Todo tiene su contrapartida, sus antípodas, su opuesto. Es el equilibrio de todos los sistemas mediante el cual la entropía se mantiene a raya y todo puede seguir existiendo: así hay hastío y pasión; día y noche, muerte y vida, y porque los sistemas humanos no son menos, también hay impuestos y subsidios.
En las sociedades, donde gran parte de la población es contribuyente, se utiliza parte de los impuestos para amortiguar la vida de los que no contribuyen por razones ajenas a su voluntad, o de estudiantes, o de sectores económicos considerados estratégicos. Así, gastando dinero en subsidios se gana dinero, porque estos evitan la pobreza y la marginalidad que a la larga –y a la corta- implican gastos mucho más grandes que los propios subsidios; ahí está el equilibrio, los opuestos sosteniendo un sistema hasta el infinito.
Pero nada es ideal, sobre todo para los sistemas de una especie que inventó el término ideal. Los subsidios tienen sus detractores venidos de las ideologías liberales, afirman que estos eliminan otra de las leyes universales, la competencia. Además entienden que los subsidios por concepto de desempleo no incentivan la búsqueda de trabajo y representan un gasto para el Estado que podría invertir estas cantidades en áreas productivas de la economía. Los adeptos opinan que incluso los subsidiados pueden generar ingresos y que el subsidio es otra forma de impulsar la economía.
En cuanto a la validez o debilidad de los subsidios en Cuba tenemos, como es usual, de todo un poco. Seguidores de excesos o defectos y nunca de mesura, en nuestra historia pasamos de no subsidiar nada de nada a subsidiarlo absolutamente todo: la salud, la educación, la cultura, la seguridad social, el transporte, subsidiamos las bodas, las vacaciones, subsidiamos los pensamientos, subsidiamos los perros y los gatos, subsidiamos los mosquitos, después los fumigamos, pero se iban ya subsidiaditos, mientras la economía aguantara no había ningún problema, a quién le podía molestar.
Cuando la economía soviética… cubana, perdón, dejó de aguantar, en la isla se eliminaron muchos de estos subsidios, más adelante conocidos como gratuidades. Acorde con la política socialista del Estado, todavía la salud, la educación y la seguridad social son subsidiadas, lo cual es un logro que crea oportunidades semejantes en toda la población; pero he aquí una ironía, la eficacia del presupuesto puesto en estos sectores indispensables ha disminuido considerablemente y a la vez existen gastos millonarios en otros subsidios que en papel parecen algo bello y utópico pero en hojas de Excel no.
No hay que caer en liberalismos, pero sí ser pragmáticos en pos de la supervivencia del sistema mismo. Los gastos en deporte y cultura, por ejemplo, son excesivos y muchas veces indiscriminados; si bien hay áreas de estos sectores que merecen y necesitan de subsidios, sería conveniente hacer una revisión que salvara más presupuesto para la educación –muy deprimida- para la salud –muy urgente en estos días- para la seguridad social y la atención a la población de la tercera edad -la de la chequera- y para la vivienda –quizás uno de los mayores problemas del cubano de hoy-.
Pero nos encontramos con una política subsidiaria del primerísimo mundo en un país cuya economía sufre serios aprietos –por decirlo así-, porque además, independientemente de todos estos sectores, en Cuba se subsidian incluso los productos de las tiendas; cosa rara, pensará el lector, puesto que estos productos nos cuestan un ojo, dos, a veces tres. El caso está en que todo se compra en divisa por ahí, y se vende en Cuba en esos tiques que daban en los parques de diversiones, los cuales una vez afuera no valían nada, o como nos gusta llamarlos aquí, CUCs. O sea, el país no recupera la divisa a priori.
En Cuba se subsidian además los productos de la canasta familiar normada, -la bodega-. Esta es un área sensible porque miles de familias dependen de ella. Aunque hay miles de personas que no lo necesitan el subsidio es universal y eso rompe con uno de los principios básicos en este tema: ofrecerlos a los que realmente los necesitan. Las consecuencias son muchas, pero las más palpables son un gasto innecesario para la economía y la pérdida o desvío de muchos productos en los oscuros intersticios de las empresas de distribución y venta. Esto tiene tres inconvenientes.
El primero es que habría que definir quién va a recibir estos bienes y quién no, lo cual es imposible puesto que los ingresos declarados por un individuo pueden perfectamente no tener nada que ver con los ingresos reales. El segundo es que tendría que haber una producción de bienes que sustentara el consumo por la libre de gran parte de la población.
El tercero es que tendría que existir un ajuste salarial trascendente para que los asalariados puedan, incluso con el salario mínimo, hacerse de, al menos, lo indispensable, o sea, la canasta básica que se compone de alimentos, y otros productos de los cuales una persona no puede prescindir, a saber, productos de aseo, ropa, zapatos y otros de esa índole; además incluye servicios fundamentales, electricidad, gas, agua, acceso a lugares de esparcimiento. Resumiendo, el salario mínimo debería cubrir todo esto.
El primer inconveniente pudiera resolverse con el control fiscal de los ingresos, la solución ideal sería la completa digitalización del dinero y las transacciones, ahí se ha adelantado mucho, pero falta, no se compra en el agro con tarjeta, en la tienda sí, cuando la máquina o la cajera estiman conveniente. De todas formas sigue abierta una brecha para que se mueva el dinero a su antojo y determinar el ingreso real de un cubano todavía es una de las preguntas fundamentales de la filosofía.
El segundo inconveniente está muy relacionado con el tercero, sin producción de bienes cualquier aumento salarial solo crearía inflación: más dinero, menos productos, los precios al cielo, o al espacio ya, porque en el cielo están; en este caso una disminución de las importaciones, y el aumento de la producción con el incentivo de exportar parte de los productos pudiera ayudar, pero en Cuba es más barato importar que producir, otra paradoja, esta lleva la firma del engendro, el monstruo de la dualidad monetaria y cambiaria, ante la cual cualquier tipo de optimización de la economía y de salir de números rojos, es sencillamente, imposible.
No obstante, una vez logrado esto -esperemos que más pronto que tarde-, sería ineludible rediseñar los subsidios del Estado, asegurarse de que favorece a los no favorecidos, que se gasta sólo en los sectores imprescindibles, que por nuestra situación económica hay que dejar de emular con el famoso estado de bienestar, para que si gracias a la mesura recuperamos la economía, poder, un día, alcanzarlo.
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