Confieso que el día de las elecciones en Bolivia no puse los noticieros: estaba persuadido de que el Movimiento al Socialismo (MAS) no ganaría y no quería oírlo a cuentagotas. Evidentemente, los analistas de política internacional del país estaban convencidos de lo mismo, pues a eso apuntaban sus comentarios.
Coincidía con la idea general de sus señalamientos, pero la encontraba incompleta: pasaban por alto las verdaderas causas que posibilitaron el golpe de Estado, hijo de múltiples errores propios, no solo de la agresividad de los oponentes nacionales y extranjeros. El más señalado, aunque no el único: la decisión de Evo Morales de presentarse a reelección, a sabiendas de que una parte del pueblo no la apoyaba y de la campaña de descrédito a que se enfrentaría.
Para mí la decisión indicaba pérdida de la noción de la realidad política del país, consecuencia a su vez del enajenamiento entre dirigencia y base. Acaso también simple y llana embriaguez del poder. Hubieran buscado otro pretexto para el golpe, me sugieren amigos. Cierto. Pero encontrar pretextos es tarea del contrario, uno no los regala. El intento de reelección fue regalarlo y servirlo, como dice la expresión popular, en bandeja de plata. Supongo que muchos opositores saltaron de alegría al enterarse.
En realidad, era la culminación de un desarrollo negativo interno del MAS que nuestros analistas no mencionan: endiosamiento del líder y alejamiento de las bases. Aplausos y plazas llenas de flores o banderitas pueden mostrar poder de convocatoria, pero no significan real contacto con el pueblo.
Quienes simpatizamos con el pueblo boliviano, pero no somos comentaristas de prensa ni tenemos lugar donde expresarnos, veíamos el peligro. En cambio, los que podían no lo mencionaban -tampoco nunca oí señalar cualquier error del gobierno de Evo, por cierto, o de otro gobierno aliado; supongo que hacerlo es “dar armas al enemigo”.
Como los comentaristas no mencionaban más que los logros del gobierno del MAS y la agresividad de sus enemigos, apoyados por intereses extranjeros, mucha gente en Cuba se quedó boquiabierta al seguir por la prensa los acontecimientos de entonces.
Un gobierno que había sacado de la miseria a millones de personas, que había convertido a uno de los pueblos más pobres del mundo en la economía de más desarrollo sostenido en América, que había hecho crecer una hasta entonces casi inexistente clase media en su país, fue derribado -se podría decir: sin pena ni gloria-, por una maniobra dirigida por la OEA, a la cual se sumaron sectores opositores, los uniformados y hasta ciudadanos que habían sido beneficiados por ese mismo gobierno.
Inexplicable.
Antes de seguir, una aclaración: los enemigos de las fuerzas progresistas insisten en la perpetuación en el poder como sinónimo de “gobierno de izquierda”, y el caso de Evo sería un ejemplo. Pero Evo fue presidente de Bolivia desde 2006 hasta 2019; en cambio, Ángela Merkel es canciller de Alemania desde 2005.
Evo, con trece años de gobernante, se convertiría en un dictador, si era elegido; Ángela, ya con quince, es un bastión de la democracia y a nadie se le ocurriría reclamar revisión de los votos por los cuales triunfó, ni acusarla de afán desmedido de poder, o de fraude electoral.
Ello es así porque Ángela es europea, blanca, alemana, política profesional, con títulos universitarios. Raza y clase superiores, nacidas para gobernar. En cambio, Evo es aimara, obrero…, ¡un indio! Raza y clase inferiores. Nacidas para ser gobernadas. Lo que en un blanco europeo es un don, en un obrero indígena americano es un irrespeto a la moral y las buenas costumbres, y debe ser castigado.
En su momento imaginé que la sabiduría ancestral que había aplicado hasta entonces, y que le había permitido sortear con éxito situaciones complicadas, llevaría a Evo a acudir al proceso electoral de 2019 con una jugada a la altura de las circunstancias -había varias posibilidades para ello. Pero hizo lo opuesto: aplicó la única cuyo fracaso era previsible.
¿Se dejó convencer por asesores desconocedores de la realidad boliviana?, ¿se consideró, o lo hicieron considerarse, imprescindible?, ¿lo ganó la embriaguez del poder?
Hubo de todo, y lo tercero no es de poco peso: nadie escapa a esa droga llamada poder, salvo que se llame Nelson Mandela. Por buenas intenciones que un líder tenga, a su alrededor crea muros de “entusiastas” -en su mayoría, oportunistas- que se encargan de que vea solo lo que gusta de ver. Con el paso del tiempo, él mismo se enmascara la realidad.
En el fondo de todo radica la ruptura de la relación con las bases, el atender más al círculo de intereses tejidos alrededor del líder que a la gente que lo llevó al gobierno, y a ver la hojarasca en lugar de la tierra que está bajo ella. Tal es el fatum de quien se mantiene varios períodos en el poder, sobre todo si sus primeros tiempos se caracterizan por éxitos indiscutibles, como ocurrió con el MAS y ha ocurrido en otros procesos en América.
Si en su momento de gloria los pueblos suelen ponerse en un hombre, como afirmó Martí, la historia americana ha demostrado demasiado que, por lo general, esos elegidos suelen convencerse de que son todo el pueblo. Dejan de oírlo para oírse a sí mismos o a sus alabarderos. Terminan por sentirse los intérpretes privilegiados del sentir de la masa, sus dioses.
Alguien puede oponer a lo anterior, “¿y por qué no sucede lo mismo en Alemania, cuya gobernante lleva más tiempo que Evo en el poder, como acabas de afirmar?”. Cierto, no ocurre lo mismo…, al menos hasta donde sabemos. Pero las condiciones son distintas.
Desconozco las interioridades del funcionamiento democrático en Alemania, pero algo es evidente: la solidez de sus instituciones. La historia de Bolivia, y de casi toda América, está llena de golpes militares, dictaduras y otros vicios que hacen débiles las suyas. Precisamente, uno de los méritos del MAS fue gobernar a pesar de esa debilidad estructural, que incluye el carácter poco profesional de los cuerpos armados, siempre prestos a meterse donde no deben.
En fin, llegado el día de las nuevas elecciones, todos esperábamos que en la segunda vuelta electoral una coalición de derecha tomaría el poder por la vía democrática y desmontaría la obra del MAS.
Era lo previsible.
Y ocurrió lo inesperado, la sorpresa boliviana: el MAS ganó en primera vuelta con holgura tal que no deja margen a interpretaciones. Hasta la OEA admitió el triunfo.
Con independencia de una autocrítica (que no ha de producirse) de nuestros comentaristas internacionales acerca de su rigor profesional y la necesidad de ir más allá de los lugares comunes en los análisis políticos, para amigos y enemigos de ese pueblo el resultado de las elecciones en Bolivia resulta un hecho trascendental.
Sin ruido, a su estilo, el quechua, el aimara, ¡el indio boliviano!, ha dado una lección de civilidad al resto del continente. No solo porque en las urnas ha deshecho el entuerto de sus dirigentes, que no es poco. También porque el porcentaje de participación en las urnas, cercano al 90%, es posiblemente el más elevado en lo que va de siglo en toda América. Eso se llama civismo. Debería imitarse.
Los tenidos por salvajes, incultos, inciviles, han mostrado al mundo que saben usar, y usan si es necesario, las armas de la democracia para recuperarla.
Traicionados, discriminados, marginados, considerados como inferiores por sus propios connacionales, ninguneados durante siglos, los pueblos originarios de Bolivia sintieron, con su primer presidente indígena, que podían ocupar el espacio que históricamente les pertenece, y que podrían poner su sabiduría milenaria al servicio de esa misma humanidad que los ha despreciado, en momentos en que la vida en el planeta se ve amenazada por el divorcio de una civilización arrogante con la Madre de todos, con la Tierra.
La oportunidad les fue arrebatada por errores de sus dirigentes, pero supieron reponerse. Con su tenacidad silenciosa y resistente lo lograron. Ahora la dirección del MAS recibe una nueva oportunidad de mostrar fidelidad a su gente. Veremos qué pasa.
Espero que la dupla triunfadora -la que, de haberse presentado antes, hubiera ahorrado al pueblo cerca de un año de sufrimiento-, que seguramente debió negociar para ganar otros apoyos necesarios, no olvide, por los compromisos adquiridos, que fue allí, en los hombres y mujeres sencillos, en los hijos de la Pacha Mama, donde radicó la fuerza que los condujo de regreso al poder.
Que no vuelvan a confundir banderas, flores y mítines con contacto con la masa. Ni alabarderos con compañeros de lucha. Y que jamás olviden a quiénes deben el retorno.
Quisiera creer que los dirigentes que ya dieron lo que podían dar cederán el paso a las nuevas fuerzas. Que serán los ancianos consejeros de la comunidad, pero no pretenderán conducir al pueblo por los nuevos derroteros.
Voto por el renacimiento del Estado plurinacional, con espacio para todos, que rescate el saber de los ancestros y con su ejemplo contribuya a la salvación de la humanidad. Acaso todavía no sea demasiado tarde.
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