Amores, y solo amores en Cuba. Mientras el odio arrecia, los trovadores convierten “al grito y al llanto en arte”. Los “agoreros de las falacias” no perdonan la coherencia de vivir y soñar “de atreverse con la vida” y “aceptarle el puñetazo”. El cantautor intenta “tratar de comprender lo que pasó”, consciente de que “la impostura en un suicidio a pleno sol”.
El emperador lo dejó muy claro desde sus primeros berreos: desmontaría todo acercamiento y búsqueda de la normalización de las relaciones entre Cuba y los Estados Unidos. Obviamente, en el mundo actual, los impactos psicosociales de cualquier política hay que potenciarlos y se verifican en las plataformas comunicativas: los medios ya tradicionales, la blogosfera y las redes sociales. Si antes un emperador sin bufones era aburrido, en la actualidad es ineficiente sin una vanguardia que se encargue de tronchar el vuelo de la libélula.
Cuando el dinero corre, sobran los aspirantes a bufón imperial. Fluyen las babas del descrédito y demonización por las comisuras de los pretorianos del rencor. Eventualmente felices los rabiosos de una orilla. Eventualmente tranquilos los cobardes y acomodaticios que, desde la cota propia, habían dejado de dormir desde que el emperador anterior, fresco y jovial, se ganara la simpatía de una buena parte del mismo pueblo que nunca dejó de intentar atenazar.
Pero así somos los comunes: solemos creer más en un discurso, una sonrisa y la aparición en una comedia, que en las persistentes multas del Departamento del Tesoro a quienes comerciaran con la isla maldita o, en oposición, tampoco creer en el desarrollo de las fuerzas productivas desde la iniciativa individual y la participación ciudadana sin el padrinazgo del Estado.
Persistentes, como el infante herido que se niega a dejar de mirar el ocaso, tal vez el último ocaso, los artistas continúan viviendo la prisión y la libertad de la fe como remedo contra “ser otro eslabón del cinismo”. Hacen uso de la capacidad de retoño. Si una verdad se sostiene, aún bajo tierra, en algún momento tendrá que germinar… y germina.
Escuché Carnal, el disco de Buena Fe “antes que solo fuera himno y vítores”, en medio de ese preludio aún espeso y desafinado, que todo parto trae consigo. Música, solo música. Ni cartas a la novia, ni tesis doctorales, sino “provocaciones al viento”, sinceridad para acariciar con amor a quienes se arriesgan a romper el odio. El más violento y contundente golpe en modo belleza para devolver el rencor y la rabia a los aspirantes a bufones imperiales y los viejos jinetes del horror.
Canciones, solo canciones. Sin estribillos pegajosos ni construcciones melódicas utilitarias de fácil repetición. Un reto para quienes –sobradas de simpatías—, aún se ven a sí mismas sobre los hombros del compañero de la universidad, o aquellos que veinte años después se aferran a la entrepierna de la amiga prohibida y pegada a su cervical mientras el coro proclama que no nacimos ángeles.
Claro que no nacimos ángeles, ni lo somos los diletantes, ni menos los trovadores. Los ángeles no crecen ni maduran como mis hermanos de la buena fe. Los ángeles no dudan, no son atacados en las redes sociales, no tienen que escoger entre la dignidad y una gira escamoteada. Los artistas honrados, coherentes, patriotas, sí tienen que hacerlo. Y, sin son cubanos, mucho más. ¡Hasta los quieren obligar a que se pronuncien acerca de lo que no desean hacer!
Es por eso que, aún si haber escuchado el producto final, cuando Israel me compartió fragmentos de aquella conversación con un médico cubano que le sirvió como una de sus fuentes inspiradoras para la canción “Valientes”, supe que Carnal, además de solo música y canciones, sería un disco que connotaría ese potencial de decencia y comprensión mutua que todo Ser Humano, incluso los de peor calaña, llevamos dentro.
Cuando vi cantar a los estudiantes norteamericanos de Carlos Lazo, en el Teatro Karl Marx, confirmo ese afán de querernos los humanos –y los cubanos— de todos lares y de todos los credos, por más que los ideólogos de la aversión nos acosen a cada instante, y nos quieran hacer creer que las diferencias y los disensos pesan más que los determinantes familiares y los valores humanos.
En definitiva se resume en amores, y solo amores. En la certeza de que “somos la misma humanidad, todos ante un mismo acertijo”. No tenemos derecho a pedirles más sin dar, por lo menos, la natural decencia y comprensión mutuas a cambio, y la buena fe.
*Todos los entrecomillados son versos de Israel Rojas Fiel.
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