Crecí en un pueblo ubicado a unos doscientos kilómetros de La Habana. Sandino fue mi burbuja hasta los dieciocho años, cuando la universidad me invitó a migrar para estudiar Periodismo. Volvía cada seis meses a visitar a mi familia. El lugar dejó de ser la nube donde ignoraba al resto del mundo. Sus límites me parecieron más pequeños, una especie de claustrofobia a cuesta de nuevas verdades.
Percibí un sitio distinto viviendo fuera de allí. Varios textos e investigaciones con testimonios mostraron ante mí contextos diferentes sobre el origen de mi ciudad natal. Conocí en el trayecto a muchas personas que también sabían la historia enterrada del municipio, su relación con la región central y los sucesos que allí pautaron la realidad social. Otras imágenes aparecieron ante mis propias perspectivas y, junto a ellas, el interés por documentarlas.
(Foto: María Lucía Expósito/LJC)
El nombre se relaciona con la figura del nicaragüense Augusto César Sandino. La comunidad Sandino se fundó el 22 de agosto de 1964 en áreas de una granja. En enero de 1965 pasó a ser su núcleo poblacional más importante; es decir, el poblado toma su nombre de la granja y el municipio de esta comunidad. En 1976 se fundó el nuevo municipio Sandino, que incluyó, además del anterior con ese nombre, al de Las Martinas, La Fe, Cayuco y buena parte del municipio Guane. Su extensión es la mayor de la provincia Pinar del Río y la quinta del país.
En esta ciudad, fueron reubicados, como parte de la Operación Jaula, más de 3000 ciudadanos procedentes de la zona montañosa del Escambray en la antigua provincia de Las Villas y catalogados como «colaboradores de los guerrilleros anticomunistas».
Una entrevista del diario Granma al combatiente y asesor de la serie televisiva La otra guerra, Luis Rodríguez Hernández, habla del plan que se implementó para quienes serían parte de la población que comenzó a habitar el municipio Sandino:
«Se enviaron a tribunales a aquellos colaboradores capturados e implicados en crímenes, otros fueron trasladados de la zona, fundamentalmente hacia Sandino, un pueblo que la Revolución estaba construyendo en el extremo oeste de la de Pinar del Río, destinado al desarrollo de la agricultura. Para acelerar la obra se involucraron constructores de todo el país».
Los testigos que aún viven en Sandino rememoran que por mucho tiempo no pudieron salir del territorio y en contadas ocasiones les fue permitido ver al resto de la familia.
En 1976 fue ampliado el municipio con la nueva división político administrativa. Se organizó entonces en ocho Consejos Populares de los cuales seis mantienen una población mayoritariamente rural más el área urbana de Sandino como cabecera. La ciudad se fue integrando con nuevas familias. Sería también el nuevo hogar de asentamientos poblacionales dispersos y en condiciones de vida precarios.
(Foto: María Lucía Expósito/LJC)
La mole de prefabricado tuvo en su concepción la mirada y el diseño de Javier Lisímaco Gutiérrez (Maco Gutiérrez), arquitecto de origen boliviano. El interés de Maco por temas urbanos y sociales quedó plasmado en este extenso conjunto residencial. La influencia vino de su paso por la Universidad de Chile, en un contexto donde se vivieron las transformaciones dejadas por la reforma en la enseñanza de la Arquitectura de mediados de la década de los cuarenta del pasado siglo.
Sandino es una de las mayores expresiones de viviendas colectivas desarrollada en Cuba en los años sesenta, época en que se propuso el trabajo con hormigón prefabricado para agilizar el proceso constructivo. El diseño del poblado partía de una comunidad con ordenamiento urbanístico: calles, casas a corta distancia unas de otras, pequeños solares y áreas de servicios y recreación.
(Foto: María Lucía Expósito/LJC)
Las primeras viviendas tenían —y mantienen— la peculiaridad de ser un espacio dividido en dos. Eran dos casas en una, solo delimitadas por losas de canto, que compartían el patio y el traspatio. Así, las familias reubicadas desde Villa Clara, aparte de haber sido insertadas en las labores de construcción, convivieron con las familias nativas de la localidad en ese sistema, a más de 400 kilómetros de sus hogares naturales.
El espacio urbano se divide por zonas —de la A hasta la P— en sentido oeste-este, y lo conforma una serie de tipologías residenciales, edificios públicos y espacios abiertos a la comunidad. Las zonas A y P tienen más edificios multifamiliares que el resto.
Detalle del centro comercial. (Foto: María Lucía Expósito/LJC)
Desde una mirada antropológico-social, la ciudad fue laboratorio para la interrelación de habitantes de distintas procedencias. Sus períodos han estado marcados con el abandono del país por causas políticas, las salidas ilegales desde costas aledañas y la migración interna desde las localidades hacia la zona citadina.
La población es de casi 36 mil habitantes, según datos de la Oficina Nacional de Estadísticas. Esta es la cifra más baja de los últimos cinco años respecto al conteo administrativo de 2015, cuando ascendió aproximadamente a 37 mil.
En distintos puntos de la geografía municipal siguen en pie, con aspecto fantasmagórico, treinta y una escuelas secundarias básicas en el campo. Ellas surgieron de un programa que, en 1971, formó en todo el país a miles de estudiantes que compartían el estudio y el trabajo.
Escuela #29, de las 31 que se edificaron en 1971. (Foto: María Lucía Expósito/LJC)
Estas instalaciones, actualmente en desuso, fueron acondicionadas primero como escuelas latinoamericanas de medicina y luego, en 2012 según la prensa local, como «comunidades agrícolas para fomentar las actividades ociosas». Hoy la mayoría de estos centros permanecen vacíos, salvo uno adaptado a preuniversitario, otro que sirve de albergue a trabajadores y una escuela de agronomía y veterinaria.
Esta esquina de Cuba, vulnerada varias veces por los huracanes, recibió la ayuda del gobierno venezolano con la edificación de 159 viviendas para las familias damnificadas, la restauración de escuelas y la construcción de un grupo electrógeno entre el 2003 y el 2005.
Los más veteranos cuentan que Sandino fue de los territorios que mejor sobrevivieron al Período Especial por tener, además de sus valías agropecuarias, una envasadora de cítricos, una panificadora, una empresa de productos lácteos y confitería y una fábrica de pulpas y conservas. Las dos últimas, en explotación desde 1975, producían yogurt de soya y natural, queso fundido y queso frescal, refresco instantáneo y mezcla para batidos, cakes, dulces en almíbar, panetelas y diferentes conservas. Actualmente el estado constructivo de esas instalaciones es deplorable y la oferta apenas cubre el alto por ciento de la demanda.
Nave de una de las fábricas en desuso. (Foto: María Lucía Expósito/LJC)
En el cruce de la calle principal y un camino de tierra por donde transitan más coches de caballos que vehículos con motor, se avista la parroquia del Sagrado Corazón de Jesús. El inmueble, inaugurado en 2019, es la primera iglesia católica construida en Cuba después de 1959, con ayuda de un donativo de 95 mil dólares hecho por los fieles en el exilio de la iglesia San Lorenzo, en Tampa.
(Foto: María Lucía Expósito/LJC)
Mis abuelos cuentan que los apagones superan ahora las doce horas. En tanto, el alumbrado público es mínimo porque las autoridades decidieron ahorrar electricidad, en contraste con sitios más poblados del resto del país.
La fachada del cuerpo de concreto gris donde termina Cuba estará cumpliendo en dos días cincuenta y ocho años. En mis recuerdos de infancia por estas fechas llegaban los carnavales. Abundaban ofertas de comida en las tiendas y puestos del centro comercial. Noches de fuegos artificiales y carrozas.
(Foto: María Lucía Expósito/LJC)
Con los cambios en la monetización, las tiendas recaudadoras de divisa TRD y Panamericana, junto al Cupet, se convirtieron en tiendas en MLC. La moneda nacional quedó relegada solamente a los mercados ideales y a una unidad de TRD que oferta únicamente agua y culeros desechables.
Los carteles todavía conservan en Sandino el estilo de los ochenta: prometen victoria y continuidad. Mientras, el tiempo ha pasado desapercibido sobre el clima inerte del prefabricado y de una multitud auto-confinada.
(Foto: María Lucía Expósito/LJC)
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