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27N

cultos

Ser cultos es el único modo de ser libres

por Esther Suárez Durán 29 diciembre 2020
escrito por Esther Suárez Durán

Creo oportuno hacer de inmediato dos aclaraciones: la primera, esta réplica no ha podido aparecer donde debería, en este caso, en el sitio web Cubaescena –Portal de las Artes Escénicas cubanas– que publicó el artículo al cual he de referirme a continuación. Dicho sitio no me permite ejercer allí mi derecho a réplica. Agradezco a La Joven Cuba (LJC) su respetuosa y fraterna acogida.

La segunda: me gustaría presentar ante quienes no la conozcan a la colega Roxana Pineda, autora del texto que motiva esta réplica. Es graduada de la especialidad de Teatrología por la Facultad de Arte Teatral del Instituto Superior de Arte (ISA).

Hace varias décadas añadió a este camino, la actuación y la dirección teatral y es, además, Directora General de su agrupación artística radicada en la ciudad de Santa Clara.

El texto de su autoría, al cual por fuerza me referiré, se titula «Querida Esther», y el mío, el cual toma Roxana para desarrollar su diatriba, fue publicado en este sitio, en la tarde del día 15 del mes en curso bajo el título «La envergadura de este otro 27 de noviembre».

La envergadura de este otro 27 de noviembre

Aunque el texto de Roxana aparece con fecha de publicación 17 de diciembre en Cubaescena, lo encontré, navegando por el sitio, el pasado día 22. Nadie me había hablado del mismo y hasta el momento en que lo leí, no contaba con comentario alguno.

Me encuentro entre los que piensan que cada quien tiene el derecho a formarse una opinión y a expresarla. A «derecho» me gustaría incluso añadir el término «deber». Es decir, el derecho y el deber de hacer partícipe de su opinión a los demás.  Por lo tanto, dejo así establecido que la colega Roxana es dueña de pensar lo que le parezca, pero a la hora de suponer el pensamiento del otro sí entiendo que está en la obligación y necesidad de argumentar su conclusión.

Para quien me está leyendo ahora y no conoce el texto producido por Roxana solo expresaré que sus dos primeros párrafos están dedicados a evocar brevemente sus tiempos de estudiante en el ISA y a elogiar mi desempeño allí como joven docente, entre otros miembros del claustro. En efecto, en ese entonces yo era Profesora Adjunta de dicha institución a la par que trabajaba como especialista en la Dirección de Teatro y Danza del Ministerio de Cultura.

En el párrafo tercero de su escrito el tono cambia. Comienza a aludir al artículo de mi autoría que apenas dos días antes LJC había publicado, aunque sin hacer mención explícita al mismo. Plantea sus acuerdos y sus disonancias y, mientras leo, el asunto cobra mayor interés para mí dado que soy de las personas que gusta de las opiniones adversas siempre que estas se hallen fundamentadas.

Dichas opiniones me enriquecen, me brindan nuevas perspectivas, retan mi pensamiento e imaginación, pero sucede que, en este punto, Roxana pone en mis declaraciones intenciones ajenas a mis valores y principios.  

Comienza a emplear una dinámica retórica muy antigua y peligrosa –por su aparente ambigüedad– para quien se escoja como rival. Expresa desde afirmaciones que enuncia como propias, aquello negativo que está, según ella, manifestado en lo ajeno, que sería, en este caso, mi discurso.

Se mueve de este modo en el párrafo tercero, también en el quinto hasta que ya en el sexto se dirige abiertamente a mí y me interpela y mezcla a los actores de los sucesos de San Isidro con los otros grupos de jóvenes y personas de mayor edad que acudieron a SU Ministerio –el de Cultura– el pasado 27 de noviembre.

Solo debo ratificar –porque pienso que ha sido expresado con nitidez– que:

    1. Nada tengo que ver con la idea de «plantar» –cito a Roxana en su párrafo tercero– «una guerra abierta a las instituciones de la cultura cubana». Eso sí, como miles de cubanos de buena voluntad, creo firmemente en la necesidad de hacer más eficiente la institucionalidad con que hasta la fecha contamos, toda vez que es tarea de primer orden la calidad del ejercicio institucional, sin desconocer que otras formas asociativas habrán de emerger para colaborar a responder las demandas acumuladas y crecientes de la sociedad.

Con relación al comportamiento del Ministerio ante la presencia de quienes voluntariamente acudieron el día 27 a sus puertas, pienso que ese era un escenario que la institución no había modelado y, tal como expresé en mi anterior artículo, hubo dilación en la respuesta. No son especulaciones de mi parte –véase el párrafo siete de su texto–, son hechos comprobados.

    1. Resulta obvio cuáles son los sujetos y los temas de mi artículo «La envergadura de este otro 27 de noviembre».

El texto que me corresponde tiene por sujeto a los jóvenes, artistas o vinculados con el arte; y a algunos colegas de mayor edad, de profesiones relacionadas con el arte que les acompañaron: varios de ellos, sus familiares; varios de ellos, sus amigos; varios de ellos, sus maestros. No muevo mi lente de la imagen precisa que he decidido enfocar para realizar mejor el análisis pertinente.

Algunos han escrito de otras zonas y de otros sujetos de esos días. Si Roxana quiere escribir su artículo, decir sus opiniones, que lo haga. Le asiste –en mi consideración– todo el derecho, pero le ruego que para ello no pretenda usarme, tergiversando la intención de mis palabras. Grandes riesgos encierra confundir la decencia y el decoro con otros rasgos que todo el que me conoce sabe que no me van. Podría hablar de una temprana –7 años de edad– visible y sostenida trayectoria política o de una obra artística y al servicio del arte curiosamente muy diversa, donde historiadores y críticos serios encuentran hitos y, lo más importante. Ha sido también mi obra inseparable de los mejores valores humanos y alimentada y alimentando la cultura propia, solo que la moda es el autobombo y el alimento del ego y yo tengo una seria dificultad para seguir las modas.

De todas formas insisto, leo y vuelvo a leer tratando de hallar en las palabras de Roxana ecos de las mías que hayan provocado lo que allí escribe en sus párrafos sexto y séptimo. Hablo en específico de que los actores del hecho de este noviembre de 2020 hayan buscado o establecido alguna relación con el significado que tiene para todos nosotros aquel 27 de 1871. Regreso a algunos participantes, a otras personas al tanto, pero sucede que la cronología de los acontecimientos siguió otra lógica, atendió a otros motivos y de resultas la fecha del 27 –viernes, por cierto– es una real coincidencia.

Lo que tiene que quedar claro en todo esto, pienso yo, es que los sujetos sobre los cuales me centro –y no lo hago por gusto, pues los escojo para conseguir el mejor análisis de la situación–, los jóvenes que acuden a la más alta institución cultural del país, necesitan que se detenga la espiral de la cultura de la fuerza; que cualquier tipo de expresión de violencia simbólica y real ceda paso absoluto a la cultura del diálogo, y la justicia y la legalidad que rigen en nuestra nación.

Si no somos capaces de entender esto, nos estamos perdiendo el valor esencial del gesto y el llamado particular que hace esta generación, con la compañía de representantes de otras generaciones. No culpo a Roxana. En efecto, como casi todo fenómeno o proceso de valor, este se muestra difícil de leer, sobre todo si insistimos en imponerle visiones o concepciones ajenas, por ser las nuestras desde antes y hasta ahora, porque miramos desde afuera, y porque tenemos que leer con inmediatez esto nuevo que sucede. También, porque los nuevos cubanos, nuestros hijos y nietos, nos están retando a hacer política a la altura de la Cuba y el mundo de este siglo; a hacer política de socialismo cubano con Martí y Fidel a la cabeza, entre otros egregios nombres. A hacer política con todos, compañeros, con todos para buscar el bien de todos.

    1. Los diálogos son valiosos porque sin ellos se lastima el tejido político, no existe modo de producir los consensos, ni de crecer y crear. Cuando no se producen, su lugar lo ocupan la hostilidad, el enquistamiento, y, eventualmente, la guerra. Ese es el valor supremo de una postura dialogante, más allá de su sensatez, de su riqueza. Cuba, que es decir en este caso su Gobierno y Partido, ha sabido abrir, mantener y favorecer diálogos en muy disímiles y difíciles condiciones a nivel de política internacional y de relaciones económicas con otras zonas e instituciones en el mundo.

Lo escribí en el artículo que Roxana mal emplea y lo ratifico: hablé de un diálogo condicionado, pero ¿lo referí como un elogio o es que ya Roxana no puede leer el español claro y directo, sin eufemismos ni vericuetos? Dije, y me cito: «a partir del comunicado del Ministerio de Cultura suspendiendo el diálogo al cual se le habían puesto condiciones». Entonces, confieso que me gustaría entender de qué habla Roxana al respecto en su párrafo séptimo.

    1. En los párrafos que siguen en su texto –octavo, noveno y décimo– mi colega se centra en ella misma –lo ha hecho parcialmente antes, sobre todo en el párrafo cuarto, aunque sin dejar de aludirme, puesto que es este un texto dirigido a mí–, y completa lo que sería toda una declaración de principios.
    2. En fin, si mi colega deseaba o necesitaba hacer una declaración tal, no creo preciso haberme mezclado en ello, puesto que nada de lo que dice guarda relación crítica con el artículo a mi firma que ya he referido.
    3. Lamento que haya empleado un recurso infortunado: me refiero al título de «Querida Esther» y a los primeros párrafos donde elogia mi ejercicio docente en el ISA y todo pretende disfrazarse de algo dicho desde una posición de respeto, hasta que la pluma toma confianza y, en buen cubano diríamos «coge vapor». Ya a la altura del párrafo seis la postura es, para decirlo con fineza, a lo menos desafiante.

Semejante argucia solo se vuelve contra quien la usa, en el ámbito de sus lectores, y contra el órgano que se presta a tal cosa, mientras la institución que él representa blasona –por cierto, desde la misma página y en la misma fecha– la necesidad de reconocer las jerarquías artísticas e intelectuales. El mismo órgano que, al solicitarle yo a su webmaster el derecho de réplica en su espacio, me ha respondido, en correo electrónico del propio día 22 a las 16:45: «Pensamos que lo puedes hacer en la misma publicación donde salió el texto que dio origen a la respuesta de Roxana Pineda. Saludos».

Como muestra de los tiempos interesantes que vivimos –para los cientistas sociales y los artistas, escenarios de privilegio–, período este en que se yuxtaponen cambios generacionales, culturales, sociales en el tejido de la nación que, a su vez, necesitan de formas de pensar y hacer la política; hace apenas unos días se realizó en el Instituto de Investigación Cultural «Juan Marinello» –por cierto, una de nuestras instituciones– un taller sobre la democracia. El salón estaba colmado de jóvenes.

Cada vez advienen estaciones mejores. El derecho a réplica es un derecho ciudadano, me corresponde hacer uso de él en el mismo espacio que ha dado lugar a la necesidad de la misma para que sus lectores tengan la ocasión de confrontar las diversas versiones. Eso también es cultura. Y en efecto, hay que ser cultos para ser libres.

29 diciembre 2020 31 comentarios 1.813 vistas
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razones

Razones de más para no callar

por Ivette García González 21 diciembre 2020
escrito por Ivette García González

Cierta indignación, desconcierto, inestabilidad y división vivimos hoy en Cuba. Los acontecimientos recientes, las respuestas gubernamentales a ellos, y los posicionamientos políticos convocan a la reflexión crítica. 

Los medios oficiales persisten en presentar una Cuba virtual y saturar con propaganda política, criminalizar y/o neutralizar a los que disienten e infundir miedo con reiteraciones tóxicas. Condenan lo condenable, mas también se busca amordazar, que renunciemos a la crítica, so pena de ser calificados de «mercenarios». Pero se trata de Cuba y hay mucho en juego.

El modelo socialista implementado por la Revolución se quebró hace años. Desde entonces padecemos una crisis estructural permanente. Ahogamiento de la iniciativa creadora, cansancio y pérdida de un referente de futuro son algunas consecuencias. Hoy el consenso y la sociedad se han fracturado.

El manejo oficial de la crisis actual está dando resultados favorables al gobierno, pero son solo aparentes y de corto plazo. Las medidas no van a la raíz y reproducen estilos fallidos y obsoletos. Las contradicciones se agudizarán, también porque se confronta incluso a quienes disienten desde posiciones revolucionarias.      

Algunas reacciones a los sucesos recientes

San Isidro fue un detonante. Adversar sus presupuestos ideológicos, compromisos y comportamientos, no implica aceptar violación de derechos inalienables ni respaldar cualquier decisión gubernamental. Cerco, represión, apagón digital, criminalización de los participantes a través de campañas mediáticas, violación del debido proceso, etc., fueron manejos oficiales erráticos. Era lógico que generaran una cadena de reacciones.

Las posturas críticas posteriores se arrimaron al ya satanizado MSI. Se criminalizó la espontánea movilización del 27 de noviembre frente al MINCULT y se arrinconó la crisis como si fueran solo quejas de algunos artistas e intelectuales.

Sin embargo, ese día abría una esperanza para muchos. Porque los problemas de fondo son de toda la sociedad: crisis económicas recurrentes y reformas enlentecidas; problemática regional y de las migraciones internas; violaciones al Estado de derecho, emigración, reticencia a reformas políticas, falta de libertades civiles, etc. 

Fracasó lo que debió ser un proceso negociador desde antes del diálogo, que podía empezar con el 27N y ampliarse luego. Lo que siguió a esa noche fue de acción/reacción y cazar el primer desliz para cancelar el diálogo o enrumbarlo hacia la modalidad cómoda y acostumbrada: desde arriba y selectivo. Funciona: calma las aguas y divide a los reclamantes. 

Algunos cubanos en el exterior y seguidores financiados en Cuba apelan a la violencia, en consonancia con el gobierno de los EEUU. Es condenable, pero es una minoría que lamentablemente tiene más visibilidad en ambas orillas. Acá se usa para presentar al ciudadano un cuadro cerrado donde sólo vean dos caminos: su gobierno o los opositores virulentos aliados del imperialismo.

Los extremos se topan. El oficial de Cuba también estimula y ejecuta o protege la violencia. Se evidencia en discursos de mítines, debates en redes sociales, orientaciones de activar brigadas de respuesta rápida, post y comentarios en medios institucionales y oficiales como Granma y Cubadebate. Si no es política oficial, sus administradores pueden no publicar, exigir moderación o incluir otros mensajes con un enfoque diferente. ¿Por qué no se hace?

«El oficial de Cuba también estimula y ejecuta o protege la violencia. Se evidencia en discursos de mítines, debates en redes sociales, orientaciones de activar brigadas de respuesta rápida, post y comentarios en medios institucionales y oficiales como Granma y Cubadebate».

Insisto en dos ideas que expuse hace tiempo en el artículo «La violencia traerá el caos»: 1) «Se puede llegar a buen puerto cuando las contradicciones en el escenario político e ideológico se dirimen a través del debate, las leyes y las expresiones cívicas. Pero llegar al extremo de la represión y la violencia, institucionalizada o no, como está ocurriendo en Cuba, conduce al caos y se aleja de los mejores valores de la Revolución»; y 2) «Los Estados que no controlan el uso de la violencia no son Estados funcionales. Estado y Gobierno deben ser negociadores, capaces de solucionar en forma flexible y siempre activa los problemas fundamentales de la sociedad, integrar en redes negociadoras a todos los grupos sociales, intereses y situaciones problemáticas».

La mayoría de los cubanos que disiente dentro y fuera de Cuba, e incluso muchos que no participan, pero piensan –y como diría Miles Davis, «el silencio es el ruido más fuerte»– están por el diálogo amplio e inclusivo entre gobierno y sociedad civil. ¿Por qué eso no se dice? ¿Por qué no se le da visibilidad?  

En lugar de eso, la violencia en diversas modalidades se ha incrementado por parte de quienes tienen la mayor responsabilidad de impedirla. El despliegue de fuerzas militares en la ciudad impresiona, duele, no es la Revolución.

El monopolio de la violencia corresponde al Estado para enfrentar actos de ese carácter y mantener el orden. No es una función que se delega; sin embargo, se mantienen los actos de repudio bajo su estímulo y respaldo. Es una práctica abusiva y nefasta para la sociedad, que deja heridas muy difíciles de sanar.  

Urge hacer valer el Estado de derecho. Las libertades de pensamiento, expresión, asociación, circulación, el debido proceso judicial y otras, son derechos inalienables y universales respaldados por la Constitución. No pueden ser válidos para unos y otros no. No pueden desconocerse las leyes a conveniencia. 

¿Por qué en vez de linchamientos mediáticos, represión y estímulo a la violencia contra los que disienten, diciendo que son pagados por el gobierno de los EEUU, no se aplica la ley que como en muchos países condena la asociación con otros estados para socavar el orden establecido y la paz? En sus artículos 114 y 119, el Código Penal vigente contempla sanciones para los delitos de «incitación a una guerra de agresión» y «mercenarismo».

¿Por qué se difunde tanto el ultraje a la bandera por un ciudadano y no se aplica la Ley de Símbolos Nacionales?

¿No hay leyes que sancionen a las autoridades que cercan a ciudadanos en sus viviendas, incautan celulares y detienen arbitrariamente a personas que tienen derechos protegidos por la Constitución?

Los ciudadanos que por ejercer su derecho a la crítica son acusados en medios oficiales de mercenarios, elitistas, nuevos contrarrevolucionarios y auspiciadores de golpes blandos, entre otras ofensas, deberían poder demandar con éxito a quienes los han ultrajado y exigir el respeto al Estado socialista de derecho. Circula en estos días un «Escrito de Queja y Petición», dirigido a varias instancias del Estado y el Gobierno. Veremos qué pasa.

Efectos de la manipulación del lenguaje en la crisis actual

La propaganda manipuladora hace mucho daño al socialismo, la civilidad y el proceso de cambios que necesita Cuba. Sus ideólogos asumen que la Revolución es el gobierno con sus seguidores incondicionales y que todo el que disiente es contrarrevolucionario.

Eso explica la arremetida contra algunos intelectuales. Se desea y espera que apoyen al gobierno o callen. Es temor a la capacidad de esclarecer, desmontar esquemas mentales con argumentos y estimular la independencia de juicio. No es nuevo, ha sido un duro fardo que muchos han tenido que cargar.

Se ha creado tal confusión que las palabras se usan en consignas y discursos trastocando sus reales significados. Habrá que empezar por interrogar qué es para nuestro interlocutor «Revolución» y «revolucionario».

Hace un tiempo escribí que en la tradición cubana «la Revolución» se asume también como proyecto, una visión futurista «comprometida con la democracia, que presupone cambios para alcanzar metas que conduzcan sistemáticamente al mejoramiento humano».

En consecuencia, supone la existencia de contradicciones a través de las cuales se procuran tales propósitos. Pero es imprescindible una práctica sistemática de gobierno democrático que gestione esos procesos a través del diálogo con sus ciudadanos. Sólo así el proyecto se supera y el consenso se retroalimenta y actualiza. La Revolución no es patrimonio de gobierno o sector social alguno. Es parte del imaginario social cubano con todos sus matices. 

El abuso del término y su contrario, «contrarrevolución», pasa por intereses y complejidades del poder. No es novedad que el gobierno se presente como representante de la Revolución y que muchos lo acepten así. Tampoco que dentro de la contrarrevolución incluyan a quienes disienten desde la propia izquierda.  

Ocurrió en otras revoluciones y en países con diversos modelos socialistas. Para la nación cubana esto tiene enormes riesgos. La crisis sólo se resuelve dialogando con todos los sectores sociales interesados en ello.

Hay mucha energía revolucionaria que aprovechar

No es un proceso fácil, pero es imprescindible y posible. Hay mucha energía verdaderamente «revolucionaria» disponible. El revolucionario es de convicciones firmes, no es un fanático. Es independiente en su pensamiento, sentimientos y decisiones. Tiene «capacidad para trascender los límites de la propia sociedad, (…) capacidad de criticar la sociedad en la que vive (…)».

Lo distingue el «espíritu crítico», que implica «dudar de las opiniones de los dueños del poder y los medios de comunicación que le pertenecen, mantener firmemente sus convicciones aun cuando circunstancialmente se encuentre en minoría»; dudar incluso del sentido común, porque este a veces se ha conseguido a fuerza de repetición de las ideas que se quieren imponer. En consecuencia, como ha dicho Erich Fromm, «el poder no puede ser venerado, debe someterse a escrutinio y desconfiando siempre de sus resoluciones».

De modo que lo revolucionario hoy supone una postura crítica respecto a los asuntos del país, la defensa de la soberanía nacional, la disposición y puja por el diálogo y la negociación en base al respeto y el reconocimiento de las opciones e intereses de los ciudadanos.

No hay golpe blando ni revolución de color alguna que tenga éxito si el escenario interno no es fértil para eso. Como diría G.K. Chesterton: «Las cosas muertas pueden ser arrastradas por la corriente, sólo algo vivo puede ir a contracorriente». Los derroteros de lo que está ocurriendo en Cuba los decidimos nosotros: gobierno y sociedad civil.

Quizás nunca la sociedad cubana estuvo tan dividida, ni la crisis fue tan profunda, ni faltó tanta inteligencia para manejar los disensos. Y ahora se suma un nuevo factor de tensión social con la llamada «Tarea Ordenamiento».

Varios economistas se han referido a su complejidad y desafíos en lo económico. Semejante viraje también tendrá efectos en la dinámica resistencia/represión y sus contenidos de violencia estructural y simbólica.

El reciente discurso del Presidente de la República en la clausura del VI Período Ordinario de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular en su IX Legislatura, constituye un excelente balance de las dificultades que ha confrontando el país, los avances en el proceso de cambios, la proyección actual en función de la recuperación de la crisis y el desarrollo, así como los desafíos que tenemos por delante. También ofrece una contundente crítica al formalismo, el acomodamiento, la burocracia y el «inmovilismo enquistado en algunas instituciones». 

Sin embargo, sobre el espectro crítico y de contradicciones existentes en el país, sostiene la postura y enfoque oficial descritos en este texto, omite las desacertadas respuestas y elogia a los medios de comunicación oficiales. No todos, Presidente,  somos «líderes de laboratorio» ni «lobos que se disfrazan de ovejas». No todos fomentamos actitudes violentas ni mercenarias, no todos somos parte de ese «enjambre anexionista».

21 diciembre 2020 45 comentarios 2.332 vistas
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Dialogar, pero no con el espejo

por Mario Valdés Navia 16 diciembre 2020
escrito por Mario Valdés Navia

A inicios del 2018, ante el llamado efectuado por las autoridades a la crítica y el diálogo sobre asuntos cubanos, escribí acerca de la esterilidad de los supuestos debates entre interlocutores con similares argumentos. Actualmente, cuando muchos y diversos integrantes de la sociedad civil convocan al diálogo interno como alternativa a visiones unilaterales, que pretenden imponer sus puntos de vista cual «solución salvadora» a los problemas nacionales, considero que lo primero es convencernos de por qué es imperativo dialogar y, más aún, debatir.

En Cuba suelen confundirse los términos conversación, diálogo y debate, y no existe mucha práctica en su realización, casi siempre cargada del ritual y la doble moral que acompañan a la gobernanza burocrática. Sin pretender definirlos de manera acabada, podría decirse que conversación es un concepto más general, un intercambio de cualquier tipo entre dos o más personas, desde saludos y parabienes hasta un encuentro entre delegaciones de Estados en conflicto.

Un diálogo ocurre cuando varias personas exponen ideas sobre un tema, mientras un debate implica que coexistan posiciones contrapuestas sobre la cuestión, a tal punto que sea necesario demostrar, criticar, argüir, argumentar y replicar; siempre en un ambiente pacífico y respetuoso de las posiciones del otro. En los debates ha de primar la persuasión, mediante la exposición de evidencias científicas y el razonamiento lógico, al tiempo que se desestiman los argumentos basados en los principios de fe y autoridad.

Cuando se pretende abrir una mesa de diálogo entre partes en igualdad de condiciones, es muy importante tener claridad en los temas que serán sometidos a debate y en la representatividad de los interlocutores, quienes deben gozar de reconocida autoridad y responsabilidad para que los interesados deleguen en ellos. El objetivo final será llegar a acuerdos que contribuyan a dar solución a los tópicos debatidos con el logro del mayor beneplácito posible de todas las partes.

¿Está Cuba hoy urgida de un diálogo nacional? ¿Está el Estado/Partido/Gobierno interesado en dialogar con algún otro factor de la sociedad cubana? ¿Están los grupos que llaman al derrocamiento violento del gobierno y a la intervención extranjera interesados en sentarse a dialogar con representantes del Estado cubano? ¿Cuáles serían las partes que podrían representar a la sociedad civil cubana en una mesa de diálogo nacional? Lamentablemente no tengo respuestas acabadas para estas preguntas iniciales, pero sí puedo adelantar algunas ideas.

La postura inicial del sector más conservador del Estado/Partido/Gobierno y de los grupos disidentes apegados al gobierno de los EEUU, el incremento del bloqueo y/o proclives al terrorismo, será la de no dialogar con nadie. Ya ellos tienen su propuesta de solución y no la cambiaran, porque no quieren ceder ni un ápice de su actitud dominante −real o imaginada− a terceras partes. Durante años han protagonizado una yuxtaposición histórica que, amparada en los patrones de la Guerra Fría, convirtió cada diferencia en enfrentamiento, las disidencias en traiciones y los opositores en enemigos. Esa visión única los convierte en frenos para cualquier oferta de diálogo.

La experiencia de lo ocurrido el 27N muestra cuán fuertes son estas fuerzas y lo dispuestas que están a coaligarse, de hecho, para impedir cualquier intento honesto de dialogar. Si acceden a ello, solo lo harán con sus acólitos, de los que esperan aplausos y lealtad; nunca críticas ni propuestas alternativas. Cuando no pueden desoír a algún crítico desobediente, sus planteamientos son acallados o tomados en cuenta para elevarlos a los de arriba/los que saben, con la promesa de que en algún momento futuro sean respondidos como merecen.

Ese tradicional diálogo con el espejo ya se torna inadmisible en la Cuba actual. La actitud crítica de la sociedad cubana -lenta, pero indeteniblemente- parece haber despertado y echado a andar. La actitud de los jóvenes del 27N cayó como semillas de marabú en tierras baldías. A los mensajes y posturas solidarias de representantes del arte y la literatura de diferentes generaciones, se suman declaraciones públicas de instituciones culturales y de la sociedad civil, que llaman a la apertura de un diálogo nacional más plural e inclusivo, sobre la base de la libertad de expresión y el respeto a los derechos de todos.

Para pensar una agenda de diálogo que sea factible e inclusiva, creo conveniente que se elaboren propuestas y se argumenten medidas y demandas que beneficien al mayor número. Abogados, economistas, politólogos, historiadores, científicos, funcionarios, pedagogos, ingenieros, campesinos, escritores y artistas, obreros y empleados, cooperativistas, TCP, amas de casa, cubanos emigrados y residentes en otros países; deberían participar y argumentar sus propuestas por diferentes vías −en especial las redes sociales y plataformas digitales− para que la inteligencia colectiva se potencie y dé paso a lo que Rousseau llamó voluntad general, factor principal de cualquier transformación social.

16 diciembre 2020 26 comentarios 1.291 vistas
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envergadura

La envergadura de este otro 27 de noviembre

por Esther Suárez Durán 15 diciembre 2020
escrito por Esther Suárez Durán

El pronunciamiento protagonizado por las personas de buena voluntad que acudieron el día 27 de noviembre pasado al Ministerio de Cultura a dialogar con el ministro no parece que pueda leerse como un suceso aislado. Es una señal de las partes más sensitivas del tejido social, dando cuenta de la necesidad de los hijos de esta tierra de tener la participación merecida y necesaria para construir una nación en la cual podamos reconocernos todos. 

Estaban allí jóvenes artistas, personas relacionados con el arte, también estaban sus padres. La mayoría, de similar procedencia profesional; la mayoría, jóvenes de espíritu; la mayoría, apostando porque se cumpliera el anhelo de sus hijos pues ese sería el signo inequívoco de los nuevos tiempos de crecimiento para la Patria. En el caso que me ocupa –varios de ellos, colegas conocidos, personas muy cercanas, amigos con los cuales me gustaría compartir trinchera, si llegara el caso– tanta fe y confianza tengo en ellos y, más aún, en sus hijos y en todos aquellos jóvenes que con la mejor de las intenciones allí se congregaron, porque –tal y como se esperaba– son mejores que todos nosotros.

La respuesta inmediata y la que apenas días después le siguió demostró que la institucionalidad no estaba a la altura. De haberlo estado, no hubieran dilatado hasta bien entrada la noche la posibilidad real del encuentro y no hubieran protagonizado una jornada tan bochornosa como la que vivimos el viernes, 4 de diciembre, a partir del comunicado del Ministerio de Cultura suspendiendo el diálogo al cual se le habían puesto condiciones. A partir de ahí, se permitió –que es lo imperdonable– el ensañamiento mediático y torpe, mezquino –porque no existía derecho a réplica– que demonizaba a quienes de manera voluntaria habían buscado el encuentro y a los padres y artistas de otras generaciones que les acompañaban en el empeño, incluyendo a un hombre que aportó más luz a aquella noche adonde llevó su honradez, coherencia, sensibilidad y altura como el director y Premio Nacional de Cine, Fernando Pérez, quien se nos hizo aún más admirado y querible.

El largo y triste día del viernes 4 nos sirvió para mejor ver cómo funcionan todavía hoy nuestros medios y, detrás de ellos o a través de ellos, el dispositivo ideológico del Partido. Los periodistas que acríticamente se prestaron a que esa vez se escuchase una sola voz pueden sentirse avergonzados. Fueron repetidores de una misma frase, incapaces de buscar la verdad, incapaces de crear contenidos y de darle paso a las voces diversas que desde el tejido social se alzaban. Poco favor nos hace prensa semejante.

Mientras tanto, un colega joven, creador de varias de las más interesantes y útiles piezas teatrales de los últimos años, quedaba atrapado en su residencia, sin comunicación con el mundo exterior: las vías telefónicas cortadas y una posta a la salida de su casa. Otros, que no conozco como conozco a este, vivieron la misma experiencia. Espero que les sean dadas las disculpas necesarias. Me pregunté mil veces ese día fatídico quién estaba gobernando en Cuba.

Por fortuna, el sábado 5 comenzó a abrirse paso la cordura. Volvimos a funcionar como cubanos: terminaron las ofensas contra los jóvenes artistas y sus acompañantes de otras generaciones, el lenguaje recobró en parte su trato con la verdad;  se inició el encuentro, ahora bajo las condiciones de la institucionalidad que seleccionó unilateralmente a sus interlocutores, pero era mucho pedir que se avanzara más allá en menos de veinticuatro horas en las cuales del negro se había pasado al blanco, por corte –dirían los artistas de la imagen en movimiento–, sin transición expedita.

Las señales han sido claras. La sociedad civil necesita ya mismo su espacio. La gobernanza también necesita —para su bien y eficacia– poder ser emplazada y reemplazada cuando no sea la idónea, cuando no dé la talla. El socialismo burocrático ha de dar paso al socialismo participativo. Las ideas han de andar libres en el aire. Habrá que marchar aprisa porque hemos perdido mucho tiempo, hipotecado vidas enteras que no devolveremos y hecho zarpar a nuestros jóvenes a buscar en tierra ajena lo que, por derecho y lógica, deberían haber hallado naturalmente en la propia. Y esta, acaso sea la mayor y real derrota de la cual procuran redimirnos –¿no lo vemos?– esos muchachos esta nueva noche del 27 de noviembre.

Ha de emplearse la energía consignera en tener, de una vez por todas, una economía decente por las vías que nos indican nuestros mejores economistas, la que nos debemos y podemos alcanzar a pesar, incluso, del bloqueo más criminal de la historia. Vietnam no es solo un país amigo, es, además de una nación entrañable, un referente, un estímulo, un acicate. Ellos, bombardeados y arrasados, han vencido al enemigo en todos los frentes.

¿Nosotros…?  

Ojalá lleguen los tiempos en que los decisores le brinden tanta escucha a las ciencias sociales como la que acertadamente le han brindado a las ciencias bioquímicas, en especial en esta grave circunstancia sanitaria. Los males y las epidemias sociales existen y enferman mortalmente a las sociedades. Las ciencias sociales llevan mucha atención porque distan de ser exactas. El libre arbitrio de los seres humanos constituye un obstáculo maravilloso que evita que el pensamiento se anquilose; están, además, transidas de ideologías y la matriz que nos sirve apenas cuenta con unos breves siglos de ejercicio.

Por su parte, el diálogo honesto e inteligente y la polémica, son formas vivas y productivas de búsqueda de las verdades, de entendimiento y creación en la vida social, de conocimiento y valoración del prójimo, fundación de empatías, desarrollo del pensamiento y del quehacer científico y artístico. Son, en suma, ejercicios de la mejor educación e instantes gozosos donde se barrunta el porvenir. Pero el diálogo tiene que ser perenne, ha de ser más una vocación que una ocasión; no precisa, por lo tanto, de asambleas y rituales ni de espacios predeterminados, ha de ser tan ágil, oportuno y presente como la vida. Tan intenso, raigal y permanente que se torne una manera de vivir y gobernar. Ese es el diálogo que necesitamos.

15 diciembre 2020 54 comentarios 2.428 vistas
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dialogos

Diálogos, desasosiegos y esperanza

por Arturo López-Levy 14 diciembre 2020
escrito por Arturo López-Levy

El sábado 5 de diciembre tuvo lugar un diálogo entre funcionarios del Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales en Cuba. No se sabía aún el resultado del diálogo y ya chillaban las redes sociales con cubanos molestos que decían no haber sido representados por los reunidos allí, a quienes llamaron traidores y otros epítetos. Un número equivalente asegura que no estuvo representado tampoco por el Movimiento San Isidro ni por los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre, quienes afirman no ser los mismos del 5 de diciembre, ni compartir con estos sus pliegos de demandas.

Totalitarios descontentos con el totalitarismo

Esa coincidente exigencia, con tirios y troyanos pidiendo que alguien represente a todos, es un síntoma de cuán totalitaria es la cultura política cubana. Sorprende el encono con el que, reclamando derecho a la disidencia, se descalifica al que tiene una opinión diferente a favor o en contra del gobierno sin reparar en el principio de que la unidad para ser auténtica viene después de la diversidad. Se reclaman diálogos en abstracto, condenando a los que dialogan en concreto. Se busca la solución total y se descalifica la gradualidad y las curas parciales. Demasiada gente con enojo, insiste en exigirle a los demás que digan lo que ellos quisieran decir.

El pluralismo es lo natural. Los cubanos -de hecho, las personas en general- tienen opiniones diferentes porque miran desde distintas perspectivas y experiencias. «Cuando muchos piensan igual -decía Voltaire- es porque pocos están pensando». La pluralidad en la sociedad civil y en la sociedad política puede ser bien o mal manejada, pero lo que no puede negarse es que es.

En una cultura republicana, nadie tiene la responsabilidad de representar a todos. El derecho a la libre expresión, interpretado como virtud republicana, implica el ejercicio del criterio, con respeto y lealtad al interés público (rēs pūblica), para defender los valores, paradigmas e intereses propios. No los de todos, no los de los demás, los propios. La pugna contra el diálogo del sábado entre el Ministerio de Cultura y algunos artistas e intelectuales es expresión de totalitarios descontentos con el totalitarismo. A quien se sienta insatisfecho –cuéntese este autor entre ellos– pues busque formas de diálogo efectivo que lo represente. Tanta gente que dice que se debe dialogar con los del MSI, aunque no están de acuerdo con su agenda o sus halagos a Trump, ¿por qué no van y se los dicen?, ¿no sería un diálogo más productivo?

En política no se dialoga ni se negocia como hobby. Tan importante como lo que se discute es aquello que une a los que dialogan. Quién negocia se sienta a la mesa para obtener un mejor resultado que el optimo alternativo a negociar –en teoría de negociación de conflictos se llama BATNA, las siglas de Best Alternative To a Negotiated Agreement–. Es lógico, útil y profesional establecer precondiciones y que el primer diálogo sea sobre cómo dialogar.

La posición de Fernando Rojas de no negociar con quienes reciban dinero de los fondos de cambio de régimen aprobados bajo secciones de la Ley Helms-Burton es lógica para un nacionalista. Un diálogo abierto a todas las fuerzas patrióticas, incluso las que discrepan del paradigma comunista, es una necesidad del país plural, pero también lo es la defensa de la soberanía. De allí hacia atrás, donde comienza la defensa del unipartidismo perpetuo, termina el interés nacional.  Salvo que su objetivo fuese correr el reloj hasta el 20 de enero y poner a dormir a los congregados sin usar la fuerza, ilógico fuera que se dejara negociar en el Ministerio de Cultura a aquellos que celebran sanciones de profundo impacto negativo para la población cubana.

Una postura patriótica y flexible por parte de los interlocutores del viceministro hubiese sido tomarle la palabra, salir del Ministerio de Cultura y pedir ante la prensa concurrente el fin inmediato e incondicional del bloqueo/embargo contra Cuba, proclamando su rechazo a toda intervención o financiamiento a favor de un cambio de régimen impuesto desde fuera. Perdieron la oportunidad, demostrando que, en política, estaban boxeando por encima de su peso.

Uno de los ponentes pontificó lo lamentable de haber tenido que esperar a leer el libro «Tumbas sin sosiego», del historiador Rafael Rojas, para entender la historia de Cuba. Cada uno tiene sus poetas preferidos, pero no se empieza bien si en lugar de defender el pluralismo se viene a imponer preferencias controversiales.

«Tumbas sin sosiego» tiene la misma orientación teleológica que critica. Lo que cambia es el destino. Si para la historia oficial todo parece ser un antecedente de la Revolución, en «Tumbas sin sosiego» toda aspiración a una Cuba moderna termina con el liberalismo occidental. Es su derecho pensar así, como es el nuestro determinar desde una matriz martiana, actualizada por las experiencias socialdemócratas nórdicas y la de estados desarrollistas en el Este de Asia, que hay otras modernidades más allá del liberalismo.

Para Rojas, la prominencia del nacionalismo frente a los designios imperiales en la narrativa histórica dominante en la sociedad política cubana desde la Segunda República –por lo menos desde 1940– es por lo menos lamentable. Nadie tiene la obligación de aceptar ese juicio ni de colaborar a la deconstrucción de una narrativa nacionalista que entendemos justa, correcta y conveniente. Una cosa es pedir diálogo y otra, demandar la rendición de los oponentes en lo que el profesor cubano residente en México pinta como una guerra civil intelectual por la memoria.

Al margen de lo que cada quien piense de las tumbas, para desasosiego de los vivos que no aceptan la posición anti-bloqueo como condición para dialogar, es un hecho que el rechazo a negociar con los cubanos preferidos de la injerencia foránea ha sido bien acogido en la historia de Cuba –rechazo a la Enmienda Platt, la «cuentecita» le llamaba Máximo Gómez; a la mediación de Sumner Welles en 1933 y a la norteamericana en 1959, «Esta vez los mambises entrarán a Santiago», como dijo Fidel Castro a las puertas de la ciudad. El nacionalismo con justicia social es en la política cubana una zona de legitimidad como resultado de haber logrado en la comunidad de naciones, un respeto que nunca lograron sus alternativas.

Por el filtro antibloqueo –es razonable esperarlo– tendrá que pasar quien aspire a entablar un diálogo con el gobierno. El terreno político para una oposición leal desde el patriotismo no se construye desde el anticomunismo, que busca re-litigar la revolución, sino desde una visión posrevolucionaria no comunista que acepta el hecho consumado, pero se propone superarlo. Si Cuba tuvo una revolución sin democracia pluralista, ahora se trata de llegar a esa democracia sin una nueva revolución.

Frente al maximalismo revolucionario y contrarrevolucionario, el proyecto post-revolucionario invoca la aceptación de mínimos y estándares internacionales –debido proceso, soberanía estatal y derechos humanos, Estado de derecho, evolución– que imponen límites a la actuación de todos. Tales límites son un problema para revolucionarios y contrarrevolucionarios, que por identidad invocan la intransigencia como virtud. No entienden de lógicas realistas y quieren la libertad total y el cielo por asalto.

El problema es que, como decía Juan Bautista Alberdi, «los países como los hombres no tienen alas, hacen su jornada a pie, paso a paso».  Para algunos de los congregados frente al Ministerio de Cultura, en particular los del Movimiento San Isidro y la prensa dependiente del financiamiento norteamericano a los programas de cambio de régimen como Diario de Cuba, cualquier limite o precondición que exija el respeto a la soberanía nacional, tal y como la entiende el derecho internacional, es inaceptable. Tampoco entienden de límites y pactos parciales, los revolucionarios para los cuales Cuba es una causa, una gesta ante cuyo altar toda libertad es secundaria. El diálogo es cuando más una tregua o un espacio no para intercambiar o transar, sino para convertir al retrasado.

Frente a esas posturas, con invocaciones incluso al Zanjón y Baraguá, los que acudieron al diálogo del sábado aparecen no solo con principios y apegos al credo nacionalista, sino también más pragmáticos y realistas. No hay que compararlos con dios, sino con lo que han logrado las alternativas intransigentes, es decir, nada.

La moderación es el espíritu de Cuba 

Las personas que leen lo que escribo saben donde me ubico. Explicar de nuevo mis simpatías nacionalistas, republicanas y socialdemócratas seria redundante y descortés. El problema con la Revolución cubana no es su legitimidad histórica o si fue necesaria; el tema es que Cuba no es una causa revolucionaria, es un país soberano, con un Estado que debe respetar los derechos de todos.

La prioridad, por encima de cualquier ideología, debe ser encontrar la mejor forma de dar comida, transporte y casa a la mayoría posible de ciudadanos con la mayor equidad. Está en el interés nacional cubano tanto mantener las conquistas de la Revolución –incluyendo la capacidad de decir «no» a Estados Unidos cuando toque– como desarrollar una vibrante economía mixta y una sociedad política con respeto a la pluralidad ideológica de sus ciudadanos. En otros lugares, he explicado la utilidad del concepto «Casa Cuba», promovido por monseñor Carlos Manuel de Céspedes para pensar un tránsito gradual a una república soberana, con separación de poderes, elecciones democráticas y oposición leal. 

El problema no es manejar la diversidad cultural sino la diversidad política. Dialogar con artistas e intelectuales jóvenes es un complemento, pero nunca un sustituto a la necesidad de pensar la política cubana de modo tal que quepan tantas diferencias como sea posible sin debilitar el interés nacional. Dentro del respeto al interés público y la soberanía del país, el gobierno cubano debe conversar con todos y para el bien de todos. Mientras más cubanos estén dentro de ese espacio de deliberación, supongo que el resultado puede ser potencialmente mejor.

Ningún artista es en virtud de su arte representante de las opiniones políticas de la nación toda. Los que fueron al MINCULT el 27 de noviembre o los que hablaron después con el Ministro de Cultura son tan representantes del pueblo de Cuba como los primeros cien nombres de la guía telefónica de Santa Clara. Nadie ha votado por ninguno, ni representan a una asociación en la que otros hemos participado, competido o apenas expuesto nuestras opiniones políticas, eligiéndolos nuestros representantes. El hecho de que alguien sea una cantante lírica, o un dramaturgo, o una artista plástica, o un trovador, no le otorga representatividad o conocimiento especializado para resolver los problemas de la economía o la política del país.

A esta hora, cuando la generación histórica que hizo la Revolución sale de la escena, es difícil entender de donde emana la soberbia del Partido Comunista al ubicarse como depositario exclusivo de la soberanía nacional. Primero, porque partido viene de parte. Segundo, porque el estado deplorable de la economía, las cifras de emigrados y deseosos de emigrar, y el nivel de desencanto y crítica a los privilegios inmerecidos y la corrupción, deberían llamar la atención de los que en las élites políticas e intelectuales apuestan por un futuro desde valores patrióticos.

De conjunto con un gobierno que ha manejado la pandemia de Covid-19 con relativa eficiencia y ha apoyado meritoriamente a otros países, se ven en los videos compartidos en las redes sociales y hasta en la Mesa Redonda, a múltiples funcionarios sin capacidad de convencer, con fundamentos de segunda y tercera categoría.

El bloqueo norteamericano es un problema fundamental, pero también lo es la ineficiencia, la corrupción, y la desidia de políticas gubernamentales. Basta ver los casos de profesores declaradamente socialistas, separados de sus aulas por expresar mínimas disidencias, para dudar de la capacidad del sistema político de lidiar con los retos políticos de una reforma económica y una apertura a flujos de información inevitables.

Cada día es más difícil confiar en que el actual sistema pueda sacar a Cuba de la crisis. Por lo menos se necesita una estructura donde lo no comunista quepa, no como ciudadano de segunda, sino con capacidad para ejercer el gobierno, ser voz en el parlamento, administrador en lo municipal y regional. En un sistema que asume la supuesta sabiduría del PCC y su competencia a priori, la doble moral y el conformismo vician inevitablemente el proceso de deliberación, participación y toma de decisiones. Aunque ese Estado/Partido aparezca poderoso, es prisionero de sus propios miedos. Lo que décadas atrás fue una unidad políticamente persuadida o maniobrada, hoy se construye sobre el falso cimiento de imponer coyundas hasta dentro de lo patriótico.

Sin el carisma excepcional y el manejo de crisis de Fidel Castro, con una población de profesionales preparados dentro y fuera del país, la falta de pluralidad política institucionalizada y el miedo a cambios urgentes es –para los intereses nacionales– peligrosa. Río que no encuentra cauce se desborda.

Si el gobierno no tiene compromiso democrático en sus políticas, la oposición no lo tiene ni en el corazón ni en su cabeza. Hasta para discutir derechos humanos, un tema que debía ser no partidista, estas tribus políticas se empeñan en despojarlo de tal carácter. Si en la Mesa Redonda de la TV cubana se habla de los derechos humanos como un derecho a construir el socialismo, en el artículo «¿Cuánto cuesta la desobediencia en Cuba?», publicado en El Toque, se afirma la falsedad de que, «sin importar qué país incluye este tipo de regulaciones sobre los símbolos nacionales, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) las considera a todas como una vulneración a la libertad de expresión». ¿Cuándo fue eso? ¿Donde tomaron ese curso de derecho internacional?

La oposición declarada, en su construcción actual, incluyendo el MSI, contiene una tendencia plattista dominante. A varios intelectuales jóvenes que protestaron ante el MINCULT les quedó grande el diálogo. Exigiendo homenajes a un grupo de poca monta en la cultura cubana como Paideia, terminaron entre las tenazas binarias del gobierno que los descolocó y la presión maximalista del Movimiento San Isidro.

De un tiempo a esta parte se ha vuelto una «gracia» de algunos opositores tomar los símbolos nacionales para choteo y «performances». Antes de pedir los jóvenes artistas que les enseñen «Paideia» –vaya nombrecito griego para un grupo cultural cubano–, seria bueno que conocieran que en El Jíbaro –narró Orestes Ferrara– por poco se caen a tiros cubanos y estadounidenses en 1898 a propósito de lo que el General José Miguel Gómez consideró un ultraje a la bandera cubana.

Entre los partidarios de esa oposición en el exterior, que han firmado varias cartas, el compromiso con la libertad de expresión es ambiguo. Condenan y alertan contra la violencia «estatal», mientras son incapaces de decir algo como grupo contra los reiterados incidentes de violencia y actos de repudio que la derecha radical ha montado en Miami, o mencionar el bloqueo como lo que la comunidad internacional lo ha calificado desde 1992: «ilegal, inmoral y contraproducente». No hace veinte años, sino apenas una semana atrás, hubo violencia respaldada por el alcalde de Miami contra la libertad de expresión de Edmundo García. No hay acto de repudio gallardo ni amenaza buena de muerte contra la libertad de expresión, ni en Cojímar ni en la Calle 8.

Existe en la Isla y en la emigración, una Cuba para la cual la «moderación», como decía Martí, es su espíritu. Es posible demandar a la vez mayor pluralidad política que la permitida por el monopolio comunista mientras se defiende desde el corazón la bandera de la estrella solitaria y desde el conocimiento el pensamiento independentista y democrático de José Martí, que es «el Delegado» que ya Cuba escogió, para citar a Cintio Vitier en polémica con Rafael Rojas. La disposición de los congregados ante el MINCULT a cantar el Himno de Bayamo es un buen comienzo para pensar un rumbo propio entre la Escila de la soberbia totalitaria y la Caribdis del plattismo sumiso. Allí va la esperanza.

14 diciembre 2020 27 comentarios 2.224 vistas
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reunion

Crónica de una misma reunión

por Giordan Rodríguez Milanés 9 diciembre 2020
escrito por Giordan Rodríguez Milanés

Estuve allí. Vi y escuché todo lo que se discutió en la reunión «Abelardo Estorino» del Ministerio de Cultura. Al principio, el ambiente estaría tenso, un poco nerviosos todos. Seguramente se dijo: «Este será un diálogo franco, abierto, sin cortapisas», que «nosotros estamos aquí para escuchar y también dar nuestros argumentos». Vi y escuché todo.

« ¿Qué hacemos en esta guagua?» –nos preguntábamos unos a otros los miembros del Consejo Nacional Ampliado de la Asociación Hermanos Saíz (AHS), del oriente de Cuba, a quienes nos habían llamado, liberado de nuestros centros de trabajo por tres días, e informado que «a las nueve pasa un ómnibus por Bayamo que deben abordar para que participen en una reunión urgente en La Habana».

Llegamos una madrugada del 2007 bajo los confusos rumores de que un grupo de jóvenes, frente a Casa de las Américas, habían gritado: «¡Desiderio, Desiderio, nosotros también tenemos criterio!». En la mañana, allí estaban Abel Prieto, la doctora Graciella Pogolotti, mi coterráneo Arturo Arango, y otros destacadísimos intelectuales.  Se dijo, con toda razón, que «la Política Cultural de la Revolución está fundada sobre las bases del diálogo», que «la Revolución siempre ha dialogado con los artistas y escritores».

Se hizo notar en la reunión lo de la Patria y la soberanía permanentemente amenazadas y que hay que defender. Que «el bloqueo, la pérdida de los mercados, aquella bronquita con los chinos, la caída del Che en Bolivia, la necesaria reconciliación con la URSS después de la Crisis de Octubre, la Ofensiva del 68» y, bueno, o malo, muy malo: el Quinquenio Gris.

Pero que «la censura del arte y la literatura es incompatible con la construcción del socialismo», frase dicha por el mismísimo Abel que encuentro anotada en una vieja agenda de la época. Un amigo me contó años después que algunas intervenciones de estudiantes del ISA le parecieron tan «fuertes», que esperaba a ver si los de la presidencia aplaudían y luego lo hacía él. «Nunca se sabe quiénes lo están mirando a uno en esas reuniones» -acotó.

Estuve ahí. Vi los sutiles gestos de aprobación cuando el discurso de alguien del auditórium coincidía con los criterios de la presidencia.  Y al presidente del ICRT de entonces, anotar presuroso en la agenda. Escuché a aquel muchacho al que no dejaban trabajar en una emisora municipal de la provincia Guantánamo, donde vivía, porque había puesto musicales de Pedro Luis Ferrer y Frank Delgado.

Y yo protestando porque en el recién abierto canal de televisión en Manzanillo, sólo ponían películas clase C de Hollywood, y aquel 10 de octubre del 2005, el día de nuestra independencia, habían exhibido en Golfovisión el filme «4 de Julio», en el cual U.S. Army salva al mundo de una invasión extraterrestre, el día de «su» independencia.

Y Abel Prieto -otra vez Abel- alertaba sobre la globalización neoliberal y la exportación de su sustento ideológico a través de los productos culturales. Y aquella muchacha, organizadora del Festival de Invierno de Cine-Club de Santa Clara, preguntaba «¿por qué en Caibarién nos han dicho que en los recién inaugurados telecentros municipales está prohibido poner películas cubanas de los noventa para acá?».  Estuve ahí. Nadie me lo contó. Estábamos en una escuela de cuadros de la UJC en Casablanca.

Estuve cuando discutimos, durante un receso en la reunión para merendar, aquella entrevista aparecida en un número de «La Gaceta», revista de la UNEAC, en la cual Juan Formell explica cómo los gerentes de los hoteles para el turismo internacional le dieron un golpe fulminante a las orquestas soneras y de música popular bailable dentro de la isla, después del boom de los noventa, porque les era menos costoso contratar a dos o tres reguetoneros con un background, que a una agrupación como Los Van Van o Adalberto Álvarez y su Son.

Los de la región oriental nos habíamos pasado 44 horas en un tren para llegar a la Biblioteca Nacional José Martí, sede del debate. «El reggaetón es “quítate el cerebro y mueve la cintura”» -dijo no sé cuál trovador al referirse a su uso en actividades culturales en las escuelas y auspiciadas por la UJC.

La inefable locutora Gladys Goizueta Simal, lamentablemente ya desaparecida, entonces jefa de programación de Radio Rebelde, trato de que entendiéramos que «es un género que le gusta a los jóvenes y no se puede privar al oyente de golpe y porrazo de lo que prefiere». «¿Dónde está el rap en nuestras emisoras? Nosotros lo que tenemos es una agencia de rap, no una agencia de reggaetón» -dijo otro. «Otra vez hubo bateo con la policía en el “Patio de María”. Hay agencia de rap, pero no de rock, que nuestro movimiento es mucho más antiguo» -comentó otro más.

Cuando regresábamos de cada uno de esos encuentros, nuestros compañeros, que nos esperaban en la Casa del Joven Creador de Bayamo –Manzanillo aún no tenía-, usaban una invariable broma: «Bienvenidos al mundo real».

Al mundo donde, con todo y la vocación dialogante del MINCULT, se formaba un alboroto incluso a nivel de secretario del PCC porque a un artista naif se le ocurrió relacionar al fongo –una variante del plátano vianda-, con José Martí, partiendo de la tesis de que si el ideario del Apóstol nos había salvado espiritualmente durante el llamado Período Especial, el fongo lo había hecho como alimento. ¡Y parecía que iba a tumbar la Revolución por haber pintado y expuesto tamaña conclusión!  

Al mundo donde, a pesar de las presurosas anotaciones del presidente del ICRT, a la realizadora Georgina Mendoza, de Radio Granma, con 40 años en los medios, incluso como jefa de programación y directora y un currículo de ensueño, la forzaron a jubilarse en plenitud de facultades y le quitaron el proyecto artístico de su vida, únicamente por haberse enamorado e iniciado una relación con un cubano residente en Chicago, ex chofer de ambulancias que jamás hablaba de política.         

Por eso digo que estuve ahí, en la reunión del 5 de diciembre en la sala «Abelardo Estorino» del Ministerio de Cultura. Lo vi y lo escuché todo aun desde mi improvisado estudio en Manzanillo. Y entiendo que el diálogo, sí, es necesario, porque la expresión es consustancial a la naturaleza humana y al ser social, y es el primer paso para la participación y la conciliación.

Pero es sólo eso: un primer paso que va durando muchas décadas, desde Palabras a los Intelectuales, sin que el sistema institucional acabe de dar el segundo paso luego de que Armando Hart impulsara su creación y sin la concreción resultante de cambios profundos, más allá de eventuales ornamentos. 

Aún resuenan los aplausos y los vítores de los delegados en la última reunión, el reciente congreso de la UNEAC ante el discurso del Presidente de la República.

¿Cuánto ha cambiado el sistema de instituciones culturales y el ICRT desde entonces? ¿Cuánto han cambiado las empresas comercializadoras parásitas del talento artístico, por ejemplo? ¿Cuánto han cambiado las estructuras censoras en el ICRT y el MINCULT, dirigidos por el Departamento Ideológico del PCC desde que no podíamos poner a Pedro Luis Ferrer en la radio? ¿Han cambiado como resultado del diálogo o sencillamente han mutado hacia modos más sutiles de dar las mismas vueltas sobre el mismo tiovivo?

Yo estaba en Manzanillo el 5 de diciembre. Estaba en Manzanillo el 27 de noviembre y, de contra, con una crisis de artritis. Pero sé -¡si lo sabré!- que más allá de presuntos o reales vende-patrias, más allá de eventuales cínicos o confundidos, en la determinante mayoría de los participantes en el diálogo o la protesta, gravitaban esas preguntas sin respuestas concretas. Hasta ahora. Responder esas preguntas con hechos, con instrumentación, ejecución y participación consensuada, precisamente, es lo único que puede evitar que en el futuro.

(Más textos de Giordan Milanés)

9 diciembre 2020 22 comentarios 1.217 vistas
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