Recientemente hubo un supuesto escándalo en la primaria del Partido Demócrata de Estados Unidos. El asunto eran los comentarios de Bernie Sanders, el candidato socialdemócrata, con respecto a Cuba. En un programa importante, el presentador recordó que en los años ochenta Sanders observó que Fidel Castro “le dio educación a los niños y atención médica a la gente de Cuba.” Por supuesto, aludiendo a estos antiguos comentarios de Bernie, el presentador quería insinuar que este tenía tendencias autoritarias preocupantes.
El intercambio entre ellos es esclarecedor al respecto. Sanders dijo que “estamos muy opuestos a la naturaleza autoritaria de [l régimen de] Cuba” pero notó a la vez que “cuando Fidel Castro asumió su cargo… tuvo un programa de alfabetización masiva” y “es injusto decir que todo está mal” en Cuba. Su interlocutor respondió que hay “muchos disidentes encarcelados”. Sanders contestó rotundamente: “Eso es cierto. Y lo condenamos.” No obstante, hubo numerosos artículos críticos cuestionando la relación entre Sanders y el autoritarismo.
Como nos muestra el diálogo anterior, el discurso convencional sobre política exterior en los Estados Unidos es lamentablemente simplista. La corriente principal tiende a generalizar sobre Cuba, tratando el régimen actual como un mal absoluto e ignorando el papel problemático que los EE.UU. han desempeñado en la historia del país. Además, por lo general, al público estadounidense le falta muchísimo conocimiento de hechos básicos sobre nuestros vecinos de Latinoamérica y el comportamiento despreciable de los Estados Unidos en el hemisferio.
No existe ningún consenso entre los ciudadanos estadounidenses sobre Cuba.
Por esta razón, lo siguiente solo refleja el punto de vista de un segmento de la izquierda estadounidense, un intento de apreciar la complejidad de la situación existente y dar cuenta de las dificultades que impiden que realicemos un análisis verdaderamente justo.
Desde el punto de vista de un socialista democrático, la historia humana hasta ahora ha sido una larga cadena de decepciones. En países capitalistas, las grandes empresas dominan el proceso político, crean enormes desigualdades económicas y frustran la posibilidad de una democracia genuina, obstaculizando cada avance hacia la justicia para preservar sus ganancias y aumentar su poder.
Algunos países capitalistas—particularmente los escandinavos—son más humanos y tienen beneficios sociales generosos; algunos menos. Otros países capitalistas tienen democracia formal y libertad de expresión; algunos son autoritarios y represivos políticamente. Pero al final, incluso en los países más socialdemócratas, el control se queda en las manos de una pequeña élite.
Por otro lado, en países supuestamente “socialistas” la adopción de una retórica socialista, el vocabulario de la lucha de clases y algunas medidas económicas asociadas al socialismo, ha venido de la mano con la imposición de medidas autoritarias que pisotean derechos humanos fundamentales, en particular la libertad de expresión y el derecho a asociarse libremente, incluso en sindicatos que no estén controlados por el gobierno. Sin embargo, en muchos casos, aunque sean autoritarios, estos países han tenido cierto éxito en mejorar las condiciones materiales de su gente, a veces de una manera sorprendente.
La simpatía con los logros económicos y sociales de estos regímenes, incompletos pero encomiables, acompañados por sus historias de antiimperialismo, crea una tentación para la izquierda: apoyar estos regímenes incondicionalmente, sin indagar en sus violaciones de libertades individuales fundamentales. Pero la razón por ser socialista demócratico en primer lugar es una creencia profunda en la necesidad de liberar las posibilidades de cada individuo.
A los socialistas democráticos nos importan el cuerpo y el alma a la vez: valoramos el bienestar material pero también la salud cultural y espiritual. Así que la democracia formal sí es requisito para la creación de una sociedad socialista de verdad. Regímenes que se identifican socialista pero no respetan los principios de democracia formal, faltan al espíritu de un proyecto socialista.
Todo esto tiene mucho que ver con la cuestión de cómo analizar la situación cubana. Tenemos que considerar la larga y trágica historia del colonialismo estadounidense en Cuba; incluyendo la Guerra Hispano-Americana, las tres ocupaciones militares, el plattismo, el establecimiento de la base militar en Guantánamo, la invasión de la Bahía de Cochinos y otras manifestaciones de interferencia imperialista.
También debemos tener en cuenta la influencia que el bloqueo y marginalización de Cuba en el escenario internacional ha ejercido en su desarrollo económico y social, incluso en algunas características del régimen actual. El sentimiento de estar rodeado por una superpotencia hostil tiene que ser un factor en el análisis. También los efectos extremadamente perjudiciales del bloqueo estadounidense en la calidad de vida de los cubanos.
Con razón, el bloqueo ha estado condenado por las Naciones Unidas anualmente desde 1992.
El régimen de Fulgencio Batista fue atroz y corrupto. Cuba necesitaba un cambio drástico para liberar a su gente de la pobreza grotesca, la dominación corporativa y neoimperialista, y una represión feroz. El inicio de la Revolución y algunos pasos como la reforma agraria, la revisión comprensiva del sistema educativo, la protección de recursos naturales, la institución de un sistema de atención médica universal, y la adopción de medidas antirracistas y antisexistas, incluso la legalización y provisión de abortos, definitivamente eran beneficiosos.
Aunque las estadísticas oficiales no necesariamente son confiables, al parecer han tenido resultados impresionantes: la calidad de atención médica, la tasa de alfabetismo, el nivel de biodiversidad e integridad de la naturaleza, y la representación política de las mujeres son innegablemente mejores que antes de la revolución, especialmente en comparación a otros países de Latinoamérica y el Caribe (por ejemplo, Haití, la República Dominicana, y Guatemala). Adicionalmente, Cuba ha mandado médicos a muchos otros países en desarrollo y ha jugado un papel extraordinario en respuestas internacionales a varios desastres y en el campo de salud mundial.
Sin embargo, el defecto fatal que ha ensombrecido la sociedad posrevolucionaria desde su comienzo ha sido la ausencia de democracia auténtica y el abuso de poder. La disolución de los partidos políticos excepto el Partido Comunista, la persecución de otros revolucionarios, la institución de Comités de Defensa de la Revolución, la consolidación del control gubernamental sobre los sindicatos, la detención y hostigamiento de periodistas y opositores políticos, así como el encarcelamiento y ejecución de disidentes después del derrocamiento del régimen de Batista, pusieron fin al sueño de una sociedad democrática por completo después de la Revolución.
El socialismo se debe basar en la responsibilidad pública y la distribución igual del poder decisorio en todos los niveles de la sociedad, ni jerarquía vertical ni impunidad. La centralización de poder en órganos estatales sin mecanismos bien definidos para responsabilizar al Estado, así como una planificación económica sin que los trabajadores y ciudadanos puedan participar y tomar decisiones juntos, no son medidas socialistas, sino medidas de corporativismo. Una revolución exitosa no necesita violencia ni vigilancia para seguir viva y segura, y un buen sistema de gerencia económica requiere que la gente participe activamente.
Ahora, medio siglo después de la Revolución, hay la oportunidad de facilitar cambios positivos en Cuba, mientras la isla preserva y amplía sus considerables logros en atención médica, educación, y servicios sociales. Las libertades de expresión, de prensa y competencia política abierta, son imprescindibles para que los cubanos avancen. El autoritarismo no es la expresión de los deseos originales del pueblo cubano, y como tal, es hora de empezar un nuevo capítulo en su historia.
Para ayudar a Cuba, EE.UU. tiene que poner fin al bloqueo y normalizar relaciones cuanto antes.
Esto no es decir que Cuba debería adoptar ningún “consenso de Washington.” Encontrar el equilibrio perfecto entre la planificación y el mercado es indudablemente difícil. Las recientes acciones del gobierno cubano para aumentar el papel del mercado en la economía parecen necesarias, ya que el balance antes parecía inclinado demasiado en la dirección del control estatal. Es preciso que las reformas hacia la liberalización de ciertos sectores económicos no resulte en un aumento innecesario de la desigualdad económica, ni en el resurgimiento de la explotación por parte de las multinacionales, ni en la contaminación del medioambiente.
Los problemas graves que el mundo enfrenta actualmente exigen cooperación y solidaridad, y la lucha por justicia social no tiene fronteras. Si Cuba puede demostrar de manera definitiva su compromiso con la libertad de expresión plena y el debate abierto, facilitaría el establecimiento de relaciones más amistosas entre nuestros países, particularmente si el Partido Demócrata triunfa en las elecciones de noviembre. De todos modos, aun si Trump gana otra vez y el bloqueo sigue en pie, intentar cumplir la promesa de un socialismo no autoritario vale la pena y serviría como un ejemplo para el resto del mundo.
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