No siempre basta comprobar el pulso o los latidos del corazón para determinar si una persona está viva, ya que hay personas que están muertas en vida. Tampoco basta con comprobar el brillo de la mirada, porque mucha gente ha sabido falsear ese brillo y aparentar que viven.
Vivir es haber encontrado, y por tanto entregarse, no a un sentido de vida, sino al verdadero sentido de esa vida. Llamémosle a esto vocación. La vocación es la fuerza vital para vivir la vida. Para encontrarla es necesario ejercitar el discernimiento, entiéndase, evaluar y diagnosticar de entre todos los atractores (tentativas o tentaciones, cosas que me atraen) cual es el que va bien con mi vida.
Este discernimiento no se hace por el método prueba y error, tan de moda hoy, sino que se trata de la capacidad de saber desde la primara vez y para siempre que se ha tomado la elección correcta. Ya que se trata de erigir el proyecto de mi vida, errar es, muchas veces, morir (vivir con tibieza, sin sentido o con un sentido falso).