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choteo

malagradecidos

Nosotros los malagradecidos

por Joany Rojas Rodríguez 14 septiembre 2020
escrito por Joany Rojas Rodríguez

A raíz de la mesa redonda en la que intervino el ministro de la industria alimentaria, se han desatado en el ámbito social cubano, y en las redes, críticas, comentarios, burlas, memes, en fin, lo habitual cuando una figura pública mete la pata hasta el fondo y su repercusión va más allá de su figura, ya que estos hechos suelen traer a la palestra otros que en circunstancias normales permanecen ocultos bajo la sombra feliz del silencio.

No voy a referirme a lo que dijo el ministro o cómo lo dijo, quizá lo haga más abajo. ¿Se acuerdan de los memes de Trump y el desinfectante? Muchos fuimos testigos o partícipes de las críticas, comentarios y cuestionamientos al presidente de la nación más poderosa del mundo por semejante disparate. Muchos nos reímos y disfrutamos con los memes sobre el tema que a diario salían en las redes.

Una de las cualidades que distinguen al ser humano es la risa, la burla a lo que consideran terriblemente estúpido o ridículo, y es, corríjanme si me equivoco, una válvula de escape en situaciones de estrés. Es lo que permitió, por ejemplo, que en lugar de dispararle en la cabeza o mandarle un misil teledirigido, el mundo entero riera a mandíbula batiente de la pifia del magnate.

Toda figura pública se expone al escrutinio público.

Los cubanos tenemos una idiosincrasia moldeada por las penurias y el carácter alegre que nos distingue. El choteo forma parte natural de nuestra cultura y nos ha ayudado a sobrevivir en los peores momentos, ya sea individual o colectivamente. Hasta en los velorios se hacen chistes. En las guaguas, cuando la gente, desesperada por tanta espera, trata de montar en medio de empujones y codazos, pasando unos por encima de otros, usted ve a muchos desternillados de la risa, como si estuvieran en pleno zafarrancho de cosquillas. Y es que el humor es consustancial a nuestro modo de ser. Y quien intente quitarnos eso tiene la batalla perdida.

Sin embargo, en estos días, luego de la transmisión de la susodicha mesa redonda y todo lo que desató, en algunos medios oficiales, se ha juzgado de ingratos, parásitos, malagradecidos, y hasta de pagados por el enemigo, a todos aquellos que en las redes se han reído de la aparente incapacidad y falta de preparación del compañero ministro, y digo aparente porque siempre hay que dar el beneficio de la duda. Desde siempre los cubanos hacemos chistes a costa de nuestros dirigentes, y nos hemos reído de sus inconstancias y desaciertos. La diferencia es que ahora podemos exteriorizarlo en las redes sociales, que para mal o para bien llegaron para quedarse.

Al parecer las instancias del gobierno y los medios oficiales no se han enterado de ello. Todos recordamos aquel infeliz artículo del periódico Granma, en el que se cuestionaba al equipo del popular programa Vivir del cuento por las paródicas representaciones de cuadros y dirigentes de distintos niveles. Ya sabemos lo que vino después. Es que nuestros funcionarios gubernamentales, tan serios y solemnes, tan impecables, tan impolutos y omnisapientes, tan perfectos, nunca se equivocan, no admiten errores, y por eso es injusto que los cuestionemos y hasta nos dé un ataque de risa cuando vemos que hablan como salidos de una película de ciencia ficción.

Pareciera que los cubanos vivimos llenos de comodidades y sin carencias, gracias al trabajo eficiente y sin fisuras de nuestros cuadros. Vaya, que seríamos unos ingratos si mostráramos descontento en forma de chistes y burlas. En fin, que la intervención del compañero ministro de la industria alimentaria merece un diluvio de aplausos, y montones de gestos y frases de agradecimiento por haber informado al pueblo con tanta coherencia, con explicaciones transparentes como el agua químicamente pura, y, sobre todo, por dejarnos el estómago lleno con el par de mil millones de toneladas de comida que se producen.

Tenemos todo el derecho del mundo a reírnos y burlarnos.

¿Acaso no basta con las penurias y miserias que estamos pasando? ¿También debemos rendirle culto a la mediocridad, la falta de lucidez, la mala gestión y la caduca verborrea de justificarlo todo con el asedio del bloqueo? ¿Debemos sentirnos agradecidos por eso? ¿Debemos sentirnos agradecidos porque nos quieran alimentar con tripas y croquetas? En los países desarrollados también se fabrican embutidos para perros y gatos. ¿Acaso nos toman por idiotas? Tripas de cerdos y vacas. ¿Y la carne, compañero ministro, quién se la come?

Si soy un ingrato, un malagradecido, un parásito que no aporta nada a la sociedad por reírme de los desaciertos de nuestros dirigentes, y plantearme estas interrogantes, entonces sí, lo soy. Si nuestros funcionarios no quieren ser objetos de risas y burlas entonces aterricen, acaben de poner los pies en la tierra, porque nuestro pueblo, que usa el humor y el choteo como válvula de escape, y que además goza de un alto nivel de instrucción, no tiene un pelo de tonto y va a seguir riéndose de todo y de todos cada vez que le dé la gana.

14 septiembre 2020 65 comentarios 746 vistas
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risa

En nombre de la risa

por Mario Valdés Navia 11 febrero 2020
escrito por Mario Valdés Navia

En torno al Caso Facundo reapareció el viejo debate sobre el empleo de la burla a nuestros problemas nacionales como rasgo peculiar y estable de la idiosincrasia del cubano. Los méritos y limitaciones de esta actitud vuelven a cuestionarse ante el fin abrupto del popular personaje quien, con su látigo de cascabeles en la punta, sometió a la figura del burócrata cubano a un inusual bocabajo semanal en las pantallas de la TV.

Me llama la atención que para arrojar luz sobre la cuestión no se haya acudido a un clásico del tema como es el ensayo de Jorge Mañach “Indagación del choteo” (1928).[1] En él su polémico autor analiza los vericuetos de este comportamiento del criollo y devela las que considera sus raíces socio-psicológicas e histórico-políticas, funciones y limitaciones.

Si bien discrepo de algunas de sus apreciaciones, teñidas de un fatalismo geográfico que otorga supuestas características tropicales al pueblo cubano −ligereza y superficialidad, entre otras− como causas del choteo; sí comparto varias de sus tesis sobre el sentido que atribuye al empleo de esta burla extrema como parte de la contracultura popular ante los vicios y excesos de los grupos hegemónicos y su pretendida respetabilidad.

Mañach distingue el choteo de otras formas de humor y parte de su acepción popular −”no tomar nada en serio/tirarlo todo a relajo”− para acercarse a su esencia. Desde aquí apunta hacia elementos que pueden explicar lo ocurrido con un choteador como Facundo:

[…] una falta crónica de respeto puede originarse también en una ausencia del sentido de la autoridad, ya sea porque el individuo afirma desmedidamente su valor y su albedrío personales o porque reacciona a un medio social en que la jerarquía se ha perdido o falseado. “Tirar a relajo” las cosas serias no será, pues, más que desconocer −en la actitud exterior al menos− el elemento de autoridad que hay o que pueda haber en ellas: crear en torno suyo un ambiente de libertinaje.

Y añade que lo que lo distingue de las demás formas de protesta contra la autoridad: “es que se endereza contra lo que ésta tiene de cómico, es decir, de contradictorio consigo misma. Señalando esa contradicción, aspira a minar la autoridad que la exhibe”. Por ello cree que “lo frecuente es que el choteo no denuncie, en absoluto, nada realmente cómico. Un chiste, un rasgo de ingenio cualquiera, surte su efecto de risa en cualquier lugar o momento; el choteo, en cambio, está estrictamente condicionado en el tiempo y en el espacio”.

Para Mañach “el choteo es enemigo del orden en todas sus manifestaciones” y asegura:

Esa afición al desorden, ese odio a la jerarquía, que es esencial del choteo, informa la manifestación más importante del fenómeno: su prurito de desvaloración. El índice convencional del valor es el prestigio. Y el prestigio es, en efecto, otra de las formas de seriedad contra las cuales el choteo se pronuncia con especial ahínco: es la seriedad en la reputación. Lo “choteado” es, en cambio, aquello que tiene una reputación precaria o falsa: lo desprestigiado.

El ensayista nos permite entender por qué el choteo a los burócratas ha resurgido en la Cuba actual:

En todos sus aspectos, el choteo es enemigo de cuanto proponga una limitación a la expansión individual. Otra cosa ocurre cuando la limitación, en vez de proponerse, se impone. Entonces, el espíritu de independencia que siempre hierve al fondo del choteo tiene dos vías de escape: o la rebeldía franca, o la adulación. Ambas son maneras de reivindicar mayor albedrío del que se tiene. La rebeldía produjo la República; la adulación ha engendrado eso que hoy llamamos “guataquería”. Pero, a poco que la autoridad sea débil, indirecta o inerme, surge el choteo como una afirmación del yo.

También nos ilustra sobre las diferencias entre lo bufo y el humorismo, al que define como: “lo cómico serio, lo trivial trascendental, la risa triste, filosófica y cómica. Pero el choteo ignora deliberadamente ese plano de respetabilidad y se instala, inquilino contumaz, en el plano de lo cómico”. Por eso lo llama: “perversión de la burla” y concluye que: “Es el espectáculo de la autoridad falseada lo que exacerba el natural espíritu crítico de la gracia criolla”.

Al respecto argumenta que:

No todas las autoridades son lícitas o deseables, y por eso siempre fue la burla un recurso de los oprimidos −cualquiera que fuese la índole de la opresión. Al par que uno de los grandes padecimientos del cubano, la burla crónica ha sido una de sus grandes defensas. Le ha servido de amortiguador para los choques de la adversidad; de muelle para resistir las presiones políticas demasiado gravosas y de escape para todo género de impaciencias. En otras palabras, ha sido entre nosotros un descongestionador eficacísimo.

Su crítica presenta al choteo como una rémora de las etapas inferiores, formativas, del cubano y lo explica porque: “En Cuba nos hemos dedicado con mucho ahínco hasta ahora a hacer hombres no-analfabetos, hombres ilustrados, pero no a hacer hombres de cultura”. Y, lleno de optimismo, sentencia: “El sentido crítico se acendra en Cuba por doquier con el advenimiento de una juventud enfrentada a una mayor experiencia colectiva.”

Hallo que la burla del burócrata ha cumplido su función de denuncia en nombre de la risa pero, como aconsejara Mañach: “Ha llegado la hora de ser críticamente alegres, disciplinadamente audaces, conscientemente irrespetuosos”.

[1] He empleado la edición de 1955, revisada y actualizada por JM.

11 febrero 2020 20 comentarios 552 vistas
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