El pasado 4 de noviembre se cumplieron sesenta y tres años de la intervención soviética en Hungría. Un testigo excepcional de aquellos hechos, Fernando Barral, vive en Cuba y escribió su testimonio. Hace un año publiqué una reseña sobre su libro en el boletín del Centro Pablo de la Torriente Brau. Aquí la comparto con los lectores de La Joven Cuba.
Leí de una vez Hungría 1956: Historia de una insurrección. Eso siempre ocurre cuando un libro reúne dos condiciones: ser muy interesante y no muy extenso. Además de la redacción amena, el mayor valor del mismo es su carácter testimonial. Aunque ese género ha sido visto con precaución por los historiadores, no caben dudas de que Fernando Barral fue un testigo excepcional que nos ofrece una visión privilegiada, complementada además con otras fuentes.
Su vida parece la trama de una novela de aventuras.
De origen español y residente en Argentina, fue deportado por comunista durante el gobierno de Perón y, ante el peligro de regresar a una España franquista, gestiona su asilo político en Hungría. Aprendió el idioma, estudió medicina y conformó una familia en el país magyar. Así fue que le sorprendieron los hechos que cuenta.
Su militancia constante en la izquierda, su residencia permanente en Cuba desde 1961 a instancias del Che, el hecho de que se jubiló como teniente coronel del Ministerio del Interior, a cargo de las investigaciones sociales; deben ser avales más que suficientes para que no sea catalogado, tan a la ligera como ocurre a veces en nuestro medio, de agente subversivo y provocador. Evidentemente su memoria se mantiene muy lúcida, y parece haber atesorado información con el fin de ofrecernos ese testimonio que agradecemos los lectores. A él y al Centro Pablo, que no cesa en su afán perenne por rescatar memorias olvidadas de personas, hechos y épocas.
Cuando estudiaba para profesora de Historia, en la mitad de los ochenta, recibí una epidérmica información sobre los sucesos del 56. Se limitaba a considerarlo un alzamiento contrarrevolucionario organizado por fuerzas de la iglesia católica y remanentes de la burguesía húngara que, con apoyo de la CIA y otras fuerzas externas contrarias al socialismo, y aprovechando algunos errores del Partido Comunista, lograron atraer a sectores lumpen proletarios y elementos marginales. Se decía que el gobierno había solicitado la intervención soviética, y que las tropas de aquel país contuvieron la embestida de la reacción devolviendo al pueblo húngaro las riendas de su destino.
Al graduarme, en 1989, permanecí en el Instituto Superior Pedagógico de Matanzas, y, para mi desconsuelo –pues siempre fui alumna ayudante de Historia de Cuba–, me comunicaron que impartiría Historia Contemporánea de Europa. Los sucesos del 56 volvían a mí, pero ahora en un contexto polémico: me tocaba explicar a los estudiantes esa página confusa de un país socialista interviniendo en otro, en una etapa en que el campo socialista desaparecía tragado por sus enormes errores.
Las publicaciones soviéticas como Tiempos Nuevos y Sputnik, que circularon en Cuba hasta inicios de los noventa, también deconstruían la historia de las relaciones entre los países que conformaron aquel campo geopolítico. Los sucesos del 1956 eran noticia nuevamente.
Dicha situación tornó obsoletos los libros de texto de las carreras de Historia, y me obligaron a localizar otras fuentes de información si pretendía ser creíble. Una de ellas fue meramente casual. El tema de mi tesis había sido un estudio sobre el pensamiento político de Juan Marinello y recordé una epístola suya con el título: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría),[1] escrita en coautoría con Mirta Aguirre y Carlos Rafael Rodríguez. En ella negaban de plano, por injusta y calumniosa, la visión de la prensa burguesa cubana acerca de los hechos de octubre del 56 en Hungría y de la actitud de la URSS, reiteraban el carácter reaccionario y pro burgués de las protestas y rechazaban los enjuiciamientos que se hacían a los soviéticos por violar la soberanía territorial húngara.
Decidí consultar entonces algunas revistas y periódicos de la época, Carteles, Bohemia y Prensa Libre especialmente, para entender el porqué de la carta. Tras la lectura del libro de Fernando Barral, puedo afirmar que no estaban errados los periodistas burgueses en sus opiniones, las que fundamentaban con los testimonios de muchos húngaros que huyeron a raíz de la intervención soviética.
El 56 fue un año complejo para los comunistas cubanos, eternos e incondicionales aliados del movimiento con centro en la URSS. Además del XX Congreso del PCUS y su informe sobre el culto a la personalidad de Stalin, ahora tenían que manejar las incómodas situaciones acaecidas en Polonia[2] y Hungría. Para colmo, lidiar con el hecho de que su propia ilegalización, decidida en 1953 por Batista, mermaba las posibilidades de ofrecer otra imagen de esos temas, dada la clausura de su órgano oficial de prensa, el periódico Noticias de Hoy.
En 1958 continuaba el debate. Sergio Carbó, desde Prensa Libre, publicó el artículo “Bouganvilles Blancas”, que mereció una carta de Marinello en la que respondía a las acusaciones sobre el campo socialista. Respecto a los sucesos de Hungría decía: “lamentamos sincera y hondamente que se derramase sangre sana [pero], seguimos creyendo que fue obligado y justo reprimir el alzamiento reaccionario”.
Al año siguiente triunfará la Revolución en Cuba, que proclamará luego su carácter socialista y paulatinamente se alineará con la URSS y el campo socialista. En consecuencia, la versión que se impondría durante décadas ocultó la verdadera naturaleza de esas insurrecciones. Por eso el libro de Barral viene a llenar un vacío en la historiografía generada en nuestro país, que ha sido verdaderamente reacia al abordaje del asunto.
Tanto el caso de Hungría como el de Polonia, muestran que, tras la muerte de Stalin, el proceso de desestalinización abrió debates sobre cuestiones fundamentales en todo el bloque del Este. El discurso de Nikita Jrushchov acerca del culto a la personalidad y sus consecuencias tuvo amplia repercusión fuera de la Unión Soviética, e incentivó el debate en torno al derecho a escoger una vía más independiente de “socialismo local, nacional”, en lugar de seguir el modelo soviético hasta el último detalle.
La sublevación de Hungría tuvo raíces históricas. Habría que remontarse para entenderlas a la República Soviética Húngara de 1919, un efímero régimen de dictadura del proletariado instaurado por la unión del Partido Socialdemócrata y el Partido Comunista en la primavera de 1919, ante la grave crisis interna en el país. Se inició el 21 de marzo y terminó el 1ro. de agosto del mismo año. El nuevo sistema concentró el poder en un Consejo de Gobierno, que lo ejerció de manera autoritaria en nombre de la clase trabajadora. Su principal figura fue el comunista Béla Kun. Tras el fracaso del experimento de 1919, Kun se refugió en la URSS y fue funcionario de la Internacional Comunista. Sería denunciado por trotskista en las purgas de los años treinta y finalmente detenido en 1937. Pasó más de dos años en varias cárceles y murió sometido a tortura en la prisión de Butyrka.
Es de suponer entonces que la instauración del socialismo tras la II Guerra Mundial fue vista con desconfianza por los húngaros. En ese país los comunistas no tenían una gran fuerza numérica y fueron impuestos por las tropas soviéticas de ocupación. El partido Socialdemócrata sí tenía muchos partidarios, pero estos se camuflaron de modo oportunista en las filas del Partido Comunista que contaba con la anuencia de los soviéticos.
Es cierto que en la insurrección del 56 hubo manejos conservadores y apoyo de fuerzas externas contrarias al socialismo, pero reducirlo a esa zona política es ocultar la realidad. El malestar ante los graves errores de la dirección política del país había influido en los obreros, intelectuales, estudiantes e incluso soldados. La excesiva burocratización del gobierno, los bajos salarios y condiciones de trabajo, la falta de transparencia y de posibilidades de expresar libremente las opiniones, el intercambio comercial desigual con la URSS y la copia de un modelo extranjero que para la fecha daba indudables muestras de agotamiento; todo ello motivó la sublevación, que tuvo también un carácter popular.
La actitud de los soviéticos ante los sucesos del 56 en Hungría fue contraria a las normas de las relaciones soberanas y de no injerencia en los asuntos internos de otros países, que era uno de los principios de su política exterior.
El texto Hungría 1956: Historia de una insurrección, además de las atinadas y justas valoraciones de Fernando Barral, incluye un testimonio gráfico y una cronología. Recomiendo su lectura a todos los que disfruten conocer sobre la verdadera historia.
[1] Archivo del Instituto de Historia de Cuba: Carta a los intelectuales y artistas (sobre el problema de Hungría), Fondo: Primeros Partidos Políticos, Movimiento 26/ 7 y otros, Legajo: PSP.
[2] Conocidas como sublevación de Poznań, o junio de Poznań, fueron las primeras de varias protestas masivas del pueblo polaco contra el gobierno. Las manifestaciones de obreros que pedían mejores condiciones comenzaron el 28 de junio de 1956 en las fábricas Cegielski de Poznań y debieron hacer frente a una represión violenta. Una multitud de aproximadamente 100 000 personas se reunió en el centro de la ciudad, cerca del edificio de la policía secreta polaca. Cuatrocientos tanques y 10 000 soldados del Ejército Popular polaco y del cuerpo de seguridad interna, bajo las órdenes del general polaco-soviético Stanislav Poplavski, fueron los encargados de sofocar la manifestación y durante dicha contención le dispararon a los manifestantes civiles.
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