula parece concertar esta polifonía.

En Cuba, donde se jugó un papel referencial para la fase práctica del socialismo, las voces diferentes del progresismo moderno han sido acalladas por mucho más tiempo que en cualquier otro lugar de occidente, una región dinámica en la lucha heterogénea de los desfavorecidos por mayores derechos y libertades. La medida en la que nuestra falta de diversidad dependió de la excepcionalidad de un líder, o de la apropiación institucional de un sistema de valores sociales que enraízan con la línea del pensamiento cubano más humanista, es materia de debate. Sí parece bastante razonable que un elemento fundamental en la cohesión unanimista del pensamiento de izquierda cubano, al menos en las últimas décadas, viene de la observancia de un estado de sitio establecido como reacción a la agresión externa, en la percepción de que cualquier disenso puede llevar a una pérdida de la soberanía e independencia nacionales.

A doble contracorriente, el pensamiento progresista en Cuba ha comenzado finalmente a diversificarse y a leer la situación de bloqueo y agresión como una condición permanente bajo la que se tiene que poder vivir y progresar. La agresión es así entendida como una característica ineludible del contorno, que debe ser asimilada teóricamente en cualquier modelo práctico de socialismo no como estado de excepción sino de normalidad, porque un socialismo sin agresión externa es irreal en cualquier aproximación.

La fuerza conjunta de nuestras nuevas corrientes de pensamiento, que deliberan sobre el presente y el futuro de la Isla, es hoy conciencia crítica de una sociedad de personas reales, donde la “vanguardia esclarecida” está cada vez más obligada a interactuar en igualdad de condiciones con militantes críticos, académicos insumisos y pensadores anónimos. La izquierda cubana ya no es solo el Partido, y ha pluralizado el discurso reivindicando además sin reticencias muchos derechos civiles que son conquistas logradas en el modelo liberal, porque van en el sentido de la justicia social. En esa misma línea la institucionalidad jurídica se ha convertido afortunadamente en un tema de debate y se pondera el socialismo propio con ojos de modernidad, acreditando los logros y los desaciertos desde múltiples visiones.

Esta nueva izquierda que tiene todavía relativamente pocos exponentes, pero cuyas discusiones calan con fuerza creciente en un sector amplio de la intelectualidad, incluida por supuesto la militancia, comienza a parecerse a la izquierda progresista mundial no solo en el tipo de temas que la movilizan, sino también en la pluralidad de esquemas de razonamiento desde los que se emiten sus propuestas. Nacida del natural contrapunto entre visiones claras o aparentemente diferentes sobre las vías para construir la sociedad nueva, tiene sin embargo un reto muy grande en el enfrentamiento a un escenario político que solo concibe dos opciones de futuro: de un lado el capitalismo y el neoliberalismo, del otro el realsocialismo y el capitalismo de estado.

Pero no es solo la izquierda, el futuro mismo de Cuba está atrapado en esa bipolaridad. Tanto que hoy, a pesar de esta creciente oleada de pensamiento progresista, casi nadie pone en duda que el desarrollo del país seguirá uno de esos dos caminos si no algún tipo horripilante de híbrido.  Más aún, vemos claramente que incluso la aparición del disenso progre ha sido asimilada con facilidad por esa dicotomía política al punto de prácticamente no representar ningún peligro.

Desde el realsocialismo se asume que, con el tiempo, los reclamos por las libertades individuales podrán formar parte del folclor oposicionista de un capitalismo de estado. Desde el capitalismo se sabe que la eterna lucha por la justicia social se podrá integrar suavemente al circo libreexpresionista neoliberal. Así se complace el adorador de la democracia burguesa y del libre mercado, viendo en nuestro progresismo solo una oposición al gobierno; y también el venerador de la ideocracia comunista, que ve en la nueva izquierda solo el impulso de reformas superficiales para mejor legitimar el unanimismo.

Si para algo podemos usar entonces esta apertura progresista en Cuba más allá del necesario debate sobre hechos e ideas específicas, es para construir una posición “nueva” cualitativamente diferente, que irrumpa en el espectro político de los pronósticos. Una posición impulsada por cubanos de bien comprometidos con la persona real, que somos nosotros mismos y nuestros hijos. Cubanos que no van a comparar para el futuro ni la democracia capitalista de la ideología del dinero, ni el modelo realsocialista de la ideocracia de una vanguardia. Martianos y antimperialistas que en los detalles y en las ideas concretas somos absolutamente diversos, como corresponde a una sociedad vibrante que no depende ya ni de un menú ideológico preestablecido ni de un líder excepcional. Consensuar eso que nos une, visualizarlo y darle forma, será el primer paso; de nuestra diversidad hacer una fuerza será la clave del desarrollo.

Necesitamos entonces algo más que pensamiento progresista, necesitamos un núcleo teórico que asimile nuestra diversidad y levante un paradigma, una narrativa que nos legitime y que sirva como referencia para coordinar la fuerza intelectual y el consenso popular imprescindible. Necesitamos nombrar y describir colectivamente una tercera opción que las personas puedan identificar como futuro posible y que sirva de guía para la eventual puesta en práctica de estrategias de acción cívica, política y ciudadana.

Si la narrativa de la participación no es este núcleo, otro ha de ser, y debemos buscarlo juntos. Pero es responsabilidad de los intelectuales de la nueva izquierda elaborarlo y definirlo, como único modo de evitar seguir siendo arrastrados por una deriva política que en una forma u otra apuntará siempre hacia la marginación de los desfavorecidos.

Si la máxima dirección del Partido no es capaz de darse cuenta y cree seguir la estrategia del menor de los males, o si simplemente le asisten intereses de otra naturaleza desligados de la persona real, será verdaderamente lamentable en términos históricos y hará más difícil el camino en términos prácticos. Pero su militancia de base, que reúne gran parte del potencial progresista de nuestro país todavía atado mayoritariamente al acatamiento, es y seguirá siendo una cantera preferencial de la nueva izquierda, porque la esencia profunda que mueve el anhelo de una sociedad justa y libre es un valor compartido.

Militantes y no militantes vivimos en un país desgastado de realsocialismo, ávido de cambio, pero firme todavía ante la injusta agresión imperialista y el espejismo de una democracia liberal que sabemos socialmente injusta. El cambio imperativo que tanto hemos evitado hacer desde el desespero, no debe venir tampoco de la resignación. Nunca como en la Cuba de hoy ha sido tan posible para la izquierda materializar una macropolítica que pueda asumir al pueblo en su diversidad, bajo el manto de un sistema electoral apartidista e impulsada por el consenso ciudadano sobre los medios de prensa, que son, en el mundo moderno, los verdaderos lugares donde las personas militan.

Va entonces a los intelectuales la exhortación: frente a la obra que tenemos delante, frente al país apasionante que podemos construir para la persona real, la historia nos compele a posicionarnos activamente por la realización de un socialismo participativo, democrático y fundacional. Como aquellos revolucionarios franceses, sentémonos a la izquierda de todos los modelos de desarrollo establecidos, y esta vez desideologicemos la participación ciudadana como acto mayor de progresismo, para luego desarrollar desde la pluralidad una sociedad sin precedentes que pueda marcar de nuevo un calendario y una geografía de la esperanza.

16 diciembre 2019 17 comentarios 398 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Nuestra época y la de Pablo

por Alina Bárbara López Hernández 28 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

“¿Qué es la época de Pablo para los cubanos de hoy?”, preguntaba Fernando Martínez Heredia en un ensayo.[1] Es cierto que también afirmaba: “La historia no vuelve nunca de cualquier manera, la memoria histórica nunca es inocente”.[2] Pero a la memoria histórica hay que entrenarla, pues desde los mecanismos del poder, que incluyen a la historia oficial, a veces se escoge lo que es preferible rememorar.

En ese ejercicio de recuperación, especie de adiestramiento para evitar el alzheimer de Clío –la musa de la historia—, ninguna fuente es tan útil como los epistolarios. Elías Entralgo los denominaba “literatura de soliloquio y confesión” y consideraba que revelan, mejor que otros documentos, el carácter y la personalidad de una figura, pues a través de las cartas se podía lograr un “desahogo del ánimo”. Aseveraba que con su lectura “no solo podemos reconstruir el itinerario espiritual de la personalidad (…) sino también la topografía cultural y moral de la época”.[3]

Cartas cruzadas es la recopilación de la correspondencia, activa y pasiva, de Pablo de la Torriente Brau que se generó entre abril de 1935 y agosto de 1936.[4] Este fue su segundo exilio neoyorquino y coincide con el declinar de la Revolución del Treinta en Cuba. El joven revolucionario, comunista por convicción, aunque no por militancia, vive el drama del desarraigo cultural, el clima hostil, la pobreza, el alejamiento de la familia y los amigos y… lo peor, el convencimiento de que había que empezar desde cero a impulsar la lucha por la liberación.

Debemos este libro a Víctor Casaus, director del Centro Pablo, que compiló las misivas, prologó el texto, elaboró las notas que ayudan a los lectores a identificar figuras, publicaciones y hechos; y lo principal, dio una estructura peculiar a su propuesta al presentarla como un espacio donde se entrecruzan existencias. Su pretensión fue que se acercara en lo posible a la vida, donde “mueren y nacen gentes, hay alegrías y tristezas y combates y miserias y esperanzas, como en una novela, o mejor, como en la vida misma que estas cartas en su diálogo evocan”.[5]

Martínez Heredia valoró el conjunto de cartas reunidas por Casaus como una “formidable colección”.[6] Sin dudas es así. Con su lectura emerge ante nosotros una época verdaderamente difícil para un revolucionario, o al menos para uno que se mantenía fiel a la idea de que la revolución era necesaria. Que para él no era la que había derrotado a Machado sin demoler estructuras semicoloniales, y tampoco la que encabezaba el Partido Comunista, con una estrategia desacertada y una ideología dogmática que presentaban como la única vía posible. Fue aquel un período de desconcierto, pues el campo de los conflictos y las distancias de Pablo con el Partido Comunista se fue ahondando, no así su convencimiento de que era impostergable una transformación radical de la sociedad.

Un intercambio epistolar es significativo en el conjunto. Se trata de las misivas cruzadas entre Pablo y su mejor amigo, Raúl Roa, en diciembre de 1935. Ambos eran simpatizantes de la línea del Partido Comunista, aunque sin ser miembros, no obstante, sus cartas permiten ilustrar uno de aquellos momentos en que el camino partidista se hacía confuso. A Pablo le preocupaban algunos acercamientos del Partido hacia sectores políticos no revolucionarios y los argumentos débiles que manejaba para hacerlo. “Porque yo creo que la dialéctica también tiene moral”, escribió. “Para nosotros la dialéctica debe ser una espada flexible: flexible, pero de acero. Y siempre una espada”.[7]

Por ello funda en el exilio otra estructura para la lucha, la Organización Revolucionaria Cubana Antimperialista (ORCA), de izquierda, clandestina e insurreccionalista. No logran sostenerla y ese intento fallido define su destino: se va a España a contrapelo de las opiniones de Roa y otros compañeros. De allá no regresará.

Pero nadie muere totalmente si fue tan coherente como Pablo. Su voz resonante, su sentido del humor, su fuerza inquebrantable, su espíritu invencible y su desafío a contrarrevolucionarios, seudorrevolucionarios y oportunistas, son traídos de vuelta por esas cartas cruzadas, que, como bien alega su compilador: “están atravesadas por el viento magnífico, áspero y luminoso de la revolución, porque los hombres que hablan en ellas estaban buscando, en tiempos muy difíciles, el camino para llevarla adelante, en medio de «la torrentera» de la historia de que habla Roa”.[8]

Ese tiempo difícil nos acerca a Pablo, pues nuestra época también tiene sus propias torrenteras, y las experiencias de alguien que supo ser consecuente en circunstancias adversas es hoy un testimonio invaluable. Recomiendo entonces la lectura de este libro, que narra el fracaso de una revolución y transmite el aliento necesario para empezar otra.

[1] Fernando Martínez Heredia: “Pablo y su época”, La revolución cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

[2] Ibídem, p. 1995.

[3] Elías Entralgo: “La paradoja histórica de Luz y Caballero”, prólogo al Epistolario de José de la Luz y Caballero, Editorial de la Universidad de La Habana, 1945, p. XXII.

[4] Pablo de la Torriente Brau: Cartas cruzadas, Ediciones La memoria, Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, (segunda edición), 2012.

[5] Víctor Casaus: “Prólogo”, Op. Cit., p. 27.

[6] Op. cit., p. 187

[7] Citada por Fernando Martínez Heredia en: Op. cit, pp.183-184.

[8] Víctor Casaus: “Prólogo”, Op. Cit., p. 27.

28 noviembre 2019 19 comentarios 388 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Los sucesos de 1956 en Hungría

por Alina Bárbara López Hernández 8 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

El pasado 4 de noviembre se cumplieron sesenta y tres años de la intervención soviética en Hungría. Un testigo excepcional de aquellos hechos, Fernando Barral, vive en Cuba y escribió su testimonio. Hace un año publiqué una reseña sobre su libro en el boletín del Centro Pablo de la Torriente Brau. Aquí la comparto con los lectores de La Joven Cuba.

Leí de una vez Hungría 1956: Historia de una insurrección. Eso siempre ocurre cuando un libro reúne dos condiciones: ser muy interesante y no muy extenso. Además de la redacción amena, el mayor valor del mismo es su carácter testimonial. Aunque ese género ha sido visto con precaución por los historiadores, no caben dudas de que Fernando Barral fue un testigo excepcional que nos ofrece una visión privilegiada, complementada además con otras fuentes.

Su vida parece la trama de una novela de aventuras.

De origen español y residente en Argentina, fue deportado por comunista durante el gobierno de Perón y, ante el peligro de regresar a una España franquista, gestiona su asilo político en Hungría. Aprendió el idioma, estudió medicina y conformó una familia en el país magyar. Así fue que le sorprendieron los hechos que cuenta.

Su militancia constante en la izquierda, su residencia permanente en Cuba desde 1961 a instancias del Che, el hecho de que se jubiló como teniente coronel del Ministerio del Interior, a cargo de las investigaciones sociales; deben ser avales más que suficientes para que no sea catalogado, tan a la ligera como ocurre a veces en nuestro medio, de agente subversivo y provocador. Evidentemente su memoria se mantiene muy lúcida, y parece haber atesorado información con el fin de ofrecernos ese testimonio que agradecemos los lectores. A él y al Centro Pablo, que no cesa en su afán perenne por rescatar memorias olvidadas de personas, hechos y épocas.

Cuando estudiaba para profesora de Historia, en la mitad de los ochenta, recibí una epidérmica información sobre los sucesos del 56. Se limitaba a considerarlo un alzamiento contrarrevolucionario organizado por fuerzas de la iglesia católica y remanentes de la burguesía húngara que, con apoyo de la CIA y otras fuerzas externas contrarias al socialismo, y aprovechando algunos errores del Partido Comunista, lograron atraer a sectores lumpen proletarios y elementos marginales. Se decía que el gobierno había solicitado la intervención soviética, y que las tropas de aquel país contuvieron la embestida de la reacción devolviendo al pueblo húngaro las riendas de su destino.

Al graduarme, en 1989, permanecí en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, y, para mi desconsuelo –pues siempre fui alumna ayudante de Historia de Cuba–, me comunicaron que impartiría Historia Contemporánea de Europa. Los sucesos del 56 volvían a mí, pero ahora en un contexto polémico: me tocaba explicar a los estudiantes esa página confusa de un país socialista interviniendo en otro, en una etapa en que el campo socialista desaparecía tragado por sus enormes errores.

Las publicaciones soviéticas como Tiempos Nuevos y Sputnik, que circularon en Cuba hasta inicios de los noventa, también deconstruían la historia de las relaciones entre los países que conformaron aquel campo geopolítico. Los sucesos del 1956 eran noticia nuevamente.

Dicha situación tornó obsoletos los libros de texto de las carreras de Historia, y me obligaron a localizar otras fuentes de información si pretendía ser creíble. Una de ellas fue meramente casual. El tema de mi tesis había sido un estudio sobre el pensamiento político de Juan Marinello y recordé una epístola suya con el título: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría),[1] escrita en coautoría con Mirta Aguirre y Carlos Rafael Rodríguez. En ella negaban de plano, por injusta y calumniosa, la visión de la prensa burguesa cubana acerca de los hechos de octubre del 56 en Hungría y de la actitud de la URSS, reiteraban el carácter reaccionario y pro burgués de las protestas y rechazaban los enjuiciamientos que se hacían a los soviéticos por violar la soberanía territorial húngara.

Decidí consultar entonces algunas revistas y periódicos de la época, Carteles, Bohemia y Prensa Libre especialmente, para entender el porqué de la carta. Tras la lectura del libro de Fernando Barral, puedo afirmar que no estaban errados los periodistas burgueses en sus opiniones, las que fundamentaban con los testimonios de muchos húngaros que huyeron a raíz de la intervención soviética.

El 56 fue un año complejo para los comunistas cubanos, eternos e incondicionales aliados del movimiento con centro en la URSS. Además del XX Congreso del PCUS y su informe sobre el culto a la personalidad de Stalin, ahora tenían que manejar las incómodas situaciones acaecidas en Polonia[2] y Hungría. Para colmo, lidiar con el hecho de que su propia ilegalización, decidida en 1953 por Batista, mermaba las posibilidades de ofrecer otra imagen de esos temas, dada la clausura de su órgano oficial de prensa, el periódico Noticias de Hoy.

En 1958 continuaba el debate. Sergio Carbó, desde Prensa Libre, publicó el artículo “Bouganvilles Blancas”, que mereció una carta de Marinello en la que respondía a las acusaciones sobre el campo socialista. Respecto a los sucesos de Hungría decía: “lamentamos sincera y hondamente que se derramase sangre sana [pero], seguimos creyendo que fue obligado y justo reprimir el alzamiento reaccionario”.

Al año siguiente triunfará la Revolución en Cuba, que proclamará luego su carácter socialista y paulatinamente se alineará con la URSS y el campo socialista. En consecuencia, la versión que se impondría durante décadas ocultó la verdadera naturaleza de esas insurrecciones. Por eso el libro de Barral viene a llenar un vacío en la historiografía generada en nuestro país, que ha sido verdaderamente reacia al abordaje del asunto.

Tanto el caso de Hungría como el de Polonia, muestran que, tras la muerte de Stalin, el proceso de desestalinización abrió debates sobre cuestiones fundamentales en todo el bloque del Este. El discurso de Nikita Jrushchov acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias tuvo amplia repercusión fuera de la Unión Soviética, e incentivó el debate en torno al derecho a escoger una vía más independiente de “socialismo local, nacional”, en lugar de seguir el modelo soviético hasta el último detalle.

La sublevación de Hungría tuvo raíces históricas. Habría que remontarse para entenderlas a la República Soviética Húngara de 1919, un efímero régimen de dictadura del proletariado instaurado por la unión del Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista en la primavera de 1919, ante la grave crisis interna en el país. Se inició el 21 de marzo y terminó el 1ro. de agosto del mismo año. El nuevo sistema concentró el poder en un Consejo de Gobierno, que lo ejerció de manera autoritaria en nombre de la clase trabajadora.​ Su principal figura fue el comunista Béla Kun. Tras el fracaso del experimento de 1919, Kun se refugió en la URSS y fue funcionario de la Internacional Comunista. Sería denunciado por trotskista en las purgas de los años treinta y finalmente detenido en 1937. Pasó más de dos años en varias cárceles y murió sometido a tortura en la prisión de Butyrka.

Es de suponer entonces que la instauración del socialismo tras la II Guerra Mundial fue vista con desconfianza por los húngaros. En ese país los comunistas no tenían una gran fuerza numérica y fueron impuestos por las tropas soviéticas de ocupación. El partido Socialdemócrata sí tenía muchos partidarios, pero estos se camuflaron de modo oportunista en las filas del Partido Comunista que contaba con la anuencia de los soviéticos.

Es cierto que en la insurrección del 56 hubo manejos conservadores y apoyo de fuerzas externas contrarias al socialismo, pero reducirlo a esa zona política es ocultar la realidad. El malestar ante los graves errores de la dirección política del país había influido en los obreros, intelectuales, estudiantes e incluso soldados. La excesiva burocratización del gobierno, los bajos salarios y condiciones de trabajo, la falta de transparencia y de posibilidades de expresar libremente las opiniones, el intercambio comercial desigual con la URSS y la copia de un modelo extranjero que para la fecha daba indudables muestras de agotamiento; todo ello motivó la sublevación, que tuvo también un carácter popular.

La actitud de los soviéticos ante los sucesos del 56 en Hungría fue contraria a las normas de las relaciones soberanas y de no injerencia en los asuntos internos de otros países, que era uno de los principios de su política exterior.

El texto Hungría 1956: Historia de una insurrección, además de las atinadas y justas valoraciones de Fernando Barral, incluye un testimonio gráfico y una cronología. Recomiendo su lectura a todos los que disfruten conocer sobre la verdadera historia.

[1] Archivo del Instituto de Historia de Cuba: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría), Fondo: Primeros Partidos Políticos, Movimiento 26/ 7 y otros, Legajo: PSP.

[2] Conocidas como sublevación de Poznań, o junio de Poznań, fueron las primeras de varias protestas masivas del pueblo polaco contra el gobierno. Las manifestaciones de obreros que pedían mejores condiciones comenzaron el 28 de junio de 1956 en las fábricas Cegielski de Poznań y debieron hacer frente a una represión violenta. Una multitud de aproximadamente 100 000 personas se reunió en el centro de la ciudad, cerca del edificio de la policía secreta polaca. Cuatrocientos tanques y 10 000 soldados del Ejército Popular polaco y del cuerpo de seguridad interna, bajo las órdenes del general polaco-soviético Stanislav Poplavski, fueron los encargados de sofocar la manifestación y durante dicha contención le dispararon a los manifestantes civiles.

8 noviembre 2019 10 comentarios 983 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Los narradores de la continuidad

por Alina Bárbara López Hernández 6 noviembre 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

No es la primera vez que me refiero a la reacción de medios oficiales cubanos respecto a las personas que asumimos una postura crítica sobre determinadas problemáticas de la situación del país. En el artículo «Antiguas costumbres» aludí a la satanización que se hizo de ellas bajo la etiqueta centrismo durante el año 2017, en un período de relativa distensión política bajo el gobierno de Barack Obama.

Argumenté entonces que esa reacción emergía prohijada por el sectarismo de matriz estalinista que portó el Partido Comunista desde su surgimiento. Dicha posición sectaria, como afirmara Fernando Martínez Heredia, «garantiza contra toda contaminación, a costa de hacer estéril la política propia, y trae consigo un pensamiento que solo admite unas pocas certezas establecidas previamente y una necesidad permanente de excluir, junto a los enemigos reales, a los “enemigos”, “renegados”, “desviados”, “embozados”».[1]

Durante el debate del proyecto de Constitución, y ante la visibilidad que este tuvo en medios digitales, salieron a relucir otras etiquetas difamadoras. Esta vez éramos nuevos revolucionarios para algunos o enemigos del pueblo para el resto.

Escribí en aquel momento el artículo «Los otros», en el que expresaba:

Acostumbrados a la pugna contra un enemigo histórico, los representantes de la ideología oficial no han sido capaces de reaccionar a la emergencia de un pensamiento crítico que, desde su propio terreno, reclama como propio un marxismo verdaderamente dialéctico, demanda un socialismo efectivamente participativo y percibe a la burocracia como un peligro más terrible que el bloqueo de EE.UU.

Es ostensible el furor que muestran los hasta hace poco únicos dueños del discurso de la nación. Perciben que su propio análisis, el que utilizaran siempre para examinar de manera crítica los problemas de otros países, también es útil para enjuiciar la realidad insular. A veces no distingo si tanta molestia es síntoma de prepotencia o de agotamiento, pues como bien aseveró Sun Tzu en El arte de la guerra, al referirse a los enviados de un jefe militar: “Si sus emisarios muestran irritación, significa que están cansados”.

Como parte de la usual estrategia descalificadora, se puede ubicar también el artículo «“Progresismo” en Cuba y memorias del subdesarrollo», de Karima Oliva y Vibani B. Jiménez, que hace pocos días fuera publicado por la revista Cuba Socialista. No serán miembros del PCC, como afirmaron en una entrevista a Iroel Sánchez, incluso ambos viven en México y él es natural de aquel país; pero la revista que los acoge es la publicación teórica reconocida del único Partido en Cuba, de ahí que la considere un medio oficial.

En su texto, ellos engloban bajo el término progresismo a cualquier perspectiva que se aparte de lo que denominan «el ejercicio libre del pensamiento crítico desde la revolución».[2] Dan así la espalda a una realidad que es incómoda y que describí en la ponencia «Los intelectuales y sus retos en la época actual»:

La intelectualidad insular estuvo polarizada por mucho tiempo de manera simplista entre los que se oponían a la revolución socialista y los que la defendían incondicionalmente. Tal escenario se ha modificado, y entre esos polos extremos se extienden hoy múltiples corrientes de pensamiento que coinciden en la crítica al modelo socialista burocrático, sin que renuncien a un gobierno de esa tendencia.

Oliva y Jiménez han tomado esas múltiples corrientes para fundirlas en una. Psicólogos de formación, intentan instaurar una especie de modelo único de conciencia política. Algo similar hizo la antropología psicológica cuando afirmaba que existían modelos culturales en base a la personalidad de las culturas, y que cada pueblo tenía un espíritu específico.

Pero esto es otra cosa. A los referidos autores les bastó una palabra, progresismo, para homogenizar a todos los enemigos: reales, potenciales o hipotéticos; amantes de la economía de mercado o del socialismo libertario; anarquistas, socialdemócratas, socialistas, anticomunistas…

Unidad es la palabra de orden, o mejor, enemigos de todas las tendencias: uníos. Partido único vs modelo único de pensamiento adverso. Muy simplificador, muy cómodo, muy oportunista. Sobre todo, muy esclarecedor de la actitud del Partido hacia la crítica. Ciertamente que son continuidad.

La etiqueta, además, es confusa, pues bajo el mismo concepto se refieren los analistas políticos —algunos internos—, a ciertos gobiernos de la región bien vistos por el gobierno cubano, como los de México y el electo en Argentina.

Pedro Monreal se refirió atinadamente al error de método en que incurren Oliva y Jiménez al no aportar evidencia alguna que sostenga su clasificación del progresismo como una corriente de pensamiento. Por ello no es un ensayo y sí un artículo de opinión lo que leemos bajo su firma. Un ensayo requiere contrastación de tesis y aquí, sin haber analizado un nombre, un texto, un enfoque, una fuente; no es posible aceptar, siquiera entender, el punto de vista que ofrecen los articulistas.

Interrogada por Iroel Sánchez sobre por qué se abstuvieron de hacer esas referencias, la respuesta de Karima Oliva nos deja más confundidos aún:

No nos referimos a ninguna persona o medio en específico porque lo significativo que vemos en ellos es precisamente el formar parte de lo que identificamos como una corriente de pensamiento con determinadas características dentro de cierto sector. Fue en la caracterización de esta corriente donde quisimos poner la mirada. No considero serio personalizar un análisis que precisamente adquiere interés para nosotros en la medida en que se va convirtiendo en análisis de una tendencia y no de la obra de algún intelectual en específico…

Vieron el bosque, pero no los árboles; es obvio que no les interesaba hacerlo. Después de valorar a los progresistas como elitistas, acaban por confesarse igual de sectarios y parcializados. Vibani Jiménez afirma: «En realidad el texto no está dedicado a los actores mediáticos que se asumen dentro del progresismo, presentándose constantemente como lo que no son. Va dirigido sobre todo a quienes identificamos como compañeros de una lucha común por el socialismo, incluso más allá de las fronteras, para servir al diálogo honesto y la reflexión seria». En fin, el texto es sobre el progresismo, pero no está dedicado a los progresistas, sino a sus detractores.

Faltan argumentos, eso es indudable, como también lo es que a los autores les sobra presunción. En la mencionada entrevista, Karima Oliva argumenta algo que rompe con cualquier tratado de lógica: «Rápidamente algunos se sintieron aludidos y reaccionaron de forma defensiva ante el texto. Esto, a nuestro entender, pone en evidencia que la tendencia que estamos describiendo existe. Interpretamos la magnitud de su incomodidad con el grado de certeza que tuvimos en describir el fenómeno».

Si tomáramos ese juicio para invertirlo, sería muy relevante el grado de incomodidad de la esfera ideo-política del Partido Comunista y sus diversas dependencias respecto a los críticos de cualquier tendencia, que tendríamos, según el curioso razonamiento de Oliva, toda la certeza en nuestros puntos de vista.

Tres acápites dividen al artículo. Los dos primeros —«Intelectualismo “progresista” y sus referentes», y «“Progresismo”, influencers cubanos y capital intelectual redituable»—  son extensos y pueden despertar el mayor interés, pues en ellos es que se fundamenta la existencia de la fantasmal corriente única. Sin embargo, el tercero: «Pensamiento crítico y socialismo en Cuba», apenas de tres cuartillas, es dónde se logra deducir la intención real del texto.

Leamos con detenimiento tres citas de las que he enfatizado algunas frases:

«En este sentido, es claro el planteamiento del gobierno revolucionario sobre el hecho de que en Cuba sólo puede haber lugar para la continuidad y profundización del socialismo en un proceso de carácter irreversible».

«Es desde la continuidad como se puede profundizar la democracia socialista…».

«Y es precisamente también el ejercicio libre del pensamiento crítico desde la revolución, el que permite reivindicar el socialismo cubano…».[3]

El disfraz utilitario que intenta hacer pasar al gobierno por la revolución, una vez rasgado, nos permite calar bien que este artículo, con apariencias de novedad, es exactamente más de lo mismo. El mensaje es claro: solo los gobernantes y sus ideólogos oficiales saben discernir entre el bien y el mal, solo ellos pueden actuar como guardianes de la doctrina.

El embuste de que la corriente del progresismo, en cohesión unánime, apela a valores propios de la democracia burguesa; intenta ocultar la lucha de  intelectuales y ciudadanos porque se cumplan la democracia y el estado socialista de derecho que fueron aprobados en la constitución cubana.

La libertad de pensamiento, de expresión, de manifestación, de movimiento; la no discriminación por motivos ideológicos, y, no menos importante, la conversión de la propiedad estatalizada en propiedad realmente social con la consiguiente transparencia de la gestión pública, son motivo de tensiones constantes en este país. No son mitos de la democracia burguesa, son deudas pendientes del socialismo burocratizado que tenemos.

Buscando una narrativa común al progresismo, Oliva y Jiménez se convirtieron en los narradores de la continuidad. A mí, en lo personal, me ofende menos la etiqueta de progresista que la de continuista. El continuismo siempre es conservador.

Los progresistas tenemos mejores oportunidades.

[1] Fernando Martínez Heredia: La revolución cubana del 30. Ensayos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007.

[2] Op. cit. p. 13

[3] Op. cit., pp. 12 y 13.

6 noviembre 2019 27 comentarios 678 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Pensadores vs Fanáticos

por Mario Valdés Navia 27 septiembre 2019
escrito por Mario Valdés Navia

Buda dijo: “El que no quiere pensar es un fanático; el que no puede pensar es un idiota; el que no osa pensar es un cobarde”. La convocatoria del Presidente a pensar como país puede ser un acicate para superar esas posturas infames. Desde 1960, Fidel llamó a hacer de Cuba un país de hombres de ciencia y de pensamiento[1]. Lamentablemente, la segunda parte de la cita se fue disolviendo y casi siempre se recuerda mutilada.

Desde los orígenes de la nación cubana esta se concibió como un proyecto que se diseñó y enriqueció con el aporte de muchos de sus hijos e hijas de diferentes sectores sociales. Aunque se sigue hablando de los supuestos padres fundadores –al estilo estadounidense− de la famosa Generación del 90 del XVIII (Espada, Arango, Romay…) y de la del 20 del XIX (Varela, Luz, Saco…) se hace menos de Aponte, Heredia y Viriato de Covadonga, a quienes por no ser hombres de la sacarocracia se le siguen negando virtudes, aportes e influencias.

El pensamiento del mambisado aun se eclipsa por sus proezas militares, al punto que muchas veces parecen jinetes sin cabeza, sobre todo en las clases que se imparten en la educación general. Si se dedicara tanto tiempo a estudiar el pensamiento de Maceo como sus combates, todos seríamos mejores ciudadanos, y se entendería cabalmente por qué Martí aseguraba que tenía “tanta fuerza en la mente como en el brazo”.

De hecho, leer a Martí parece ser un oficio de iniciados, aunque se suelen buscar sus citas aisladas para adornar textos y discursos, pero casi siempre fuera de contexto e ignorando las esencias de su pensamiento. El problema no es fácil para los que intentan usar al Apóstol como muleta. Su vida y obra fueron tan subversivas que rompen cualquier molde al que se quieran trasplantar por la fuerza.

En la República Burguesa los voceros del poder, aliados subalternos del imperialismo, subordinaban el pensamiento nacional al logro de superganancias comerciales. Mientras, el ideario nacionalista y socialista bullía de inquietudes y propuestas de cambio para resolver los problemas acumulados. Grupos intelectuales, revistas y periódicos, revolucionarios y patriotas de diferentes corrientes, debatían sus puntos de vista a la luz pública, tanto con los pensadores oficialistas, como entre ellos.

A inicios de los años 60, eran normales los debates entre hombres de la revolución sobre problemas de la transición que implicaban adoptar diferentes caminos hacia la meta común de desarrollo socialista. Estas líneas divergentes se enfrentaron en varios campos: economía (Cálculo Económico vs Sistema de Financiamiento Presupuestario), política (socialismo nacional vs pro-soviéticos) y cultura (vanguardistas vs realismo socialista). Pero desde la adopción del modelo de socialismo burocrático, en los 70, el pensamiento creador entró en declive.

Lo provocó la importación de un modelo establecido en la URSS, que era preciso comprar llave en mano. Venía sustentado por sus famosas siete regularidades sagradas –aprobadas en la Conferencia de Partidos Comunistas de 1957−, abarcadoras de todas las esferas de la vida. Como irrisoria expresión de democracia se concedía a los recién llegados la potestad de introducir particularidades nacionales en su aplicación. Pero el paquete había que aplicarlo completo, a riesgo de ser considerado un socialismo heterodoxo.

Era todo o nada.

Lo más terrible para Cuba es que, desaparecida la URSS y el campo socialista, esta manera esquemática de pensar siguió preponderando. La centralización de las decisiones y los recursos, el desarrollo de un capitalismo de estado que tiende a la alianza con el capital trasnacional, mientras desconfía de una posible burguesía cubana, y la censura a cualquier corriente o expresión crítica que se distinga de la línea establecida por la élite del Estado/Partido-único, sometieron el pensamiento a fórceps estrechos.

En este escenario, pensar como país lo hallo equivalente a discutir todas las alternativas para desarrollar el proyecto con independencia, soberanía y justicia para el pueblo. Hacer política para un ciudadano de esta polis tropical es contribuir a resolver los problemas cardinales del país con sus ideas creadoras, no limitarse solo a los del barrio y el centro de trabajo o estudios. Si los obreros se hubieran limitado solo a cumplir los encargos que les hacían los patronos nunca hubiera existido Blas Roca. Si los médicos solo se consagraran a curar enfermos no hubiera aparecido el Che Guevara.

Para ser un representante digno de nuestra especie Homo Sapiens esta función es obligatoria. Pero no para hacerlo solo de lo intrascendente sino “de lo que pica” −como decía Martí en El Diablo Cojuelo−. Los que no quieran pensar porque están fanatizados, los que no puedan porque están idiotizados, y los que no osen por cobardes, tendrán que cambiar; echarse a un lado y dejar pasar las nuevas ideas cuando estas se hagan pueblo.

[1] Discurso en la Sociedad Espeleológica de Cuba, 15 de enero de 1960.

27 septiembre 2019 21 comentarios 243 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

Celebración imprudente

por Alina Bárbara López Hernández 24 julio 2019
escrito por Alina Bárbara López Hernández

En 1949 Carlos Rafael Rodríguez, uno de los dirigentes del Partido Comunista de Cuba —desde 1944 Socialista Popular—, calificaba al ideal social de la Juventud Ortodoxa como “socialismo subjetivo”. Estas eran sus razones: “aunque el socialismo a que dicen aspirar es un socialismo verdadero, solo se dirigen a él subjetivamente (…) El socialismo parece considerarse como la conclusión de un proceso evolutivo, parlamentario, que ha de gravitar naturalmente, una vez que se conquiste la libertad nacional”.[1]

Sin embargo, cuatro años después, y ya bajo la dictadura batistiana, eran los comunistas los que parecían tomarse de manera muy subjetiva la posibilidad de reaccionar de manera radical ante la violación de la Constitución del 40. Al menos eso es lo que puede colegirse si se compara la actitud de algunos representantes de ambas organizaciones un día como hoy, pero sesenta y seis años atrás.

El 24 de julio de 1953, mientras un grupo de personas, mayoritariamente de la Juventud Ortodoxa, se dirigía a la granja Siboney, cercana a Santiago de Cuba, desde la que irían a asaltar el cuartel Moncada, y a varios de ellos apenas les quedaban cuarenta y ocho horas de sus cortas vidas; la plana mayor de la organización comunista almorzaba en un céntrico restaurante santiaguero para celebrar el cumpleaños 45 de Blas Roca Calderío, su secretario general.

La dirección del Partido de la entonces provincia de Oriente lo había organizado todo. Rita Vilar, hija de César —en aquellos momentos un alto dirigente del PSP—, en su testimonio a Newton Briones le dice: “Esto da una idea de lo desvinculado que estaba el Partido con el hecho de tanta relevancia que estaba por producirse. Si no nunca se les hubiera ocurrido reunir a la crema y nata del Partido en Santiago, donde Fidel estaba a punto de asaltar el Moncada”.[2]

Ese mismo día Noticias de Hoy, órgano oficial del PSP, anunciaba el onomástico con los habituales elogios y adjetivos desmesurados que habían copiado los comunistas nativos del tratamiento a Stalin en la URSS, aunque, desde luego, sin referirse al almuerzo en cuestión:

Hoy cumple un año más de vida Blas Roca, Secretario General del Partido Socialista Popular de Cuba, el máximo guía del proletariado y del pueblo cubano, el estratega de la lucha de nuestras masas por la paz, el progreso, la independencia nacional y el socialismo. El nuevo aniversario de su vida de trabajo y de lucha, de estudio y de combate, será celebrado por las masas del partido de los pobres, de los humildes, de los patriotas y de los justos, con una gran jornada en favor del fortalecimiento ideológico suyo, de la conquista de nuevos combatientes, soldados del partido de la Paz y de la Libertad, con tareas en favor del desarrollo de la prensa popular y revolucionaria, con nuevas victorias contra los enemigos de Cuba, de la humanidad y del progreso. El homenaje, así, será adecuado a la grandeza sencilla y sabia del gran dirigente (…) Hoy saluda con cariño y respeto al gran dirigente popular y obrero, (…) perspicaz y certero de las masas, levantando en su honor sus banderas de triunfo y ratificándole su decisión de combatir sin tregua a los enemigos de Cuba, de la clase obrera, del pueblo, de la paz, de la humanidad. ¡Loor al gran intérprete y orientador de los problemas y necesidades de las masas! ¡Larga vida desea Hoy al guía certero de la lucha por la Liberación Nacional y el Socialismo![3]

La celebración festiva del 24 de julio se producía en un contexto internacional poco halagüeño para los comunistas del área. Eran momentos en que la guerra de Estados Unidos contra Corea se interrumpe por la firma de un armisticio —refrendado al siguiente día del asalto al Moncada—, que exacerbaba la política anticomunista del macartismo en el país norteño; se vivía un período de agudización constante de tensiones con el recién nacido campo socialista europeo: la Guerra Fría; en Chile, donde los comunistas habían sido miembros de la Cámara y el Senado igual que los de Cuba, se había promulgado la Ley maldita de 1948, que proscribió su participación política.

Paradójicamente en Cuba, tras un año y cuatro meses del golpe de estado de Batista, ocurrido en marzo de 1952, los comunistas seguían siendo un Partido legal y publicaban su diario haciendo propaganda en favor del socialismo.

De hecho, la idea de que Batista diera un golpe de estado había sido barajada por los propios comunistas que, dada la política represiva del gobierno de Prío en su contra, veían en el cuartelazo una vía de escape. A quienes piensen que esta afirmación es falsa, les recomiendo la lectura del extenso artículo: “El madrugón del 10 de marzo tuvo un largo proceso de gestación”, publicado el 15 de marzo de 1952 en Noticias de Hoy y firmado por Blas Roca y Juan Marinello. Este fue el análisis que hiciera la Comisión Ejecutiva Nacional del PSP sobre el golpe de estado, en sesión extraordinaria celebrada dos días antes, como se explica allí. Ciertamente se muestran contrarios a la toma del poder de facto, pero las razones que esgrimen son francamente interesadas:

La dirección ortodoxa rechazó nuestra exhortación para que, sin pactos, formulara un programa popular e hiciera un llamamiento a Batista para que facilitara la derrota del gobierno. Esto, de haberse hecho, le hubiera quitado el pretexto a Batista que le sirvió para reagrupar los mandos militares a su alrededor, el pretexto de que los ortodoxos, de ganar, los perseguirían con más saña que Grau o Prío.[4]

La frase “que facilitara la derrota del gobierno” no puede ser más clara. Los comunistas en verdad pretendían una especie de golpe de estado de frente único, que no fue lo que ocurrió. Y, según evidencias, continuaron proponiendo un acercamiento a Batista, con el cual habían mantenido excelentes relaciones como parte de la Coalición Socialista Democrática, que fue el gobierno constitucional de este país entre 1940 y 1944.

El historiador Newton Briones me facilitó un dato interesante. Al parecer, la dirección del PSP utilizó como enviado a Raúl Lorenzo, que era ministro de comercio de Batista, para ser la persona que hablara con el general sobre un acercamiento mayor con el Partido. Batista dio la respuesta, dijo no, pero lo consultó con los norteamericanos y no lo aprobaron. Lorenzo se marchó de Cuba en 1959, pero después regresó y Newton tuvo la oportunidad de entrevistarlo, el 23 de septiembre de 1998 en La Habana.

¿Mentía Lorenzo? es posible, cualquier testimonio corre ese riesgo. No obstante, la contrastación de fuentes permite razonar que los comunistas cubanos no sentían una gran presión del dictador hasta 1953. La desdichada casualidad de estar en Santiago en el momento menos oportuno les jugó una mala pasada, a partir de esa fecha fueron ilegalizados y prohibida la publicación de su órgano oficial. Debe ser por eso que defendieron “a capa y espada”, como dice Newton, no estar inmiscuidos en los sucesos del Moncada. Pero esa es otra historia que será contada muy pronto.

[1] Carlos Rafael Rodríguez: “El pensamiento de la juventud ortodoxa,” Letra con filo, t. I, Editorial de Ciencias sociales, La Habana, 1983, p. 73.

[2] Newton Briones Montoto: Una hija reivindica a su padre, entrevista a Rita Vilar, Ruth Casa Editorial, Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, 2011, p. 64.

[3]S/A: “Cumpleaños de Blas Roca”, Noticias de Hoy, La Habana, viernes 24 de julio de 1953, pp. 1 y 8.

[4] En Noticias de Hoy, La Habana, sábado 15 de marzo de 1952, pp. 1 y 4

24 julio 2019 4 comentarios 623 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

La grieta entre la iglesia y el estado cubano

por Gabriela Mejías Gispert 17 julio 2019
escrito por Gabriela Mejías Gispert

Cuando era niña solía jugar durante horas con mi amiga Lucía que vivía a dos puertas de mi casa. Pasábamos mucho tiempo juntas porque íbamos a la misma escuela. Los domingos ella iba a la iglesia y luego jugábamos por la tarde. ¡Catequesis! Me dijo la vez que le pregunté qué hacían los niños que iban a la iglesia. Yo había entrado una vez con mi abuela, la única en mi familia que tenía una creencia religiosa. Me contaba que antes del triunfo de la revolución, en Santiago de Cuba, en ocasiones, durante las misas se pasaban furtivamente los bonos del M-26. Mi abuela me explicó qué era catequesis, me enseñó canciones de cuando asistía. Llegué a aprender alguna que otra de memoria.

La mamá de Lucía me dijo que yo no era “religiosa” porque mi familia era “comunista”. Si me preguntan hoy; diría que no profeso ninguna fe por decisión propia: tuve la oportunidad de elegir.

Me formé con una abuela católica y un Estado laico.

Mirándolo en retrospectiva me parece irrisoria la asociación, creo que la frase de Marx, totalmente sacada de contexto, caló muy hondo en el imaginario social. La grieta entre la iglesia y el estado cubano creó una división donde ambos eran antagónicos. El tema salió a flote una vez más durante las votaciones por el referéndum constitucional.

La naciente reforma de la constitución de la República de Cuba, tuvo 760   cambios, entre adiciones y modificaciones, proponiendo una legislación mucho más acorde con nuestra sociedad.

Afín con nuestros principios como país, se mostró una constitución más inclusiva, donde se anulaban las diferencias propias del estado civil. No se modificó ninguno de los artículos que constituyen la base de nuestra nación como estado marxista, leninista y fidelista. Dejando clara la postura de un Estado constituido donde las libertades individuales son respetadas, entre ellas las creencias y religiones por igual.

Con esto se ratifica el posicionamiento de un Estado secular, donde las autoridades no se posicionan públicamente hacia ninguna religión, ni las creencias religiosas pueden influir sobre las políticas nacionales.

Por eso me llamó notablemente la atención cuando nuestro presidente, utilizando su cuenta de Twitter expresó sus felicitaciones a Santa Clara, afirmando que cada vez es “más santa y más clara”.

No me inquieta en lo más mínimo que nuestro presidente profese alguna fe, si fuese el caso. Me preocupa su postura como dirigente de nuestra nación. Me preocupa la fuerza opositora de la iglesia ante la decisión del Estado de garantizar los derechos de matrimonio a todas las personas y la respuesta de la asamblea ante dicha fuerza.

El 11 de junio de este mismo año —post votaciones— las iglesias evangélicas deciden crear una alianza, alegando como razón principal no sentirse representadas delante de las autoridades y el pueblo cubano por el Consejo de Iglesias de Cuba. Hecho que no debemos perder de vista, pues estas mismas iglesias fueron las que más se opusieron a las reformas inclusivas de la nueva constitución.

Vivimos en tiempos de desarrollo, de madurez dentro de nuestro proyecto revolucionario y no deben desdibujarse en la euforia del cambio ciertas bases que nos permitieron llegar aquí.

El filósofo y politólogo Bruno Bauer señalaba, al hablar de la separación de la política y la religión: “Todo privilegio religioso en general, incluyendo por tanto el monopolio de una iglesia privilegiada, debería abolirse, y si algunos o varios o incluso la gran mayoría se creyeran obligados a cumplir con sus deberes religiosos, el cumplimiento de estos deberes debería dejarse a su propio arbitrio”.

En palabras de Marx, “el Estado debe ser un mediador entre el pueblo y las libertades individuales, anulando así las diferencias que puedan presentarse en la sociedad civil. Corresponde a este la generalidad del pensamiento y el principio de su forma, la vida genérica, por encima de su vida material”.

El Estado debe ser imparcial y dejar que los elementos civiles tales como la cultura, la propiedad privada, la ocupación, la religión, el estado social, así como las diferencias étnicas y de género posean sus manifestaciones sin ser entorpecidas por la política y al mismo tiempo, estas no influyan en sus decisiones gubernamentales.

17 julio 2019 30 comentarios 315 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail

El anticomunismo interno

por Miguel Alejandro Hayes 10 febrero 2019
escrito por Miguel Alejandro Hayes

El anticomunismo ha causado grandes estragos a la militancia y ha llegado a incidir fuertemente en el devenir del movimiento comunista. Sin embargo, la destrucción también puede venir desde adentro.

La cuestión de la hecatombe de las organizaciones, suele pensarse al estilo de la mecánica clásica. Para esta –y es sabido por todos-, los cuerpos mantienen su reposo o movimiento recto uniformado hasta que actúen fuerzas sobre él. Así, se establece la regla general donde A determina a B. Quedando siempre, el fenómeno del objeto en cuestión, entendido desde una acción externa.

De la misma manera, se interpretan muchos procesos sociales. Por ejemplo, el destacado marxista Ernest Mandel, afirmaba que la militarización constante a la que era obligada la URSS por la competencia con EUA, la llevó al declive.

Se analiza igualmente la destrucción de naciones, desarticulación de movimientos de liberación nacional, como lo ocurrido con algunos fracasos en África y América Latina, y la  de organizaciones emblemáticas como los Panteras Negras por el COINTELPRO, por solo citar. Los partidos comunistas, han de los que más sufrido esos shocks externos.

Son numerosas las fuerzas reaccionarias en el exterior que se enfrentan al movimiento comunista

Sin negar la objetividad y veracidad de  conspiraciones y ataques, quedarse en el esquema extrapolado de la mecánica clásica y explicar el objeto siempre desde algo externo, olvida que el estudio de la sociedad no debe hacerse exportando de las ciencias naturales y exactas esquemas de análisis.

Más cercano de reflejar la realidad en sus múltiples determinaciones, está la dialéctica. Y como marxista, de ser consecuente, debería preferirse esa dialéctica que se grita a cuatro vientos, a un positivismo decimonónico. Sobre todo, porque es necesario reflejar las contradicciones propias de un sistema.

Decía Hegel, hombre que Marx homenajeó al escribir El Capital, que no existe nada entre el cielo o la tierra, que no contenga el ser y la nada. Esto es, que todo lo que existe y que pueda ser objeto de nuestro pensamiento, tiene dentro de sí las tendencias contrarias para explicar su movimiento.

Así queda a los ojos de un  revolucionario al reflexionar sobre las derrotas, que cualquier sistema en su progreso puede llevar  a un extremo sus contradicciones, y destruirse. No se trata de renunciar a lo externo, sino de saber qué es lo que realmente ese ataque exterior hace.

Lo que puede ser, que si bien los Panteras Negras sufrieron por el FBI, este lo que hizo fue aprovecharse de sus debilidades, como la rivalidad de sus máximas figuras y que se corrompieran algunas de estas. Lo mismo pudo ocurrir con el Che en el Congo, que si bien el enemigo era fuerte, las contradicciones internas de los militares congoleños eran insostenibles.

Igual cuando se asesina a un líder, las fuerzas reaccionarias se aprovechan de la escasa generación de nuevos líderes

Eso muestra, que el enemigo lo que ha hecho siempre es reforzar o atacar en las contradicciones internas de lo que quiere destruir. Su influencia no se puede negar, pero el éxito de sus ataques ha sido por identificar correctamente las fracturas. Si ellos lo hacen, también nosotros podemos.

De ahí que la preservación de lo que queremos que sobreviva vaya entonces en blindar o conocer las tendencias y relaciones destructivas en su interior, para evitar que le saquen partido a estas quienes no quieren su bien. Después de todo, ahí es la verdadera causa primaria de la decadencia.

Siendo consecuentes con esa lógica, el anticomunista,  resulta que es aquel que en su actuar puede destruir el movimiento comunista, a partir de acentuar o reforzar  sus contradicciones. Y como estas siempre comienzan desde adentro, también es responsable quien les da origen a lo interno de la militancia. Tanta culpa tiene quienes las acelera, como quienes las crean. Ambos grupos, sin distinción, pueden considerarse anticomunistas.

10 febrero 2019 11 comentarios 242 vistas
0 FacebookTwitterLinkedinTelegramEmail
  • 1
  • 2
  • 3
  • 4
  • 5

Ayúdanos a ser sostenibles

Somos una organización sin fines de lucro que se sostiene con donaciones de entidades e individuos, no gobiernos. Apoya nuestra independencia editorial.

11 años en línea

11 años en línea

¿Quiénes Somos?

La Joven Cuba es un equipo de investigación y análisis político que trabaja por un país justo, democrático y sostenible. Con una plataforma digital y un equipo especializado en el análisis de la realidad cubana, aspiramos a ser punto de enlace entre la sociedad civil y los decisores, mediante la investigación y la generación de conocimiento sobre la aplicación de políticas públicas.

@2021 - Todos los derechos reservados. Contenido exclusivo de La Joven Cuba


Regreso al inicio
La Joven Cuba
  • Inicio
  • Quiénes Somos
    • Equipo
    • Historia
    • Nosotros
    • Consejo Asesor
  • Grupo de Estudios
    • Libros
    • Dossiers
  • Contacto
 

Cargando comentarios...