–También limpio la casa de Sergio y lo veo como un honor –dice Magdalena a funcionario–. Cuando lo hago cerca de donde él está, trato de hacerlo todo lo silenciosamente que puedo, porque está soñando un país.
–Y lo está continuando –añade el ideólogo del Partido, con una sonrisa enternecida.
Los miembros de la comisión política lo observan arrobados. Sienten la fuerza del misterio, intuyen que algo profundo e inmenso ocurre muy dentro del cuerpo relajado de Sergio Núñez. Aún imposibilitados de apreciarlo por ellos mismos, adivinan su capacidad para dar vida no solo a un ser en el espacio de la fuerza, sino a todo un universo dentro de su pensamiento poderosamente concentrado… y crear una nación.
–El presidente lo ha pedido –explica el funcionario partidista a los sonrientes miembros de la comisión política y le limpia una babita a Sergio–. Este joven, echado en arcanas posturas sobre su sofá, se convierte en una entidad capaz de, a través del castigo y el martirio del cuerpo, tomar las cosas inmutables y eternas del mundo intangible y les dar forma en el mundo sensible.
El ronquido repentino y breve de Sergio interrumpe al funcionario.
–Desde los diecisiete años –continúa explicando–, el compañero Sergio busca la liberación de su espíritu, y hoy, con la frescura de sus cuarenta y ocho, es capaz de lanzarse durante horas a la tarea de soñar un país y darle continuidad.
No es solo una postura, es la manifestación de un misterio, la quietud de la creación.
La madre de Sergio, una señora de setenta y tres años, se acerca callada a su hijo y deja una bandeja con un jugo de algo y croquetas. «Por si el niño se despierta» –explica en un susurro amoroso y se aleja despacio.
Los miembros de la comisión y el funcionario político entienden que alargar su visita sería amenazar el delicado proceso creativo del ascético Sergio. Resultaría imperdonable que cualquier imperfección en el país soñado los tuviera a ellos como responsables. Un país de hombres fieles como japoneses, laboriosos como alemanes, alegres como brasileños, valerosos como españoles, tan cultos como griegos… todos arrimando el hombro bajo el sabio liderazgo del Partido, para construir un socialismo próspero y sostenible.
Dejan junto a la merienda el diploma de reconocimiento firmado por la dirección del país y, cuidando de no pisar el suelo mojado, comienzan a abandonar la habitación. Se alejan sin dejar de admirar a un ser que es pura fuerza creadora, muestra viva de la inteligencia suprema de nuestra juventud. Ni siquiera cierran la puerta al salir.
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Este texto pertenece a nuestra columna dominical de sátira política.
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